Había un corredor que hacía ángulo:
Un misterio encanalando con otro misterio, en lo oscuro...
Pero vamos a cerrar los ojos
Y pensar en una otra cosa...
Vamos a oír el ruido cantado, el ruido arrastrado por las corrientes en el aljibe,
Empujando el agua fresca y profunda.
Había en el arco del aljibe trepadoras trémulas.
Nosotros nos inclinábamos en el borde, gritando los nombres de unos y otros,
Y allá adentro las palabras resonaban fuertes, cavernosas como voces de león.
Nosotros éramos cuatro, una prima, dos negrillos y yo.
Había azulejos relucientes, el muro del huerto pequeño,1 que limitaba el mundo,
Una pianeira2 enorme y, siempre y cada vez más, los grillos y las estrellas...
Había todos los ruidos, todas las voces de aquellos tiempos...
Las lindas y absurdas cantigas, tía Tula regañando a los cachorros,
El chillar de las teteras...
¿Dónde andará ahora el pince-nez3 de tía Tula
Que ella no hallaba nunca?
La pobre no llegó a terminar la Toutinegre del Molino,4
¡Que salía en folletín en el Correo del Pueblo!...
La última vez que la vi, ella ya doblando aquel corredor oscuro.
Ya encogida, pequeñísima, humilde. Sus pasos no hacían ruido.
¡Y ella no se volteó para atrás!
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