Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Dom 07 Ene 2024, 09:33

    ***
    —Pues es raro, porque ¿quién no se cree hoy en Rusia un Mahoma o un
    Napoleón? —exclamó Porfirio, empleando de súbito un tono exageradamente
    familiar.
    Incluso el acento que había empleado para pronunciar estas palabras era
    singularmente explícito.
    De súbito, Zamiotof preguntó desde su rincón:
    —¿No sería un futuro Napoleón el que mató a hachazos la semana pasada
    a Alena Ivanovna?
    Raskolnikof seguía mirando a Porfirio Petrovitch con firme fijeza. No dijo
    nada. Rasumikhine había fruncido las cejas. Desde hacía un momento
    sospechaba algo que le hizo mirar furiosamente a un lado y a otro. Hubo un
    minuto de penoso silencio. Raskolnikof se dispuso a marcharse.
    —¿Ya se va usted? —exclamó Porfirio Petrovitch con extrema amabilidad
    y tendiendo la mano al joven—. Estoy encantado de haberle conocido. En
    cuanto a su petición, puede estar tranquilo. Haga usted el requerimiento por
    escrito tal como le he indicado. Sin embargo, sería preferible que viniera a
    verme a la comisaría un día de éstos…, mañana, por ejemplo. A las once
    estaré allí. Lo arreglaremos todo y hablaremos. Como usted fue uno de los
    últimos que visitó aquella casa —añadió en tono amistoso—, tal vez pueda
    aclararnos algo.
    —Lo que usted pretende es interrogarme en toda regla, ¿no es así? —
    preguntó rudamente Raskolnikof.
    —Nada de eso. ¿Por qué? Por el momento, no hace falta. No me ha
    comprendido usted. Lo que ocurre es que yo aprovecho todas las ocasiones y
    he hablado ya con todos los que tenían allí algún objeto empeñado. Me han
    dado una serie de informes, y usted, siendo el último… ¡Ah! ¡Ahora que me
    acuerdo! —exclamó alegremente, dirigiéndose a Rasumikhine—. He estado a
    punto de olvidarme otra vez…El otro día no paraste de hablarme de
    Nikolachka. Pues bien, estoy convencido, completamente convencido de que
    ese joven es inocente —se dirigía de nuevo a Raskolnikof—. Pero ¿qué puedo
    hacer yo? También he tenido que molestar a Mitri. En fin, he aquí lo que
    quería preguntarle. Cuando usted subía la escalera…, por cierto que creo que
    fue entre siete y ocho de la tarde, ¿no?
    —Sí, entre siete y ocho —repuso Raskolnikof, que inmediatamente se
    arrepintió de haber dado esta contestación innecesaria.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 07 Ene 2024, 09:34

    ***
    —Bien, pues cuando subía usted la escalera entre siete y ocho, ¿no vio
    usted en el segundo piso, en un departamento cuya puerta estaba abierta…,
    recuerda usted…, no vio usted, repito, dos pintores, o por lo menos uno,
    trabajando? ¿Los vio usted? Esto es sumamente importante para ellos…
    —¿Dos pintores? Pues no, no los vi —repuso Raskolnikof, fingiendo
    escudriñar en su memoria, mientras ponía todo su empeño en descubrir la
    trampa que se ocultaba en aquellas palabras—. No, no los vi. Y tampoco
    advertí que hubiese ninguna puerta abierta…Lo que recuerdo es que en el
    cuarto piso —continuó en tono triunfante, pues estaba seguro de haber
    sorteado el peligro— había un funcionario que estaba de mudanza…,
    precisamente el de la puerta que está frente a la de Alena Ivanovna…Sí, lo
    recuerdo perfectamente. Por cierto que unos soldados que transportaban un
    sofá me arrojaron contra la pared…Pero a los pintores no recuerdo haberlos
    visto. Y tampoco ningún departamento con la puerta abierta…No, no había
    ninguna abierta.
    —Pero ¿qué significa esto? —dijo Rasumikhine a Porfirio, comprendiendo
    de súbito las intenciones del juez de instrucción—. Los pintores trabajaban allí
    el día del suceso y él estuvo en la casa tres días antes. ¿Por qué le haces estas
    preguntas?
    —¡Pues es verdad! ¡Qué cabeza la mía! —exclamó Porfirio golpeándose la
    frente—. Este asunto acabará volviéndome loco —dijo en son de excusa
    dirigiéndose a Raskolnikof—. Es tan importante para nosotros saber si alguien
    vio allí, entre siete y ocho, a esos pintores, que me ha parecido que usted
    podría facilitarnos este dato. Ha sido una confusión.
    —Hay que llevar cuidado —gruñó Rasumikhine.
    Estas palabras las pronunció el estudiante cuando ya estaban en la antesala.
    Porfirio Petrovitch acompañó amablemente a los dos jóvenes hasta la puerta.
    Ambos salieron de la casa sombríos y cabizbajos y dieron algunos pasos en
    silencio. Raskolnikof respiró profundamente…





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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 09:34

    ***

    CAPÍTULO 6
    No lo creo, no puedo creerlo —repetía Rasumikhine, rechazando con todas
    sus fuerzas las afirmaciones de Raskolnikof.
    Se dirigían a la pensión Bakaleev, donde Pulqueria Alejandrovna y Dunia
    los esperaban desde hacía largo rato. Rasumikhine se detenía a cada momento,
    en el calor de la disputa. Una profunda agitación le dominaba, aunque sólo
    fuera por el hecho de que era la primera vez que hablaban francamente de
    aquel asunto.
    —Tú no puedes creerlo —repuso Raskolnikof con una sonrisa fría y
    desdeñosa—; pero yo estaba atento al significado de cada una de sus palabras,
    mientras tú, siguiendo tu costumbre, no te fijabas en nada.
    —Tú has prestado tanta atención porque eres un hombre desconfiado. Sin
    embargo, reconozco que Porfirio hablaba en un tono extraño. Y, sobre todo,
    ese ladino de Zamiotof…Tiene razón: había en él algo raro…Pero ¿por qué,
    Señor, por qué?
    —Habrá reflexionado durante la noche.
    —No; es todo lo contrario de lo que supones. Si les hubiera asaltado esa
    idea estúpida, lo habrían disimulado por todos los medios, habrían procurado
    ocultar sus intenciones, a fin de poder atraparte después con más seguridad.
    Intentar hacerlo ahora habría sido una torpeza y una insolencia.
    —Si hubiesen tenido pruebas, verdaderas pruebas, o suposiciones nada
    más que algo fundadas, habrían procurado sin duda ocultar su juego para
    ganar la partida…O tal vez habrían hecho un registro en mi habitación hace ya
    tiempo…Pero no tienen ni una sola prueba. Lo único que tienen son conjeturas
    gratuitas, suposiciones sin fundamento. Por eso intentan desconcertarme con
    sus insolencias… ¿Obedecerá todo al despecho de Porfirio, que está furioso
    por no tener pruebas…? Tal vez persiga algún fin que es para nosotros un
    misterio…Parece inteligente…Es muy probable que haya intentado
    atemorizarme haciéndome creer que sabía algo…Es un hombre de carácter
    muy especial…En fin, no es nada agradable pretender hallar explicación a
    todas estas cuestiones… ¡Dejemos este asunto!
    —Todo esto es ofensivo, muy ofensivo, ya lo sé; pero ya que estamos
    hablando sinceramente (y me congratulo de que sea así, pues esto me parece
    excelente), no vacilo en decirte con toda franqueza que hace ya tiempo que
    observé que habían concebido esta sospecha. Entonces era una idea vaga,
    imprecisa, insidiosa, tomada medio en broma, pero ni aun bajo esta forma
    tenían derecho a admitirla. ¿Cómo se han atrevido a acogerla? ¿Y qué es lo
    que ha dado cuerpo a esta sospecha? ¿Cuál es su origen…? ¡Si supieras la
    indignación que todo esto me ha producido…! Un pobre estudiante
    transfigurado por la miseria y la neurastenia, que incuba una grave enfermedad
    acompañada de desvarío, enfermedad que incluso puede haberse declarado ya
    (detalle importante); un joven desconfiado, orgulloso, consciente de su valía, y
    que acaba de pasar seis meses encerrado en su rincón, sin ver a nadie; que va
    vestido con andrajos y calzado con botas sin suelas…, este joven está en pie
    ante unos policías despiadados que le mortifican con sus insolencias. De
    pronto, a quemarropa, se le reclama el pago de un pagaré protestado. La
    pintura fresca despide un olor mareante, en la repleta sala hace un calor de
    treinta grados y la atmósfera es irrespirable. Entonces el joven oye hablar del
    asesinato de una persona a la que ha visto la víspera. Y para que no falte nada,
    tiene el estómago vacío. ¿Cómo no desvanecerse? ¡Que hayan basado todas
    sus sospechas en este síncope…! ¡El diablo les lleve! Comprendo que todo
    esto es humillante, pero yo, en tu lugar, me reiría de ellos, me reiría en sus
    propias narices. Es más: les escupiría en plena cara y les daría una serie de
    sonoras bofetadas. ¡Escúpeles, Rodia! ¡Hazlo…! ¡Es intolerable!



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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 09:34

    ***

    «Ha soltado su perorata como un actor consumado», se dijo Raskolnikof.
    —¡Que les escupa! —exclamó amargamente—. Eso es muy fácil de decir.
    Mañana, nuevo interrogatorio. Me veré obligado a rebajarme a dar nuevas
    explicaciones. ¿Es que no me humillé bastante ayer ante Zamiotof en aquel
    café donde nos encontramos?
    —¡Así se los lleve a todos el diablo! Mañana iré a ver a Porfirio, y te
    aseguro que esto se aclarará. Le obligaré a explicarme toda la historia desde el
    principio. En cuanto a Zamiotof…
    «Al fin lo he conseguido», pensó Raskolnikof.
    —¡Óyeme! —exclamó Rasumikhine, cogiendo de súbito a su amigo por un
    hombro—. Hace un momento divagabas. Después de pensarlo bien, te aseguro
    que divagabas. Has dicho que la pregunta sobre los pintores era un lazo. Pero
    reflexiona. Si tú hubieses tenido «eso» sobre la conciencia, ¿habrías confesado
    que habías visto a los pintores? No: habrías dicho que no habías visto nada,
    aunque esto hubiera sido una mentira. ¿Quién confiesa una cosa que le
    compromete?
    —Si yo hubiese tenido «eso» sobre la conciencia, seguramente habría
    dicho que había visto a los pintores, y el piso abierto —dijo Raskolnikof,
    dando muestras de mantener esta conversación con profunda desgana.
    —Pero ¿por qué decir cosas que le comprometen a uno?
    —Porque sólo los patanes y los incautos lo niegan todo por sistema. Un
    hombre avisado, por poco culto e inteligente que sea, confiesa, en la medida
    de lo posible, todos los hechos materiales innegables. Se limita a atribuirles
    causas diferentes y añadir algún pequeño detalle de su invención que modifica
    su significado. Porfirio creía seguramente que yo respondería así, que
    declararía haber visto a los pintores para dar verosimilitud a mis palabras,
    aunque explicando las cosas a mi modo. Sin embargo…
    —Si tú hubieses dicho eso, él te habría contestado inmediatamente que no
    podía haber pintores en la casa dos días antes del crimen, y que, por lo tanto,
    tú habías ido allí el mismo día del suceso, de siete a ocho de la tarde.
    —Eso es lo que él quería. Creía que yo no tendría tiempo de darme cuenta
    de ese detalle, que me apresuraría a responder del modo que juzgara más
    favorable para mí, olvidándome de que los pintores no podían estar allí dos
    días antes del crimen.
    —Pero ¿es posible olvidar una cosa así?



