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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 29 Oct 2020, 06:03

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT.

      Invaden la ciudad sepultada en el sueño y el vino;
      son muertos los guardias, y abriendo las puertas reciben
      a todos los compañeros y se reúnen los ejércitos cómplices.
      »Era el tiempo en que llega el descanso primero a los hombres
      cansados y se nos mete dentro, gratísimo regalo de los dioses.
      En sueños, atiende, se me apareció tristísimo Héctor
      ante mis ojos, derramando un llanto sin fin,
      como cuando fue arrebatado por las bigas y negro
      del polvo cruento y atravesados por una correa
      sus pies tumefactos. ¡Ay de mí y cómo estaba!
      ¡Qué distinto del Héctor aquel que volvió revestido
      de los despojos de Aquiles o que lanzaba los fuegos frigios
      a las naves de los dánaos! En desorden la barba
      y el cabello encostrado de sangre... y aquellas heridas,
      que muchas recibió rodeando de la patria los muros. Entre mis propias
      lágrimas
      me veía llamando al héroe y expresarle estos tristes lamentos:
      “¡Oh, luz de Dardania, de los teucros la más firme esperanza!
      ¿Qué ha podido retenerte? ¿De qué riberas vienes
      Héctor ansiado? ¡Cómo te vemos, después de tantas muertes
      de los tuyos, agotados por tantas fatigas de los hombres
      y de nuestra ciudad! ¿Qué indigna causa tu rostro
      sereno manchó? ¿Por qué esas heridas estoy contemplando?”
      Nada repuso él a mis vanas preguntas, nada repuso
      pero sacando un grave gemido de lo hondo del pecho,
      “Ay, ¡huye, hijo de la diosa! -dijo-, líbrate de estas llamas.
      Está el enemigo en los muros; Troya se derrumba desde lo más alto.
      Bastante hemos dado a la patria y a Príamo. Si con tu diestra pudieras
      salvar a Pérgamo, ya por la mía habría sido salvada.
      Troya te encomienda sus objetos sagrados y sus Penates.
      Tómalos; compañeros de tu suerte, surca el mar
      y levanta para ellos unas dignas murallas.”
      Dice así y saca del interior del templo las cintas
      con sus manos, y Vesta poderosa, y el fuego eterno.
      »Se llenan entretanto las murallas de duelos diversos,
      y más y más, aunque estaba apartada la casa
      de Anquises, mi padre, y los árboles la escondían,
      claro se vuelve el sonido y se acerca el horror de las armas.
      Salgo de mi sueño y llego subiendo
      a lo más alto del tejado y me paro, atento el oído:
      como cuando la llama por la ira del Austro
      cae sobre el sembrado o el rápido torrente del río inunda
      los campos, inunda los alegres sembrados y las labores
      de los bueyes y arranca de cuajo los bosques; se queda de piedra,
      ignorante, el pastor sobre el alto peñasco escuchando el bramido.
      Entonces por fin quedó al descubierto su lealtad y se vieron las trampas
      de los dánaos. Ya se derrumba por Vulcano vencida la casa
      enorme de Deífobo, ya se incendia muy cerca
      Ucalegonte; las anchas aguas del Sigeo relucen de fuego.
      Se alza a la vez el clamor de los hombres y el clangor de las tubas.
      Cojo, loco, mis armas; nada pienso con ellas sino que arde
      mi pecho por reunir un grupo para el combate y con mis amigos
      acudir al alcázar; el furor y la ira aceleran
      mis ideas y me viene la imagen de una hermosa muerte con las armas.

      CONT.


      Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 04 Nov 2020, 03:43, editado 1 vez


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 29 Oct 2020, 06:05

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT.

      »Y, mira, Panto que se libró de las flechas aqueas,
      Panto de Otris, sacerdote del alcázar y de Febo,
      llevando en sus manos los objetos de culto y a los dioses vencidos
      y al pequeño nieto, y se dirige, loco, corriendo a las puertas:
      “¿Dónde están peor las cosas, Panto? ¿Qué almena ocupamos?”
      Sin dejarme hablar me responde gimiendo:
      “Ya está aquí el día final y la hora que Dardania no puede
      evitar. Hubo troyanos, hubo una Ilión y una gloria inmortal
      de los teucros: Júpiter cruel se ha llevado todo
      a Argos; los dánaos dominan una ciudad en llamas.
      Erguido sin piedad en medio del recinto, el caballo
      vomita guerreros y Sinón victorioso, insolente,
      incendios provoca. Otros están a las puertas abiertas,
      cuantos a miles llegaron de Micenas la grande;
      otros han ocupado con lanzas enhiestas las calles
      strechas; se levanta una línea de hierro, dispuesta a morir,
      trazada de filos brillantes; apenas intentan la lucha
      los primeros centinelas de las puertas y resisten a ciegas:”
      Por estas palabras del hijo de Otris y el numen divino
      me lanzo al combate y a las llamas a donde me convoca la Erinia
      funesta y el estruendo, y el clamor que se eleva hasta el cielo.
      Se me unen mis amigos Ripeo y el famoso guerrero
      Épito, que descubrí a la luz de la luna, e Hípanis y Dimante
      se ponen también a nuestro lado y el joven Corebo
      hijo de Migdón: justo por entonces a Troya
      acababa de llegar ardiente de amor insano por Casandra
      y como yerno brindaba su ayuda a los frigios y a Príamo,
      ¡pobre de él, que no oyó los consejos de una esposa inspirada!
      En cuanto los vi juntos, enardecidos por combatir,
      comienzo a decirles "Jóvenes, corazones en vano valientes,
      si abrigáis un inmenso deseo de seguir al que quiere
      llegar hasta el fin, estáis viendo qué suerte es la nuestra.
      Han abandonado los templos y han dejado las aras los dioses
      que un día mantuvieron en pie nuestro imperio: acudís en ayuda
      de una ciudad en llamas. ¡Caigamos en el centro del combate!
      La única salvación para el vencido es no esperar salvación alguna.”
      Logré encender de esta forma las almas de los jóvenes. Y luego,
      como lobos rapaces en la oscura niebla, a quienes un hambre terrible
      los lanza fuera, ciegos, ysuscachorros abandonados esperan
      con las fauces secas, entre dardos, entre los enemigos
      buscamos una muerte segura avanzando hacia el centro de la ciudad;
      una negra noche vuela sobre nosotros con su cóncava sombra.
      ¿Quién puede narrar el desastre de la noche aquella,
      quién tanta muerte, o puede igualar las fatigas con lágrimas?
      Se derrumba una antigua ciudad que reinó muchos años;
      hay muchísimos cuerpos inertes por todas las calles
      y por las mansiones y los sagrados umbrales de los dioses.
      Mas no sólo los teucros pagaban su pena con sangre,
      que a veces también el valor retorna al corazón de los vencidos
      y caen los dánaos vencedores. Por todas partes un duelo
      cruel, por todas partes el miedo y la imagen repetida de la muerte.
      Andrógeo de los dánaos fue el primero en acercarse a nosotros, ignorante,
      con gran compañía, pensando en tropa de su bando;
      es más, se dirige a nosotros con palabras amigas:
      “¡Aprisa, soldados! Pues ¿qué pereza tan inoportuna
      os retrasa? Otros toman ya botín y Pérgamo saquean
      en llamas, ¿y vosotros llegáis aún de las altas naves?”
      Dijo, y al punto advirtió (pues que no se le daban respuestas
      creíbles) que había caído entre sus enemigos.
      De piedra se quedó y a un tiempo volvió atrás pies y palabras.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 30 Oct 2020, 01:58

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT.

      Como el que al poner pie en el suelo entre ásperas zarzas
      pisó una serpiente, sin verla, y huye al instante asustado
      de la que hincha ya su cuello azulenco y se encrespa de ira.
      No de otro modo se marchaba Andrógeo tembloroso por lo que veía.
      Nos lanzamos y los rodeamos en un bosque de armas,
      y los aplastamos al no saber donde estaban, parados
      de espanto; favorece Fortuna nuestra empresa primera.
      Y entonces Corebo, saltando de gozo ante el éxito, dice:
      "Sigamos, amigos, por donde Fortuna primero
      nos muestra el camino y por donde aparece mejor;
      cambiemos las armas y tomemos los estandartes
      de los dánaos. Trampa o valor, ¿quién demandará al enemigo?
      Ellos nos darán sus armas." Tras así decir se coloca
      el emplumado yelmo de Andrógeo y la preciada prenda de su escudo
      y acomoda a su costado la espada de un argivo.
      Lo mismo Ripeo, lo mismo hace Dimante y alegres también
      los jóvenes todos: cada cual se va armando con el botín reciente.
      Avanzamos mezclados con los dánaos bajo un numen adverso
      y, en la ciega noche enfrentados, combates innúmeros
      nos vimos trabando, y a muchos aqueos enviamos al Orco.
      Unos huyen a sus naves y buscan corriendo la costa
      segura; otros miedo cobarde al enorme caballo
      trepan de nuevo y en la madera amiga se ocultan.
      »¡Ay, que en nada puede uno confiar contra la voluntad de los dioses!
      Mira cómo arrastran de los cabellos a la hija de Príamo,
      a Casandra la virgen, fuera del templo y la morada de Minerva,
      levantando hacia el cielo sus ojos ardientes en vano,
      sus ojos, que sus manos de niña cadenas las atan.
      No soportó este espectáculo, enloqueciendo, Corebo,
      y se lanzó dispuesto a morir en medio del ejército;
      todos le seguimos y caemos dentro de un bosque de armas.
      Y primero somos abatidos por las flechas que lanzan
      desde el tejado de un templo los nuestros y se hizo terrible matanza
      por la apariencia de nuestras armas y el error de los griegos penachos.
      Después se presentan los dánaos por todos lados gritando de ira
      por haberles quitado la doncella, el acérrimo Áyax
      y los dos hijos de Atreo y el ejército entero de los dólopes.
      Como cuando en quebrado remolino los vientos contrarios
      se enfrentan, el Céfiro y el Noto y el alegre Euro
      con sus orientales caballos; gritan los bosques y el espumoso Nereo
      con su tridente se agita y sacude desde el fondo profundo los mares.
      También acuden aquellos a quienes engañamos con trampas
      en lo oscuro de la noche y perseguimos por toda la ciudad;
      advierten los primeros los dardos y los engañosos escudos
      y señalan por el sonido las lenguas discordantes.
      E inmediatamente nos aplastan con su número y el primero Corebo
      cayó junto al altar de la diosa armipotente por mano
      de Penéleo; cae así mismo Ripeo, el hombre más justo
      que hubo entre los teucros y el mejor cumplidor de lo bueno
      (otra cosa pareció a los dioses); también Hípanis y Dimante perecen
      atravesados por sus compañeros, y, Panto, ni tu mucha piedad
      ni las cintas de Apolo de caer te libraron.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 30 Oct 2020, 01:59

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT.

      Como el que al poner pie en el suelo entre ásperas zarzas
      pisó una serpiente, sin verla, y huye al instante asustado
      de la que hincha ya su cuello azulenco y se encrespa de ira.
      No de otro modo se marchaba Andrógeo tembloroso por lo que veía.
      Nos lanzamos y los rodeamos en un bosque de armas,
      y los aplastamos al no saber donde estaban, parados
      de espanto; favorece Fortuna nuestra empresa primera.
      Y entonces Corebo, saltando de gozo ante el éxito, dice:
      "Sigamos, amigos, por donde Fortuna primero
      nos muestra el camino y por donde aparece mejor;
      cambiemos las armas y tomemos los estandartes
      de los dánaos. Trampa o valor, ¿quién demandará al enemigo?
      Ellos nos darán sus armas." Tras así decir se coloca
      el emplumado yelmo de Andrógeo y la preciada prenda de su escudo
      y acomoda a su costado la espada de un argivo.
      Lo mismo Ripeo, lo mismo hace Dimante y alegres también
      los jóvenes todos: cada cual se va armando con el botín reciente.
      Avanzamos mezclados con los dánaos bajo un numen adverso
      y, en la ciega noche enfrentados, combates innúmeros
      nos vimos trabando, y a muchos aqueos enviamos al Orco.
      Unos huyen a sus naves y buscan corriendo la costa
      segura; otros miedo cobarde al enorme caballo
      trepan de nuevo y en la madera amiga se ocultan.
      »¡Ay, que en nada puede uno confiar contra la voluntad de los dioses!
      Mira cómo arrastran de los cabellos a la hija de Príamo,
      a Casandra la virgen, fuera del templo y la morada de Minerva,
      levantando hacia el cielo sus ojos ardientes en vano,
      sus ojos, que sus manos de niña cadenas las atan.
      No soportó este espectáculo, enloqueciendo, Corebo,
      y se lanzó dispuesto a morir en medio del ejército;
      todos le seguimos y caemos dentro de un bosque de armas.
      Y primero somos abatidos por las flechas que lanzan
      desde el tejado de un templo los nuestros y se hizo terrible matanza
      por la apariencia de nuestras armas y el error de los griegos penachos.
      Después se presentan los dánaos por todos lados gritando de ira
      por haberles quitado la doncella, el acérrimo Áyax
      y los dos hijos de Atreo y el ejército entero de los dólopes.
      Como cuando en quebrado remolino los vientos contrarios
      se enfrentan, el Céfiro y el Noto y el alegre Euro
      con sus orientales caballos; gritan los bosques y el espumoso Nereo
      con su tridente se agita y sacude desde el fondo profundo los mares.
      También acuden aquellos a quienes engañamos con trampas
      en lo oscuro de la noche y perseguimos por toda la ciudad;
      advierten los primeros los dardos y los engañosos escudos
      y señalan por el sonido las lenguas discordantes.
      E inmediatamente nos aplastan con su número y el primero Corebo
      cayó junto al altar de la diosa armipotente por mano
      de Penéleo; cae así mismo Ripeo, el hombre más justo
      que hubo entre los teucros y el mejor cumplidor de lo bueno
      (otra cosa pareció a los dioses); también Hípanis y Dimante perecen
      atravesados por sus compañeros, y, Panto, ni tu mucha piedad
      ni las cintas de Apolo de caer te libraron.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 30 Oct 2020, 02:02

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT.

