Aires de Libertad

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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Nov 2020, 02:49

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO IV. CONT.

    De esta manera suplicaba y tales llantos la desgraciada
    hermana lleva yvuelve a llevar. Mas a él no hay lágrima
    que lo conmueva ni quiere escuchar palabra alguna:
    los hados se lo impiden y un dios le tapa los oídos imperturbables.
    Y como cuando de un lado y de otro los Bóreas alpinos
    se pelean por arrancar la robusta encina de añoso tronco
    con sus soplidos; braman, y las altas ramas
    caen a tierra desde la copa golpeada;
    ella, sin embargo, a las rocas se clava y tanto su punta eleva
    a las auras etéreas como llega hasta el Tártaro con la raíz:
    no de otro modo se ve batido el héroe de una y otra parte
    con insistencia, y en lo hondo de su noble pecho siente las cuitas;
    firme sigue su propósito, las lágrimas ruedan inanes.
    Entonces, aterrorizada por su sino, la infeliz Dido
    busca la muerte; odia contemplar ya la bóveda del cielo.
    Y para más animarse a sacar adelante su plan y abandonar la luz,
    vio (horrible presagio), al dejar sus ofrendas sobre las aras
    donde arde el incienso, que negros se ponían los líquidos sagrados
    y sangre impura volverse los vinos libados;
    y a nadie contó lo que había visto, ni a su hermana siquiera.
    Además, había en su casa de mármol un templo
    del antiguo esposo, que honraba con honor admirable,
    adornado de níveos vellones y fronda festiva;
    de aquí le pareció oír sus voces y palabras,
    que la llamaba, cuando la oscura noche se apoderaba de la tierra,
    y que por los tejados un búho solitario con fúnebre canto
    se lamentaba a menudo hasta convertir su larga voz en llanto.
    Y muchas predicciones además de antiguos vates
    la aterrorizan con terrible advertencia. La persigue fiero Eneas
    en persona en sus sueños de loca y siempre se ve a sí misma
    sola, abandonada, siempre sin compañía marchando
    por un largo camino y en una tierra desierta buscar a los tirios,
    como Penteo ve en su locura de las Euménides la tropa
    y aparecer dos soles gemelos y una doble Tebas,
    como aparece Orestes en la escena, hijo de Agamenón,
    cuando huye de su madre armada de antorchas y negras
    serpientes y en el umbral están sentadas las Furias vengadoras.
    Así que cuando, vencida por la pena, la invadió la locura
    y decretó su propia muerte, el momento y la forma planea
    en su interior, y dirigiéndose a su afligida hermana
    oculta en su rostro la decisión y serena la esperanza en su frente:
    «He encontrado, hermana, el camino (felicítame)
    que me lo ha de devolver o me librará de este amor.
    Junto a los confines del Océano y al sol que muere
    está la región postrera de los etíopes, donde el gran Atlante
    hace girar sobre su hombro el eje tachonado de estrellas:
    de aquí me han hablado de una sacerdotisa del pueblo masilo,
    guardiana del templo de las Hespérides, la que daba al dragón
    su comida y cuidaba en el árbol las ramas sagradas,
    rociando húmedas mieles y soporífera adormidera.
    Ella asegura liberar con sus encantamientos cuantos corazones
    desea, infundir por el contrario a otros graves cuitas,
    detener el agua de los ríos y hacer retroceder a los astros,
    y conjura a los Manes de la noche. Mugir verás
    la tierra bajo sus pies y bajar los olmos de los montes.
    A ti, querida hermana, y a los dioses pongo por testigos
    y a tu dulce cabeza, de que a disgusto me someto a la magia.
    Tú levanta en secreto una pira dentro del palacio,
    al aire, y sus armas, las que dejó el impío colgadas
    en el tálamo y todas sus prendas y el lecho conyugal
    en el que perecí, ponlos encima: todos los recuerdos
    de un hombre nefando quiero destruir, y lo indica la sacerdotisa.»
    Dice estoy se calla, e inunda la palidez su rostro.
    Ana no advierte, sin embargo, que su hermana bajo ritos extraños
    oculta su propio funeral, ni imagina en su mente locura
    tan grande o teme desgracia mayor que la muerte de Siqueo.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Nov 2020, 02:50

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO IV. CONT.

    Así que obedece sus órdenes.
    La reina al fin, levantada la enorme pira al aire
    en lugar apartado con teas de pino y de encina,
    adorna el lugar con guirnaldas y lo corona de ramas
    funerales; encima las prendas y la espada dejada
    y un retrato sobre el lecho coloca sin ignorar el futuro.
    Altares se alzan alrededor y la sacerdotisa, suelto el cabello,
    invoca con voz de trueno a sus trescientos dioses, y a Érebo y Caos
    y Hécate trigémina, los tres rostros de la virgen Diana.
    Y había asperjado líquidos fingidos de la fuente del Averno,
    y se buscan hierbas segadas con hoces de bronce
    a la luz de la luna, húmedas de la leche del negro veneno;
    se busca asimismo el filtro arrancado de la frente del potrillo
    mientras nacía, quitándoselo a su madre.
    La propia reina junto a los altares, con uno de sus pies desatado,
    la harina sagrada en las piadosas manos y el vestido suelto,
    pone por testigos a los dioses de que va a morir y a las estrellas
    sabedoras del destino, y reza entonces al numen justo y memorioso,
    si es que lo hay, que cuida de los amores no correspondidos.
    La noche era, y gozaban del plácido sopor los cuerpos
    fatigados por las tierras, y habían callado los bosques y las feroces
    llanuras, cuando giran los astros en mitad de su caída,
    cuando enmudece todo campo, los ganados y las pintadas aves,
    cuanto los líquidos lagos y cuanto los campos erizados
    de zarzas habita, entregado al sueño bajo la noche callada.
    Mas no la fenicia de infeliz corazón, en ningún momento
    se abandona al sueño o acoge en sus ojos o en su pecho
    a la noche: se le doblan las penas y alzándose de nuevo
    amor la mortifica y fluctúa en gran tormenta de ira.
    Así vuelve a insistir y así da vueltas consigo en su corazón:
    «¡Qué hago, ay! ¿He de servir de burla a mis antiguos
    pretendientes? ¿Buscaré matrimonio suplicante entre los númidas,
    a quienes ya tantas veces desdeñé como maridos?
    ¿He de seguir si no a las naves de Ilión y las orgullosas
    órdenes de los teucros? ¿Tal vez por la ayuda con la que les salvé
    aún permanece en su memoria el agradecimiento por mi acción?
    Mas aun si así lo quiero, ¿quién lo permitirá y odiosa
    me acogerá en las naves soberbias? ¿Acaso no lo sabes, pobre de ti,
    y no conoces aún los perjuicios del pueblo de Laomedonte?
    ¿Qué, entonces? ¿Acompañaré sola en su huida a los victoriosos marinos
    o con los tirios y todo el apretado grupo de los míos
    me dejaré llevar lanzando de nuevo a las aguas a cuantos a la fuerza
    arranqué de la ciudad sidonia y ordenaré dar velas al viento?
    No, no. Muere, te lo has ganado, y aleja tu sufrir con la espada.
    Tú vencida por mis lágrimas; tú, hermana mía, mi locura
    cargas la primera de desgracias y me ofreces al enemigo.
    No he podido pasar mi vida sin bodas y sin culpa,
    como las fieras salvajes, sin probar cuitas tales;
    no he mantenido la palabra dada a las cenizas de Siqueo.»
    Lamentos tan grandes rompía ella en su pecho:
    Eneas, decidido a partir, en lo alto de su popa
    gozaba sus sueños tras disponerlo todo según el rito.
    En sueños se le presentó la imagen del dios que volvía
    con el mismo rostro y así de nuevo le pareció decir,
    en todo semejante a Mercurio, en la voz y el color,
    así como los rubios cabellos y el cuerpo de juventud adornado:
    «Hijo de la diosa, ¿puedes dormir en una hora como ésta,
    por más que ves el peligro acechar a tu alrededor,
    inconsciente, y no oyes cómo los Céfiros su favor te brindan?
    Mira que esa mujer trama en su pecho engaños y un horrendo crimen,
    dispuesta a morir, y suscita diversas tempestades de ira.
    ¿No te marchas al punto de aquí, ahora que puedes escapar?
    Has de ver el mar entubiarse de maderos, y crueles antorchas
    encenderse, el litoral hervir en llamas,
    si la Aurora te sorprende entretenido aún por estas tierras.
    Ea, ánimo. Date prisa, que cosa varia es siempre y mudable
    la mujer.» Tras así decir se confundió con la negra noche.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Nov 2020, 02:52

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO IV. CONT.

    Entonces, por fin, Eneas, asustado por las sombras repentinas,
    saca su cuerpo del sueño y a sus compañeros fatiga
    presurosos: «¡Atentos, amigos, y a los remos!
    ¡Soltad las velas, rápido! Que un dios ha llegado del alto cielo
    a precipitarla marcha y las retorcidas amarras nos anima
    de nuevo a desatar. Vamos tras de ti, santo dios,
    quienquiera que seas, y gozosos te obedecemos de nuevo.
    Asístenos favorable y ayúdanos y ponnos los astros
    propicios en el cielo.» Dijo, y saca la espada de la vaina
    relampagueante y corta con golpe preciso las sogas.
    El mismo ardor se apodera de todos, y se lanzan y corren;
    dejaron las playas, se esconde el mar bajo las naves,
    se esfuerzan en agitar la espuma y barren las olas azules.
    Y ya la Aurora primera regaba las tierras con nueva claridad,
    abandonando el lecho azafrán de Titono.
    La reina cuando desde su atalaya vio blanquear la luz
    primera y a la flota avanzar con las velas en línea,
    y notó playas y puertos vacíos y sin remeros,
    golpeando tres y cuatro veces con la mano su hermoso pecho
    y mesándose el rubio cabello: « ¡Por Júpiter! ¿Se va a marchar
    éste?», dice. «¿Se burlará un extranjero de mi poder?
    ¿No tomarán los míos las armas y bajarán de la ciudad entera,
    no arrancarán las naves de sus diques? ¡Id,
    volad presurosos con el fuego, disparad las flechas, impulsad los remos!
    ¿Qué estoy diciendo? ¿Dónde estoy? ¿Qué locura agita mi mente?
    Pobre Dido, ¿ahora te afectan las impías acciones?
    Debiste hacerlo al tiempo de entregarle tu cetro. ¡Ay, diestra y promesa!
    ¡Y dicen que lleva consigo los patrios Penates,
    que ofreció sus hombros a un padre vencido por la edad!
    ¿Es que no pude destrozar su cuerpo y esparcir por las olas
    sus pedazos? ¿Ni pasar por la espada a sus compañeros
    y al propio Ascanio, y servirlo luego en la mesa de su padre?
    Mas incierta habría sido la fortuna del combate. ¡Igual daba!
    ¿A quién temer, si iba ya a morir? Antorchas habría lanzado contra su
    campamento
    y habría llenado de fuego todas sus esquinas, y al hijo y al padre
    habría liquidado con su pueblo, y yo misma me habría lanzado a la hoguera.
    ¡Oh, Sol, que todos los afanes de la tierra iluminas con tus rayos!
    ¡Y tú, Juno, intérprete y sabedora de mis cuitas,
    y Hécate, ululada de noche en los cruces de las ciudades,
    y Furias de la venganza y dioses de Elisa que se muere!
    Aceptad esto, caed sobre los malvados con justo numen
    y escuchad nuestras plegarias. Si es preciso que arribe
    a puerto este ser infando y navegue hasta tierra,
    y así lo exigen los hados de Jove y está determinado este final,
    que al menos perseguido por la guerra y las armas de un pueblo audaz,
    expulsado de sus territorios, arrancado del abrazo de Julo
    implore auxilio y contemple las muertes indignas
    de los suyos, y que, cuando se haya colocado bajo una ley
    inicua, ni disfrute del reino ni de la luz ansiada,
    sino que caiga antes de tiempo y quede insepulto en la arena.
    Esto pido, esta voz mía derramado la última junto con mi sangre.
    Luego vosotros, tirios, perseguid con odio a su estirpe
    y a la raza que venga, y dedicad este presente
    a mis cenizas. No haya ni amor ni pactos entre los pueblos.
    Y que surja algún vengador de mis huesos
    que persiga a hierro y fuego a los colonos dardanios
    ahora o más tarde, cuando se presenten las fuerzas.
    Costas enfrentadas a sus costas, olas contra sus aguas
    imploro, armas contra sus armas: peleen éllos mismos y sus nietos.»
    Esto dice, y a todas partes dirigía su ánimo,
    buscando romper cuanto antes una luz odiada.
    Y entonces habló brevemente a Barce, nodriza que fue de Siqueo,
    que a la suya negra ceniza tenía en su antigua patria:
    «A Ana, mi querida nodriza, llama aquí a mi hermana.
    Dile que se apresure a lavar su cuerpo con agua del río,
    y que traiga consigo los animales y las víctimas prescritas.
    Que venga así, y tú misma ciñe tus sienes con las ínfulas santas.
    El sacrificio a Júpiter Estigio que comencé y dispuse según el rito,
    tengo intención de cumplirlo y acabar así con mis cuitas
    entregando a las llamas la pira del dardanio.»

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Nov 2020, 02:54

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO IV. CONT.

    Así dice. Y ya apresuraba la otra el paso con senil afán.
    Mas Dido, enfurecida y trémula por su empresa tremenda,
    volviendo sus ojos en sangre y cubriendo de manchas
    sus temblorosas mejillas y pálida ante la muerte cercana,
    irrumpe en las habitaciones de la casa y sube furibunda
    a la pira elevada y la espada desenvaina
    dardania, regalo que no era para este uso.
    En ese momento, cuando las ropas de Ilión y el lecho conocido
    contempló, en breve pausa de lágrimas y recuerdos,
    se recostó en el diván y profirió sus últimas palabras:
    «Dulces prendas, mientras los hados y el dios lo permitían,
    acoged a esta alma y libradme de estas angustias.
    He vivido, y he cumplido el curso que Fortuna me había marcado,
    yes horade que marche bajo tierra mi gran imagen.
    He fundado una ciudad ilustre, he visto mis propias murallas,
    castigo impuse a un hermano enemigo tras vengar a mi esposo:
    feliz, ¡ah!, demasiado feliz habría sido si sólo nuestra costa
    nunca hubiesen tocado los barcos dardanios.»
    Dijo, y, la boca pegada al lecho: «Moriremos sin venganza,
    mas muramos», añade. «Así, así me place bajar a las sombras.
    Que devore este fuego con sus ojos desde alta mar el troyano
    cruel y se lleve consigo la maldición de mi muerte.»
    Había dicho, y entre tales palabras la ven las siervas
    vencida por la espada, y el hierro espumante
    de sangre y las manos salpicadas. Se llenan de gritos los altos
    atrios: enloquece la Fama por una ciudad sacudida.
    De lamentos resuenan los techos y de los gemidos
    y el ulular de las mujeres, el éter de gritos horribles,
    no de otro modo que si Cartago entera o la antigua Tiro
    cayeran ante el acoso del enemigo y llamas enloquecidas
    se agitasen por igual en los tejados de los dioses y de los hombres.
    Lo oyó su hermana sin aliento y en temblorosa carrera
    asustada, hiriéndose la cara con las uñas y el pecho con los puños,
    se abalanza y llama por su nombre a la agonizante:
    «¿Así que esto era, hermana mía? ¿Con trampas me requerías?
    ¿Esto esa pira, estos fuegos y altares me reservaban?
    ¿Qué lamentaré primero en mi abandono? ¿Desprecias en tu muerte
    la compañía de tu hermana? Me hubieras convocado a un sino igual,
    que el mismo dolor y la misma hora nos habrían llevado a ambas.
    ¿He levantado esto con mis manos y con mi voz he invocado
    a los dioses patrios para faltarte, cruel, en tu muerte?
    Has acabado contigo y conmigo, hermana, con el pueblo y los padres
    sidonios y con tu propia ciudad. Dejadme, lavaré sus heridas
    con agua y si anda errante aún su último aliento
    con mi boca lo he de recoger.» Dicho esto había subido los altos escalones,
    y daba calor a su hermana medio muerta con el abrazo de su pecho
    entre lamento y con su vestido secaba la negra sangre.
    Cayó aquélla tratando de alzar sus pesados ojos
    de nuevo; gimió la herida en lo más hondo de su pecho.
    Tres veces apoyada en el codo intentó levantarse,
    tres veces desfalleció en el lecho y buscó con la mirada perdida
    la luz en lo alto del cielo y gimió profundamente al encontrarla.
    Entonces Juno todopoderosa, apiadada de un dolor tan largo
    y de una muerte difícil a Iris envió desde el Olimpo
    a quebrar un alma luchadora y sus atados miembros.
    Que, como no reclamada por su sino ni par la muerte se marchaba
    la desgraciada antes de hora y presa de repentina locura,
    aún no le había cortado Prosérpina el rubio cabello
    de su cabeza, ni la había encomendado al Orco Estigio.
    Iris por eso con sus alas de azafrán cubiertas de rocío
    vuela por los cielos arrastrando contra el sol mil colores
    diversos y se detuvo sobre su cabeza. «Esta ofrenda a Dite
    recojo como se me ordena y te libero de este cuerpo.»
    Esto dice y corta un mechón con la diestra: al tiempo todo
    calor desaparece, y en los vientos se perdió su vida.

    FIN DEL LIBRO IV.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 07 Nov 2020, 00:46

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V.

