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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 00:47

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO CUARTO

    ESCENA VIII

    GARCÍA, EL ALCAIDE

    GARCÍA
    Sí, Don Tello;

    Hoy intentaba libertarla Enrique;
    Hoy el bando rebelde, osado y fiero,
    Violó el palacio del monarca augusto,
    Y alguno hubo que hasta el trono mesmo
    Osándose lanzar, midió su espada
    Con la espada del rey, y cuerpo a cuerpo.
    DON TELLO
    ¿Con la espada del rey? Decid, García,
    Y ¿cómo aún el merecido premio
    No han recibido ya crímenes tantos?
    GARCÍA
    El rey los perdonó; la paz del reino
    Sólo exige una víctima; los otros
    Son de sus artes instrumentos ciegos.
    Blanca...
    DON TELLO
    ¿La reina?
    GARCÍA
    Sí, Blanca es culpable.

    Obedeced del rey el mandamiento.
    DON TELLO
    ¿La condena a morir?
    GARCÍA
    Y ejecutada

    Ha de ser aquí mismo y en secreto.
    El rey lo manda.
    DON TELLO
    Obedecer es fuerza.

    GARCÍA
    Esta noche a las doce, con silencio
    En un sitio apartado en el castillo,
    Debe morir, por que lo ignore el pueblo.
    Abenfarax, el hijo de la Maga,
    Vendrá a cumplir el mandamiento regio.
    DON TELLO
    ¿A las doce, decís?
    GARCÍA
    Sí; a media noche:

    Disponedla a morir. Adiós, Don Tello.

    (Vase.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 00:48

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO CUARTO

    ESCENA IX

    DON TELLO, solo


    Es mandado del rey; fuerza es que muera:
    Yo cumplo mi deber cuando obedezco.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 00:51

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO QUINTO

    La misma decoración del tercer acto. Una tempestad. Es de noche.


    ESCENA I



    LA MAGA, con una antorcha en la mano canta estos versos. Su hijo, sentado sobre una roca.

    LA MAGA
    ¡Oh! Salve, oscuro genio
      Del hórrido huracán.
      Ceñudo tú te sientas
      Allá en la tempestad.
      Tu augusto trono velan
      La noche y el horror.
      Tu voz en silbo y trueno
      Retumba en derredor.
      Las ígneas alas tiendes
      Por cima al aquilón,
      Y en torno al aire tiñe
      Relámpago feroz.
      Salud, salud mil veces,
      Espíritu infernal;
      Desciende a mí en las alas
      Del hórrido huracán.
    Hoy festeja el averno; hoy, hijo mío,
    La luz del rayo su festín alumbra,
    Y en la noche los lívidos espectros
    Al trueno aterrador sus gritos juntan.
    ¡Noche de muerte! ¡Regocija el pecho,
    ¡Hijo de Satanás! Sí, ya vislumbra
    A la luz del relámpago tu daga,
    teñida en sangre la aguzada punta
    ¡Noche de muerte es! Vuela, hijo mío;
    Con sangre ya mi paladar endulza.
    ABENFARAX
    Dame, ¡oh madre!, el puñal. ¿Llegó la hora?
    LA MAGA
    Pronto ya va a sonar. La noche oscura
    Sirve a encubrir tus silenciosos pasos.
    El genio del averno te conduzca,
    Yo te doy mi puñal: marcha al castillo.
    ABENFARAX
    Yo juro allí satisfacer tu furia.

    (Vase de modo que se ve abrir la puerta del castillo, y entra en él.)
    LA MAGA

    (Vuelve a cantar.)
      En medio a la tormenta
      Su hora sonará.
      La muerte acechadora
      Su presa aguarda ya.
         Genios del Tártaro,
         Venid a mí,
         Venid mi júbilo
         A repartir.

    (Se arroja en la caverna.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 00:58

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO QUINTO

    ESCENA II

    Cambia la decoración. Prisión de BLANCA, una capilla gótica del castillo, un crucifijo en el fondo del teatro; una lámpara moribunda alumbra la escena. La tormenta se oye a lo lejos.



    BLANCA, LEONOR.

    BLANCA
    ¿Por qué, Leonor, tu corazón se oprime?
    La muerte al fin consolará mí angustia,
    Y volará mi alma a la morada
    Donde reina la paz; tu llanto enjuga,
    Y ahora, en vez de lamentar mi suerte,
    Alégrate conmigo en mi ventura.
    LEONOR
    ¿Por qué yo el nombre de tu dulce amiga
    De tu boca escuché? ¡Ojalá nunca
    Te hubiese visto yo! Yo no llorara
    Al ver abierta ante tus pies la tumba.
    BLANCA
    ¡Dulce Leonor! ¡Gran Dios! Calma tu llanto.
    ¿No ves mi dicha tú? Gloria más pura
    En trono eterno el Dios de la inocencia
    Guarda, Leonor, para las almas justas.
    ¿Qué vale el trono de la tierra toda
    Cercado de esplendor? Su faz se anubla
    Y el pueblo aquel que le temió algún día,
    Perdido el brillo, su grandeza burla
    No así aquel trono que esplendente siempre
    Brilla en la eternidad. Paz y dulzura,
    Inocencia y virtud, siempre le ensalzan.
    Allí la libertad, la gloria augusta,
    Su eterno manantial vierten, regando
    Fértiles campos de eternal verdura.
    Allí se cifra mi esperanza ahora.
    ¿Por qué temer la calma de las tumbas,
    Si el alma la quietud halla en su seno
    Que en la tierra infeliz en vano busca?
    Sosiégate, Leonor; yo estoy tranquila.
    LEONOR
    ¿Y vos tan joven moriréis? ¿Y nunca
    Os volveré yo a ver? ¡Ah!, no es posible.
    Yo nunca os dejaré... ¡Pasos! No hay duda,
    Los asesinos son...

    (Se abraza a BLANCA.)
    BLANCA
    Allá en el cielo

    Me aguarda la virtud; sus manos puras
    Allí nos unirán. Leonor, la muerte
    Siento sólo por ti. ¿Lloras? ¿Te angustias?
    Tú no me olvidarás


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 00:59

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO QUINTO

    ESCENA III

    Dichos, EL ALCAIDE con una luz, y UN ERMITAÑO.

    DON TELLO
    Sólo un momento

    Te queda ya para decir tus culpas,
    Blanca; ojalá te las perdone el cielo.
    Dejémosla, Leonor; esta hora es suya.
    LEONOR

    (Abrazándose más a ella.)
    Jamás la dejaré.
    BLANCA
    Tu llanto quema.

    No llores más, Leonor, mi alma se turba
    Viéndote padecer. Tu amargo lloro
    Me inspira compasión. Leonor, escucha:
    Un tiempo fue cuando, en mi cárcel misma,
    Plácidos sueños de falaz ventura
    Regalaban tal vez mi pensamiento,
    Y ciertos yo los figuraba, ilusa.
    Pensé que clara la inocencia mía,
    Se aplacara tal vez la alma sañuda
    Del que tanto adoré; pensé, insensata,
    Ocupar el asiento que ahora ocupa
    La que perdone Dios; feliz pensaba
    Premiar entonces en mejor fortuna
    Tu constante amistad. Sólo una prenda

    (Se quita un anillo del dedo.)
    Joya de mi niñez... Tómala; es tuya.
    Guárdala tú como único recuerdo
    Que te puedo dejar de mi ternura.
    Dulce Leonor, adiós; vuelve a abrazarme
    Otra vez y otra vez. Basta; tu angustia
    Me despedaza el corazón; recibe
    Tú mis últimas lágrimas.
    LEONOR
    ¡Oh!, nunca

    Me arrancarán de aquí.
    BLANCA

    (Con dulzura.)
    Déjame, basta.

    Ten lástima de mí.
    DON TELLO
    Raudo apresura

    El tiempo su carrera; tú, hija mía,
    Déjala de una vez; sobre ella luzca
    La clemencia de Dios. Blanca, un momento
    Alza tu mente al que las almas juzga.
    Vamos, Leonor.
    BLANCA
    ¡Adiós! ¡Ah! ¡Para siempre!




    (DON TELLO coge del brazo a LEONOR.)


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 01:01

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO QUINTO

    ESCENA IV

    EL ERMITAÑO y BLANCA; aquél mira por todos lados, como temeroso de que le oigan.



    BLANCA, de rodillas delante del crucifijo.

    BLANCA
    ¡Omnipotente Dios! Piadoso escucha
    Mi humilde voz en mi postrero día,
    Y el cáliz del dolor benigno endulza.
    Dame resignación, fuerza bastante
    Para apurar la copa de amargura,
    Perdonar, como tú, a mi enemigo,
    Y despreciar la vanidad inmunda,
    Que me atormenta el corazón.

    (Al ermitaño.)
    ¡Oh!, padre,

    En nombre del Señor, oye mis culpas;
    La eternidad...
    EL ERMITAÑO
    La libertad, la vida.

    Aun puedo darte yo, Blanca. ¿Lo dudas?
    Mírame, Enrique soy; vengo a salvarte.

    (Se quita la capucha que le cubría el rostro, y debajo del hábito se descubren las armas.)
    BLANCA
    ¡Cielos, Enrique!
    ENRIQUE
    Enrique te asegura,

    Si obedeces su voz, salvarte ahora
    Del borde mismo de la abierta tumba.
    El santo traje que mis armas cubre
    Para entrar hasta aquí sirvió a mi astucia.
    Yo aquí me quedaré; vístelo, Blanca,
    Y este disfraz protegerá tu fuga.
    BLANCA
    ¿Y tú quedarte aquí? Jamás, Enrique:
    Yo vivo ya sin esperanza alguna
    Y la muerte es un bien. ¿Yo aquí dejarte
    A morir en mi vez...? ¡Ah!, tú me injurias.
    ENRIQUE
    Mi vida aquí defenderá mi espada.
    No te cuides de mí; ya a darte ayuda
    Cien caballeros en el campo aguardan,
    Que allá en tu patria te pondrán segura.
    Decídete una vez; allí te esperan
    Tus amigos, tu patria y la fortuna.
    BLANCA
    Déjame, tentador; yo amo la vida,
    Y la amo a mi pesar; mas si mi fuga
    sólo puede lograrse con tu muerte,
    Morir prefiero, a la mayor ventura,
    Déjame ahora perecer tranquila,
    O un medio noble de salvarme busca.
    ENRIQUE
    Blanca, no hay otro.
    BLANCA
    Sí; queda la muerte

    ENRIQUE
    ¡Mujer angelical! ¡Alma más pura
    Que la lumbre del sol! ¡Oh!, yo te juro
    Morir lidiando en obstinada lucha
    O arrancarte de aquí. Voy ahora mismo
    El castillo a asaltar. En paz segura
    Todos duermen; los pocos que vigilan
    Es fácil sorprender: la suerte injusta
    No salvará mi vida en la batalla,
    O si la salva, salvaré la tuya.

    (Vase.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 01:03

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO QUINTO

    ESCENA V

    BLANCA, sola.


    ¡Qué incertidumbre!, ¡oh, Dios! Cada momento
    La muerte y libertad me ofrecen juntas.
    Hágase, ¡oh Dios!, tu voluntad.

    (Da el reloj las doce.)
    Las doce.

    Alguien siento venir. Pasos se escuchan...
    ¡Perdóname, gran Dios!


    (Se arrodilla delante del crucifijo. En este momento se abre la puerta y entra ABENFARAX, de modo que antes de entrar se haya visto su sombra.)






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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 01:04

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO QUINTO

    ESCENA VI

    BLANCA, ABENFARAX.

    BLANCA

    (Se levanta precipitadamente, como amedrentada.)
    ¡Cielos! ¡Qué veo!

    ¡Espíritu infernal! ¡Ah, de su furia
    líbrame tú, Señor!
    ABENFARAX

    (Lanza una mirada estúpida, mirándola con ojos de complacencia.)
    En vano llamas

    Tu Dios en tu favor: mi voz le insulta.
    Y maldice su nombre y le blasfema.
    ¿Ves esta daga?
    BLANCA
    ¡Oh Dios!
    ABENFARAX

    (Con sangre fría.)
    Tu fin te anuncia.

    BLANCA

    (Precipitadamente.)
    ¡Piedad! ¡Piedad! ¡Qué horror! ¡Ah! Compadece...
    Un momento, no más... si acaso oculta
    Tu pecho un corazón... ¡Ah!, si en tu infancia
    Una mujer te amamantó...
    ABENFARAX
    Una bruja

    Y un hijo de Luzbel fueron mis padres.