      ¡Ay, cenizas de Ilión y llama final de los míos! Os pongo
      por testigos de que nada rehuí en vuestra ruina,
      ni flechas ni nada, y de que habría caído a manos de los dánaos
      si lo hubiera querido mi sino. De allí nos marchamos,
      Ífito y Pelias conmigo (a Ífito la edad lo retrasa
      y tardo vuelve a Pelias la herida de Ulises),
      atraídos por un griterío que venía del palacio de Príamo.
      Aquí sí que vemos un combate tremendo; como si
      no hubiera más guerra y nadie muriera en toda la ciudad,
      así vemos a un indómito Marte y a los dánaos tratando de entrar
      en palacio y la puerta atacada por tenaz ariete.
      Se pegan las escalas a los muros y justo bajo la puerta
      se apoyan en los escalones y cubiertos con los escudos
      en la izquierda hacia los dardos se lanzan y tocan con su diestra los aleros.
      Por el contrario, arrancan los Dardánidas las torres y todos
      los tejados de las casas; con tales armas cuando ven el final
      se aprestan a la defensa en la hora postrera de la muerte,
      y las doradas vigas, altivo adorno de los antiguos padres,
      hacen rodar; forman otros, espadas enhiestas, en las últimas
      puertas, que en fila cerrada vigilan.
      Oso Nos lanzan nuestros corazones a defender la morada del rey
      y brindar ayuda a esos valientes, sumando nuestro brazo a los vencidos.
      »Había una entrada y una puerta falsa y un pasadizo
      entre las casas de Príamo, por la parte de atrás,
      por donde solía la infeliz Andrómaca, cuando era fuerte su reino,
      ir sin compañía con frecuencia a casa de sus suegros
      y llevarle al abuelo al pequeño Astianacte.
      Así que paso por ahí a lo más alto del tejado, desde donde
      los pobres teucros arrojaban sus dardos inútiles.
      De su elevada base arrancamos y empujamos la torre aquella
      que se alzaba sobre el vacío hasta los astros,
      levantada en la parte más alta, de donde Troya entera solía
      contemplarse y las naves de los dánaos y el campamento aqueo,
      cavando con el hierro alrededor ahí donde los bordes de las tablas
      presentaban junturas abiertas. Se vino abajo de repente, gran ruina
      produjo con estruendo y en gran extensión cayó sobre las tropas
      de los dánaos. Mas otros acuden y no cesa entretanto
      toda clase de piedras y dardos.
      »Ante la misma entrada y en el umbral primero, salta
      Pirro de gozo entre las flechas, brillando con la luz de sus bronces;
      como una culebra que comió malas hierbas cuando sale a la luz;
      el helado invierno la mantenía hinchada bajo tierra,
      pero ahora, dejando su piel vieja, con la nueva de juventud reluce
      y, estirándose al sol, agita irguiendo el pecho
      su lomo brillante y vibra su boca de triple lengua.
      A la vez el gran Perifante y el que llevó los caballos de Aquiles,
      Automedonte, su escudero, y a la vez toda la juventud de Esciros
      al palacio se acercan y lanzan sus llamas al tejado.
      Pirro entre los primeros rompe la puerta a hachazos
      terribles y arranca de cuajo las jambas de bronce;
      y ya parte de una viga y ataca la firme madera
      abriendo un enorme agujero de boca muy ancha.
      Ya se ve el interior de la casa y se abren los amplios atrios;
      ya aparecen las habitaciones de Príamo y los reyes de antes
      y se ve a los guerreros que están en la entrada.
      Y el interior del palacio ve mezclarse gemidos
      y mísero tumulto, y con el ulular dolorido de mujeres
      resuenan los huecos de la casa; hiere los astros de oro el clamor.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 30 Oct 2020, 02:05

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT.

      Vagan también las madres asustadas por las salas inmensas
      y a los postes se abrazan y los llenan de besos.
      Pirro arremete con la fuerza de su padre y contra él no valen
      ni cerrojos ni guardias; se tambalea la puerta
      a golpes de ariete y sacadas de su quicio caen las jambas.
      Se abre un camino de violencia. Rompen la entrada y los dánaos
      que pasan matan a los primeros y llenan de soldados el lugar.
      Que tanto no hace espúmea corriente cuando rompe su cauce,
      y se lanza y vence con su remolino a las moles que frente le hacen
      y arrasa enloquecida los sembrados y por todos los campos
      confunde ganados y establos. Y con estos ojos ni a Neoptólemo
      loco de sangre y a los dos Atridas en la puerta,
      yo vi a Hécuba y a sus cien nueras y a Príamo por los altares
      manchando de sangre los fuegos que había consagrado.
      Aquellas cincuenta alcobas, esperanza tan grande de nietos,
      cayeron y cayeron sus puertas orgullosas del oro y el botín
      de los bárbaros; llegan los dánaos donde no llega el fuego.
      »Y quizá me preguntes también cuál fue el sino de Príamo.
      Cuando vio la ruina de su ciudad conquistada y abatidos
      los umbrales de palacio y al enemigo dentro de su casa,
      en vano toma el viejo en sus hombros temblorosos las armas
      [enmohecidas tiempo ha, por la edad
      y se ciñe el hierro inútil y lánzase a morir entre los enemigos.
      Había un altar al aire libre, en medio del recinto sagrado,
      enorme, y a su lado un laurel muy antiguo
      que caía sobre el ara y abrazaba con su sombra los Penates.
      Estos altares en vano rodean Hécuba y sus hijas
      que aquí se juntan como palomas que la negra tempestad empuja,
      y estaban sentadas abrazando las estatuas de los dioses.
      Mas cuando vio nada menos que a Príamo ceñido
      con las armas de un joven: “¿Qué idea tan loca, pobre esposo mío,
      te ha llevado a armarte de ese modo? -dijo-, ¿a dónde corres?
      No precisa esta hora de ayudas así ni de defensores
      como tú; no, ni aunque mi Héctor estuviera con nosotros.
      Anda, ven aquí. El altar nos protejerá a todos,
      o moriremos juntos,” Y al callar lo abrazó
      en su regazo y sentó al anciano en el lugar sagrado.
      »Y ahí va por su lado Polites, uno de los hijos de Príamo,
      escapado de las manos de Pirro, y recorre en su huida
      los largos pórticos entre las flechas, entre los enemigos,
      y pasa herido por las habitaciones vacías. Pirro le persigue
      ansioso por herirle de muerte y ya casi lo tiene y le da con su lanza.
      Cuando por fin escapa y llega hasta los ojos y el rostro de sus padres,
      es ya para morir y perder entre mucha sangre la vida.
      Príamo entonces, aunque casi lo abraza la muerte,
      no calló sin embargo ni evitó dar gritos de ira:
      “A ti, a ti -exclama-, por este crimen, por todo lo que has hecho,
      si hay aúnen el cielo alguna piedad que vigile estas cosas,
      te paguen los dioses precio justo y el premio adecuado,
      por haberme hecho verla muerte de mi hijo
      y manchar con tu crimen la mirada de sus padres.
      No se portó de esa manera el gran Aquiles, del que te mientas hijo,
      con su enemigo Príamo; que respetó los sagrados derechos
      de un suplicante y me dejó enterrar el cuerpo exangüe
      de mi Héctor y me devolvió a mi reino.”
      Dejó de hablar el anciano y lanzó sin fuerzas una flecha
      inocente que rechazó sin más el bronco bronce
      y quedó inútilmente colgando del escudo en el centro.
      Y entonces Pirro: “Llévale esto y sé mi mensajero
      ante el Pelida, mi padre. Y no olvides contarle
      las tristes hazañas de un Neoptólemo degenerado.
      Ahora, muere.” Así diciendo justo hasta el altar
      lo arrastró, tembloroso y resbalando en la sangre de su hijo;
      con la izquierda cogió su cabello, desenvainó con la diestra
      su espada brillante y la hundió en el costado hasta la empuñadura.
      Éste fue el fin de los hados de Príamo, esta muerte le cupo en suerte
      tras ver el incendio de Troya y la ruina de Pérgamo,
      a él, otrora orgulloso señor de tantos pueblos y tierras
      de Asia. Yace enorme su tronco en la playa,
      arrancada de los hombros la cabeza y sin nombre su cuerpo.

      CONT.


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      Mensaje por Lluvia Abril Vie 30 Oct 2020, 03:49

      Intentaré ponerme al día.
      Gracias, amigo mío, mi reconocimiento a tu trabajo inmenso, sí te lo dejo desde ya.
      Besos


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 31 Oct 2020, 06:04

      No te preocupes, querida amiga. Yo creo que tendría unos 19 años cuando leí La Eneida. Han pasado pues 50 años...

      ¡YA ERA HORA!...

      Y esa es la razón de que haya decidido pasarla a "pequeñas dosis": Leo 5 o 6 páginas y luego las paso.

      Gracias, que no te las di.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 31 Oct 2020, 06:14

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT

      »Entonces por vez primera se apoderó de mí cruel horror.
      Me quedé estupefacto; la imagen me vino de mi querido padre
      cuando vi exhalar el último aliento al rey de su edad
      por herida cruel; pensé en Creúsa abandonada,
      y mi casa saqueada y la muerte de mi pequeño Julo.
      Miro atrás y reviso la tropa que aún tengo.
      Todos me abandonaron agotados y saltaron a tierra
      o entregaron sus cuerpos heridos a las llamas.
      [»Y quedaba yo sólo cuando veo a la hija de Tindáneo
      guardando el templo de Vesta y escondida en silencio
      en un lugar secreto; los incendios iluminan
      mi vagar y a todas partes dirijo mis ojos.
      Temiendo de antemano el odio de los teucros por la caída de Pérgamo
      y el castigo de los dánaos y la ira de su esposo abandonado,
      Erinia común de Troya y de su patria,
      se había escondido y, odiada, estaba sentada en los altares.
      Llamas ardieron en mi corazón; una ira me nace por vengar a mi patria
      en su ruina y castigar tan graves crímenes.
      “¡Vaya! ¿Ésta, a salvo, volverá a ver Esparta y su patria
      Micenas y volverá a reinar con el triunfo obtenido?
      ¿Y a su esposo verá y la casa de su padre y a sus hijos
      rodeada de troyanas y con servidores frigios?
      ¿Y Príamo habrá muerto por la espada? ¿Y Troya habrá caído por el fuego?
      ¿Y habrá rezumado sangre tantas veces la playa dardania?
      No tal. Que aunque no hay título alguno memorable
      en vencer a una mujer, esta victoria tiene su recompensa;
      por haber acabado con un crimen e infligir una pena
      merecida seré alabado y gozaré mi ánimo saciando
      de fama vengadora y cumpliendo con las cenizas de los míos.”
      Eso decía y me dejaba llevar de mi mente enloquecida,]
      cuando se me presentó como nunca ante mis ojos lo había hecho
      tan claro, y en una luz pura brilló a través de la noche
      mi noble madre, mostrándose diosa tal y como la ven
      los que habitan el cielo, y tomándome con su diestra
      me contuvo y esto me dijo además con su boca de rosas:
      “Hijo, ¿qué dolor tan grande provoca tu cólera indómita?
      ¿Por qué te enfureces? ¿A dónde se ha ido tu cuidado por mí?
      ¿No verás antes dónde has dejado a tu padre Anquises,
      cansado por su edad, y si viven aún tu esposa Creúsa
      y tu hijo Ascanio? Por todas partes a todos les rodean
      las armas griegas, y, si no fuera constante mi providencia,
      ya les tendrían las llamas y clavado se habría el puñal despiadado.
      No eches la culpa a la odiada belleza de la espartana hija
      de Tindáreo, ni aun a Paris: la inclemencia de los dioses,
      la de los dioses, arruinó este poder y abatió a Troya de su cumbre.
      Mira bien (que ahora retiraré toda la nube que tienes
      delante y oscurece tu visión mortal, y, húmeda, se evapora
      alrededor; no temas tú los mandatos de tu madre
      ni rehúses obedecer sus órdenes):
      aquí, donde ves las moles deshechas y las rocas arrancadas
      de las rocas y el humo ondear mezclado con el polvo,
      Neptuno con su enorme tridente es quien golpea los muros
      y los removidos cimientos y la ciudad entera de su asiento
      arranca. Aquí la muy cruel Juno ocupa la primera
      las puertas Esceas y ceñida con la espada convoca
      enloquecida de las naves al ejército aliado.
      Mira ya en lo más alto del alcázar a Palas Tritonia
      sentada, brillando con su nimbo y la cruel gorgona.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 31 Oct 2020, 06:18

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT

      Mi propio padre da ánimo a los dánaos y favorece
      sus fuerzas; él empuja a los dioses contra las armas de Troya.
      Sálvate, hijo, y marca un final a tus fatigas;
      nunca te faltaré, y te llevaré a salvo hasta el umbral de una patria.”
      Así dijo, ocultándose en las espesas sombras de la noche.
      Los númenes supremos de los dioses muestran su rostro a Troya
      cruel y enemigo.
      »Me parece ya entonces que Ilión se asienta, toda ella,
      en una hoguera y la Troya de Neptuno ser arrancada de cuajo.
      Y como cuando en lo alto del monte el viejo olmo
      con hierro cortado y con golpes de hachas se esfuerzan
      en abatir los campesinos con empeño, y él amenaza
      y agita los cabellos con la copa sacudida, temblando,
      hasta que poco a poco vencido por las heridas gime
      por último y arrancado causa gran ruina a los collados.
      Bajo y con la guía de la diosa puedo pasar por las llamas
      y los enemigos: abren paso las flechas y las llamas retroceden.
      »Y cuando llego por fin al umbral de la casa paterna
      y a la antigua morada, mi padre, a quien quería
      subir el primero a los altos montes y el primero buscaba,
      se niega a seguir con vida ante la muerte de Troya
      y padecer el exilio: "¡Ay! Vosotros que conserváis el vigor de la edad en la
      sangre
      y cuyas fuerzas permanecen intactas -dice-, emprended vosotros la huida.
      Si los del cielo hubieran querido que yo conservase la vida,
      me habrían salvado también esta casa. Bastante y de sobra una vez
      vi su destrucción y escapé a la conquista de mi ciudad.
      Así, marchaos así dando el último adiós a mi cuerpo.
      Yo mismo encontraré por mi mano la muerte; se compadecerá el enemigo
      y buscará mis despojos. Leve resulta quedarse sin sepulcro.
      Ya estoy viviendo demás, odioso a los dioses
      e inútil, desde que el padre de los dioses y rey de los hombres
      me sopló con los vientos de su rayo y me alcanzó con el fuego.”
      »En eso insistía al hablar y permanecía inmutable.
      Repusimos nosotros bañados en lágrimas, mi esposa Creúsa
      y Ascanio y toda mi casa, que no quisiera mi padre llevarse
      todo con él ni acelerar un sino ya presuroso.
      Se niega y se mantiene en lo dicho y en el mismo lugar.
      Me lanzo de nuevo al combate y busco en mi desgracia la muerte.
      Pues, ¿qué solución o qué fortuna me quedaban?:
      “¿Creíste, padre mío, que podría escapar dejándote aquí
      y un crimen así se abrió paso en la boca paterna?
      Si agrada a los dioses que no quede nada de ciudad tan grande
      y así está en su ánimo y quieren sumar a la ruina de Troya
      la tuya y la de los tuyos, la puerta está abierta a esa muerte,
      y en seguida estará aquí Pirro, manchado de la sangre de Príamo,
      quien no vacila en degollar al hijo ante su padre ni al padre junto al ara.
      Madre mía, ¿para esto me sacaste entre los dardos
      y las llamas? ¿Para ver al enemigo dentro de nuestra casa,
      y a Ascanio y a mi padre y con ellos Creúsa,
      el uno junto al otro anegados en sangre?
      ¡A las armas, muchachos, a las armas! Que la luz postrera reclama a los
      vencidos.
      Llevadme con los dánaos; dejadme ver de nuevo el combate
      emprendido. No todos moriremos hoy sin venganza.”

