Philip Larkin (Coventry, 9 de agosto de 1922-Hull, 2 de diciembre de 1985), fue un poeta, bibliotecario, novelista y crítico de jazz británico. En 1945 publicó su primer libro de poesía, El barco del norte, al que le siguieron dos novelas, Jill (1946) y Una chica en invierno (1947), pero adquirió notabilidad en 1955 con la publicación de su segunda colección de poemas, Un engaño menor, seguido por Las bodas de Pentecostés (1964) y Ventanas altas (1974). Entre 1961 y 1971, trabajó en el periódico The Daily Telegraph como su crítico de jazz (sus artículos fueron compilados posteriormente en All What Jazz: Escritos sobre jazz 1961–71, de 1985), y editó The Oxford Book of Twentieth-Century English Verse (1973).1 Recibió varios honores, incluyendo la Queen's Gold Medal for Poetry. En 1984, después de la muerte de John Betjeman, le fue ofrecida la posición de poeta laureado del Reino Unido, la cual rechazó. Es considerado por la crítica como uno de los poetas ingleses más aclamados de la segunda mitad del siglo XX.
Después de graduarse de Oxford en 1943 con títulos en inglés y literatura inglesa, Larkin comenzó a trabajar como bibliotecario. Durante los treinta años en los que se desempeñó como bibliotecario universitario en la Biblioteca Brynmor Jones de la Universidad de Hull produjo la mayor parte de su obra publicada. Sus poemas están marcados por lo que el poeta inglés Andrew Motion describe como una «exactitud melancólica y muy inglesa para tratar las emociones, los lugares y las relaciones». Eric Homberger mencionó que Larkin era «el corazón más triste en el mercado de posguerra», y el mismo Larkin dijo que la pobreza era para él lo que los narcisos eran para Wordsworth. Influenciado por W. H. Auden, W. B. Yeats y Thomas Hardy, sus poemas están formados por versos muy estructurados, pero flexibles. Jean Hartley, la exesposa del editor del poeta, George Hartley (The Marvell Press), los describió como «una mezcla estimulante de lirismo y descontento», aunque el antólogo Keith Tuma aseguró que hay más en la obra de Larkin que lo que sugiere su reputación de pesimista adusto.
La personalidad pública de Larkin era la de un inglés solitario e insensato a quien no le gustaba la fama y que no tenía paciencia para los enredos de la vida literaria pública. En 1992, cuando el poeta y escritor Anthony Thwaite publicó de manera póstuma sus cartas, se generó una controversia sobre su vida personal y sus opiniones políticas, descrita por John Banville como escalofriante, pero también divertida en cierto punto. La historiadora británica Lisa Jardine lo describió como un «racista empedernido y misógino», pero el académico John Osborne sostuvo en 2008 que «lo peor que pudieron descubrir sobre Larkin fueron unas pocas cartas supinas y que le gustaba el porno más suave que el que entretiene a las masas». A pesar de la controversia, fue elegido en una encuesta de 2003 (casi dos décadas después de su muerte) organizada por la Poetry Book Society como el poeta más aclamado de los últimos cincuenta años, y en 2008 The Times lo nombró el mejor poeta de posguerra de Gran Bretaña.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de Philip Larkin, de su obra Engaños, 1955, en traducción de Damià Alou:
LLEGADA
Al alargarse la tarde,
la luz, gelida y amarilla,
baña las serenas
fachadas de las casas.
Canta un tordo,
rodeado de laurel
en el jardín ancho y pelado,
y su voz ahora en el aire
asombra a los edificios.
Pronto será primavera,
pronto será primavera...
y yo, cuya infancia
es un tedio olvidado,
me siento como un niño
que aparece en una escena
de reconciliación entre adultos,
y no entiende nada
más que las insólitas carcajadas,
y comienza a ser feliz.
RAZONES PARA EXISTIR
La voz de la trompeta, sonora y autoritaria,
me acerca un momento al cristal iluminado
y observo a los bailarines -todos de menos de veinticinco-
moverse muy concentrados, las caras coloradas muy juntas,
solemnemente al ritmo de la felicidad.
O eso imagino, al percibir el humo y el sudor,
la maravillosa presencia de las chicas. ¿Por qué estar fuera?
Pero ¿por qué estar dentro? El sexo, sí, pero ¿qué es
el sexo? Seguramente pensar que la parte del león
de la felicidad se alcanza por parejas; craso
error, por lo que a mí se refiere.
