BLANCA DE LOS RÍOS NOSTENCH (1862-1956)

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS




(cont.)
LA NOCHE.



Tú, siglo, que naciste en la penumbra,.
¿Ignoras si esa luz que te ilumina,
Esa luz que se mezcla con tu sombra,
Es el sol del pasado que declina
O el sol del porvenir que ya te alumbra?

Y ante esa duda mi razón se asombra;
Mi pensamiento, ciego y deslumbrado,
Duda del universo y de sí mismo,
Y, temblando en el borde del abismo,
Quisiera con la fuerza de un conjuro
Resucitar la sombra del pasado
Y evocar el fantasma del futuro.

Quisiera que sentándose en la tumba,
Entreabriera el pasado los jirones
De su sangrienta y pútrida mortaja,
Y me mostrara el entreabierto seno
Do el torrente del mundo se derrumba,
Do ruedan confundidas las naciones,
Donde, rama por rama, se desgaja
El árbol de la vida sobre el cieno.

Y rompiendo las leyes del destino,
Subir quisiera hasta ignorada altura,
Y al astro sorprender, que aún no fulgura;
Descubrir del abismo en lo profundo
El misterioso y lóbrego camino
Por donde llega el porvenir al mundo.

Pero ¿a dónde me arrastra mi locura?
... ¡Quiero saber cuanto el abismo encierra,
Cuanto esconde en su fondo el Océano,
Cuanto guarda el azul del firmamento!...
¡Todo el que oculta y rige es un tirano,
Que está conmigo y mi razón en guerra!...

¡Miserable razón, loco ardimiento!...
¡El pasado... el secreto de la tierra!...
¡El futuro... de Dios el pensamiento!...

¿Y quieres tú leer, demente y ciega,
Lo que el dedo de Dios jamás ha escrito,
¡Su pensamiento, impenetrable lumbre!
Si no puedes del alto de la cumbre
Ver el espacio inmenso, no infinito,
Por donde el globo, tu prisión, navega?...

¡Y entonces... desde el alto de los cielos,
Rodaba mi razón, ángel caído,
Cual águila caudal que el vuelo abate!...
Y al borde de la fuente del olvido,
Cual gladiador vencido en el combate,
Anhelaba apurarla gota a gota,
Intentando borrar, en su demencia,
Su propio pensamiento, su existencia...
Para borrar con ella su derrota.
¡Mas inútil locura, vano empeño
De la humana impotencia!
Cuanto más los persigue la impaciencia,
Se alejan más el sueño y el olvido.
¡En vano, oh Dios, mi espíritu rendido
Llamó en su ayuda al fugitivo sueño!
Como al poder siniestro de un conjuro
La tierra, tumba inmensa, se entreabría,
Turbando de la noche el aire puro
Y de esqueletos el tropel surgía...

Y el fantasma espectral, la informe duda,
Vertiendo en su mirada el desconsuelo.
Mostraba al triste pensamiento mió
La materia ruin, sucia y desnuda,
Como esqueleto descarnado y frío,
Cuyo cráneo vacío
Era la inmóvil bóveda del cielo.

Y en vano, como el náufrago que lucha
Buscando ansioso la anhelada tabla,
Mientras rugir la tempestad escucha,
Buscaba yo una luz en lo pasado,
Imploraba un consuelo a mi memoria...

(cont.)

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS




(cont.)
LA NOCHE


Que el fantasma cruel, entre la escoria,
Mostrábame un sepulcro abandonado...
—¿Qué debes a ese Dios?—su voz siniestra
Dentro de mí gritaba.
— ¡No es Dios, no es Dios—clamaba—
El que siembra la muerte con su diestra!...

Y mi espíritu herido
Y emponzoñado por el monstruo insano,
Exclamaba:—Si Dios no es un tirano,
¿Por qué, madre y amor, os he perdido?—
Y... ¡todo ajeno a mi dolor seguía!...
Dios no lanzaba rayos ni centellas;
¡Ni siquiera temblaban las estrellas
Ante el horror de mi blasfemia impía!...

Bajé la vista, silenciosa y triste;
La torre de la iglesia descollaba...
También la sombra de la fe callaba...
¿A dónde está tu voz? Tú, que me diste,
Para llegar a ti, libre albedrío,
¿No respondes ¡oh Dios!... Lento y sonoro
El bronce resonó como un lamento,
Y heló mis venas del terror el frió...

