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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 07:38

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    ESENCIA DE ROSA. (Al poeta GRILO)

    I

    Corno le canta y mece la madre al tierno niño
    Que duerme en su regazo, mi amor te arrullará ;
    Corno para él la madre mil frases de cariño
    Inventa , mil cantares mi amor te inventará.
    Yo sé que siente, Rosa, tu corazón amante
    Los versos que te canto mientras dormida estás.
    ¿Qué quieres que te cuente? ¿Qué quieres que te
    [cante?
    ¿Cuál es de mis canciones la que te gusta más?
    ¿Prefieres aquel cuento del silfo que tenía
    En una red de tamo, prisión en un rosal,
    y al cual todas las noches á alimentar venía
    La abeja que le amaba, con miel de su panal?
    ¿Prefieres una historia, como la historia horren-
    [da
    De aquél que fué á su dama celoso á degollar,
    Cuya cabeza trunca guardó de amor en prenda,
    y la cabeza le iba de noche un beso á dar?
    Dí cómo hablarte debo cuando tu sueño arrullo,
    Porque mi voz anhelo que te parezca tal,
    Como la miel que daba posada en un capullo
    La abeja de mis cuentos al silfo del rosal.

    Mas duerme, vida mía,-mientras te arrullo
    Yo de mi poesía-con el murmullo.
    Mientras la aura en tus rizos-juega y te orea,
    En contar tus hechizos-mi alma se emplea.
    Duerme, que te adormece-fiel mi cariño,
    Como le canta y mece-la madre al niño.
    Duerme, que yo á millares-pondré en mi empeño
    En inventar cantares-para tu sueño.
    La enramada nos presta-su toldo umbrío,
    Susurra la floresta,-murmura el río;
    Todo invita á la siesta:-¡duerme, bien míol
    Duerme entre tanto
    Que yo te velo; duerme,
    Que yo te canto.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 07:51

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    ESENCIA DE ROSA. (Al poeta GRILO)

    II

    Mis ojos no se sacian de verte y admirarte.
    ¡Cuán bella estás dormida! ¡Qué hermosa te hizo-
    [Diost
    No hay nada con que pueda mi idea compararte.
    Dios te hizo así, y no quiso Dios como tú hacer dos.
    Mas sé, aunque estás dormida, que escucha tu
    [alma atenta
    Los versos que en tu oído depositando voy,
    Porque ;ellos son la copa donde mi amor fermenta ,
    y en ellos destilado mi corazón te doy.
    Te siento los latidos del tuyo mientras duermes,
    Las pausas de tu suave vital respiración,
    Tus manos entregadas bajo las mías inérmes,
    y tu hálito que absorbe voraz mi inspiración.
    Mientras que yo te canto tú sientes cómo te amo:
    Mi amor no se lo ha dicho jamás á tu pudor;
    Mas sé que tu alma en sueÍlOs responde á mi re-
    [clamo
    Mientras que yo te duermo con mi cantar de
    [amor.
    y acaso sientes, Rosa, cuando tu sueño halago
    Con mis palabras, algo de la inmortal pasión
    De la cabeza, que iba con su murmullo vago
    Á dar á su verdugo. su beso de perdón.

    Yo te amo como el mundo-jamás ha amado;
    Con un amor profundo-de fe dechado;
    Aún más que aquella santa-cabeza fría
    Al que de su garganta-la segó un día.
    Tu amor se nutre dentro-de mis entrañas
    Como el oro en el centro -de las montaña s.
    Yo te amo y te envío-d e mis amores
    La voz, como el rocío-la alba á las flores.
    Duerme: el bosque nos presta-su toldo umbrío,
    Susurra la floresta,-murmura el río;
    Yo velaré tu siesta : -¡duerme, bien mío!
    Duerme entre tanto
    Que yo te velo; duerme,
    Que yo te canto.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 07:53

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    ESENCIA DE ROSA. (Al poeta GRILO)

    III

    ¡Qué hermosa eres, Rosa! Nacistes en Sevilla :
    La gracia lo revela de tu incopiable faz;
    Tu cuerpo fué amasado con rosas de la orilla
    De la campiña que hace Guad-al-Kevir feraz.
    Sus árboles han dado su sombra á tus pestañas;
    Tus párpados se han hecho con hojas de su azar;
    La esencia de sus nardos se encierra en tus entra-
    [ñas,
    Porque transciende á ellos tu aliento al respirar.
    Tus trenzas me recuerdan la perenal guirnalda
    De plantas siempre verdes que toca su ciudad;
    Tu cuello, lo ¡¡;allardo de su gentil Giralda;
    Tu alma de su cielo la azul serenidad.
    ¡Qué hermosa estás! Mas ¿qué oyes? Tu boca '
    [me sonríe,
    Tu lengua pugna en sueño palabras por formar:
    ¡Si son para mí, dilas, mi bien! Que me confíe
    Tu amor, en sueño al menos, que me pudiste
    [amar.
    ¡Pronúncialas, mi vida! Su plácido murmullo
    Dará á mi alma un néctar de dulcedumbre tal,
    Como la miel que daba posada en un capullo
    La abeja de mis cuentos al silfo deL rosal.

    Mas tu sonrisa, Rosa,-desaparece :
    ¿ Qué idea ruín te acosa?-¿Qué te entristece?
    Un ¡ay! sentir me dejas-que no articulas;
    Da á mi vida esas quejas-que 110 formulas.
    El cielo en tu risueño-labio se abría:
    ¡Vuelve á aquel dulce sueño-que sonreía!
    Duerme, mi bien, en calma,-que yo te velo,
    En la faz de tu alma-mirando el cielo.
    Duerme: el bosque nos presta-su toldo umbrío,
    Susurra la floresta,-murmura el río;
    Todo invita á la siesta:-¡duerme, bien mío!
    Duerme entre tanto
    Que yo te velo; duerme,
    Que yo te canto.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 07:57

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    ESENCIA DE ROSA. (Al poeta GRILO)

    IV

    Qué idea tan horrible! ¡Si en sueños halagUeña,
    No á mí me sonriese, sino á feliz rival!
    ¡Si al son de mis cantares falaz con otro sueña
    Riéndose hasta en sueños de mi pasión leal!
    ¡Dios mío! ¡si en el centro del corazón me clava
    De su desdén el frío desgarrador puñal!
    Mi amor la daré siempre, como su amor le daba
    La abeja de mis cuentos al silfo del rosal.
    rosa, podrás matarme-si es que me engañas;
    No tu amor arrancarme-de mis entrañas.
    Del corazón que abrigas-la dueña eres;
    Mas nunca me lo digas-si no me quieres.
    ¿Qué he de hacer yo si al cabo-mi alma te adora?

    Siempre seré tu esclavo,-tú mi señora.
    Duerme, que mi cariñó-te mece y canta,
    Como la madre al niño-que aún amamanta.
    Duerme, y si á la hora de ésta-de tu amor frío
    Ya nada más me resta-que tu desvío,
    Mi alma está á tus pies puesta;-duerme: en Dios
    [fío.

    Yo te amo tanto,
    Que tragarse á mis ojos
    Haré mi llanto.
    Tu dormirás en calma-de mi amor centro;
    Mis lágrimas de mi alma-correrán dentro.
    Duerme: el bosque nos presta-su toldo umbrío ;
    Susurra la fioresta,-murmura el río;
    Duerme en calma la siesta,-que el duelo es mío.
    Duerme entre tanto
    Que yo te velo; duerme,
    Que yo te canto.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 08:25

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA


    LAS DOS ROSAS

    En un escondido valle
    hay todavía una torre
    vecina al Carrión, que corre
    de chopos entre una calle.
    Castillo dicen que fue
    poderoso, mas ya apenas
    a través de dos almenas,
    su ilustre origen se ve.
    Tendidos sobre una altura
    vense un torreón y un muro,
    pero en montón tan obscuro,
    que medrosa es su figura.
    Brota a sus pies sin respeto
    espeso zarzal salvaje,
    cuyo espinoso ramaje
    vegeta al peñón sujeto.
    Ya no hay ni mojón ni senda
    que a su rastrillo conduzca,
    ni puerta en que se deduzca
    que hay dentro quien le defienda.
    Allá por algunos trigos
    que crecen en derredor,
    de su ruina y su dolor
    imperturbables testigos,
    hay paredes que a pedazos
    están mostrando que ayer
    pudieran bien mantener
    un pueblo sus rotos brazos.
    Hoy en pajiza cabaña
    vela un pastor el misterio
    de aquel corto cementerio
    que el agua del Carrión baña.
    Allí una generación
    duerme tal vez escondida.....
    así de la amarga vida
    las cosas frágiles son.
    Sin curar de historias viejas,
    al son de tosco estribillo,
    él encierra en el castillo
    por la noche sus ovejas.
    El agua y el tiempo pasa,
    y él no pasa de pastor;
    pues no ha de ser su señor,
    poco le importa la casa.
    Al preguntarle qué fue
    la techumbre a que se acoge,
    hombros y labios encoge,
    la mira y dice: «No sé.»
    Los días que van pasando,
    la colina gastarán,
    y al cabo concluirán
    el castillejo enterrando.
    Entonces, ya de la historia
    del edificio primero,
    ni el pastor ni el pasajero
    tendrán confusa memoria.
    Apiñada en un hogar
    en derredor de la lumbre,
    desvelada muchedumbre
    acaso la oirá contar.
    Contarála un peregrino,
    a quien tal vez por su cuento,
    darán escaso alimento
    para seguir su camino.
    Y yo, que siempre miré
    como un viaje nuestra vida,
    por historia entretenida,
    del olvido la saqué.
    Si rebelde vuestra alcoba,
    mal que pese a vuestro empeño,
    os ahuyenta el blando sueño,
    yo voy a entonar mi trova.
    Escuchadla; y si al calor
    os dormís de vuestra almohada,
    de una noche sosegada
    sois deudores al cantor.

    CONT.