    Entretanto Eneas ya mantenía seguro su rumbo
    con la flota y del Aquilón negras cortaba las olas
    volviéndose a mirar las murallas que ya resplandecen con las llamas
    de la infeliz Elisa. Oculta les queda la causa que encendiera
    fuego tan terrible; mas las penas duras de un amor grande
    mancillado, y el saber de qué es capaz una mujer desesperada
    lo toman los corazones de los teucros como triste presagio.
    Cuando las naves ocuparon el mar y ya ninguna tierra
    les viene al encuentro, mar por todo y por todo cielo,
    a él cerúleo nubarrón se le paró sobre la cabeza
    llevando noche y tormenta y se encrespó la ola de tinieblas.
    El propio Palinuro, el piloto, desde su alta popa:
    «¡Ay!, ¿por qué nimbos tan grandes han ceñido el éter?
    ¿Qué nos deparas, padre Neptuno?» Luego que así dijo
    ordena arriar las velas y ponerse a los fuertes remos,
    y ofrece pliegues oblicuos al viento, y añade esto:
    «Magnánimo Eneas, ni aunque Júpiter me lo prometiera
    con su respaldo esperaría yo tocar Italia con este cielo.
    Opuestos rugen los vientos de costado y se levantan
    de lo negro de la tarde y el aire se condensa en nubes.
    Y no podemos nosotros luchar en su contra ni hacer
    tan gran esfuerzo. Puesto que nos vence Fortuna, sigamos
    y pongamos rumbo a donde nos llama. No creo lejanas
    las seguras costas de tu hermano Érice y los puertos sicanos,
    si es que bien recuerdo y vuelvo a medir los astros ya observados.»
    Y el piadoso Eneas: «En verdad así veo hace rato que lo piden
    los vientos y que en vano te empeñas en su contra.
    Dobla el camino a las velas. ¿Puede haber tierra más grata
    para mí o a donde más quisiera llevar mis naves cansadas
    que la que me guarda al dardanio Acestes
    y abraza en su seno los huesos de mi padre Anquises?»
    Cuando dijo esto, a los puertos se dirigen y Céfiros propicios
    les inflan las velas; avanza por las aguas rauda la flota,
    y al fin gozosos arriban a la playa conocida.
    Y a lo lejos desde la elevada cumbre de un monte se asombra
    Acestes de su llegada y baja al encuentro de las naves amigas,
    erizado de sus jabalinas y la piel de una osa de Libia:
    concebido por el río Criniso una madre troyana
    lo había tenido. Sin olvidar a sus antiguos padres
    se alegra con los que vuelven y con agrestes tesoros gozoso
    les recibe, y cansados les reconforta con amistosa ayuda.
    Cuando el día siguiente, luminoso, había espantado a las estrellas
    con el otro primero, a los compañeros de toda la playa convoca
    Eneas a reunión y habla desde la altura de un túmulo:
    «Grandes Dardánidas, estirpe de la alta sangre de los dioses,
    se cierra el círculo de un año con sus meses cumplidos
    desde que los restos y los huesos de mi divino padre
    cubrimos con tierra y consagramos altares afligidos;
    y ya ha llegado el día, si no me engaño, que siempre por acerbo
    y por honrado he de tener (así lo quisisteis, dioses).
    Así exiliado lo pasara yo en la Sirtes getulas,
    o en el mar argólico atrapado o en la ciudad de Micenas,
    votos anuales y, por orden, solemnes pompas
    le rendiría y colmaría sus altares de presentes.
    Mucho más hoy: a las cenizas y los huesos de mi propio padre
    hemos llegado, creo, en verdad no sin la intención de los dioses
    ni sin su numen y se nos ha hecho entrar en un puerto amigo.
    Así que ánimo y celebremos todos alegre ceremonia:
    invoquemos a los vientos, y ojalá él me acepte todos los años
    en la nueva ciudad estas ofrendas en los templos que le dediquemos.
    Acestes, un hijo de Troya, da dos cabezas de bueyes
    para cada una de vuestras naves: invitad al banquete
    a los Penates patrios y a los que venera el huésped Acestes.
    Y además, cuando la novena Aurora haya traído a los mortales
    el almo día y haya despejado el orbe con sus rayos,
    dispondré en primer lugar para los teucros un combate de las naves veloces;
    y el que vale en la carrera a pie, y el que osado de fuerzas
    llega más lejos con la jabalina y las rápidas flechas,
    o se anima a presentar batalla con el rudo cesto,
    acudan todos y aguarden el premio de la merecida palma.
    Guardad todos silencio y ceñid con ramos vuestras sienes.»

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 07 Nov 2020, 00:48

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    Dicho esto cubre con el mirto materno sus sienes.
    Así hace Hélimo, así Acestes por la edad maduro,
    así el niño Ascanio, y les sigue toda la juventud.
    Él desde la asamblea con muchos millares se dirigía
    al túmulo, en el centro de numerosa compañía.
    Aquí libando según el rito dos copas de vino puro
    las vertió en tierra, dos de leche nueva, dos de sangre consagrada,
    y esparce flores purpúreas, y esto dice:
    «Salve, sagrado padre, de nuevo; salve, cenizas en vano
    recobradas, y ánimas y sombras paternas.
    No se me concedió buscar contigo los territorios ítalos
    ni los campos del destino ni, dondequiera que esté, el Tiber ausonio.»
    Así había dicho, cuando una lúbrica serpiente del hondo recinto
    sacó, enorme, sus siete anillos, sus siete revueltas,
    en plácido abrazo al túmulo y deslizándose por los altares;
    el lomo tenía cubierto de manchas azulencas y de oro
    un fulgor encendía sus escamas, como el arco en las nubes
    esparce contra el sol mil diversos colores.
    Se paralizó Eneas con la visión. Ella en larga línea
    serpentea por fin entre las páteras y los vasos bruñidos
    y gustó las viandas ybajó de nuevo sin daño a lo profundo
    del túmulo y dejó los probados altares.
    Por esto más reanuda los emprendidos honores a su padre,
    dudando si pensar en un genio del lugar o en un siervo
    de su padre; sacrifica según la costumbre dos ovejas
    y otros tantos cerdos y los mismos novillos de negro lomo,
    y vino derramaba con las páteras y el alma invocaba
    de Anquises el grande y sus Manes devueltos del Aqueronte.
    Y así también los compañeros, según cada cual puede, gozosos
    llevan sus ofrendas, colman los altares y matan novillos;
    calderos colocan otros en fila y dispersos por la hierba
    amontonan las brasas bajo los asadores y queman las vísceras.
    Había llegado el día esperado yya los caballos de Faetonte
    la novena Aurora traían con su luz serena,
    y la noticia y del ilustre Acestes el nombre a los comarcanos
    habían congregado; en alegre reunión la playa llenaban
    por ver a los Enéadas y otros dispuestos a competir.
    Primero ante sus ojos se disponen los presentes de la arena
    en el centro, los trípodes sagrados y las verdes coronas
    y las palmas, premio para los vencedores, y las armas y las ropas
    teñidas de púpura, talentos de oro y de plata;
    y canta la trompa de lo alto de una duna el comienzo de los juegos.
    Avanzan iguales para el certamen primero cuatro naves
    de pesados remos escogidas de toda la flota.
    Mnesteo guía con fiera tripulación la veloz Pristis,
    ítalo muy pronto Mnesteo, de quien el nombre de la estirpe de Memmio;
    y Gías la inmensa Quimera de inmensa mole
    como de una ciudad, que en triple hilera la juventud impele
    dardania, se alzan sus remos en tres filas;
    y Sergesto, del que recibe su nombre la casa Sergia,
    avanza sobre la gran Centauro y Cloanto en la Escila
    cerúlea, de donde tu estirpe, romano Cluentio.
    Hay a lo lejos en el mar un peñasco frente a la espumantes
    riberas que a veces, sumergido, lo baten las olas
    hinchadas cuando los Cauros de invierno ocultan los astros;
    en la bonanza calla y sobre las olas inmóviles asoma,
    prado y solana gratísimos para los tibios somormujos.
    Aquí colocó el padre Eneas una verde meta
    de frondoso arce, una señal para los marineros de donde regresar
    supieran y en torno a donde doblar la larga carrera.
    Luego eligen a suertes los puestos y los propios capitanes
    en sus popas brillan de oro a lo lejos y de púrpura relucientes;
    los demás jóvenes se cubren con hojas de chopo
    y resplandecen con los hombros desnudos untados de aceite.
    Se sientan en los bancos, atentos los brazos a los remos;
    atentos aguardan la señal, y consume sus excitados
    corazones un ansia pulsante y un vehemente deseo de gloria.
    Luego, cuando la clara trompa lanzó la señal -no hay retrasotodos
    saltaron de sus marcas; hiere el éter un clamor
    marinero y las aguas se hacen espuma por el batir de brazos.
    Hienden los surcos a la vez, y toda se abre
    la llanura agitada por los remos y los rostros tridentes.
    No tanto se precipitan en la carrera de bigas al llano
    corriendo ni se lanzan los carros fuera de la barrera,
    ni así hacen restallar los aurigas las riendas ondeantes
    sobre los veloces caballos e inclinados hacia adelante los azotan.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 07 Nov 2020, 00:50

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    Luego con el aplauso y los gritos de los hombres y los ánimos
    de sus seguidores resuena todo el bosque y las playas recogidas
    hacen volar la voz, y devuelven el eco los collados por el clamor sacudidos.
    Escapa antes que los demás y se desliza por las olas primeras
    Gías entre la turba y los gritos; después le sigue
    Cloanto, mejor con los remos, aunque el lento pino le frena
    con su peso. Tras ellos, a igual distancia, la Pristis
    y la Centauro disputan por ocupar el lugar primero,
    y ya lo tiene la Pristis, ya vencida la sobrepasa la enorme
    Centauro, ya ambas a la vez avanzan con sus frentes
    pegadas y con largas carenas surcan las olas saladas.
    Y ya se acercaban al peñasco y la meta tocaban,
    cuando el primero, Gías, vencedor en medio de las aguas
    increpa con sus palabras al timonel de su nave, Menetes:
    «¿Dónde te me vas tan a la derecha? Vuelve aquí la proa;
    besa la costa y deja que el remo roce las rocas por la izquierda;
    que otros ocupen las aguas profundas.» Dijo; pero Menetes, temiendo
    los ciegos escollos, dobla la proa hacia las ondas del piélago.
    «Dónde vas tan lejos?», de nuevo, «¡Busca las rocas, Menetes!»,
    con sus gritos Gías le insistía, y en eso ve a Cloanto
    que se pone a su espalda y cada vez más cerca.
    Éste entre la nave de Gías y las rocas resonantes
    costea a la izquierda por el lado interno y de pronto al primero
    adelanta y pasando la meta entra en aguas seguras.
    Entonces en verdad un intenso dolor se encendió en los huesos del joven
    y no faltaron lágrimas en sus mejillas, y al miedoso Menetes,
    olvidando su propio decoro y la seguridad de sus amigos,
    lo arroja de cabeza al mar desde la alta popa;
    él mismo se pone a gobernar el timón, él mismo en timonel
    anima a sus hombres y dirige el gobernalle hacia la costa.
    Por su lado, Menetes cuando apenas logró salir de la profunda hondura,
    pesado yya anciano y chorreando con la ropa empapada,
    busca lo alto del arrecife y se sienta sobre una roca seca.
    De él al caer se rieron los teucros y cuando nadaba,
    y se ríen cuando vomita de su pecho el agua salada.
    Entonces una alegre esperanza se encendió en los dos últimos,
    en Sergesto y Mnesteo, de superar a un Gías que se retrasaba.
    Sergesto se adelanta primero y se acerca al peñasco,
    y no le saca aún de ventaja toda la carena;
    en parte el primero, en parte lo alcanza con su rostro émula Pristis.
    Y moviéndose en el centro de la nave entre sus compañeros
    les anima Mnesteo: «Ahora, alzaos ahora sobre los remos,
    hectóreos amigos a quienes elegí por compañeros en la suerte
    suprema de Troya; sacad ahora aquellas fuerzas,
    ahora los ánimos que tuvisteis en las Sirtes getulas
    y en el mar Jonio y en las olas tenaces del Malea.
    No busco ya la cabeza, yo Mnesteo, ni lucho por vencer
    (aunque... ¡oh! Mas ganen aquellos a los que se lo diste, [Neptuno);
    avergoncémonos de llegar los últimos: triunfad en eso, ciudadanos,
    y evitad el oprobio.» Ellos en un supremo esfuerzo
    se doblan: tiembla con los golpes tremendos la popa de bronce
    y el mar se retira, entonces un constante anhelo sacude
    sus miembros y las áridas bocas, el sudor corre a ríos por todo.
    Y fue un golpe de suerte quien les deparó el honor ansiado:
    pues mientras con ánimo furioso acerca Sergesto su proa
    a las rocas y se mete por dentro en una zona estrecha,
    encalló el desgraciado en las rocas prominentes.
    Los peñascos recibieron el impacto y contra el agudo arrecife
    los remos se hicieron pedazos y colgada quedó la proa tras el golpe.
    Se alzan los marineros y se detienen entre grandes gritos
    y las pértigas de hierro y los garfios de aguda punta
    toman y recogen en el agua los pedazos de los remos.
    Mas alegre Mnesteo y enardecido por esta misma suerte,
    con la veloz línea de sus remos y los vientos propiciados
    busca mejores aguas y corre a mar abierto.
    Cual la paloma arrojada de pronto de la cueva
    que, escondrijo de piedra, de casa le sirve y de dulce nido,
    se lanza volando a los campos y asustada causa en su techo
    gran aleteo; al punto se desliza por el aire quieto
    y traza un límpido camino sin mover sus alas veloces:
    así Mnesteo, así la propia Pristis surca en su huida postrera
    los mares, así su propio impulso la lleva volando.
    Y primero deja peleando con el alto peñasco
    a Sergesto y con los breves vados y en vano pidiendo
    auxilio y aprendiendo a correr con los remos quebrados.
    Luego a Gías y a la propia Quimera de inmensa mole
    alcanza; cede, porque no tiene timonel.
    Sólo queda ya Cloanto justo en la llegada,
    al que busca y apremia empeñándose con todas sus fuerzas.
    Y entonces redobla el clamor y todos al segundo
    animan con sus gritos, y resuena con el fragor el éter.
    Unos temen perder una gloria ya propia y un premio
    ya ganado, y cambian su vida por la victoria;
    a otros el éxito les alienta: pueden porque creen que pueden.
    Y tal vez habrían conquistado los premios con rostros empatados,
    si tendiendo al ponto ambas palmas Cloanto
    no hubiera vertido sus oraciones e invocado con votos a los dioses:
    «Dioses que poder tenéis sobre el mar cuyas aguas recorro,
    gozoso he de ofreceros yo un toro blanco
    en esta playa ante las aras, cumpliendo un voto, y sus entrañas
    arrojaré a las olas saladas y verteré líquidos vinos.»

    CONT.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Nov 2020, 02:33

    Me va enganchando cuanto más leo.
    Gracias y sigo.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 08 Nov 2020, 07:44

    Gracias, Lluvia.

    Besos.

    (Continúo)


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 08 Nov 2020, 07:56

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    Dijo, y bajo las olas profundas lo escuchó todo
    el coro de las Nereidas y de Forco y la virgen Panopea,
    y el propio padre Portuno lo impulsó con mano grande
    en su marcha: la nave, más rauda que el Noto y que veloz saeta
    escapó hacia tierra y se metió en el puerto profundo.
    Entonces el hijo de Anquises a todos convoca según la costumbre
    y con la gran voz del heraldo vencedor proclama
    a Cloanto y con verde laurel cubre sus sienes,
    y deja que cada nave elija como presentes tres terneros
    y que se lleven los vinos y un gran talento de plata.
    Honores especiales concede para los propios capitanes;
    al vencedor una clámide de oro cuya orla recorre
    en doble meandro muchísima púrpura melibea,
    y, bordado, el regio muchacho del frondoso ida
    fatiga a los veloces ciervos con su jabalina, en la carrera
    fiero, como jadeando, al que el alado escudero
    de Jove se llevó a lo alto desde el Ida en sus curvas garras;
    los ancianos guardianes tienden en vano sus palmas
    a los astros y se ensaña con el aire el ladrido de los perros.
    Y el que por su valor ocupó después el lugar segundo,
    a ese una loriga tejida de mallas ligeras y triple hilo
    de oro que él mismo vencedor arrancara a Demóleo
    junto al rápido Simunte al pie de la alta Ilión,
    se la da para que la tenga, gloria de un guerrero y reparo en las armas.
    Apenas, tan tupida, la aguantaban sobre sus hombros los esclavos
    Fégeo y Ságaris; mas vistiéndola un día
    Demóleo perseguía a la carrera a los dispersos troyanos.
    Como tercer premio entrega dos calderos de bronce
    y copas terminadas en plata y ásperas de relieves.
    Y ya todos con sus presentes y orgullosos de sus premios
    se marchaban con las sienes ceñidas de purpúreas cintas,
    cuando escapado apenas con gran habilidad del cruel escollo,
    con los remos perdidos y a falta de una fila entera,
    impulsaba sin honor Sergesto su nave, objeto de burlas.
    Cual a menudo sorprendida la serpiente en el lomo del camino,
    que la rueda de bronce pisó por la mitad o a golpes de piedra
    cruel caminante la dejó medio muerta y aplastada;
    en vano huyendo largas vueltas da con su cuerpo,
    feroz en parte, y ardiente en sus ojos y alzando en alto
    el cuello sibilante; la parte mutilada por la herida la frena
    en su esfuerzo sobre los nudos y se pliega sobre sí misma:
    con tales remos se movía tarda la nave;
    velas larga no obstante y a toda vela entra en la bocana.
    Eneas premia a Sergesto con el regalo prometido,
    contento, por salvar su nave y traer a sus compañeros.
    A él le entrega una esclava experta en los trabajos de Minerva,
    de estirpe cretense, Fóleo, con dos gemelos bajo su pecho.
    Cumplida esta carrera, el piadoso Eneas se dirige
    a un prado herboso que por todo ceñían las selvas
    de curvos collados, y era como un anfiteatro
    en medio del valle; allí se encaminó el héroe con muchos
    millares y en alto se sentó de la reunión en el centro.
    Entonces, los que quieran competir en rápida carrera,
    los ánimos estimula con regalos y fija los premios.
    De todas partes acuden los teucros y con ellos los sicanos,
    Niso y Euríalo los primeros,
    Euríalo señalado por su belleza y en la flor de la edad,
    Niso con piadoso amor por el muchacho; les sigue luego
    el regio Diores de la egregia estirpe de Príamo;
    con él, Salio y Patrón, de los que uno acarnanio
    y el otro de la sangre arcadia del pueblo tegeo;
    también dos jóvenes trinacrios, Hélimo y Pánopes,
    compañeros del anciano Acestes hechos a los bosques;
    y muchos aún a quienes esconde una fama oscura.
    Eneas en medio de todos ellos así dijo luego:

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 08 Nov 2020, 07:58

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    «Recibid esto en el corazón y prestadme atención gozosa.
    Nadie de este grupo se marchará sin que lo premie.
    Daré a cada uno de hierro bruñido dos lucientes dardos
    cnosios y un hacha doble cincelada en plata;
    este honor será, pues, igual para todos. Premios los tres primeros
    recibirán y ceñirán su cabeza con rubio olivo.
    El vencedor primero tenga un caballo distinguido por sus jaeces;
    el segundo una aljaba de las Amazonas y llena de dardos
    tracios, que cuelga de una correa con ancha banda
    de oro y anuda una fíbula de piedras preciosas;
    el tercero vaya contento con este yelmo de Argos.»
    Luego que dijo esto, ocupan sus lugares, y escuchada de pronto
    la señal se roban el terreno y dejan la salida,
    desparramándose como una nube. Todos miran la meta,
    y marcha el primero Niso y destaca con mucho
    sobre los otros más rápidos que el viento y las alas del rayo;
    el segundo, mas el segundo tras largo intervalo,
    le sigue Salio; después de un trecho luego el tercero Euríalo;
    y a Euríalo le sigue Hélimo; justo a su espalda
    allá va volando Diores que le va pisando los talones
    atacándole con el hombro, y si hubiera más sitio
    se escaparía al lugar mejor y lo dejaría inseguro.
    Y ya en el tramo final y cansados se aproximaban
    a la misma meta cuando el desgraciado Niso resbala
    en la sangre viscosa que inmolados los novillos por caso
    había caído al suelo y empapado las verdes hierbas.
    Aquí el joven ya triunfante vencedor no dominó sus pasos
    vacilantes al pisar sobre el suelo y cayó de cabeza
    sobre él en el inmundo fimo y en la sangre sagrada.
    Mas no de Euríalo, no se olvidó aquél de sus amores:
    pues alzándose del charco se puso frente a Salio
    y éste cayó dando vueltas en la espesa arena
    y se escapa Euríalo y victorioso por el favor del amigo
    ocupa el primer puesto, y vuela entre el aplauso y los gritos de apoyo.
    Luego entra Hélimo y la palma tercera es ya de Diores.
    Entonces todo el círculo de la enorme cávea y los rostros
    primeros de los padres Salio llena con grandes gritos,
    y para sí reclama el honor arrebatado con trampas.
    Protege a Euríalo el favor y las hermosas lágrimas,
    y el valor que se hace más grato en un bello cuerpo.
    Le asiste y lo proclama con gran voz Diores,
    que alcanzó su palma y en vano llegó al último
    premio si los primeros honores se dieran a Salio.
    Entonces el padre Eneas: «Vuestros presentes -dice- seguros
    siguen con vosotros, y nadie cambia el orden de las palmas, muchachos;
    mas pueda yo compadecerme de la desgracia del amigo inocente.»
    Dicho esto la piel enorme de un león getulo
    entrega a Salio, cargada de pelo y con las uñas de oro.
    A esto Niso: «Si premios tan grandes -dice- hay para los vencidos,
    y pena te dan los caídos, ¿qué presentes a Niso
    dignos darás, que merecí por mi hazaña la primera corona
    de no haberme tumbado, enemiga, la misma fortuna que a Salio?»
    Y a la vez que hablaba su rostro mostraba y sus miembros
    manchados del húmedo fimo. Le sonrió el óptimo padre
    y mandó traer un escudo, trabajo de Didimaon,
    que arrancaron los dánaos del sagrado dintel de Neptuno.
    Con este hermoso presente premia al joven egregio.
    Luego, cuando acabó la carrera y entregó los premios:
    «Ahora, si alguno ánimo y valor guarda en su pecho,
    preséntese y levante sus brazos con las palmas fajadas»,
    así dice, y propone un doble honor para el combate:
    al vencedor un novillo cubierto de oro y de cintas,
    una espada y un hermoso yelmo como consolación para el vencido.
    Al punto, sin tardanza, con vastas fuerzas se presenta
    Dares y se alza entre gran griterío de los hombres,
    el único que solía competir con Paris
    y también, junto al túmulo donde duerme Héctor el grande,
    al victorioso Butes de enorme cuerpo, el que presumía
    de venir del pueblo bebricio de Amico,
    le golpeó y lo tumbó moribundo en la rubia arena.
    Así Dares yergue su alta cabeza para el combate primero
    y muestra sus anchos hombros y lanza adelante
    alternadamente los brazos y azota las auras con sus golpes.
    Se le busca un rival, y nadie de grupo tan grande
    osa enfrentársele y enfundarse el cesto en las manos.
    Así que orgulloso y pensando que todos renunciaban a la palma
    se plantó ante los pies de Eneas y sin rodeos
    agarra el toro por un cuerno con la izquierda, y así dice:

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 08 Nov 2020, 07:59

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    «Hijo de la diosa, si nadie osa acudir al combate,
    ¿cuánto debo esperar? ¿Cuánto se me debe entretener?
    Ordena que traigan los premios.» Todos a lavez gritaban
    los Dardánidas y pedían que se le entregase lo prometido.
    Entonces Acestes, severo, azuza con sus palabras a Entelo
    según estaba sentado a su lado en el verde lecho de hierba:
    «Entelo, en vano un día el mejor de nuestros héroes,
    ¿dejarás que se lleven presentes tan grandes
    sin presentar batalla? ¿Dónde está ahora aquel dios nuestro,
    Érice, maestro inútilmente celebrado? ¿Dónde la fama por toda
    la Trinacria y aquellos despojos colgando de tu techo?»
    Y él a eso: «No me dejó el amor de gloria ni el honor
    vencidos por el miedo; pero la gélida sangre me entorpece
    con la pesada vejez, y se enfrían en mi cuerpo las fuerzas extremas.
    Si yo tuviera aquella juventud de antaño de la que presume
    seguro este malvado, si ahora la tuviera,
    en verdad no me presentaría yo animado por el premio
    y el hermoso novillo, que no me fijo en los regalos.» Dicho esto
    arrojó dos cestos iguales de enorme peso
    al centro, con los que el fiero Érice solía en la lucha
    lanzar sus manos y revestir sus brazos de duro cuero.
    Atónitos quedaron los corazones; las pieles ingentes de siete
    bueyes bien grandes rígidas estaban de plomo y de hierro cosido.
    Estupefacto más que nadie Dares mucho retrocede,
    y el magnánimo hijo de Anquises sopesa y da vueltas
    acá y allá al peso, y las inmensas lazadas de las correas.
    Luego el anciano sacaba estas palabras de su pecho:
    «Bien, ¿y si hubiérais visto los cestos y las armas del propio
    Hércules y su triste lucha en esta misma playa?
    Un día tu hermano Érice llevaba estas armas
    (las ves aún manchadas de sangre y de trozos de sesos),
    con ellas se enfrentó al gran Alcides, éstas usaba yo
    mientras una sangre mejor fuerzas me daba y aún no llenaba
    de canas mis sienes gemelas la vejez envidiosa.
    Mas si el troyano Dares rehúsa estas armas nuestras
    y así lo quiere el piadoso Eneas y lo aprueba el muñidor Acestes,
    igualemos la lucha. De las pieles de Érice te libero
    (no temas), y quítate tú esos cestos troyanos.»
    Dicho esto se quitó el manto doble de los hombros
    y sus miembros enormes, los grandes huesos y los brazos
    desnudó y enorme se plantó en el centro de la arena.
    Entonces el padre de la sangre de Anquises trajo cestos iguales
    y revistió de armas parejas las palmas de ambos.
    Los dos se alzaron al punto sobre la punta de los pies
    e impávidos levantaron los brazos a las auras superiores.
    Las cabezas, en alto, las echaron atrás, lejos del golpe,
    y abrazan manos con manos y provocan la lucha,
    uno mejor con el juego de pies y en su juventud confiado,
    el otro poderoso de miembros y talla; pero tiembla y le fallan
    las torpes rodillas, un profundo jadeo sacude su cuerpo enorme.
    Muchos golpes se lanzan en vano los hombres,
    mucho se aplican al cavo costado y en su pecho retumban
    las sacudidas, y en torno a las orejas y las sienes
    vaga la mano constante, crujen las mandíbulas por el duro golpe.
    Firme se queda plantado Entelo y con esfuerzo, sin moverse,
    esquiva sólo con el cuerpo los golpes y con ojos atentos.
    El otro, como quien asedia una ciudad escarpada con sus máquinas
    o acampa en armas en torno a las fortalezas de los montes,
    y uno y otro acceso, y todo el lugar explora
    con maña y con asaltos diversos la ataca en vano.
    Muestra Entelo su diestra erguido y la levanta
    en alto, el otro rápido prevé el golpe que le cae
    de arriba y lo evita escapando con ágil cuerpo;
    Entelo gasta sus fuerzas con el aire y, él solo,
    bajo su propio peso enorme cayó pesado a tierra
    y pesadamente, como cuando cayó en el Erimanto el cavo
    pino arrancado de sus raíces o en el grande Ida.
    Se enfrentan con sus gritos los teucros y la juventud trinacria;
    llena el cielo el clamor y acude Acestes el primero
    y al amigo de su edad levanta compadecido del suelo.
    Pero, ni entorpecido por la caída ni asustado, el héroe
    vuelve más fiero a la lucha y saca fuerzas de su enojo;
    el pudor además enciende su coraje y un valor consciente,
    y furioso persigue al lanzado Dares por toda la llanura
    redoblando los golpes ya de su diestra, ya de su izquierda.
    No hay tregua ni descanso: como repican los nimbos cargados
    sobre los tejados, así el héroe con repetidos golpes
    no deja de pegar con una y otra mano y acosa a Dares.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 08 Nov 2020, 08:02

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    Entonces el padre Eneas no consintió que fueran las iras
    más allá ni que Entelo se ensañase con ánimo acerbo,
    y ordenó el foral de la lucha y al exhausto Dares
    rescató consolándolo con sus palabras, y así le dice:
    «Desgraciado, ¿qué locura tan grande se adueñó de tu pecho?
    ¿No sientes las fuerzas distintas ni los númenes adversos?
    Abandona ante el dios.» Dijo, y con su voz interrumpió la lucha.
    Y así, arrastrando sus rodillas heridas y moviendo la cabeza
    a un lado y a otro, y arrojando por la boca densa sangre
    y dientes mezclados con la sangre, leales compañeros
    lo llevan a las naves; se les llama y reciben el yelmo
    y la espada, y dejan la palma y el toro para Entelo.
    Éste, vencedor, con ánimo crecido y orgulloso del toro:
    «Hijo de la diosa -dice- y teucros todos, aprended esto,
    qué fuerzas tuvo mi cuerpo de joven
    y de qué muerte salvado conserváis a Dares.»
    Dijo, y se paró frente al hocico del novillo
    que le aguardaba como premio de la lucha, y los duros cestos
    dejó caer blandiendo su diestra en alto
    entre los cuerpos, y le aplastó los huesos y el cerebro:
    cae vencido en tierra, temblando y sin vida, el animal.
    Él saca luego de su pecho estas palabras:
    «Érice, te entrego esta vida mejor a cambio de la muerte
    de Dares; aquí, vencedor, depongo mis cestos y mi arte.»
    Al instante invita Eneas a competir con la veloz saeta
    a los que así lo deseen y señala los premios,
    y el mástil de la nave de Seresto con mano poderosa
    levanta y una paloma voladora atada a una cuerda,
    a donde apunten sus dardos, cuelga de lo alto del mástil.
    Acudieron los hombres y recibió las suertes
    un yelmo de bronce y entre gritos de ánimo el primero
    sale, antes que los otros, el Hirtácida Hipocoonte;
    Mnesteo, vencedor poco ha en el naval combate,
    le sigue, Mnesteo ceñido de verde olivo.
    Euritión fue el tercero, tu hermano, oh Pándaro
    ilustrísimo que cuando se ordenó romper el pacto
    lanzaste el primero tu dardo en medio de los aqueos.
    El último y en el fondo del yelmo se queda Acestes,
    que se había decidido a probar con su mano una lid de jóvenes.
    Entonces con fuerzas poderosas doblan y curvan sus arcos
    cada uno por sí mismo y sacan los dardos de las aljabas,
    y la primera vibrando el nervio por el cielo, la flecha
    del joven Hirtácida azota las auras voladora,
    y llega y se clava en el árbol del mástil frontero.
    Tembló el mástil y asustado agitó sus alas
    el animal, y todo resonó con intenso aplauso.
    Después el fiero Mnesteo se plantó con el arco tendido
    apuntando hacia arriba, y a la vez lanzó el ojo y la flecha.
    Mas, pobre de él, no pudo alcanzar justo al ave
    con su flecha; cortó los nudos y las cuerdas de lino
    con las que estaba colgada de una pata en lo alto del mástil;
    ella vuela y escapa con los Notos a las negras nubes.
    Rápido entonces, con la flecha hace rato montada
    en el arco dispuesto, Euritión invocó con votos a su hermano,
    y avistándola ya gozosa en el cielo libre y agitando
    sus alas, atraviesa a la paloma bajo una negra nube.
    Cayó exánime y se dejó la vida entre los astros
    etéreos y devuelve abatida la flecha clavada.
    Perdida ya la palma, sólo quedaba Acestes,
    que lanzó, sin embargo, su dardo a las auras aéreas,
    exhibiendo el padre su arte y el arco sonoro.
    Entonces un prodigio repentino que gran augurio sería
    se ofrece a los ojos; lo mostró después un gran suceso
    y los vates terribles cantaron presagios tardíos.
    Pues volando en las líquidas nubes ardió la caña
    y señaló un camino de llamas y desapareció consumida
    en los tenues vientos, como a menudo arrancadas del cielo
    pasan corriendo y arrastran su cola las estrellas voladoras.
    Atónitos de ánimo quedaron teucros y trinacrios
    e invocando a los dioses de lo alto y Eneas el grande
    no rechaza el presagio, sino que abrazando al feliz Acestes
    lo colma de grandes regalos, y así le dice:
    «Toma, padre, pues quiso el gran rey del Olimpo que por tales
    auspicios honores recibieras fuera de sorteo.
    Este presente tendrás del propio anciano Anquises,
    una cratera llena de figuras que un día el tracio
    Ciseo por un gran servicio había dado
    a mi padre Anquises, recuerdo y prenda de su amor.»
    Dicho esto, ciñe sus sienes de laurel verdeante
    y antes que los otros declara primero a Acestes vencedor.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 09 Nov 2020, 02:42

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    Y no ve mal el bueno de Euritión el honor que se le quita,
    aunque sólo él derribó al ave del alto cielo.
    Luego recibe sus regalos el que rompió las cuerdas,
    y por último el que clavó la caña voladora en el mástil.
    Mas el padre Eneas antes de clausurar las pruebas
    llama ante sí a Epítides, custodio y compañero
    del impúber julo, y así dice a los leales oídos:
    «Vamos, ve y di a Ascanio, si ya tiene dispuesto
    el juvenil escuadrón y preparó la carrera de caballos,
    que guíe su tropa en honor del abuelo y se exhiba
    con sus armas», dice. Él mismo pide a toda la gente dispersa
    que se retiren de la larga pista y que dejen el campo libre.
    Avanzan los muchachos y en línea ante la mirada de sus padres
    resplandecen en los frenados caballos, asombrada por su desfile
    se enardece toda la juventud de Trinacria y de Troya.
    Según la costumbre, a todos les ciñe el cabello pelada corona;
    llevan dos flechas de cornejo con hierro en la punta,
    algunos las ligeras aljabas al hombro; cae sobre su pecho
    flexible círculo de oro retorcido que ciñe su cuello.
    Caracolean tres equipos de jinetes con sus tres
    capitanes; a cada uno le siguen doce muchachos
    en grupos separados que relucen en línea con sus jefes.
    Una es la fila de jóvenes exultantes que conduce quien toma
    el nombre de su abuelo, el pequeño Príamo, tu ilustre prole,
    Polites, que multiplicará a los ítalos; un caballo tracio
    de manchas blancas lo lleva, que tiene blancas las patas
    sobre los cascos y enseña en alto su blanca frente.
    El segundo es Atis, de donde su estirpe sacaron los Atios latinos,
    el pequeño Atis, muchacho querido del muchacho Julo.
    El último, y el más hermoso de todos, Julo montando
    un caballo sidonio que la deslumbrante Dido
    le había entregado, recuerdo y prenda de su amor.
    Los demás jóvenes van sobre caballos trinacrios del anciano Acestes.
    Los reciben con aplausos y se gozan viéndolos asustados
    los Dardánidas, y reconocen los rasgos de sus antiguos padres.
    Luego que recorrieron alegres toda la pista y los ojos
    de los suyos sobre los caballos, Epítides dio la señal
    a lo lejos con un grito e hizo restallar su látigo.
    Ellos avanzaron alineados y formando grupos de tres en tres
    rompieron la formación, y llamados de nuevo
    invirtieron la marcha y blandieron los dardos enhiestos.
    Luego realizan otros avances y otras retiradas
    colocándose de frente y responden rodeos alternos
    a rodeos y emprenden simulacros de combate bajo las armas,
    y ya descubren sus espaldas en la huida, ya vuelven flechas
    amenazantes, ya firmada la paz cabalgan en línea.
    Como cuentan que un día en la alta Creta el Laberinto
    tuvo un recorrido trazado de muros ciegos y una engañosa
    trampa de mil caminos por donde las pistas de la salida
    quebraba un vagar desconocido y sin retorno;
    no con marcha distinta los hijos de los teucros enlazan
    sus pasos y tejen fugas y batallas jugando,
    como delfines que nadando por los húmedos mares
    surcan el Carpacio y el Libico.
    Este tipo de carrera y estos combates renovó el primero
    Ascanio cuando ciñó de muros Alba Longa,
    y enseñó a celebrarlos a los antiguos latinos,
    según él mismo de muchacho y con él la juventud troyana;
    los albanos los enseñaron a los suyos; de aquí Roma la grande
    los recibió a su vez y conservó el honor de los padres;
    hoy a los muchachos Troya y al escuadrón troyano se les llama.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 09 Nov 2020, 02:45