—¡Perdón!—gemí.—Señor, te oigo y te adoro;
¡Mas temo tu justicia!...—En tal momento,
Brillante exhalación, del firmamento
Cayó, como una lágrima de oro.

Sobrecogida de sublime espanto,
Sobre la esfera transparente y bella
Vi temblar, tras las olas de mi llanto,
Una palabra tuya en cada estrella..
Palabras de los cielos que venían
Llenas de dulce fe, de eterna calma ;
Palabras ¡ay! de luz que difundían
La gloria del Señor dentro del alma.

Ante esa luz, purísimo destello
De la antorcha que Dios lleva en su mano,
Cual si el ángel rompiera el postrer sello,
Despareció a mis pies todo lo humano...

La sombra de mi amor, que el pensamiento
Cual imposible sueño perseguía,
Como un ángel de luz se engrandecía
Sobre el sereno azul del firmamento,
Como un ángel de luz que sacudía
De sus alas el polvo de la tierra.

Forma divina, cuyo etéreo velo
De las estrellas a la luz flotaba...
La sombra de mi madre resbalaba
Sobre el azul purísimo del cielo...

No más... no más dudar; yo seré fuerte.
¿Qué son, Señor, las sombras de la muerte,
Cuando brilla la fe dentro del alma?

¡Madre del corazón, tú que encendiste
Esta antorcha que alumbra mi camino,
Si bendigo tu muerte y mi destino
Los bendice la fe que tú me diste!

Lejos, lejos de mí la duda impía
Y la negra blasfemia, que me espanta.'
Tú me abriste la gloria, en raudo vuelo,
¡Y cuando de seguirte llegue el dia...
Será tu tumba, venerada y santa,
La piedra del Tabor, donde mi planta
Se apoyará para subir al cielo!

Sevilla, Agosto del 79.

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DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS


MADRIGALES.
TU NOMBRE.

I.
Soñé contigo en dulce desvarío,
Y despierta a los rayos matinales,
Escribí con el dedo en los cristales
Tu nombre sobre gotas de rocío;
Y al desgarrar el congelado velo
A la lumbre del sol, vi, cielo mió,
Que era tu nombre azul el mismo cielo.


TÚ Y YO.

II.
Yo soy la pobre flor que en el estío
Sobre el ardiente polvo se consume:
Sé tú la blanca perla de rocío,
Y yo te daré en cambio mi perfume.
Si es mar de llanto la existencia mía,
Tú eres rayo de sol; mírate en ella,
Y en tanto que amanece eterno día,
Si yo la noche soy, sé tú mi estrella.

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MADRIGALES



MISTERIOS

III
Quisiera ver la gruta diamantina
A donde oculta el rayo y las centellas
El ángel que recoge las estrellas
Cuando el sol los espacios ilumina.
Y preguntar al alba sonrosada
Dónde guarda las perlas del rocío,
Y saber mientras duermes, ángel mió,
Dónde flota la luz de tu mirada.




IV.
Pasó de la tormenta el aquilón...
Ya te arrojé de mí, ya soy más fuerte
Que el mismo amor y que la misma muerte
Ya estoy junto al volcán, y no me abraso...
Mas por verter la esencia estrellé el vaso.
¡Por olvidarte he roto el corazón!

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DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS



RIMAS

I
Todo respira amor: la mariposa
Se sacia de perfumes y de luz;
Ebrios de aromas los insectos vuelan
Vacilantes, temblando en el azul.
Las ramas de los árboles se besan...
¡Qué más himno, Señor, que el mes de Abril!
¡Hasta en la charca resplandece el cielo,
Y hasta en el fango inmundo ama el reptil!
Cuando los cielos y la tierra brillan
Rebosando de músicas y amor,
Siento un dolor tan grande como el mundo:
¡Tengo celos de toda la creación!

Abril, 1880


II.
Hay un breve momento en la vida,
Que no es vida, ni sombra, ni luz;
Es penumbra de sueño y de aurora,
De rumores, de niebla y azul.
Breve instante en que el alma rebulle,
Sacudiendo del sueño el sopor;
Tras el párpado inmóvil despiertas
Las pupilas traslucen el sol.
Y al sentirlo, de lejos, el alma
Quiere al sueño tornar otra vez...
¿Qué es un día?... ¡la piedra de Sísifo,
La esperanza que vuelve a caer!
De la eterna cadena de sombras
Cada sol es anillo fatal
Que divide y anuda dos sueños.
¿Qué es dormir? ¿dónde está la verdad?...