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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 08:34

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA


    LAS DOS ROSAS



    El sol, del medio del cielo,
    brillantes rayos despide,
    que del Carrión reverberan
    entre las ondas humildes.
    Engrosadas van ahora
    con las nieves que derrite
    en las crestas de las sierras
    con que Castilla se ciñe;
    y entrambas riberas bordan
    con duros hielos, que oprimen
    los restos que dejó Mayo
    de sus céspedes sutiles.
    Altos y desnudos chopos
    las orillas le dividen,
    que al agua las ramas tienden
    porque en el agua se miren;
    y ellas ufanas pasando,
    por la sombra que reciben,
    con blando murmullo lamen
    los troncos y las raíces.
    Es un día puro y diáfano,
    cuanto Diciembre permite
    que en su mustia presidencia
    el sol del invierno brille.
    Alegre, cuanto alegrarse
    es permitido a los tristes;
    diáfano, cuanto la niebla
    a un sol sin fuerza se rinde.
    Y es un pueblecillo oculto
    tras una peña, en que firme
    estriba un alto castillo
    que de protector le sirve.
    Dos esquilones agudos
    en disonante repique
    el toque de mediodía
    al aire en calma despiden,
    y en medio están de la plaza
    cuantos hidalgos la viven,
    los sombreros en la mano,
    inclinadas las cervices.
    Las mujeres, apartadas
    sus labores mujeriles,
    esperan devotamente
    que los hombres se santigüen,
    Los muchachos, impacientes,
    a hurtadillas se sonríen,
    por más que les amonestan
    los viejos que les imiten.
    En un balcón de una casa
    que más alto nombre pide,
    por los roídos escudos
    con que sus paredes viste,
    por los vidrios que al sol dejan
    que su interior ilumine,
    y los calados de un arco
    que mal al tiempo resiste,
    hay dos personas que, vueltas
    de espaldas al sol, impiden
    que se alcance desde abajo
    si recen o si platiquen.
    Una es (con soles por ojos,
    y por labios alelíes)
    la más hermosa villana
    que con hidalgas compite;
    Rosa nacida en el campo
    entre zarzales y mimbres,
    pero a quien ceden vencidas
    las rosas de los jardines.
    Ufanos la engalanaron
    a porfía los Abriles,
    con cuantas juntaron gracias,
    uno tras otro hasta quince.
    Diéronla negros cabellos,
    cutis que afrenta a los cisnes,
    dentadura igual y enana,
    cuello torneado y flexible.
    Orlan sus párpados blancos
    largas pestañas sutiles
    coronadas por dos cejas,
    arcos que enojan al iris.
    Cintura escasa, alto pecho,
    pie breve, resuelto y libre,
    y dos manos que semejan
    ramilletes de jazmines.
    Bellísima es la tal Rosa,
    por más que el pueblo critique
    el orgullo con que ostenta
    sus encantos juveniles.
    Las mozas, que se recata
    de sus amistades dicen:
    que es la inconstancia excesiva
    con que desprecia a quien rinde.
    Las viudas, que es demasiada
    la libertad con que vive,
    y muchos los forasteros
    cuyas visitas admite,
    y las viejas, de su madre
    murmuran que las recibe
    con audacia escandalosa
    y confianza reprensible.
    Mas Rosa y Brígida en ellas
    con tan poca cuita siguen,
    que si estos murmullos oyen,
    se deleitan en oírles.
    Por eso tan cortesano
    baja don Bustos Ramírez
    diariamente a su casa,
    del castillo en que reside.
    Barón altanero, y mozo
    afortunado en las lides,
    cuyas riquezas exceden
    a lo ilustre de sus timbres,
    dejó ha poco de la corte
    la perezosa molicie,
    las damas voluptüosas
    y los ruidosos festines,
    por la calma de sus tierras,
    donde su presencia exigen
    los negros ojos de Rosa,
    que diz que en los suyos viven.
    Es cierto que se susurra
    que un mancebo que la escribe,
    palabra de casamiento
    tiene de ella, y que es difícil
    que la renuncie si vuelve,
    lo que es tal vez muy posible.
    Mas don Bustos es manceba
    de nobilísima estirpe;
    Barón que manda vasallos,
    quien escuderos sirven,
    quien pajes acompañan,
    a quien mucho el Rey distingue.
    Es señor de horca y cuchillo,
    rey en aquellos confines,
    y a quien plebeyos e hidalgos
    pecho y homenaje rinden.
    Y no es otro el que con Rosa
    sobre el balconcillo sigue
    dando a la plaza la espalda
    mientras que dura el repique.
    Al fin, santiguado el monje
    que el templo del lugar sirve,
    cada cual tornó a su espera,
    y a sus requiebros Ramírez.
    Apoyado sobre el codo,
    deja que el cuerpo se incline,
    guardando tras una mano
    una mejilla invisible;
    y a favor de esta postura,
    al pueblo curioso impide
    que le aceche las palabras
    que a la muchacha dirige.
    En la expresión inefable
    con que Rosa le sonríe,
    bien se ve que, en vez de enojos,
    satisfacciones recibe;
    ni menos de sus palabras
    el castellano se aflige,
    pues cuanto ella más tolera,
    más él confiado insiste.
    Él platica: ella le escucha
    sin que altanera le esquive,
    y él más se la acerca osado
    cuanto ella oyéndole sigue.
    Hubo un instante de aquellos
    que el amor llama felices,
    que con el alma se sienten
    y con el alma se miden,
    en que los ojos de Rosa
    tomaron indefinible
    una ex presión que imitaba
    el gozo en los serafines.
    Brotáronle de ambos ojos
    sobre los puros matices
    de ambas mejillas, dos lágrimas
    ardientes, irresistibles;
    y apenas aparecieron,
    cuando, rápido Ramírez,
    secando una con sus labios,
    así imprudente la dice:
    -Mañana serás mi esposa
    -¡Señor!
    -Mañana.
    -¿Es posible?
    -Aquí mi palabra empeño.
    Mañana es fuerza que brille
    mi castillo con tus ojos,
    con tu hermosura mi estirpe.
    Bajó, esto dicho, a la plaza
    el impetuoso Ramírez,
    y al monje y al pueblo atento
    estas palabras dirige:
    «Esta noche pueblo y valle,
    con hogueras se ilumine;
    que redoblen los panderos
    y las campanas repiquen;
    que se remedien los pobres,
    que se consuelen los tristes,
    y todos a mis festejos
    desde ahora se conviden.
    Mis aparadores cerquen,
    mis anchas cubas despiten,
    mis tesoros se repartan
    y se embriaguen con mis brindis.
    Vasallos, de hoy por tres años
    quedáis de tributos libres,
    y de este modo mis bodas
    se dispongan y publiquen.»
    Rompió en aplausos la gente,
    que su largueza bendice,
    y los vivas se redoblan
    y las gracias se repiten.
    «Dádselas a la hermosura»,
    dijo don Bustos Ramírez,
    señalando a las ventanas
    de donde ella le despide.
    Y aplicando las espuelas
    al negro potro que rige,
    hace que en rápido escape
    al parque le precipite,
    Quedó aplaudiendo la plebe
    agradecida y humilde,
    y Rosa, aun en sus ventanas,
    muy mal su orgullo reprime.

    CONT.




    _________________
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    [Resuelto]SOBRE LA ROSA... - Página 16 Empty Re: [Resuelto]SOBRE LA ROSA...

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 12:55

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA


    LAS DOS ROSAS



      Algunas horas después,
    ya bien entrada la tarde,
    la tierra entregada en brazos
    de las nieblas impalpables,
    de una lámpara de cobre
    a los rayos desiguales,
    leo Rosa unos pergaminos
    que acaba de darla un paje.
    Pasaban sus negros ojos
    de orgullo y placer radiantes
    de un renglón a otro renglón
    sin apenas descifrarles.
    Los labios lo sonreían,
    y trémulos dilatándose
    por lo bajo murmuraban
    sonidos de cada frase.
    Una caja de olorosa
    madera tiene delante.
    y de un cordoncito de oro
    pende en su diestra una llave.
    Dobló alegre el pergamino,
    y agradeciendo el mensaje,
    despidió al buen mensajero
    y a voces llamó a su madre.
    Subió la vieja asustada,
    recelosa de algún lance
    que en parientes o en amigos
    la fatal carta anunciase;
    mas apenas en el cuarto
    puso los pies vacilantes,
    Rosa, cerrando la puerta,
    díjola palabras tales:
    -Entrad. Nuestra es la fortuna:
    de contento no me cabe
    en el pecho el corazón,
    ni atino cómo explicarme.
    Brígida exclamó angustiada:
    -¡Por Dios, muchacha, que acabes,
    que tengo el alma en un hilo!
    -Esta llavecita la abre.
    -Pero ¿qué se abre?
    -Esa caja.
    -¡Válgame el cielo! ¡Diamantes!
    -Sí, por cierto.
    -Y ¿quién.....
    -Es mía.
    -¿Quién te la ha dado?
    -Ese paje.
    -¿De don Bustos?
    -De don Bustos.
    -Y tomarla es....
    -Indudable.
    Es el regalo de bodas
    que el de Ramírez me hade.
    -¡De bodas!
    -¡Pues si me caso!
    -¡Muchacha, vas a matarme
    con tanto rodeo! ¡Acaba!
    -¡Por Dios, que sois torpe, madre!
    Si la caja es de don Bustos,
    ¿con quién queréis que me case
    sino con él?
    -¿Con tan alto
    Barón piensas enlazarte?
    -¿Qué me falta para ello?
    ¿No son mis ojos bastante
    para que pueda mi frente
    con su corona igualarse?
    No soy hermosa?
    -Eso sí.
    -¡Oh! Y no porque yo me alabe;
    pero si encuentra otra Rosa,
    no digo yo en todo el valle,
    sino en la corte, en España,
    si la encuentra.... que se case.-
      Y así diciendo, a un espejo
    de reojo contemplándose,
    desplegaba una sonrisa
    que diera envidia a los ángeles.
    Víala la pobre vieja
    sin que apenas la bastasen,
    para darla entero crédito,
    ni su acción ni su lenguaje.
    Rosa, en tanto, alta la frente,
    los ojos de una a otra parte
    inquietos y desdeñosos,
    altivos los ademanes,
    despreciando hosca y soberbia
    cuanto en torno suyo trae,
    la majestad ensayaba
    que es forzoso que acompañe
    a quien ha de ver un día
    sus vasallos humillarse,
    y hacer a la plebe grupos
    para verla cuando pase.
    Después de largo silencio
    que duró por ambas partes
    cuanto bastó a su esperanza
    para alzar torres al aire,
    y amasar en sus adentros
    tan rápidas novedades,
    a Rosa para engreirse,
    a la otra para asombrarse,
    asiéronse de la caja,
    y dando vuelta a la llave,
    atónitas empezaron
    a gustar las realidades:
    Allí ricos brazaletes
    y diademas y collares;
    allí amatistas y perlas,
    cornalinas y corales;
    probáronse los anillos,
    las pulseras de brillantes.
    No quedó nada por verse
    ni nada por admirarse;
    todo pareció a propósito
    hecho para aquel instante;
    todo era espléndido y rico,
    nada pequeño ni grande.
    -Esta guirnalda, decían,
    para el día en que te cases.
    -Sí; el collar por la mañana,
    la diadema por la tarde.
    -¡Linda estarás!
    -Ya veréis
    la vez primera que baje
    a visitar a mi pueblo.
    -¡Hechicera!
    -¡Oh, admirable!
    -Y ¿qué dirán esas ñoñas
    de hidalguillas
    -Dejad que hablen.
    Ya me besarán la mano.
    -Eso sí, por más que rabien.
    -Se arañaran por un dije
    si yo se le regalase.
    -Mal hicieras.
    -¡Ah, ni un hilo
    para esas villanas, madre!-
    Aquí llegaban gozosas,
    cuando oyeron en la calle
    un caballo que en la plaza
    entraba a resuelto escape.
    Paróse a su misma puerta,
    sintióse después el grave
    rechinar de los portones,
    y volver luego a cerrarse.
    -¡Él es!
    -¿Quién?
    -Don Bustos.
    -¡Vaya!
    -Pronto. Salid a alumbrarle.
    Mandad que el potro le tengan,
    que le piensen y descanse.
    Y asiendo la lamparilla,
    temiendo que el tiempo falte,
    fuése hacia la puerta Rosa
    que hasta la escalera sale;
    pero antes que al picaporte
    la linda mano llegase,
    abriéronla por defuera,
    y con pena de hija y madre
    entró, cubierto de lodo,
    sangrientos los acicates
    y armado hasta los bigotes,
    su pariente Pedro Ibáñez.
    Quedó estúpida la vieja;
    tornóle Rosa el semblante,
    y él, tendiéndolas los brazos,
    dijo:-Yo soy; abrazadme.
    Dejó la luz la muchacha,
    y del mozo retirándose.
    replicóle:-Bien venido;
    pero has llegado muy tarde.