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 31 Oct 2020, 06:20

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT

      »Me ciño entonces de nuevo la espada y colocaba ya el escudo
      en mi izquierda y me lanzaba fuera de la casa.
      Pero mira por dónde abrazada en el umbral Creúsa a mis pies
      se detenía y a su padre ofrecía al pequeño Julo:
      "Si vas a morir, llévanos a nosotros contigo, pase lo que pase;
      pero si, a sabiendas, alguna esperanza pones en las armas que empuñas,
      lo primero es guardar esta casa tuya. LA quién entregas al pequeño Julo
      a quién a tu padre y a mí, que un día fui llamada tu esposa?”
      »Gritando y gimiendo llenaba toda la casa con esas palabras,
      cuando aparece de repente un prodigio asombroso.
      En efecto, entre las manos y los rostros de sus pobres padres,
      he aquí que de lo alto de la cabeza de Julo derramar parecía
      un leve rayo su luz y una llama suave que no quemaba al tacto
      lamer sus cabellos y posarse en torno a sus sienes.
      Temblamos, asustados, de miedo y le sacudíamos el cabello
      que ardía, tratando de apagar con agua el fuego sagrado.
      Pero el padre Anquises alzó hacia los astros sus ojos,
      alegre, y a la vez levantó la voz y las palmas al cielo.
      “Júpiter todopoderoso, si te dejas ganar por alguna oración,
      míranos, sólo eso, y, si somos dignos de tu piedad,
      danos tu ayuda en seguida, padre, y confirma estos presagios.”
      »Apenas había hablado el anciano, y con súbito fragor
      tronó por la izquierda y del cielo cayó entre las sombras
      veloz una estrella de cola con una gran luz.
      Cruzar la vimos sobre los tejados
      e ir a ocultarse brillante en los bosques del Ida
      señalando caminos; deja a su paso largo surco
      de luz y humea el lugar en gran extensión con un humo de azufre.
      Al fin vencido, se alza mi padre hacia las auras
      y habla a los dioses y adora la santa estrella:
      “Ya no cabe retraso alguno; te sigo y donde me llevéis estaré,
      dioses de mi patria. Salvad mi casa, salvad a mi nieto.
      Esta señal es vuestra y Troya cuenta en vuestros designios.
      Me rindo, vaya, y no me niego, hijo, a acompañarte.”
      Eso dijo, y ya por la muralla se oye el fuego
      más claro y más cerca se revuelven las llamas del incendio.
      “Vamos entonces, padre querido, súbete a mis hombros,
      que yo te llevaré sobre mi espalda y no me pesará esta carga;
      pase lo que pase, uno y común será el peligro,
      para ambos una será la salvación. Venga conmigo
      el pequeño Julo y siga detrás nuestros pasos mi esposa.
      Y vosotros, mis siervos, prestad atención a cuanto diga.
      A la salida de la ciudad hay un túmulo y un viejísimo templo
      abandonado de Ceres y a su lado un antiguo ciprés
      que la piedad de nuestros padres guardó muchos años.
      Cada uno por su lado llegaremos todos a ese mismo lugar.
      Tú toma, padre, los objetos de culto y los patrios Penates;
      yo no puedo tocarlos saliendo de guerra tan grande
      y de la reciente matanza, hasta que me purifique
      el agua viva de un río.”
      Dicho esto, me pongo una tela sobre mis anchos hombros
      y el cuello agachado y encima la piel de un rubio león,
      y tomo mi carga; de mi diestra se coge
      el pequeño Julo y sigue a su padre con pasos no iguales;
      detrás viene mi esposa. Avanzamos por ocultos caminos
      y hasta el aire me asusta ahora a mí, a quien todos los griegos
      juntos enfrente ni todas sus flechas podían dar miedo,
      cualquier ruido me alerta de igual modo
      temiendo a la vez por mi compañero y por mi carga.
      Y ya estaba cerca de la puerta y parecía todo el camino
      haber salvado cuando de repente el sonido repetido
      de unos pasos llega hasta mis oídos, y mi padre mirando
      entre las sombras: “Hijo -exclama-, huye, hijo mío, se acercan.
      Puedo ver sus escudos ardientes y sus brillantes bronces.”

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 01 Nov 2020, 02:02

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO II.CONT

      En ese momento no sé qué numen nada favorable
      se apoderó de mi confundida y asustada razón. Pues mientras sigo
      corriendo caminos apartados tras salir de las calles conocidas,
      pobre de mí, Creúsa mi esposa quedó atrás, no sé si por el hado
      o si se equivocó de camino o si cansada se sentó.
      Nunca después volvieron a verla mis ojos. Y no miré
      atrás por si se perdía ni le presté atención hasta que llegamos
      al túmulo de la antigua Ceres y al lugar a ella consagrado.
      Aquí, finalmente todos reunidos, sólo ella fue echada
      de menos y desapareció ante su hijo, su esposo y sus compañeros.
      ¿A quién no acusé, enloquecido, de dioses y hombres,
      o qué vi más cruel en la ruina de mi ciudad?
      Encomiendo a los compañeros a Ascanio y a mi padre Anquises
      y los Penates teucros y los escondo en un oculto valle,
      y yo me vuelvo a la ciudad y ciño de nuevo mis armas brillantes.
      Decidido está: Volveré a pasar todos los riesgos y a recorrer
      toda Troya de nuevo y de nuevo a lanzar mi vida a los peligros.
      Recorro primero los muros y los oscuros umbrales de la puerta
      por la que había salido y vuelvo sobre mis pasos
      buscando en la noche con mis ojos las huellas que dejamos;
      el horror se apodera de mi pecho y hasta el propio silencio me asusta.
      Vuelvo de nuevo a casa por si acaso había encaminado
      hacia allí sus pasos: los dánaos habían entrado y la ocupaban entera.
      Trepa voraz el fuego con el favor del viento a las vigas
      más altas; asoman por encima las llamas y el calor se agita en el aire.
      Prosigo y llego otra vez a la casa de Príamo y a la fortaleza;
      ya estaban guardando el botín en los pórticos vacíos,
      en el recinto de Juno, Fénix y el cruel Ulises,
      escogidos guardianes. Aquí se amontona de todas partes el tesoro de Troya,
      saqueado en el incendio de los templos, y las mesas de los dioses
      y las crateras de oro macizo y la ropa de los vencidos.
      Alrededor están en larga fila los niños y las madres asustadas.
      Hasta me atreví a gritar entre las sombras
      y llené las calles de mi voz y afligido, Creúsa
      repitiendo, una y otra vez la llamé en vano.
      Buscando y corriendo sin parar entre los edificios,
      se presentó ante mis ojos la sombra de la misma Creúsa,
      su figura infeliz, una imagen mayor que la que tenía.
      Me quedé parado, se erizó mi cabello y la voz se clavó en mi garganta.
      Entonces habló así y con estas palabras me liberó de cuidado:
      “Por qué te empeñas en entregarte a un dolor insano,
      oh dulce esposo mío? No ocurren estas cosas sin que medie
      la voluntad divina; ni te ha sido dado el llevar a Creúsa contigo,
      ni así lo consiente el que reina en el Olimpo soberano.
      Te espera un largo exilio y arar la vasta llanura del mar,
      y llegarás a la tierra de Hesperia donde el lidio Tiber
      fluye con suave corriente entre los fértiles campos de los hombres.
      Allí te irán bien las cosas y tendrás un reino y una esposa
      real; guarda las lágrimas por tu querida Creúsa.
      No veré yo la patria orgullosa de los mirmídones
      o de los dólopes, ni marcharé a servir a las matronas griegas,
      nuera que soy de la divina Venus y Dardánida;
      me deja en estos lugares la gran madre de los dioses.
      Adiós ahora, y guarda el amor de nuestro común hijo.”
      Luego me dijo esto, me abandonó llorando y queriendo
      hablar aún mucho, y desapareció hacia las auras sutiles.
      Tres veces intenté poner mis brazos en torno a su cuello,
      tres veces huyó de mis manos su imagen en vano abrazada,
      como el viento ligera y en todo semejante al sueño fugitivo.
      Así por fin, consumida la noche, vuelvo con mis compañeros.
      »Y encuentro allí asombrado que una gran muchedumbre
      de nuevos amigos había acudido, mujeres y hombres,
      la juventud reunida para la marcha, una gente digna de lástima.
      De todas partes acudieron preparados de ánimo y recursos
      para partir hacia la tierra que yo eligiera allende el mar.
      Surgía ya Lucifer en lo alto de las cumbres del Ida
      y nos traía el día, y los dánaos tenían ocupados
      los umbrales de las puertas y no quedaba ya esperanza de ayuda.
      Me puse en marcha y los montes busqué con mi padre a la espalda.

      FIN DEL LIBRO II


      Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 04 Nov 2020, 03:45, editado 1 vez


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 01 Nov 2020, 02:03

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III

      »Luego que subvertir el poder de Asia y de Príamo al inocente
      pueblo plugo a los dioses, y cayó la soberbia
      Ilión y por el suelo humea toda la Troya de Neptuno,
      a diversos exilios y a buscar tierras abandonadas
      nos obligan los augurios de los dioses y una flota bajo la misma
      Antandro disponemos y al pie del Ida de Frigia,
      sin saber a dónde nos llevan los hados, dónde podremos instalarnos,
      y reunimos a los hombres. Había comenzado apenas la primavera
      y el padre Anquises ordenaba rendir al destino las velas,
      cuando llorando dejo las costas de la patria y sus puertos
      y los llanos donde un día se alzó Troya. Heme allí arrastrado al exilio,
      al mar, con mis amigos y mi hijo, con los Penates y los grandes dioses.
      »Hay una tierra lejos de vastas llanuras consagradas a Marte
      (los tracios la aran), gobernada otrora por el fiero Licurgo,
      antiguo asilo de Troya y Penates aliados
      mientras fortuna hubimos. Ahí paramos y en la curva playa
      levanto las primeras murallas llevado por un hado inicuo
      e invento el nombre de Enéadas por mi propio nombre.
      Preparaba sacrificios a mi madre de Dione hija y a los dioses
      tutelares de la obra emprendida y un toro corpulento
      en la playa ofrecía al supremo rey de los que pueblan el cielo.
      Mira por dónde se alzaba al lado un túmulo, y en lo alto ramas
      de cornejo y un mirto erizado de espesas puntas.
      Me acerqué tratando de arrancar del suelo un verde
      arbusto que cubriera con su espeso follaje los altares,
      y veo un extraño prodigio horrible de contar.
      Pues en cuanto arranco del suelo cortando sus raíces
      el primer tallo, destila éste gotas de negra sangre
      que ensucia la tierra con su peste. Un helado espanto
      sacude mi cuerpo y mi sangre helada se me cuaja de miedo.
      De nuevo trato de arrancar una flexible vara
      y de buscar hasta el fondo las causas escondidas;
      y otra vez negra sangre mana de la corteza.
      Dando muchas vueltas en mi corazón invocaba a las Ninfas agrestes
      y al padre Gradivo, el que reina en los campos de los getas;
      que propiciasen la visión e hicieran bueno el presagio.
      Mas cuando con mayor esfuerzo a una tercera vara
      me pongo y de rodillas me apoyo contra la arena
      (¿sigo, o me callo?), se escuchan de lo profundo de la altura
      lacrimosos gemidos y sale, y llega a mis oídos esta voz:
      “¿Por qué desgarras, Eneas, a un desgraciado? Deja ya en paz a un muerto,
      deja de profanar tus manos piadosas. Troya no me hizo
      extraño a ti ni mana esta sangre de la madera.
      Huye, ¡ay!, de esta tierra despiadada, huye de una costa tan avara,
      que soy Polidoro. Aquí, atravesado, férrea me sepultó
      mies de lanzas que aumentó con agudas jabalinas:”
      Entonces, agobiada mi mente por la duda y el miedo quedé estupefacto,
      se erizaron mis cabellos y la voz se clavó en mi garganta.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 01 Nov 2020, 02:06