    (Se oye ruido de espadas y voces de combatientes, que va progresivamente acercándose. ABENFARAX continua, sin interrupción.)

    Mi destino es matar. Ven y concluya
    Tu vida de una vez.

    (BLANCA, retirándose siempre al fondo del teatro, se abraza con el crucifijo.-ABENFARAX la persigue.-Más cerca, los gritos y las espadas.-Dentro, la voz de ENRIQUE.)
    ¡Nuestro es el triunfo!

    BLANCA
    ¡Por piedad! ¡Por piedad!


    (ABENFARAX la agarra de los cabellos y la arranca del crucifijo.)

    ABENFARAX
    ¿Piedad? Ninguna.


    (La levanta de los cabellos la cabeza para mirarla.-La clava el puñal al decir:)
    Gózate, ¡oh madre!, aquí.
    BLANCA
    ¡Valedme, cielos!


    (Cae muerta.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 01:07

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    BLANCA DE BORBÓN

    ACTO QUINTO

    ESCENA VII

    En este momento se abren las puertas violentamente de la capilla y entra ENRIQUE, con la espada desnuda. Varios caballeros, con hachas encendidas y espadas, y LEONOR.

    ENRIQUE
    ¡Libertad, libertad, Blanca!


    (ABENFARAX se presenta delante de él.)

    ABENFARAX
    ¿La buscas?

    Mírala donde está; síguela y muere.

    (Le tira una puñalada, que resisten las armas.)
    ENRIQUE

    (Clavándole una estocada.)
    ¡Asesino!
    ABENFARAX
    ¡Oh, furor!

    (Cae muerto.)


    (LEONOR se arrodilla delante de BLANCA, contemplándola.)

    LEONOR
    ¡Muerta! ¡Ya nunca

    La volveré yo a ver! ¡Leonor te llama...!
    Es en vano; infeliz, tú no la escuchas.

    (Se abraza a ella.)
    ENRIQUE
    ¡Qué horror! Tan pura, tan hermosa y joven
    Y perderse en su flor... ¡Ah!, Dios confunda
    Sus enemigos todos y maldiga
    Al que manchado esté de sangre suya.

    (Se adelanta y pone la mano sobre el crucifijo.)
    Yo lo juro ante Dios. Mi espada juro
    Que hasta vengarla brillará desnuda.




    FIN DEL ACTO QUINTO Y DE LA OBRA BLANCA DE BORBÓN.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 19 Sep 2020, 02:09

    Vengo, disfruto y sin ánimo de interrumpirte, gracias, Pascual, por amar la poesía y hacer que los demás la amemos.
    Te sigo también con Espronceda.


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    pero no detener la primavera".

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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 19 Sep 2020, 07:03

    Voy a seguir con él.... pero a fuerza de ser sincero, estoy un poco … un poco nada más... molesto. Llevo exponiendo la poesía del representante más nítido del inicio del ROMANTICISMO en España... LA CANCIÓN DEL PIRATA ES UNIVERSAL... y a nadie se le ha ocurrido sugerir a este autor: No una semana, ni tres días, ni dos... ¡UN SEGUNDO!

    Bueno...seguiremos trabajando.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:09

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    Personajes


    DOÑA PACA
    LUISA
    DON MARTÍN
    DON CARLOS
    DON JUAN
    EUGENIO
    AMBROSIO





    ACTO PRIMERO

    ESCENA PRIMERA



    DON MARTÍN, AMBROSIO.

    DON MARTÍN.
    Conque di, ¿has visto a esas damas?
    AMBROSIO.
    Sí, señor, y me dijeron
    que los zapatos estaban
    que ni pintados.
    DON MARTÍN.
    Entiendo.

    ¿Y dijeron algo más?
    AMBROSIO.
    Que el color de los pañuelos
    merinos y los brillantes
    del consabido aderezo
    mostraban tener buen gusto,
    y que es usted en extremo
    generoso, y sobre todo
    galán y buen caballero.
    DON MARTÍN.
    Todo es gastos y más gastos.
    AMBROSIO.
    Dijeron también...
    DON MARTÍN.
    Dijeron.

    ¿Qué han de decir que no sea
    todo lo que me merezco?
    AMBROSIO.
    Se entiende.
    DON MARTÍN.
    Pues ahí es nada

    los infinitos obsequios
    que a cada instante les hago,
    y sin costarles dinero
    tener en mi misma casa
    habitación, gasto hecho,
    criado, mesa, regalos,
    lacayo, coche y cochero...
    Bien es verdad que Luisita
    es un dije y un modelo
    de honestidad y de gracias,
    y su madre... es un portento
    la educación que le ha dado.
    Yo cada vez que la veo
    siento un placer, una cosa
    tan agradable, un contento,
    que, aunque a la verdad, no estoy
    para tirar el dinero,
    lo estoy con menos trabajo
    cuando por ella lo empleo.
    AMBROSIO.
    Todo Madrid está absorto
    con usted; en los paseos,
    en las tertulias, en todas
    partes usted es el cuento
    del día; unos alaban
    el maravilloso ingenio
    de usted, su gala, su porte,
    su gracia y gallardo gesto;
    todos haciéndose lenguas
    en alabanza del genio
    y cualidades de usted
    y de su futura.
    DON MARTÍN.
    En eso

    hay antes mucho que hablar.
    Pienso quedar aún soltero
    por algún tiempo, y aunque
    es verdad que le merezco
    a Luisa mucho cariño,
    y ella a mí no poco menos,
    y aunque por su padre deba,
    en lo que alcancen mis medios,
    proteger a esa familia,
    antes de casarme quiero...
    AMBROSIO.
    Quiere usted, pues, divertirse;
    hace usted bien, eso es cierto;
    un joven debe gozar
    del mundo y sus pasatiempos.
    DON MARTÍN.
    Sí, pero yo ya he pasado
    bien alegres los primeros
    años de la mocedad.
    AMBROSIO.
    ¿Pues se tiene usted por viejo?
    DON MARTÍN.
    Yo, viejo, no; pero estoy
    en la edad...
    AMBROSIO.
    De más esfuerzo,

    con la robustez precisa
    para hacer un casamiento
    y tener nueve o diez hijos
    que den otros tantos nietos;
    sí, es forzoso a cierta edad
    tomar estado.
    DON MARTÍN.
    En efecto;

    y en la edad de la razón,
    que es en la que yo me encuentro...
    puede que me case.
    AMBROSIO.
    Puede,
    y hará usted bien; un sujeto
    como usted debe casarse.
    DON MARTÍN.
    ¿Por qué?
    AMBROSIO.
    Porque... su talento
    de usted lo decide así,
    y basta, aunque sea a despecho
    de las que en el Prado tienen
    fijo en usté el pensamiento.
    DON MARTÍN.
    Eres picaruelo, Ambrosio.
    AMBROSIO.
    Qué quiere usted, si lo veo;
    pero aquí viene.

    (Mirando la puerta de la izquierda.)
    DON MARTÍN.
    ¿Quién viene?

    ¿Principian ya a venir necios?
    AMBROSIO.
    Es la señora mi ama,
    madre del precioso objeto
    que usted protege y obsequia.
    DON MARTÍN.
    Pues vete, y para el correo
    pon en limpio aquella copia.
    AMBROSIO.
    Está bien; voy al momento.
    DON MARTÍN.
    Allá iré luego después.

    (Vase AMBROSIO.)


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:12

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO PRIMERO

    ESCENA SEGUNDA

    DOÑA PACA, DON MARTÍN.

    DOÑA PACA.
    ¡Don Martín!
    DON MARTÍN.
    ¡Oh!, tanto bueno

    por acá y tan de mañana.
    DOÑA PACA:
    Es la una.
    DON MARTÍN.
    Y bien, ¿qué es eso?

    DOÑA PACA.
    Como estuvo usted anoche
    de bailes y de conciertos,
    no es extraño le parezca
    temprano: doy por supuesto
    que usted allí, como siempre,
    se luciría.
    DON MARTÍN.
    Me siento

    un poco aún de esta pierna
    y tengo la sangre hirviendo.
    DOÑA PACA.
    Eso es salud; no es extraño
    siendo joven y soltero.
    DON MARTÍN.
    Sí, señora, ése es el mal
    que únicamente padezco:
    como tengo este carácter,
    por cualquier cosa me quemo.
    DOÑA PACA.
    Mas con todo, usted anoche
    bailó.
    DON MARTÍN.
    No hay duda, yo tengo

    que bailar aunque no quiera;
    ni descansar un momento
    me dejaron las señoras.
    DOÑA PACA.
    Y usted que nunca está quieto...
    DON MARTÍN.
    Yo he sido siempre una pólvora;
    cuando chico era travieso
    como un diablillo.
    DOÑA PACA.
    ¡Jesús!

    Me gusta tanto ese genio,
    siempre vivo y decidor,
    y tan galán y discreto;
    pero hablando de otra cosa,
    diga usted, en el concierto,
    ¿qué conocidas había?
    Apostaré que aquel viejo
    de don Judas no faltó
    con su niña, el esqueleto
    que se muere por bailar.
    ¡Qué costumbres! Cuando veo
    mujeres tal como esa.
    ¡Jesús!, toda me estremezco:
    allí todas escotadas,
    cada cual con su cortejo,
    olvidando los quehaceres;
    de ustedes los hombres... bueno
    que se diviertan ustedes.
    Yo, jamás, ¡qué, ni por pienso!
    cuando yo era joven nunca
    andaba en bailes, y eso
    que todas hemos tenido
    también nuestros ojos negros.
    Mi señora madre en casa
    como si fuera un convento
    nos tenía retiradas
    de tertulias y paseos.
    DON MARTÍN.
    Ya se conoce en Luisita
    que es usted un fiel modelo
    de su madre: sí, ¡qué poco
    pierde ella en bailes el tiempo!
    DOÑA PACA.
    Luisita, no, señor, nunca;
    en casa y siempre cosiendo,
    o entregada a la lectura
    de libros santos.
    DON MARTÍN.
    Yo puedo

    por cierto ser buen testigo.
    DOÑA PACA.
    ¡Ay, Dios! Si pudiera vernos
    el que mataron en Indias,
    mi difunto.
    DON MARTÍN.
    Estoy muy cierto

    que acabarán las desgracias
    que atrajo a usted su mal genio,
    porque don Juan, aunque era
    un calaverón deshecho
    y algo original, tenía
    buen corazón; en el juego,
    en las jaranas y danzas,
    peloteras y cortejos
    que yo armaba entonces, éramos
    dos camaradas eternos,
    y quería echarla de mozo:
    ¿creerá usted que en tanto tiempo
    nunca supe era casado,
    y siempre guardó silencio
    acerca de esas frioleras
    de que usted me ha hablado luego?
    DOÑA PACA.

    (Afligida.)
    Basta, basta, don Martín.
    ¡Pobrecito! Harto me acuerdo.
    DON MARTÍN.
    No llore usted.
    DOÑA PACA.
    ¡Pobrecito!

    Conmigo no fue muy bueno,
    bien lo sabe Dios, y cuanto
    padecí con él, bien puedo
    asegurárselo a usted,
    muy perdonado le tengo,
    así le perdone Dios
    y allá le tenga en el cielo.
    El se separó de mí
    sin motivo para ello
    ninguno, muy al contrario,
    que estaba yo siempre viendo
    cómo agradarle: ¡Jesús!,
    mis obras, mis pensamientos,
    todo era suyo en mi casa,
    todo era para Renzuelo.
    Se fue de ella sin decir
    oste ni moste: primero
    se contentó con mudarse,
    después puso agua por medio,
    y embarcándose allá en Cádiz
    se me largó para Méjico,
    dejándome sola aquí
    con una niña de pechos,
    mi pobre Luisa, las dos
    sin auxilio ni consuelo,
    y al fin supe su tragedia
    para aumentar mi tormento:
    ¡pobrecito!, ¡a pesar mío
    yo le amaba, ya está muerto!
    DON MARTÍN.
    ¿Y qué ha de hacerse, señora,
    si se murió?, ¿qué remedio?,
    cuanto más...
    DOÑA PACA.
    Sí, don Martín,

    demasiado lo agradezco,
    Usted, usted, caro amigo,
    es nuestro solo consuelo.
    DON MARTÍN.
    Yo, señora, bien querría...