    CONT.


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    [Resuelto]SOBRE LA ROSA... - Página 16 Empty Re: [Resuelto]SOBRE LA ROSA...

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Mayo 2022, 12:57

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA


    LAS DOS ROSAS




    Asentados en silencio
    en derredor de la mesa,
    están Ibáñez y Rosa,
    él triste, y mohína ella:
    Rosa, los ojos clavados
    en el techo, airada muestra
    el disgusto con que a Ibáñez
    en aquel punto contempla.
    Y en vano del bello mozo
    la vaga mirada inquieta,
    las miradas de la ingrata,
    porque se encuentren, acecha.
    En vano tras de la lámpara
    se ampara en la sombra negra,
    y la ocasión esperando,
    los ojos le reverberan.
    En vano sobre el asiento
    se revuelve y se impacienta,
    haciendo a cada postura
    que rechine la madera.
    En vano, desenlazando
    del almete las correas,
    sacudió como al descuido
    de la gola entrambas piezas.
    En vano al asir la espada
    tropezó con las espuelas,
    y retumbó el aposento
    en rápido son de guerra.
    Rosa, ni por reprenderle,
    ni por saludarle atenta,
    sobre, el mancebo los ojos
    bajó un instante siquiera.
    De la habitación en torno,
    de uno a otro objeto los lleva,
    cual si fuese inventariando
    todos cuantos hay en ella.
    Viga a viga midió el techo,
    listón a listón la estera,
    contó al parecer los vidrios
    de la alcoba y de las puertas,
    los pliegues de su cintura,
    las rayas que hay en la mesa,
    y las líneas que sus manos
    por ambos lados presentan.
    Escuchó el silbar del cierzo
    que revuelve la veleta,
    el rumor de los que pasan,
    la bulla de las hogueras.
    Todo lo que no es Ibáñez
    parece que la interesa;
    hasta el son con que la lámpara
    húmeda chisporrotea.
    Pero el mozo allí se está
    y arrobado la contempla,
    y dos lágrimas de fuego
    por las mejillas le ruedan.
    Cansado ya de esperar,
    y desesperado de ella,
    díjola con voz tan blanda,
    que contestaran las piedras:
    -¿Qué es aquesto, vida mía?
    Rosa, ¿qué mudanza es ésta?
    Tú al partirme me llorabas,
    ¿y te enojas con mi vuelta?-
    Rosa callando seguía,
    y él siguió de esta manera:
    -Heme aquí que vuelvo honrado,
    más tal vez que lo merezca,
    amigo de los valientes,
    querido en la corte mesma.
    Pensé merecerte ahora,
    y he conseguido licencias
    para casarme contigo
    y alejarme de la guerra.-
    Rosa callando seguía
    como a quien oír le pesa,
    dando entre las blancas manos
    a los ceñidores vueltas.
    Ibáñez, apenas dueño
    de su rebelde paciencia,
    entre ofendido y colérico
    aguardaba una respuesta,
    hasta que viendo que Rosa
    toda agotársela intenta,
    con sordo acento la dijo,
    celosos ojos tendiéndola:
    -Si las nuevas que hube tuyas
    cuerdo estimase por ciertas,
    ¡vive Dios que no tornara,
    Rosa ingrata, para verlas!
    Si pensara yo que imbécil
    el oro te enloqueciera,
    trajera cuanto mi lanza
    para los cobardes deja;
    y si que ansiabas supiese
    honras de vana nobleza,
    prendiera yo al condestable,
    y conde o marqués volviera;
    pero yo te quise, Rosa,
    aunque altiva, no opulenta,
    y pensé que por valiente
    simple hidalgo me quisieras.-
    Rosa a este punto, dejando
    el sillón en que se asienta,
    díjole:-Ibáñez, dejemos
    semejantes controversias:
    si te quise y no te quiero.....
    -¡Por Dios vivo!....
    -Ten la lengua.
    Mañana mismo me caso;
    y por súplica postrera
    espero que de este pueblo
    partas esta noche mesma.
    Seré inconstante, traidora,
    liviana...., cuanto tú quieras,
    pero lo tengo pensado
    y estoy, Ibáñez, resuelta.
    -Pero.....
    -Tu empeño es inútil.
    Mi voluntad es aquésta.
    -Y tus votos....
    -Fueron falsos.
    -Y tus caricias.....
    -Quimeras.
    -Y ¡tantos años perdidos
    en ilusiones risueñas!
    ¡Tantos sudores y afanes!
    ¡Tantos peligros por ella!
    ¡Virgen santa, yo deliro!
    ¿Qué infernal visión es ésta?
    Porque a juzgarla posible,
    tanto tiempo no viviera-
    Y así Ibáñez exclamando,
    se asía de las melenas,
    desencajando los ojos
    como a quien sueños aquejan.
    Rosa, la luz en la mano,
    caminando hacia la puerta,
    miraba el dolor de Ibáñez
    con expresiva impaciencia.
    En esto, en el aposento,
    la faz amante, risueña,
    el ferreruelo forrado.
    de blanca y crujiente seda,
    dorado estoque, y de plumas
    linda gorra en la cabeza,
    entró don Bustos Ramírez
    en apostara altanera.
    Linda Rosa...., dijo; y viendo
    a Ibáñez que le contempla
    con ojos entumecidos,
    tornó la vista severa.
    Rosa, apresurada, dijo:
    -Es un pariente que llega
    de la ciudad.-Y don Bustos
    prosiguió así: -Norabuena.
    Seáis, hidalgo, bien venido:
    asistiréis a la fiesta,
    y recibirán mis bodas
    honra con vuestra presencia.-
    Tendió al soldado la mano,
    y él, sin mirar lo que hiciera,
    con el recio guantelete
    la suya al Barón presenta.
    La asió don Bustos y dijo:
    -A no saberlo, creyera
    que fuera, en vez de amistad,
    de roto esta mano prenda
    Miróle Ibáñez un punto,
    y en insondable reserva
    velando el gesto, repuso:
    -Tomadla como os convenga.
    Y tornando las espaldas,
    tomó a obscuras la escalera.


    CONT.


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    [Resuelto]SOBRE LA ROSA... - Página 16 Empty Re: [Resuelto]SOBRE LA ROSA...