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    Hasta aquí se celebraron los juegos por el padre santo.
    Luego, por vez primera, variable Fortuna cambió de lado.
    Mientras cumplen los ritos en torno al túmulo con juegos diversos,
    Juno Saturnia envió a Iris desde el cielo
    a la flota de Ilión y vientos insufla a su caminar,
    tramando muchas cosas sin saciarse aún por el dolor antiguo.
    Ella apresura su camino por el arco de mil colores
    y corre la virgen sin que nadie la vea con rápido vuelo.
    Contempla la numerosa reunión y la playa recorre
    y ve los puertos desiertos y la flota abandonada.
    A lo lejos, en una solitaria ribera, las troyanas apartadas
    lloraban la pérdida de Anquises y todas el profundo
    mar contemplaban llorando. Tantas olas, ¡ay!, y mares
    tan grandes aguardaban a las fatigadas, era la queja de todas;
    piden una ciudad, hartas de soportar las fatigas del ponto.
    Así que entre ellas se lanza experta en causar daño
    y pierde el aspecto y las ropas de diosa;
    se convierte en Béroe, anciana esposa del tmario Doriclo,
    que un día tuvo estirpe, hijos y nombre,
    y así se presenta ante las madres de los Dardánidas.
    «¡Ay, desventuradas -dice- a las que la tropa aquea no condujo
    a la muerte en la guerra bajo los muros de la patria! ¡Ay, pueblo
    infeliz! ¿Para qué destrucción te reserva Fortuna?
    Ya transcurre el séptimo verano desde la caída de Troya,
    y los mares y las tierras todas y tantos inhóspitos peñascos
    y los astros andamos recorriendo, mientras por el gran mar
    perseguimos una Italia que se escapa y nos hacen rodar las olas.
    Aquí está el territorio de su hermano Erice y el huésped Acestes:
    ¿quién nos impide plantar los muros y dar una ciudad a los hombres?
    ¡Ay, patria y Penates salvados en vano del enemigo!,
    ¿ningún muro ya se llamará de Troya? ¿En ningún sitio
    veré los ríos de Héctor, el Janto y el Simunte?
    Venid conmigo, pues, y quememos las infaustas naves.
    Que a mí en sueños la imagen de la vidente Casandra
    he visto que me daba teas encendidas: «Buscad aquí Troya;
    aquí está vuestra casa», me dijo. Ya es hora de actuar,
    y retraso no cabe ante prodigios tan grandes. ¡Mirad, cuatro aras
    de Neptuno! El propio dios nos da teas y coraje.»
    Esto diciendo agarra la primera con fuerza una llama amenazante,
    la hace brillar blandiéndola a lo lejos con la diestra levantada
    y la lanza. Suspensos quedaron los pechos de las troyanas
    y atónitos sus corazones. Entonces una de ellas, la mayor,
    Pirgo, real nodriza de tantos hijos de Príamo:
    «No está Béroe ante vosotras, mujeres, no es ésta la retea
    esposa de Doriclo; las señales de una divina belleza
    advertid y los ojos ardientes, qué aliento en ella,
    qué rostro y qué sonido el de su voz y qué paso el suyo.
    Yo misma cuando me vine dejé a Béroe
    enferma, enojada por ser la única en faltar
    a la ceremonia y no ofrecer a Anquises los debidos honores.»
    Esto dijo.
    Mas las madres al principio dudosas e indecisas miraban ya
    las naves con ojos malignos entre un amor desgraciado
    por la tierra presente y los reinos fatales que las llamaban,
    cuando la diosa se alzó por el cielo en sus alas iguales
    y trazó a su paso bajo las nubes un arco enorme.
    Entonces atónitas por la visión y llevadas de su furia
    se ponen a gritar y roban el fuego de los hogares secretos,
    despojan unas los altares, hojas y ramas y teas
    arrojan. Se enfurece Vulcano con las riendas sueltas
    por los bancos y los remos y las pintadas popas de abeto.
    Mensajero, al túmulo de Anquises y a las gradas del teatro
    lleva la nueva de que arden las naves Eumelo, y ellos mismos
    ven detrás la oscura ceniza volando en una nube.
    Y Ascanio el primero, según guiaba gozoso la ecuestre
    carrera, así se dirigió decidido sobre su caballo al agitado
    campamento y sus maestros sin fuerzas retenerle no pueden.
    «¿Qué es esa nueva locura? ¿Y ahora, qué pretendéis -dice-
    ¡ay!, pobres ciudadanas? Ni al enemigo ni el hostil campamento
    de los argivos, vuestras esperanzas estáis quemando. ¡Eh, soy yo,
    soy vuestro Ascanio! » Arrojó ante sus pies el yelmo vacío,
    con el que cubierto andaba jugando a simulacros de guerra.
    Se apresura a la vez Eneas, a la vez la tropa de los teucros.
    Mas ellas por todas partes escapan de miedo a playas
    diversas, y buscan las selvas a escondidas y las cóncavas rocas
    por donde pueden; su acción las avergüenza y la luz y vueltas
    en sí reconocen a los suyos y arrojan a Juno de su pecho.
    Pero no por eso la llama y el incendio su fuerza
    indómita depusieron; bajo la mojada madera vive
    la estopa vomitando tardo humo y un calor lento
    devora las quillas y desciende la peste por todo el cuerpo,
    y no valen las fuerzas de los héroes ni los ríos vertidos.
    Entonces Eneas piadoso se arranca el vestido de los hombros
    y pide la ayuda de los dioses y tiende sus palmas:
    «Júpiter todopoderoso, si aún no odias a los troyanos
    hasta el último, si todavía la antigua piedad contempla
    las fatigas de los hombres, haz que las llamas dejen la flota
    ahora, padre, y libra de la muerte los frágiles restos de los teucros.
    O manda tú a la muerte con rayo enemigo cuanto nos queda,
    si es que lo merezco, y aplástanos aquí con tu diestra.»

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 09 Nov 2020, 02:46

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    Apenas había dicho esto cuando con mares de lluvia una negra
    tempestad nunca vista se desata y tiemblan con el trueno
    las cumbres de las tierras y los campos; cae de todo el éter
    turbulento aguacero y negrísimo de densos Austros;
    y se llenan por arriba las naves y medio quemadas se empapan
    las maderas, hasta que se apagó todo el fuego y todos
    los barcos menos cuatro se salvaron de la destrucción.
    Y el padre Eneas sacudido por la acerba desgracia
    agitaba hacia uno y otro lado muchas cuitas en su pecho
    dándoles vueltas, si quedarse en los sículos campos
    olvidando sus hados, si poner rumbo a las ítalas costas.
    Entonces el anciano Nautes, el único al que Palas
    Tritonia enseñó y famoso lo hizo con su mucha ciencia,
    estas respuestas daba (bien qué presagiaba la grande
    ira de los dioses, bien qué exigía el orden de los hados)
    y comienza consolando a Eneas con estas palabras:
    «Hijo de la diosa, por donde los hados nos llevan y nos traen
    sigamos; sea lo que sea, toda suerte debemos vencer sufriendo.
    Cuentas con el dardanio Acestes de divina estirpe:
    hazle compañero de tus planes gustoso y únelo a ti,
    confíale los que sobran de las naves perdidas y los que
    se han hastiado de tu gran empresa y de tu suerte.
    Y a los longevos ancianos y a las madres cansadas de agua
    y a todos los débiles y a los que temen el peligro
    sepáralos y deja que en estas tierras tengan los cansados sus murallas;
    llamarán a su ciudad, si así lo permites, con el nombre de Acesta.»
    Encendido por palabras tales del anciano amigo,
    divide sin embargo su ánimo en mil preocupaciones,
    y la negra Noche llevada por su biga ocupaba el cielo.
    Caída entonces del cielo se le apareció la imagen de su padre
    Anquises de pronto que le infundía estas palabras:
    «Hijo a quien quise un día más que a mi vida, cuando la vida
    tenía, hijo a quien han probado de Ilión los hados,
    aquí llego por orden de Jove, que apartó el fuego
    de tus naves y se compadeció al fin desde el alta cielo.
    Atiende los consejos que ahora te brinda bellísimos
    el anciano Nautes; llévate a Italia jóvenes escogidos,
    los más esforzados corazones. Tendrás que pelear en el Lacio
    con un pueblo duro y salvaje. Antes, sin embargo, entra
    en las mansiones infernales de Dite y por el profundo Averno
    ven, hijo, a mi encuentro. Que no me tiene el impío
    Tártaro, las tristes sombras, sino que frecuento los amenos
    concilios de los píos y el Elisio. Aquí la casta Sibila
    te guiará con mucha sangre de negros animales.
    Entonces toda tu raza conocerás y qué murallas te aguardan.
    Y ahora, adiós; dobla la mitad de su carrera la húmeda Noche
    y cruel Oriente me ha soplado el aliento de sus caballos.»
    Había dicho y escapó a las auras tenue como humo.
    Eneas dice: «ZA dónde vas ahora? iA dónde te me escapas?
    ¿De quién huyes o quién te aparta de mis abrazos?»
    Esto diciendo aviva la ceniza y los fuegos dormidos,
    y el Lar de Pérgamo y los sagrarios de la canosa Vesta
    venera suplicante con harina piadosa y un incensario lleno.
    Y al punto a los compañeros convoca y a Acestes el primero
    y la orden de Jove y los preceptos de su querido padre
    les cuenta y el plan que ahora se asienta en su pecho.
    No hay tardanza en las decisiones ni rehúsa las órdenes Acestes:
    pasan a la ciudad las madres y dejan a cuantos
    así lo desean, corazones que no precisan grandes glorias.
    Ellos mismos reparan los bancos y reponen en los barcos
    las maderas devoradas por las llamas, remos disponen y jarcias;
    son pocos en número, pero es vigoroso su valor en la guerra.
    Entretanto Eneas traza la ciudad con el arado
    y sortea las casas. Ordena que esto sea Ilión y Troya sean
    estos lugares. Se alegra con el reino el troyano Acestes
    y señala el foro y da leyes a los padres convocados.
    Luego junto a los astros en la cumbre ericina la sede
    se funda de Venus Idalia y se dispone un sacerdote
    consagrado al túmulo de Anquises y un amplio bosque.
    Y ya todos habían celebrado un banquete de nueve días y cumplido
    el honor a los altares: plácidos vientos el mar allanaron
    y con frecuente soplido a alta mar les llama el Austro.
    Un llanto intenso surge por las playas curvadas;
    abrazados dejan pasar la noche y el día.
    Ya hasta las madres y aquellos que poco ha por áspera
    tenían la cara del mar e insoportable su numen,
    irse quieren y aguantar todas las fatigas del camino.
    El bueno de Eneas les consuela con palabras de amigo
    y llorando los encomienda a su pariente Acestes.
    Tres terneros a Érice y una cordera a las Tempestades
    ordena sacrificar y largar luego amarras.
    Él, ceñida la cabeza con hojas de olivo cortado,
    sostiene la pátera, de pie sobre la proa, y las entrañas arroja
    a las olas saladas y derrama líquidos vinos.
    Les empuja un viento que nace de popa;
    compiten los compañeros en herir el mar y surcan sus aguas.
    Mas Venus entretanto agobiada de cuitas a Neptuno
    se dirige y saca de su pecho quejas tales:

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 09 Nov 2020, 02:48

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO V. CONT.

    «De Juno la grave ira y su pecho insaciable
    me obligan, Neptuno, a recurrir a todas las preces;
    ni el largo día ni piedad alguna la conmueven,
    ni descansa rendida ante el poder de Jove y los hados.
    No le basta con haber arrancado con odios nefandos la ciudad
    de los frigios de entre su pueblo ni haber arrastrado los restos
    de Troya por todos los suplicios: sus cenizas y huesos, destruida,
    persigue. Ella sabrá las causas de locura tan grande.
    Tú fuiste mi testigo hace poco en las aguas de Libia
    de qué agitación provocó de pronto: mezcló todos los mares
    con el cielo, en vano confiada en las tormentas de Éolo,
    a tanto se atrevió en tus propios reinos.
    Y ahora, mira, lanzando al crimen a las madres troyanas
    quemó vergonzosamente las naves y con la flota destruida
    les forzó a dejar a los compañeros en una tierra extraña.
    Puedan los que quedan, te suplico, confiarte velas seguras
    por las olas, puedan alcanzar el Tíber laurente,
    si pido cosas concedidas, si las Parcas les dan sus murallas.»
    Entonces el Saturnio dominador del mar profundo dijo esto:
    «Es bien justo, Citerea, que tengas confianza en mis reinos,
    de donde proviene tu estirpe. Además lo merezco; a menudo furores
    he reprimido y rabia tan grande del mar y del cielo.
    Y no ha sido cuita menor para mí en las tierras tu Eneas,
    lo juro por el Janto y el Simunte. Cuando Aquiles lanzaba
    contra los muros a los abatidos ejércitos troyanos
    y a muchos miles mandaba a la muerte, y gemían repletos
    los ríos y no podía el Janto encontrar su camino
    ni rodar hacia el mar, entonces yo en el hueco de una nube
    rapté a Eneas cuando se enfrentaba con dioses y fuerzas desiguales
    al valiente Pelida, si bien deseaba arrancar de sus raíces
    las murallas de la perjura Troya que levanté con mis manos.
    Ese mismo ánimo sigue aún hoy en mí; pierde esos miedos.
    Llegará sano y salvo a los puertos del Averno que deseas.
    A uno sólo echarás de menos perdido en el abismo;
    uno sólo dará su vida por muchos.»
    Luego que consoló el pecho alegre de la diosa con estas palabras,
    unce con oro el padre sus caballos y frenos coloca
    de espuma a los animales y suelta de sus manos todas las riendas.
    Por encima de las aguas vuela ligero en su carro cerúleo;
    se humillan las olas y bajo el eje tonante la hinchada
    llanura de las aguas se encalma, escapan las nubes en el vasto éter.
    Entonces las figuras diversas de su séquito, cetáceos inmensos,
    y el viejo coro de Glauco y Palemón de Ino
    y los raudos Tritones y todo el ejército de Forco;
    la izquierda ocupa Tetis y Mélite y la virgen Panopea,
    Nisea y Espio y Talía y Cimódoce.
    Entonces dulces gozos invaden a oleadas el pecho
    suspenso del padre Eneas; manda rápido que todos
    los mástiles levanten y tensar las velas en las entenas.
    Todos a una pusieron manos a la obra y soltaron las lonas
    a izquierda y a derecha; a una tuercen y retuercen
    los altísimos cabos; brisas favorables impelen la flota.
    Palinuro en cabeza delante de todos guiaba el denso
    ejército; por su derrotero siguen los otros las órdenes.
    Y ya casi la meta del centro del cielo la húmeda Noche
    había alcanzado, con plácido reposo relajaban sus miembros
    los marineros echados bajo los remos por los duros asientos,
    cuando caído de los astros etéreos el Sueño ligero
    apartó el aire tenebroso y dispersó las sombras
    buscándote a ti, Palinuro, trayéndote a ti tristes sueños,
    inocente, y se posó el dios en la alta popa
    con la figura de Forbante y vierte de su boca estas palabras:
    «Yásida Palinuro, las propias aguas conducen la flota,
    soplan las brisas iguales, llega la hora de tu descanso.
    Inclina la cabeza y hurta al trabajo tus ojos cansados.
    Por un rato yo mismo cumpliré por ti tu tarea.»
    Alzando apenas hacia él sus ojos le dice Palinuro:
    «¿Me pides que ignore el rostro del mar en calma
    y las olas tranquilas? ¿Qué confíe en este monstruo?
    ¿Entregaré a Eneas (¿cómo podría?) a las auras falaces,
    cuando tantas veces me ha sorprendido el engaño de un cielo sereno?»
    Tales palabras devolvía, y clavado y el timón agarrando
    no lo dejaba ni un momento y mantenía los ojos en las estrellas.
    Mas he aquí que el dios con un ramo empapado en el Lete
    y con el poder soporífero de la Estigia le rocía ambas
    sienes, y le cierra los ojos que ya vacilaban.
    Un inesperado letargo había relajado apenas sus miembros,
    viniéndole encima, y arrancando una parte de la popa
    y el timón, lo precipitó en las líquidas aguas
    de cabeza y en vano llamaba una y otra vez a sus compañeros;
    el dios levantó su vuelo como un ave a las auras sutiles.
    Prosigue la flota por el mar su seguro camino
    y avanza impertérrita con las promesas del padre Neptuno.
    Y ya se acercaba navegando a los escollos de las Sirenas,
    un día difíciles y blancos de los huesos de muchos
    (resonaban entonces las broncas rocas con la continua resaca),
    cuando advirtió Eneas que el barco derivaba
    sin su piloto y él mismo lo gobernó en las nocturnas olas
    mucho gimiendo y con el corazón ahogado por la pérdida del amigo:
    «¡Ah, demasiado seguro del cielo y el piélago sereno,
    Palinuro! Desnudo yacerás sobre una playa extraña.»