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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 09:35

    ***

    —Es lo más fácil. Estas cuestiones de detalle constituyen el escollo de los
    maliciosos. El hombre más sagaz es el que menos sospecha que puede caer
    ante un detalle insignificante. Porfirio no es tan tonto como tú crees.
    —Entonces, es un ladino.
    Raskolnikof se echó a reír. Pero al punto se asombró de haber pronunciado
    sus últimas palabras con verdadera animación e incluso con cierto placer, él,
    que hasta entonces había sostenido la conversación como quien cumple una
    obligación penosa.
    «Me parece que le voy tomando el gusto a estas cosas», pensó.
    Pero de súbito se sintió dominado por una especie de agitación febril,
    como si una idea repentina e inquietante se hubiera apoderado de él. Este
    estado de ánimo llegó a ser muy pronto intolerable. Estaban ya ante la pensión
    Bakaleev.
    —Entra tú solo —dijo de pronto Raskolnikof—. Yo vuelvo en seguida.
    —¿Adónde vas, ahora que hemos llegado?
    —Tengo algo que hacer. Es un asunto que no puedo dejar. Estaré de vuelta
    dentro de una media hora. Díselo a mi madre y a mi hermana.
    —Espera, voy contigo.
    —¿También tú te has propuesto perseguirme? —exclamó Raskolnikof con
    un gesto tan desesperado que Rasumikhine no se atrevió a insistir.
    El estudiante permaneció un momento ante la puerta, siguiendo con mirada
    sombría a Raskolnikof, que se alejaba rápidamente en dirección a su
    domicilio. Al fin apretó los puños, rechinó los dientes y juró obligar a hablar
    francamente a Porfirio antes de que llegara la noche. Luego subió para
    tranquilizar a Pulqueria Alejandrovna, que empezaba a sentirse inquieta ante
    la tardanza de su hijo.
    Cuando Raskolnikof llegó ante la casa en que habitaba tenía las sienes
    empapadas de sudor y respiraba con dificultad. Subió rápidamente la escalera,
    entró en su habitación, que estaba abierta, y la cerró. Inmediatamente, loco de
    espanto, corrió hacia el escondrijo donde había tenido guardados los objetos,
    introdujo la mano por debajo del papel y exploró hasta el último rincón del
    escondite. Nada, allí no había nada. Se levantó, lanzando un suspiro de alivio.
    Hacía un momento, cuando se acercaba a la pensión Bakaleev, le había
    asaltado de súbito el temor de que algún objeto, una cadena, un par de gemelos
    o incluso alguno de los papeles en que iban envueltos, y sobre los que había
    escrito la vieja, se le hubiera escapado al sacarlos, quedando en alguna rendija,
    para servir más tarde de prueba irrecusable contra él.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 09:36

    ***
    Permaneció un momento sumido en una especie de ensoñación mientras
    una sonrisa extraña, humilde e inconsciente erraba en sus labios. Al fin cogió
    su gorra y salió de la habitación en silencio. Las ideas se confundían en su
    cerebro. Así, pensativo, bajó la escalera y llegó al portal.
    —¡Aquí lo tiene usted! —dijo una voz potente.
    Raskolnikof levantó la cabeza.
    El portero, de pie en el umbral de la portería, señalaba a Raskolnikof y se
    dirigía a un individuo de escasa estatura, con aspecto de hombre del pueblo.
    Vestía una especie de hopalanda sobre un chaleco y, visto de lejos, se le habría
    tomado por una campesina. Su cabeza, cubierta con un gorro grasiento, se
    inclinaba sobre su pecho. Era tan cargado de espaldas, que parecía jorobado.
    Su rostro, fofo y arrugado, era el de un hombre de más de cincuenta años. Sus
    ojillos, cercados de grasa, lanzaban miradas sombrías.
    —¿Qué pasa? —preguntó Raskolnikof acercándose al portero.
    El desconocido empezó por dirigirle una mirada al soslayo; después lo
    examinó detenidamente, sin prisa; al fin, y sin pronunciar palabra, dio media
    vuelta y se marchó.
    —¿Qué quería ese hombre? —preguntó Raskolnikof.
    —Es un individuo que ha venido a preguntar si vivía aquí un estudiante
    que ha resultado ser usted, pues me ha dado su nombre y el de su patrona. En
    este momento ha bajado usted, yo le he señalado y él se ha ido. Eso es todo.
    El portero parecía bastante asombrado, pero su perplejidad no duró mucho:
    después de reflexionar un instante, dio media vuelta y desapareció en la
    portería. Raskolnikof salió en pos del desconocido.
    Apenas salió, lo vio por la acera de enfrente. Aquel hombre marchaba a un
    paso regular y lento, tenía la vista fija en el suelo y parecía reflexionar.
    Raskolnikof le alcanzó en seguida, pero de momento se limitó a seguirle. Al
    fin se colocó a su lado y le miró de reojo. El desconocido advirtió al punto su
    presencia, le dirigió una rápida mirada y volvió a bajar los ojos. Durante un
    minuto avanzaron en silencio.
    —Usted ha preguntado por mí al portero, ¿no? —dijo Raskolnikof en voz
    baja.
    El otro no respondió. Ni siquiera levantó la vista. Hubo un nuevo silencio.
    —Viene a preguntar por mí y ahora se calla… ¿Por qué?
    Raskolnikof hablaba con voz entrecortada. Las palabras parecían resistirse
    a salir de su boca.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 18:59

    ***

    Esta vez, el desconocido levantó la cabeza y dirigió al joven una mirada
    sombría y siniestra.
    —Asesino —dijo de pronto, en voz baja pero clarísima.
    Raskolnikof siguió a su lado. Sintió que las piernas le flaqueaban y
    vacilaban. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Su corazón dejó de latir
    como si se hubiera separado de su organismo. Dieron en silencio un centenar
    de pasos más. El desconocido no le miraba.
    —Pero ¿qué dice usted? ¿Quién…quién es un asesino? —balbuceó al fin
    Raskolnikof, con voz apenas perceptible.
    —Tú, tú eres un asesino —respondió el desconocido, articulando las
    palabras más claramente todavía.
    Con una mirada triunfal y llena de odio, miró el rostro pálido y los ojos
    vidriosos de Raskolnikof. Entre tanto, habían llegado a una travesía. El
    desconocido dobló por ella y continuó su camino sin volverse. Raskolnikof se
    quedó clavado en el suelo, siguiendo al hombre con la vista. Éste se volvió
    para mirar al joven, que continuaba sin hacer el menor movimiento. La
    distancia no permitía distinguir sus rasgos, pero Raskolnikof creyó advertir
    que aquel hombre sonreía aún con su sonrisa glacial y llena de un odio
    triunfante.
    Transido de espanto, temblándole las piernas, Raskolnikof volvió como
    pudo a su casa y subió a su habitación. Se quitó la gorra, la dejó sobre la mesa
    y permaneció inmóvil durante diez minutos. Al fin, ya en el límite de sus
    fuerzas, se dejó caer en el diván y se extendió penosamente, con un débil
    suspiro. Cerró los ojos y así estuvo una media hora.
    No pensaba en nada concreto: sólo pasaban por su imaginación retazos de
    ideas, imágenes vagas que se hacinaban en desorden, rostros que había
    conocido en su infancia, fisonomías vistas una sola vez, casualmente, y que en
    otras circunstancias no habría podido recordar…Veía el campanario de la
    iglesia de V***, una mesa de billar y, junto a ella, de pie, un oficial
    desconocido…De un estanco instalado en un sótano salía un fuerte olor a
    tabaco…Una taberna, una escalera de servicio oscura como boca de lobo,
    cubiertas de cáscaras de huevo y toda clase de basuras caseras; el sonido de
    una campana dominical…Los objetos cambian de continuo y giran en torno de
    él como un frenético torbellino. Algunos le gustan e intenta atraparlos, pero al
    punto se desvanecen. Experimenta una ligera sensación de ahogo, pero en ella
    hay un algo agradable. Persiste el leve temblor que se ha apoderado de él, y
    tampoco esta sensación es ingrata…




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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 19:00

    ***


    En esto oyó los pasos presurosos de Rasumikhine, seguidos de su voz, y
    cerró los ojos para que lo creyera dormido.
    Rasumikhine abrió la puerta y permaneció un momento en el umbral,
    indeciso. Luego entró silenciosamente y se acercó al diván con grandes
    precauciones.
    —No lo despiertes; déjalo dormir todo lo que quiera —murmuró Nastasia
    —. Ya comerá más tarde.
    —Tienes razón —repuso Rasumikhine.
    Los dos salieron de puntillas y cerraron la puerta.
    Transcurrió una media hora. De súbito, Raskolnikof empezó a abrir poco a
    poco los ojos. Después hizo un rápido movimiento y quedó boca arriba, con
    las manos enlazadas bajo la nuca.
    «¿Quién es? ¿Quién será ese hombre que parece haber surgido de debajo
    de la tierra? ¿Dónde estaba y qué vio? ¡Ah!, de que lo vio todo no hay duda.
    Bien, pero ¿desde dónde presenció la escena? ¿Y por qué habrá esperado hasta
    este momento para dar señales de vida? ¿Cómo se las arreglaría para ver? Si
    parece imposible…Además —siguió reflexionando Raskolnikof, dominado
    por un terror glacial—, ahí está el estuche que Nicolás encontró detrás de la
    puerta… ¿Se podía esperar que ocurriera esto…? Pruebas…Basta
    equivocarme en una nimiedad para crear una prueba que va creciendo hasta
    alcanzar dimensiones gigantescas.»
    Con profundo pesar, notó que las fuerzas le abandonaban, que una extrema
    debilidad le invadía.
    «Debí suponerlo —se dijo con amarga ironía—. No sé cómo me atreví a
    hacerlo. Yo me conocía, yo sabía de lo que era capaz. Sin embargo, empuñé el
    hacha y derramé sangre…Debí preverlo todo…Pero ¿acaso no lo había
    previsto?»
    Se dijo esto último con verdadera desesperación. Después le asaltó un
    nuevo pensamiento.
    «No, esos hombres están hechos de otro modo. Un auténtico conquistador,
    uno de esos hombres a los que todo se les permite, cañonea Tolón, organiza
    matanzas en París, olvida su ejército en Egipto, pierde medio millón de
    hombres en la campaña de Rusia, se salva en Vilna por verdadera casualidad,
    por una equivocación, y, sin embargo, después de su muerte se le levantan
    estatuas. Esto prueba que, en efecto, todo se les permite. Pero esos hombres
    están hechos de bronce, no de carne.»
    De pronto tuvo un pensamiento que le pareció divertido.