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:21

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA


    LAS DOS ROSAS



    De brindis y carcajadas
    estrepitoso rumor
    Se levanta de don Bustos
    en un inmenso salón.
    Alúmbranle mil bujías
    suspensas en derredor,
    entre guirnaldas de flores
    que hábil mano entrelazó
    Vistiéronle de tapices
    exquisitos en valor,
    y cubriéronle de alfombras,
    de un califa regio don.
    En ricos aparadores
    remeda la luz del sol
    vajilla espléndida de oro
    de magnífico primor.
    Rueda el cristal por la mesa,
    y en no interrumpido son
    gotea de vaso en vaso
    dulce y sabroso licor.
    La fiesta es libre, opulenta,
    porque pródigo el Barón,
    a todo el pueblo de Rosa
    bodega y festín abrió.
    Es cierto que a los principios
    el respeto a su señor,
    conteniendo a los vasallos,
    las lenguas les refrenó;
    mas al fin, de los manjares
    el suculento vapor,
    la libertad y la audacia
    a los villanos volvió:
    alzaron desordenados
    una voz sobre otra voz,
    un brindis sobre otro brindis.
    Crecía la confusión,
    aúmentábase el tumulto,
    y con discorde clamor
    cruzaban de una a otra punta
    osada conversación.
    Ocupaban los hidalgos
    en la parte superior
    escaños de terciopelo,
    casi a los pies del Barón;
    y éste, más alto, con Rosa
    usaba otro aparador
    bajo un dosel de brocado,
    do se ostenta su blasón.
    Pajes les sirven; doncellas
    les escancian el licor,
    y el contento les atiza
    la insolencia del bufón.
    Al testero de la mesa,
    y en preferente sillón,
    está el capellán sentado,
    y síguele luego en pos
    el ilustre Ayuntamiento
    en gregüescos y en jubón.
    Enfrente, entro otros hidalgos,
    en ademán pensador,
    se ve al serio Pedro Ibáñez,
    que bocado no gustó.
    Hinchados tiene los ojos,
    los cabellos sin olor,
    la espada y la daga al cinto,
    y el duelo en el corazón.
    El resto ocupan sin orden
    los que, de Busto a la voz,
    el mejor sitio encontraron
    al entrar en el salón.
    Los que en aquél no cupieron,
    acomodarlos mandó
    en otra mesa tendida
    en un largo corredor,
    y allí gritan y disputan,
    harta apenas su ambición
    con los sabrosos manjares
    que devoran sin temor.
    Toda la fiesta es tumulto,
    todo murmullo el salón,
    todo embriaguez y locura
    los vasallos y el señor;
    y a pesar de los secretos
    con que a la conversación
    dan impulso las mujeres,
    murmurando a media voz,
    Rosa está linda, hechicera,
    como jamás se mostró
    caprichosa su hermosura,
    vertiendo gracia y amor.
    Mirándose está en sus ojos
    el fortunado Barón,
    olvidando ante su amada
    cuanto hasta entonces gozó.
    Y ella, radiante dé orgullo,
    alimenta en su ilusión
    los hechizos que le embriagan,
    con estudiado primor.
    Con lujosos atavíos
    astuta se engalanó,
    que acrecientan el deseó
    del turbado corazón.
    Guirnalda de blancas perlas
    a sus cabellos ciñó;
    escotado hasta los pechos,
    bordado de oro, el jubón;
    el cuello, de marfil, orla
    collar de bajo color,
    del que pende, de brillantes.
    la señal de redención;
    y están sus brazos desnudos,
    cuyo brillo tentador
    ostenta en sus movimientos
    exquisita perfección.
    Don Bustos, a quien anima
    la eficacia del licor,
    decía en son de mandato,
    fuerza añadiendo a la voz:
    -Agotadme las bodegas,
    que si dejáis ¡vive Dios!
    una gota, habéis de hacerme
    de todo restitución.
    A eso os llamé a mi castillo
    y a mis fiestas, que si no,
    conforme me caso solo
    gozara solo. -Al rumor
    de estrepitosos aplausos
    estremecióse el salón,
    y por sobre el ronco ruido,
    así don Bustos siglió:
    -¡Eh! Don Pedro, mi pariente,
    Capitán, ¿que os hacéis vos?
    ¿Estáis enfermo, o acaso
    os dijo algún impostor
    que el mayordomo, envidioso,
    mis cubas envenenó?
    Si tal pensáis, os ofrezco
    completa satisfacción.
    Y a propósito.... -Así hablando,
    su inmensa copa apuró.
    Tornaron las carcajadas,
    los aplausos, y el Barón,
    encarado aún con Ibáñez,
    en voz de mofa siguió:
    -Puesto que vos no habéis hecho
    a mis venenos honor,
    os encargo que si muero
    me enterréis como a quien soy.
    Volvieron a los aplausos,
    y a tan tumultuoso son
    asomaron por la sala
    las gentes del corredor,
    que aumentaron el desorden
    preguntando en pelotón:
    -¿Qué es aquesto?
    -Entrad, amigos,
    don Bustos ronco clamó,
    veréis un anacoreta.....
    ¡Por la cruz del Redentor,
    capitán, brindad conmigo
    a mi venturosa unión....!-
    Ibáñez la inmensa copa,
    levantándose tomó,
    mostrando el sombrío gesto
    más que contento, furor;
    y afectando complacerse,
    -Brindemos...., dijo, Barón-
    Mas don Bustos, atajándole
    el brindis, le interrumpió:
    -A mi embriaguez de esta noche,
    que me emborracho por dos.-
    A estas palabras de Bustos,
    de emponzoñada alusión,
    Ibáñez, soltando el vaso,
    cayó, vertiendo el licor.
    -¡Bravo! ¡Sin haber bebido,
    el sueño le acogotó!
    Capitán, ¡voto a mi sangre,
    que sois un mal bebedor!
    Seguía Ibáñez tendido
    de espaldas en el sillón,
    cogidos todos sus miembros
    de congojoso temblor.
    Mofáronle los villanos,
    el gesto Bustos frunció,
    palidecieron las mozas,
    y en visible turbación,
    Rosa sobre el blanco pecho
    pálida la faz dobló.
    Don Bustos, rompiendo un vaso,
    alzó iracundo la voz:
    -¿Os pesa, por vida mía,
    Capitán, mi dicha a vos?
    Alzóse sobre su asiento,
    y el pueblo entero calló,
    porque los ojos de Bustos
    centellaban de furor;
    temblaba en su escaño Rosa,
    y así decía el Barón:
    -Brindad, capitán, conmigo
    a mi boda, o ¡vive Dios,.
    que esta noche mis lebreles
    os desgarran el jubón!-
    A tan brusco llamamiento,
    Pedro Ibáñez requirió,
    poniéndose en pie, su espada,
    con semblante tan feroz,
    que oyóse entre las mujeres
    un ¡ay! sordo de pavor,
    y a sus espaldas la turba,
    cobarde retrocedió.
    Don Bustos Ramírez, puestos
    ambos pies en su sillón,
    la izquierda sobre la mesa,
    que al recibirle crujió,
    mirábale de hito en hito;
    y el áspero ahogado son
    que le hervía dentro el pecho,
    el borrascoso color
    de sus ojos, la melena,
    que le cuelga en confusión,
    uniéndose con la barba,
    que le cerca en derredor
    todo el rostro, lo semejan
    a un formidable león
    que acecha sobre una roca
    la vida del cazador.
    Pedro Ibáñez, frente a frente,
    sin muestras de turbación,
    fijó en sus ojos los ojos
    y a la lid se apercibió.
    Pasó un momento angustiado
    en que nadie de los dos
    con movimiento o palabra
    la contienda provocó.
    La turba tenía ahogado
    el aliento de terror,
    y de ambos podía oirse
    el latir del corazón.
    Al fin don Bustos, en hondo
    gemido, torvo exclamó,
    -Brindad, hidalgo, a mis bodas,
    y os juro a mi salvación,
    que en la escarpia de una almena
    os ahorco como a un traidor.
    Ibáñez, a estas palabras,
    como una tigre veloz
    saltando sobre la mesa,
    ligero, una copa asió.
    De un paso salvando el trecho
    que le aparta del Barón,
    -Brindemos, dijo.
    -A esta noche,
    Bustos repuso; a mi amor.
    -A mi cabeza, don Bustos,
    que clavada en un lanzón,
    os recuerde a todas horas
    toda una noche de amor.
    -¿Es un insulto?
    -Es un brindis.
    ¿No le aceptáis?
    -Sí, ¡por Dios!
    Bebed, y aquesa cabeza
    sea la última ilusión
    que alcancen a ver mis ojos,
    de mi féretro en redor.
    -¡Sea!
    -¡Sea! -Y afirmando
    tan sacrílega intención,
    todo el licor se sorbieron
    de un solo trago los dos.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:26

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA


    LAS DOS ROSAS



    Está la noche serena;
    melancólica la luna,
    reverbera en la laguna,
    y manso el aire resuena.
    Murmura en la parda sombra
    inquieto el Carrión pasando,
    con limpios hielos orlando
    del campo la árida alfombra.
    No se alcanza en la ribera
    ni césped, ni flor, ni espiga,
    que brote a la sombra amiga
    de alguna encina altanera.
    Todo el campo es soledad,
    silencio y vapor confuso,
    que en todo el invierno puso
    viudez y esterilidad.
    Vese a lo lejos la sierra
    como aparición extraña,
    que en la escarpada montaña
    la nieve esconde la tierra.
    Y entre las breñas se escucha
    la ronca voz del torrente,
    cuyo ancho raudal rugiente,
    conquistando espacio lucha.
    Tal vez del mastín atento
    resuena el tenaz ladrido,
    oliendo el lobo escondido
    que acecha el redil hambriento.
    Al pie de la alta colina
    yace el lugar solitario,
    acogido el vecindario
    al corro que le domina.
    Sobre él, el negro castillo
    de don Bustos se columbra,
    del astro de paz que alumbra
    al resplandor amarillo.
    Y aun vomitan sus ventanas,
    en confusión infernal,
    las cantigas que, profanas,
    respira la bacanal.
    Aun puede oirse por ellas,
    con el brindis del Barón,
    el seco y discorde son
    del vino y de las querellas.
    Viénense allí a dibujar,
    con la luz de las bujías,
    mil medrosas fantasías
    espantosas de mirar.
    Y los vidrios de colores
    radian en la lobreguez
    la movible brillantez
    de fugaces resplandores.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:29

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA


    LAS DOS ROSAS

    Al pie del áspero muro,
    inmoble en la sombra está,
    contemplando las ventanas
    con desesperado afán,
    torvo el semblante y lloroso,
    sin apenas alentar,
    el triste y burlado Ibáñez
    en insufrible ansiedad,
    Crispados tiene los puños,
    desencajada la faz,
    y el cuerpo todo acosado
    de una convulsión mortal.
    Vese en el húmedo ambiente
    su aliento a veces vagar,
    como sombras que, brotando,
    -viven un punto no más.
    Por los espesos bigotes,
    filtrando el rocío va,
    y mojándolas, sus ropas
    azota el aire fugaz.
    Amante desventurado
    y desdeñado galán,
    está en su mente midiendo
    la infinita eternidad.
    Porque, ¿qué vida le aguarda
    ni qué vida ha de esperar
    quien no halla en sus negros días
    más que tedio y soledad?
    Tantos sueños de ventura,
    tanta ilusión celestial,
    tanta esperanza engañosa
    perdida en la realidad;
    tantos afanes por ella,
    tanto sufrir y lidiar,
    mirando la luz lejana
    de un mentiroso fanal,
    que fue tan sólo el reclamo
    que anunció un puerto falaz,
    para mirarle más cerca
    engañado zozobrar.
    ¿Dó están las fragantes flores,
    las bendiciones dó están,
    con que el amor deliraba
    en la juvenil edad?
    El fue a la sangrienta guerra
    como valiente, a buscar
    premio y fortuna de hidalgo,
    de que se sintió capaz.
    Pródigo vertió su sangre,
    de su vida sin piedad,
    por volver ante su Rosa
    digno de su amor fatal;
    y ella, en tanto, deslumbrada
    o acaso liviana asaz,
    en los brazos de otro dueño
    se dispone a reposar.
    ¡Oh! ¡Que esas risas confusas
    que oye a través del cristal,
    desde el infame castillo
    a la atmósfera brotar,
    le parecen los aullidos
    con que una turba infernal
    aplaude atroz los tormentos
    que alambica Satanás.
    Ellos, celebrando alegres,
    en ruidosa bacanal,
    el bien que en despecho eterno
    infeliz él llorará;
    ellos, brindis y cantares,
    y amor y felicidad;
    y él, lágrimas y dolores
    que nunca se acabarán.
    ¡Oh! Y cobarde aunque ofendido,
    resignado dejará,
    aunque él su ofensa no olvide,
    que la olviden los demás.
    Mas ¿qué escucha el desdichado
    con esa atención tenaz,
    que hacia delante tendido
    al borde del foso está?
    Los ojos lo brotan fuego,
    creciendo el aliento va,
    y atenazados los dientes,
    déjanle apenas lugar.
    Calmado el rumor lejano
    de la impura bacanal,
    oyóse un canto dulcísimo
    en el salón murmurar.
    Era una voz amorosa
    y de enloquecer capaz
    al corazón más hundido
    en torpe incredulidad.
    Del arpa del trovador
    al misterioso compás,
    suena a pedazos, perdido
    en la distancia, el cantar.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:32

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS

      «Mi vida, Busto, y mi alma
      no tengo en ni; mano yo;
      no tengo qué darte, Busto,
    sino cuanto guarda de fe el corazón.
      «Yo te lo doy todo entero;
      vida y alma vuelva a Dios
      cuando le plazca, y tú, Busto,
    hasta a mi sepulcro disputa mi amor.»


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:36

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    Cesó el cántico, y se oyeron
    largos aplausos sonar,
    que estremecieron el aire
    en prolongada espiral.
    Ibáñez, como viajero
    que harto ya de caminar
    se sienta a buscar reposo
    donde ha de abrirse un volcán,
    retrocedió de aquel canto,
    al desgarrador compás,
    despierto a la voz de Rosa
    su mal adormido afán.
    «Dale, ya que está en tu mano,
    ¡ingrata! ese corazón,
    dijo, y el alma y la vida
    que vuelvan torpes a Dios;
    dásele, que por un soplo,
    con que tornaros carbón,
    toda el alma y media vida,
    a Satanás diera yo.»
    Y aquesto diciendo Ibáñez
    en agonía mortal,
    revoleábase en la arena
    hiriéndose sin piedad.
    Lanzaba del hondo pecho
    bramido tan gutural,
    tan feroz, que aun a las fieras
    alcanzara a amedrentar;
    y dijeran, escuchando,
    el ruido que, haciendo está,
    que luchaba alguna de ellas
    con otra en la obscuridad.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:40

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    Rueda entretanto la argentina luna
    del vago cielo en el espacio azul,
    sombra dejando y niebla que importuna,
    mancha y entume su radiente luz.