    FIN DEL LIBRO V


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 10 Nov 2020, 01:28

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI

    Así dice entre lágrimas, y suelta riendas a la flota
    y al fin se aproxima a las playas eubeas de Cumas.
    Vuelven las proas al mar; con tenaz diente entonces
    sujetaba el áncora las naves y las curvas popas
    cubren la ribera. El grupo de muchachos salta impaciente
    a la playa de Hesperia; unos buscan las semillas del fuego
    que se ocultan en las venas del sílex, otros se dirigen a los bosques,
    tupida morada de las fieras, y señalan los ríos que van encontrando.
    El piadoso Eneas por su parte la roca busca que preside
    el alto Apolo y el apartado retiro de la horrenda Sibila,
    la enorme gruta, a quien la mente grande y el corazón
    inspira el vate Delio y descubre el futuro.
    Ya entran en los bosques de Trivia y en los techos de oro.
    Dédalo, según es fama, huyendo del reino de Minos
    osó lanzarse al cielo con plumas veloces
    por un camino nuevo y bogó hasta las Osas heladas,
    y sobre la roca calcídica se detuvo al fin suavemente.
    En cuanto regresó a estas tierras te consagró, Febo,
    los remos de sus alas y te levantó un templo enorme.
    En las puertas la muerte de Andrógeo; los Cecrópidas luego
    obligados a pagar el castigo (¡qué desgracia!) todos los años
    de siete de sus hijos; allí se ve la urna con las suertes echadas.
    Enfrente corresponde asomando por el mar la tierra cnosia:
    aquí el amor salvaje por el toro y uniéndosele a escondidas
    Pasífae, y la híbrida estirpe y la prole biforme,
    ahí está, el Minotauro, testimonio de una Venus nefanda.
    Aquí la famosa construcción de la casa y el laberinto intrincado;
    pero apiadado del gran amor de la princesa,
    el propio Dédalo le descubre las trampas del edificio y sus revueltas,
    guiando con el hilo sus ciegos pasos. Tú también parte
    grande en obra tamaña -si el dolor lo quisiera-, Ícaro, tendrías.
    Dos veces había intentado cincelar en oro tu caída,
    dos veces cayeron las manos de tu padre. Todo lo recorrerían
    con sus ojos de no ser porque Acates, enviado por delante,
    regresa y con él la sacerdotisa de Febo y de Trivia,
    Deífobe de Glauco, que así dice al rey:
    «No es éste para ti el momento de mirar estampas;
    ahora mejor será sacrificar siete novillos de un rebaño
    intacto y otras tantas ovejas escogidas según la costumbre.»
    Así dijo a Eneas (y no retrasan los hombres las sagradas
    órdenes) y convoca a los teucros la sacerdotisa al alto templo.
    El flanco inmenso de la roca eubea se abre en un antro
    al que llevan cien amplias entradas, cien bocas,
    por donde salen otras tantas voces, respuestas de la Sibila.
    Habían ya llegado al umbral cuando dice la virgen: «Es el momento
    de buscar los hados. ¡El dios, he aquí al dios!» Mientras esto decía
    delante de la puerta, de pronto, ni su gesto ni el color
    ni la compuesta cabellera eran ya iguales; el pecho anhelante
    se hincha de rabia y el fiero corazón, y parece más grande
    y no suena como mortal, porque está inspirada por el numen
    del dios, ya más cerca. «¿Dudas en tus votos y plegarias,
    troyano Eneas? ¿Dudas? Pues bien, no antes han de abrirse
    las grandes bocas de esta atónita casa.» Y dicho esto
    se calló. Un helado temblor corrió por los duros
    huesos de los teucros, y saca el rey sus preces de lo hondo del pecho:
    «Febo, que siempre te apiadaste de las pesadas fatigas de Troya,
    que dirigiste la mano y las flechas dardanias de Paris
    contra el cuerpo del Eácida. A tantos mares que circundan
    grandes tierras me hice bajo tu guía y hasta los apartados
    pueblos de los masilos y los campos que se extienden frente a las Sirtes:
    por fin, abrazamos ya las huidizas riberas de Italia.
    ¡Sólo hasta aquí nos haya seguido la mala fortuna de Troya!
    Que justo es que también vosotros perdonéis de Pérgamo a la raza,
    las diosas y los dioses todos, a los que estorbó Ilión y la gloria
    sin par de Dardania. Y tú, santísima vidente,
    sabedora del porvenir, concede a los teucros (y no pido reinos
    no debidos a mis hados) instalarse en el Lacio
    y a sus dioses errantes y a los agitados númenes de Troya.
    Entonces a Febo y a Trivia un templo de sólido mármol
    consagraré y unos días de fiesta con el nombre de Febo.
    También a ti te aguarda en nuestro reino un gran santuario:
    pues aquí yo tus suertes y los secretos destinos
    anunciados a mi pueblo depositaré y te consagraré, madre,
    varones escogidos. Sólo no confíes tus vaticinios a las hojas,
    que no vuelen turbados juguetes de los rápidos vientos;
    que los cantes tú misma te ruego.» Y aquí cesó de hablar.
    Pero sin someterse aún vaga terrible por el antro como bacante
    la vidente de Febo, por si puede sacudirse del pecho
    al dios imponente, y tanto más aquél fatiga
    su boca rabiosa, domando el fiero corazón, y la rinde bajo su peso.
    Y entonces se abrieron las cien enormes bocas de la casa
    espontáneamente y llevan por el aire las respuestas de la vidente:


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 10 Nov 2020, 01:30

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    «O, tú que ya has agotado los grandes peligros del piélago
    (aunque faltan los más graves de la tierra), a los reinos de Lavinio
    llegarán los Dardánidas (saca esa cuita de tu pecho),
    y también querrán no haber llegado. Guerras, hórridas guerras,
    y el Tíber espumante de la mucha sangre estoy viendo.
    No te faltarán los campamentos dorios, ni un Simunte,
    ni un Janto; ya otro Aquiles ha nacido en el Lacio,
    hijo también éste de una diosa, y Juno, la aflicción de los teucros,
    no andará lejos tampoco cuando tú en la desgracia suplicante
    ¡qué pueblos o qué ciudades de Italia no habrás probado con tus ruegos!
    La causa de tamaño mal, de nuevo una esposa huéspeda de los teucros,
    y de nuevo un matrimonio forastero.
    No cedas tú a estos males y hasta sigue avanzando lleno de valor
    por donde te permita tu Fortuna. De la salvación el camino
    [primero (nunca lo creerías) habrá de abrirte una ciudad griega.»
    Con tales palabras del interior del templo la Sibila de Cumas
    anuncia horrendos enigmas y resuena en el antro,
    envolviendo en tinieblas la verdad: Apolo sacude las riendas
    de su locura y clava aguijones en su pecho.
    En cuanto cesó el furor y calló la boca rabiosa,
    comienza el héroe Eneas: «No me presentas, virgen,
    el rostro de fatiga alguna nueva o inesperada;
    todo lo he probado y en mi pecho antes lo he recorrido.
    Sólo esto te pido: como aquí está -se dice- la puerta del rey
    infernal y la tenebrosa laguna que ciñe el Aqueronte,
    llegar a la presencia de mi querido padre y que toque
    su rostro; que el camino me muestres y me abras las sagradas puertas.
    Yo a él, entre las llamas y los dardos a miles que nos seguían,
    lo rescaté sobre mis hombros y lo libré de las manos del enemigo;
    él, siguiendo mi camino, todos los mares conmigo
    y todas las amenazas del piélago y del cielo soportaba,
    sin aliento, más allá de sus fuerzas y de la suerte de sus años.
    Y más aún, que suplicante a ti acudiera y a tu puerta llegase,
    él también en sus ruegos me lo ordenaba. Del hijo y del padre
    te suplico que te apiades, alma (pues todo lo puedes
    y no en vano Hécate puso a tu cuidado los bosques del Averno),
    si es que pudo Orfeo conjurar a los Manes de su esposa
    valiéndose de la cítara tracia y las canoras cuerdas,
    si Pólux rescató a su hermano con otra muerte
    y va y vuelve tantas veces por ese camino. ¿Y Teseo? ¿Y qué voy
    a decir del gran Alcides? También mi estirpe viene de Jove supremo.»
    Con tales palabras rezaba y abrazaba los altares,
    cuando esto comenzó a decir la vidente: «Nacido de la sangre
    de los dioses, troyano Anquisíada, fácil es la bajada al Averno:
    de noche y de día está abierta la puerta del negro Dite;
    pero dar marcha atrás y escapar a las auras del cielo,
    ésa es la empresa, ésa la fatiga. Unos pocos a los que amó el justo
    Júpiter o su ardiente valor los sacó al éter,
    lo lograron hijos de dioses. En medio los bosques todo lo ocupan,
    y el cauce del Cocito lo rodea en negra revuelta.
    Pero si ansia tan grande anida en tu pecho, si tanto deseo
    de surcar dos veces los lagos estigios, de dos veces ver la negrura
    del Tártaro y te place emprender una fatiga insana,
    escucha primero lo que has de hacer. En un árbol espeso se esconde
    la rama de oro en las hojas y en el tallo flexible,
    según se dice consagrada a Juno infernal; todo el bosque
    la oculta y la encierran las sombras en valles oscuros.
    Mas no se permite penetrar en los secretos de la tierra
    sino a quien ha cortado primero los retoños del árbol de dorados cabellos.
    La hermosa Prosérpina determinó que se le llevara
    este presente. Cuando se arranca el primero no falta otro
    de oro y echa hojas el tallo del mismo metal.
    Así que busca atentamente con tus ojos y cógela con tu mano
    según el rito cuando la halles, pues por su gusto y fácilmente
    habrá de seguirte, si los hados te llaman; ni con todas tus fuerzas
    de otro modo podrías vencer ni arrancarla con el duro hierro.
    Otra cosa: yace sin vida el cuerpo de uno de tus amigos
    (lo ignoras, ¡ay!) que con su muerte mancilla a la flota entera,
    Mientras tú consejo demandas y te demoras en mis umbrales.
    Ponlo primero en su lugar y dale sepultura.
    Toma unas ovejas negras, que sean la expiación primera.
    Así, por fin, podrás los bosques contemplar estigios y los reinos
    prohibidos a los vivos.» Dijo y calló cerrando la boca.
    Eneas con los ojos bajos y el rostro afligido
    echa a andar la gruta dejando, y a los oscuros sucesos
    da vueltas en su corazón. Su fiel Acates
    le acompaña y marcha con iguales pensamientos.
    Mucho discurrían entre ellos en animada charla,
    quién sería el compañero muerto del que habló la vidente,
    cuál el cuerpo por sepultar. Y ven a Miseno en tierra firme,
    cuando llegaron, perecido de una muerte indigna,
    al eólida Miseno; ningún otro le ganaba
    en mover a los hombres con su bronce ni en encender a Marte con su canto.
    Había sido éste compañero de Héctor el grande, junto a Héctor
    salía al combate señalado por su lituo y su lanza.
    Cuando le venció Aquiles y le despojó de la vida,
    el héroe valerosísimo al séquito se había sumado
    del dardanio Eneas en pos de hazañas no menores.
    Pero un día, cuando por caso hace sonar al mar con su cóncava concha,
    fuera de sí, y llama con su canto a los dioses al combate,
    émulo Tritón lo sorprendió, si hay que creerlo,
    y lo había sumergido entre los escollos en la ola de espumas.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 10 Nov 2020, 01:32

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    Así que todos se agitaban a su alrededor con gran griterío,
    y en especial el piadoso Eneas. Se apresuran entonces,
    llorando, a cumplir la orden de la Sibila y en levantar porfían
    el ara del sepulcro con troncos y subirla hasta el cielo.
    Se adentran en un antiguo bosque, escondido refugio de las fieras;
    caen abatidos los pinos, resuenan las encinas con el golpe de las segures
    y con cuñas se abre la madera del fresno y el blando
    roble, ruedan por los montes ingentes olmos.
    Y no falta Eneas en medio del trabajo exhortando el primero
    a sus compañeros y ceñido de las mismas armas.
    Y así da vueltas en su afligido pecho
    contemplando la inmensa selva y así por caso suplica:
    «¡Si ahora se nos mostrase aquella rama de oro en su árbol
    entre bosque tan grande! Que demasiado verdadero ha sido,
    ¡ay, Miseno!, cuanto de ti dijo la vidente.»
    Apenas había hablado, cuando por caso dos palomas
    bajaron volando del cielo ante sus ojos
    y se posaron en el verde suelo. El gran héroe entonces
    reconoció las aves de su madre y alegre implora:
    «Sed mi guía, si es que hay algún camino, y alzad el vuelo
    por el aire hasta el bosque donde la espléndida rama da sombra
    al pingüe suelo. Y tú no me falles en mis dudas,
    madre divina.» Dicho esto detuvo sus pasos
    estudiando qué señales anuncian, hacia dónde prosiguen.
    Ellas vuelan en busca de alimento tanto
    cuanto abarcar podrían los ojos de quienes las siguieran.
    Más tarde, cuando llegaron a las fauces del Averno de pesado olor,
    se elevan presurosas y dejándose caer por el líquido aire
    se posan en el lugar ansiado sobre un árbol doble
    desde donde relució distinta entre las ramas el aura del oro.
    Cual suele en los bosques bajo el frío invernal el muérdago
    reverdecer con hojas nuevas, al que no alimenta su propia planta,
    y rodear de fruto azafranado los troncos redondos,
    tal era el aspecto de las hojas de oro en la encina
    tupida, así crepitaba la lámina al viento suave.
    Se lanza Eneas al punto y ávido la arranca
    aunque se resiste y a la cueva la lleva de la vidente Sibila.
    Y seguían entretanto los teucros llorando a Miseno
    en la playa y rendían los últimos honores a la ingrata ceniza.
    Formaron primero una gran pira pingüe de teas
    y de madera cortada, y con hojas negras
    le cubren los lados y delante levantan cipreses
    funerales, y la adornan con sus armas resplandecientes.
    Unos preparan agua caliente y calderos que bullen
    al fuego, y lavan y ungen el helado cuerpo.
    Se oyen gemidos. Colocan entonces los llorados miembros
    sobre un lecho, y encima vestidos de púrpura, las conocidas
    ropas. Otros se acercaron al féretro ingente,
    triste ministerio, y vueltos de espaldas según la costumbre
    de los padres le arrojaron una tea encendida. Arden mezclados
    presentes de incienso, las viandas, las crateras llenas de aceite.
    Luego que cayeron las cenizas y descansó la llama,
    lavaron con vino los restos y la brasa bebedora
    y los huesos recogidos guardó Corineo en urna de bronce.
    Rodeó también por tres veces a los compañeros con agua pura
    asperjándolos con las leves gotas y con la rama del feliz olivo,
    y purificó a los hombres y pronunció las palabras postreras.
    Y el piadoso Eneas coloca encima un sepulcro
    de mole ingente y las armas del héroe y el remo y la tuba
    bajo el monte aéreo que hoy por él Miseno
    se llama y tiene por los siglos un nombre eterno.
    Hecho esto, continúa a toda prisa los mandatos de la Sibila.
    Había una profunda caverna imponente por su vasta boca,
    riscosa, protegida por un lago negro y las tinieblas de los bosques;
    sobre ella ninguna criatura voladora podía impunemente
    tender el vuelo con sus alas, tal era el hálito
    que de su negra boca dejaba escapar a la bóveda del cielo.
    [Por eso los griegos llamaron a este lugar Aorno. ]
    Aquí primero cuatro novillos de negro lomo dispone
    y les riega la sacerdotisa de vino la frente,
    y tomando de entre los cuernos las cerdas más altas
    las arroja a la llama sagrada, ofrenda primera,
    invocando a voces a Hécate poderosa en el cielo y el Érebo.
    Otros hincan por debajo los cuchillos y la tibia sangre
    recogen en páteras. El propio Eneas a una oveja de negro
    vellón en honor de la madre de las Euménides y la gran hermana
    la hiere con su espada, y para ti, Prosérpina, una vaca estéril;
    luego prepara al rey estigio nocturnas aras
    y pone sobre las llamas las entrañas enteras de los toros,
    y derrama pingüe aceite sobre las vísceras ardientes.
    Y de repente, bajo el umbral del sol primero y del orto
    bajo sus plantas comenzó el suelo a mugir y las cimas de los bosques
    a agitarse y se escuchó como un aullar de perras por la sombra
    según se acercaba la diosa. «¡Lejos, quedaos lejos, profanos!
    -exclama la vidente-, ¡alejaos del bosque entero!;
    y tú emprende el camino y saca la espada de la vaina:
    ahora, Eneas, valor precisas y ahora un ánimo firme.»
    Sólo esto dijo fuera de sí y se metió por la boca del antro;
    él con pasos no tímidos alcanza a la guía que se escapa.
    Dioses a quienes cumple el gobierno de las almas y sombras calladas
    y Caos y Flegetonte, mudos lugares de la inmensa noche:
    pueda yo repetir lo que sé, pueda por vuestro numen
    abrir secretos sepultados en la calígine del fondo de la tierra.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 11 Nov 2020, 02:40

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    Iban oscuros por las sombras bajo la noche solitaria
    y por las moradas vacías de Dite y los reinos inanes:
    como el camino bajo una luz maligna que se adentra en los bosques
    con una luna incierta, cuando ocultó Júpiter el cielo
    con sombra y a las cosas robó su color la negra noche.
    Ante el mismo vestíbulo y en las bocas primeras del
    Orco el Luto y las Cuitas de la venganza su cubil instalaron,
    y habitan los pálidos Morbos y la Senectud triste,
    y el Miedo y Hambre mala consejera y la Pobreza torpe,
    figuras terribles a la vista, y la Muerte y la Fatiga;
    el Sopor además, pariente de la Muerte, y los malos Gozos
    de la mente, y, en el umbral de enfrente, la guerra mortal
    y los tálamos de hierro de las Euménides y la Discordia enfurecida
    enlazado su cabello de víboras con cintas ensangrentadas.
    En medio extiende sus ramas y los brazos añosos
    un olmo tupido, ingente, donde se dice que habitan
    los sueños vanos, agazapados bajo sus hojas.
    Y muchas visiones además de variadas fieras,
    los Centauros tienen sus establos en esta puerta y las Escilas biformes
    y Briareo el de cien brazos y de Lerna el horrísono
    monstruo, y la Quimera armada de llamas,
    Gorgonas y Harpías y la figura de la sombra de tres cuerpos.
    Empuña entonces Eneas su espada presa de un miedo
    repentino y ofrece su agudo filo a los que llegan,
    y, si su docta compañera no le mostrase las tenues vidas
    sin cuerpo que vuelan fantasmas de una imagen hueca,
    se lanzaría y en vano azotaría a las sombras con su espada.
    De aquí el camino que lleva a las aguas del Aqueronte del Tártaro.
    Turbio aquí de cieno y de la vasta vorágine un remolino
    hierve y eructa en el Cocito toda la arena.
    Un horrendo barquero cuida de estas aguas y de los ríos,
    Caronte, de suciedad terrible, a quien una larga canicie
    descuidada sobre el mentón, fijas llamas son sus ojos,
    sucio cuelga anudado de sus hombros el manto.
    Él con su mano empuja una barca con la pértiga y gobierna las velas
    y transporta a los muertos en esquife herrumbroso,
    anciano ya, pero con la vejez cruda y verde de un dios.
    Hacia estas riberas corría toda una multitud desparramada,
    mujeres y hombres y los cuerpos privados de la vida
    de magnánimos héroes, y muchachos y muchachas solteras,
    y jóvenes colocados en la pira ante la mirada de sus padres:
    como todas esas hojas en las selvas con el frío primero del otoño:
    caen arrancadas, o todas esas aves que se amontonan
    hacia tierra desde alta mar, cuando la estación fría
    las hace huir allende el ponto y las arroja a tierras soleadas.
    De pie estaban pidiendo cruzar los primeros
    y tendían sus manos por el ansia de la otra orilla.
    Pero el triste marino a éstos o a aquéllos acoge,
    mas a otros los mantiene alejados en la arena de la playa.
    Así pues, Eneas, asombrado y emocionado por el tumulto:
    «Dime, virgen -exclama-, ¿qué quiere el gentío de la orilla?
    ¿Qué buscan las almas? ¿Con qué criterio unas dejan las riberas
    mientras surcan otras las lívidas aguas con sus remos?»
    Así le repuso la longeva sacerdotisa en pocas palabras:
    «Hijo de Anquises, retoño bien cierto de los dioses,
    estás ante las aguas profundas del Cocito y la laguna estigia,
    por la que temen jurar los dioses y engañar a su numen.
    Toda esta muchedumbre que ves es una pobre gente sin sepultura;
    aquél, el barquero Caronte; éstos, a los que lleva el agua, los sepultados.
    Que no se permite cruzar las orillas horrendas y las roncas
    corrientes sino a aquel cuyos huesos descansan debidamente.
    Vagan cien años y dan vueltas alrededor de estas playas;
    sólo entonces se les admite y llegan a ver las ansiadas aguas.»
    Se paró y detuvo sus pasos el hijo de Anquises
    mucho pensando y lamentando en su pecho la suerte inicua.
    Ve allí afligidos y privados de las honras de la muerte
    a Leucaspis y a Orontes, jefe de la flota licia;
    a la vez navegando desde Troya por un mar ventoso
    los abatió el Austro, sepultando en el agua nave y marineros.
    Y hete aquí que llegaba Palinuro, el piloto,
    quien poco ha en las aguas libias mientras miraba las estrellas
    se había caído de la popa y se hundió en las aguas.
    Apenas lo reconoció afligido en medio de las sombras,
    así se le dirige el primero: «¿Quién de los dioses, Palinuro,
    te nos ha arrebatado y te sumergió en las aguas del mar?
    Ea, dime. Pues a mí Apolo, jamás antes hallado en mentira,
    me engañó el corazón sólo con esta respuesta,
    al anunciarme que saldrías incólume del mar y llegarías
    al territorio ausonio. ¿Y es ésta la palabra empeñada?»
    El otro a su vez: «Ni a ti te engañó el trípode de Febo,
    caudillo hijo de Anquises, ni un dios a mí me hundió en el mar.
    Pues arrancado el timón con gran violencia y por azar,
    al que yo, su guardián, estaba clavado y el rumbo regía,
    lo arrastré conmigo en mi caída. Por los mares encrespados
    juro que no abrigué temor tan grande por mí
    como por tu nave, desmantelada de defensas y sin piloto,
    que no sucumbiera al alzarse olas tan grandes.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 11 Nov 2020, 02:41