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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 19:01

    ***

    «Napoleón, las Pirámides, Waterloo por un lado, y por otro una vieja y
    enjuta usurera que tiene debajo de la cama un arca forrada de tafilete rojo…
    ¿Cómo admitir que puede haber una semejanza entre ambas cosas? ¿Cómo
    podría admitirlo un Porfirio Petrovitch, por ejemplo? Completamente
    imposible: sus sentimientos estéticos se oponen a ello… ¡Un Napoleón
    introducirse debajo de la cama de una vieja…! ¡Inconcebible!»
    De vez en cuando experimentaba una exaltación febril y creía desvariar.
    «La vieja no significa nada —se dijo fogosamente—. Esto tal vez sea un
    error, pero no se trata de ella. La vieja ha sido sólo un accidente. Yo quería
    salvar el escollo rápidamente, de un salto. No he matado a un ser humano, sino
    un principio. Y el principio lo he matado, pero el salto no lo he sabido dar. Me
    he quedado a la parte de aquí; lo único que he sabido ha sido matar. Y ni
    siquiera esto lo he hecho bien del todo, al parecer…Un principio… ¿Por qué
    ese idiota de Rasumikhine atacará a los socialistas? Son personas laboriosas,
    hombres de negocios que se preocupan por el bienestar general…Sin embargo,
    sólo se vive una vez, y yo no quiero esperar esa felicidad universal. Ante todo,
    quiero vivir. Si no sintiese este deseo, sería preferible no tener vida. Al fin y al
    cabo, lo único que he hecho ha sido negarme a pasar por delante de una madre
    hambrienta, con mi rublo bien guardado en el bolsillo, esperando la llegada de
    la felicidad universal. Yo aporto, por decirlo así, mi piedra al edificio común, y
    esto es suficiente para que me sienta en paz… ¿Por qué, por qué me dejasteis
    partir? Tengo un tiempo determinado de vida y quiero también… ¡Ah! Yo no
    soy más que un gusano atiborrado de estética. Sí, un verdadero gusano y nada
    más.»
    Al pensar esto estalló en una risa de loco. Y se aferró a esta idea y empezó
    a darle todas las vueltas imaginables, con un acre placer.
    «Sí, lo soy, aunque sólo sea, primero, porque me llamo gusano a mí
    mismo, y segundo, porque llevo todo un mes molestando a la Divina
    Providencia al ponerla por testigo de que yo no hacía aquello para procurarme
    satisfacciones materiales, sino con propósitos nobles y grandiosos. ¡Ah!, y
    también porque decidí observar la más rigurosa justicia y la más perfecta
    moderación en la ejecución de mi plan. En primer lugar elegí el gusano más
    nocivo de todos, y, en segundo, al matarlo, estaba dispuesto a no quitarle sino
    el dinero estrictamente necesario para emprender una nueva vida. Nada más y
    nada menos (el resto iría a parar a los conventos, según la última voluntad de
    la vieja) …En fin, lo cierto es que soy un gusano, de todas formas —añadió
    rechinando los dientes—. Porque soy tal vez más vil e innoble que el gusano
    al que asesiné y porque yo presentía que, después de haberlo matado, me diría
    esto mismo que me estoy diciendo… ¿Hay nada comparable a este horror?
    ¡Cuánta villanía! ¡Cuánta bajeza…! ¡Qué bien comprendo al Profeta, montado
    en su caballo y empuñando el sable! "¡Alá lo ordena! Sométete, pues,
    miserable y temblorosa criatura." Tiene razón, tiene razón el Profeta cuando
    alinea sus tropas en la calle y mata indistintamente a los culpables y a los
    justos, sin ni siquiera dignarse darles una explicación. Sométete, pues,
    miserable y temblorosa criatura, y guárdate de tener voluntad. Esto no es cosa
    tuya… ¡Oh! Jamás, jamás perdonaré a la vieja.»






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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 19:02

    ***

    Sus cabellos estaban empapados de sudor, temblaban sus resecos labios, su
    mirada se fijaba en el techo obstinadamente.
    «Mi madre…mi hermana… ¡Cómo las quería…! ¿Por qué las odio ahora?
    Sí, las odio con un odio físico. No puedo soportar su presencia. Hace unas
    horas, lo recuerdo perfectamente, me he acercado a mi madre y la he
    abrazado…Es horrible estrecharla entre mis brazos y pensar que si ella
    supiera… ¿Y si se lo contara todo…? Me quitaría un peso de encima…Ella
    debe de ser como yo.»
    Pensó esto último haciendo un gran esfuerzo, como si no le fuera fácil
    luchar con el delirio que le iba dominando.
    «¡Oh, cómo odio a la vieja ahora! Creo que la volvería a matar si
    resucitara… ¡Pobre Lisbeth! ¿Por qué la llevaría allí el azar…? ¡Qué extraño
    es que piense tan poco en ella! Es como si no la hubiese matado… ¡Lisbeth…!
    ¡Sonia…! ¡Pobres y bondadosas criaturas de dulce mirada…! ¡Queridas
    criaturas…! ¿Por qué no lloran? ¿Por qué no gimen? Dan todo lo que poseen
    con una mirada resignada y dulce… ¡Sonia, dulce Sonia…!»
    Perdió la conciencia de las cosas y se sintió profundamente asombrado de
    verse en la calle sin poder recordar cómo había salido. Ya era de noche. Las
    sombras se espesaban y la luna resplandecía con intensidad creciente, pero la
    atmósfera era asfixiante. Las calles estaban repletas de gente. Se percibía un
    olor a cal, a polvo, a agua estancada.
    Raskolnikof avanzaba, triste y preocupado. Sabía perfectamente que había
    salido de casa con un propósito determinado, que tenía que hacer algo urgente,
    pero no se acordaba de qué. De pronto se detuvo y miró a un hombre que
    desde la otra acera le llamaba con la mano. Atravesó la calle para reunirse con
    él, pero el desconocido dio media vuelta y se alejó, con la cabeza baja, sin
    volverse, como si no le hubiera llamado.
    «A lo mejor, me ha parecido que me llamaba y no ha sido así», se dijo
    Raskolnikof. Pero juzgó que debía alcanzarle. Cuando estaba a una decena de
    pasos de él lo reconoció súbitamente y se estremeció. Era el desconocido de
    poco antes, vestido con las mismas ropas y con su espalda encorvada.
    Raskolnikof lo siguió de lejos. El corazón le latía con violencia. Entraron en
    un callejón. El desconocido no se volvía.
    «¿Sabrá que le sigo?», se preguntó Rodia.







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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 19:04

    ***


    El hombre encorvado entró por la puerta principal de un gran edificio.
    Raskolnikof se acercó a él y le miró con la esperanza de que se volviera y le
    llamase. En efecto, cuando el desconocido estuvo en el patio, se volvió y
    pareció indicarle que se acercara. Raskolnikof se apresuró a franquear el
    portal, pero cuando llegó al patio ya no vio a nadie. Por lo tanto, el hombre de
    la hopalanda había tomado la primera escalera. Raskolnikof corrió tras él.
    Efectivamente, se oían pasos lentos y regulares a la altura del segundo piso.
    Aquella escalera —cosa extraña— no era desconocida para Raskolnikof. Allí
    estaba la ventana del rellano del primer piso. Un rayo de luna misteriosa y
    triste se filtraba por los cristales. Y llegó al segundo piso.
    «¡Pero si es aquí donde trabajaban los pintores!»
    ¿Cómo no habría reconocido antes la casa…? El ruido de los pasos del
    hombre que le precedía se extinguió.
    «Por lo tanto, se ha detenido. Tal vez se haya ocultado en alguna parte…
    He aquí el tercer piso. ¿Debo seguir subiendo o no? ¡Qué silencio…!»
    El ruido de sus propios pasos le daba miedo.
    «¡Señor, qué oscuridad! El desconocido debe de estar oculto por aquí, en
    algún rincón… ¡Toma! La puerta que da al rellano está abierta de par en par.»
    Tras reflexionar un momento, entró. El vestíbulo estaba oscuro y vacío
    como una habitación desvalijada. Pasó a la sala lentamente, andando de
    puntillas. Toda ella estaba iluminada por una luna radiante. Nada había
    cambiado: allí estaban las sillas, el espejo, el sofá amarillo, los cuadros con sus
    marcos. Por la ventana se veía la luna, redonda y enorme, de un rojo cobrizo.
    «Es la luna la que crea el silencio —pensó Raskolnikof—, la luna, que se
    ocupa en descifrar enigmas.»
    Estaba inmóvil, esperando. A medida que iba aumentando el silencio
    nocturno, los latidos de su corazón eran más violentos y dolorosos. ¡Qué
    calma tan profunda…! De pronto se oyó un seco crujido, semejante al que
    produce una astilla de madera al quebrarse. Después todo volvió a quedar en
    silencio. Una mosca se despertó y se precipitó contra los cristales, dejando oír
    su bordoneo quejumbroso. En este momento, Raskolnikof descubrió en un
    rincón, entre la cómoda y la ventana, una capa colgada en la pared.
    «¿Qué hace esa capa aquí? —pensó—. Entonces no estaba.»
    Apartó la capa con cuidado y vio una silla, y en la silla, sentada en el borde
    y con el cuerpo doblado hacia delante, una vieja. Tenía la cabeza tan baja, que
    Raskolnikof no podía verle la cara. Pero no le cupo duda de que era ella…
    Permaneció un momento inmóvil. «Tiene miedo», pensó mientras desprendía
    poco a poco el hacha del nudo corredizo. Después descargó un hachazo en la
    nuca de la vieja, y otro en seguida. Pero, cosa extraña, ella no hizo el menor
    movimiento: se habría dicho que era de madera. Sintió miedo y se inclinó
    hacia delante para examinarla, pero ella bajó la cabeza más todavía. Entonces
    él se inclinó hasta tocar el suelo con su cabeza y la miró de abajo arriba. Lo
    que vio le llenó de espanto: la vieja reventaba de risa, de una risa silenciosa
    que trataba de ahogar, haciendo todos los esfuerzos imaginables.