    La escarcha entre los céspedes se cuaja,
    deshaciéndose en gotas de cristal,
    y cada espino que aquilón rebaja,
    perlas por fruto transparentes da.



    En confusa ilusión todo se ostenta
    en la estéril llanura del país,
    entre el velo de nieblas que se aumenta,
    cual pabellón colgado del cenit.



    Allá en un valle do la niebla impura
    tarde se posa, el rápido Carrión,
    frágil rodando, en soledad murmura
    con medroso y monótono rumor.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:47

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    Ya del castillo en el salón se mengua
    la báquica algazara del festín,
    torpe tal vez con el licor la lengua
    cuyo peso no alcanza a resistir.



    Aun se alza entre el murmullo interrumpido
    el brindis tumultuoso del Barón,
    con el cantar de Rosa entretenido
    y el arpa del errante trovador.



    Aun en los vidrios tibia se dibuja
    de alguna sombra la ilusión fugaz,
    como al conjuro de andrajosa bruja,
    el diablo por el sol se ve cruzar.



    Mal sosegado Ibáñez todavía,
    lanza celoso en iracunda voz
    los ayes postrimeros de agonía
    con que se extingue su perdido amor.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:50

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    Dentro del pecho, en ponzoñosa llama
    sanguinosa, alumbrándole al morir,
    su negra antorcha vigorosa inflama
    la venganza que nace de su fin.



    Pásanle por la mente dolorida
    mil fantasmas de impúdico placer,
    que embellecen sin fin la ajena vida,
    la suya desgarrándole a la vez.



    La imagen del altivo castellano
    entre sus sueños por doquiera está;
    doquier del sueño entro el tumulto vano,
    amor se juran, ósculos se dan.



    Doquier en ellos, de su ingrata Rosa
    la blanca sombra que la esquiva ve,
    a otra fantasma presentando ansiosa
    los labios, que arden de amorosa sed.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 03:53

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    «¡Maldita, entonces desolado exclama,
    maldita seas, infernal visión!»
    Y el llanto que en su cólera derrama,
    la hoguera apaga del antiguo amor.



    «¡Oh! ¿Qué me importa, el infeliz decía,
    tarda opulencia y mentirosa prez,
    si la mitad de la existencia mía
    nunca con ella dividir podré?



    «¡Venga el infierno, y por la vida y alma
    mi venganza me dé, si no mi amor!
    Por ese instante de sangrienta calma,
    lleve el infierno cuanto fue de Dios.»



    Más se espesaba cada vez la niebla,
    menos radiaba en derredor la luz,
    el aura de honda obscuridad se puebla,
    nada se ve del firmamento azul.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 04:18

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    Cual orla leve de fantasma errante,
    cual rayo de relámpago fugaz,
    creyó Ibáñez que viera por delante
    la sombra de un espíritu pasar.



    Era un objeto silencioso y vago,
    sensible solamente a la visión,
    como reflejo que sombrío lago
    de un fuego fatuo a la presencia alzó.



    Era una sombra que con propia vida
    no necesita luz para nacer,
    cual nube que en el éter va perdida
    sin auxilio de plumas ni de pies.



    Los ojos no conciben su contorno,
    no reducido a forma aquel vapor;
    tal vez en él deformidad y adorno,
    galas lo mismo que defectos son.

    CONT.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 04:25

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    No trajo voz ni levantó sonido
    por el húmedo suelo al resbalar,
    mas sintió el corazón sin el oído
    del triste ser la inmediación fatal.



    Tocóse Ibáñez la ardorosa frente,
    y la ancha mano se iriundó en sudor:
    razón y ayuda demandó a su mente,
    y no estaba en su mente su razón.



    Tendió la mano a la segura tierra,
    el cuerpo que vacila a sostener,
    y en vez del césped, en sus dedos cierra
    áspero hierro que se aprieta a él.



    En vano, abierta la medrosa mano,
    le abandona a su propia gravedad;
    las palmas hacia sí retira en vano:
    siempre tras ellas el objeto va.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 04:28

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    Ásela al fin, le oprime: es una llave.
    ¿Quién en aquellos sitios la perdió?
    ¿Un peregrino? ¿Un trovador? ¡Quién sabe!
    Tal vez del cinto la perdió el Barón.



    Ibáñez la guardó. Siniestro y lento
    era su paso, y tardo el caminar;
    parecía que el solo pensamiento
    empujaba a la muerta voluntad.



    Él tenía un secreto repentino
    que jamás hasta entonces comprendió;
    sólo en la mente le abortó el destino,
    no lo supo jamás el corazón.



    Ibáñez ni se acuerda ni lo sabe,
    que con su mente su intención no va;
    sólo percibe que al llevar la llave,
    crece en el pecho vengativo afán.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Mayo 2022, 04:30

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



      Ni piensa, ni resiste, ni consiente,
    ignora acaso su intención cuál es;
    mas ni dada a la par ni se arrepiente
    de lo que llegue a consentir ni hacer.



      En un pilar que sobre el foso obscuro
    en una grieta de la peña está,
    metió la llave, y recediendo el muro,
    postigo oculto le convida a entrar.



      Hundióse Ibáñez por el muro hendido,
    silencioso, sombrío, audaz, traidor,
    como un remordimiento mal dormido
    entra en el descuidado corazón.



      Quedóse en soledad el campo mudo,
    y entre la lobreguez tomóse a oir
    la voz del aquilón salvaje y rudo,
    y el murmullo apagado del festín.

    CONT.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 04 Mayo 2022, 23:54

    Cuánto tiempo sin pasar por este hermoso rosal de versos, amigo mío.
    Reconforta, así que las gracias, como siempre y besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Mayo 2022, 05:08

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



      Quien mirara a Pedro Ibáñez
    ir caminando a deshora
    por las cuevas del castillo
    al resplandor de una antorcha,
    erizados los cabellos,
    la faz amenazadora,
    los pasos desatentados,
    creyérale alguna sombra
    que alzando de su sepulcro
    la fría y maciza losa,
    de Dios a los vivos trae
    sentencia exterminadora.
    Sus lentos pasos retumban
    por las olvidadas bóvedas,
    y de una en otra perdidos,
    cual gemidos, se prolongan.
    En las grietas de las piedras,
    las arañas hiladoras,
    al resplandor de la luz
    los negros cuerpos asoman,
    y la inflexión de la llama
    que vacilante y dudosa
    reverbera por los muros,
    que viste tiniebla lóbrega,
    fantasmas de luz se pintan,
    cuya aparición diabólica,
    en el punto que se muestra
    vuelve a perderse en la sombra.
    En cada rincón obscuro
    en que la vista, se posa,
    parece que amedrentadas
    quimeras le desalojan.
    A cada puerta o esquina
    que se pasa o que se dobla,
    parece que allá a lo lejos
    vuelan en fúnebre tropa.
    Todas las manchas y bultos,
    rostro y movimiento toman,
    y ya miran, ya amenazan,
    ya ríen, temen o mofan.
    Visiones descoloridas
    que el alma crédula aborta
    en la niñez, atacada
    de fábulas mentirosas.
    A pasos lentos Ibáñez
    caminando incierto, topa
    ancho salón embutido
    de madera hasta la bóveda.
    Allí, de pez y de plomo
    y materias resinosas,
    inmenso almacen juntaron,
    que para defensa propia
    en tiempos tan turbulentos,
    precaución ninguna sobra.
    Como obedeciendo Ibáñez
    a oculta causa imperiosa,
    o de antiguo pensamiento
    a la fuerza tentadora,
    debajo los combustibles
    metió resuelto la antorcha.
    Brotó la seca madera
    espesa, turbia y sonora
    nube de volátil humo,
    con que el fuego se corona.
    Cerrando entonces la puerta,
    Ibáñez a tientas toma
    la ruta por donde vino,
    hasta una escalera rota.
    y en lucha áspera y difícil,
    asaltando una tras otra,
    llegó a la torre en que Bustos,
    señor del castillo, mora.
    Era una torre capaz,
    circundada a la redonda
    de un terrado que rematan
    las almenas protectoras.
    A su amparo, y defendidas
    de exterior ofensa, toman
    la luz dos anchas ventanas
    que rejas robustas orlan.
    Corrió Ibáñez a una puerta
    una barra ponderosa
    que impide abrirla por dentro,
    y la faz pálida y torva,
    asiéndose de una reja,
    por una ventana asoma.

    CONT.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Jue 05 Mayo 2022, 05:16, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Mayo 2022, 05:14