Abril, 1880

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RIMAS


III

Cuando baja de los cielos
La luz que inunda al poeta;
Cuando la savia del mundo
Se precipita en sus venas;
Cuando ruedan por su mente
Como soles las ideas;
Cuando en éter impalpable
Vuela a Dios su alma deshecha,
Y en Dios palpita, en Dios vive,
Con Dios siente y con Dios crea;
Venid de un montón de siervos
A ofrecerle la diadema;
Venid a ofrecerle un trono
Cuando entre soles se asienta,
Y a precio de todo el oro
Que engendró el seno de América,
Pedidle de un pensamiento
La no desprendida perla;
Pedidle en su concha-madre
La informe y brillante idea;
Mas no forjadas con oro,
Que él en su orgullo desprecia,
Traedle coronas tejidas
Con el laurel que Dios riega
Con lágrimas de los cielos
Para triunfos del poeta;
Traedle esclava de su genio
La misma gloria que anhela;
Y en tanto que de los cielos
El hilo místico penda
Con que engarza Dios los soles
Con el alma del poeta;
Mientras que flote su espíritu’
Del infinito en la esfera;
Mientras la esencia del genio
Libe en cálices de estrellas;
Ni el mismo sol de la gloria
Su inspiración le compensa;
Que entre Dios y el pensamiento
Entre el cáliz y la esencia,
No cabe el reptil, envidia,
Que el lauro humano envenena;
Ni tiene voces la gloria,
Ni ecos repite la tierra
Cual las músicas recónditas
Que al pensamiento despiertan,
Ni hay auroras en los cielos
Cual la aurora de una idea.

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RIMAS



IV.
Realidad, terrible azote
Del alma que mundos crea
De ese eterno Don Quijote
Que sueña su Dulcinea.
Soñar... ¡donosa locura!
¡Soñar que un ángel se encierra
En la pobre vestidura
Que ha de podrirse en la tierra!
Despertemos... —¿Qué es la vida?
—Festín de cuervos hambrientos.
—¿Y el alma?—Hambrienta rendida
Que devora sentimientos.
—¿Y el cielo?... —El espacio... nada.
—¿Y Dios?—El vano anhelar
De la humanidad cansada.—
¡Quiero volver a soñar!


V
Yo he visto un ángel pálido de inmaterial belleza
Que sobre el arpa de oro doblaba la cabeza,
Como azucena mustia de viva nitidez;
Apenas si escuchaba la voz de los querubes,
Dejando, imperturbable, rodar astros y nubes,
Cual desmayado en medio de tanta esplendidez.

Las lánguidas guedejas de sus cabellos de oro,
De donde el sol naciente tomaba su tesoro,
Mezclábanse a las cuerdas del arpa celestial,
Y, a veces, conmovidas por invisible viento,
De aquel beso de rayos formábase un lamento
Más dulce que el suspiro del aura matinal.

¡Señor! dije a un Arcángel de faz resplandeciente,
¿Por qué su rostro inclina? ¿Por qué dobla la frente?
Acaso es ese Ángel el Ángel del dolor?
Parece aún tiempo mismo la gloria y la agonía!—
Nublóse del Arcángel la faz hecha del día,
Y en voz que era un sollozo me dijo:—¡Es el amor!

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RIMAS



VI.
Parad un punto la mortal carrera,
Que me despeña del abismo al fondo.
¡Parad por compasión, horas impías,
Que voy dejando el alma en los abrojos!
No os escapéis así de entre mis manos,
Momentos de la vida, que ambiciono...
No te apagues, antorcha vacilante...
Olas del mar, no me arrastréis tan pronto...
¡Que aún tengo yo en el alma todo un mundo!
¡No, todo un caos, cuyo fiat ignoró!...



VII.
Sentado en lo más alto de los cielos,
Miraba Dios tras los zafíreos velos,
Como en las ondas de impalpable mar,
Las infinitas fases de los soles
De nácar, de topacio, de arreboles...
Sin término girar

.Espectros de planetas formidables,
Multitudes de estrellas, innombrables
Como plebe de mundos rebullir;
Constelaciones, máscaras etéreas
Y lunas como vírgenes sidéreas
Con nimbo de zafir.