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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 19:05

    ***
    De súbito le pareció que la puerta del dormitorio estaba entreabierta y que
    alguien se reía allí también. Creyó oír un cuchicheo y se enfureció. Empezó a
    golpear la cabeza de la vieja con todas sus fuerzas, pero a cada hachazo
    redoblaban las risas y los cuchicheos en la habitación vecina, y lo mismo
    podía decirse de la vieja, cuya risa había cobrado una violencia convulsiva.
    Raskolnikof intentó huir, pero el vestíbulo estaba lleno de gente. La puerta que
    daba a la escalera estaba abierta de par en par, y por ella pudo ver que también
    el rellano y los escalones estaban llenos de curiosos. Con las cabezas juntas,
    todos miraban, tratando de disimular. Todos esperaban en silencio. Se le
    oprimió el corazón. Las piernas se negaban a obedecerle; le parecía tener los
    pies clavados en el suelo…Intentó gritar y se despertó.
    Tenía que hacer grandes esfuerzos para respirar, y aunque estaba bien
    despierto le parecía que su sueño continuaba. La causa de ello era que, en pie
    en el umbral de la habitación, cuya puerta estaba abierta de par en par, un
    hombre al que no había visto jamás le contemplaba atentamente.
    Raskolnikof, que no había abierto los ojos del todo, se apresuró a volver a
    cerrarlos. Estaba echado boca arriba y no hizo el menor movimiento.
    «¿Sigo soñando o ya estoy despierto?», se preguntó.
    Y levantó los párpados casi imperceptiblemente para mirar al desconocido.
    Éste seguía en el umbral, observándole con la misma atención. De pronto
    entró cautelosamente en el aposento, cerró la puerta tras él con todo cuidado,
    se acercó a la mesa, estuvo allí un minuto sin apartar los ojos del joven y, sin
    hacer el menor ruido, se sentó en una silla, cerca del diván. Dejó su sombrero
    en el suelo, apoyó las manos sobre el puño del bastón y puso la barbilla sobre
    las manos. Era evidente que se preparaba para una larga espera.
    Raskolnikof le dirigió una mirada furtiva y pudo ver que el desconocido no
    era ya joven, pero sí de complexión robusta, y que llevaba barba, una barba
    espesa, rubia, que empezaba a blanquear.
    Estuvieron así diez minutos. Había aún alguna claridad, pero el día tocaba
    a su fin. En la habitación reinaba el más profundo silencio. De la escalera no
    llegaba el menor ruido. Sólo se oía un moscardón que se había lanzado contra
    los cristales y que volaba junto a ellos, zumbando y golpeándolos
    obstinadamente. Al fin, este silencio se hizo insoportable. Raskolnikof se
    incorporó y quedó sentado en el diván.
    —Bueno, ¿qué desea usted?
    —Ya sabía yo que usted no estaba dormido de veras, sino que lo fingía —
    respondió el desconocido, sonriendo tranquilamente—. Permítame que me
    presente. Soy Arcadio Ivanovitch Svidrigailof…


    ****



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    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Ene 2024, 19:07

    ***

    PARTE 4
    CAPÍTULO 1
    Debo de estar soñando todavía —volvió a pensar Raskolnikof,
    contemplando al inesperado visitante con atención y desconfianza—
    ¡Svidrigailof! ¡Qué cosa tan absurda!»
    —No es posible —dijo en voz alta, dejándose llevar de su estupor.
    El visitante no mostró sorpresa alguna ante esta exclamación.
    —He venido a verle —dijo— por dos razones. En primer lugar, deseaba
    conocerle personalmente, pues he oído hablar mucho de usted y en los
    términos más halagadores. En segundo lugar, porque confío en que no me
    negará usted su ayuda para llevar a cabo un proyecto relacionado con su
    hermana Avdotia Romanovna. Solo, sin recomendación alguna, sería muy
    probable que su hermana me pusiera en la puerta, en estos momentos en que
    está llena de prevenciones contra mí. En cambio, contando con la ayuda de
    usted, yo creo…
    —No espere que le ayude —le interrumpió Raskolnikof.
    —Permítame una pregunta. Hasta ayer no llegaron su madre y su hermana,
    ¿verdad?
    Raskolnikof no contestó.
    —Sí, sé que llegaron ayer. Y yo llegué anteayer. Pues bien, he aquí lo que
    quiero decirle, Rodion Romanovitch. Creo innecesario justificarme, pero
    permítame otra pregunta: ¿qué hay de criminal en mi conducta, siempre, claro
    es, que se miren las cosas imparcialmente y sin prejuicios? Usted me dirá que
    he perseguido en mi propia casa a una muchacha indefensa y que la he
    insultado con mis proposiciones deshonestas (ya ve usted que yo mismo me
    adelanto a enfrentarme con la acusación), pero considere usted que soy un
    hombre et nihil humanum…En una palabra, que soy susceptible de caer en
    una tentación, de enamorarme, pues esto no depende de nuestra voluntad.
    Admitido esto, todo se explica del modo más natural. La cuestión puede
    plantearse así: ¿soy un monstruo o una víctima? Yo creo que soy una víctima,
    pues cuando proponía al objeto de mi pasión que huyera conmigo a América o
    a Suiza alimentaba los sentimientos más respetuosos y sólo pensaba en
    asegurar nuestra felicidad común. La razón es esclava de la pasión, y era yo el
    primer perjudicado por ella…
    —No se trata de eso —replicó Raskolnikof con un gesto de disgusto—.
    Esté usted equivocado o tenga razón, nos parece usted un hombre
    sencillamente detestable y no queremos ningún trato con usted. No quiero
    verle en mi casa. ¡Váyase!



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    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Ene 2024, 19:08

    ***


    Svidrigailof se echó a reír de buena gana.
    —¡A usted no hay modo de engañarlo! —exclamó con franca alegría—.
    He querido emplear la astucia, pero estos procedimientos no se han hecho para
    usted.
    —Sin embargo, sigue usted intentando embaucarme.
    —¿Y qué? —exclamó Svidrigailof, riendo con todas sus fuerzas—. Son
    armas de bonne guerre, como suele decirse; una astucia de lo más inocente…
    Pero usted no me ha dejado acabar. Sea como fuere, yo le aseguro que no
    habría ocurrido nada desagradable de no producirse el incidente del jardín.
    Marfa Petrovna…
    —Se dice —le interrumpió rudamente Raskolnikof— que a Marfa
    Petrovna la ha matado usted.
    —¿Conque ya le han hablado de eso? En verdad, es muy comprensible.
    Pues bien, en cuanto a lo que acaba usted de decir, sólo puedo responderle que
    tengo la conciencia completamente tranquila sobre ese particular. Es un asunto
    que no me inspira ningún temor. Todas las formalidades en uso se han
    cumplido del modo más correcto y minucioso. Según la investigación médica,
    la muerte obedeció a un ataque de apoplejía producido por un baño tomado
    después de una copiosa comida en la que la difunta se había bebido una botella
    de vino casi entera. No se descubrió nada más…No, no es esto lo que me
    inquieta. Lo que yo me preguntaba mientras el tren me traía hacia aquí era si
    habría contribuido indirectamente a esta desgracia…con algún arranque de
    indignación, o algo parecido. Pero he llegado a la conclusión de que no puede
    haber ocurrido tal cosa.
    Raskolnikof se echó a reír.
    —Entonces, no tiene usted por qué preocuparse.












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    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Ene 2024, 19:09

    ***

    —¿De qué se ríe? Óigame: yo sólo le di dos latigazos tan flojos que ni
    siquiera dejaron señal…Le ruego que no me crea un cínico. Yo sé
    perfectamente que esto es innoble y…, etcétera; pero también sé que a Marfa
    Petrovna no le desagradó…mi arrebato, digámoslo así. El asunto relacionado
    con la hermana de usted estaba ya agotado, y Marfa Petrovna, no teniendo
    ningún asunto que ir llevando por las casas de la ciudad, se veía obligada a
    permanecer en casa desde hacía tres días. Ya había fastidiado a todo el mundo
    con la lectura de la carta (¿ha oído usted hablar de esa carta?). De pronto
    cayeron sobre ella, como enviados por el cielo, aquellos dos latigazos. Lo
    primero que hizo fue ordenar que preparasen el coche…Sin hablar de esos
    casos especiales en que las mujeres experimentan un gran placer en que las
    ofendan, a pesar de la indignación que simulan (casos que se presentan a
    veces), al hombre, en general, le gusta que lo humillen. ¿No lo ha observado
    usted? Pero esta particularidad es especialmente frecuente en las mujeres.
    Incluso se puede afirmar que es algo esencial en su vida.
    Hubo un momento en que Raskolnikof pensó en levantarse e irse, para
    poner término a la conversación, pero cierta curiosidad y también cierto
    propósito le decidieron a tener paciencia.
    —Le gusta manejar el látigo, ¿eh? —preguntó con aire distraído.
    —No lo crea —respondió con toda calma Svidrigailof—. En lo que
    concierne a Marfa Petrovna, no disputaba casi nunca con ella. Vivíamos en
    perfecta armonía, y ella estaba satisfecha de mí. Sólo dos veces usé el látigo
    durante nuestros siete años de vida en común (dejando aparte un tercer caso
    bastante dudoso). La primera vez fue a los dos meses de casarnos, cuando
    llegamos a nuestra hacienda, y la segunda, en el caso que acabo de
    mencionar…Y usted me considera un monstruo, ¿no?, un retrógrado, un
    partidario de la esclavitud…A propósito, Rodion Romanovitch, ¿recuerda
    usted que hace algunos años, en el tiempo de nuestras felices asambleas
    municipales, se cubrió de oprobio a un terrateniente, cuyo nombre no
    recuerdo, culpable de haber azotado a una extranjera en un vagón de
    ferrocarril? ¿Se acuerda? Me parece que fue el mismo año en que se produjo
    «el más horrible incidente del siglo». Es decir, Las noches egipcias, las
    conferencias, ¿recuerda…? ¡Los ojos negros…! ¡Oh, tiempos maravillosos de
    nuestra juventud!, ¿dónde estáis…? Pues bien, he aquí mi opinión. Yo critico
    severamente a ese señor que fustigó a la extranjera, pues es un acto inicuo que
    uno no puede menos de censurar. Pero también debo decirle que algunas de
    esas extranjeras le soliviantan a uno de tal modo, que ni el hombre de ideas
    más avanzadas puede responder de sus actos. Nadie ha examinado la cuestión
    en este aspecto, pero estoy seguro de que ello es un error, pues mi punto de
    vista es perfectamente humano.