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT

      »Hacía tiempo que a este Polidoro, con gran cantidad de oro,
      a escondidas lo había enviado el pobre Príamo al rey de Tracia
      para que lo cuidase, desconfiando ya de las armas
      de Dardania y viendo a su ciudad ceñida por el asedio.
      El otro, apenas se quebraron las esperanzas de los teucros y los dejó Fortuna,
      se puso de parte de Agamenón y de las armas vencedoras,
      rompiendo todo compromiso: asesina a Polidoro y se apodera
      del oro por la fuerza. ¡A qué no obligas a los mortales pechos,
      hambre execrable de oro! Cuando el pavor abandonó mis huesos,
      refiero a los mejores de mi pueblo y a mi padre el primero
      los avisos de los dioses y su opinión les demando.
      En todos había igual ánimo: salir de una tierra maldita,
      dejar un asilo mancillado y confiar la flota a los Austros.
      Así que preparamos las exequias de Polidoro y gran cantidad
      de tierra amontonamos sobre su túmulo; se alzan a sus Manes
      las aras funerales de bandas azules y negro ciprés,
      y alrededor las troyanas con el pelo suelto según la costumbre;
      derramamos encima espumantes cuencos de tibia leche
      y páteras de sangre sagrada, y entregamos su alma
      al sepulcro y a grandes voces rendimos el saludo postrero.
      »Y luego, en cuanto el piélago nos ofrece confianza y presentan los vientos
      un mar en calma y el Austro con suave silbo nos llama al agua,
      arrastran los compañeros las naves y llenan la playa;
      salimos del puerto y se alejan las tierras y las ciudades.
      Hay en medio del mar una tierra sagrada gratísima
      a la madre de las Nereidas y a Neptuno Egeo,
      que, errante por costas y playas, el piadoso arquero
      la encadenó a la elevada Míconos y a Gíaros
      y la dejó inmóvil y habitada, con el poder de despreciar los vientos.
      Allá vamos y ella, placidísima, agotados en su seguro puerto
      nos acoge; desembarcamos y veneramos la ciudad de Apolo.
      El rey Anio, rey a la vez de hombres y sacerdote de Febo,
      ceñidas sus sienes con las ínfulas y el laurel sagrado,
      se presenta; reconoció en Anquises al viejo amigo.
      Juntamos nuestras diestras como hospitalidad y en la ciudad entramos.
      »Veneraba yo los templos del dios erigidos en un viejo peñasco:
      “Concédenos, Timbreo, una casa propia; concede a los fatigados
      unas murallas y una estirpe y una ciudad perdurable; salva la nueva
      Pérgamo de Troya, los restos de los dánaos y del cruel Aquiles.
      ¿A quién seguimos o a dónde nos mandas ir? ¿Dónde establecernos?
      Danos, padre, una señal y métete en nuestros corazones:”
      Apenas había acabado de hablar: todo me pareció temblar de pronto,
      los umbrales y el laurel del dios, y el monte entero
      agitarse alrededor y en el abierto santuario sonar su trípode.
      Caemos al suelo de rodillas y una voz llega a nuestros oídos:
      “Duros Dardánidas, la tierra que os creó primero de la raza
      de vuestros padres, esa misma con alegre seno
      os acogerá al volver. Buscad a la antigua madre.
      Aquí la casa de Eneas gobernará sobre todas las riberas
      y los hijos de sus hijos y los que nazcan de ellos.”
      Esto Febo, y en medio del tumulto una gran alegría
      nació, y todos preguntan cuáles son esas murallas,
      a dónde llama Febo a los errantes y les manda volver.
      Mi padre entonces, evocando los recuerdos de los más viejos,
      “Escuchadme, señores de Troya -dice-, y conoced vuestras esperanzas.
      Creta, la isla del gran Júpiter, yace en medio del ponto,
      donde el monte Ida y la cuna de nuestro pueblo.
      Cien grandes ciudades habitan, ubérrimos reinos,
      de donde, si bien recuerdo lo escuchado, nuestro gran padre
      Teucro arribó por vez primera a las costas reteas
      y eligió un lugar para su reino. Ilion aún no se había levantado
      ni los alcázares de Pérgamo; vivían en lo profundo de los valles.
      De allí la madre venerada en el Cibelo y los bronces de los Coribantes
      y el bosque ideo, de allí los fieles silencios de los misterios
      y los leones vinieron uncidos al carro de su dueña.
      Así que ánimo y sigamos por donde nos llevan los mandatos de los dioses;
      aplaquemos los vientos y busquemos el reino de Cnosos.
      El camino no es largo: con que Júpiter nos asista,
      la tercera luz dejará nuestra flota en las costas de Creta”
      Dicho esto rindió en los altares honores merecidos,
      un toro a Neptuno, un toro para ti, bello Apolo,
      una oveja negra a la Tormenta y a los felices Céfiros una blanca.
      »Vuela el rumor de que ha sido expulsado del reino de su padre
      el rey Idomeneo, que desiertas estaban las playas de Creta,
      que la región está libre de enemigos y sedes vacías nos aguardan.
      Dejamos el puerto de Ortigia y por el mar volamos
      y por Naxos con los collados de Baco y la verde Donusa
      y Oléaros y la nívea Paros y esparcidas por las aguas
      las Cícladas pasamos y los mares encrespados de tierras numerosas.
      El grito de los marinos salta al aire en reñida disputa:
      piden los compañeros que Creta busquemos y a nuestros padres.
      Nos empuja un viento que se levanta a nuestra popa,
      y llegamos por fin a las antiguas costas de los curetes.
      Así que ansioso levanto los muros de la ciudad deseada
      y Pergámea la llamo y a mi pueblo contento con el nombre
      lo animo a amar sus hogares y a elevar el alcázar sobre los tejados.

      CONT.


      Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 04 Nov 2020, 03:39, editado 1 vez


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 02 Nov 2020, 01:58

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT

      Y ya las naves estaban varadas en una playa casi seca,
      la juventud entregada a nuevos campos y nuevos matrimonios,
      y les daba leyes y casas, y he aquí que de pronto nos vino encima
      una peste horrible para los cuerpos y para árboles y sembrados
      miserable y un año de muerte desde una envenenada región del cielo.
      Dejaban sus dulces almas o enfermos se arrastraban
      los cuerpos; Siro además abrasaba los estériles campos,
      se sacaban los pastos y una mies enferma nos negaba el sustento.
      De nuevo a recorrer el mar, al oráculo de Ortigia y a Febo,
      me exhorta mi padre y a suplicar su venia,
      qué fin dispone a estas desgracias, dónde nos ordena
      buscar el remedio a nuestras fatigas, a dónde dirigirnos.
      »Era la noche y el sueño en la tierra se había adueñado de los animales.
      Las sagradas imágenes de los dioses y los frigios Penates
      que sacara conmigo de Troya en medio de incendio
      de la ciudad se mostraron erguidos ante mis ojos,
      en sueños, iluminados con gran resplandor, con el que la luna
      llena se derramaba por las abiertas ventanas;
      Y así hablaron entonces y con estas palabras se llevaron mis cuitas:
      "Lo que Apolo te diría si volvieras a Ortigia,
      aquí te lo revela y además nos envía a tus umbrales.
      Nosotros te seguimos a ti, tras el incendio de Dardania, y a tus armas;
      bajo tu guía hemos recorrido nosotros el mar hinchado con las naves,
      seremos nosotros quienes alcen a los astros a tus descendientes
      y confieran el imperio a tu ciudad. Tú dispón para grandes
      grandes murallas y no abandones el enorme esfuerzo de tu periplo.
      Debes cambiar de territorio. No de estas riberas te habló
      el Delio, no te ordenó Apolo establecerte en Creta.
      Hay un lugar (los griegos lo llaman con el nombre de Hesperia),
      una tierra antigua, poderosa en las armas y de feraces campos;
      la habitaron hombres de Enotria; hoy se dice que sus descendientes
      la llaman Italia por el nombre de un caudillo.
      Ésta es nuestra verdadera patria, de aquí procede Dárdano
      y el padre Yasión, origen éste de nuestra estirpe.
      Levanta, pues, y transmite alegre estas palabras indubitables
      a tu anciano padre: que busque Córito y las tierras
      ausonias; Júpiter te niega los campos dicteos”
      Atónito ante visión semejante y por la voz de los dioses
      (que no era aquello ningún sueño; reconocer de verdad me parecía
      los rasgos y las cabezas cubiertas y los rostros presentes;
      ymanaba de todo mi cuerpo un sudor helado),
      me lanzo de la cama y dirijo al cielo
      las palmas extendidas y mi voz y libo ante el fuego sagrado
      presentes sin mancha. Gozoso, cumplido el sacrificio,
      lo comunico a Anquises y le expongo las cosas por orden.
      Reconoció la ambigua prole y dobles antepasados
      y a él mismo engañado por el nuevo error de los antiguos lugares.
      Recuerda entonces: “Hijo mío de Ilión atormentado por el sino,
      Casandra sola me profetizaba estos sucesos.
      Ahora recuerdo que, al prever el destino de nuestro pueblo,
      hablaba con frecuencia de Hesperia y de los ítalos reinos.
      Mas ¿quién iba a imaginar a los teucros en las costas de Hesperia?
      ¿A quién podían convencer entonces los vaticinios de Casandra?
      Hagamos caso a Febo y advertidos sigamos mejores señales.”
      Así dice, y todos obedecemos entre aclamaciones sus palabras.
      Abandonamos también este lugar y, dejando a unos pocos,
      largamos las velas y la vasta planicie recorremos en el cavo leño.
      »Luego que las naves cubrieron el mar y más no aparece
      ninguna tierra, cielo por todo y por todo agua,
      se paró entonces sobre mi cabeza una nube cerúlea
      llena de noche y tormenta, y el mar se encrespó de tiniebla.
      Al punto los vientos revuelven el mar y enormes se levantan
      las olas, nos dispersa el azote de un vasto remolino.
      Escondieron los nimbos el día y cubrió una húmeda noche
      el cielo y los relámpagos aumentan en las rasgadas nubes,
      perdemos el rumbo y vagamos en las aguas ciegas.
      Ni Palinuro acierta siquiera a distinguir en el cielo
      el día de la noche ni recuerda el camino entre las olas.
      En la ciega tiniebla vagamos así tres inciertos soles
      por el mar y otras tantas noches sin estrellas.
      El cuarto día al fin pareció asomar una tierra,
      mostrarse a lo lejos las montañas y evaporarse la niebla.

      CONT.


      Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 04 Nov 2020, 03:40, editado 1 vez


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 02 Nov 2020, 02:00

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT

      Caen las velas, nos ponemos a los remos; sin tardanza
      los esforzados marineros agitan la espuma y surcan el azul.
      Las costas de las Estrófades me acogen las primeras salvado
      de las aguas. Se alzan las Estrófades con su nombre griego,
      islas del gran Jonio, que la siniestra Celeno
      y las otras Harpías habitan luego que la casa de Fineo
      se les cerró y por miedo dejaron las mesas de antes.
      No hay monstruo más aciago que ellas ni peste alguna
      más cruel o castigo de los dioses nació de las aguas estigias.
      Rostros de doncella en cuerpos de ave, nauseabundo el excremento
      de su vientre, manos que se hacen garras y rasgos siempre
      pálidos de hambre.
      Aquí cuando llegamos y entramos en el puerto, mira por dónde
      vemos por todo el campo espléndidas manadas de bueyes
      y un rebaño de cabras sin custodia alguna por los pastos.
      Nos lanzamos con las espadas invocando a los dioses y al propio
      Júpiter con una parte del botín; entonces en el curvo litoral
      disponemos los lechos y con viandas exquisitas nos regalamos.
      Mas de pronto con espantoso salto de los montes se presentan
      las Harpías y baten con estridencia sus alas,
      y nos roban la comida y ensucian todo con su contacto
      inmundo, y un grito feroz entre el olor repugnante.
      En un lugar apartado bajo el hueco de una roca, de nuevo
      montamos las mesas y reponemos el fuego de los altares;
      de nuevo de otra parte del cielo y de oscuros escondrijos
      la ruidosa turba sobrevuela el botín con sus garras,
      ensucia con su boca la comida. Ordeno entonces a mis compañeros
      que empuñen sus armas, que presentemos batalla a la raza funesta.
      Ejecutan mis órdenes y cubiertas por la hierba
      preparan las espadas y ocultan los escudos.
      Y así, cuando se lanzaron llenando de alaridos las curvas
      playas, da Miseno la señal desde la alta atalaya
      con el cavo bronce. Acuden los compañeros y buscan nuevos combates,
      manchar con su espada a los obscenos pájaros del mar.
      Pero ni golpe alguno en sus alas ni heridas en el lomo
      reciben, y escapando en rápida huida a las estrellas
      dejan su presa a medio comer y los sucios restos.
      Sólo una se posó en lo más alto de una roca, Celeno,
      vate de desgracias, y saca de su pecho este grito:
      “¿También la guerra sobre la matanza de bueyes y los novillos muertos,
      hijos de Laomedonte, la guerra pensáis traernos
      y arrojar a las inocentes Harpías del reino de su padre?
      Recibid así en vuestro corazón y clavad bien estas palabras mías,
      que a Febo el padre todopoderoso y a mí Febo Apolo
      me inspiró yyo, la mayor de las Furias, a vosotros las abro.
      Italia es el fin de vuestro viaje, con la ayuda de los vientos:
      a Italia llegaréis y se os dará entrar en sus puertos.
      Mas no ceñiréis de murallas la ciudad que os aguarda
      antes de que un hambre terrible y el pecado de atacarnos
      os obliguen a morder y devorar con las mandíbulas las mesas.”
      Dijo, y llevada de sus alas, se refugió en el bosque.
      A los compañeros entonces del repentino espanto se les heló
      la sangre; se abatieron sus ánimos y ya no por las armas,
      sino con votos y oraciones me ordenan pedir la paz,
      bien sean diosas, bien funestos pájaros y obscenos.
      Y el padre Anquises desde la playa con las palmas extendidas
      invoca al más alto numen e indica las honras oportunas:
      “Impedid, dioses, las amenazas; dioses, alejad esta desgracia
      y velad plácidos por los piadosos.” Y de la playa la maroma
      ordena arrancar y sacudir y aflojar las amarras.
      Inflan las velas los Notos: huimos por las olas de espuma,
      por donde nos marcaban el rumbo los vientos y el piloto.
      Ya aparece en medio de las aguas la nemorosa Zacintos
      y Duliquio y Same y Néritos erizada de peñascos.
      Evitamos los escollos de Ítaca, el reino de Laertes,
      y maldecimos la tierra que alimentó al cruel Ulises.
      En seguida también las nubosas cumbres del monte Leucate
      y se muestra el templo de Apolo que asusta a los navegantes.
      Allí nos dirigimos cansados y entramos en la pequeña ciudad;
      cae el áncora de la proa, se yerguen las naves en la playa.
      Y así, tomando al fin posesión de una tierra no esperada,
      nos purificamos con sacrificios a Jove y quemamos ofrendas en los altares,
      y celebramos con juegos de Ilión las costas de Accio.
      Realizan los patrios ejercicios con lábil aceite
      los compañeros desnudos. ¡Qué bien haber escapado de tantas ciudades
      argivas y haber logrado huir entre los enemigos!
      El sol entretanto recorre el círculo de un largo año
      y el glacial invierno pone ásperas las olas con los Aquilones.
      Un escudo de cavo bronce, prenda del gran Abante,
      cuelgo en las puertas y pongo en recuerdo este verso:
      ENEAS DE LOS DÁNAOS VICTORIOSOS ESTAS ARMAS;
      ordeno luego dejar el puerto y sentarse en los bancos.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 02 Nov 2020, 02:03