    (Con vanidad.)
    hasta ahora si algo he hecho...
    DOÑA PACA.
    Demasiado, don Martín:
    yo y Luisita no sabemos
    cómo pagárselo a usted.
    Sólo el cariño más tierno
    por parte de ella, y por mí
    un puro agradecimiento
    y una sincera amistad...
    DON MARTÍN.
    Señora, estoy satisfecho
    con eso sólo; yo he sido
    toda mi vida lo mismo,
    muy amigo de hacer bien:

    (Con vanidad.)
    yo soy así, buen sujeto.
    DOÑA PACA.
    Excelente; ¿y usted cree
    que se me olvidan tan presto
    las generosas ofertas...?
    DON MARTÍN.
    (¡Si habré ofrecido dinero!)
    DOÑA PACA.
    ¡Qué placer cuando yo vea
    sus hijos de usté y mis nietos
    un retrato de mi padre
    y la esperanza del reino!
    DON MARTÍN.
    ¿Y por dónde saca usted...?
    DOÑA PACA.
    ¡Qué monos serán! Iremos
    con ellos siempre a la iglesia
    tan limpitos, ¡qué talento
    tendrán! y luego que usted...
    DON MARTÍN.
    ¡Pero usted ha perdido el seso!
    ¿A qué viene esa retahíla?
    DOÑA PACA.
    Perdone usted; ¡ay!, es cierto,
    no me acordaba, no soy
    digna de tan halagüeño
    porvenir, yo estaba loca.
    ¡Pensarme que un caballero
    el más rico de Castilla
    contraería casamiento
    con una niña que sólo
    tiene por amparo el cielo!
    Perdone usted, don Martín;
    no supe lo que me hecho:
    ¡pobre niña!, morirá
    cuando sepa lo funesto
    que es su amor, y le ama a usted
    con un cariño tan tierno,
    ¡ay, hija de mis entrañas!
    DON MARTÍN.

    (Con vanidad.)
    Harto lo conozco; pero...
    DOÑA PACA.
    Sí, ¡como tiene usted otras!
    DON MARTÍN.
    Eso no hay duda, por cientos
    las tengo yo; pero, amiga,
    hablando en plata, confieso
    que Luisa me gusta más
    que todas ellas.
    DOÑA PACA.
    Lo creo.

    Bien se conoce, y la quiere
    usted matar a desprecios;
    ¡pobre niña!, cuando quede
    sin madre, en algún convento
    la recogerán: ¡Dios mío!
    ¡En este mundo perverso
    solita y con pocos años!
    DON MARTÍN.

    (Con enfado.)
    Eso no, porque primero
    era menester que yo
    me volviera loco o necio
    o me muriera.
    DOÑA PACA.
    ¡Infeliz!

    De puerta en puerta pidiendo
    tendrá que andar, o ponerse
    a servir si yo me muero.
    ¡Quién creyera que la hija
    de don Juan de Dios Renzuelo,
    coronel de infantería...!
    DON MARTÍN.
    Pero, ¿y por qué ha de ser eso?
    ¿Delira usted?
    DOÑA PACA.
    ¿Qué ha de ser,

    si usted nos deja en perpetuo
    abandono? ¿Usted, que era
    nuestra esperanza?
    DON MARTÍN.
    No dejo

    tal; al contrario... yo sólo...
    DOÑA PACA.
    Quiso usted ver si era cierto
    su amor; ¡ay, Dios!, esas bromas
    no las use usted: es muy serio
    el asunto para usarlas:
    ¡ay!, yo no sé lo que tengo
    conozco que ha sido burla
    y, ¡ay, Jesús!, apenas puedo
    hablar... me caigo... me ha dado
    una congoja y me siento
    tan...


    (Se deja caer sobre una silla que arrima DON MARTÍN.)

    DON MARTÍN.
    Siéntese usted; ¡por vida!

    Pues bonita la hemos hecho.
    ¡Voto va chápiro verde!
    ya se desmayó en efecto.
    ¡Qué siempre por mí han de hallarse
    las mujeres en aprietos!


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:14

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO PRIMERO

    ESCENA TERCERA

    DON MARTÍN, DOÑA PACA, EUGENIO.

    EUGENIO.

    (Entra cantando.)
    ¡Tran larán!
    DON MARTÍN.
    ¿Es este achaque de cantos,
    bárbaro?
    EUGENIO.
    Vengo... pensaba...

    (Tropieza contra una silla.)
    como vengo de la calle...
    DON MARTÍN.
    Mucho me gusta tu entrada.
    EUGENIO.
    Yo... bien quisiera... mi voz...

    (Se le cae el sombrero.)
    tiene usted razón, es mala.
    DON MARTÍN.
    ¿Y aquí qué tiene que ver
    si cantas bien o si ladras?
    EUGENIO.

    (Más aturdido.)
    Es porque al tiempo de entrar
    no vi la silla que estaba
    aquí.
    DON MARTÍN.
    ¿Di, topo, no ves

    que hay una enferma en casa?
    EUGENIO.
    Un médico... yo no sé...
    ¿Lo busco?
    DON MARTÍN.
    Sí no hace falta:

    tú siempre estás aturdido.
    EUGENIO.
    Lo decía...
    DON MARTÍN.
    Anda, trae agua:


    (EUGENIO hace mil movimientos por todos lados para buscarla.)
    ¿Vas a la cocina? Bárbaro,
    ¿No tienes ahí esa jarra?
    EUGENIO.
    Creí...
    DON MARTÍN.
    Tú siempre crees mal.

    ¿Y adónde querrás echarla?
    ¿No ves que está el vaso aquí?
    EUGENIO.
    No lo había visto, pensaba...

    (Se acerca a Doña Paca y grita.)
    Y es doña Paca, no hay duda,
    y se muere... ¿Y la muchacha?
    Tocaré la campanilla...
    Llamaré al cura.
    DON MARTÍN.
    ¿Te callas?

    No te eches encima de ella;
    ¿no ves que vas a pisarla?
    ¡Doña Paca, oiga usted!
    (Ya vuelve en sí; es una santa:
    ¡pobre mujer! )
    EUGENIO.

    (Hablando consigo mismo.)
    ¿Llamaré?...

    No, que traigo un poco de agua
    de olor en este bolsillo,

    (Se registra los pantalones y el frac, y hace conforme a lo que va diciendo.)
    En el otro... en la casaca...
    pues ya no sé dónde está.
    Allí en el sombrero... nada.
    DON MARTÍN.

    (A DOÑA PACA.)
    Animo, vamos.
    DOÑA PACA.

    (Volviendo en sí.)
    ¡Qué pena!

    EUGENIO.

    (Buscando.)
    ¿Pues no digo?, en esta casa
    todo se pierde.
    DON MARTÍN.

    (A EUGENIO.)
    ¿Qué buscas?

    EUGENIO.
    Yo por si era necesaria
    alguna cosa...
    DOÑA PACA.
    ¡Ay, Señor!

    Yo me retiro, estoy mala.
    ¡Cómo ha de ser! La diré
    que se acabó su esperanza,
    que ha amado siempre a un ingrato,
    que usted hace su desgracia,
    que es usted un tigre.
    DON MARTÍN.
    No es culpa

    mía; si Luisa me ama,
    yo la quiero más que a todas,
    y dejo por ella a cuantas
    quisieran también...
    DOÑA PACA.
    Usted

    tiene un no sé qué, una gracia,
    que todo se le perdona.
    EUGENIO.
    (Aún no sé de lo que hablan,
    y estoy por decir que ellos
    tampoco entienden palabra.)
    DOÑA PACA.
    ¡Luisita va a llorar tanto!
    EUGENIO.
    (¡Hola!, de Luisa se trata;
    y está bueno, la señora
    ni me mira, ni me habla,
    ni hace más caso de mí
    que si yo fuera una estatua.)
    DON MARTÍN.
    Usted la consolará;
    puede usted darla esperanzas.
    DOÑA PACA.
    ¿Y qué he de decirla ya?
    ¡Jesús, me siento tan mala!
    DON MARTÍN.
    Acuéstese usted y tome
    un caldito.
    DOÑA PACA.
    Muchas gracias.

    EUGENIO.
    Si acaso mi compañía...
    DON MARTÍN.
    Yo la acompañaré, y basta:
    ¿me da usted el brazo?
    DOÑA PACA.
    Eugenito,


    (EUGENIO, al oír que DOÑA PACA: le llama, se echa encima antes de saber para qué.)
    adiós.
    EUGENIO.
    Perdóneme usted, estaba...

    distraído: ¿qué sucede?
    DOÑA PACA.
    Saludarle a usted.
    EUGENIO.
    Pensaba...

    DOÑA PACA.
    Es usted tan servicial...
    DON MARTÍN.
    Sí, mi sobrino es alhaja.


    (Vase con DOÑA PACA.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:46

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO PRIMERO

    ESCENA CUARTA

    UGENIO.
    Voto va birli y birloque,
    ¡No se va a armar mala danza!
    Mi tío la quiere, ¿y qué haré?
    Lo que es Luísita a quien ama
    es a mí... yo, la verdad,
    me lo dijo la criada.
    Si yo tuviera talento
    para inventar una traza...

    (Hace como que piensa.)
    ¿Qué? En la vida... Si Ambrosio
    con su ingenio no me saca
    de apuros... (Llamando.) ¡Ambrosio, Ambrosio!
    ¡No vendrá en una semana!


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:47

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO PRIMERO

    ESCENA QUINTA

    EUGENIO, AMBROSIO.

    AMBROSIO.
    ¿Qué quiere usted, señorito?
    EUGENIO.
    Yo te diré... aquí... en la casa...
    ¡Caramba!, se me olvidó:
    yo soy así, de palabra
    en palabra se me va
    todo lo que... yo pensaba
    en una cosa... que es...
    es... es una cosa... que... vaya
    ¿Lo sabes tú?
    AMBROSIO.
    Yo qué sé.

    EUGENIO.
    Aunque piense hasta mañana
    no me acordaré: yo soy
    tan distraído...
    AMBROSIO.
    Es desgracia;

    mas ya atino lo que es.
    ¿Es cosa de amores?
    EUGENIO.
    Vaya,

    dilo.
    AMBROSIO.
    Usted está enamorado,

    es de doña Luisa la causa
    de esa locura.
    EUGENIO.
    Acertaste;

    y luego el viejo se casa.
    AMBROSIO.
    Pues, y usted está que trina.
    EUGENIO.
    ¿Y cómo he de estar? ¡Caramba!
    Que si me enfado... porque
    me ven que soy una malva,
    pero no hace cuatro meses
    que llevé dos cuchilladas:
    te acuerdas... aquel cadete
    que va con la gaditana...
    AMBROSIO.
    Sí, aquella que usted pisó
    al tiempo de saludarla,
    que por poco no la deja
    sin pies y desnarigada
    con el ala del sombrero.
    EUGENIO.
    Yo estaba puesto de espaldas
    y me volví...
    AMBROSIO.
    Pues volvamos

    al negocio que se trata:
    usted está fastidiado
    de ver que el viejo se casa,
    y quisiera usted hallar
    alguna manera honrada
    de deshacer esa boda.
    ¿No es así?
    EUGENIO.
    Cabal; pues anda.

    AMBROSIO.
    Vaya usted viendo si acierto:
    usted quisiera una trama,
    y apuesto desearía
    que yo mismo lo enredara.
    EUGENIO.
    Vales mucho: ¡qué talento!
    Eso pido, y santas pascuas.
    AMBROSIO.
    Pues no me ocurre ninguna.
    EUGENIO.
    Pues no sirves para nada;
    eres un zote. ¡Canario!
    Cuando pensé que inventaras...
    AMBROSIO.
    Invéntela usted.
    EUGENIO.
    Yo no.

    AMBROSIO.
    No sirve usted para nada.
    EUGENIO.
    Es que yo...
    AMBROSIO.
    Es que yo también.

    (Fuera echar tierra a mi causa;
    ¿y qué dijeras de mí,
    reverenda Doña Paca?)
    EUGENIO.
    Pero, hombre, tú bien podrías...
    ¡Si yo tuviera tu labia!
    AMBROSIO.
    ¿Ha ganado usted en el juego,
    o se quedó usted sin blanca?
    EUGENIO.
    ¡Qué! Si el dinero que al tío
    le he sacado esta mañana
    lo jugué todo a la dobla
    y he ganado.
    AMBROSIO.
    Pues me agrada,

    y yo no tengo más parte
    que es en embrollos y trampas.
    EUGENIO.
    Yo no digo... bueno... toma...

    (Saca dinero y se lo entrega a AMBROSIO.)
    sí me enredas una traza.
    AMBROSIO.
    Sí, señor (ya aquí pesqué,
    y aún tengo puesta otra caña).
    Pues, señor...
    DON MARTÍN.