Lo que a mí me llama es esa campana alta de áspero badajo
(arte, si quieres) cuyo sonido individual
insiste en que yo también soy individual.
Habla; la oigo; también otros podrían oírla,
pero no por mí, ni yo por ellos; lo mismo ocurre
con la felicidad. Por tanto me quedo fuera
y esto es lo que creo; y ellos se agitan frenéticos,
y creen otra cosa; y los dos quedamos satisfechos,
si no hemos juzgado mal. O mentido.
EL SIGUIENTE, POR FAVOR
Siempre demasiado impacientes con el futuro, adquirimos
la mala costumbre de la esperanza.
Siempre hay algo que se acerca; cada día
decimos Hasta entonces,
desde un acantilado observamos cómo se aproxima
la ínfima, nítida y centelleante flota de promesas.
¡Qué lenta es! ¡Y cuánto tiempo pierde
evitando darse prisa!
Y ahí nos tiene, sujetando los tristes tallos
de la decepción, pues, aunque nada frustra
cada gran aproximación, con ostentación de bronce,
cada maroma definida,
con su pendón, y el mascarón con sus tetas doradas
arqueándose hacia nosotros, nunca echa el ancla;
en cuanto se hace presente ya es pasado.
Hasta el final
pensamos que la nave se pondrá al pairo y descargará
todo lo bueno en nuestras vidas, todo lo que nos deben
por esperar tanto y con tanto fervor.
Pero nos equivocamos:
Solo un barco nos busca, desconocido,
de velas negras que remolca un silencio
inmenso y sin pájaros. A su estela
ni nacen ni rompen las aguas.
PARTIDA
Un anochecer se acerca
a través de los campos, como nunca se ha visto,
que no enciende ninguna lámpara.
A lo lejos parece de seda, pero
cuando se acerca a las rodillas y al pecho
no trae ningún consuelo.
¿Dónde está el árbol que mantenía unidos
el cielo y la tierra? ¿Qué hay bajo mis manos,
que no pudo sentir?
¿Qué me lastra las manos?
DESEOS
Aparte de todo esto, el deseo de estar solo:
por mucho que el cielo se oscurezca con invitaciones
por mucho que sigamos las instrucciones impresas del sexo
por mucho que la familia se fotografíe bajo el asta de la bandera:
aparte de todo esto, el deseo de estar solo.
Por debajo de todo, un anhelo de olvido:
a pesar de las astutas tensiones del calendario,
el seguro de vida, los programados ritos de fertilidad,
la costosa aversión de los ojos a la muerte:
por debajo de todo, un anhelo de olvido.
ALAMBRADAS
Las praderas más amplias tienen cercas eléctricas,
pues aunque las reses viejas saben que no se han de descarriar
los novillos jóvenes husmean siempre agua más pura
no aquí, sino en cualquier parte. Más allá de las alambradas
les lleva a chocar contra las alambradas
cuya violencia los desgarra sin mesura.
Ese día el novillo joven en res vieja se ha de transformar,
límites eléctricos a sus más amplias miras.
EN LA IGLESIA
En cuanto estoy seguro de que no pasa nada,
entro y dejo cerrarse la puerta con un golpe seco.
Otra iglesia: esteras, asientos y piedra,
y esos librillos; flores desperdigadas, cortadas
para el domingo, ahora marronosas; latón y esas cosas
que hay en el rincón sagrado; un órgano muy mono;
y un silencio tenso, mohoso, imposible de ignorar
engendrado hace Dios sabe cuanto. Sin sombrero,
me quito los clips de ciclista en torpe reverencia,
avanzo y paso la mano por la pila bautismal.
Desde donde estoy, el techo parece casi nuevo:
¿lo han limpiado o restaurado? Cualquiera sabe: yo, no.
Me subo al atril y leo unos versículos
intimidatorios en letra grande, y pronuncio
el "Aquí acaba" mucho más fuerte de lo que pretendía.
El eco es una breve burla. De nuevo en la puerta
firmo en el libro, dejo una moneda irlandesa de seis peniques
y reflexiono que no valía la pena pararse ahí.
Y sin embargo me he parado: a menudo lo hago,
y siempre acabo igual de perdido,
preguntándome qué busco; preguntándome también,
cuando las iglesias caigan completamente en desuso,
en qué las convertiremos, si mantendremos
algunas catedrales para enseñarlas de vez en cuando,
sus pergaminos, patenas y píxides en vitrinas cerradas,
y dejaremos el resto gratis a la lluvia y las ovejas.