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT

      Compiten mis compañeros en herir el mar y surcan sus aguas;
      perdemos en seguida de vista los aéreos alcázares de los feacios
      y seguimos la costa del Epiro y entramos en el puerto
      caonio y llegamos a la elevada ciudad de Butroto.
      »Llega aquí un rumor de historias increíbles a nuestros oídos.
      Héleno, el hijo de Príamo, reinaba sobre ciudades griegas,
      dueño y señor de la esposa y del trono del eácida Pirro,
      y Andrómaca había pasado de nuevo a un marido de la patria.
      Me quedé atónito, encendido mi pecho con un ansia tremenda
      de interrogar al príncipe y conocer aventuras tan grandes.
      Me alejo del puerto dejando atrás naves y playas,
      cuando por caso viandas solemnes y tristes ofrendas
      ante la ciudad, en un bosque junto a las aguas de un falso Simunte,
      estaba Andrómaca libando a la ceniza y a sus Manes llamaba
      junto al túmulo de Héctor, que con verde hierba consagrara
      vacío y dos altares, motivo de lágrimas.
      Cuando me vio llegar y a su alrededor las armas
      contempló troyanas fuera de sí, aterrorizada de la extraña visión
      se quedó paralizada en medio, el calor abandonó sus huesos,
      desfallece y apenas dice después de un buen rato:
      “¿Eres una cara de verdad, llegas a mí como nuncio verdadero,
      hijo de la diosa? ¿Vives? O si es que se apagó la luz de la vida,
      ¿dónde está Héctor?” Dijo, y lágrimas derramó y todo
      el lugar llenó de sus gritos. Enloquecida, poco puedo
      ofrecerle y turbado dejo escapar unas palabras:
      “Vivo ciertamente, y arrastro mi vida por peligros extremos;
      no dudes, que es verdad cuanto ves.
      ¡Ay! ¿Qué ha sido de ti desde que la desgracia te apartó de marido
      tan ilustre? ¿Te ha contemplado por fin fortuna merecida,
      Andrómaca de Héctor? ¿Sigues siendo la esposa de Pirro?”
      Bajó los ojos y habló con voz apagada:
      “¡Oh, doncella más feliz que ninguna, hija de Príamo,
      enviada a la muerte en un túmulo enemigo bajo las altas
      murallas de Troya! No tuvo que sufrir sorteo alguno
      ni tocó, prisionera, el lecho de un amo victorioso.
      A nosotras la ruina de la patria, arrastradas por mares diversos,
      en penosa esclavitud nos hizo soportar la insolencia de la raza
      de Aquiles y a un orgulloso joven que corrió en seguida
      tras la ledea Hermíone y unas bodas lacedemonias
      y me entregó esclava al esclavo Héleno.
      Mas a aquél, inflamado de un gran amor por la esposa
      arrebatada y agitado Orestes por las Furias del crimen,
      lo pilla desprevenido y lo degüella junto a los altares patrios.
      Con la muerte de Neoptólemo la parte correspondiente de sus reinos
      pasó a Héleno, quien caonios llamó a estos campos y Caonia
      a todo el territorio por el Caón troyano,
      y una Pérgamo y la fortaleza de Ilión alzó sobre estos collados.
      Pero a ti, ¿qué derrotero te marcaron los vientos y el destino?
      ¿Qué dios te empujó sin saberlo hasta nuestras riberas?
      ¿Qué fue del niño Ascanio? ¿Vive y se alimenta del aura?
      ¿Tiene aún el muchacho algún recuerdo de la madre que perdió?
      ¿Al antiguo valor quizá y a viriles esfuerzos
      lo mueven su padre Eneas y su tío Héctor?”
      Tal vertía entre lágrimas y derramaba largos
      llantos en vano, cuando desde las murallas se presenta
      el héroe con numerosa compañía, Héleno el Priámida,
      y reconoce a los suyos y alegre los conduce a sus umbrales,
      y vierte muchas lágrimas entre palabras sueltas.
      Avanzo y reconozco una Pérgamo y una pequeña Troya
      copiadas de la grande, y un arroyo seco que llamaban
      el Janto, y abrazo los batientes de una puerta Escea;
      también los teucros todos disfrutan conmigo de una ciudad amiga.
      El rey en amplios pórticos les acogía;
      en el centro de la sala libaban las copas de Baco
      con las viandas ofrecidas en oro y páteras sostenían.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Nov 2020, 02:20

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT.

      »Y así pasó un día y otro día pasó, y las brisas
      llaman a las velas y se hincha el lino del túmido Austro.
      Con estas palabras me acerco al vate y así le pregunto:
      “Hijo de Troya, intérprete de los dioses que los designios sientes
      de Febo, los trípodes del Clario y su laurel, y las estrellas
      y el lenguaje de las aves y los auspicios de su vuelo.
      Habla, ea (pues todas las señales divinas favorables se mostraron
      a mi camino y los dioses todos me persuadieron con su numen
      a buscar Italia y a probar tierras remotas;
      sólo la Harpía Celeno nos canta un agüero distinto
      que decir no se puede y anuncia tristes iras
      y un hambre sucia), ¿qué peligros evito primero?
      ¿En busca de qué podría yo superar fatigas tan duras?”
      Héleno entonces, tras matar unos novillos según el rito,
      implora de los dioses la paz y las ínfulas suelta
      de su cabeza sagrada y me lleva de la mano, Febo,
      hasta tu puerta, sobrecogido por numen tan imponente,
      y anuncia luego de su divina boca el sacerdote:
      » “Hijo de la diosa (pues es evidente que tú navegas
      con auspicios mayores; así echa a suertes el rey de los dioses
      los hados y agita los cambios y este orden resulta),
      poco de mucho te voy a aclarar con mis palabras, para que más seguro
      recorras mares hospitalarios y arribes
      al puerto ausonio; pues saber el resto lo prohiben
      las Parcas a Héleno y hablar me impide Juno Saturnia.
      De Italia primero, aunque tú ya piensas, ignorante,
      que está cerca y te dispones a entrar en puertos vecinos,
      lejos te separa un largo y difícil camino por largas tierras.
      Antes debes hincar tu remo en la ola trinacria
      y recorrer con tus naves la llanura del mar ausonio
      y los lagos del infierno y la isla de la eea Circe,
      antes de que puedas fundar tu ciudad en una tierra segura.
      Te diré las señales, tú tenlas guardadas en tu memoria;
      cuando, angustiado, junto a las aguas de un río escondido
      encuentres bajo las encinas de la orilla una enorme cerda
      blanca echada en el suelo, recién parida de treinta
      cabezas, con las blancas crías en torno a sus ubres,
      éste será el lugar de tu ciudad, éste el seguro descanso a tus fatigas.
      Y que no te espanten los mordiscos que darás a las mesas:
      los hados encontrarán el camino y Apolo llegará si le invocas.
      Sin embargo, estas tierras y esta ribera de Italia
      cercana que baña la marea de nuestro mar,
      evítalas; todas las murallas están llenas de malvados griegos.
      Aquí pusieron también sus murallas los locros naricios
      e infestó de hombres en armas los campos salentinos
      Idomeneo de Creta; aquí la pequeña Petelia del rey
      melibeo Filoctetes, la famosa, apoyada en sus muros.
      Y cuando tras cruzarlo al otro lado del mar se detenga la flota
      y estés cumpliendo ya tus votos en altares dispuestos en la playa,
      oculta tus cabellos cubriéndolos con un manto de púrpura
      para que entre los fuegos sagrados en honor de los dioses
      no acuda alguna aparición hostil que turbe los presagios.
      Guarda tú esta costumbre en tus sacrificios y así tus compañeros;
      que fieles permanezcan a esta devoción tus descendientes.
      Y cuando tras tu partida el viento a la sícula costa te empuje
      y ralas se vuelvan las barreras del estrecho Peloro,
      habrás de buscar las tierras a tu izquierda y a tu izquierda los mares
      en largo circuito; evita la costa de la derecha y sus olas.
      Estos lugares asolados un día por la fuerza de una vasta ruina
      (tanto puede transformar la prolongada vejez del tiempo)
      es fama que se separaron, aun cuando antes ambas tierras
      fueron sólo una: irrumpió en medio el mar y con la fuerza de sus aguas
      la costa separó de Hesperia de la sícula y campos y ciudades
      apartados de la ribera cruzó con estrecha corriente.

      CONT.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Nov 2020, 02:22

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT.

      Ocupa Escila el lado derecho y la implacable Caribdis
      el izquierdo, y en el profundo remolino de su abismo tres veces
      sorbe de pronto vastas olas y otras tantas las lanza de nuevo
      al aire, y azota las estrellas con el oleaje.
      A Escila por su parte una caverna la encierra en ciegos escondrijos
      y a ella saca la cabeza y atrae las naves a los acantilados.
      Por arriba, un rostro humano y es doncella de hermoso pecho
      hasta la ingle, monstruo marino de enorme cuerpo por abajo
      con panza de lobo terminada en colas de delfín.
      Es mejor recorrer la línea del Paquino trinacrio
      en tu ruta y dar un largo rodeo
      que contemplar una sola vez en su enorme antro a la deforme
      Escila y las rocas resonantes de cerúleos canes.
      Por último, si aún queda sabiduría en Héleno el adivino,
      si aún confianza, si llena aún su corazón Apolo con la verdad,
      una sola cosa te he de advertir, una sola por todas,
      hijo de la diosa, y te aconsejaré repitiendo una y otra vez:
      de Juno la grande adora lo primero el numen con tus plegarias,
      a Juno canta en tus libaciones y a la dueña poderosa
      aplaca con dones de súplica; así, al fin vencedor,
      serás enviado a las ítalas tierras dejando atrás Trinacria.
      Una vez allí llegarás a la ciudad de Cumas
      y a los lagos divinos y al Averno resonante de bosques,
      verás a la vidente frenética que al fondo de una roca
      canta el destino y confía a las hojas señales y nombres.
      Cuantas respuestas escribe la virgen en las hojas
      las pone en orden y las deja encerradas en la cueva;
      allí permanecen sin moverse en su lugar y no se apartan de su sitio.
      Ahora, cuando al girarlos goznes suave ráfaga de viento
      las empuja y agita las tiernas hojas la puerta,
      revolotean por el cavo peñasco y ya de recogerlas
      no se cuida ni de ponerlas en su lugar o juntas las respuestas:
      se alejan sin contestación y odian la sede de la Sibila.
      No habrá de preocuparte entonces el tiempo invertido,
      aunque te increpen tus compañeros y tu ruta requiera con fuerza
      las velas a alta mar y puedas llenar los pliegues de viento favorable,
      hasta que veas a la adivina y reclames su oráculo con preces
      y ella te responda y de grado libere su voz y sus labios.
      Ella te hablará de los pueblos de Italia y de las guerras
      venideras y de cómo evitar o soportar todas las fatigas,
      y, si la veneras, te marcará caminos favorables.
      Esto es cuanto me está permitido que con mi voz te advierta.
      Ponte en marcha y lleva la gran Troya con tus hazañas a los astros.”
      »Luego que el vate así habló con palabras de amigo,
      pesados presentes de oro y marfil librado
      ordena llevar a las naves, y amontona en los barcos
      mucha plata y jarras de Dodona,
      una loriga tejida de mallas con triple hilo de oro
      y el cono de un yelmo señero con crestas de crines,
      armas de Neoptólemo. También hay presentes para mi padre.
      Añade caballos y añade guías,
      nos surte de remeros y provee de armas también a los compañeros.
      »Entretanto andaba disponiendo la flota con las velas
      Anquises, que demora no hubiera si llegaba el viento.
      Con gran respeto a él se dirige el intérprete de Febo:
      “Anquises, digno que fuiste de noble unión con Venus,
      cuita de los dioses, dos veces rescatado de las ruinas de Troya,
      ahí tienes la tierra de Ausonia, gánala con tus velas.
      Y es, sin embargo, preciso que por mar la rodees:
      lejos está la parte de Ausonia que Apolo te muestra.
      Ve -dice-, afortunado por la piedad de tu hijo. ¿Por qué
      continúo aún y retraso con mis palabras el Austro naciente?”
      También Andrómaca, triste por la definitiva despedida,
      lleva ropas con historias bordadas en hilos de oro
      a Ascanio, y una clámide frigia -no inferior en presentesy
      lo carga de regalos tejidos, y así le dice:
      “Tómalos, y que sean para ti recuerdos de estas manos
      mías, niño, y testigos del gran amor de Andrómaca,
      esposa de Héctor. Recibe los últimos dones de los tuyos,
      ¡ay!, única imagen ya viva para mí de mi Astianacte:
      así eran sus ojos, así sus manos, así su cara;
      ¡también ahora estaría creciendo contigo, con tus años!”
      Así les hablaba yo al partir, deshecho en lágrimas:
      “Vivid felices, pues que vuestra fortuna se ha visto
      ya cumplida: somos nosotros llamados de uno a otro destino.
      A vosotros se os ha dado el reposo: no hay mar que debáis surcar,
      ni perseguirlos campos de Ausonia que están siempre
      más lejos. Podéis verla imagen del Janto y una Troya
      que han levantado vuestras manos, con mejores (deseo)
      auspicios, y que menos fácil será para los griegos.

      CONT.


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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 03 Nov 2020, 02:26

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT.