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    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Ene 2024, 19:10

    ***

    Al pronunciar estas palabras, Svidrigailof volvió a echarse a reír.
    Raskolnikof comprendió que aquel hombre obraba con arreglo a un plan bien
    elaborado y que era un perillán de clase fina.
    —Debe usted de llevar varios días sin hablar con nadie, ¿verdad? —
    preguntó el joven.
    —Algo de eso hay. Pero dígame: ¿no le extraña a usted mi buen carácter?
    —No, de lo que estoy asombrado es de que tenga usted demasiado buen
    carácter.
    —Usted dice eso porque no me he dado por ofendido ante el tono grosero
    de sus preguntas, ¿no es verdad? Sí, no me cabe duda. Pero ¿por qué tenía que
    enfadarme? Usted me ha preguntado francamente, y yo le he respondido con
    franqueza —su acento rebosaba comprensión y simpatía—. Ahora —continuó,
    pensativo— nada me preocupa, porque ahora no hago absolutamente nada…
    Por lo demás, usted puede suponer que estoy tratando de ganarme su simpatía
    con miras interesadas, ya que mi mayor deseo es ver a su hermana, como le he
    confesado. Pero créame si le digo que estoy verdaderamente aburrido, sobre
    todo después de mi inactividad de estos tres últimos días. Por eso me he
    alegrado tanto de verle…No se enfade, Rodion Romanovitch, pero me parece
    usted un hombre muy extraño. Usted podrá decir que cómo se me ha ocurrido
    semejante cosa precisamente en este momento, pero es que yo no me refiero a
    ahora, sino a estos últimos tiempos…En fin, me callo; no quiero verle poner
    esa cara. No soy tan oso como usted cree.
    Raskolnikof le dirigió una mirada sombría.
    —Tal vez no lo sea usted nada. A mí me parece que es un hombre
    sumamente sociable, o, por lo menos, que sabe usted serlo cuando es preciso.
    —Sin embargo, a mí no me preocupa la opinión ajena —repuso
    Svidrigailof en un tono seco y un tanto altivo—. Por otra parte, ¿por qué no
    adoptar los modales de una persona mal educada en un país donde esto tiene
    tantas ventajas, y sobre todo cuando uno se siente inclinado por temperamento
    a la mala educación? —terminó entre risas.
    —Pues yo he oído decir que usted tiene aquí muchos conocidos y que no
    es eso que llaman «un hombre sin relaciones». Si no persigue usted ningún fin,
    ¿a qué ha venido a mi casa?



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    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Ene 2024, 19:11

    ***
    —Es cierto que tengo aquí conocidos —dijo el visitante, sin responder a la
    pregunta principal que se le acababa de dirigir—. Ya me he cruzado con
    algunos, pues llevo tres días paseando. Yo los he reconocido y ellos me han
    reconocido a mí, creo yo. Es natural que sea un hombre bien relacionado. Voy
    bien vestido y se me considera como hombre acomodado, pues, a pesar de la
    abolición de la servidumbre, nos quedan bosques y praderas fertilizados por
    nuestros ríos, que siguen proporcionándonos una renta. Pero no quiero
    reanudar mis antiguas relaciones; hace ya tiempo que estas amistades no me
    seducen. Ya hace tres días que voy vagando por aquí, y todavía no he visitado
    a nadie…Además, ¡esta ciudad…! ¿Ha observado usted cómo está edificada?
    Es una población de funcionarios y seminaristas. Verdaderamente, hay muchas
    cosas en que yo no me fijaba hace ocho años, cuando no hacía otra cosa que
    holgazanear e ir por esos círculos, por esos clubes, como el Dussaud. No
    volveré a visitar ninguno —continuó, fingiendo no darse cuenta de la muda
    interrogación del joven—. ¿Qué placer se puede experimentar en hacer
    fullerías?
    —¡Ah! ¿Hacía usted trampas en el juego?
    —Sí. Éramos un grupo de personas distinguidas que matábamos así el
    tiempo. Pertenecíamos a la mejor sociedad. Había entre nosotros poetas y
    capitalistas. ¿Ha observado usted que aquí, en Rusia, abundan los fulleros
    entre las personas de buen tono? Yo vivo ahora en el campo, pero estuve
    encarcelado por deudas. El acreedor era un griego de Nejin. Entonces conocí a
    Marfa Petrovna. Entró en tratos con mi acreedor, regateó, me liberó de mi
    deuda mediante la entrega de treinta mil rublos (yo sólo debía setenta mil), nos
    unimos en legítimo matrimonio y se me llevó al punto a sus propiedades,
    donde me guardó como un tesoro. Ella tenía cinco años más que yo y me
    adoraba. En siete años, yo no me moví de allí. Por cierto, que Marfa Petrovna
    conservó toda su vida el cheque que yo había firmado al griego con nombre
    falso, de modo que si yo hubiera intentado sacudirme el yugo, ella me habría
    hecho enchiquerar. Sí, no le quepa duda de que lo habría hecho. Las mujeres
    tienen estas contradicciones.
    —De no existir ese pagaré, ¿la habría plantado usted?
    —No sé qué decirle. Desde luego, ese documento no me preocupaba lo
    más mínimo. Yo no sentía deseos de ir a ninguna parte, y la misma Marfa
    Petrovna, viendo cómo me aburría, me propuso en dos ocasiones que hiciera
    un viaje al extranjero. Pero yo había ya salido anteriormente de Rusia y el
    viaje me había disgustado profundamente. Uno contempla un amanecer aquí o
    allá, o la bahía de Nápoles, o el mar, y se siente dominado por una profunda
    tristeza. Y lo peor es que uno experimenta una verdadera nostalgia. No, se está
    mejor en casa. Aquí, al menos, podemos acusar a los demás de todos los males
    y justificarnos a nuestros propios ojos. Tal vez me vaya al Polo Norte con una
    expedición, pues j'ai le vin mauvais y no quiero beber. Pero es que no puedo
    hacer ninguna otra cosa. Ya lo he intentado, pero nada. ¿Ha oído usted decir
    que Berg va a intentar el domingo una ascensión en globo en el parque Iusupof
    y que admite pasajeros?
    —¿Pretende usted subir al globo?



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    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Ene 2024, 19:13

    ***
    —¿Yo? No, no…Lo he dicho por decir —murmuró Svidrigailof, pensativo.
    «¿Será sincero?», pensó Raskolnikof.
    —No, el pagaré no me preocupó en ningún momento —dijo Svidrigailof,
    volviendo al tema interrumpido—. Permanecía en el campo muy a gusto. Por
    otra parte, pronto hará un año que Marfa Petrovna, con motivo de mi
    cumpleaños, me entregó el documento, como regalo, añadiendo a él una
    importante cantidad…Pues era rica. «Ya ves cuánta es mi confianza en ti,
    Arcadio Ivanovitch», me dijo. Sí, le aseguro que me lo dijo así. ¿No lo cree?
    Yo cumplía a la perfección mis deberes de propietario rural. Se me conocía en
    toda la comarca. Hacía que me enviaran libros. Esto al principio mereció la
    aprobación de Marfa Petrovna. Después temió que tanta lectura me fatigara.
    —Me parece que echa mucho de menos a Marfa Petrovna.
    —¿Yo…? Tal vez…A propósito, ¿cree usted en apariciones?
    —¿Qué clase de apariciones?
    —¿Cómo que qué clase? lo que todo el mundo entiende por apariciones.
    —¿Y usted? ¿Usted cree?
    —Si y no. Si usted quiere, no, pour vous plaire…En resumen, que no lo
    puedo afirmar.
    —¿Usted las ha tenido?
    Svidrigailof le dirigió una mirada extraña.
    —Marfa Petrovna tiene la atención de venir a visitarme —respondió
    torciendo la boca en una sonrisa indefinible.
    —¿Es posible?
    —Se me ha aparecido ya tres veces. La primera fue el mismo día de su
    entierro, o sea la víspera de mi salida para Petersburgo. La segunda, hace dos
    días, durante mi viaje, en la estación de Malaia Vichera, al amanecer, y la
    tercera, hace apenas dos horas, en la habitación en que me hospedo. Estaba
    solo.
    —¿Despierto?
    —Completamente despierto las tres veces. Aparece, me habla unos
    momentos y se va por la puerta, siempre por la puerta. Incluso me parece oírla
    marcharse.
    —¿Por qué tendría yo la sensación de que habían de ocurrirle estas cosas?
    —dijo de súbito Raskolnikof, asombrándose de sus palabras apenas las había
    pronunciado. Estaba extraordinariamente emocionado.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 11 Ene 2024, 17:56