¿Las evitaremos como si fueran lugares de mal agüero?
¿O, al caer la noche, aparecerán turbias mujeres
para que sus hijos toquen una piedra en concreto;
a coger hierbas para un cáncer; o alguna noche
determinada para ver caminar a un muerto?
Seguirá existiendo algún tipo de poder
en juegos, acertijos, aparentemente al azar;
pero la superstición, igual que la fe, debe morir,
¿y qué quedará cuando ya no haya ni incredulidad?
Hierbas, un pavimento con maleza, zarzas, contrafuertes, cielo,
una forma a cada semana menos reconocible,
una intención más recóndita. Me pregunto quién
será el último, el último de todos, que busque
este lugar por lo que fue; ¿uno de esos que
dan golpecitos, anotan y saben lo que era el coro y el ábside?
¿Un borracho de las ruinas, un cachondo de las antigüedades,
o un adicto a la Navidad, que busca el tufillo
a sotanas y alzacuellos, tubos de órgano y mirra?
¿O será alguien como yo,
aburrido, ignorante, que sabe que el limo espectral
se ha dispersado, y sin embargo se acerca a este suelo en cruz
a través de estos matorrales porque ha mantenido
entero durante tanto tiempo, invariable, lo que desde entonces
solo encontramos separado: el matrimonio, el nacimiento
y la muerte, y los pensamientos que provocan, para lo que fue construida
esta estructura especial? Pues aunque ignoro
el valor de este granero rancio y habilitado,
me agrada estar aquí en silencio;
es una casa seria en una tierra seria,
en cuya atmósfera mixta todas nuestras compulsiones confluyen,
se reconocen y se visten de destinos.
Y eso nunca será obsoleto,
pues siempre habrá alguien que sorprenda
dentro de sí un ansia de ser más serio,
y que lo atraiga a este suelo,
el cual, oyó decir una vez, ayudaba a ser más sabio,
aunque solo sea por los muertos que contiene.
PRIMAVERA
Gente sentada bajo sombras verdes, o que da vueltas,
los niños toquetean la hierba que despierta,
serena se posa una nube, sereno canta un pájaro,
y, brillando como un espejo oscilante,
el sol ilumina las pelotas que botan, los perros que ladran,
la neblina de hojas detenida en la rama, y a mí,
que recorro el parque con cara de pocos amigos,
una esterilidad indigerible.
La primavera, de las estaciones la más gratuita,
es un patio de flores espontáneas, es un curso de agua,
es la hija más múltiple y entusiasta de la tierra;
y aquellos que más la ignoran son quienes mejor la ven,
sus caminos se vuelven tortuosos y pusilánimes; sus visiones, claras
como una montaña; sus necesidades, presuntuosas.
ENGAÑOS
Naturamente que me drogaron, tanto que no recobré la
conciencia hasta la mañana siguiente. me horrorizó des-
cubrir que me habían deshonrado, y estuve inconsolable
durante días, y lloré como una niña a la que van a matar
o a enviar de vuelta con mi tía.
MAYHEW,
London Labour and the London Poor
Aun tan lejano, puedo saborear el dolor,
amargo y punzante con tallos, que él te hizo tragar.
La huella esporádica del sol, la brusca y breve
molestia de las ruedas allá en la calle
donde el Londres nupcial mira hacia otro lado,
y la luz, irrefutable y alta y ancha,
impide que cicatrice la herida,
y hace aflorar la vergüenza. Todo ese lento día
tu mente queda abierta como un cajón de cuchillos.
Los suburbios, los años, te han enterrado. No osaría
consolarte aunque pudiera. ¿Qué se puede decir,
sino que el sufrimiento es exacto, y que cuando
el deseo manda, de poco valen las interpretaciones?
Pues poco habría de importarte
haber sido tú menos engañada, sin sentido en esa cama,
que él, trastabillando al subir la escalera sin aire
para irrumpir en el desolado desván de la satisfacción.
RECUERDO, RECUERDO
Cruzando Inglaterra por una línea distinta
por una vez, temprano en el frío de año nuevo,
nos detuvimos, y al ver a unos hombres con unas matrículas
correr por el andén hacia unas puertas conocidas,
"¡Vaya, Coventry!", exclamé. Yo nací aquí".