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    Tres noches de invierno el Noto me arrastró por la inmensa
    llanura azotándome con el agua; entreví el cuarto día
    Italia subido en lo alto de una ola.
    Poco a poco nadaba hacia tierra; ya estaba a salvo,
    si un pueblo cruel, bajo el peso de una ropa empapada
    y agarrándome con las uñas a los ásperos salientes del monte,
    no me hubiera atacado con sus armas tomándome ignorante por una presa.
    Ahora las olas me guardan y los vientos en el litoral me sacuden.
    Por la grata luz del cielo y por sus auras,
    por tu padre te lo pido, por la esperanza de julo que crece,
    líbrame, invicto, de estos males: ponme tierra
    encima, ya que puedes, y busca los puertos de Velia;
    o bien, si hay algún medio, si alguno te muestra
    la madre divina (pues no creo que sin el numen de los dioses
    te dispongas a cruzar el gran río y la laguna estigia),
    tiende tu diestra a un desgraciado y llévame contigo por las olas,
    que al menos en la muerte descanse en un lugar tranquilo.»
    Así había hablado, cuando así comenzó la vidente:
    «¿De dónde, Palinuro, te viene esta ansia desmedida?
    ¿Vas a ver tú sin enterrar las aguas estigias y la severa
    corriente de las Euménides y pasarás sin que se te ordene al otro lado?
    No confíes en torcer los hados de los dioses con tus súplicas,
    pero guarda en tu corazón estas palabras, consuelo de tu dura suerte.
    Que los comarcanos, conmovidos a lo largo y ancho en las ciudades
    por prodigios del cielo, expiarán tus huesos
    y un túmulo levantarán y honores rendirán al túmulo,
    y tendrá el lugar para siempre de Palinuro el nombre.»
    Con estas palabras se alejaron las penas y un momento de su triste
    corazón se fue el dolor; se alegra con la tierra de su nombre.
    Así prosiguen el camino emprendido y se acercan al río.
    Desde las aguas estigias en cuanto los vio el marino
    marchar por el bosque callado y dirigir sus pasos a la orilla,
    así dice el primero y sin más les increpa:
    «Seas quien seas, armado que te presentas en nuestro río,
    vamos, di a qué vienes desde ahí, y detén tus pasos.
    Éste es el lugar de las sombras, del sueño y la noche soporosa:
    cuerpos vivos no puede llevar la barca estigia.
    Tampoco me alegré de recibir a Alcides en mi lago
    cuando bajó, ni a Teseo y Pirítoo,
    aunque hijos eran de dioses y de fuerza invencible.
    Aquél vino a encadenar con su mano al guardián del Tártaro
    y lo arrancó tembloroso del trono del mismo rey;
    éstos llegaron para sacar a mi señora del tálamo de Dite.»
    A lo que repuso en pocas palabras la vidente anfrisia:
    «Aquí no hay ninguna de esas trampas (no te preocupes),
    ni traen las armas violencia; que el ingente portero en su antro
    ladrando eternamente aterrorice a las sombras exangües,
    que casta guarde Prosérpina el umbral de su tío paterno.
    Eneas de Troya, famoso por su piedad y sus armas,
    a su padre busca bajando del Érebo a las sombras profundas.
    Si nada te conmueve la imagen de piedad tan grande,
    quizá esta rama (muestra la rama que escondía entre sus ropas)
    reconozcas.» Entonces se aplaca el corazón henchido de ira,
    y no hubo más. Admirando aquél el venerable presente
    de la rama del destino que no veía desde hacía tiempo,
    gira la popa cerúlea y se acerca a la orilla.
    Después a otras almas que sentadas estaban en los largos bancos
    expulsa y despeja los puentes, al tiempo que recibe en la barca
    al corpulento Eneas. Gimió el esquife bajo su peso,
    cosido como estaba, y tragó mucha agua por las rendijas.
    Por último, al otro lado del río desembarcó incólume
    a la vidente y al héroe sobre el blando cieno y la glauca ova.
    El gigante Cérbero hace resonar con su triple ladrido
    estos reinos tumbados a lo largo delante de la gruta.
    La vidente, al ver que ya erizaba sus cuellos de serpientes,
    una torta soporosa de miel le arroja y frutas
    medicinales. Él, abriendo sus tres gargantas con hambre rabiosa,
    la coge al vuelo, y relaja sus gigantescos miembros
    tendido en el suelo y enorme se extiende por el antro.
    Se lanza Eneas a la entrada, sepultado el guardián en el sueño,
    y abandona raudo la orilla del río sin retorno.
    De pronto se escucharon voces y un gran gemido
    y ánimas de niños llorando, en el umbral justo,
    a quienes, sin gozar de la dulce vida y arrancados del seno
    los robó el negro día y los sepultó en amarga muerte;
    junto a ellos, los condenados a muerte sin motivo.
    Y en verdad no se asignan estos lugares sin juez ni sorteo:
    Minos el inquisidor mueve la urna; él convoca
    la asamblea silenciosa y discierne las vidas y las culpas.
    El lugar inmediato lo ocupan esos desgraciados inocentes
    que con su mano se dieron muerte y de la luz hastiados
    se quitaron la vida. ¡Cómo desearían en el alto éter ahora
    soportar su pobreza y las duras fatigas!
    La ley se interpone, y la odiosa laguna de triste onda
    les ata y la Estige les retiene nueve veces derramada.
    No lejos de aquí se extienden hacia todas partes
    las Llanuras del Llanto; con este nombre las llaman.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 11 Nov 2020, 02:43

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    Aquí a los que duro amor de cruel consunción devoró
    ocultan senderos escondidos y un bosque de mirto
    los envuelve; ni en la muerte les dejan sus cuitas.
    Por estos lugares distingue a Fedra y a Procris y a la triste
    Erifile mostrando las heridas de su cruel hijo,
    y a Evadne y Pasífae; Laodamía les acompaña
    y Céneo, mozo un día y hoy mujer de nuevo,
    vuelta a su antigua figura por obra del destino.
    Entre todas ellas la fenicia Dido, reciente aún su herida,
    errante andaba por la gran selva; el héroe troyano
    en cuanto llegó a su lado y la reconoció oscura
    entre las sombras, como el que a principios de mes
    ve o cree haber visto alzarse la luna entre las nubes,
    lágrimas vertió y le habló con dulce amor:
    «Infeliz Dido, ¿así que cierta era la noticia
    que me llegó de que habías muerto y buscado el final con la espada?
    ¿Fui entonces yo, ¡ay!, la causa de tu muerte? Por los astros
    juro, por los dioses y por la fe que haya en lo profundo de la tierra;
    contra mi deseo, reina, me alejé de tus costas.
    Que los mandatos de los dioses, que ahora a ir entre sombras,
    por lugares desolados me fuerzan y una noche cerrada,
    me obligaron con su poder, y creer no pude
    que con mi marcha te causara un dolor tan grande.
    Deténte y no te apartes de mi vista.
    ¿De quién huyes? Por el hado, esto es lo último que decirte puedo.»
    Con tales palabras Eneas trataba de calmar el alma
    ardiente de torva mirada, y lágrimas vertía.
    Ella, los ojos clavados en el suelo, seguía de espaldas
    sin que más mueva su rostro el discurso emprendido
    que si fuera de duro pedernal o de roca marpesia.
    Se marchó por fin y hostil se refugió
    en el umbroso bosque donde su esposo primero, Siqueo,
    comparte sus cuitas y su amor iguala.
    Eneas por su parte emocionado con el suceso inicuo
    y mientras se aleja, llorando la sigue de lejos y se compadece.
    Prosiguen entonces el camino marcado. Y ya cruzaban los campos
    últimos, los que, apartados, habitan los famosos en la guerra.
    Aquí se le presenta Tideo, aquí famoso en las armas
    Partenopeo y el fantasma del pálido Adrasto,
    Oso aquí los Dardánidas tan llorados arriba, en combate
    caídos, a los que viendo en larga fila, por todos
    gimió, a Glauco, Medonte y Tersíloco,
    hijos los tres de Anténor, y a Polibetes consagrado a Ceres,
    y a Ideo, aún con su carro y aún con sus armas.
    Numerosas almas le rodean a derecha y a izquierda,
    Y no se conforman con haberle visto una vez; les place pararse
    Y seguir sus pasos y saber las causas de su llegada.
    Pero los jefes de los dánaos y las falanges de Agamenón
    cuando vieron al héroe y sus armas brillantes entre las sombras,
    se echaron a temblar con gran miedo; unos volvieron la espalda
    como buscaron sus naves un día; otros dejaron escapar
    un hilo de voz: el grito iniciado se queda en sus gargantas.
    Y entonces al hijo de Príamo con el cuerpo destrozado,
    a Deífobo ve, mutilado cruelmente el rostro,
    el rostro y ambas manos, y las sienes podadas,
    sin las orejas, y las narices truncas en infamante herida.
    A duras penas le reconoció, tembloroso y el cruel suplicio
    intentando ocultar, y se adelanta con voz conocida:
    «Deífobo, poderoso guerrero de la alta sangre de Teucro,
    ¿quién pudo gustar de infligirte castigos tan crueles?
    ¿A quién se le dio tanto sobre ti? La última noche
    me trajo la noticia de que, cansado de matar pelasgos,
    habías caído tú sobre un confuso montón de muertos.
    Entonces yo mismo en la costa retea un túmulo inane
    te levanté y con gran voz invoqué tres veces a tus Manes.
    Tu nombre y tus armas guardan el lugar; a ti, amigo, verte
    no pude ni enterrarte al partir en el suelo de la patria.»
    A lo que el Priámida: «Nada descuidaste, amigo mío;
    en todo cumpliste con Deífobo y con las sombras de su cadáver.
    Pero mis propios hados y el criminal delito de la lacedemonia
    en estas penas me hundieron; ella me dejó estos recuerdos.
    Sabes bien cómo nos descuidamos la última noche
    entre alegrías engañosas: es preciso recordarlo siempre.
    Cuando el caballo fatal llegó en su salto a las alturas
    de Pérgamo y grávido trajo en su panza guerreros armados,
    ella guiaba a las frigias como en un baile entonando
    los cantos de Baco; ella misma sostenía en medio una antorcha
    enorme y llamaba a los dánaos desde lo alto de la ciudadela.
    Agotado entonces de preocupaciones y vencido por el sueño
    me retuvo mi lecho infausto y de mí se apoderó al tumbarme
    un dulce y profundo descanso en todo semejante a la plácida muerte.
    Entre tanto mi egregia esposa saca todas las armas
    de mi casa y había apartado de mi cabeza mi fiel espada:
    llama dentro a Menelao y le abre las puertas,
    pensando, sin duda, que éste sería un buen regalo para su amante
    y así poder expiar la fama de antiguas desgracias.
    ¿A qué me entretengo? Irrumpen en el tálamo y se les suma
    el Eólida muñidor de crímenes. Dioses, para los griegos cosas
    así reservad, si castigo reclamo con boca piadosa.
    Pero, ea, dime tú en respuesta qué avatares te han traído
    vivo. ¿Llegas a causa de las peripecias del piélago,
    o por orden de los dioses? ¿Qué fortuna te fatiga
    para entrar en tristes moradas sin sol, en túrbidos lugares?»

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 11 Nov 2020, 02:45

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    Con esta conversación había ya la Aurora en su cuadriga
    de rosas pasado la mitad del eje con etérea carrera,
    y tal vez así transcurriría todo el tiempo concedido,
    mas le advirtió su compañera y brevemente le dijo la Sibila:
    «La noche llega, Eneas, y nosotros pasamos las horas llorando.
    Éste es el lugar donde el camino se parte en dos direcciones:
    la derecha lleva al pie de las murallas del gran Dite,
    ésta será nuestra ruta al Elisio; la izquierda, sin embargo,
    castigo procura a las culpas y manda al Tártaro impío.»
    Deífobo, a su vez: «No te enojes, gran sacerdotisa;
    me marcho, vuelvo al grupo y regreso a las tinieblas.
    Ve, ve, gloria nuestra; que tengas hados mejores.»
    Esto dijo, y aún hablando volvió sobre sus pasos.
    Mira Eneas atrás y de pronto bajo una roca a la izquierda
    ve unas anchas murallas protegidas con un triple muro
    que rauda corriente ciñe de ardientes llamas,
    el Flegetonte del Tártaro, y arrastra resonantes piedras.
    Enfrente queda una puerta enorme y unas columnas de diamante macizo,
    tal que ninguna fuerza humana ni los propios habitantes del cielo
    podrían abrir en son de guerra; una torre de hierro se alza al aire,
    Y Tisífone sentada, revestida de un manto de sangre,
    guarda insomne la entrada de día y de noche.
    Por aquí se escuchan gemidos y el chasquido de crueles
    azotes con el estridor del hierro y de cadenas arrastradas.
    Se detuvo Eneas y escuchó el estrépito aterrorizado:
    «¿De qué crímenes se trata? Habla, virgen. ¿Con qué penas
    se les atormenta? ¿A qué tanto lamento por el aire?»
    Entonces la vidente así comenzó a decir: «Caudillo famoso de los teucros,
    ningún inocente puede detenerse en el umbral de los criminales;
    pero a mí, cuando Hécate me puso al cuidado de los bosques avernos,
    ella misma me mostró los castigos de los dioses y me llevó por todas partes.
    Manda en estos reinos despiadados Radamanto de Cnosos
    y castiga y escucha los engaños y a declarar obliga
    lo que cada cual entre los vivos, las culpas cometidas,
    dejó para la muerte tardía contento con un fraude vano.
    Al punto la vengadora armada con su látigo cae saltando,
    Tisífone, sobre los culpables, y con las torvas serpientes
    en la izquierda llama al ejército cruel de sus hermanas.
    Entonces finalmente chirrían sobre su horrísono gozne y se abren
    las sagradas puertas. ¿Ves qué guardián hay sentado
    a la entrada, qué monstruo guarda los umbrales?
    La gigantesca Hidra con sus cincuenta negras bocas,
    más cruel aún, tiene dentro su sede. Luego es el Tártaro mismo,
    que se abre al abismo y se extiende bajo las sombras dos veces
    lo que la vista del cielo hasta el Olimpo etéreo.
    Aquí la antigua prole de la Tierra, los jóvenes Titanes,
    por el rayo abatidos se revuelven en la profunda hondura.
    Aquí vi también a los dos Alóadas, los enormes
    cuerpos, los que intentaron rasgar el gran cielo
    con sus manos y arrojar a Jove de los reinos superiores.
    A Salmóneo vi también pagando cruel castigo
    por imitar los fuegos de Júpiter y los sonidos del Olimpo.
    Llevado éste por cuatro caballos y agitando una antorcha,
    por los pueblos de los griegos y la ciudad en el centro de la Élide
    marchaba triunfante, y pedía para sí honor de dioses,
    pobre loco que las nubes y el rayo inimitable
    simulaba con bronces y con el trote de los cascos de los caballos.
    Pero el padre todopoderoso blandió su dardo entre el denso
    nublado, no antorchas o los fuegos humeantes
    de las teas, y lo hundió de cabeza en el profundo abismo.
    También a Ticio podía verse, retoño de la madre Tierra,
    cuyo cuerpo se extiende a lo largo de nueve yugadas
    mientras un buitre enorme de corvo pico
    devora su hígado inmortal y las entrañas fecundas
    con el castigo y rebusca en su comida y vive metido
    en su pecho sin dar descanso alguno a las fibras renacidas.
    ¿Para qué mencionar a los Lápitas, a Ixión y Pirítoo?
    Sobre ellos una negra roca a punto de caer amenaza
    y parece que cae; brillan las patas de oro
    de altos lechos suntuosos, y los banquetes preparados ante sus ojos
    con lujo de reyes; al lado la mayor de las Furias
    acecha e impide tocar las mesas con las manos,
    y se alza blandiendo la antorcha y atruena con su boca.
    Aquí los que odiaron a sus hermanos mientras vivían,
    o pegaron a su padre y engaños urdieron a sus clientes,
    o quienes tras encontrar un tesoro lo guardaron para ellos
    y no dieron parte a los suyos (éste es el grupo mayor),
    y los muertos por adulterio, y quienes armas siguieron
    impías sin miedo a engañar a las diestras de sus señores,
    aquí encerrados aguardan su castigo. No trates de saber
    qué castigo o qué forma o fortuna sepultó a estos hombres.
    Unos hacen rodar un enorme peñasco y de los radios de las ruedas
    cuelgan encadenados; sentado está y lo estará para siempre
    Teseo, desgraciado, y el misérrimo Flegias a todos
    advierte y a grandes voces avisa por las sombras:
    «Aprended advertidos la justicia y a no despreciar a los dioses.»
    Éste vendió su patria por oro y a un dueño poderoso
    la sometió; leyes hizo y deshizo por dinero;
    éste se metió en el lecho de su hija y en himeneos vedados:
    todos osaron crímenes horribles y a cabo los llevaron.
    No podría yo, así cien lenguas y cien bocas tuviera
    y una voz de hierro, de sus delitos abarcar todas las formas,
    todos los nombres enumerar de los castigos.»