      Si llego alguna vez al Tiber y del Tíber a los campos
      vecinos y contemplo las murallas destinadas a mi estirpe,
      las ciudades un día hermanas y los pueblos cercanos,
      del Epiro y Hesperia (pues ambas tienen a Dárdano de padre
      e igual sino), una haremos y ambas serán Troya
      en nuestros corazones: quede esta tarea para los nietos.”
      »Nos lanzamos al mar bordeando los cercanos Ceraunios,
      de donde el camino a Italia y la ruta de las olas se hace más corta.
      Cae el sol entretanto y los montes se vuelven opacos de sombras;
      nos tendemos en el regazo de una tierra deseada junto a la orilla
      tras sortear los remos y por doquier en la costa seca
      damos descanso al cuerpo y el sopor invade los miembros cansados.
      Y aún la Noche que las Horas llevan no había cubierto la mitad de su orbe;
      se lanza ágil de su lecho Palinuro y todos
      los vientos explora y recoge las brisas con sus oídos,
      observa cuántas estrellas se deslizan por el cielo callado,
      a Arturo y las lluviosas Híades y los dos Triones,
      y a su alrededor contempla a Orión armado de oro.
      Luego que advierte la quietud del cielo sereno,
      lanza clara señal desde su popa; nosotros levantamos el campo
      y nos ponemos en marcha y desplegamos las alas de las velas.
      »Y ya con el huir de las estrellas asomaba de rojo la Aurora
      cuando a lo lejos vemos oscuros collados y a ras de suelo
      Italia. Italia grita el primero Acates,
      Italia, saludan con alegre clamor los compañeros.
      Entonces el padre Anquises adornó una enorme cratera
      con una corona y la llenó de vino puro e invocó a los dioses
      de pie en lo alto de su nave:
      “Dioses señores del mar y de la tierra y de las tempestades,
      abrid un camino fácil al viento y soplad favorables.”
      Se animan las brisas ansiadas y el puerto se ofrece
      ya más cerca, y el templo aparece de Minerva sobre su roca;
      recogen velas los compañeros y ponen proa a la costa.
      Es un puerto curvado en arco por las olas de levante,
      las rocas que se interponen salpicadas están de salada espuma,
      y él mismo parece esconderse; en doble muralla ofrecen sus brazos
      escollos como torres y se aleja el templo de la costa.
      Aquí pude ver, augurio primero, cuatro caballos en el pasto
      de nívea blancura, que pacían libremente por el campo.
      Y el padre Anquises: “Guerra traes, tierra que nos recibes:
      para la guerra se arman los caballos, guerra amenazan estas bestias.
      Pero desde hace tiempo a uncirse al carro están acostumbrados
      los mismos cuadrúpedos y a llevar frenos concordes en el yugo:
      también esperanza de paz”, dice. Suplicamos entonces al santo numen
      de Palas armisonante, la primera en recibir nuestro saludo,
      y nos cubrimos las cabezas ante las aras con el frigio manto,
      y, según los preceptos que más nos señalara Héleno, cumplimiento
      dimos a los honores debidos a la argiva Juno.
      »Sin tardanza, realizados por orden los votos,
      volvemos los cabos de las veladas entenas y atrás dejamos
      las moradas y los campos sospechosos de los griegos.
      Desde aquí puede verse el golfo de la Tarento (si cierta es la fama)
      de Hércules, enfrente se alza la divina Lacinia,
      y las rocas caulonias y el Escilaceo rompedor de naves.
      Entonces aparece a lo lejos entre las olas el Etna trinacrio,
      y el ingente gemido del mar y las rocas batidas
      escuchamos de lejos y voces quebradas nos llegan de la costa,
      y se agitan los vados y la arena se revuelve en el remolino.
      Y el padre Anquises: "Esto es, sin duda, aquella Caribdis:
      estos escollos anunciaba Héleno, estos horrendos peñascos.
      Escapad, compañeros, y empujad a la vez los remos.”
      No de otro modo obedecen y el primero la rugiente
      proa vuelve Palinuro a las aguas de la izquierda;
      la izquierda buscó con vientos y remos la flota entera.
      Al cielo nos lanza el mar hinchado y luego,
      al bajar la ola, nos hunde hasta los Manes más profundos.
      Tres veces los escollos lanzaron su grito entre huecos peñascos,
      tres veces vimos la espuma hecha pedazos y los astros rociándonos.
      Entretanto el viento con el sol nos abandonó agotados,
      y perdido el rumbo arribamos a las costas de los Ciclopes.
      »Es este puerto grande y está libre del acoso
      de los vientos, mas cerca ruge el Etna en horrible ruina
      y, si no, lanza hacia el cielo negra nube
      que humea con negra pez y ascuas escendidas,
      y forma remolinos de llamas y lame las estrellas;
      otras veces se levanta vomitando piedras y las entrañas
      que arranca del monte y al aire con estruendo amontona
      masas de roca líquida y hierve en el profundo abismo.
      Es fama que el cuerpo de Encélado abrasado por el rayo
      sepultado está por esta mole; que el Etna enorme, encima,
      fuego respira por sus quebradas chimeneas y que cuantas veces,
      cansado, se cambia de lado, entera tiembla
      la Trinacria con gran ruido y el cielo se cubre de humo.
      Al abrigo del bosque el espantoso prodigio soportamos
      aquella noche sin ver aún la causa del estruendo.
      No había en verdad fuego de astros ni lucía el éter
      con su globo de estrellas; sólo nubes en un cielo oscuro
      y una noche desapacible con la luna escondida en la niebla.

      CONT.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Nov 2020, 03:11

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT.

      »Y ya se alzaba el nuevo día con los primeros rayos de oriente
      y había ya la Aurora retirado del cielo la húmeda sombra,
      cuando de pronto avanza desde el bosque consumida de hambre
      la extraña figura de un desconocido con aire lastimoso
      que tiende sus manos, suplicante, hacia la playa.
      Le observamos. Terrible suciedad y barba crecida,
      la ropa cosida con espinas; pero, por lo demás, un griego
      y de los que un día se alistaron contra Troya en el ejército patrio.
      Y él cuando vio a lo lejos vestidos dardanios y de Troya
      las armas, aterrado por la visión se detuvo un tanto
      y freno su marcha; al punto se lanzó de cabeza a la playa
      entre llanto y súplicas: “A las estrellas pongo por testigos,
      a los dioses y a esta luz del día que respiramos:
      llevadme con vosotros, teucros, a no importa qué tierras.
      Con eso me conformo. Sé que fui de la flota de los dánaos
      y confieso haber marchado en son de guerra contra los Penates de Troya.
      A cambio, si es tan grande la ofensa de mi crimen,
      arrojadme a las aguas y hundidme en lo profundo del mar;
      si muero, siempre será mejor hacerlo por mano de hombres.”
      Había dicho, y abrazado a mis rodillas de rodillas postrado
      se quedaba. Le animamos a decirnos quién era, de qué sangre
      venía, a que nos contase cuál había sido su fortuna.
      El propio padre Anquises sin dudarlo mucho la diestra
      ofrece al joven y aumenta con este gesto su confianza.
      Él, dejando al fin su miedo, habla de esta manera:
      “Ítaca es mi patria, compañero del infortunado Ulises,
      de nombre Aqueménides, que a Troya por la pobreza de mi padre
      Adamasto marché (¡y ojalá hubiera conservado esa fortuna!)
      Aquí, mientras temblando dejan los crueles umbrales,
      me abandonaron mis compañeros sin reparar en la vasta caverna
      del Ciclope. Morada de sangre corrompida y manjares cruentos,
      sin luz en su interior, enorme. Y él, altísimo, toca las altas
      estrellas (¡los dioses aparten de las tierras peste semejante!)
      y a nadie resulta fácil verlo ni es fácil escucharlo;
      de las entrañas se alimenta de los desgraciados y de su negra sangre.
      Yo mismo lo he visto cuando los cuerpos de dos de los nuestros
      apresados en su enorme mano, tendido en medio de su cueva,
      los machacó contra las rocas y se inundaron sus umbrales con la sangre
      desparramada; le he visto cuando los miembros devoraba cubiertos
      de negra sangre y temblaban tibios aún entre sus dientes.
      Mas no quedó sin castigo ni Ulises lo consintió,
      ni en tan comprometida situación se olvidó el de Ítaca de sí mismo.
      Pues en cuanto saciado de comida y ahogado en vino
      reclinó la vencida cerviz y se tumbó por la cueva,
      inmenso, vomitando los restos en sueños y bocados
      bañados en vino sanguinolento, suplicamos nosotros a los grandes
      dioses y sorteando el cometido de cada cual a una y a su alrededor
      nos derramamos, y con una aguda punta perforamos su ojo
      enorme, el único que se ocultaba bajo la torva frente,
      del tamaño de un escudo de Argos o de la lámpara de Febo,
      y vengamos al fin, contentos, las sombras de nuestros compañeros.
      Pero huid, desgraciados. Huid y cortad la maroma de la playa.
      Que así y tan grandes como ese Polifemo que en antro cavo
      cierra lanígeras ovejas y ordeña sus ubres,
      otros cien Ciclopes terribles habitan esparcidos
      estas curvas riberas y vagan por las cumbres de sus montes.
      Tres veces los cuernos de la luna de luz se han llenado
      desde que arrastro mi vida en las selvas y en las cuevas
      y guaridas que las fieras dejan y desde una roca observo
      a los Ciclopes gigantes y tiemblo al ruido de sus pasos y a sus voces.
      Pobre alimento, bayas y cerezas silvestres de los roquedales,
      me ofrecen las ramas y las hierbas me nutren con las raíces arrancadas.

      CONT.


      Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 04 Nov 2020, 03:48, editado 1 vez


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Nov 2020, 03:12

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO III. CONT.

      Al recorrer estos lugares vi, por vez primera, que una flota
      llegaba a estas costas, la vuestra. Y, fuese cual fuese,
      a ella me he rendido, contento de haber escapado de un pueblo nefando.
      Vosotros mejor cobraos esta vida con la muerte que os plazca.”
      »Apenas había hablado cuando en lo alto del monte descubrimos
      al propio Polifemo, pastor de sus ganados, moviéndose
      con su vasta mole en dirección a las conocidas riberas,
      monstruo horrendo, informe y gigantesco, sin su ojo.
      Un pino cortado gobierna sus pasos y les sirve de apoyo;
      le siguen sus lanígeras ovejas, que era éste su solo placer
      y el consuelo de su desgracia.
      Luego que tocó las aguas profundas y llegó al mar,
      de su ojo atravesado lavó la líquida sangre
      rechinando los dientes en un gemido, y camina ya en medio
      de las aguas sin que las olas mojen sus altos costados.
      Así que nosotros aceleramos la huida temblorosos, merecidamente
      acogiendo al suplicante, y en silencio cortamos las cuerdas
      y nos lanzamos al mar empeñados en un combate de remos.
      Se dio cuenta, y encaminó sus pasos hacia el sonido de las voces.
      Cuando por fin se queda sin poder alcanzarnos con su mano
      ni es capaz de igualar a las olas jonias con sus pasos,
      lanza un grito terrible con el que el mar y todas
      las olas se agitaron y tembló de lo profundo la tierra
      de Italia y el Etna mugió por sus curvas cavernas.
      Y a su llamada acude corriendo de los bosques y las cumbres
      la raza de los Ciclopes al puerto y llenan las riberas.
      Allí de pie los vemos en vano con su torvo ojo,
      a los hermanos del Etna tocando el cielo con sus altas cabezas,
      horrendo concilio: cuales con la copa erguida
      las aéreas encinas o los coníferos cipreses
      se yerguen, alta selva de Jove o bosque sagrado de Diana.
      Un agudo miedo nos lanza a sacudir las jarcias
      hacia donde sea y a tender las velas a vientos favorables.
      En contra están los avisos de Héleno, que entre Escila y
      Caribdis, camino de muerte a uno y otro lado en pequeño trecho,
      no haga pasar mi rumbo: es más seguro volverlas velas.
      Y hete aquí que se presenta Bóreas escapado de su angosto encierro
      del Peloro: dejo atrás las bocas en roca viva
      de Pantagia y el golfo de Mégara y la tendida Tapso.
      Tales costas nos mostraba el compañero del infortunado Ulises,
      Aqueménides, quien ya las surcara en sentido contrario.
      »En el golfo sicanio se encuentra una isla tendida
      frente al undoso Plemirio; los antiguos la llamaron
      Ortigia. Es fama que el Alfeo, río de la Élide,
      se abrió hasta aquí un oculto camino bajo el mar y que hoy,
      Aretusa, con las aguas sículas se confunde en tu boca.
      Según lo ordenado, invocamos a los grandes númenes del lugar y al punto
      dejo atrás el fértil suelo del pantanoso Heloro.
      De aquí los altos riscos y las rocas salientes del Paquino
      bordeamos y aquella a quien los hados dijeron que nunca se moviera,
      Camerina, aparece a lo lejos, y los campos geloos
      y Gela, llamada por el nombre de un gran río.
      Luego enseña a lo lejos sus murallas la escarpada
      Agrigento, un día engendradora de valientes caballos;
      y llevado de los vientos te dejo a ti, Selinunte de palmas,
      y paso los crueles vados de Lilibeo con sus ocultos escollos.
      De aquí el puerto de Drépano y su aciaga playa
      me acogen. Y aquí, sacudido por tantas tempestades del mar,
      ¡ay!, a mi padre, consuelo de toda cuita y desgracia,
      pierdo, a Anquises. Aquí, óptimo padre, cansado
      me dejas, ¡ay!, en vano arrancado a peligros tan grandes.
      Ni el vate Héleno, que muchas calamidades me anunciara,
      me predijo este duelo, ni la terrible Celeno.
      Ésta fue mi fatiga postrera, ésta la meta de largos derroteros,
      de aquí al partir el dios me lanzó a vuestras playas.»
      Así el padre Eneas, solo entre todos los que le escuchaban,
      narraba los hados de los dioses y explicaba su discurrir.
      Calló por fin y descansó terminando aquí su relato.


      FIN DEL LIBRO III


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 04 Nov 2020, 03:51

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO IV.