    (Desde afuera.)
    ¡Ambrosio, Ambrosio!
    EUGENIO.

    (Va a salir muy atolondradamente.)
    Ya voy; el viejo me llama.
    AMBROSIO.
    No es a usted, que es sólo a mí.
    EUGENIO.
    ¿Y quién quieres tú que vaya?
    AMBROSIO.
    ¿Pero usted se llama Ambrosio?
    EUGENIO.
    No...
    AMBROSIO.
    Pues entonces...
    EUGENIO.
    Pensaba...

    AMBROSIO.
    Don Carlos y el viejo vienen.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:49

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO PRIMERO

    ESCENA VI

    EUGENIO, AMBROSIO, DON CARLOS y DON MARTÍN.

    AMBROSIO.
    Ya iba a ver si usted...
    DON MARTÍN.
    Pues anda

    abajo a tener cuidado,
    no sea que como está mala
    doña Paquita se ofrezca
    algo que hacer.
    AMBROSIO.
    Voy sin falta.


    (Vase.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:58

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO PRIMERO

    ESCENA VII

    EUGENIO, DON CARLOS, DON MARTÍN.

    DON CARLOS.
    Adiós, señor don Eugenio:
    ¿Cómo va?

    (Le alarga la mano a EUGENIO, que se retira hacia atrás, deja caer una mesa, cae y quiebra un recado de china.)
    EUGENIO.
    Bueno. ¡Caramba!

    Ya perdí el tino, caí.
    DON MARTÍN.
    Maldito de Dios, levanta:
    ¡Ojalá te hubieras muerto,
    que has de destrozar la casa!
    EUGENIO.
    Si yo...

    (Levantándose.)
    DON MARTÍN.
    Si tú, si el demonio.
    DON CARLOS.
    Sosiéguese usted. ¿Qué gana
    con enfadarse? Lo malo
    es el recado de tazas,
    que ya valdrá alguna cosa.
    DON MARTÍN.
    Cuesta un ojo de la cara,
    y no estoy para hacer gastos
    a cada instante. ¿Se gana
    así el dinero, mostrenco
    botarate, majagranzas
    atolondrado, no ves?
    EUGENIO.
    Si estaba detrás...
    DON MARTÍN.
    Estaba...

    en los infiernos había
    de estar penando tu alma;
    un recado de café,
    el mejor que había en España.
    EUGENIO.
    Si no lo vi, si yo iba
    a saludar, si pensaba...
    DON MARTÍN.
    Si tú siempre estás pensando
    allá en las mil musarañas.
    DON CARLOS.
    Déjele usted: ¿a qué viene
    enfadarse?, ¿qué ganaran
    si no se rompiese el barro
    las gentes que lo trabajan?
    DON MARTÍN.
    Buen consuelo me da usted.
    EUGENIO.
    Yo... no... más...
    DON MARTÍN.
    Si no te callas

    te he de romper la cabeza.
    EUGENIO.
    Es que yo...
    DON MARTÍN.
    Vamos, pues, habla.

    EUGENIO.
    Yo... no sé... ¿qué he de decir?
    DON CARLOS.
    Y cómo, ¿cuánto costaba
    esa china?
    DON MARTÍN.
    ¡Qué pregunta!

    Costaba lo que costaba,
    y estoy yo para decirlo.
    DON CARLOS.
    Ha comprado mi madrastra
    hace días...
    DON MARTÍN.

    (Con enfado.)
    Está bien.

    DON CARLOS.
    Usted, amigo, se enfada
    por la más mínima cosa.
    DON MARTÍN.
    Pues no, que tendremos calma:
    ¿soy yo de piedra para estar
    siempre aguanta que te aguanta
    cuanto quiera hacer el niño?
    Gaznápiro, siempre en jauja
    aturdido, atolondrado,
    sin saber lo que le pasa.
    Siempre rompiendo los trastos,
    todo lo atropella y mancha;
    por cualquier cosa se asusta;
    si le miran, si le hablan
    no sabe que responder.
    Con esas manos de lana
    todo se le cae: no hay día
    que no haga una nueva gracia;
    siempre tropieza con todo:
    sin ir más lejos, en casa
    ayer de doña Clarita
    se sentó en una guitarra,
    se levantó sin concierto,
    medio rompió una ventana,
    echó al suelo cuatro sillas,
    todos riendo en su cara;
    y no eres ya ningún niño,
    zamacuco, con más barbas
    que un capuchino y más tonto
    que pichote.
    DON CARLOS.
    Repasata

    de marca mayor es ésta.
    Eugenito.
    EUGENIO.
    Toma, cansa

    tanto sermón; pues iremos
    siempre mirando a las pajas:
    pues tengo yo pocas cosas
    sobre mí: pues ahí es nada:
    yo no debo...
    DON MARTÍN.
    ¿Qué no debes?

    EUGENIO.
    Yo no dIigo...
    DON MARTÍN.
    Vaya, habla...

    EUGENIO.
    Como yo... como... porque...
    y ya no tengo más gana...
    DON CARLOS.
    Hable usted, si es que usted puede.
    DON MARTÍN.
    No se te entiende palabra;
    eres un ganso.
    EUGENIO.
    Yo sí;

    eso es por la muchacha.
    DON MARTÍN.
    ¿Qué muchacha?
    EUGENIO.
    ¿Qué? Por ella.

    DON MARTÍN.
    ¡Qué ella ni qué morondanga!
    DON CARLOS.
    (Apuesto a que es por la Luisa;
    aquí va a armarse otra danza.)
    EUGENIO.
    Pues por ella.
    DON MARTÍN.
    Calla, necio.

    Si te atreves a mirarla...
    EUGENIO.
    Si no es eso.
    DON MARTÍN.
    ¿Pues qué es?

    EUGENIO.
    ¡Toma! Que todos se casan.
    DON CARLOS.
    Quiere decir que ya sabe
    la boda de usted.
    DON MARTÍN.
    (Ya escampa.)

    ¿Y qué dicen de mi boda?
    DON CARLOS.
    Profetizan...
    DON MARTÍN.
    Vamos... vaya.

    DON CARLOS.
    Que se verá usted cordero
    antes que llegue la Pascua
    transformado por la bruja
    de la vieja y la muchacha,
    que también pondrá sus medios.
    DON MARTÍN.
    Eso es mentira, y no basta

    (Al decir esto toca con la mano a EUGENIO.)
    mi paciencia para oír
    semejantes patochadas
    EUGENIO.
    Yo sin culpa; ¿a mí por qué?
    Usted perdone; ¡pues vaya!
    DON MARTÍN.
    Yo no me acuerdo de ti.
    DON CARLOS.
    Vamos, paz, no haya otra danza.
    DON MARTÍN.
    Es envidia, es porque ven
    que la prefiero y me ama.
    Les he de dar en los ojos:
    mañana mismo, mañana
    me he de casar.
    DON CARLOS.
    Yo convengo;

    pero tenga usted cachaza
    si es que quiere usted saber...
    DON MARTÍN.
    Yo no quiero saber nada.
    DON CARLOS.
    No me pise usted, Eugenio.
    EUGENIO.
    Si yo no... voy a otra sala.
    Perdone usted, mil perdones

    (A DON CARLOS.)
    le pido a usted; él se enfada
    y yo no tengo... ¿a mí qué?...

    (Vase.)
    DON MARTÍN.
    Pues no me venga con chanzas
    ni con burletas, que haré
    ver que yo no aguanto ancas;
    ya me conocen, ya saben
    que si empiezo tengo el alma
    muy bien puesta... yo soy tardo,
    pero si armo una pelaza...
    DON CARLOS.
    Habrá una marimorena
    más linda que unas mialmas
    mas no sea usted temerario
    ni haga usted una asonada;
    yo cuento lo que me dicen.
    DON MARTÍN.
    Le dicen a usted una sarta
    de picardías y embustes.
    DON CARLOS.
    Es un horror; pero vaya,
    hablando claro, ¿usted tiene
    un documento, una carta
    siquiera, que pruebe o diga
    quiénes son esas dos damas,
    una cosa que convenza
    cómo o cuándo doña Paca
    caso con don Juan Renzuelo?
    ¿Sabe usted cuál es la causa
    que redujo a esas señoras
    de la opulencia a la nada?
    ¿Por qué nadie las conoce?
    ¿Por qué con nadie se tratan?
    ¿Y usted con qué relaciones
    se introdujo en esa casa?

    (Con intención.)
    Se dice que fue...
    DON MARTÍN.
    Don Carlos,

    tiene usted por lengua un hacha;
    yo visité a esa familia
    con intenciones muy sanas,
    las conozco muy a fondo;
    son pobres, sí, pero honradas.
    Ya sabe usted no soy santo,
    ni el defensor de las faldas,
    que no me falta experiencia,
    que estoy harto de tratarlas,
    Usted habrá oído, sin duda,
    por ahí cómo las muchachas
    me tratan de seductor,
    que de mi persona y trazas
    me valgo y después lo digo;
    sin que parezca jactancia,
    madres hay que compran lentes
    por si su vista no alcanza
    dónde el tiro de mis ojos
    hiere las hijas; sé varias
    que al verme venir de lejos
    se largan con la pollada
    como gallinas cluecas:
    yo me río a carcajadas;
    voy, las sigo, las alcanzo,
    las saludo, llego a hablarlas...
    Eso a las viejas las vuela,
    pero a las hijas, ¿qué causa
    hay para que yo les quite
    la miajilla de esperanza?
    vamos, usted ve en Madrid,
    es lo mismo en toda España,
    en gran parte de Inglaterra
    y en casi toda la Italia.
    Ya se ve, con mi presencia,
    mis maneras, mi elegancia,
    rico tren, bailes y el raut
    asombro de estas honradas
    españolas que no saben
    más que vals y limonada,
    si me aman mil mujeres
    es preciso perdonarlas.
    Sepa usted que es este cura
    de muchas lágrimas causa.
    En cuantas cortes he estado
    me teme la diplomacia,
    los militares me tiemblan
    y todos los nobles rabian;
    ya se ve, ¡si al llegar yo
    se les despiden sus damas!
    y como saben a más
    que me sé poner en guardia

    (Haciendo el movimiento de esgrima que indica el diálogo)
    Y yo no las solicito,

    (Con vanidad)
    ellas se vienen rodadas.
    Hombre, me dijo en Berlín
    un joven de la Embajada,
    por Dios...
    DON CARLOS.
    Por Dios, deje usted

    lo demás para mañana,
    que se me va usted huyendo
    de la cuestión empezada.
    DON MARTÍN.
    Amigo, se me olvidó;
    dígame usted de qué hablaba.
    DON CARLOS.
    De las pobres...
    DON MARTÍN.
    Sí, ya caigo;

    repito, pobres y honradas;
    voy a contarle a usted todo,
    porque sé que en Madrid charlan.
    DON CARLOS.
    Ya lo he dicho, es un horror,
    los chismes hierven que espanta.
    DON MARTÍN.
    Calle usted y óigame hablar,
    don Carlos; yo deseaba,
    porque era amigo y tenía
    con él cuentas atrasadas,
    saber de don Juan Renzuelo;
    siempre me salieron vanas
    las más vivas diligencias;
    decían unos fue a La Habana,
    pasó a Méjico, al Perú;
    otros, no sabemos nada;
    murió me dijeron varios,
    pero no lo aseguraban;
    un día me oyó este chico,
    Ambrosio, el valet de chambra,
    y me dijo había servido
    a una tal doña Paca.
    Quintañones de Renzuelo;
    que esta tal se lamentaba
    por un tal don Juan Renzuelo,
    que se le fue a la otra banda;
    al momento pasé a verla
    y salió lo que pensaba:
    Juan, que era un derrochador,
    se casó y dejó plantada
    su mujer joven y linda
    con una niña y sin blanca.
    Admire usted la virtud;
    la infeliz de doña Paca
    en medio de la pobreza
    ha guardado siempre intacta
    su fama y la de su hija,
    que no es poco en la desgracia.
    Mientras se mantuvo moza
    halló proporciones altas
    para volverse a casar;
    pero la pobre ignoraba
    su estado hasta que Dios quiso
    que un chico alférez llegara
    de Lima, que la contó
    que una bomba le hizo plasta
    su marido junto a Lima...
    no caigo cómo se llama,
    en el sitio... ¡qué memoria!...
    DON CARLOS.

    (Con ironía.)
    De Caracas.
    DON MARTÍN.
    Me parece, sí, señor.