    ***
    —¿De veras ha pensado usted eso? —exclamó Svidrigailof, sorprendido
    —. ¿De veras? ¡Ah! Ya decía yo que entre nosotros existía cierta afinidad.
    —Usted no ha dicho eso —replicó ásperamente Raskolnikof.
    —¿No lo he dicho?
    —No.
    —Pues creía haberlo dicho. Cuando he entrado hace un momento y le he
    visto acostado, con los ojos cerrados y fingiendo dormir, me he dicho
    inmediatamente: «Es él mismo.»
    —¿Qué quiere decir eso de «él mismo»? —exclamó Raskolnikof—. ¿A
    qué se refiere usted?
    —Pues no lo sé —respondió Svidrigailof ingenuamente, desconcertado.
    Los dos guardaron silencio mientras se devoraban con los ojos.
    —¡Todo eso son tonterías! —exclamó Raskolnikof, irritado—. ¿Qué le
    dice Marfa Petrovna cuando se le aparece?
    —¿De qué me habla? De nimiedades. Y, para que vea usted lo que es el
    hombre, eso es precisamente lo que me molesta. La primera vez se me
    presentó cuando yo estaba rendido por la ceremonia fúnebre, el réquiem, la
    comida de funerales…Al fin pude aislarme en mi habitación, encendí un
    cigarro y me entregué a mis reflexiones. De pronto, Marfa Petrovna entró por
    la puerta y me dijo: «con tanto trajín, te has olvidado de subir la pesa del reloj
    del comedor.» Y es que durante siete años me encargué yo de este trabajo, y
    cuando me olvidaba de él, ella me lo recordaba…Al día siguiente partí para
    Petersburgo. Al amanecer, llegué a la estación que antes le dije y me dirigí a la
    cantina. Había dormido mal y tenía el cuerpo dolorido y los ojos hinchados.
    Pedí café. De pronto, ¿sabe usted lo que vi? A Marfa Petrovna, que se sentó a
    mi lado con un juego de cartas en la mano. «¿Quieres que te prediga, Arcadio
    Ivanovitch —me preguntó—, cómo transcurrirá tu viaje?» Debo decirle que
    era una maestra en el arte de echar las cartas…Nunca me perdonaré haberme
    negado. Eché a correr, presa de pánico. Bien es verdad que la campana que
    llama a los viajeros al tren estaba ya sonando…Y hoy, cuando me hallaba en
    mi habitación, luchando por digerir la detestable comida de figón que acababa
    de echar a mi cuerpo, con un cigarro en la boca, ha entrado Marfa Petrovna,
    esta vez elegantemente ataviada con un flamante vestido verde de larga cola.
    »—Buenos días, Arcadio Ivanovitch. ¿Qué te parece mi vestido? Aniska
    no habría sido capaz de hacer una cosa igual.
    »Aniska es una costurera de nuestra casa, que primero había sido sierva y
    que había hecho sus estudios en Moscú…Una bonita muchacha.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 11 Ene 2024, 17:57

    ***

    »Marfa Petrovna no cesa de dar vueltas ante mí. Yo contemplo el vestido,
    después la miro a ella a la cara, atentamente.
    »—¿Qué necesidad tienes de venir a consultarme estas bagatelas, Marfa
    Petrovna?
    »—¿Es que te molesta hasta que venga a verte?
    »—Oye, Marfa Petrovna —le digo para mortificarla—, voy a volver a
    casarme.
    »—Eso es muy propio de ti —me responde—. Pero no te hace ningún
    favor casarte cuando todavía está tan reciente la muerte de tu mujer. Aunque tu
    elección fuera acertada, sólo conseguirías atraerte las críticas de las personas
    respetables.
    »Dicho esto, se ha marchado, y a mí me ha parecido oír el frufrú de su
    cola. ¡Qué cosas tan absurdas!, ¿verdad?
    —¿No me estará usted contando una serie de mentiras? —preguntó
    Raskolnikof.
    —Miento muy pocas veces —repuso Svidrigailof, pensativo y sin que, al
    parecer, advirtiera lo grosero de la pregunta.
    —Y antes de esto, ¿no había tenido usted apariciones?
    —No…Mejor dicho, sólo una vez, hace seis años. Yo tenía un criado
    llamado Filka. Acababan de enterrarlo, cuando empecé a gritar, distraído:
    «¡Filka, mi pipa!» Filka entró y se fue derecho al estante donde estaban
    alineados mis utensilios de fumador. Como habíamos tenido un fuerte
    altercado poco antes de su muerte, supuse que su aparición era una venganza.
    Le grité: «¿Cómo te atreves a presentarte ante mí vestido de ese modo? Se te
    ven los codos por los boquetes de las mangas. ¡Fuera de aquí, miserable!» Él
    dio media vuelta, se fue y no se me apareció nunca más. No dije nada de esto a
    Marfa Petrovna. Mi primera intención fue dedicarle una misa, pero después
    pensé que esto sería una puerilidad.
    —Usted debe ir al médico.
    —No necesito que usted me lo diga para saber que estoy enfermo, aunque
    ignoro de qué enfermedad. Sin embargo, yo creo que mi conducta es cinco
    veces más normal que la de usted. Mi pregunta no ha sido si usted cree que
    pueden verse apariciones, sino si opina que las apariciones existen.
    —No, de ningún modo puedo creer eso —dijo Raskolnikof con cierta
    irritación.
    —La gente —murmuró Svidrigailof como si hablara consigo mismo,
    inclinando la cabeza y mirando de reojo— suele decir: «Estás enfermo. Por lo
    tanto, todo eso que ves son alucinaciones.» Esto no es razonar con lógica
    rigurosa. Admito que las apariciones sólo las vean los enfermos; pero esto sólo
    demuestra que hay que estar enfermo para verlas, no que las apariciones no
    existan.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 12 Ene 2024, 17:45

    ***




    —Estoy seguro de que no existen —exclamó Raskolnikof con energía.
    —¿Usted cree?
    Observó al joven largamente. Después siguió diciendo:
    —Bien, pero no me negará usted que se puede razonar como yo voy a
    hacerlo…Le ruego que me ayude…Las apariciones son algo así como
    fragmentos de otros mundos…, sus ambiciones. Un hombre sano no tiene
    motivo alguno para verlas, ya que es, ante todo, un hombre terrestre, es decir,
    material. Por lo tanto, sólo debe vivir para participar en el orden de la vida de
    aquí abajo. Pero, apenas se pone enfermo, apenas empieza a alterarse el orden
    normal, terrestre, de su organismo, la posible acción de otro mundo comienza
    a manifestarse en él, y a medida que se agrava su enfermedad, las relaciones
    con ese otro mundo se van estrechando, progresión que continúa hasta que la
    muerte le permite entrar de lleno en él. Si usted cree en una vida futura, nada
    le impide admitir este razonamiento.
    —Yo no creo en la vida futura —replicó Raskolnikof.
    Svidrigailof estaba ensimismado.
    —¿Y si no hubiera allí más que arañas y otras cosas parecidas? —preguntó
    de pronto.
    «Está loco», pensó Raskolnikof.
    —Nos imaginamos la eternidad —continuó Svidrigailof— como algo
    inmenso e inconcebible. Pero ¿por qué ha de ser así necesariamente? ¿Y si, en
    vez de esto, fuera un cuchitril, uno de esos cuartos de baño lugareños,
    ennegrecidos por el humo y con telas de araña en todos los rincones? Le
    confieso que así me la imagino yo a veces.
    Raskolnikof experimentó una sensación de malestar.
    —¿Es posible que no haya sabido usted concebir una imagen más justa,
    más consoladora? —preguntó.
    —¿Más justa? ¡Quién sabe si mi punto de vista es el verdadero! Si
    dependiera de mí, ya me las compondría yo para que lo fuera —respondió
    Svidrigailof con una vaga sonrisa.
    Ante esta absurda respuesta, Raskolnikof se estremeció, Svidrigailof
    levantó la cabeza, le miró fijamente y se echó a reír.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:48

    ***


    —Fíjese usted en un detalle y dígame si no es curioso —exclamó—. Hace
    media hora, jamás nos habíamos visto, y ahora todavía nos miramos como
    enemigos, porque tenemos un asunto pendiente de solución. Sin embargo, lo
    dejamos todo a un lado para ponernos a filosofar. Ya le decía yo que éramos
    dos cabezas gemelas.
    —Perdone —dijo Raskolnikof bruscamente—. Le ruego que me diga de
    una vez a qué debo el honor de su visita. Tengo que marcharme.
    —Pues lo va usted a saber. Dígame: su hermana, Avdotia Romanovna, ¿se
    va a casar con Piotr Petrovitch Lujine?
    —Le ruego que no mezcle a mi hermana en esta conversación, que ni
    siquiera pronuncie su nombre. Además, no comprendo cómo se atreve usted a
    nombrarla si verdaderamente es Svidrigailof.
    —¿Cómo quiere usted que no la nombre si he venido expresamente para
    hablarle a ella?
    —Bien. Hable, pero de prisa.
    —No me cabe duda de que si ha tratado usted sólo durante media hora a
    mi pariente político el señor Lujine, o si ha oído hablar de él a alguna persona
    digna de crédito, ya tendrá formada su opinión sobre dicho señor. No es un
    partido conveniente para Avdotia Romanovna. A mi juicio, Avdotia
    Romanovna va a sacrificarse de un modo tan magnánimo como
    impremeditado por…por su familia. Fundándome en todo lo que había oído
    decir de usted, supuse que le encantaría que ese compromiso matrimonial se
    rompiera, con tal que ello no reportase ningún perjuicio a su hermana. Ahora
    que le conozco, estoy seguro de la exactitud de mi suposición.
    —No sea usted ingenuo…, mejor dicho, desvergonzado.
    —¿Cree usted acaso que obro impulsado por el interés? Puede estar
    tranquilo, Rodion Romanovitch: si fuera así, lo disimularía. No me crea tan
    imbécil. Respecto a este particular, voy a descubrirle una rareza psicológica.
    Hace un momento, al excusarme de haber amado a su hermana, le he dicho
    que yo había sido en este caso la primera víctima. Pues bien, le confieso que
    ahora no siento ningún amor por ella, lo cual me causa verdadero asombro, al
    recordar lo mucho que la amé.
    —Lo que usted sintió —dijo Raskolnikof— fue un capricho de hombre
    libertino y ocioso.
    —Ciertamente soy un hombre ocioso y libertino; pero su hermana posee
    tan poderosos atractivos, que no es nada extraño que yo no pudiera desistir.
    Sin embargo, todo aquello no fue más que una nube de verano, como ahora he
    podido ver.