      Mas la reina hace tiempo, atormentada de grave cuidado,
      con sangre de sus venas alimenta su herida y ciego ardor la devora.
      El gran valor del héroe acude a su ánimo y la gloria
      muy grande de este pueblo; se clavan en su pecho sus rasgos
      y palabras y no deja el cuidado a su cuerpo el plácido descanso.
      Y recorría las tierras la Aurora siguiente
      con la luz de Febo y había alejado del cielo la húmeda sombra
      cuando así se dirige, fuera de sí, a su hermana del alma:
      «Ana, querida hermana, ¡qué ensueños me desvelan y me angustian!
      ¡Qué huésped tan extraordinario ha entrado en nuestra casa!
      ¡Qué prestancia la suya! ¡Qué fuerza en su pecho y en sus armas!
      Ciertamente creo, y mi confianza no es vana, que es de dioses su raza.
      El temor delata al pusilánime. ¡Ay, qué sino
      lo zarandeó! ¡Qué combates librados narraba!
      Si no estuviera en mi ánimo, fijo e inconmovible,
      el propósito de a nadie unirme en vínculo matrimonial,
      luego que mi primer amor me engañó, frustrada, con la muerte;
      si no me hubiera hastiado del tálamo y la antorcha nupcial,
      a esta sola infidelidad habría podido tal vez sucumbir.
      Ana (te lo diré, sí) después del desgraciado destino de mi esposo
      Siqueo y de que la trágica muerte de mi hermano manchase mis Penates,
      sólo éste ha doblado mis sentidos y ha empujado mi lábil
      corazón. Reconozco las huellas de una vieja llama
      Mas antes querría que la tierra profunda se abriera ante mí,
      o que me lanzase el padre omnipotente a las sombras con su rayo,
      a las pálidas sombras del Erebo y a la noche profunda,
      antes, Pudor, que profanarte o romper los juramentos que te hice.
      Aquél, el primero que con él me unió, se llevó mis amores;
      que los tenga consigo y los guarde en su sepulcro.»
      Habló así, y llenó su regazo de impetuosas lágrimas.
      Responde Ana: «Oh, más querida para tu hermana que la luz,
      ¿te desgarrarás sola, afligida, en mocedad eterna,
      sin conocer dulces hijos ni los presentes de Venus?
      ¿Crees que se preocupan de esto las cenizas o los Manes enterrados?
      Sea: no pudo pretendiente alguno doblegarte
      ni aquí, en Libia, ni antes en Tiro; Yarbas fue despreciado
      con otros caudillos a quienes África sustenta
      rica en triunfos. ¿Lucharás también contra un amor deseado?
      ¿No tienes en cuenta de quién son los campos en que te has instalado?
      Por aquí las ciudades getulas, raza invencible en la guerra,
      y los númidas sin freno te rodean y la inhóspita Sirte;
      por allí una región desolada por la sed y los barceos
      furiosos. ¿Y qué decir de las guerras que se alzan en Tiro y las amenazas de tu
      hermano?
      Creo, sin duda, que por auspicios divinos y el favor de Juno
      mantuvieron hasta aquí su curso en alas del viento las naves troyanas.
      ¡Cómo has de ver esta ciudad, hermana, qué reinos has de ver surgir
      con una boda así! ¡Con qué hazañas se alzará la gloria
      púnica servida por las armas de Troya!
      Pide sólo la venia de los dioses, con sacrificios adecuados
      cuida la hospitalidad y trenza motivos para que se quede,
      mientras las tormentas y Orión lluvioso descargan su ira en el mar
      y las naves están aún sin reparar y el cielo tempestuoso.»
      Estas palabras su ánimo encendieron con amor desmedido,
      dieron esperanza a un corazón en duda y su pudor liberaron.
      Al punto se dirigen a los templos y tratan de encontrar la paz
      por los altares; sacrifican a Ceres legisladora ovejas
      de dos años escogidas según el rito, y a Febo y al padre Lieo,
      y antes que a nadie a Juno, que cuida de los lazos conyugales.
      La propia Dido, bellísima, con la pátera en la diestra
      vierte sus libaciones entre los cuernos de una blanca vaca,
      o da vueltas junto a los pingües altares bajo la mirada de los dioses
      y dedica el día a sus ofrendas y ansiosa consulta las entrañas
      palpitantes de las víctimas en los pechos abiertos de los animales.
      ¡Ay, mentes ignorantes de los vates! ¿De qué sirven los votos
      al demente, de qué los templos? Sigue la llama devorando
      las tiernas médulas y palpita en su pecho la herida, calladamente.
      Se consume Dido infeliz yvaga enloquecida
      por toda la ciudad como la cierva tras el disparo
      que, incauta, el pastor persiguiéndola alcanzó con sus flechas
      en los bosques de Creta y le dejó el hierro volador
      sin saberlo: aquélla recorre en su huida bosques y quebradas
      dicteos; sigue la flecha mortal clavada a su costado.
      Ahora lleva consigo a Eneas por las murallas
      y le muestra las riquezas sidonias y una ciudad dispuesta,
      comienza a hablar y se detiene de repente en la conversación.
      Ahora, al caer el día, busca de nuevo el banquete,
      y con insistencia reclama de nuevo escuchar, enloquecida,
      las fatigas de Ilión y de la boca del narrador se cuelga de nuevo.

      CONT.



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      VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 2 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Nov 2020, 08:23

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO IV.

      Después, cuando se van y la luna oscura oculta a su vez
      la luz y al caer las estrellas invitan al sueño,
      languidece solitaria en una casa vacía y se acuesta en una cama
      abandonada. En su ausencia lo ve, ausente, y lo oye,
      o retiene en su pecho a Ascanio abrazando la imagen
      de su padre, por si engañar puede a un amor inconfesable.
      No crecen las torres comenzadas, no practica la juventud
      sus armas ni preparan los puertos o los baluartes
      seguros en la guerra; interrumpidos quedan los trabajos y los enormes
      salientes de los muros y los andamios que llegaban al cielo.
      En cuanto la querida esposa de Júpiter advirtió que aquélla
      estaba atrapada por tal enfermedad y que la fama no frenaría la locura,
      se acerca a Venus la Saturnia con estas palabras:
      «Egregia en verdad alabanza y gran botín sacáis
      tú y tu hijo (gran y memorable numen),
      si una sola mujer se ve vencida por el engaño de dos dioses.
      Y a mí no se me escapa que por temer nuestras murallas
      recelas de las casas de la alta Cartago.
      Mas, ¿cuál será el límite? ¿O a dónde vamos con tan gran disputa?
      ¿Por qué no acordar, mejor, eterna tregua con el pacto
      de un himeneo? Tienes ya lo que buscaste con todas tus ganas:
      arde una Dido enamorada y corre por sus huesos la locura.
      Gobernemos, pues, sobre un pueblo común y con auspicios
      iguales; séale permitido servir a marido frigio
      y poner como dote bajo tu diestra a los tirios.»
      A ésta (pues notó que había hablado con disimulo,
      para desviar a las costas de Libia el poder de Italia)
      así repuso Venus: «¿Quién con tan poco juicio
      para rechazar tal proyecto prefiriendo la guerra contigo?
      Ojalá que la suerte acompañe a cuanto acabas de exponer.
      Pero insegura del hado estoy: si querrá Júpiter que una sea
      la ciudad de los tirios y los desterrados de Troya,
      o si aprobará que los pueblos se mezclen o que pactos se firmen.
      A ti, su esposa, te toca tantear su voluntad con tus ruegos.
      Inténtalo, te seguiré.» Así lo aceptó entonces Juno soberana:
      «Ésa será mi tarea. Ahora, cómo lograr podemos lo que nos ocupa
      en pocas palabras (atiende) te explicaré.
      Eneas, y con él la muy desgraciada Dido,
      se disponen a marchar al bosque a cazar en cuanto su orto primero
      haya hecho salir el titán de mañana y desvele el orbe con sus rayos.
      Yo a ellos les he de enviar desde lo alto un negro nubarrón de granizo,
      mientras se apresuran los flancos y rodean el lugar con sus redes,
      y agitaré con truenos el cielo entero.
      El séquito huirá y les envolverá una noche espesa;
      Dido y el jefe troyano en la misma cueva
      se encontrarán. Allí estaré yo, y, si es firme hacia mí tu voluntad,
      os uniré en estable matrimonio, consagrándola como legítima esposa.
      Entonces se cumplirá el himeneo.» Accedió sin oponerse
      Citerea a su demanda, y rió por haber descubierto el ardid.
      Entretanto la Auroa naciente abandonó el Océano.
      Sale la flor de la juventud por las puertas al despuntar el alba,
      amplias redes, trampas, venablos de ancha punta,
      corren los jinetes masilos y el poderoso olfato de los perros.
      Los principales de los púnicos junto al umbral aguardan
      a la reina que se demora en el tálamo, y allí está, enjaezado
      de púrpura y oro, su caballo que muerde con ímpetu el espumante freno.
      Sale por fin rodeada de apretada compañía
      y revestida de una clámide sidonia de bordada cenefa;
      de oro lleva la aljaba, en oro se anudan sus cabellos
      y una fíbula de oro prende su vestido de púrpura.

      CONT.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Nov 2020, 08:25

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO IV. CONT.

      Y no faltan tampoco los compañeros frigios
      y el alegre Julo. Por delante de todos, más hermoso que nadie,
      Eneas se le ofrece de acompañante y reúne los escuadrones.
      Como cuando abandona la Licia invernal y las corrientes
      del Janto Apolo y rinde visita a la materna Delos,
      y reanuda las danzas y cretenses y dríopes braman mezclados
      en torno a los altares, y los tatuados agatirsos;
      él, Apolo, recorre los collados del Cinto y ciñe su pelo
      suelto con hojas tiernas, moldeándolo, y lo anuda con oro,
      resuenan las flechas en sus hombros. No menos vigoroso
      marchaba Eneas, tanta hermosura resplandece en el brillo de su rostro.
      Luego que llegaron a lo alto del monte y a lugares intransitables,
      he aquí que las cabras salvajes, arrojadas de lo alto de su roca,
      se lanzan por las laderas; por otra parte, los ciervos
      echan a correr en campo abierto y aprietan sus filas
      en polvorienta huida y dejan los montes.
      Allí está el joven Ascanio, gozoso en medio del valle
      con brioso caballo, ganando a unos y otros en la carrera;
      suplica con sus votos que entre los tardos rebaños le sea dado
      un rabioso jabalí o que baje del monte rubio león.
      Entretanto el cielo de terrible rugido empieza
      a llenarse, sigue una tormenta mezclada con granizo
      y el séquito tirio, dispersado, y la juventud troyana
      y el dardanio nieto de, Venus asustados buscaron
      los techos de todos los campos; ríos bajan corriendo del monte.
      A la misma gruta Dido y el caudillo troyano
      acuden. La Tierra, la primera, y Prónuba Juno
      dan la señal; brillaron los fuegos y cómplice el aire
      del casamiento en su alta cumbre ulularon las Ninfas.
      Aquél fue el primer día de la muerte y la causa primera
      de las desgracias; pues ni de apariencias ni de opinión se deja
      llevar Dido ni planea ya un amor a escondidas:
      casamiento lo llama, con este nombre esconde su culpa.
      Se echa a andar al punto la Fama por las ciudades libias,
      la Fama: más rápido que ella no hay mal alguno;
      en sus movimientos se refuerza y gana vigor según avanza,
      pequeña de miedo al principio, al punto se lanza al aire
      y camina por el suelo y oculta su cabeza entre las nubes.
      A ella la madre Tierra, irritada de ira contra los dioses,
      la última, según dicen, hermana de Encélado y de Ceo,
      la parió veloz de pies y ligeras alas,
      horrendo monstruo, enorme, con tantas plumas en el cuerpo
      como ojos vigilantes debajo (asombra contarlo),
      como lenguas, como bocas le suenan, como orejas levanta.
      Vuela de noche estridente entre el cielo y la tierra
      por la sombra, y no rinde sus ojos al dulce sueño;
      de día se sienta, vigilante, o en lo alto de un tejado
      o en las torres elevadas, y amedrenta a las grandes ciudades,
      mensajera tan firme de lo falso y lo malo cuanto de la verdad.
      En aquellos días llenaba gozosa de rumores diversos
      los pueblos e igual cantaba hechos verdaderos y no:
      había llegado Eneas, nacido de sangre troyana,
      y se había dignado la hermosa Dido unirse a este hombre;
      templaban ahora su invierno con todo regalo descuidando
      sus obligaciones reales, atrapados en pasión vergonzosa.
      Difunde la diosa estas mentiras por la boca de los hombres.
      Al punto dirige su rumbo hacia el rey Yarbas
      y enciende su corazón con palabras y aumenta su enojo.
      Éste, engendrado por Hamón y una ninfa Garamanta raptada,
      cien templos enormes a Júpiter en su ancho dominio
      levantó y cien altares y había consagrado un fuego vigilante,
      eternas centinelas de los dioses, y un suelo empapado
      de sangre de animales, y dinteles florecidos de variadas guirnaldas.

      CONT.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 05 Nov 2020, 08:26

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO IV. CONT.