    DON CARLOS.
    Pues será...
    DON MARTÍN.
    Por ahí le anda.

    Ya se ve, informado de esto,
    al punto las traje a casa,
    a más que a Juan le debía,
    y cumple quien debe y paga.
    Luego he visto documentos,
    y ahí está el padrón que canta.
    DON CARLOS.
    ¿Cobrará la viudedad?
    DON MARTÍN.
    Hasta eso, no cobra nada,
    porque se casó en secreto.
    Esa es historia muy larga.
    DON CARLOS.
    Pues no me la cuente usted.
    DON MARTÍN.
    He de hacerlas pensionadas.
    DON CARLOS.
    ¡Qué pensión! Usted no sabe
    lo que una niñita gasta
    en cachivaches y dijes
    cuando en la corte se halla
    y en el rango que a Luisita
    la pondrán las circunstancias
    si se casa con usted.
    DON MARTÍN.
    Y que ahora no tiene nada
    eso también lo sé yo,
    y es de bastante importancia
    esa razón

    (Pensativo.)
    DON CARLOS.
    Y otras mil.

    Usted es un joven, sus gracias,
    su talento, su...
    DON MARTÍN.

    (Con vanidad.)
    Adelante.

    DON CARLOS.
    Su esclarecida prosapia
    de usted le deben hacer
    pensar en cosa más alta;
    una mujer que le iguale
    en patrimonio, y que traiga
    con un dote regular
    una condición más clara.
    Yo no digo que Luisita
    sea de clase oscura o baja...
    DON MARTÍN.
    (¿Por qué será este interés?
    ¿Si querrá éste a la muchacha?)

    (Como distraído y disgustado.)
    Pues, bueno...; está bien, veremos;
    yo tengo que hacer, me aguardan;
    hablaremos más despacio...
    DON CARLOS.
    ¡Y usted que desprecia tantas!
    más corrido que una liebre,
    ha de caer en la trampa
    como si fuera usté un niño
    cayéndosele la baba;
    esas mujeres...
    DON MARTÍN.

    (Con enfado.)
    Muy bien.

    DON CARLOS.
    Cuanto más buenas y santas
    parecen ser, son acaso
    más dobles y más taimadas;
    pero, ¿qué, usted no me escucha?
    DON MARTÍN.
    Escuchando a usted estaba.
    (Estoy tragando veneno.)
    DON CARLOS.
    Yo no sé, pero la cara
    de la madre...
    DON MARTÍN.
    Sí, es verdad.

    DON CARLOS.
    Y después, ahí que no es nada
    un casamiento, ¡friolera!
    Al considerar las malas
    consecuencias que eso suele
    traer consigo, se espanta
    el hombre más atrevido;
    requiere tener más alma
    el que se casa en el día
    que el que asalta una muralla;
    pero, ¿está usted distraído?
    DON MARTÍN.
    He de escribir unas cartas.
    (¡Qué importuno!)
    DON CARLOS.
    Seguiré

    refiriendo lo que hablan
    por ahí, en Madrid, de usted.
    DON MARTÍN.
    Suplico a usted... creo que basta.
    (No hay duda, el bribón la quiere,
    y hace tiempo por si pasa
    o sale Luisa.)
    DON CARLOS.
    Un momento.

    DON MARTÍN.
    Yo tengo que hacer.
    DON CARLOS.
    Mil gracias.

    Si usted tiene que escribir...
    DON MARTÍN.
    No es echarle a usted de casa.
    DON CARLOS.
    Si no fueran ya las dos,

    (Mira el reloj.)
    y que un amigo me aguarda,
    aún siguiéramos hablando.
    DON MARTÍN.
    (Maldita sea tu charla
    sempiterna.) ¿Y hacia dónde?
    DON CARLOS.
    Voy un rato a la Fontana.
    DON MARTÍN.
    Vaya usted con Dios, don Carlos.
    DON CARLOS.
    Servidor de usted.

    (Vase.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 01:59

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO PRIMERO

    ESCENA VIII

    DON MARTÍN.
    Sí, anda,

    condenado, que me has hecho
    padecer ahora más bascas
    que un perro rabioso. En parte
    tiene razón; lo que gasta
    una mujer ya lo veo
    por mí mismo, y que no es chanza;
    me llevan comido ya
    un dineral... quita, aparta,
    que me daban intenciones...
    mis cuentas van bien tiradas.
    Sí, señor; para casarme
    ésta es la mujer pintada;
    comido el pan de la boda
    canto como en una jaula
    lo siguiente: fuera lujo,
    fuera paseos y danzas,
    sólo se sale en el coche
    una vez a la semana,
    porque se gastan las ruedas,
    porque las yeguas se cansan.
    Se acabó Carabanchel,
    teatros, toros y cañas,
    que la mujer de su hacienda
    pierna quebrada y en casa.
    Aquí a repasar la ropa,
    ver que no se pierda nada,
    vigilar al mayordomo,
    observar a las criadas,
    etcétera y otras cosas
    que ahora no se me alcanzan
    y si no me entiende hablando
    le escribo las ordenanzas;
    pero sí me entenderá,
    la pobre está acostumbrada.
    Este pícaro don Carlos...
    toma, la quiere que rabia,
    yo le he de seguir los pasos...
    voto va sanes.

    (Dándose una palmada en la frente.)
    ¡Las cartas!


    (Vase.)

    FIN DEL ACTO PRIMERO.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 20 Sep 2020, 02:22

    Pues al menos yo, aquí estoy en primera fila y acompañándote en cada escena.
    Que no decaigan nunca las ganas, a pesar de...
    Te doy las gracias y por aquí seguimos.


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    pero no detener la primavera".

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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 20 Sep 2020, 05:00

    Gracias, amiga mía. Hoy ya no creo que vuelva a pasar.

    Besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 05:55

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA PRIMERA

    Una sala de la habitación de DOÑA PACA.



    DOÑA PACA, LUISA, AMBROSIO.

    AMBROSIO.
    Créalo usted, doña Paca,
    quedó el viejo hecho una breva.
    Es un monstruo de amor propio;
    pues, ¿no se piensa el babieca
    que está Luisa que se muere
    por sus pedazos?
    LUISA.
    No fuera

    mal capricho; vaya un necio.
    DOÑA PACA.
    Niña, cállate, no sea
    vuelva a saber cómo estoy
    y lo que hablamos entienda.
    AMBROSIO.
    No hay cuidado; está allá arriba,
    reniega que te reniega,
    porque ha subido el cochero
    a decirle que una yegua
    se ha puesto mala y le faltan
    dos herraduras, y mientras
    tan sólo por vanidad
    se gasta lindas monedas
    en futesas porque hablen
    en Madrid de sus riquezas,
    ahora que todo el gasto
    se reduce a una miseria
    riñe a cochero, lacayo,
    y a toda la casa entera;
    ya hay sermón para tres días;
    y hay que armarse de paciencia.
    DOÑA PACA.
    Dime, Ambrosio, ¿y qué tal cara
    puso al pagar las pulseras?
    AMBROSIO.
    Mala, porque siempre pone
    mala cara al dar pesetas,
    aunque se obsequie a sí mismo;
    mas, cuando al fin las emplea
    en dijes para Luisita,
    a hablar verdad, se contenta
    con sacar un si es no es
    ambos labios hacia fuera.
    LUISA.
    ¿Y piensas que al fin y al cabo
    a casarse se resuelva?
    AMBROSIO.
    No me atreveré a jurarlo:
    puede ser; pero la empresa
    no deja de ser difícil
    y peliaguda.
    DOÑA PACA.
    Aunque sea

    la mitad del dote, Ambrosio,
    yo te prometo si llegas
    a casarle con Luisita.
    LUISA.
    Yo te ofrezco mi cadena
    de oro con mi sortija
    y el aderezo de perlas.
    AMBROSIO.

    (Con gravedad.)
    Alto; bien claro lo veo;
    con soborno vil intentan
    que por último dé con
    toda mi lealtad en tierra.
    Eso no, ¡qué se diría!
    DOÑA PACA.
    Vaya, Ambrosio, no nos vengas
    aquí con cuentos; de antaño
    nos conocemos, y cuenta
    que aquí lo seguro es
    llevar el negocio aprisa,
    coger el dote...
    AMBROSIO.
    Y después

    quedarme a tocar tabletas
    y Luisita ya casada
    y usted reverenda suegra
    de mi amo manejándole,
    a dime, ¿qué quieres, reina?
    y el pobre de Ambrosio mal visto,
    y luego puesto a la puerta,
    logrando por pago que
    más que todos le aborrezca
    la misma que protegió.
    No, señora, ni por esas;
    soy amigo de hacer bien,
    conozco bien las flaquezas
    de mi amo, he protegido
    la trama a viento y marea,
    pero o todo se descubre,
    o en este momento es fuerza
    se me den tales fianzas
    que a un judío persuadieran
    a hacer un préstamo.
    LUISA.
    Ambrosio,

    mucho te engañas si piensas
    asustarnos, cuida tú
    no te quemes con la leña
    que intentas arder, que puede,
    si me da la ventolera
    de presentarme humildita
    a don Martín, y a las quejas
    que ya sabes tú que tengo
    añado con una mueca
    y una lagrimita a tiempo
    que me voy si no te echa,
    porque eres un insolente,
    atrevido y mala lengua,
    estoy cierta que no duras
    en casa más tiempo apenas
    que el que tarda en persignarse
    un chiquillo de la escuela.
    AMBROSIO.
    Mil gracias por el aviso
    vaya, no armemos quimera
    todos nos necesitamos
    unos a otros.
    DOÑA PACA.
    Y fuera

    majadería reñir:
    nuestro mutuo bien ordena
    que todos nos ayudemos.
    AMBROSIO.
    Como hijos de Adán y Eva;
    pero también es preciso
    afianzar mi recompensa,
    es preciso...
    DOÑA PACA.
    En cuanto a eso,

    Ambrosio, como tú quieras.
    AMBROSIO.
    Ya ve usted, la caridad,
    que a fe de Ambrosio es mi regla,
    bien ordenada, se dice
    que por uno mismo empieza.
    LUISA.
    ¡Tú eres tan caritativo!


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 05:56

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA SEGUNDA

    OÑA PACA, LUISA, AMBROSIO, DON CARLOS.



    A la puerta.

    DON CARLOS.
    Los cogí en la ratonera.


    (Todos cambian de aspecto y hacen como que no le han visto: LUISA sigue hablando con AMBROSIO con tono muy dulce.)

    LUISA.
    Que le damos un millón
    de gracias por su fineza,
    que mi madre está mejor,
    que su Luisa no desea
    más que verle, que hace un siglo...
    DON CARLOS.
    Señoras, ¿ustedes buenas?
    DOÑA PACA.
    ¡Ah! Don Carlos.
    LUISA.
    ¿Es usted?


    (Sigue hablando con AMBROSIO en voz baja.)
    DOÑA PACA.
    Yo he tenido una jaqueca.
    AMBROSIO.
    Está muy bien, señorita,
    lo diré sin faltar letra.

    (Vase.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 05:58

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA TERCERA

    DOÑA PACA, LUISA, DON CARLOS.

    DON CARLOS.
    Conque, ¿y cómo va de boda,
    Mi señora doña Luisa?
    ¿Don Martín está resuelto?
    DOÑA PACA.
    Yo no sé; en cuanto a mi hija,
    como aunque es pobre es honrada,
    teme que por ahí se diga
    se casa por interés.
    LUISA.
    No me casara en mi vida
    si fuera así; yo bien amo
    a don Martín...
    DOÑA PACA.
    Calla, chica;

    ninguna doncella debe
    decir que ama; las niñas
    no tienen voluntad propia.
    DON CARLOS.
    Déjela usted; ya Luisita
    sabe muy bien lo que dice.
    (¡Chispas!, se pierde de vista
    la doncella.)
    LUISA.
    Usted perdone:

    ¡merezco que usted me riña!...
    No señora, no hablaré.
    Hasta que usted lo permita.
    ¿Lo permite usted, mamá? (Con dulzura.)
    DOÑA PACA.
    Está bien; habla, hija mía.
    DON CARLOS.
    ¡Qué ternura, qué inocencia!
    prosiga usted, señorita.