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



      Ya libres de las miradas
    de la multitud curiosa,
    que grosera e imprudente,
    hasta cuando aplaude estorba,
    en delicioso retiro
    Rosa y don Bustos a solas,
    de sus amores platican
    en su cámara ostentosa.
    Ella aparece cual nunca
    halagüeña y seductora,
    suelto el cabello y los lazos,
    aliviada de las joyas.
    Él en sus brazos la aduerme
    en ilusión amorosa,
    más que nunca embebecido
    en las gracias que la adornan.
    Ella en silencio le mira,
    y las lágrimas le borra
    que de amor y de esperanza
    de los párpados le brotan.
    Él los labios encendidos,
    la mirada borrascosa,
    que aun turba el licor ardiente
    cuyos vapores le embotan.
    Y ella, con ósculos tiernos
    templando la abrasadora
    sed de sus labios, lo besa
    entre osada y ruborosa.
    Una cortina de seda
    que entera cubre la alcoba,
    vela a los profanos ojos
    la escena voluptuosa,
    aunque la luz de una lámpara
    cuanto olvidada traidora,
    trémula dibuja en ella,
    si no los gestos, las sombras.
      Si los ojos de un celoso,
    cuando las dudas le acosan,
    pudieran salvar los muros
    en las alas de su cólera,
    bien pudieran los de Ibáñez
    hacer jirones ahora
    la impertinente cortina
    en donde atento los posa.
    Dos barras de la ancha reja
    ase, que casi las dobla,
    y los ojos de serpiente
    se le saltan de las órbitas.
    Sin perder línea ni pliegue
    de la tela tembladora,
    sigue el movimiento fácil
    de las proyectadas sombras.
    Y ajenos de aquel testigo,
    Bustos Ramírez y Rosa,
    sus amorosas caricias
    en la soledad redoblan.
    Crujían los blandos besos
    en la morada recóndita,
    y afuera, del triste Ibáñez
    las aspiraciones roncas.
    A cada amante palabra
    que en el aposento brota,
    responde en la oculta reja
    una blasfemia espantosa;
    y entretanto que uno sufre,
    y libres los otros gozan,
    doblar se oyó la campana,
    que a fuego y rebato toca.
    Interrúmpese el placer,
    y el sufrimiento se corta,
    y el que antes gozaba, sufre,
    y el que antes sufría, goza.
    Al ronco empuje del cierzo,
    que con dobles alas sopla,
    crece el incendio y revientan
    la llamas devastadoras.
    Caen las techumbres de cedro,
    las almenas se desploman,
    estremécense las torres,
    y se derumban las bóvedas.
    Cada sala es una hoguera,
    cada ventana una boca
    que humo y resplandor vomita
    y brama en tormenta sorda.
    Envano piden de dentro
    que en su angustia les socorran;
    en vano aterrados gritan,
    gimen, blasfeman ú oran;
    sordos están cielo y tierra;
    denso el humo les ahoga,
    y con el son del incendio
    sus lamentos se sofocan.
      De aquella terrible hoguera
    a la trémula luz roja,
    se ve de los campesinos
    la turba triste y medrosa,
    como viajeros curiosos
    que contemplando se asombran
    una erupción del volcán
    que fuego y peñascos brota;
    y allá, del Carrión humilde
    a la margen de las ondas,
    Ibáñez también lo mira
    con indiferencia torva.
    Apoyado está en un tronco,
    asida una mano a otra,
    y en una almena los ojos
    que ruina amenaza pronta.
    Al fin de afanosa lucha
    desesperada y dudosa,
    cayó en el foso la almena;
    y tras de la piedra rota
    quedó una ventana, en donde,
    como ilusión dolorosa,
    los brazos al cielo tienden
    por la reja dos personas.
    No se sienten sus lamentos,
    ni se alcanza de su forma
    más que la expresión horrible
    en su profunda congoja.
    Llamas voraces los cercan
    en irresistible tropa,
    de cuya rabia es inútil
    implorar misericordia.
    La inmensa torre rodean,
    puertas y muros devoran,
    y ¿cómo esperar perdón
    de quien ni piedras perdona?
    Una llamarada inmensa
    la cerró en sus pliegues toda,
    y se borró para siempre
    la aparición congojosa.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Mayo 2022, 05:17

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



      Dejó la ribera Ibáñez,
    y al despuntar de la aurora,
    a todo escape, en un potro,
    valle y castillo abandona.



      Del espléndido palacio
    que ocupa en Valladolid
    el rey don Juan el segundo,
    -ya de su reinado al fin,
    están recordando alegres
    su antigua amistad pueril
    dos bizarros cortesanos
    en oculto camarín.
    Y en el continuo abrazarse
    y en el continuo reír,
    se ve que en hallarse tienen
    satisfacción infantil,
    y que cada cual se goza
    la ajena historia en oír,
    como en recordar la suya,
    tal vez triste para sí.
    Están en el propio punto
    en que, de entrambas al fin,
    tornan a identificarse
    y su gozo a repetir.

    DON RODRIGO


    Conque ¡voto a Belcebú!
    aquel antiguo soldado
    que tanto lidió a mi lado
    por mejor causa, eres tú?


    IBÁÑEZ


    Yo mismo sin duda alguna:
    aquel Ibáñez soy yo.


    DON RODRIGO


    Mucho a entrambos acudió
    compasiva la fortuna.


    IBÁÑEZ


    Compáranla a una veleta
    por tan inconstante ser.


    DON RODRIGO


    Dejara de ser mujer
    fortuna, a no ser inquieta.
      Mas otro abrazo me da,
    que aun dado si estoy soñando.


    IBÁÑEZ


    Abrazos te iré yo dando
    si éste te despertará.


    DON RODRIGO


    Mas ¡por Dios! que rico te hallo,
    Ibáñez, y, a lo que veo,
    no ayudó mal tu deseo
    tu lanza con tu caballo;
    pues si no me acuerdo mal,
    era tu única riqueza.


    IBÁÑEZ


    Expatrióse mi pobreza
    merced al favor Real.
      Dijeron de mi valor
    No sé qué, y conde me hicieron.


    DON RODRIGO


    Bien con tu valor cumplieron.


    IBÁÑEZ


    No, sino con mi favor.
      Debióme la vida el Rey
    en Navarra, y no fue más.


    DON RODRIGO


    ¡Oh! Pues ¡voto a Barrabás,
    que fueron hombres de ley!
      Y ¿qué hacen, viéndote rico,
    esos parientes hambrientos?


    IBÁÑEZ


    Don Pedro llaman atentos
    al que llamaban Perico.
      Yo les dispenso el cumplido
    y les abrazo cortés.
    Pídenme, niego, y después,
    se van por donde han venido.
      Pero a ti, por vida mía,
    que tampoco mal te fué.


    DON RODRIGO


    Tanto, Ibáñez, porfié,
    que salí con mi porfía.
      No me tocó, como a ti,
    condado ni valimiento;
    pero en oro puro cuento
    cuanto basta para mí.


    IBÁÑEZ


    Y a bien que si la memoria,
    de tu ambición no me engaña,
    no te basta toda España.


    DON RODRIGO


    Aquí paz, y después gloria.
      Poseo lo que me basta
    para tener envidiosos,
    amigos menesterosos
    y una numerosa casta.
      Aturdido me dejaron
    a mi vuelta tales gentes;
    no sé cuándo mis parientes
    así se multiplicaron.


    IBÁÑEZ


    Y ¿consiguen de su afán....


    DON RODRIGO


    Lo que los tuyos de ti:
    pídenme, niego, y así,
    por donde vienen se van.


    IBÁÑEZ


    ¡Justo! Así, beso por beso
    y puñada por puñada.


    DON RODRIGO


    Cual ella me, fue obligada,
    por mi gente me intereso.
      Pero bien está, y responde:
    ¿En qué tu amor se quedó?
    ¿En humo se disolvió
    con el resplandor de Conde?


    IBÁÑEZ


    El antiguo, hace seis años
    humo es, como bien has dicho;
    que vienen tras un capricho
    un millón de desengaños.
      Pero hoy.....


    DON RODRIGO


    Oyéndote estoy,
    concluye. ¿Por de'eontado,
    que estarás enamorado?


    IBÁÑEZ


    Rodrigo, nunca como hoy.


    DON RODRIGO


    ¿Será hermosa?


    IBÁÑEZ


    Como un oro.


    DON RODRIGO


    ¿Niña?


    IBÁÑEZ


    Diez y ocho quizás.


    DON RODRIGO


    Pues ya no la falta más
    que ser rica como un moro.


    IBÁÑEZ


    Lo cierto en ello no sé;
    pero en la corte introdujo
    su llegada tanto lujo,
    que casi escándalo fue.


    DON RODRIGO


    Pues ¡por Dios, que la fortuna
    no se cansa en tu favor!
    Pero tendrás de su amor
    prendas que.....


    IBÁÑEZ


    Indignas, ninguna.


    DON RODRIGO


    Pero ¿rivales un ciento?


    IBÁÑEZ


    No, por cierto, mi Rodrigo,
    yo solo soy quien consigo
    finezas y valimiento.
      Es cierto que no hay barón,
    hidalgo, conde o marqués,
    que no rindiera a sus pies
    su fortuna y su blasón.
      No hay trovador ni galán
    que en cantares y torneos
    no se exceda en galanteos
    a Rosa de Montalván.
      Todos los ojos en ella
    detiene la multitud,
    porque tiene de virtud
    cuanto de rica y de bella.
      Mas ella, por importunos
    acredita sus festejos:
    todos los ojos, de lejos
    la gozan; cerca, ninguno.
      Y te aseguro en verdad,
    que aunque la amo como un loco,
    no estimo, Rodrigo, en poco,
    por ello mi vanidad.


    DON RODRIGO


    De tu fortuna me admiro,
    Pedro Ibáñez, envidioso;
    y más estoy de orgulloso,
    cuanto más feliz te miro.
      Mas ¿quién es esa hermosura
    tan sin tacha de mujer?


    IBÁÑEZ


    No pude tanto saber.


    DON RODRIGO


    Pues a fe que es aventura.


    IBÁÑEZ


    Porque nada se concilia
    de haber nacido en la Galia,
    y en Aragón y en Italia
    tener hacienda y familia.
      Su apellido es castellano,
    Rodrigo, como tú ves.


    DON RODRIGO


    Y pienso que también es
    hasta francés é italiano.
      Pero, pues es rica y bella
    y os amáis los dos así,
    tanto es ella para ti,
    como eres tú para ella.
      Cuando estemos más a espacio,
    Pedro, me la mostrarás.


    IBÁÑEZ


    Esta noche la verás.
    que ha de venir a palacio.
      Por mujer la he de pedir,
    y esta noche he de saber
    si puede y cómo ha de ser,
    que ella me lo ha de decir.


    DON RODRIGO


    ¿Tan pronto?


    IBÁÑEZ


    Estoy decidido..
    Tanto en sus ojos me abraso,
    que este mismo mes me caso
    si consiente en lo que pido.


    DON RODRIGO


    Prodigio será en lo bello,
    según de perdido estás.


    IBÁÑEZ


    Esta noche la verás
    y decidirás en ello.
      Entretanto, hasta después,
    que el Rey sale.


    DON RODRIGO


    Vete en paz,
    y que en verla habré solaz
    no te olvides.


    CONT.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Jue 05 Mayo 2022, 05:27, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Mayo 2022, 05:26

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS


    IBÁÑEZ


    Adiós, pues.