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 11 Nov 2020, 02:47

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    Luego que dijo esto la longeva sacerdotisa de Febo,
    «pero vamos ya, ponte en marcha y acaba la tarea emprendida;
    démonos prisa -añade-; construidas en las fraguas de los Ciclopes
    las murallas estoy viendo y en el arco de enfrente las puertas
    donde nos ordenan depositar las ofrendas debidas».
    Había dicho y a la par marchando por oscuros caminos cubren
    la distancia que les separa y a la puerta se aproximan.
    Gana Eneas la entrada y asperja su cuerpo
    con agua fresca y cuelga la rama del umbral frontero.
    Por fin, esto cumplido, realizada la ofrenda a la diosa,
    llegaron a lugares gozosos y a las amenas praderas
    de los bosques bienaventurados y a las felices sedes.
    Aquí un aire anchuroso los campos viste de luz
    purpúrea, y su propio sol y sus astros conocen.
    Unos ponen a punto sus músculos en palestras de hierba,
    compiten jugando y pelean en la rubia arena;
    otros marcan el baile con los pies y recitan poemas.
    Allí también el sacerdote tracio de larga vestidura
    se acompaña con los siete tonos de los sonidos
    y ya los pulsa con los dedos, ya con el plectro marfileño.
    Aquí la antigua dinastía de Teucro, hermosísima prole,
    héroes magnánimos nacidos en tiempos mejores,
    Ilo y Asáraco y Dárdano el fundador de Troya.
    De lejos contempla las armas de los héroes y sus carros vacíos;
    están las lanzas clavadas en tierra y sueltos por todo
    el campo pacen los caballos. El gusto que de vivos
    tuvieron por carros y armas, ese cuidado en dar de comer
    a lustrosos caballos, el mismo les sigue bajo tierra.
    A otros distingue, en fin, a derecha e izquierda comiendo
    por la hierba y entonando el alegre peán en corro
    en el bosque perfumado de laurel del que hacia lo alto
    corre caudalosa por la selva la corriente del Erídano.
    Aquí el grupo de los que recibieron heridas luchando por la patria,
    y los que fueron castos sacerdotes mientras vivieron,
    y los vates piadosos que hablaron dignos de Febo,
    o quienes ennoblecieron la vida descubriendo las artes,
    quienes por sus méritos lograron que los demás les recordasen:
    a todos ellos, ínfulas de nieve les ciñen las sienes.
    Así, esparcidos alrededor como estaban, les habló la Sibila,
    y a Museo el primero (pues la multitud lo tiene
    en el centro y lo contempla asomando con sus altos hombros):
    «Decid, ánimas felices, y tú, el mejor de los vates,
    ¿qué región, qué lugar tiene a Anquises? Por su causa
    venimos y atravesamos del Érebo las aguas caudalosas.»
    Y esta respuesta le dio el héroe con pocas palabras:
    «Ninguno tiene morada fija; vivimos en bosques tupidos,
    y andamos por los lechos de las riberas y los frescos prados
    de los arroyos. Pero vosotros, si en el corazón os lo pone el deseo,
    pasad este collado y os pondré ya en un camino fácil.»
    Dijo, y echó a andar delante y desde la altura les muestra
    la espléndida llanura; dejan luego las altas cimas.
    Y el padre Anquises, en lo hondo de un valle verdeante,
    observaba a las almas encerradas que iban a subir al mundo
    superior fijándose con atención, y al número todo
    de los suyos andaba censando, y a sus nietos queridos
    y el hado y la fortuna de los hombres, sus costumbres y sus obras.
    Y cuando vio a Eneas que le venía al encuentro
    por la hierba, le tendió gozoso ambas palmas,
    se llenaron de lágrimas sus mejillas y la voz se escapó de su boca:
    «¡Al fin, has llegado! ¿Esa piedad tuya que tu padre anhelaba
    ha podido vencer el duro camino? ¿Se me da mirar tu rostro,
    hijo mío, y escuchar y responder a voces conocidas?
    Así ciertamente lo esperaba en mi corazón y pensaba
    que ocurriría los días contando, y no me engañó mi cuidado.
    ¡Qué tierras y qué mares inmensos has recorrido
    para que te reciba! ¡Por qué peligros has pasado, hijo!
    ¡Cómo temí que te dañaran los reinos de Libia!»
    Y Eneas a su vez: «Padre, tu triste imagen a menudo
    se me apareció y me empujó a buscar estos umbrales;
    las naves aguardan en el mar tirreno. Dame tu diestra,
    dámela, padre mío, y no te sustraigas a mi abrazo.»
    Así diciendo con mucho llanto regaba a la vez su rostro.
    Tres veces intentó poner los brazos en torno a su cuello;
    tres veces huyó de sus manos la imagen en vano abrazada,
    como el viento ligera y en todo semejante al sueño fugitivo.
    Ve entretanto Eneas en el fondo de un valle
    un apartado bosque y las ramas susurrantes de la selva,
    y el río Lete que corre delante de las plácidas mansiones.
    A su alrededor gentes innúmeras y pueblos volaban:
    como las abejas cuando en la calma del verano por los prados
    se posan en flores diversas y de los cándidos lirios
    en torno se derraman, vibra todo el campo con su murmullo.
    Se espanta Eneas, ignorante, por la visión repentina
    y pregunta los motivos, qué ríos son ésos,
    y quiénes llenan sus riberas en numeroso grupo.
    A eso el padre Anquises: «Ánimas a las que otro cuerpo
    se debe por el hado, junto a las aguas del río Lete
    beben el líquido sereno y largos olvidos.
    Hace ya tiempo que quiero hablarte de ellas y delante
    ponértelas, enumerarte esta prole de los míos,
    para que más te alegres conmigo de haber encontrado Italia.»
    «Padre mío, ¿hay que pensar entonces que de aquí suben al cielo
    ligeras algunas almas y de nuevo regresan a los torpes
    cuerpos? ¿Qué ansia tan cruel de luz es la de estos desgraciados?»

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 12 Nov 2020, 05:41

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    «Te lo diré en verdad y no te dejaré, hijo, sin respuesta»,
    comienza Anquises y por orden va explicando cada cosa.
    «Para empezar, el cielo y las tierras y los líquidos llanos
    y el luminoso globo de la luna y el astro titanio,
    un espíritu interior los alienta y un alma metida en sus miembros
    da vida a la mole entera y se mezcla con el gran cuerpo.
    De ahí la estirpe de los hombres y los ganados y la vida de las aves
    y los monstruos que el ponto guarda bajo la superficie de mármol.
    De fuego es su vigor y celeste el origen
    eso de las semillas, en tanto no las gravan cuerpos dañinos
    o partes terrenales las embotan y miembros que han de morir.
    Entonces temen y desean, sufren y gozan y las auras
    no ven, encerradas en las tinieblas y en una cárcel ciega.
    Y así, cuando en el día supremo las deja la vida,
    no por ello todo mal abandona a las desgraciadas
    ni del todo el contagio del cuerpo, y es bien natural
    que misteriosamente arraiguen muchas adherencias.
    De modo que se las prueba con penas y de antiguas culpas
    sufren el castigo. Unas colgadas se abren
    a los vientos inanes, de otras en vasto remolino
    se lava el crimen infecto o con fuego se quema;
    cada cual padecemos los propios Manes; después se nos suelta
    por el Elisio anchuroso, y unos cuantos ocupamos los campos felices
    hasta que el largo día, cumplido el ciclo del tiempo,
    limpia la impureza arraigada y puro deja
    el sentido etéreo y el fuego del aura primitiva.
    A todas ellas, luego que durante mil años giraron la rueda,
    el dios las llama en numeroso grupo al río Lete,
    para que sin memoria de nuevo contemplen la bóveda del cielo
    ya desear empiecen otra vez entrar en un cuerpo.»
    Había dicho Anquises, y a su hijo junto con la Sibila
    lleva al centro de una asamblea y una ruidosa muchedumbre,
    Y gana una altura desde donde ver pueden en larga fila
    a todos de frente, y conocer los rostros de los que llegan.
    «Mira ahora, qué gloria ha de seguir en adelante a la raza
    de Dárdano, qué descendencia aguarda a la ítala estirpe,
    almas ilustres y que han de sumarse a nuestro nombre,
    te explicaré con palabras, y te haré ver tu propio destino.
    Aquel joven -es- que se apoya sobre el asta pura,
    ocupa por suertes el lugar más cercano a la luz, el primero a las auras
    etéreas subirá con mezcla de ítala sangre,
    Silvio, nombre albano, tu póstuma prole
    que, longevo, tarde tu esposa Lavinia
    te criará en las selvas, rey y padre de reyes,
    de donde nuestra raza dominará en Alba Longa.
    A su lado está Procas, gloria del pueblo troyano,
    y Capis y Numitor y el que te hará volver con su nombre,
    Silvio Eneas, por igual en piedad y en armas
    egregio, si alguna vez recibe el reino de Alba.
    ¡Qué jóvenes! ¡Qué fuerza demuestran –miray
    qué sienes ciñe con su sombra la cívica encina!
    Éstos Nomento y Gabios y la ciudad de Fidena,
    éstos el alcázar colatino levantarán para ti sobre los montes,
    Pometios y Castro de Inuo y Bola y Cora;
    éstos serán sus nombres luego, hoy son tierras sin nombre.
    Y el hijo de Marte se hará compañero del abuelo,
    Rómulo, a quien de la sangre de Asáraco su madre Ilia
    parirá. ¿No ves cómo se alzan sobre su cabeza dos crestas
    y el mismo padre de los dioses ya con su honor lo señala?
    ¡Ah, hijo! Bajos los auspicios de éste aquella ínclita Roma
    igualará su imperio con las tierras, su espíritu con el Olimpo,
    y una que es rodeará sus siete alcázares con un muro,
    bendita por su prole de héroe, como la madre Berecintia
    coronada de torres se deja llevar en su carro por las ciudades frigias
    gozosa con el parto de dioses, abrazando a sus cien nietos,
    habitantes todos del cielo, todos en las regiones superiores.
    Vuelve hacia aquí tus ojos, mira este pueblo
    y a tus romanos. Aquí, César y toda de Julo
    la progenie que ha de llegar bajo el gran eje del cielo.
    Éste es, éste es el hombre que a menudo escuchas te ha sido prometido,
    Augusto César, hijo del divo, que fundará los siglos
    de oro de nuevo en el Lacio por los campos que un día
    gobernara Saturno, y hasta los garamantes y los indos
    llevará su imperio; se extiende su tierra allende las estrellas,
    allende los caminos del año y del sol, donde Atlante portador del cielo
    hace girar sobre sus hombros un eje tachonado de lucientes astros.
    Ante su llegada, ahora ya se horrorizan los reinos caspios
    con las respuestas de los dioses y la tierra meotia,
    y se estremecen las siete bocas temblorosas del Nilo.
    Ni aun Alcides recorrió tanta tierra,
    bien que asaetease a la cierva de patas de bronce o de Erimanto
    en los bosques pusiera paz y temblar hiciera a Lerna con su arco;
    ni el que victorioso lleva sus yuntas con riendas de pámpanos,
    Líber, bajando tigres de la elevada cumbre del Nisa.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 12 Nov 2020, 05:48

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VI. CONT.

    ¿Y aún dudamos en extender el valor con hazañas,
    o el miedo nos impide quedarnos en la tierra de Ausonia?
    ¿Quién es aquel que lleva a lo lejos los símbolos sagrados
    distinguido con la rama del olivo? Reconozco el cabello y la barba
    canosa del rey romano que con sus leyes la ciudad primera
    fundará, de la pequeña Cures y de una pobre tierra
    lanzado a un gran imperio. A éste le seguirá después
    Tulo, quien romperá los ocios de la patria y a sus hombres inactivos
    mandará a la guerra y a escuadrones ya sin costumbre
    de triunfos. De cerca le sigue Anco, demasiado orgulloso,
    que incluso ya aquí goza en demasía con el favor del pueblo.
    ¿Quieres ver también a los reyes Tarquinios y el alma
    orgullosa del vengador Bruto y las fasces recobradas?
    La autoridad del cónsul él será el primero en recibir y las crueles
    segures y, padre, en nombre de la hermosa libertad
    pedirá el castigo para sus hijos por levantar guerras nuevas,
    desgraciado comoquiera que juzguen esto sus descendientes:
    Vencerá el amor de la patria y un ansia de gloria sin medida.
    También a Decios y Drusos a lo lejos y a Torcuato mira
    cruel con su segur y a Camilo que recupera las enseñas.
    Pero aquellas almas que ves brillar con armas parecidas,
    en paz ahora y mientras esta noche las contenga,
    ¡ay! ¡Qué guerra terrible entre ellas, si la luz de la vida
    llegan a alcanzar, qué ejércitos moverán y qué matanza:
    el suegro bajando de las laderas alpinas y la roca
    de Moneco, el yerno frente a él con las tropas de oriente!
    No, muchachos, no acostumbréis vuestro ánimo a guerras tan grandes
    ni volváis fuerzas poderosas contra las entrañas de la patria,
    y tú más, ¡perdona tú que eres del linaje del Olimpo,
    arroja las armas de tu mano, sangre mía!
    Aquél, sometida Corinto, su carro llevará victorioso
    al alto Capitolio, insigne por la matanza de aqueos.
    Abatirá aquél Argos y de Agamenón la Micenas
    e incluso a un Eácida, estirpe de Aquiles poderoso en las armas,
    vengando a los antepasado de Troya y los templos mancillados de Minerva.
    ¿Quién dejará de nombrarte, gran Catón, o a ti, Coso?
    ¿Quién la estirpe de Graco o a los dos Escipiones,
    dos rayos de la guerra, azote de Libia, y al poderoso en lo poco,
    Fabricio, o a ti, Serrano, sembrando tus surcos?
    ¿A dónde me lleváis cansado, Fabios? Tú el Máximo aquél eres,
    quien solo, contemporizando, nos salvas el estado.
    Labrarán otros con más gracia bronces animados
    (no lo dudo), sacarán rostros vivos del mármol,
    dirán mejor sus discursos, y los caminos del cielo
    trazarán con su compás y describirán el orto de los astros:
    tú, romano, piensa en gobernar bajo tu poder a los pueblos
    (éstas serán tus artes), y a la paz ponerle normas,
    perdonar a los sometidos y abatir a los soberbios.»
    Así, el padre Anquises, y añade ante su asombro:
    «Mira cómo llega Marcelo señalado por opimo
    botín y vencedor sobresale entre todos los soldados.
    Éste los intereses de Roma en medio de gran revuelta
    afirmará a caballo, tumbará a los púnicos y al galo rebelde,
    y colgará el tercero al padre Quirino las armas capturadas.»
    Y entonces Eneas (pues a su lado marchar veía
    a un joven de hermoso aspecto y armas brillantes,
    mas ensombrecida su frente y los ojos en un rostro abatido):
    «¿Quién, padre, es aquel que así acompaña el caminar del héroe?
    ¿Su hijo o alguno de la gran estirpe de sus nietos?
    ¡Qué estrépito forma su séquito! ¡Qué talla la suya!
    Pero una negra noche de triste sombra vuela en torno a su cabeza.»
    A lo que el padre Anquises sin contener las lágrimas repuso:
    «¡Ay, hijo! No preguntes por un gran duelo de los tuyos;
    los hados lo mostrarán a las tierras sólo y que más sea
    no habrán de consentir. La descendencia romana demasiado poderosa
    os parecería, dioses, si hubiera contado con este presente.
    ¡Cómo se llenará de gemidos de hombres el campo aquel
    junto a la gran ciudad de Marte! ¡Y qué funerales verás,
    Tiberino, cuando pases lamiendo el túmulo reciente!
    Ningún hijo del pueblo troyano hará llegar tan lejos
    las esperanzas de los padres latinos, ni se jactará tanto
    la tierra de Rómulo nunca con ninguno de sus retoños.
    ¡Ay, piedad! ¡Ay, fe de los antiguos y diestra invicta
    en la guerra! Nadie habría salido a su encuentro en armas
    impunemente, bien que a pie fuera contra el enemigo,
    bien que clavase su espuela en los ijares del espumante caballo.
    ¡Pobre muchacho, ay! Si puedes quebrar un áspero sino,
    tú serás Marcelo. Dadme lirios a manos llenas,
    que he de cubrirlo de flores de púrpura y colmar el alma
    de mi nieto al menos con estos presentes, y cumplir una huera
    ofrenda.» Así vagan sin rumbo por la región entera
    en los anchos campos aéreos y todo recorren.
    Luego que Anquises llevó a su hijo a ver cada cosa
    y encendió su corazón con el ansia de la fama venidera,
    cuenta después las guerras al héroe que ha de pasar
    y le muestra los pueblos laurentes y la ciudad de Latino,
    y cómo y qué fatigas ha de evitar y ha de soportar.
    Dos son las puertas del Sueño, de las cuales una se dice
    de cuerno, por donde fácil salida se da a las sombras verdaderas;
    la otra resplandece del brillante marfil que la forma
    pero envían los Manes al cielo los falsos ensueños.
    Allí Anquises lleva luego a su hijo junto con la Sibila
    con estas palabras y los saca por la puerta marfileña,
    va este derecho a las naves y encuentra a sus compañeros.
    Se dirige entonces por la costa al puerto de Cayeta.
    Cae el áncora de la proa; se yerguen las naves en la playa.