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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:49

    ***
    —¿Hace mucho que se ha dado cuenta de eso?
    —Ya hace tiempo que lo sospechaba, pero no me convencí hasta anteayer,
    en el momento de mi llegada a Petersburgo. Sin embargo, ya había llegado el
    tren a Moscú, y aún tenía el convencimiento de que venía aquí con objeto de
    desbancar a Lujine y obtener la mano de Avdotia Romanovna.
    —Perdone, pero ¿no podría usted abreviar y explicarme el objeto de su
    visita? Tengo cosas urgentes que hacer.
    —Con mucho gusto. He decidido emprender un viaje y quisiera arreglar
    ciertos asuntos antes de partir…Mis hijos se han quedado con su tía; son ricos
    y no me necesitan para nada. Además, ¿cree usted que yo puedo ser un buen
    padre? Para cubrir mis necesidades personales, sólo me he quedado con la
    cantidad que me regaló Marfa Petrovna el año pasado. Con ese dinero tengo
    suficiente…perdone, vuelvo al asunto. Antes de emprender este viaje que
    tengo en proyecto y que seguramente realizaré he decidido terminar con el
    señor Lujine. No es que le odie, pero él fue el culpable de mi último disgusto
    con Marfa Petrovna. Me enfadé cuando supe que este matrimonio había sido
    un arreglo de mi mujer. Ahora yo desearía que usted intercediera para que
    Avdotia Romanovna me concediera una entrevista, en la cual le explicaría, en
    su presencia si usted lo desea así, que su enlace con el señor Lujine no sólo no
    le reportaría ningún beneficio, sino que, por el contrario, le acarrearía graves
    inconvenientes. Acto seguido, me excusaría por todas las molestias que le he
    causado y le pediría permiso para ofrecerle diez mil rublos, lo que le permitiría
    romper su compromiso con Lujine, ruptura que de buena gana llevará a cabo
    (estoy seguro de ello) si se le presenta una ocasión.
    —Realmente está usted loco —exclamó Raskolnikof, menos irritado que
    sorprendido—. ¿Cómo se atreve a hablar de ese modo?
    —Ya sabía yo que pondría usted el grito en el cielo, pero quiero hacerle
    saber, ante todo, que, aunque no soy rico, puedo desprenderme perfectamente
    de esos diez mil rublos, es decir, que no los necesito. Si Avdotia Romanovna
    no los acepta, sólo Dios sabe el estúpido uso que haré de ellos. Por otra parte,
    tengo la conciencia bien tranquila, pues hago este ofrecimiento sin ningún
    interés. Tal vez no me crea usted, pero en seguida se convencerá, y lo mismo
    digo de Avdotia Romanovna. Lo único cierto es que he causado muchas
    molestias a su honorable hermana, y como estoy sinceramente arrepentido,
    deseo de todo corazón, no rescatar mis faltas, no pagar esas molestias, sino
    simplemente hacerle un pequeño servicio para que no pueda decirse que
    compré el privilegio de causarle solamente males.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:50

    ***




    Si mi proposición ocultara
    la más leve segunda intención, no la habría hecho con esta franqueza, y
    tampoco me habría limitado a ofrecerle diez mil rublos, cuando le ofrecí
    bastante más hace cinco semanas. Además, es muy probable que me case muy
    pronto con cierta joven, lo que demuestra que no pretendo atraerme a Avdotia
    Romanovna. Y, para terminar, le diré que si se casa con Lujine, su hermana
    aceptará esta misma suma, sólo que de otra manera. En fin, Rodion
    Romanovitch, no se enfade usted y reflexione sobre esto con calma y sangre
    fría.
    Svidrigailof había pronunciado estas palabras con un aplomo
    extraordinario.
    —Basta ya —dijo Raskolnikof—. Su proposición es de una insolencia
    imperdonable.
    —No estoy de acuerdo. Según ese criterio, en este mundo un hombre sólo
    puede perjudicar a sus semejantes y no tiene derecho a hacerles el menor bien,
    a causa de las estúpidas conveniencias sociales. Esto es absurdo. Si yo muriese
    y legara esta suma a su hermana, ¿se negaría ella a aceptarla?
    —Es muy posible.
    —Pues yo estoy seguro de que no la rechazaría. Pero no discutamos. Lo
    cierto es que diez mil rublos no son una cosa despreciable. En fin, fuera como
    fuere, le ruego que transmita nuestra conversación a Avdotia Romanovna.
    —No lo haré.
    —En tal caso, Rodion Romanovitch, me veré obligado a procurar tener una
    entrevista con ella, cosa que tal vez la moleste.
    —Y si yo le comunico su proposición, ¿usted no intentará visitarla?
    —Pues…no sé qué decirle. ¡Me gustaría tanto verla, aunque sólo fuera una
    vez!
    —No cuente con ello.
    —Pues es una lástima. Por otra parte, usted no me conoce. Podríamos
    llegar a ser buenos amigos.
    —¿Usted cree?
    —¿Por qué no? —exclamó Svidrigailof con una sonrisa.
    Se levantó y cogió su sombrero.
    —¡Vaya! No quiero molestarle más. Cuando venía hacia aquí no tenía
    demasiadas esperanzas de…Sin embargo, su cara me había impresionado esta
    mañana.
    —¿Dónde me ha visto usted esta mañana? —preguntó Raskolnikof con
    visible inquietud.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:50

    ***


    —Le vi por pura casualidad. Sin duda, usted y yo tenemos algo en
    común…Pero no se agite. No me gusta importunar a nadie. He tenido
    cuestiones con los jugadores de ventaja y no he molestado jamás al príncipe
    Svirbey, gran personaje y pariente lejano mío. Incluso he escrito pensamientos
    sobre la Virgen de Rafael en el álbum de la señora Prilukof. He vivido siete
    años con Marfa Petrovna sin moverme de su hacienda…Y antaño pasé muchas
    noches en la casa Viasemsky, de la plaza del Mercado…Además, tal vez suba
    en el globo de Berg.
    —Permítame una pregunta. ¿Piensa usted emprender muy pronto su viaje?
    —¿Qué viaje?
    —El viaje de que me ha hablado usted hace un momento.
    —¿Yo? ¡Ah, sí! Ahora lo recuerdo…Es un asunto muy complicado. ¡Si
    usted supiera el problema que acaba de remover!
    Lanzó una risita aguda.
    —A lo mejor, en vez de viajar, me caso. Se me han hecho proposiciones.
    —¿Aquí?
    —Sí.
    —No ha perdido usted el tiempo.
    —Sin embargo, desearía ver una sola vez a Avdotia Romanovna. Se lo
    digo en serio…Adiós, hasta la vista… ¡Ah, se me olvidaba! Dígale a su
    hermana que Marfa Petrovna le ha legado tres mil rublos. Esto es
    completamente seguro. Marfa Petrovna hizo testamento en mi presencia ocho
    días antes de morir. Avdotia Romanovna tendrá ese dinero en su poder dentro
    de unas tres semanas.
    —¿Habla usted en serio?
    —Sí. Dígaselo a su hermana…Bueno, disponga de mí. Me hospedo muy
    cerca de su casa.
    Al salir, Svidrigailof se cruzó con Rasumikhine en el umbral.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:51

    ***


    CAPÍTULO 2



    Eran cerca de las ocho. Los dos jóvenes se dirigieron a paso ligero al
    edificio Bakaleev, con el propósito de llegar antes que Lujine.
    —¿Quién era ese señor que estaba contigo? —preguntó Rasumikhine
    apenas llegaron a la calle.
    —Es Svidrigailof, ese hacendado que hizo la corte a mi hermana cuando la
    tuvo en su casa como institutriz. A causa de esta persecución, Marfa Petrovna,
    la esposa de Svidrigailof, echó a mi hermana de la casa. Esta señora pidió
    después perdón a Dunia, y ahora, hace unos días, ha muerto de repente. De
    ella hemos hablado hace un momento. No sé por qué temo tanto a ese hombre.
    Inmediatamente después del entierro de su mujer se ha venido a Petersburgo.
    Es un tipo muy extraño y parece abrigar algún proyecto misterioso. ¿Qué es lo
    que proyectará? Hay que proteger a Dunia contra él. Estaba deseando poder
    decírtelo.
    —¿Protegerla? Pero ¿qué mal puede él hacer a Avdotia Romanovna? En
    fin, Rodia, te agradezco esta prueba de confianza. Puedes estar tranquilo, que
    protegeremos a tu hermana. ¿Dónde vive ese hombre?
    —No lo sé.
    —¿Por qué no se lo has preguntado? Ha sido una lástima. Pero te aseguro
    que me enteraré.
    —¿Te has fijado en él? —preguntó Raskolnikof tras una pausa.
    —Sí, lo he podido observar perfectamente.
    —¿De veras lo has podido examinar bien? —insistió Raskolnikof.
    —Sí, recuerdo todos sus rasgos. Reconocería a ese hombre entre mil, pues
    tengo buena memoria para las fisonomías.
    Callaron nuevamente.
    —Oye —murmuró Raskolnikof—, ¿sabes que…? Mira, estaba pensando
    que… ¿no habrá sido todo una ilusión?
    —Pero ¿qué dices? No lo entiendo.
    Raskolnikof torció la boca en una sonrisa.
    —Te lo diré claramente. Todos creeréis que me he vuelto loco, y a mí me
    parece que tal vez es verdad, que he perdido la razón y que, por lo tanto, lo
    que he visto ha sido un espectro.
    —Pero ¿qué disparates estás diciendo?
    —Sí, tal vez esté loco y todos los acontecimientos de estos últimos días
    sólo hayan ocurrido en mi imaginación.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:52

    ***


    —¡A ti te ha trastornado ese hombre, Rodia! ¿Qué te ha dicho? ¿Qué
    quería de ti?
    Raskolnikof no le contestó. Rasumikhine reflexionó un instante.
    —Bueno, te lo voy a contar todo —dijo—. He pasado por tu casa y he
    visto que estabas durmiendo. Entonces hemos comido y luego yo he visitado a
    Porfirio Petrovitch. Zamiotof estaba con él todavía. Intenté empezar en
    seguida mis explicaciones, pero no lo conseguí. No había medio de entrar en
    materia como era debido. Ellos parecían no comprender y, por otra parte, no
    mostraban la menor desazón. Al fin, me llevo a Porfirio junto a la ventana y
    empiezo a hablarle, sin obtener mejores resultados. Él mira hacia un lado, yo
    hacia otro. Finalmente le acerco el puño a la cara y le digo que le voy a hacer
    polvo. Él se limita a mirarme en silencio. Yo escupo y me voy. Así termina la
    escena. Ha sido una estupidez. Con Zamiotof no he cruzado una sola
    palabra…Yo temía haberte causado algún perjuicio con mi conducta; pero
    cuando bajaba la escalera he tenido un relámpago de lucidez. ¿Por qué
    tenemos que preocuparnos tú ni yo? Si a ti te amenazara algún peligro, tal
    inquietud se comprendería; pero ¿qué tienes tú que temer? Tú no tienes nada
    que ver con ese dichoso asunto y, por lo tanto, puedes reírte de ellos. Más
    adelante podremos reírnos en sus propias narices, y si yo estuviera en tu lugar,
    me divertiría haciéndoles creer que están en lo cierto. Piensa en su bochorno
    cuando se den cuenta de su tremendo error. No lo pensemos más. Ya les
    diremos lo que se merecen cuando llegue el momento. Ahora limitémonos a
    burlarnos de ellos.
    —Tienes razón —dijo Raskolnikof.
    Y pensó: «¿Qué dirás más adelante, cuando lo sepas todo…? Es extraño:
    nunca se me había ocurrido pensar qué dirá Rasumikhine cuando se entere.»
    Después de hacerse esta reflexión miró fijamente a su amigo. El relato de
    la visita a Porfirio Petrovitch no le había interesado apenas. ¡Se habían
    sumado tantos motivos de preocupación durante las últimas horas a los que
    tenía desde hacía tiempo!
    En el pasillo se encontraron con Lujine. Había llegado a las ocho en punto
    y estaba buscando el número de la habitación de su prometida. Los tres
    cruzaron la puerta exterior casi al mismo tiempo, sin saludarse y sin mirarse
    siquiera. Los dos jóvenes entraron primero en la habitación. Piotr Petrovitch,
    siempre riguroso en cuestiones de etiqueta, se retrasó un momento en el
    vestíbulo para quitarse el sobretodo. Pulqueria Alejandrovna se dirigió
    inmediatamente a él, mientras Dunia saludaba a su hermano.
    Piotr Petrovitch entró en la habitación y saludó a las damas con la mayor
    amabilidad, pero con una gravedad exagerada. Parecía, además, un tanto
    desconcertado. Pulqueria Alejandrovna, que también daba muestras de cierta
    turbación, se apresuró a hacerlos sentar a todos a la mesa redonda donde
    hervía el samovar. Dunia y Lujine quedaron el uno frente al otro, y
    Rasumikhine y Raskolnikof se sentaron de cara a Pulqueria Alejandrovna,
    aquél al lado de Lujine, y Raskolnikof junto a su hermana.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:53