    (Con ironía.)
    LUISA.
    Es usted burlón, don Carlos,
    y no se por qué me mira
    usted así.
    DOÑA PACA.
    No hagas caso,

    es su genio; no te aflijas
    por eso. (Valiente tuno.)
    DON CARLOS.
    Sí, es mi genio. (Vieja indigna.)
    DOÑA PACA.
    Don Carlos es tan chancero...
    DON CARLOS.
    Pero siga usted, Luisita;
    no interrumpa usted por mí
    lo que iba a decir.
    LUISA.
    Decía

    lo que tengo que decir,
    aunque mamá lo prohíba;
    que la gracia y los modales
    de don Martín me cautivan,
    que lo quiero más que a todo
    en el mundo, que me hechiza
    su noble comportamiento,
    pero que estoy decidida
    a ser infeliz, y a nunca
    casarme en toda mi vida,
    si sé yo que en sus adentros
    él acaso se imagina
    que sus riquezas tan sólo
    a unirme con él me incitan;
    eso no, porque primero
    me haré monja capuchina
    que casarme así. ¡Jesús,
    qué segura es mi desdicha!
    ¡Oh! sí, en un claustro, en un claustro
    pasaré toda mi vida.

    (Muy conmovida.)
    DOÑA PACA.
    Calla, que me haces llorar.
    DON CARLOS.
    Pero mire usted Luisita,
    que no está aquí don Martín.
    LUISA.
    Y usted tal vez se imagina
    que yo oculto mi sentir.

    (Se echa a llorar.)
    DON CARLOS.
    No, pero...
    LUISA.
    ¿Qué?
    DOÑA PACA.
    Que no, hija,

    te atormentes tanto.
    DON CARLOS.
    Acaso

    como está usted conmovida
    exagera usted un poco.
    DOÑA PACA.
    (¡Qué pícaro! Tajaditas
    te había de hacer si pudiera.)
    No llores más, niña mía.

    (Con dulzura.)
    ¿Por qué la hace usted llorar?

    (A DON CARLOS, con dulzura.)
    LUISA.
    Bien sabe Dios que mi dicha
    no está en el dinero, no,
    y que quisiera ser rica,
    y que, pobre, don Martín
    me pretendiese, y verían
    las malas lenguas si entonces
    me incitaba la codicia
    a unirme con él.
    DOÑA PACA.
    Si hubiera

    sido cuando tu familia
    no necesitaba nada,
    qué pronto entonces habías
    de cumplir tu gusto.
    DON CARLOS.
    Entonces

    don Martín, aunque en su vida
    haya sido muy buen mozo,
    al cabo pasar podría;
    sería joven y eso al fin
    pudiera darle cabida.
    LUISA.
    A mí con él, un desierto
    y su amor me bastaría.
    DON CARLOS.
    ¡Buen amante de desierto
    es don Martín Barandilla!
    En medio de la ciudad
    es un ente que fastidia.
    DOÑA PACA.
    Hágale usted más favor
    a un hombre...
    DON CARLOS.
    Por vida mía,

    señora, que a mi entender
    le hago seca justicia;
    voy a explicarme más claro;
    yo no dudo que Luisita
    al favor de don Martín
    esté muy agradecida;
    concedo más, que le aprecia,
    que le tienen mucha estima;
    pero, por Dios, que le adora
    con una pasión tan viva...
    Es demasiado exigir
    de mí. Usted es bonita,
    y, es preciso confesarlo,
    don Martín a nadie hechiza
    ni hechizará; nuestro hombre
    no ha sido brujo en su vida.
    DOÑA PACA.
    Es usted tan informal...
    DON CARLOS.
    Lo que es por mí no habrá riña,
    si usted quiere lo creeré;
    si él oyera a usted, Luisa,
    seguro estoy que almomento
    al altar la conducía.
    LUISA.
    No lo sabrá de mi boca
    jamás; estoy decidida
    a morirme sin decirle
    lo que siento, aunque él lo exija.
    DON CARLOS.
    (No hay duda, atrapan al viejo;
    lo siento por su familia.)

    (A DOÑA PACA.)
    Y usted también le idolatra:
    supongo, doña Francisca,
    él y usted en un desierto
    fueran cosa nunca vista.
    DOÑA PACA.
    No se burle usted, don Carlos;
    yo le estoy agradecida,
    y mucho; tengo motivos
    para apreciarle, y mi hija,
    si le ama, hace muy bien,
    que todo a amarle la obliga;
    nosotras dos retiradas,
    viviendo en una guardilla
    hemos pasado seis años
    sin paseos ni visitas,
    ganando nuestro sustento
    trabajando, y a fe mía
    que Luisa y yo no nacimos
    para trabajar: mí hija,
    puedo asegurarle a usted,
    se crió en otras mantillas;
    pero todo lo perdí
    desde que se fue a las Indias
    mi marido el coronel.
    ¡Ah! Cuántas van tan erguidas
    y espetadas que no valen
    para descalzar a Luisa
    y parecen unas reinas,
    y si luego se averigua
    son unas...; nosotras, pobres
    sí, pero sin picardía;
    y otras que por ahí van
    con arrumacos y cintas,
    y viudas de militares
    que en su casa no tenían
    un pañal para liarse
    cuando nacieron, y brillan
    ahora en el Prado, y no sé
    donde encuentran esas dichas,
    porque yo...
    DON CARLOS.
    Basta, señora:

    ¿Dónde va esa retahíla
    a parar?
    DOÑA PACA.
    Va a que no tiene

    usted razón si critica
    que ame Luisa a don Martín
    y yo por él me desviva,
    porque habrá muy pocos hombres
    que con tanta cortesía
    cumplan como él ha cumplido,
    favoreciendo una niña
    huérfana con su madre,
    que se hallaban reducidas
    al trabajo, y no que espere
    lo que suena la malicia
    de las gentes, porque nunca
    la inocencia y la desdicha
    han sido más respetadas;
    es verdad que él conocía
    a mi difunto, y también
    fue amigo de mi familia;
    pero ¡cuántos hay, don Carlos,
    que en la fortuna se olvidan
    de sus mejores amigos,
    y hacen como que no miran
    si los hallan en la calle
    por no saludarlos!
    DON CARLOS.
    Siga

    usted la historia dejando
    a un lado filosofías.
    ¿Con que al cabo don Martín
    hace más que hizo en su vida,
    y se ha echado a filantrópico
    sin ninguna intencioncilla
    traviesa?
    DOÑA PACA.
    En el mismo instante

    que supo quién era Luisa,
    y conoció su honradez,
    y que no era mujercilla
    de esas de por ahí...
    LUISA.
    ¡¡Jesús!!

    Bien se equivó en sus miras.
    DOÑA PACA.
    Como éramos pobres...
    DON CARLOS.

    (Con ironía.)
    Pues.

    DOÑA PACA.
    Cuántos perdones pedía
    luego que nos conoció,
    y con qué instancias tan finas
    nos ofreció el cuarto bajo
    al punto en su casa misma,
    colmándonos de atenciones.
    LUISA.
    (Madre, que viene.)

    (A DOÑA PACA.)
    DOÑA PACA.

    (Alzando la voz.)
    Bendiga

    Dios su noble corazón.
    LUISA.
    Y su gentil gallardía,
    que no hay otro don Martín
    en el mundo.
    DOÑA PACA.
    Y es envidia

    lo que de él dicen.
    DON CARLOS.
    Sin duda.

    (Han olido que venía,
    y este concierto de elogios
    bien claramente lo explica.)


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 06:00

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA CUARTA

    DOÑA PACA, LUISA, DON CARLOS, DON MARTÍN.

    DON MARTÍN.

    (Desde la puerta, reparando en DON CARLOS.)
    No le engaña el corazón
    a don Martín Barandilla.
    ¿Cómo está usted, doña Paca?
    A los pies de usted, Luisita.
    DOÑA PACA.
    ¡Yo ya estoy!...
    DON MARTÍN.
    (Se empeñó el hombre

    en que hemos de tener riña.)

    (A DON CARLOS.)
    ¿Me conoce usted, don Carlos?
    DON CARLOS.
    Sí; don Martín Barandilla,
    caballero de alto bordo,
    el coloso de la dicha;
    con quien las madres son dulces
    y se hacen de miel las hijas.
    El lord inglés, par de Francia,
    yo no sé cuántos en China,
    con quien...
    DON MARTÍN.
    Yo soy, voto a tal,

    quien no sufre picardías,
    ¿está usted? ¡que ni a su padre
    las aguanta Barandilla!
    DON CARLOS.
    Usted pierde la prudencia...
    DON MARTÍN.
    ¿Qué?

    (Con enojo.)
    DON CARLOS.
    Que le caracteriza.


    (Con calma.)
    Yo tengo sangre en las venas,
    y si usted me enciende en ira...
    DON MARTÍN.
    Don Carlos, hace ya tiempo
    que usted encendió la mía,
    y voto va que en ardiendo...
    DON CARLOS.
    Es usted una lamparilla.
    DON MARTÍN.
    Soy un demonio infernal,
    una furia que echa chispas,
    y no me provoque usted.
    DOÑA PACA Y LUISA.

    (Levántanse y cogen a DON MARTÍN.)
    ¡Don Martín!
    DON MARTÍN.
    No es nada, amigas;

    es que conmigo no hay tío...
    dejadme.
    LUISA.
    ¡Hay mayor desdicha!

    ¿Pero qué es esto, a qué viene,
    Virgen bendita, esta riña?
    DON MARTÍN.
    Soy un león, doña Paca;
    este hombre me precipita;
    usted no sabe siquiera
    de la misa ni una pizca.
    LUISA.
    ¡Ay!, por Dios, por mí, don Carlos.
    Que se calle usted suplica
    una huérfana infeliz,
    una señora afligida.
    DOÑA PACA.
    Señor don Carlos, prudencia,
    por el santo de este día.
    DON CARLOS.
    Vaya que ustedes me echan
    a cuestas las letanías,
    y yo estoy y estaré quieto
    cuanto la prudencia exija.
    DOÑA PACA.
    Don Martín.
    LUISA.
    Mi...
    DON MARTÍN.
    (Punto en boca;

    si hablo más me desafía.)
    ¿Qué, señora doña Paca?
    ¿Qué, mi querida Luisita?
    Quise lavar una afrenta
    de que ustedes participan.
    ¡Ay! Desventuradas madres
    que parís hijas bonitas.
    ¡Ay! Desdichado del hombre
    que en la amistad se confía.
    ¡Ay, amantes! ¡Ay, amadas!
    ¡Ay, virtud, cuánto peligras!
    DON CARLOS.
    Don Martín, ese preámbulo
    cuidado a quién se dirija.

    (Sopla.)
    DOÑA PACA.
    ¿Otra vez la enredamos?
    ¡Ay! ¡En matarme porfían!
    DON MARTÍN.
    (El porfiado en matarme
    es don Carlos, a fe mía;
    pero ¿quién sufre amenazas
    delante de su querida?)
    Lo que he dicho es lo que he dicho,
    y a no haber faldas diría...
    DON CARLOS.
    No diría nada entonces.
    DON MARTÍN.
    ¿Cómo? ¿Qué?
    LUISA.
    ¡Cuántas desdichas

    te han caído, sin pensarlo,
    esta tarde, pobre Luisa!
    DOÑA PACA.
    Váyase usted de esta casa,

    (Con dulzura.)
    don Carlos, por vida mía,
    duélase usted del estado
    en que se halla mi hija;
    ¡vamos, vamos!
    DON CARLOS.
    Sí, me voy

    porque usted me lo suplica;
    pero en mi ausencia, señoras,
    don Martín de Barandilla
    me indispondrá con ustedes,
    dirá de mí picardías,
    aunque yo se lo prohibo.
    DON MARTÍN.
    Por eso usted no se iba;
    no señor, que esta es mi casa,
    y toda esta lengua mía.
    Sí, señor, y yo he de hablar
    por más que usted lo prohiba.
    DON CARLOS.
    ¡Pobre viejo!

    (Hace como que se va.)
    DON MARTÍN.
    ¿Viejo yo?


    (Yendo hacia él.)
    DON CARLOS.
    Don Martín, más sangre fría.

    (Vase.)
    DON MARTÍN.

    (Hace que le quiere seguir y las dos le detienen.)
    Si tengo aquí las pistolas
    le hago los sesos ceniza.
    DOÑA PACA.
    No siga usted a ese pícaro.
    DON CARLOS.

    (Volviendo atrás.)
    ¿Quién pícaro me decía?

    (DOÑA PACA y LUISA. Gritan y se aturden.)
    DON MARTÍN.
    (¡Oh, quién se volviera sastre!
    pero no.) Yo, Barandilla.
    DON CARLOS.
    Bien; y usted, sin duda, sabe
    que el manchado honor se limpia
    con la sangre del contrario.
    DON MARTÍN.