En danzas parabólicas turnaban,
Y en torno de los astros que giraban
Desrollaba la noche su capuz;
Pero, cuando de sombras se cubrían,
Otros astros radiosos que volvían
Les mandaban su luz.
Miradas encendidas, espectrales
Destellos de las fases siderales
Que las nubes velaban en su tul,
Miradas de los astros imponentes,
Que rayaban cual flechas refulgentes
El infinito azul.

Miraba Dios los astros impasibles,
Cuando un Ángel, de faz indefinible,
De un mundo entre las sombras le mostró
Dos amantes que, ausentes, se adoraban
Y una oración y un beso se enviaban...
¡Y Dios se sonrió!

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RIMAS



VIII.
Sobre una mesa de pino
De blancos lienzos cubierta,
Lecho y altar, más bien trono,
Del alba en la primavera;
Sobre montones de rosas,
Que su palidez aumentan;
De leves gasas ceñida,
Que al sol naciente blanquean;
Como el ángel en la nube,
Como en la concha la perla,
Dormida como en su lecho,
Vestida como de fiesta,
Yace una niña, tan pura,
Cual de luna y sueños hecha.
Como el astro de la noche
Transparente, blanca, y muerta,.
Que algo del azul del cielo
Tras su nitidez refleja,
Perdió el color de la sangre,
Savia que torna a la arteria,
Trocó su carmín de rosa
Por la palidez de estrella.
Blanco espectro, en la penumbra
De los cielos y la tierra,
Tiene del sueño del niño
La inmaculada pureza,
La ondulación de la nube,
La rigidez de la piedra,
Lo escultural de lo inerte,
Lo sideral de la niebla,
La majestad del cadáver,
La atracción de la belleza.
Transfiguración y muerte,
Luz que fue, sombra que llega,
Crepúsculo de una vida,
Difusión de luz etérea,
Reflejos de un sol ya oculto,
Reverberación suprema,
Sublime y postrer esfuerzo
Del alma y de la materia
Que aún no han roto el postrer nudo
De la invisible cadena.
La nube que en los espacios
Desvaneciéndose vuela,
La luz que en cercos espira,
La moribunda cadencia,
Que escalando el infinito
Se escapan de nuestra esfera,
Tienen, allá en lo invisible,
Degradaciones inmensas,
Con que la luz y el sonido
A lo indefinible llegan...

Así entre el cuerpo y el alma
Hay atracciones secretas,
Leves, invisibles hilos
Que unos tras otros se quiebran;
Que en la creación infinita
Todo lo que acaba empieza.
Sólo el afán del espíritu
Pudo hacer la muerte eterna;
Que esta mitad infinita
Que se encarna en la materia,
Quiere para su envoltura
La eternidad que le espera,
Y ansioso de perpetrarla
El genio de la Edad Media,
Sobre el cadáver de polvo
Puso el cadáver de piedra.
¿Qué es el cadáver? El vaso
Sin aroma y sin esencia,
La lámpara sin la llama,
La abierta concha sin perla..
¿Leve estatua de cenizas,
Frente al viento que se acerca,
Frágil espectro de polvo,
Que un soplo de Dios dispersa!...

Sevilla, Noviembre de 1879.

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RIMAS




IX.
¿Qué haré yo, si tú me dejas,
Si mi existencia es tu amor?
¡Si mis versos son abejas,
Es porque tú eres la flor!

Por en medio de la sombra
Voy cargada con mi cruz:
¡Ni aun el Calvario me asombra
Si eres mi rayo de luz!

Tú eres astro inextinguible,
Yo su eterno girasol;
Sin ese fuego invisible
Tiene sombras hasta el sol.

Tú eres el prisma encantado,
La nube de rosa y tul;
¡Sin tu amor está manchado
Hasta el firmamento azul!

Si en mis labios la sonrisa
Sobrenada a tanta hiel,
Es porque el alma sumisa
Bebe en tus ojos la miel.

Golondrina pasajera
Que el vuelo tiendes a Dios,
Si eres tú mi compañera…
Aguarda, iremos las dos.

La vida es péndola inquieta
Del reloj eternidad;
De una cadena sujeta
Se mueve sin voluntad.