    Tomó Ibáñez la escalera
    que daba al cuarto del Rey
    sin que Rodrigo los ojos
    un punto apartara de él.
    Doblóse detrás de Ibáñez
    la mampara en la pared;
    el ruido de sus pisadas
    se acabó al fin de perder,
    y aun le parece que le oye,
    que le abraza y que le ve;
    tanto el encuentro de Ibáñez
    fue a don Rodrigo placer.
    Pasaron unos momentos
    en que, perdido tal vez
    en recuerdos deliciosos,
    quedó distraído en pie,
    los ojos en la mampara
    que cerró al salir aquél,
    y una sonrisa en los labios
    de verdad y sencillez.
    Al fin, soltando un suspiro,
    exclamó, el rostro al volver:
    «¡Por la Virgen, que me alegro!
    ¿Quién lo imaginara de él?»
    Por la plaza de San Pablo,
    ya bien entrada la noche,
    del palacio Real volviéndose,
    van platicando dos hombres;
    y a la luz que reverberan
    dos moribundos faroles,
    aunque no se ven sus rostros,
    sus figuras se conocen.
    A corto trecho delante,
    y a lentos pasos, recorre
    vía igual una litera
    seguida de dos hachones;
    y entre las verdes cortinas,
    a los rojos resplandores
    se divisan dos mujeres
    sentadas en los sillones.
    Atravesaba todo ello
    por la obscuridad informe
    como de los sueños pasan
    fantásticas las visiones.
    Y en los criados que alumbran,
    y en los obscuros colores
    que viste la comitiva
    de las cortesanas nobles,
    un no sé qué se trasluce
    de rápidas precauciones,
    que todo parece envuelto
    en invisibles vapores.
    Al reflejo de las luces
    se ven los rostros inmobles,
    los ojos cristalizados
    de los negros servidores.
    Y algún crédulo dijera
    que en tal misterio se esconde
    un cumplimiento severo
    de las celestiales órdenes.
    Mas fuera vano temor
    de la ilusión de la noche,
    porque entrados en un patio,
    los hidalgos se disponen
    a recibir a las damas,
    a quien parece que ronden,
    según del alcázar fueron
    detrás de ellos hasta entonces.
    -¡Rosa mía! exclamó el uno,
    prestando, en los escalones
    primeros, el brazo a una,
    al parecer la más joven.
    -Estáis, don Pedro, servido,
    ella pronta respondióle,
    abandonando en las suyas
    una mano que él recoge.
    Mi madre consiente en ello,
    y excusando dilaciones,
    en vos está la tardanza.
    -Porque tal dicha se logre,
    perdiera cuanto poseo.
    Sueño parece esta noche
    que no he de olvidar jamás.-
    Aquí a los anchos salones
    llegaban de su palacio,
    en cuyos ricos primores
    es bien que, audaces los ojos,
    se admiren cuando se posen.
    De finísimos tapices
    toda la sala vistióse,
    mullida en el pavimento
    alfombra de vivas flores.
    Candelabros de oro y plata
    por las mesas y rincones,
    y vajillas y preseas
    doquiera en aparadores.
    Rosa y don Pedro, sentados,
    esperaron a que torne
    don Rodrigo, que acompaña
    a la madre desde el coche,
    delante una chimenea,
    cuyos morillos de bronce,
    teniendo están, disolviéndose
    en ceniza, medio roble.
    Entre las llamas volubles,
    lanzan los rojos tizones
    chispas que, naciendo espléndidas,
    desaparecen veloces.
    El humo elástico asciende
    en espirales deformes,
    despedido por las llamas,
    que brotan a borbotones;
    y por doquiera que el tronco
    lentas o voraces orlen,
    hierve la savia que mana,
    resistiendo sus furores.
    Entró por fin don Rodrigo,
    y apenas Ibáñez vióle,
    tomándole de la mano,
    delante Rosa le pone.
    -Ésta es mi esposa, le dijo.
    Alzó Rodrigo la noble
    frente, y la beldad de Rosa
    viendo, en verdad asombróse.
    Saliéronse del salón,
    y al cruzar por los portones,
    a Rodrigo que lo sigue,
    Pedro Ibáñez preguntóle:
    -¿Qué te parece de Rosa?
    ¿Otra más linda conoces?
    -¡Por Dios, contestó Rodrigo,
    que no la hay entre los hombres!
    Y así permitan los cielos
    que tantos años la goces,
    como ella tiene de deudas
    a los cielos de favores.



    Era Rosa de célica hermosura,
    rica de gracias, rabosando amor,
    trasunto de la esbelta criatura
    que hizo en el fértil Paraíso Dios.



    Soles los ojos, rosas la mejilla,
    risa los labios y marfil la tez,
    donde la calma de la infancia brilla,
    rica a pesar de juvenil placer.



    No pertenece su hermosura y gala.
    a género, ni siglo, ni país,
    ni terrena beldad llega ni iguala
    de la alma Rosa a la beldad gentil.



    Gravita apenas en la blanda alfombra
    la leve huella del enano pie,
    y tiene más de vaporosa sombra,
    de inefable visión, que de mujer.



    Flota el cabello en perfumados rizos
    al impulso de céfiro fugaz,
    velando de la espalda los hechizos
    su voluble y espléndida espiral.



    Cáenla en la mórbida cintura,
    en grupos que sujeta el cinturón,
    los pliegues de la blanca vestidura,
    que agita ligerísima en redor.



    Como las aguas de elevada fuente,
    caen en hebras de líquido cristal,
    y el aura con mansísima corriente
    las mece confundidas al bajar.



    Doquier que está la delicada Rosa,
    en la corte, en el baile, en el festín,
    no hay ojos ni atención para otra hermosa:
    toda la absorbe poderosa en sí.



    Por eso pasa solitaria vida
    en medio de ruidosa sociedad,
    de las damas sin duda aborrecida,.
    y respetada del amante audaz.



    Y por eso a los pies de sus balcones,
    guardias perennes embozados son;
    y óyese de estocadas y canciones,
    en la alta noche desigual rumor.



    Siempre a sus puertas en misión de amores,
    dueñas y pajes aguardar se ven,
    ya ramilletes de tempranas flores,
    ya amorosos billetes a traer.



    Pero nunca se abrió puerta o ventana,
    ni billete ni flor a recibir;
    del palacio jamás la soberana,
    canto pagó de trovador gentil.



    Jamás oído de varón dichoso,
    el eco suave de su acento oyó;
    ni una mirada por su afán penoso,
    gozó de Rosa parecido a amor.



    Ninguno supo su pasada historia,
    nadie el solar en que nació cuál es;
    nadie de su beldad tiene memoria,
    nadie pudo a su gente conocer.



    Si algún osado su familia y tierra
    de sus esclavos a inquirir llegó,
    el secreto tenaz en que se encierra
    no supo nunca por su propia voz.



    Vagos rumores, misteriosos cuentos,
    corren de ello tal vez en la ciudad,
    mas posan en tan vanos fundamentos,
    que apenas nacen, cuando en tierra dan.



    Un hombre solo su palacio abierto,
    libres sus salas encontró tal vez,
    y de su audacia y su fortuna incierto,
    pasó el umbral con receloso pie.



    Ibáñez solo de la linda maga
    tocó la mano y escuchó la voz;
    Ibáñez solo de placer se embriaga,
    cediendo irresistible a la pasión.



    No exhaló en vano sus amantes quejas.
    volado en la nocturna obscuridad,
    que cuando ronda sus doradas rejas,
    ella amorosa a responderlo va.



    Nunca enojada de su amante exceso,
    por un cariño le volvió un desdén,
    porque con fácil y abrasado beso,
    una mirada le pagó tal vez.



    Solo testigo de su amor demente
    fue don Rodrigo, y admiró su amor.
    Sólo con él que mercenaria gente,
    la fortuna de Ibáñez defendió.



    Mas que a despecho de la corte fuera,
    él la idolatra a cada instante más;
    y por desprecio de la corte entera,
    su boda Ibáñez preparando está.



    Era una noche de aterida niebla,
    en que refleja tan dudosa luz,
    que entre la sombra que el espacio puebla,
    nada se ve del firmamento azul.



    En un salón henchido de riqueza,
    un inmenso cercando aparador,
    los vasallos están de más nobleza
    que el rey don Juan entre su corte halló.



    Acogotando allí su envidia toda,
    damas o hidalgos en el Real festín,
    brindan y cantan a la ansiada boda,
    mal recatando su despecho así.



    Suenan las copas y las arpas suenan
    con largo y libra interminable son,
    y el aire denso y perfumado llenan
    de blando y ronco y desigual rumor.



    Al lado Ibáñez de su linda esposa,
    ebrio de amor y de ventura está;
    y cuando admira la beldad de Rosa,
    crece en el pecho su amoroso afán.



    Toda su vida le parece un sueño,
    entre cuyos vapores nada ve,
    más que el camino que, tras largo empeño,
    le trajo de esta noche hasta el edén.



    Rosa se muestra como nunca bella,
    cual nunca Ibáñez por azar la vio,
    aunque hoy encuentra perspicaz en ella,
    algunas galas que la van mejor.



    Halla en su rostro la expresión incierta
    de una vaga ilusión de otra mujer,
    con cuya oculta realidad no acierta
    y cuyo tipo conoció tal vez.



    A veces piensa que la faz de Rosa
    no es de su Rosa la continua faz,
    y aun le parece que su frente hermosa
    muestra a intervalos palidez mortal.



    Pero es un sueño: de la alegre fiesta
    y de los brindis los efectos son;
    mas su cariño a su ilusión se presta,
    crece con ella el fuego de su amor.


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    [Resuelto]SOBRE LA ROSA... - Página 16 Empty Re: [Resuelto]SOBRE LA ROSA...

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Mayo 2022, 05:31

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS



    Aquella misteriosa semejanza,
    más le contenta y satisface más;
    y aunque, ebrio acaso, la razón no alcanza,
    hoy como nunca satisfecho está.



    Cesó la fiesta libre el aposento,
    todo en desorden por final quedó,
    y ambos a paso vacilante y lento,
    van del placer y de la dicha en pos.



    Ya era alta noche. Por la densa niebla
    cruzaba apenas tan dudosa luz,
    que entre la sombra que el espacio puebla,
    nada se ve del firmamento azul.