    ***

    Hubo un momento de silencio. Lujine sacó con toda lentitud un pañuelo de
    batista perfumado y se sonó con aire de hombre amable pero herido en su
    dignidad y decidido a pedir explicaciones. Apenas había entrado en el
    vestíbulo, le había acometido la idea de no quitarse el gabán y retirarse, para
    castigar severamente a las dos damas y hacerles comprender la gravedad del
    acto que habían cometido. Pero no se había atrevido a tanto. Por otra parte, le
    gustaban las situaciones claras y deseaba despejar la siguiente incógnita:
    Pulqueria Alejandrovna y su hija debían de tener algún motivo para haber
    desatendido tan abiertamente su prohibición, y este motivo era lo primero que
    él necesitaba conocer. Después tendría tiempo de aplicar el castigo adecuado.
    —Deseo que hayan tenido un buen viaje —dijo a Pulqueria Alejandrovna
    en un tono puramente formulario.
    —Así ha sido, gracias a Dios, Piotr Petrovitch.
    —Lo celebro de veras. ¿Y para usted no ha resultado fatigoso, Avdotia
    Romanovna?
    —Yo soy joven y fuerte y no me fatigo —repuso Dunia—; pero mamá ha
    llegado rendida.
    —¿Qué quieren ustedes? —dijo Lujine—. Nuestros trayectos son
    interminables, pues nuestra madre Rusia es vastísima…A mí me fue
    materialmente imposible ir a recibirlas, pese a mi firme propósito de hacerlo.
    Sin embargo, confío en que no tropezarían ustedes con demasiadas
    dificultades.
    —Pues sí, Piotr Petrovitch —se apresuró a contestar Pulqueria
    Alejandrovna en un tono especial—, nos vimos verdaderamente apuradas, y si
    Dios no nos hubiera enviado a Dmitri Prokofitch, no sé qué habría sido de
    nosotras. Me refiero a este joven. Permítame que se lo presente: Dmitri
    Prokofitch Rasumikhine.
    —¡Ah! ¿Es este joven? Ya tuve el placer de conocerlo ayer —murmuró
    Lujine lanzando al estudiante una mirada de reojo y enmudeciendo después
    con las cejas fruncidas.
    Piotr Petrovitch era uno de esos hombres que, a costa de no pocos
    esfuerzos, se muestran amabilísimos en sociedad, pero que, a la menor
    contrariedad, pierde los estribos de tal modo, que más parecen patanes que
    distinguidos caballeros.
    Hubo un nuevo silencio. Raskolnikof se encerraba en un obstinado
    mutismo. Avdotia Romanovna juzgaba que en aquellas circunstancias no le
    correspondía a ella romper el silencio. Rasumikhine no tenía nada que decir.
    En consecuencia, fue Pulqueria Alejandrovna la que tuvo que reanudar la
    conversación.





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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:54

    ***

    —¿Sabe usted que ha muerto Marfa Petrovna? —preguntó, echando mano
    de su supremo recurso.
    —¿Cómo no? Me lo comunicaron en seguida. Es más, puedo informarla a
    usted de que Arcadio Ivanovitch Svidrigailof partió para Petersburgo
    inmediatamente después del entierro de su esposa. Lo sé de buena tinta.
    —¿Cómo? ¿Ha venido a Petersburgo? —exclamó Dunetchka, alarmada y
    cambiando una mirada con su madre.
    —Lo que usted oye. Y, dada la precipitación de este viaje y las
    circunstancias que lo han precedido, hay que suponer que abriga alguna
    intención oculta.
    —¡Señor! ¿Es posible que venga a molestar a Dunetchka hasta aquí?
    —Mi opinión es que no tienen ustedes motivo para inquietarse demasiado,
    ya que eludirán toda clase de relaciones con él. En lo que a mí concierne,
    estoy ojo avizor y pronto sabré adónde ha ido a parar.
    —¡Ah, Piotr Petrovitch! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—. Usted no
    se puede imaginar hasta qué punto me inquieta esa noticia. No he visto a ese
    hombre más que dos veces, pero esto ha bastado para que le considere un ser
    monstruoso. Estoy segura de que es el culpable de la muerte de Marfa
    Petrovna.
    —Sobre este punto, nada se puede afirmar. Lo digo porque poseo informes
    exactos. No niego que los malos tratos de ese hombre hayan podido acelerar
    en cierto modo el curso normal de las cosas. En cuanto a su conducta y, en
    general, en cuanto a su índole moral, estoy de acuerdo con usted. Ignoro si
    ahora es rico y qué herencia habrá recibido de Marfa Petrovna, pero no tardaré
    en saberlo. Lo indudable es que, al vivir aquí, en Petersburgo, reanudará su
    antiguo género de vida, por pocos recursos que tenga para ello. Es un hombre
    depravado y lleno de vicios. Tengo fundados motivos para creer que Marfa
    Petrovna, que tuvo la desgracia de enamorarse de él, además de pagarle todas
    sus deudas, le prestó hace ocho años un extraordinario servicio de otra índole.
    A fuerza de gestiones y sacrificios, esa mujer consiguió ahogar en su origen un
    asunto criminal que bien podría haber terminado con la deportación del señor
    Svidrigailof a Siberia. Se trata de un asesinato tan monstruoso, que raya en lo
    increíble.
    —¡Señor Señor! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
    Raskolnikof escuchaba atentamente.
    —¿Dice usted que habla basándose en informes dignos de crédito? —
    preguntó severamente Avdotia Romanovna.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Ene 2024, 08:54

    ***
    —Me limito a repetir lo que me confió en secreto Marfa Petrovna. Desde
    luego, el asunto está muy confuso desde el punto de vista jurídico. En aquella
    época habitaba aquí, e incluso parece que sigue habitando, una extranjera
    llamada Resslich que hacía pequeños préstamos y se dedicaba a otros trabajos.
    Entre esa mujer y el señor Svidrigailof existían desde hacía tiempo relaciones
    tan íntimas como misteriosas. La extranjera tenía en su casa a una parienta
    lejana, me parece que una sobrina, que tenía quince años, o tal vez catorce, y
    era sordomuda. Resslich odiaba a esta niña: apenas le daba de comer y la
    golpeaba bárbaramente. Un día la encontraron ahorcada en el granero.
    Cumplidas las formalidades acostumbradas, se dictaminó que se trataba de un
    suicidio. Pero cuando el asunto parecía terminado, la policía notificó que la
    chiquilla había sido violada por Svidrigailof. Cierto que todo esto estaba
    bastante confuso y que la acusación procedía de otra extranjera, una alemana
    cuya inmoralidad era notoria y cuyo testimonio no podía tenerse en cuenta. Al
    fin, la denuncia fue retirada, gracias a los esfuerzos y al dinero de Marfa
    Petrovna. Entonces todo quedó reducido a los rumores que circulaban; pero
    esos rumores eran muy significativos. Sin duda, Avdotia Romanovna, cuando
    estaba usted en casa de esos señores, oía hablar de aquel criado llamado Filka,
    que murió a consecuencia de los malos tratos que se le dieron en aquellos
    tiempos en que existía la esclavitud.
    —Lo que yo oí decir fue que Filka se había suicidado.
    —Eso es cierto y muy cierto; pero no cabe duda de que la causa del
    suicidio fueron los malos tratos y las sistemáticas vejaciones que Filka recibía.
    —Eso lo ignoraba —respondió Dunia secamente—. Lo que yo supe sobre
    este particular fue algo sumamente extraño. Ese Filka era, al parecer, un
    neurasténico, una especie de filósofo de baja estofa. Sus compañeros decían de
    él que el exceso de lectura le había trastornado. Y se afirmaba que se había
    suicidado por librarse de las burlas más que de los golpes de su dueño. Yo
    siempre he visto que el señor Svidrigailof trataba a sus sirvientes de un modo
    humanitario. Por eso incluso le querían, aunque, te confieso, les oí acusarle de
    la muerte de Filka.
    —Veo, Avdotia Romanovna, que se siente usted inclinada a justificarle —
    dijo Lujine, torciendo la boca con una sonrisa equívoca—. De lo que no hay
    duda es de que es un hombre astuto que tiene una habilidad especial para
    conquistar el corazón de las mujeres. La pobre Marfa Petrovna, que acaba de
    morir en circunstancias extrañas, es buena prueba de ello. Mi única intención
    era ayudarlas a usted y a su madre con mis consejos, en previsión de las
    tentativas que ese hombre no dejará de renovar. Estoy convencido de que
    Svidrigailof volverá muy pronto a la cárcel por deudas. Marfa Petrovna no
    tuvo jamás la intención de legarle una parte importante de su fortuna, pues
    pensaba ante todo en sus hijos, y si le ha dejado algo, habrá sido una modesta
    suma, lo estrictamente necesario, una cantidad que a un hombre de sus
    costumbres no le permitirá vivir más de un año.




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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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