¿Qué hará sin ti prisionero
De un mundo mi corazón?...
¡Sin ti el universo entero
Es una inmensa prisión!

¡Si mueres, mi pensamiento
Se alzará como Luzbel,
Rodará del firmamento
De mis sueños el tropel!...

Yo, que siento en mí la duda
Como un titán rebullir,
Sin este amor que me escuda,
¿Qué haré, sino sucumbir?

¿Qué haré yo de tantas horas
Cuando estés lejos de mí?...
¡Noches serán las auroras,
Cuando amanezcan sin ti!...

¿Qué haré yo de tantos días
Disfrazados de arrebol,
Mientras sus ruedas tardías
Arrastre insensible el sol?

¿Qué serán sin ti las rosas
Ni las galas del pensil?
¡Mentiras las mariposas
Y un sarcasmo el mes de Abril!...

¡Sin ti, sola y aterida,
Se secará el alma en flor!...
Mas... ¿quién eres tú?—¡La vida!...
Qué es la vida?—¡Nada!... ¡amor!...

Sevilla, Abril de 1880

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RIMAS




X
Ni vivir puedo en tu ausencia
Ni vivo cuando te veo,
Ni es del mundo este deseo
Que consume mi existencia.
Nieve soy en tu presencia
Y volcán lejos de ti,
Y es que tienes sobre mí
Tal poder, que dudé al verte
Si era el amor o la muerte
Lo que en el alma sentí.

Con tan demente ansiedad
Llegó a ti mi corazón,
Que tomó por ilusión
Hasta la misma verdad...
Cierto que la realidad
Ante ti se desvanece ;
Tu espíritu me parece
Débil llama desprendida,
Que a los bordes de la vida
La eternidad estremece.

¿Cómo vivir en tu ausencia,
Si no merezco el infierno,
Que el deseo es fuego eterno
Y yo mortal existencia?...
¡Si he perdido la conciencia
Del tiempo y de mi razón,
Si es la vida mi prisión!...
¿De qué sirve el albedrío,
Si yo ya no tengo mío
Ni mi propio corazón?

¡Si eres mi eterno ideal;
Si tú tienes en tu mano
Aquel salvaje milano
Que afrontaba el vendaval;
Si aquel águila caudal
Que cuando el trueno rugía
El ala enorme extendía
Retando soberbia al rayo,
Siente a tus pies el desmayo
Precursor de la agonía!

¡Si pienso con tu razón,
Si respiro con tu aliento,
Si el tuyo y mi pensamiento
Fundió en uno la pasión;
Si duda mi corazón
Dónde su huésped anida;
Si dudé en la despedida
Entre quedarme o partir,
Porque no sé definir
Cuál es tu vida o mi vida!...

No más... no más dudar; yo seré fuerte.
¿Qué son, Señor, las sombras de la muerte,
Cuando brilla la fe dentro del alma?

¡Madre del corazón, tú que encendiste
Esta antorcha que alumbra mi camino,
Si bendigo tu muerte y mi destino
Los bendice la fe que tú me diste!

Poesía "mística" de altos vuelos. Gracias, Lluvia.

La verdad es que fue para mí todo un hallazgo.
Gracias, amigo, por ser y estar.

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RIMAS


XI.

¡Ay, ya no puedo más!... Se van cerrando
Las sendas de la vida para mí.
Era poco suplicio el de no verte,
Y ahora no sé de ti!

El espacio, ese foso de la ausencia,
No era bastante abismo entre los dos;
Vertió su ánfora el tiempo y desbordaron
Las horas sin rumor.

¡El tiempo, esa distancia de la vida,
Que es la misma existencia que se va...
La distancia, ese tiempo del espacio...
Terrible dualidad!...

Esas dos sombras forman esta noche
En que perdida y moribunda estoy,
La ausencia impenetrable, donde falta
(Un alma en vez de un sol.

El tiempo y la distancia son las olas
Que forman la insondable eternidad,
La impalpable marea de la sombra
Que sube sin cesar.

Las olas de la sombra, donde nadan
Los monstruos de la duda y el dolor,
Que cual sangrienta presa se disputan
Mi pobre corazón.

La negra incertidumbre, que devora
Las entrañas que vuelven a nacer;
La duda, que a la sangre de la herida
Mezcla ponzoña y hiel.