    (Turbado.)
    Yo... dadas... tengo... infinitas
    pruebas; mi espada...
    DON CARLOS.
    Es terrible.

    Mas no es tan mala la mía
    que no se cruce con ella;
    y no espere usted transija.
    DON MARTÍN.
    Sálgase usted de mi casa.
    (Estas mujeres no pían.)
    Al momento salga usted;
    mire usted que si me irrita
    tiro los treinta dineros.
    DON CARLOS.
    Tire usted hasta la camisa;
    venga usted conmigo fuera.
    DON MARTÍN.
    Allá voy (hembras malditas):
    voy arriba, aguarde usted.
    LUISA.
    ¡Ay! No, por Dios, prenda mía.

    (DON MARTÍN hace esfuerzos como para desprenderse.)
    No, don Martín, de mi alma;
    no, don Martín, de mi vida.
    DOÑA PACA.
    Amante infeliz, detenlo:
    ¿adónde vais, homicidas?
    LUISA.
    De aquí no pasas, Martín,
    sin que pises a tu Luisa.

    (Abrazando las rodillas de DON MARTÍN.)
    DOÑA PACA.
    Que la matáis, inhumanos.
    ¡Criados, criados! Hija,
    no lo sueltes. ¡Ay! Don Carlos,
    huya usted de nuestra vista.
    DON CARLOS.
    Sí, me voy; pero hasta luego,
    que cumplirá usted una cita.
    DON MARTÍN.
    No puedo salir de casa...
    porque... no he oído misa.


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 06:01

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA QUINTA

    DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN.

    LUISA.
    ¡Ay!, ya se fue.

    (Muy agitada.)
    DOÑA PACA.
    ¡Qué maldito!

    LUISA.
    Hombre de entrañas dañinas.
    DON MARTÍN.
    ¿Se fue? Le metí el resuello:
    sepa quién es Barandilla.

    (Las dos se sientan para descansar: DON MARTÍN se pasea muy agitado.)
    ¡Hola! ¡Hola! ¿Indisponernos?
    Yo no ando con chiquitas;
    y si no se va, lo mato.
    LUISA.
    Mamá, cómo me palpitan
    las alas del corazón.
    DOÑA PACA.
    A mí también, hija mía;
    no es el caso para menos,
    ¡Jesús, cómo me palpita!
    Don Carlos tiene la culpa
    de estas y otras desdichas,
    luego este don Martinito
    al punto se encoleriza;
    ¿qué había de suceder?
    LUISA.
    Y nosotras dos las víctimas.
    DON MARTÍN.

    (Más calmado, llegando a ellas.)
    Oigan ustedes, ¿he dicho
    alguna cosa ofensiva
    a ese hombre?, pues no quiero
    que de mí nunca se diga
    que fiado de mi destreza
    insulto, hablo sin medida,
    o soy ligero en acciones;
    eso no, y satisfarían
    a don Carlos mis palabras
    si tal fuese.
    LUISA.
    Mamá mía.

    ¿No es verdad que no le ha dicho
    ni una palabra ofensiva?
    DON MARTÍN.
    No acredite usted con nadie;
    me basta que usted lo diga.
    ¿Y él ofendió a ustedes dos?
    ¿Me dijo alguna invectiva?
    Porque es mordaz como un diablo.
    DOÑA PACA.
    Es lo mismo que una víbora.
    DON MARTÍN.
    Si la dijo, le perdono,
    sí, porque yo a sangre fría
    soy indulgente con todos,
    tengo el alma compasiva,
    y... ¿qué me dijo, señora,
    como usted dice, esa víbora?
    DOÑA PACA.
    Nada, nada, don Martín;
    ya pasó. Dios le bendiga
    y lo aparte de nosotros,
    que es cuanto se necesita.
    ¡Ay!, si vive mi pariente,
    y está presente a la riña,
    con los dientes lo deshace.
    De tu padre hablo, hija mía;
    él evitara el trabajo
    de que usted fuera a la cita.
    ¡Picaronazo! ¡inhumano!
    que intenta quitar tres vidas.
    DON MARTÍN.
    (Ya no hay duda, mis orejas
    bien entendido lo habían.
    Me desafió, me mata.)
    ¿Oyó usted que él dijo cita?
    DOÑA PACA.
    ¡Ay, sí, lo oí!
    LUISA.
    Yo también.

    DON MARTÍN.
    Ya a mí me lo parecía.
    DOÑA PACA.
    Aquí somos tres testigos
    que probárselo podrían;
    voy a ponerme la capa
    y a avisar a la justicia.
    DON MARTÍN.
    Doña Paca, esté usted quieta;
    ¿no ve usted que se diría
    que soy cobarde? (Y aquí,
    donde ya se lo malician.)
    Señora, el noble se bate,
    gana honor o da la vida.
    (Bien sabe Dios que esta máxima
    no es de mi gusto ni es mía.)
    DOÑA PACA.
    A pesar de eso reviento
    por llamar a la justicia.
    LUISA.
    Dejarlo, madre; no quiere:
    lo dije, somos las víctimas,
    y hemos de morir los tres
    por ley de caballería.
    DOÑA PACA.
    ¡Ley bárbara!
    LUISA.
    ¡Ley terrible!

    DON MARTÍN.
    Me voy a sentar, amigas.

    (Muy apesadumbrado.)


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 06:04

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA SEXTA

    DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN, EUGENIO.



    A la puerta. Todos muy tristes y silenciosos. DON MARTÍN da un suspiro.

    DON MARTÍN.
    (¡Ay, Dios, qué será de mí!)
    EUGENIO.
    Allí está: maldito viejo.
    ¿Entro? No; ¿qué haré?, entraré...
    Siempre con Luisa: me vuelvo:
    no; ya me ha visto.
    DON MARTÍN.
    ¿Qué haces,

    hecho ahí un estafermo?
    Entra o vete, que pareces
    una fantasma.
    EUGENIO.
    Ya entro,


    (Al decir esto tropieza; va a caer encima de DON MARTÍN.)
    DON MARTÍN.
    ¿Qué es esto? ¿Tú a mí te atreves?

    (Con enojo.)
    Insolente, que me has hecho
    agua un pie de un pisotón,
    y tú lo has hecho queriendo.
    EUGENIO.
    Yo, no señor; y yo... qué
    culpa tengo, si tropiezo.
    DOÑA PACA.
    ¡Este señor don Martín,
    como es tan vivo de genio...!
    No se altere usted por Dios,
    que puede ser muy funesto
    para su salud. ¡Dios mío!
    estoy temblando de miedo.
    LUISA.
    ¡Ay!, yo estoy tan asustada,
    tengo un ataque de nervios.
    ¡Ay, Dios!, su tío de usted
    se va a matar, don Eugenio.
    DON MARTÍN.
    ¡Ay!
    EUGENIO.
    ¿A matar? ¿Y por qué?

    ¿Y está a matarse resuelto?
    ¿Le han cogido ustedes armas?
    ¿Ha dispuesto algún veneno?
    ¿Por qué se va usted a matar,
    a suicidarse?
    DOÑA PACA.
    No es eso.

    EUGENIO.
    Yo llamaré a los criados
    que lo impidan.
    LUISA.
    Si no es eso.

    EUGENIO.
    Sí, señor, que le registren
    por si lleva algún veneno
    o pistola en el bolsillo.
    DOÑA PACA.
    Por Dios, señor don Eugenio,
    que no es eso.
    EUGENIO.
    ¿Pues qué es?

    LUISA.
    Que le han armado un tropiezo;
    que quieren asesinarle.
    DON MARTÍN.
    Y mucho que me recelo
    (¡Ay, Dios!) que para lograrlo
    busque algunos compañeros
    que le ayuden.
    EUGENIO.
    ¡Santo Dios!

    ¿Quién es?... El nombre al momento
    del que le quiere matar
    digan ustedes, que vuelo
    a dar parte a la justicia;
    iré al corregidor mesmo,
    al ministro, a algún alcalde.

    (Tiene el sombrero en la mano izquierda.)
    ¿Adónde he puesto el sombrero?
    Ya se perdió: ya está aquí:

    (Se pone el sombrero de DON MARTÍN, que se le mete hasta las narices.)
    no es éste; vaya, lo tengo
    en la mano.
    DON MARTÍN.
    ¡Ay!
    LUISA.
    Don Martín,

    usted va a ponerse enfermo
    si no se sosiega usted.
    DOÑA PACA.
    ¡Ay, qué color se le ha puesto!
    DON MARTÍN.
    Déjenme ustedes; estoy
    que ni aun sufrirme a mí puedo;

    (Con enfado.)
    estoy temblando de cólera.
    (En qué demonio de enredo

    (Muy afligido.)
    he ido a meterme...) Mi hermano
    el de Córdoba se ha muerto:
    ¡a mí todo se me junta!...
    EUGENIO.
    Voy a dar parte.

    (Vase muy precipitado.)
    DON MARTÍN.
    ¡No hay medio!...


    (Aparte entre dientes.)
    ¡Una cita!
    DOÑA PACA.
    ¿Manda usted?


    (Con dulzura.)
    DON MARTÍN.
    A usted no le importa un bledo.
    LUISA.
    No se enfade usted por Dios:
    sosiegue usted ese genio.
    DON MARTÍN.
    Sí, Luisita, usted perdone.

    (A DOÑA PACA.)
    (Maldita seas, que me has puesto
    en este trance terrible.)
    LUISA.
    (De risa casi reviento.)
    ¡Ay!, usted ya no me quiere;
    me mata usted con su ceño.
    (Haré que lloro y la risa
    cubriré con el pañuelo.)
    DOÑA PACA.

    (A LUISA.)
    (Mira, Luisa, te pellizco
    si sales ahora riendo.)
    Don Martín, ¡ay!, mi difunto
    había de vivir, que presto
    le daría el pago a ese tuno;
    pues sí, que bonito genio
    tenía el niño; era otro usted
    para quimeras.
    DON MARTÍN.
    No temo

    al tal don Carlitos yo;
    pero si lleva un sujeto
    que llaman El turco (¡ay!)
    de padrino, entonces ciertos
    son los toros. (¡Ay Dios mío!
    ¡Qué laberinto! ¡Qué enredo!)
    LUISA.
    ¡Qué nombre! ¿Oye usted? ¡El turco!

    (A su madre.)
    DON MARTÍN.
    Es hombre que lleva muertos
    más de siete en desafío.
    (Sin duda, mañana muero.
    ¡Locura como la mía...!)


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 12 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 06:05

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA SÉPTIMA

    DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN, EUGENIO. (Entra atropelladamente.)

    EUGENIO.
    ¿Cómo se llama? Que vuelvo
    desde la calle Mayor
    sudando y falto de aliento.


    (DON MARTÍN se levanta muy azorado.)

    DON MARTÍN.
    ¿Quién?, ¿le has hallado?, ¿te ha dicho
    que me aguarda ya en el puesto?
    EUGENIO.

    (Sorprendido.)
    ¿Pues cómo?, ¿qué ocurre?, ¿acaso
    hay otro negocio nuevo?
    DON MARTÍN.
    ¿Y te ha dicho con qué armas?,
    porque todavía no tengo
    mi testigo.
    EUGENIO.
    ¿Pues testigos

    estas señoras no fueron?
    ¿Las armas?, será un cuchillo.
    DON MARTÍN.
    Yo no sé, nunca te entiendo
    ¿un cuchillo?
    LUISA.
    ¿Pero qué

    quiere usted decir, Eugenio?
    DON MARTÍN.
    Eso es lo que yo digo;
    tú siempre habrás de ser necio.
    DOÑA PACA.
    ¿Pero qué? Explíquese usted
    porque yo a fe que no entiendo
    nada.
    EUGENIO.
    Ese hombre.
    DON MARTÍN.
    ¿Qué hombre?

    EUGENIO.
    Ese que ustedes dijeron.
    LUISA.
    ¿Y quién dijimos nosotras?
    EUGENIO.
    Ese, que ya no me acuerdo,
    El que quiere asesinar...
    DON MARTÍN.
    Y bien, sigue.
    DOÑA PACA.
    ¡Qué tormento!

    EUGENIO.
    Ese.
    DON MARTÍN.
    ¿Pero quién es ése?

    EUGENIO.
    Que cómo se llama quiero
    saber sólo.
    DON MARTÍN.
    Y ¿qué te importa

    a ti?
    EUGENIO.
    Toma, yo me entiendo.