    FIN DEL LIBRO VI


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 12 Nov 2020, 05:54

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VII.

    Tú también a nuestros litorales, oh nodriza de Eneas,
    fama diste inmortal con tu muerte, Cayeta;
    y aún hoy conservan tus honras el lugar y los huesos tu nombre
    en Hesperia la grande -si gloria es eso- señala.
    en Hesperia la grande -si gloria es eso- señala.
    El piadoso Eneas, celebradas debidamente las exequias,
    levantando el terraplén del túmulo, luego que callaron
    los mares profundos, abre camino a sus velas y el puerto abandona.
    Brisas lo llevan soplando hacia la noche y no oculta el rumbo
    una luna brillante, esplende el mar a la luz temblorosa.
    Pasan rozando las cercanas costas de la tierra de Circe,
    donde la exhuberante hija del Sol recónditos bosques
    hace que resuenen de su canto continuo, y a las luces de la noche
    en moradas soberbias quema el cedro oloroso
    mientras recorre las delicadas telas con afilado peine.
    Se escuchan allí los gemidos y la furia de los leones
    que cadenas rechazan y rugen bien entrada la noche;
    y los cerdos erizados de púas y los osos enfurecidos
    en sus jaulas y el aullido de las sombras de lobos enormes:
    a todos de su aspecto humano la diosa cruel con poderosas hierbas
    los había cambiado, Circe, en rostro y cuerpos de fieras.
    Para que maravilla semejante no sufrieran los piadosos troyanos
    si entraban en el puerto, ni padecieran un litoral cruel,
    Neptuno llenó sus velas de vientos favorables,
    propició su huida y los lanzó más allá de hiervientes escollos.
    Y ya enrojecía con sus rayos el mar y desde el alto éter
    la Aurora brillaba de azafrán en su biga de rosas,
    cuando se posaron los vientos y se detuvo de repente todo
    soplo y se esfuerzan los remos en el tardo mármol.
    Y ve entonces Eneas un enorme bosque
    desde el mar. Aquí el Tiber de amena corriente
    y rápidas crestas y rubio de la mucha arena
    irrumpe en el mar. Alrededor y en lo alto frecuentan
    aves diversas sus orillas y el curso del río
    endulzando el aire con su canto y volaban por el bosque.
    Torcer el rumbo ordena a sus compañeros y volver las proas
    a tierra y alegre se adentra en la corriente umbrosa.
    Ahora ea, Erato. He de contar qué reyes, qué tiempos,
    cuál era en el Lacio antiguo el estado de las cosas,
    cuando un ejército extranjero llevó su flota
    a las costas ausonias, y cantaré el origen de la lucha primera.
    Tú, diosa, ilumina tú al vate. He de decir guerras horribles,
    he de decir ejércitos formados y reyes que el valor condujo a la muerte
    y las tropas tirrenas y toda entera sometida a las armas
    Hesperia. Se alza ante mí una serie mayor de sucesos,
    emprendo una obra aún más grande.
    Reinaba el rey Latino,
    ya anciano, en larga paz sobre campos y tranquilas ciudades.
    Que era éste nacido de Fauno yla Ninfa laurente Marica
    sabemos; Pico fue el padre de Fauno y a ti, Saturno,
    por padre te tiene éste: eres tú el origen remoto de esta sangre.
    No tenía hijo Latino por sino de los dioses ni le quedaba
    de varones prole alguna, que había perdido en el surgir de la primera juventud.
    Sola guardaba su casa y posesiones tan grandes una hija,
    madura ya para varón, ya con los años de casar cumplidos.
    Muchos la pretendían del gran Lacio y de Ausonia
    entera; la pretendía el más bello que todos los otros,
    Turno, poderoso de abuelo y bisabuelo, a quien la regia esposa
    animaba con ansia sorprendente a unírsele por yerno;
    mas portentos divinos lo impiden con terrores diversos.
    Había un laurel en medio de la casa, en lo más hondo,
    de sagrado follaje y cuidado con reverencia durante muchos años,
    que, se decía, el padre Latino en persona encontró y consagró
    a Febo, al fundar de la ciudad los cimientos,
    y que por él puso de nombre laurentes a los colonos.
    De aquél en lo más alto una nube de abejas
    (asombra contarlo) se instaló, llevadas por el aire
    transparente con intenso zumbido y se colgó con las patas trabadas
    un repentino enjambre de la rama frondosa.
    Al punto el vate dijo: «Vemos que llega
    un hombre extranjero, y que del mismo sitio viene
    al mismo sitio y se apodera de la alta fortaleza.»
    Además, mientras los altares perfumaba con castas antorchas
    y junto a su padre en pie estaba la joven Lavinia,
    se vio (¡qué espanto!) que un fuego prendía en el largo cabello
    y ardía todo su tocado entre llamas crepitantes,
    abrasado su pelo de reina, abrasada la corona
    cuajada de gemas; llena de humo, entonces, la envolvía
    una luz amarilla y extendía a Vulcano por toda la casa.
    Contaban esta visión como algo horrible y asombroso,
    pues anunciaba que ilustre y famoso sería su propio
    destino, pero que gran guerra habría de traer a su pueblo.
    Entonces el rey, preocupado por estos fenómenos, de Fauno el oráculo,
    su padre clarividente, busca y consulta los bosques
    al pie de la alta Albúnea, donde resuena la mayor de las selvas
    con su fuente sagrada que, sombría, exhala terribles vapores.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 12 Nov 2020, 05:56

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VII. CONT.

    Aquí los pueblos de Italia y toda la tierra de Enotria
    respuesta buscan en la duda; aquí el sacerdote,
    cuando lleva su ofrenda y en la noche callada se acuesta
    en pellejos de velludas ovejas y el sueño concilia,
    puede ver con maravillosas figuras muchas imágenes volar
    y escucha voces diversas y de la conversación goza
    de los dioses y habla con el Aqueronte del profundo Averno.
    Aquí también entonces el padre Latino respuesta buscando
    sacrificaba según el rito cien lanudas ovejas y acostado
    descansaba sobre sus vellones extendidos.
    De la hondura del bosque le llegó una voz repentina:
    «No pretendas casar a tu hija con un matrimonio latino,
    oh, sangre mía, ni confíes en el tálamo ya preparado.
    Yernos vendrán extranjeros que con su sangre nuestro
    nombre llevarán a los astros y cuyos descendientes
    todo verán caer bajo sus pies, todo gobernarán
    cuanto ve el sol al correr de uno a otro Océano.»
    No guarda en su boca Latino esta respuesta
    de su padre Fauno ni los consejos recibidos en la noche callada,
    sino que ya la Fama que vuela alrededor por las ciudades
    ausonias los había llevado, cuando la juventud la omedontia
    ató sus naves a la pendiente hermosa de la orilla.
    Eneas y sus jefes primeros y el apuesto Julo
    dan con sus cuerpos bajo las ramas de un árbol alto,
    y ordenan un banquete y disponen por la hierba bajo los alimentos
    tortas de harina (así el propio Júpiter se lo inspiraba)
    y colman de frutas silvestres el suelo cereal.
    Aquí por caso, cuando todo acabaron y la poca comida les obligó
    a hincar el diente en la delgada pasta de Ceres
    y a violar con manos y audaces mandíbulas el círculo
    de las tortas del destino, sin dejar siquiera los anchos cuadros:
    «¡Vaya! ¿Hasta las mesas nos comemos?», exclamó Julo
    y nada más, en broma. El escuchar estas palabras por vez primera
    trajo el final de las fatigas, y al punto las arrancó el padre
    de la boca de quien las dijo y le hizo callar pasmado del augurio.
    Al punto: «Salve, tierra que el destino nos debía,
    y salve a vosotros -dijo-, leales Penates de Troya.
    Aquí está mi casa, ésta es mi patria. Pues ya mi padre
    Anquises (ahora lo recuerdo) me dejó estos arcanos del destino:
    “Cuando, hijo mío, estés en litoral desconocido y por el hambre
    te veas obligado, agotadas las viandas, a devorar las mesas,
    acuérdate, aun cansado, de esperar tus casas y de con tu mano
    levantar allí tu primera morada y disponer alrededor un muro.”
    Ésta era el hambre aquélla, ésta por último nos aguardaba
    para marcar el fin de nuestros sufrimientos.
    Así que ánimo y, contentos, con la primera luz del sol
    qué lugares o qué hombres los ocupan, dónde las murallas del pueblo
    investiguemos y salgamos del puerto por diversos caminos.
    Libad ahora las páteras a Júpiter y con preces llamad
    a mi padre Anquises, y reponed el vino de las mesas.»
    Después de hablar así ciñe sus sienes con una frondosa
    rama y al genio del lugar y a la primera de las diosas,
    la Tierra, y a las Ninfas y a los ríos aún desconocidos
    invoca, como a la Noche y de la Noche a los astros nacientes
    y a Júpiter Ideo y a la madre frigia por orden
    les reza y a su madre en el cielo y en el Érebo al padre.
    Tronó entonces tres veces el padre todopoderoso, brillante
    en lo alto del cielo, y con sus rayos y el oro de la luz por su mano
    mostró una nube ardiente sacudiéndola desde el éter.
    Corre de pronto en el campo troyano el rumor
    de que el día había llegado en que la muralla debida fundaran.
    Reanudan encendidos el banquete y ante visión tan grande
    llenan alegres las crateras y coronan el vino.
    Cuando la luz del día siguiente a bañar empezaba
    las tierras, la ciudad y el territorio y las costas de ese pueblo
    exploran por caminos diversos: éstas eran las aguas de la frente del Numico,
    éste el río Tíber, aquí vivían los valientes latinos.
    Entonces el hijo de Anquises ordena marchar al augusto
    recinto del rey a cien oradores elegidos entre todas
    las clases, cubiertos todos con las ramas de Palas,
    a llevarle presentes y pedir la paz para los teucros.
    Sin tardanza se apresuran a cumplir la orden y van
    a toda prisa. Él marca las murallas con un surco en el suelo
    y prepara el lugar y, a la manera de los campamentos,
    rodea el emplazamiento primero de la costa con un terraplén y unas almenas.
    Y ya divisaban los jóvenes, cubierto el camino, las torres
    y los altos tejados de los latinos y llegaban al muro.
    Delante de la ciudad niños y jóvenes en la flor primera
    practican a caballo y prueban sus carros en el polvo,
    o tensan los dificiles arcos o agitan con sus brazos
    pesadas lanzas, y compiten corriendo o a golpes,
    cuando un mensajero se adelanta a caballo y lleva
    a oídos del anciano rey que han llegado unos hombres
    enormes de extraña vestidura. Él ordena que sean llevados
    a palacio y se sienta en el centro en el trono de sus mayores.
    Estaba en lo alto de la ciudad la augusta morada,
    enorme, alzada sobre cien columnas, el palacio del laurente Pico,
    imponente de selvas y por la devoción de los mayores.
    Aquí quería el augurio que recibieran los reyes el cetro
    y levantasen las primeras fasces; era éste su templo, la curia,
    éste el lugar de sus sagrados banquetes; aquí, matando el carnero,
    solían sentarse los padres en mesas corridas.
    Aparecían además por orden las efigies de los antepasados
    en rancia madera de cedro, ítalo y el padre Sabino
    plantador de la vid, con una corva hoz bajo su figura,
    y el anciano Saturno y la imagen de Jano bifronte
    estaban en el vestíbulo y desde el principio los demás reyes
    con las heridas de Marte recibidas luchando por la patria.
    Y muchas armas además sobre sagrados postes,
    cuelgan carros prisioneros y corvas segures
    y penachos de yelmos y enormes cerrojos de las puertas
    y lanzas y escudos y las quillas arrancadas a las naves.
    El propio Pico aparecía sentado, el domador de caballos,
    con la trompeta de Quirino y ceñido de breve trábea,
    y en la izquierda llevaba un escudo; a éste su esposa, loca de pasión,
    golpeándolo con varita de oro y con filtros cambiándolo,
    Circe, pájaro lo volvió y salpicó de colores sus alas.
    Del interior de tal templo, sentado en el trono de sus padres,
    Latino llamó a los teucros a su lado y les hizo pasar,
    y una vez allí les dice el primero con boca placentera:

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 3 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 12 Nov 2020, 06:00

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO VII. CONT.

    «Decidme, Dardánidas (pues no nos es vuestra ciudad desconocida
    ni vuestra raza, y hemos oído que andáis vagando por el mar),
    ¿qué buscáis? ¿Qué motivo o qué necesidad arrastró
    vuestras naves a la playa de Ausonia por vados cerúleos?
    Bien por errar la ruta, bien llevados de las tempestades
    cual a menudo sucede en alta mar a los marinos,
    os habéis adentrado en las orillas del río e instalado en el puerto.
    No evitéis nuestra hospitalidad ni queráis ignorar a los latinos,
    raza de Saturno que es justa no por ley o atadura,
    sino por voluntad propia y siguiendo el ejemplo del antiguo dios.
    Que recuerdo, en efecto (aunque los años oscurecen los hechos),
    que así lo contaban los viejos auruncos, cómo nacido en estos campos
    llegó Dárdano hasta las ciudades ideas de Frigia
    y a la Samos de Tracia, que ahora llaman Samotracia.
    A aquel que de aquí partió del tirreno solar de Córito,
    ahora en solio de oro la morada regia del cielo estrellado
    lo acoge y aumenta en los altares el número de los dioses.»
    Dijo, y con estas palabras le sigue Ilioneo:
    «Rey de la egregia estirpe de Fauno, ni la negra tormenta
    nos obligó, llevados de las olas, a arribar a esta tierra vuestra
    ni la estrella o la costa nos hicieron errar el camino.
    Hemos llegado a esta ciudad por decisión propia y queriéndolo
    en nuestro corazón, expulsados del reino más grande
    que un día el sol contempló en su camino desde el Olimpo.
    De Jove el origen de la raza nuestra, la juventud dardánida
    se enorgullece de su padre Jove y de la raza suprema de Jove nuestro rey:
    el troyano Eneas nos ha traído hasta tus umbrales.
    De qué manera de la cruel Micenas se desató por los ideos
    campos la tempestad, por qué hados llevados de una y otra parte
    se enfrentaron el mundo de Europa y el de Asia,
    lo saben tanto el que el límite de las tierras aleja
    donde refluye el Océano como aquel a quien separa la zona del sol inicuo
    que se extiende en medio de las otras cuatro.
    Después de aquel desastre llevados por tantos vastos mares,
    buscamos un pequeño solar para los dioses patrios y una costa
    tranquila, y agua y aire libre para todos.
    No seremos indignos de vuestro reino ni será pequeña
    vuestra fama ni se borrará la gracia de tan grande favor,
    ni habrán de arrepentirse los ausonios de acoger a Troya en su regazo.
    Que lo juro por los hados y la diestra poderosa de Eneas,
    si alguno hay que la haya conocido en tratos o en armas y guerra;
    muchos pueblos, muchas naciones (no nos desprecies, aunque
    nos veas con cintas en las manos y palabras suplicantes)
    nos requirieron y quisieron unirnos con ellos;
    mas los hados de los dioses nos obligaron con su fuerza
    a buscar vuestras tierras. De aquí procede Dárdano,
    aquí nos manda de nuevo Apolo y nos obliga con sus órdenes
    al Tiber tirreno y a las sagradas aguas de la fuente del Numico.
    A ti te entrega además, como presentes, exiguos testigos
    de una mejor fortuna, restos salvados de las llamas de Troya.
    Con este oro libaba el padre Anquises junto a los altares,
    éste era el ornato de Príamo cuando impartía justicia
    según la costumbre a los pueblos convocados, el cetro y la tiara
    santa y su vestido, labor de las troyanas.»
    A tales palabras de llioneo fijos Latino mantenía el rostro
    y la mirada y no los apartaba sin moverse del suelo,
    volviendo sus ojos atentos. Y ni la púrpura bordada
    distrae al rey ni le distraen los cetros de Príamo tanto
    cuanto pensando está en la boda y el tálamo de la hija,
    y da vueltas en su corazón al antiguo aviso de Fauno;
    éste era aquel yerno venido de un país extranjero
    que anunciaba el destino y con iguales auspicios
    llamado estaba a reinar, de éste la estirpe que por su valor
    sería famosa y habría de llenar con sus fuerzas el orbe entero.
    Contento al fin exclama: «¡Secunden los dioses nuestros planes
    y su propio augurio! Se te dará, troyano, lo que pides,
    y no desprecio tus regalos. Mientras sea rey Latino la riqueza
    no os faltará de un buen campo o la opulencia de Troya.
    Así que, venga Eneas en persona, si tanto deseo tiene de nosotros,
    si es que tiene prisa en sellar nuestra hospitalidad
    y ser llamado nuestro aliado, y no se esconda de rostros amigos:
    prenda será para mí de paz estrechar la diestra de vuestro jefe.
    Volved a llevar ahora a vuestro rey mis palabras:
    una hija tengo que según las suertes del templo de mi padre
    no debe casarse con varón de nuestra raza, ni lo permiten
    muchas señales del cielo; avisan que de costas lejanas
    yernos vendrán -que éste es el futuro del Lacio- que con su sangre
    alzarán nuestro nombre a las estrellas. Y yo creo que éste
    es aquel que el destino reclama y así si es buen adivino el corazón, lo deseo.»
    Dicho esto el padre elige caballos de su manada
    (trescientos aguardaban relucientes en altos establos),
    y al punto ordena que para todos los teucros sean llevados por orden
    los alados corceles enjaezados de púrpura y telas bordadas
    (de los pechos les cuelgan collares de cuentas de oro,
    de oro cubiertos, oro amarillo muerden entre los dientes),
    para el ausente Eneas un carro y una pareja para el yugo
    de celestial simiente que fuego respira por la nariz,
    de la raza de aquellos que a su padre robó la maga Circe
    y crió bastardos de una madre que les había puesto debajo.
    Con presentes tales los Enéadas y con las palabras de Latino
    regresan altivos sobre sus caballos y llevan ofertas de paz.

    CONT.


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