El olvido, que brinda con su cáliz;
La locura, que alarga su puñal...
¡Los infinitos brazos de la muerte,
Que me quieren ahogar!

¡Triste ocaso de un alma, negra ausencia,
Más negra que la ausencia de la luz!...
¿De qué sirve ese sol que cruza el cielo
Cuando me faltas tú?

BLANCA DE LOS RÍOS

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RIMAS



XII

Ya mi madre dormía
Su postrer sueño,
Símbolo de pureza,
Sagrado sello.
Llevaba yo en mis labios
Su último beso;
Mi vida de la suya
Sólo era un eco.
Yo era el último rayo
De un sol ya muerto;
La estela de un espíritu
Que cruzó el cielo.
Mi vida era suave
Como un reflejo;
Serena cual la lámpara
Que arde en el templo;
Triste como las luces
Del cementerio.

¡Perdona, madre mía,
Si tu recuerdo
Troqué por esperanzas
Que ya se han muerto!

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RIMAS



XIII

Aguarda, inspiración, fiebre ó locura,
Que corres como fuego por mis venas,
Do el curso de la vida se apresura;
No viertas de una vez tus urnas llenas
De sueños, de embriaguez, de fantasía,
Que puedo ansiosa recoger apenas;
Conserva esos tesoros de poesía
Para cuando mi sol toque a su Oriente,
Que el himno vuela al despuntar el día.
Pero ¡en vano!... Hervorosa la corriente
Confunde mis clamores y arrebata
Sin formas los delirios de mi mente.
Y allá va, como rauda catarata
Que ronca se desprende de la altura,
Mi canto, que a torrentes se desata..
¡Ay! ¡pero son torrentes de amargura!

BLANCA DE LOS RÍOS

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RIMAS


XIV.

Trocándose en Otoño iba el Estío,
Cuando al alma llegó la Primavera;
Te vi y te amé con ciego desvarío.
Te vi y te amé como la vez primera;
Sentí los arrebatos indecibles
Del alma al encontrar su compañera.
Tus miradas de luz, indefinibles,
Se cruzaron temblando con las mías;
Y, cual si abrieran cauces invisibles,
Pensamientos, delirios, fantasías,
Corrieron al romper cárcel de hielo;
Yo volaba a tu encuentro y tú venías;
Y yo al sentirte apresuraba el vuelo,
Como si cuerpo desligado fuera
Que sintiera bajar su alma del cielo...
Fué la primera vez... la vez primera
Que en la vida mortal nos encontramos;
Que yo sé que te he visto en otra esfera.
¿No es verdad que nosotros nos amamos
Desde antes de nacer?... ¡Se conocieron
Nuestras almas apenas nos miramos!
Y apenas nos miramos, ya no fueron,
Al soplo del amor, más que una llama:
¡Tan pronto las miradas las fundieron!
Y como el fuego oculto más se inflama,
Iba en ambos purísimo y latente
Creciendo más y más. ¡Para el que ama
Es el misterio de venturas fuente!...
Nos dimos cita al fin... ¡Con qué agonía
Sentí volar las horas por mi frente!
También tiene su noche la alegría.
Todo mi ser temblando te esperaba,
Como la tierra al acercarse el día.
¡Tal la vida su ritmo aceleraba,
Que pensé que bullente por mis venas
Toda la luz del sol se derramaba!
¡Pero llegaste al fin!... Todas mis penas
No podrán ofuscar en mi memoria
Aquellas horas de infinito llenas!
No fue la luz mezclada con la escoria,
Que hace de la ilusión remordimiento;
Nuestro amor era digno de la gloria!
Yo aspiré, confundidas con tu aliento,
Las notas de un celeste «¡Yo te amo!»
Porque no se perdieran en el viento.
¡Y hoy las repito, cual postrer reclamo,
A quien con tanto afán las»repetía,
Y con tu misma voz gimo-y te llamo!
¿Cómo no me respondes, vida mía?
¿Cómo, si no tenemos más que un alma,
No sientes tú también esta agonía?
En el desierto erial vive la palma,
Porque de otra recibe su existencia
¡Y tú puedes sin mí vivir en calma!..
. No vida, más que vida era la esencia
Que nuestros corazones se enviaban
A través del abismo de la ausencia.
Nuestros dos pensamientos se cruzaban
Cual rayos de dos soles separados
Que distancias y nubes traspasaban.
¡Cuántos, cuántos tesoros derramados,
Y cuántos nos brindaban todavía
Los caudales del alma no agotados
Tú eras la fe, la luz, la fantasía;
Tú eras la inspiración, y yo la nota;
Yo era el ritmo no más, tú la poesía!
Hoy ya por el dolor el arpa rota,
Mueren sin eco mis dolientes versos,
Y huyen mis ilusiones en derrota.
Mis pobres pensamientos van dispersos
Cual náufragos perdidos, cuya nave
Sepultan en el mar vientos adversos.
Como herida y sin fuerzas rueda el ave
Que lejos mira el anhelado nido
Y espera sólo que su vida acabe,
La muerte anhela el corazón herido...
No es desesperación... ¡esas remotas
Glorias ya para siempre se han perdido!
¡No eran del mundo, no! ¡Yo bien sabía
Que después de exhalar aquellas notas,
Por su propia tensión las cuerdas rotas,
La lira del amor estallaría!...