    DON MARTÍN.
    ¡Te quitas, o vive Dios!...
    (Pues no me asustó el zopenco...
    EUGENIO.
    Pero yo...
    DON MARTÍN.

    (Con enojo.)
    Vete al instante.

    EUGENIO.
    ¿Pero yo qué culpa tengo?
    Por hacer a usted un favor...
    DON MARTÍN.
    Vete, si no ¡juro al cielo!...
    LUISA.
    ¡Don Martín!
    DOÑA PACA.
    Déjelo usted.

    DON MARTÍN.
    Pues que se vaya al momento.
    EUGENIO.
    La culpa la tengo yo
    (Ojalá te maten luego,
    tanto mejor para mí.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 06:06

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA OCTAVA



    DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN, EUGENIO, AMBROSIO.

    AMBROSIO.
    Ha llegado un caballero
    que pregunta por usted.
    DON MARTÍN.
    Visita más poco a tiempo
    no llegó nunca.
    AMBROSIO.
    Y me ha dicho

    que quiere entrar al momento.
    DON MARTÍN.
    ¡Ay! ¿Qué será?
    LUISA.
    ¿Y usted sólo

    va a quedarse aquí, y expuesto
    a que lo mate aquí mismo?
    No señor; no, yo me quedo
    con usted.
    DOÑA PACA.
    Nosotras, sí,

    sobre usted vigilaremos;
    no es cosa que usted se exponga.
    DON MARTÍN.
    Ese será el mensajero
    de don Carlos: ¿di, qué facha?...
    LUISA.
    Debe ser un hombre feo.
    AMBROSIO.
    Tiene un chirlo que le coge
    de la frente hasta el pescuezo,
    de parte a parte.

    (Señala.)
    DON MARTÍN.
    Es el turco:

    pues señor, negocio hecho.

    (A las señoras.)
    Si ustedes me dejan sólo
    lo estimaré.
    DOÑA PACA.
    ¿En tanto riesgo?

    DON MARTÍN.
    Creo no corra ninguno,
    por este momento al menos.
    DOÑA PACA.
    ¡Ay Jesús! Yo voy temblando.
    LUISA.
    ¡Con cuánta pena le dejo!

    (Vanse.)
    DON MARTÍN.
    Tú, Ambrosio, estate a la mira.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 06:09

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA NOVENA

    DON MARTÍN, EL CORONEL.



    (Entra.)

    CORONEL.
    ¿Dí, te parece a ti bueno
    que haya de hacer antesala
    quien después de tanto tiempo
    que no te ha visto aún se acuerda
    de ti? ¿Díme majadero?
    DON MARTÍN.
    (Majadero me llamó.)
    No tengo el honor..., no acierto...

    (Sorprendido.)
    (¡Cáspita, el tono que trae!)
    CORONEL.
    Tú siempre fuiste algo lerdo;
    no es extraño que no aciertes;
    repárame bien, camueso.
    DON MARTÍN.
    (Este hombre sólo ha venido
    a decirme vituperios.
    ¡Y qué facha tan terrible!)
    Señor, de veras no acierto
    quien sea usted, no hago memoria...
    CORONEL.
    Yo soy un hombre.
    DON MARTÍN.
    Lo creo.


    (Con respeto.)
    CORONEL.
    Mas no te asuste, Martín.
    ¿Has olvidado a Renzuelo,
    coronel de infantería...?
    DON MARTÍN.

    (Abrazándole.)
    ¿Y eres tú?, ¿qué, no te has muerto?
    (¡Si supiera doña Paca!...)
    Me vuelves el alma al cuerpo.
    ¿Conque vives?
    CORONEL.
    ¿No me ves?

    DON MARTÍN.
    ¡Jesús, Jesús, me dijeron
    que te habían visto morir!
    Mira, Juan...
    CORONEL.
    Pues te mintieron.

    Hombre, tú no has cambiado;
    sólo estás algo más viejo.
    ¿Ya tendrás sesenta años?
    DON MARTÍN.
    Sí, sesenta; ve añadiendo:
    sí, sesenta.
    CORONEL.
    Estoy seguro

    de que no son muchos menos.
    DON MARTÍN.
    Ya se ve, un millón de años
    no me faltan para hacerlos.
    Yo no sé cómo tú cuentas
    los años; pero dejemos
    esto, que no viene al caso.
    ¿Y has llegado ha mucho tiempo?
    CORONEL.
    He llegado anteayer,
    y me he venido derecho
    a verte cuando he sabido
    tu habitación.
    DON MARTÍN.
    Estoy cierto

    que no te ha costado mucho
    encontrarla, y que al primero
    que preguntaste por mí
    te dio razón al momento.
    Todo Madrid me conoce.
    CORONEL.
    Y hasta también añadieron
    que tratabas de casarte,
    lo que me dejó suspenso
    y me extrañó en gran manera,
    porque tú...
    DON MARTÍN.
    Que soy ya viejo

    quieres decir.
    CORONEL.
    Y además

    tienes partidas de perro
    con las prójimas, Martín;
    tarde te vino el deseo;
    buen gancho será la niña.
    DON MARTÍN.
    (Hablara con más respeto
    si supiera que es su hija.)
    Pero hombre, díme, Renzuelo,
    ¿tu familia no la has visto?
    CORONEL.
    ¿Y sabes si yo la tengo
    para hacerme esa pregunta,
    Barandilla?
    DON MARTÍN.
    (Pone ceño.

    Ya me dijo doña Paca.)
    ¿Dí, tus parientes han muerto?
    CORONEL.
    ¿Ignoras, Martín, que sólo
    tenía un tío muy viejo,
    que murió en Valladolid
    hará dos años y medio,
    y mi primo, el que mataron
    en un desafío?
    DON MARTÍN.
    (¡Cielos!)

    ¿En un desafío? (A mí
    me va a suceder lo mesmo.)
    ¿En un desafío?
    CORONEL.
    Sí;

    ¿qué hay de extraordinario en eso?
    Que le mató su contrario
    como él pudo haberle muerto.
    ¿Por qué cambias de color?
    DON MARTÍN.
    ¡Ay, Renzuelo, qué funestos
    son los lances!
    CORONEL.
    ¿Qué te mueve

    a declamar contra ellos
    en este momento?
    DON MARTÍN.
    ¡Ay!

    CORONEL.
    ¿Te ves en algún enredo?
    Tú suspiras: habla, acaso
    te sacaré del aprieto.
    DON MARTÍN.
    Ya me lo pensaba yo
    que tú venías del cielo
    para salvarme.
    CORONEL.
    Pues vamos.

    ¿Qué es, y cuál el remedio
    que te pueda convenir?
    DON MARTÍN.
    Hombre, qué quieres, un duelo
    que me he visto precisado...
    CORONEL.
    Punto de honor; pues me ofrezco
    a servirte de padrino.
    DON MARTÍN.
    ¿Y a cortarlo, dí? ¿No es eso
    lo que intentas?
    CORONEL.
    No, al contrario;

    cuando yo en lances me meto
    no es por chanza; el lance que
    yo apadrine ha de ser serio.
    DON MARTÍN.
    ¡Pero hombre!...
    CORONEL.
    Y yo supongo

    que no me dejarás feo.
    DON MARTÍN.

    (Con mucha pena.)
    ¡Con que no hay sino batirse!
    (¿Por qué le habré descubierto?...)
    Yo anduve descabellado;
    le provoqué, te confieso.
    no tendré dificultad
    en confesarle mi yerro,
    yo tengo buen corazón.
    (¡Si lograra convencerlo!)
    CORONEL.
    Tanto peor: yo creí
    que tú nada le habías hecho;
    que él era el provocativo;
    y hasta juzgué que en efecto
    el lance podría cortarse;
    pero así no veo remedio.
    DON MARTÍN.
    Es que no sucedió así
    conforme yo te lo cuento:
    corno estoy acalorado
    todo lo trabuco y trueco...
    ¿Y crees tú que él me daría
    por intercesión y ruegos
    la satisfacción que dices?
    Y si está en sus trece terco
    y no la quisiera dar,
    ¿tú le forzarás a ello?
    CORONEL.
    ¿Yo por qué? A ti te toca
    tomarla con el acero.
    ¿Qué se dijera en Madrid
    si notaran algún miedo
    en don Martín Barandilla,
    que justamente es el cuento
    de bailes y de tertulias,
    de cafés y de paseos,
    de damas y de galanes,
    de la alta clase y del pueblo?
    Barandilla, Barandilla,
    es menester más aliento,
    es preciso en este lance
    o matar o quedar muerto.
    Tú ya sabes que lo digo
    por lo mucho que te quiero.
    DON MARTÍN.
    (Raro cariño, en verdad.)
    Renzuelo, te lo agradezco.
    (Eché a perder el asunto
    con decírselo.)
    CORONEL.
    ¿Qué rezo

    murmuras ahí entre dientes?
    DON MARTÍN.
    No es nada..., no..., que me acuerdo
    de tu primo.
    CORONEL.
    ¿De mi primo?

    ¡Vaya un recuerdo que ahora
    te ha venido a la cabeza!
    ¿Y tú por mi primo lloras,
    que nunca le conociste?
    DON MARTÍN.
    Su muerte fue escandalosa;.
    la supo todo Madrid.
    ¡Ay!
    CORONEL.
    Martín, mucho te azoras:

    tú has perdido la sesera.
    DON MARTÍN.
    ¡Ay, tu primo! ¡Fuera cosa
    de ver que me sucediera
    lo que a tu primo!
    CORONEL.
    ¿Y qué importa?

    si así sigues, es de fijo
    que puedes comprar la losa.
    Pero tú que siempre fuiste
    pacífico por tu propia
    naturaleza, ¿a qué santo
    fuiste a enredar camorra?
    ¿Cómo pudiste salir
    de tus casillas?
    DON MARTÍN.
    La cólera

    más poco a tiempo tenida
    con un hombre de pachorra,
    que es capaz de provocar
    a los santos con su sorna:
    ¡bien lo siento!
    CORONEL.
    ¿Y qué motivo

    le diste?
    DON MARTÍN.
    (Tu hija sola

    tuvo la culpa del lance.)
    ¿Qué quieres? Un hombre posma
    que siempre me anda buscando.
    CORONEL.
    ¿Y por qué te busca?
    DON MARTÍN.
    Toma,

    por envidia, porque ve
    el mérito que me adorna;
    que soy hombre conocido
    de los monarcas de Europa;
    que cuantas mujeres veo
    me persiguen y me adoran;
    y que tengo de mis viajes
    para imprimir una obra
    de ciento y un mil renglones,
    y que estoy poniendo notas
    al Quijote.
    CORONEL.
    Tú desbarras.

    DON MARTÍN.
    ¿Te creías que era cosa
    de mil o dos mil renglones?
    Ciento y un mil sin las notas,
    sin tres mil recetas químicas,
    y en cada nota una copla.
    CORONEL.
    ¿A qué?
    DON MARTÍN.
    Las que más se cantan

    en las provincias de Europa;
    las de Arabia, las del Rin,
    las de Egipto y Caledonia,
    pero al Quijote, al Quijote,
    ¡qué erudición!, ¡cuánta copia!
    Y le enmiendo algunas faltas,
    aunque en verdad tiene pocas.
    CORONEL.
    (¡Sol de la literatura!
    ¿Por qué mancharán tus hojas?)
    Dí, ¿se imprimirá?
    DON MARTÍN.
    No sé;

    si todo me lo trastorna
    este desafío. ¡Ay, Dios!
    CORONEL.
    Pues hombre, tómalo a broma.
    DON MARTÍN.
    ¡Broma en llegando a este punto!
    ¡Ay! Me entra una zozobra,
    un no sé qué, una inquietud...
    CORONEL.
    No tienes mala carcoma;
    miedo, Martín.
    DON MARTÍN.
    ¡Ay! ¡Tu primo!

    Mira, si tiemblo es de cólera.
    CORONEL.
    Los síntomas son de miedo.
    DON MARTÍN.
    Es furor.
    CORONEL.
    Martín, perdona.

    DON MARTÍN.
    No hay de qué.
    CORONEL.
    Para saciarte

    ¿qué has elegido, pistola?
    DON MARTÍN.
    A no ser corto de vista,
    lo que es el valor me sobra.
    CORONEL.
    Con eso os pondréis más cerca;
    acertar es lo que importa;
    todo es matar o morir;
    lo siento por si te toca
    la china.
    DON MARTÍN.
    ¡Renzuelo mío!


    (Abrazando al CORONEL.)
    CORONEL.
    Quita allá, que me sofocas.


    _________________
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