    Conclusión


    Ya libres de las miradas
    de la multitud curiosa,
    que envidiosa o imprudente,
    hasta cuando aplaude estorba,
    en delicioso retiro
    don Pedro Ibáñez y Rosa,
    enamorados platican
    en el altar de su alcoba.
    Ella parece cual nunca
    halagüeña y seductora,
    suelto el cabello y los lazos,
    y aliviada de las joyas.
    Él en sus brazos la aduerme
    en ilusión amorosa,
    más que nunca embebecido
    en los encantos que adora.
    Ella en silencio lo mira,
    y las lágrimas le borra
    que de amor y de esperanza
    de los párpados le brotan.
    Él, los labios encendidos,
    la mirada borrascosa,
    que aun turba el licor ardiente
    cuyos vapores le embotan,
    y ella, con ósculos tiernos
    templando la abrasadora
    sed de sus labios, le besa
    entre osada y ruborosa.
    Una cortina de seda
    que entera cubre la alcoba,
    vela a los profanos ojos
    la escena voluptuosa,
    aunque la luz de una lámpara
    cuanto olvidada, traidora,
    trémula dibuja en ella,
    si no los gestos, las sombras.
    ¡Noche de amor y esperanza,
    que de la modesta esposa
    queda como blanco sueño
    para siempre en la memoria!
    La de Ibáñez, ¡vive Dios
    que olvidó su vida toda,
    sus placeres y sus cuitas,
    su deshonor y su gloria!
    No hay más pasado en su mente,
    más porvenir no ambiciona;
    vendiera por esa noche
    toda su existencia a Rosa,
    aunque un frío involuntario
    todo su cuerpo aprisiona,
    cual si en sepulcro pudiera
    convertírsele la alcoba.
    Algunas veces, mirando
    los ojos de la que adora,
    creyó alcanzar dentro de ellos
    alguna imagen diabólica.
    Alguna vez, embriagado
    en su risa encantadora,
    creyó que los labios puros,
    tomando distinta forma,
    mostraban por un momento,
    en negra ilusión dudosa,
    de un monstruo desconocido
    la áspera y sangrienta boca.
    -¿Qué piensas, Ibáñez mío?
    ¿Qué mal, dime, te acongoja,
    que vas el color perdiendo?
    dijo al esposo la esposa.
    Al contemplarla el semblante,
    su espanto y asombro doblan,
    e Ibáñez con ambas manos
    entrambos ojos se frota.
    Ella tornó a su pregunta,
    y él a su silencio torna,
    como quien tiene delante
    un espectro que lo acosa.
    -¿Qué sientes?
    -¡Oh! Nada, nada;
    mas la vista se me borra,
    los objetos me vacilan.
    ¡Cielos! ¿Qué es aquesto, Rosa?
    -¿Qué dices, que no te entiendo?
    -¡Ah! ¿Eres tú, niña? Perdona;
    mas ¡tal vez mi fantasía
    se me está volviendo loca!
    No sé por qué, mas el miedo
    que de mí se posesiona.....
    ¡Oh, ciégame con tus labios,
    ven a mis brazos, oh Rosa!-
    Echóse en ellos la niña;
    ansioso Pedro abrazóla,
    mas al tocarla dió un grito,
    como quien espinas toca.
    -¡Quemas! la dijo espantado;
    y soltándola en la alfombra,
    se miró el triste los dedos,
    con que sostuvo su forma.
    Ella seguía diciéndole
    con sonrisa seductora
    -¿Qué tienes, Ibáñez mío,
    que cuanto dices me asombra?
    Y él, con ojos aterrados,
    continuaba en su congoja,
    contemplándola sin habla
    en convulsión espantosa,
    Al fin, con hondo cariño
    ella las manos le toma,
    diciendo con voz más suave
    que el murmullo de las hojas:
    -Amor mío, vuelve en ti;
    yo soy, mírame, tu Rosa;
    tú me lo has dicho, ¡alma mía!
    soy tu amor, tu Dios, tu gloria.-
    Sonrió apenas Ibáñez,
    y medroso preguntóla:
    -¿He soñado, no es verdad?
    Tú me despiertas ahora.
    -Sí, por cierto, esposo mío:
    tú me has dicho tantas cosas......
    tantos delirios...., que casi
    temí contigo estar sola.
    -Oh ¡sigue, sigue!.... ¡Qué dulce
    me suena tu voz hermosa!
    Sigue.
    -¿Quieres que te cuente
    para adormirte una historia?
    -Sí, sí, dime cuanto quieras
    con tal que tu acento oiga.
    -Pues escucha, que tal vez
    se disipe tu congoja.-
    Ibáñez, como quien sale
    de pesadilla penosa,
    su voz escuchaba atento,
    suave, argentina, sonora,
    sin acertar a entender
    la sensacion dolorosa
    que un momento antes le hacía
    su presencia encantadora.
    Él recostado en el lecho,
    ella a su lado en la sombra,
    esto a Ibáñez le decía
    risueña y voluptuosa:


    CONT,


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Mayo 2022, 05:51

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    133. JOSÉ ZORRILLA

    LAS DOS ROSAS


    «En un tosco pueblecillo,
    aunque no recuerdo dónde,
    vivía un Barón o un Conde,
    que es igual, en su castillo.
    En este pueblo vivía
    una villana: ¡oh hermosa!
    la reina más orgullosa,
    por ella se trocaría.
    Rosa, como yo me llamo,
    la villana se llamaba,
    y un pobre hidalgo, la amaba
    tanto como yo te amo.»



    Ibáñez, en su embeleso,
    dulcemente sonrióla,
    y besándola en los labios,
    siguió la niña su historia:
    «Vióla el Barón cierto día,
    y al contemplarla tan bella,
    ciego de amores por ella,
    sólo por su amor vivía.
    Pródigo la regaló,
    y tal su cariño fue,
    que por prenda de su fe,
    su mano la prometió.
    Ella, avara o inconstante,
    casóse al cabo con él.
    ¡Fué una noche bien cruel
    para el olvidado amante!
    Éste llegó, de la boda
    el mismo día anterior;
    alas le prestó el amor.....
    ¡vana diligencia toda!
    De su ventura testigo,
    solo él llorando su duelo,
    no halló para su consuelo
    un pariente ni un amigo.»



    A estas palabras, Ibáñez
    embebido interrumpióla:
    -Tu voz me encanta, mas pienso
    que es triste ese cuento, Rosa.
    -Oísele a un peregrino
    en una sentida trova;
    mas deja que te le cuente,
    porque es muy linda la historia:



    «Despechado, en su aflicción
    maldiciendo su fortuna,
    dejó la fiesta importuna,
    y abandonando el salón,
    en que los brindis doblaban,
    bajó, en su afán amoroso,
    a llorar al pie del foso
    lo que en la torre cantaban.
    Era una noche serena,
    en que la brillante luna
    reflejaba en la laguna,
    con la luz de Enero llena
    Todo estaba en soledad
    volado en vapor confuso,
    que en todo el invierno puso
    huellas de esterilidad.
    Hervía el río a lo lejos,
    medroso el viento sonaba,
    y el aire espeso vibraba
    del agua con los reflejos.
    El negro y alto castillo
    allá en la sombra se vía,
    del blanco fanal que huía
    al resplandor amarillo.
    Y aun en murmullo infernal
    lanzan sus rojas ventanas
    las cantigas que profanas
    respira la bacanal.
    Aun puede oirse por ellas,
    con el brindis del Barón,
    el ronco y discorde son
    del vino y de las querellas.
    Y sus vidrios de colores
    radian en la lobreguez
    la movible brillantez
    de fugaces resplandores.
    El amante desdeñado,
    sin poder con su dolor,
    pensó, en su amargo furor,
    en verse al menos vengado.
    «Por ese breve placer,
    exclamó, diera al infierno
    cuanto Dios puso de eterno
    en mi despreciable ser.»



    Tembló pavoroso Ibáñez
    a estas palabras de Rosa,
    palideciendo al impulso
    de una sangrienta memoria.
    Y ella, con triste sonrisa
    entre doliente y sardónica,
    siguió, a los ojos de Ibáñez
    cambiando su imagen propia:



    «A su sacrílego ruego,
    diz que el infierno le dió,
    por el alma que perdió,
    una venganza de fuego.
    La torre há poco altanera,
    brotó llamas de su centro;
    quedó la venganza dentro,
    mas el vengador afuera.
    Años esta noche hará
    que el castillo se incendió;
    media vida el galán dió,
    y ahora mediándose está.»
    -¡Cielo santo! clamó Ibáñez
    con voz despechada y ronca,
    arrancándose del lecho
    y de los brazos de Rosa.
    ¿Qué es esto? ¡La luz me falta,
    el ambiente me sofoca!....-
    Y asiendo de la ventana
    abrió a un tiempo las dos hojas.
    Entró a tal punto por ellas,
    sonante, negra, espantosa,
    una llamarada inmensa
    que lamió el suelo y la bóveda.
    Corrió a la puerta, y en vano
    con ímpetu sacudióla;
    por fuera la sujetaba
    resistencia poderosa.
    Tendió, desolado y triste,
    los ojos, y allá en la alcoba
    vio sentada sobre el lecho,
    prendiendo fuego a las ropas,
    una aparición horrible
    que en su vacilante forma
    mostraba al par su contorno,
    mitad monstruo y mitad Rosa,
    y al son de la ardiente llama,
    en voz le decía cóncava:
    -¡Alma entera y vida medial
    El alma la tengo toda;
    diez años eran de vida,
    y están mediándose ahora.

    FIN DEL POEMA LAS DOS ROSASM DE JOSÉ ZORRILLA. ESTE POEMA, ORIGINARIAMENTE. NO VIENE EN EL LIBRO MANOJO DE ROSAS... DE J. PÉREZ DE GUZMAN Y GALLO. NOS HEMOS TOMADO LA LIBERTAD DE AÑADIRLO POR SU IMPORTANCIA EN LA OBRA DE ZORRILLA Y SU BELLEZA.

    SEGUIMOS CON LOS AUTORES QUE EXPONE EL PÉREZ DE GUZMAN,




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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Mayo 2022, 05:16

    SOBRE LA ROSA... ( J. Pérez de Guzmán y Gallo)

    TOMO II. SIGLO XIX.

    134. SALVADOR BERMÚDEZ DE CASTRO

    D. SALVADOR BERMÚDEZ DE CASTRO, Marqués de Lema, Du-
    qué de Ripalda y Príncipe de Santa Lucía en Nápoles, nació
    en Cádiz 16 de agosto de 1817. Formó parte de la espléndi-
    da generación literaria, nutrida al calor de la Universidad de
    Sevilla, de que formaron parte el P. Sotelo, dominico; D. Ma-
    nuel López Cepero, los Cardenales Wiseman y de la Puente ,
    el filipense D. Cayetano Fernández , Castillo y Ayensa, Hidal-
    go, González Nandín, Colom y Colom, Fernán Caballero, Doña
    Margarita Maria y tantos otros que dejaron nombre impe-
    recedero. Luego en Madrid, dirigiendo el periódico El Iris, en 1848
    se dio conocer, no sólo como poeta distinguido de la ge-
    neración romántica, sino como crítico historiador en sus estu·
    dios sobre El Príncipe D. Carlos y Anlonio Pérez y Felipe II .
    Colaboró en la Revista de Madrid y en el Museo de las familias,
    hasta que en 1844 , antes de debutar en la carrera diplomática
    como Ministro plenipotenciario de España en Méjico, imprimió
    sus Ensayos políticos (1841). En Méjico adquirió mucha repu-
    tación pues durante el tiempo en que estuvieron interrumpi-
    das las relaciones de aquella república con Francia) fué por
    dos años encargado de los asuntos franceses y resolvió muchas
    dificultades. M. Guizot le propuso entonces para la Gran
    Cruz de la Legión de Honor. Al regresar á la Península tomó
    puesto más activo en la política, y fué Diputado en todas las le-
    gislaturas y Cámaras que se reunieron desde 1846 á 1858;
    pues aunque en 1845 se le nombró Senador vitalicio, no juró
    el cargo hasta 1858, habiéndolo desempeñado hasta la revo-
    lución. En 1853 fué nombrado Ministro de España en Nápo-
    les, cuyas funciones llenó hasta la caída del Rey Francisco Il .
    Cuando en 1865 sustituyó á D. Alejandro Mon en la Embajada
    de París, gozó en la corte de Napoleón III de gran prestigio .
    Sus últimos años los consagró exclusivamente á las altas rela-
    ciones de la diplomacia y á la observación de los grandes suce-
    sos de que fué actor y testigo . Cánovas del Castillo le nom-
    bró Senador vitalicio en 1877. Murió en Roma el 23 de mayo
    de 1883
    .


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Vie 06 Mayo 2022, 05:35, editado 2 veces


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Mayo 2022, 05:21

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