Aguarda, inspiración, fiebre ó locura,
Que corres como fuego por mis venas,
Do el curso de la vida se apresura;
No viertas de una vez tus urnas llenas
De sueños, de embriaguez, de fantasía,
Que puedo ansiosa recoger apenas;
Conserva esos tesoros de poesía
Para cuando mi sol toque a su Oriente,
Que el himno vuela al despuntar el día.
Pero ¡en vano!... Hervorosa la corriente
Confunde mis clamores y arrebata
Sin formas los delirios de mi mente.
Y allá va, como rauda catarata
Que ronca se desprende de la altura,
Mi canto, que a torrentes se desata..
¡Ay! ¡pero son torrentes de amargura!


PRECIOSO, QUERIDA AMIGA. ME ENCANTA.

BESOS

Gracias, amigo mío.

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS



VELADAS DE INVIERNO

¡Adiós, veladas de la infancia mía,
Noches de amor, no volveréis jamás!
Las que pasé a las plantas de mi madre
Dormida junto al fuego del hogar.
Jamás, jamás las implacables horas
Que, atados a su carro sin piedad,
Nos arrastran al fondo del abismo
Su carrera de muerte detendrán.
Ellas cruzan por cima de las flores,
Sin ver que las marchitan al pasar;
Mostrándonos la imagen de la dicha,
Corren, gritando siempre ¡más allá!...
Y nos arrastran por floridas sendas
Que nunca volveremos a pisar.

Aun recuerdo las horas de la infancia,
Más dulces porque nunca tornarán.
Ya se apagó el hogar, y las veladas
Que huyeron a su luz no vuelven más.
Náufragos restos del bajel perdido
Que a la playa arrojó la tempestad,
Somos dos aves que el sagrado techo
De la vejez cobija en su orfandad;
Planta sin flor junto al' marchito sauce,
Mi pobre juventud pasando va;
Vivo de la esperanza y los recuerdos,
Y más bien que vivir esto es soñar.

Cuando bajan las sombras de la noche
En torno del brasero de metal,
Do cual roja pirámide de oro
Arde el fuego sagrado del hogar,
Alrededor de una mesa nos sentamos,
Do a Dios nuestras plegarias se alzarán,
Do en los libros, herencia de los genios,
La luz mi inteligencia buscará;
Que si es templo el hogar de la familia,
La mesa sobre el fuego es el altar.
Arde la blanca llama de la lámpara,
Prisionera en su cárcel de cristal;
Las sombras de la blanca porcelana
Cual un crespón a suspenderse van
Del techo, donde en medio de las sombras.
Se ve un rayo de luz juguetear;
Una estrella parece en las tinieblas
La luz que sube en cándida espiral;
El libro abierto de las santas vidas
La frente de la anciana va a besar;
Quizás vencida al peso de su nieve
La-marchita cabeza inclinará.
Todo es silencio y calma en torno mió,
Y, en medio de la densa oscuridad,
Sólo velan las luces de mis ojos,
La lámpara y el fuego del hogar.
Rueda, a veces, la lluvia en los cristales,
O medroso retumba el huracán,
Y del reloj se escucha imperturbable
El corazón de acero palpitar,
O, a veces, un suspiro con que anuncia
Que va vibrar su lengua de metal;
¡Parece que suspiran sus entrañas
Por las horas que dejan escapar!
¿Qué predicen tus ecos incesantes,
Heraldo de la negra eternidad?
¿No ves que con tu ritmo se acompasa
El de mi vida, que callado va?
No mezcles ¡ay! la duda y la agonía
Con mi tranquila y dulce soledad!