Asomé medio cuerpo, y me puse a buscar una señal
de que esa era aún la que fue "mi" ciudad
durante mucho tiempo, pero no tenía muy claro
dónde me encontraba. Desde donde estaban
aquellas bicicletas embaladas, ¿habíamos salido cada año
rumbo a nuestras vacaciones familiares?... Sonó un silbato:
todo empezó a moverse. Me senté, mirándome las botas.
"¿Era ahí", sonrió mi amiga, "donde están tus raíces?"
No, solo donde dejé pasar mi infancia,
quise replicar, solo donde empecé:
pero ahora ya lo tengo todo situado.
Nuestro jardín, primero: donde no inventé
deslumbrantes teologías de flores y frutos,
y donde no me habló un viejo sombrero.
Y aquí tuvimos esa magnífica familia
a la que nunca acudí corriendo cuando estaba deprimido,
los chicos todo bíceps y las chicas todo pechos,
sus cómicos Ford, sus granjas donde pude ser
"yo mismo de verdad". Te enseñaré, ya puestos,
el helecho en el que nunca me senté temblando,
decidido a llegar hasta el final, donde ella
se recostó, y "todo se volvió una neblina ardiente".
Y en esas oficinas mis ripios
nunca se imprimieron en un gastado cuerpo diez,
ni los leyó un distinguido primo del alcalde,
que no llamó a mi padre para decirle: Aquí
ante nosotros, si pudiéramos ver el futuro...
"A juzgar por tu cara", dijo mi amiga, "es
como si desearas que el lugar ardiera en el Infierno".
"Bueno, supongo que la culpa no es del lugar", dije.
"Nada y todo, ocurre en todas partes".
Sí, MI AMADA
Si mi amada algún día se decidiera
a no quedarse en mis ojos,
y saltar, como Alicia, la falda flotando dentro de mi cabeza,
no encontraría sillas ni mesas,
ni aparadores de caoba con patas de animal,
ni ascuas sin remover;
el mueble bar no estaría surtido, ni acogedor el lugar junto al fuego,
no abarrotarían los estantes misales de letra pequeña,
ni habría un mayordomo borrachín, ni doncellas haraganas:
se vería enredada en el lento avance de una luz indecisa,
marrón simio, gris pescado, una ristra de círculos infectados
merodeando como matones, a punto de coagularse;
ilusiones que se encogen al tamaño de un guante de mujer,
y se extienden como una mancha hacia fuera. También observaría
el suelo malsano, como la piel de una tumba,
del que asciende una pegajosa sensación de traición,
una estatua griega pateada en las partes, dinero,
la comida para cerdos de los buenos sentimientos. Pero sobre todo
se taparía los oídos ante el incesante recital
entonado por la realidad, lardeado de términos técnicos,
todos con la doble yema del sentido y la refutación del sentido:
pues la murga de ese boletín deshace el mundo como un nudo,
y oír que el pasado ya ha pasado y el futuro es neutro
podría derribar a mi amada de su inapreciable pivote.
EN LA HIERBA
La mirada apenas los distingue
de la fresca sombra que los cobija,
hasta que el viento alborota la cola y la melena;
entonces uno pasta, da unos pasos
-el otro parece observarlo-
y se detiene de nuevo en su anonimato.
Sin embargo, hace quince años
quizá dos docenas de carreras bastaron
para que entraran en la leyenda: lentas tardes
de copas, apuestas y hándicaps,
en las que sus nombres quedaron grabados
en desvaídos junios clásicos.
Colores en la salida: recortados contra el cielo
números y parasoles: fuera
escuadrones de coches vacíos y el calor,
y desperdicios en la hierba: el grito prolongado
que queda flotando hasta que remite y se imprime
en las columnas de última hora de los periódicos.
¿Quizás los recuerdos rondan sus oídos como moscas?
Sacuden la cabeza. El crepúsculo llena las sombras.
Verano tras verano todo se fue alejando,
los cajones de salida, el gentío y los gritos:
todo menos esos apacibles prados.
Sus nombres sobreviven en los almanaques; pero ellos
han olvidado sus nombres, y descansan,
o emprenden un galope que debe de ser de alegría,
y ya no los siguen los prismáticos
ni los vaticinios de un cronómetro impertinente:
sino el mozo, y el hijo del mozo,
con las bridas cuando llega la noche.
Última edición por Pedro Casas Serra el Sáb 29 Jul 2023, 14:09, editado 1 vez
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