      Pues éste, se dice, loco de ánimo y enfurecido por el amargo rumor,
      entre la majestad de los dioses y ante sus altares
      suplicante, muchos ruegos vertió con las manos alzadas:
      «Júpiter todopoderoso a quien hoy el pueblo maurusio
      en sus banquetes, sobre bordados lechos, liba la ofrenda lenea.
      ¿Ves esto? ¿Es que, padre, cuando blandes tus rayos
      nos espantamos en vano, y ciegos tus fuegos en las nubes
      aterrorizan los corazones e inane se agita su bramido?
      Esa mujer que errante en nuestro territorio su pequeña
      ciudad estableció, por su precio, a quien un litoral entregamos
      para que lo arase y las leyes del lugar, nuestra boda
      rechazó y acogió a Eneas por dueño de sus dominios.
      Y ahora, el Paris ese con su afeminada comitiva,
      el mentón y el perfumado cabello con la mitra meonia
      ceñidos, disfruta de su rapto. ¡Y nosotros mientras presentes
      llevando a tus templos y alimentando una fama huera!»
      A quien con tales palabras oraba abrazado a sus altares
      prestó oídos el Todopoderoso y dirigió sus ojos a las murallas
      reales y a unos amantes olvidados de mejor fama.
      Entonces habla así a Mercurio, y así lo ordena:
      «Ea, ve, hijo. Convoca a los Céfiros y déjate caer con tus alas
      y al caudillo dardanio que en la tiria Cartago
      hoy se demora, sin ver las ciudades que le reserva el hado,
      háblale y llévale mis palabras por las rápidas auras.
      Que no nos lo prometió así su bellísima madre
      ni lo salvó para esto dos veces de las armas griegas;
      habría de ser por el contrario quien gobernase una Italia
      preñada de poder y del estrépito de la guerra, origen de una raza
      de la noble sangre de Teucro, y daría sus leyes al orbe entero,
      Si la gloria de futuro tan grande no le enciende
      ni le hace ponerse a la tarea su propia honra,
      ¿dejará a Ascanio su padre sin el alcázar romano?
      ¿Qué trama o con qué esperanza se detiene en un pueblo enemigo,
      apartando sus ojos de la prole ausonia y los campos lavinios?
      ¡Que se haga a la mar! Esto es todo, y éste mi mensaje.»
      Había hablado. Se disponía aquél a obedecer de su augusto padre
      la orden, y primero anuda a sus pies los talares
      de oro que lo llevan ligero con sus alas bien sobre el mar
      bien sobre la tierra, con la rápida brisa.
      Toma entonces la vara: con ella evoca a las pálidas almas
      del Orco, a otras las manda al triste Tártaro,
      da y quita los sueños y abre los ojos en la hora de la muerte.
      En ella confiado conduce los vientos y traspasa las nubes
      tempestuosas. Y ya volando divisa la cima y la escarpada ladera
      del duro Atlante que sostiene con su vértice el cielo,
      del Atlante, cuya pinífera cabeza ceñida de negros nubarrones
      azotan con frecuencia la lluvia y el viento,
      la nieve caída le cubre los hombros y ríos bajan
      de su barbilla de anciano y se eriza espantosa su barba por el hielo.
      Aquí se detuvo, en primer lugar, sosteniéndose el Cilenio
      en sus alas iguales; de aquí se lanzó con todo su cuerpo
      a las olas, al ave semejante que baja vuela sobre los mares,
      ya por las playas, ya por los acantilados llenos de peces.
      No de otra forma entre las tierras y el cielo volaba
      hacia la arenosa costa de Libia y cortaba los vientos
      el nacido en Cilene que venía de su abuelo materno.
      En cuanto tocó con sus aladas plantas las cabañas,
      divisó a Eneas fundando fortalezas y construyendo
      nuevas casas. Tenía la espada salpicada
      de rubio jaspe y resplandecía con una capa de púrpura tiria
      colgada de los hombros, presentes que la espléndida Dido
      le hiciera y había bordado la tela con hilo de oro.

      CONT.


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      Mensaje por Lluvia Abril Jue 05 Nov 2020, 23:59

      Mañana es mi día de disfrute poético, mientras tanto te doy las gracias como siempre, por tanto como nos dejas.
      Besos, Pascual.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Nov 2020, 02:39

      LA VERDAD, QUERIDA AMIGA : LA ENEIDA ES UN AUTÉNTICO DISFRUTE POÉTICO-HISTÓRICO-MÍTICO.
      SIGO. DESPACIO.PERO SIGO.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Nov 2020, 02:42

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO IV. CONT.

      Y enseguida le aborda: «¿Tú te dedicas ahora a plantar los cimientos
      de la alta Cartago y complaciente con tu esposa construyes deberes!
      una hermosa ciudad? ¡Olvidas, ay, tu reino y tus propios
      El propio rey de los dioses desde el Olimpo luminoso
      me envía, el que cielo y tierra gobierna con su numen;
      él mismo me ordena traerte estas órdenes por las rápidas auras:
      ¿qué tramas o con qué esperanza gastas tu tiempo en las tierras libias?
      Si no consigue moverte la gloria de futuro tan grande,
      mira cómo crece Ascanio y respeta las esperanzas de tu heredero
      Julo, a quien se deben el reino de Italia y la tierra romana.»
      Tras hablar de esta manera dejó el Cilenio
      su aspecto mortal sin aguardar respuesta
      y desapareció de los ojos, lejos, hacia el aura tenue.
      Así que enmudeció Eneas, perplejo por la visión,
      y se erizaron de espanto sus cabellos y se le clavó la voz en la garganta.
      Encendido está por preparar la huida y dejar tan dulces tierras,
      atónito por el poder de tal consejo y orden de los dioses.
      ¡Ay! ¿Qué hacer? ¿Con qué palabras osará abordar hoy a la reina
      enloquecida? ¿Cómo empezar a hablar?
      Y divide su ánimo veloz acá y allá
      y lo lleva a partes bien distintas y todo discurre.
      Entre todas, ésta le pareció la opinión más prudente:
      llama a Mnesteo y a Segesto y al fiero Seresto,
      que dispongan con discreción la flota y reúnan en la playa a los compañeros,
      que preparen las armas, disimulando cuál sea la causa
      del cambio de planes; él entretando, puesto que nada sabe
      la buena de Dido y no espera que se rompa amor tan grande,
      trataría de encontrar la mejor ocasión para hablarle,
      el modo mejor para sus intenciones. Rápidamente todos
      obedecen alegres sus órdenes y se apresuran a ejecutarlas.
      Pero la reina (¿hay quien pueda engañar a un enamorado?)
      presintió la trampa y adivinó el siguiente paso la primera,
      temiendo porque todo andaba bien. La despiadada Fama contó
      a la apasionada que se estaba preparando la flota y disponiendo su partida.
      Enloquece privada de la razón y recorre encendida toda la ciudad
      como una bacante excitada ante el comienzo de sus ritos,
      cuando la estimulan al oír a Baco las orgías
      trienales y la llama el nocturno Citerón con su clamor.
      Increpa por último a Eneas con estas palabras.
      «¿Es que creías, pérfido, poder ocultar
      tan gran crimen y marcharte en silencio de mi tierra?
      ¿Ni nuestro amor ni la diestra que un día te entregué
      ni Dido que se ha de llevar horrible muerte te retienen?
      ¿Por qué, si no, preparas tu flota en invierno
      y te apresuras a navegar por alta mar entre los Aquilones,
      cruel? ¿Es que si no tierras extrañas y hogares
      desconocidos buscases y en pie siguiera la antigua Troya,
      habrías de ir a Troya en tus naves por un mar tempestuoso?
      ¿Es de mí de quien huyes? Por estas lágrimas mías y por tu diestra
      (que no me he dejado, desgraciada de mí, otro recurso),
      por nuestra boda, por el emprendido himeneo,
      si algo bueno merecí de tu parte, o algo de la mía
      te resultó dulce, ten piedad de una casa que se derrumba,
      te lo ruego, y abandona esa idea, si hay aún lugar para las súplicas.
      Por tu culpa los pueblos de Libia y los reyes de los númidas
      me odian, en contra tengo a los tirios; también por tu culpa
      perdí mi pudor y con lo que sola caminaba a las estrellas,
      mi fama primera. ¿A quién me abandonas moribunda, mi huésped
      (que sólo esto te queda de tu antiguo nombre de esposo)?
      ¿Qué puedo esperar? ¿Tal vez que arrase mis murallas mi hermano
      Pigmalión o que prisionera me lleve el getulo Yarbas?
      Si al menos hubiera recibido de ti algún retoño
      antes de tu huida, si algún pequeño Eneas
      me jugase en el patio, que te llevase de algún modo en su rostro,
      no me vería entonces de esta manera atrapada y abandonada.»
      Dijo. Él no apartaba sus ojos de los mandatos
      de Júpiter y a duras penas ocultaba el dolor en su corazón.
      Responde por fin en pocas palabras: «Yo a ti de cuanto
      puedas decir, reina, nunca te negaré
      merecedora, ni me avergonzará acordarme de Elisa
      mientras de mí mismo tenga memoria, mientras un hálito gobierne mis
      miembros.
      Poco añadiré en mi defensa. Ni yo traté de ocultar mi huida
      con una estratagema (no inventes), ni nunca del esposo
      te ofrecí las antorchas o me comprometí a pacto tal.
      Yo, si mis hados me permitieran guiar mi vida
      según mis deseos y buscar mis propias preocupaciones,
      habilitaría primero la ciudad de Troya y las dulces
      reliquias de los míos, en pie seguirían las altas moradas
      de Príamo y por mi mano habría levantado de nuevo Pérgamo para los
      vencidos.

      CONT.


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      Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Nov 2020, 02:45

      VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

      LA ENEIDA

      LIBRO IV. CONT.

      Pero he aquí que Apolo Grineo a la grande Italia,
      a Italia las suertes licias me ordenaron marchar;
      ése es mi amor, ésa mi patria. Si a ti, fenicia, las murallas
      te retienen de Cartago y la vista de una ciudad libica,
      ¿por qué, di, te parece mal que los teucros se establezcan
      en tierra ausonia? También nosotros podemos buscar reinos lejanos.
      A mí la turbia imagen de mi padre Anquises, cada vez que la noche
      cubre la tierra con sus húmedas sombras, cada vez que se alzan
      los astros de fuego, en sueños me advierte y me asusta;
      y mi hijo Ascanio y el daño que hago a su preciosa vida,
      a quien dejo sin reino en Hesperia y sin las tierras del hado.
      Ahora, además, el mensajero de los dioses mandado por el propio Jove
      (lo juro por tu cabeza y la mía) me trajo por las auras veloces
      sus mandatos: yo mismo vi al dios bajo una clara luz
      entrar en estos muros y bebí su voz con sus propios oídos.
      Deja ya de encenderme a mí y a ti con tus quejas;
      que no por mi voluntad voy a Italia.»
      Hace rato le mira mientras habla con malos ojos,
      los revuelve aquí y allá, y todo lo recorre
      con silenciosa mirada y así estalla por último:
      «Ni una diosa fue el origen de tu raza ni desciendes de Dárdano,
      pérfido, que fue el Cáucaso erizado de duros peñascos
      quien te engendró y las tigresas de Hircania te ofrecieron sus ubres.
      Pues, ¿por qué disimulo o a qué faltas mayores me reservo?
      ¿Es que se ablandó con mi llanto? ¿Bajó acaso la mirada?
      ¿Se rindió a las lágrimas o tuvo piedad de quien tanto le ama?
      ¿Qué pondré por delante? ¡Si ya ni la gran Juno
      ni el padre Saturnio contemplan esto con ojos justos!
      No hay lugar seguro para la lealtad. Arrojado en la costa,
      lo recogí indigente y compartí, loca, mi reino con él.
      Su flota perdida y a sus compañeros salvé de la muerte
      (¡ay, las furias encendidas me tienen!), y ahora el augur Apolo
      y las suertes licias y hasta enviado por el propio Jove
      el mensajero de los dioses le trae por las auras las horribles órdenes.
      Es, sin duda, éste un trabajo para los dioses, este cuidado inquieta
      su calma. Ni te retengo ni he de desmentir tus palabras:
      vete, que los vientos te lleven a Italia, busca tu reino por las olas.
      Espero confiada, si algo pueden las divinidades piadosas,
      que suplicio hallarás entre los peñascos y que repetirás entonces
      el nombre de Dido. De lejos te perseguiré con negras llamas
      y, cuando la fría muerte prive a estos miembros de la vida,
      sombra a tu lado estaré por todas partes. Pagarás tu culpa, malvado.
      Lo sabré y esta noticia me llegará hasta los Manes profundos.»
      Con estas palabras da la conversación por terminada y, afligida,
      se aparta de las auras y se aleja, y se esconde de todas las miradas,
      dejando a quien mucho dudaba de miedo y mucho se disponía
      a decir. La recogen sus sirvientes y su cuerpo sin sentido
      levantan del lecho marmóreo y lo colocan en su cama.
      Y el piadoso Eneas, aunque quiere con palabras de consuelo
      mitigar su dolor y disipar sus cuitas,
      entre grandes suspiros quebrado su ánimo por un amor tan grande,
      cumple sin embargo con los mandatos de los dioses y revisa la flota.
      Se esfuerzan entonces los teucros y arrastran al mar por toda
      la costa las altas naves. Nada la quilla embreada,
      traen de los bosques hojosos remos y maderos
      toscos en su afán por huir.
      Se les ve de un lado para otro y bajar de toda la ciudad,
      como cuando arramplan las hormigas con su carga de farro
      pensando en el invierno y la ponen en su refugio;
      avanza por los campos el negro batallón y en angosto sendero
      arrastra su botín entre las hierbas; unas los granos mayores
      empujan con los hombros, otras cuidan la formación
      y azuzan a las retrasadas, hierve el camino entero con su trabajo.
      ¡Qué sentías entonces, Dido, al contemplar todo eso!
      ¡Qué gemidos no dabas al ver de lo alto de la muralla
      hervir el litoral entero y animarse
      ante tus ojos la llanura con tanto griterío!
      ¡ímprobo Amor, a qué no obligas a los mortales pechos!
      De nuevo a recurrir a las lágrimas, a intentarlo de nuevo con ruegos
      y, suplicante, se ve obligada a domeñar sus ánimos ante el amor,
      que no ha de dejar nada sin probar en vano la que va a morir.
      «Ana, ves cómo por toda la costa se apresuran,
      de todas partes acuden; que la vela solicita ya las brisas
      y hasta gozosos los marinos colocaron guirnaldas sobre sus popas.
      Yo, si pude aguardar a este dolor tan grande,
      también, hermana mía, podré aguantarlo. Sólo esto en mi desgracia
      concédeme, Ana. Que sólo a ti te respetaba aquel pérfido,
      y a ti te confiaba también sus secretos sentimientos;
      sólo tú conocías sus momentos mejores y su disposición.
      Ve, hermana mía, y habla suplicante a un enemigo orgulloso:
      no juré yo con los dánaos en Áulide la destrucción
      del pueblo troyano, ni envié contra Pérgamo mi flota,
      ni he violado las cenizas de su padre Anquises, ni sus Manes.
      ¿Por qué no deja que lleguen mis palabras a sus duros oídos?
      ¿Hacia dónde corre? Que al menos dé un último presente a la amante
      desgraciada:
      que espere una huida fácil y unos vientos propicios.
      No reclamo ya el compromiso aquel que ha traicionado,
      ni que se quede sin su hermoso Lacio o abandone su reino;
      pido un tiempo muerto, descanso y tregua para mi locura,
      mientras mi suerte me enseña a soportar el dolor de la derrota.
      Éste es el último favor que pido (ten piedad de tu hermana)
      y, si me lo concede, con creces se lo pagaré con mi muerte.»


      CONT.


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       ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA

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