Vosotras, noches de tranquilas horas,
Que tan largas paflecen á mi afán,
¿Volveréis otra vez a mi camino
Solitarias veladas del hogar?...
Quizá las que hoy lamento desgraciadas
Mi corazón un día envidiará...
¡Tal vez llorando evocaré las sombras
De estas noches que nunca volverán!..

Sevilla, 1879.

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS



PRESENTIMIENTOS


I
Yo vi pasar la muerte, pálida y fría,
Segando flores, a mi lado mismo,
Y vi juntos rodar en el abismo
El viejo sauce con la flor de un día.
Mas nunca imaginó mi pensamiento
Que helar pudiera con su torpe aliento
El dulce pecho de la madre mía.

Una mañana pura, cual mis amores,
Luchaba yo en el lecho de los dolores.
De la florida Alhambra, por la colina
La luz se derramaba, clara y divina.
En la ventana abierta de mi aposento
Las hojas de los álamos besaba el viento,
Que del beso de otoño viendo los males
Se estrellaban marchitas en mis cristales;
Y a mis pies en arroyos que murmuraban
Las lágrimas del Darro se derramaban,
Cuando escuché unas notas, dulces, suaves:
—Ya ha pasado la aurora, no son las aves,—
Dije con voz doliente, que se apagaba,
A mi madre que, junto, por mí velaba;—
Y delirante, ciega, salté del lecho,
Y al soplo del otoño se heló mi pecho.

De macilentas hachas a los fulgores
Un ataúd de nieve, cuna de flores,
Mecido por las manos de cuatro niños,
Ocultaba entre tules, cual los armiños,
Una niña, una muerta, quizá un querube,
Que pasó de las gasas entre la nube.
Al hallarme mi madre, pálida y fría,
Se abrazó a mí, diciendo:—¡Pobre hija mía!
Me tomó entre Sus brazos, llevóme al lecho
Y me estrechó mil veces contra su pecho.
¡Cuántas lágrimas, cuántas, ¡ay! derramaba
Me abrasaban la frente; yo no lloraba.
¿Y cómo?... Para lecho de mi agonía
Me quedaban sus brazos: ¡morir podía!

(cont.)

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS


(CONT.)
PRESENTIMIENTOS



II.
Era una negra noche, de triste suerte,
Noche en que por vecina tuve a la muerte:
En vano busqué calma, con necio empeño;
Delante de la muerte ¿quién busca al sueño?
A la luz macilenta de los blandones
Huyeron, cual las aves, mis ilusiones;
Los blandones, que siempre velan despiertos,
—¡Los últimos que lloran sobre los muertos! —
Turbaron tu silencio, noche postrera,
Llorando congeladas gotas de cera.
Yo el ataúd veía tras los cristales,
Y por ti, ¡pobre muerta! lloré a raudales.
Aun no sabré decirlo... ¿por ti lloraba?
¿Lloré porque la muerte mi hogar rondaba?

Cuando nació la aurora, triste, en Oriente,
Vino mi madre al lecho, besó mi frente;
Y al escuchar el eco del bronce santo,
Al oir del Dies irce el triste canto,
Me dijo:—¡Para siempre deja su casa!
Ya se escucha el entierro, mira... ¡ya pasa!—
Yo alcé entonces los párpados, del llanto rojos,
Y, ardiendo, mis pupilas clavé en sus ojos;
Brillaban como el cielo resplandeciente;
Pero no sé qué sombra cruzó mi frente;
Y delirante, loca, me alcé del lecho
Y la estreché llorando contra mi pecho.
Y pensé: ¡tú no rompes tan dulces lazos!
¡Muerte, ven a arrancarla de entre mis brazos!
Pasó un mes, y mi madre se moría,
Y yo exclamé, demente, en mi aflicción:
—¡Ay! ¿por qué se engañó la madre mía?
¿Por qué no me engañaste, corazón?

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS



LA ÚLTIMA JOYA

De un palacio condal son las ruinas
Hoy a mísero albergue consagradas.
¡Así las fortalezas olvidadas
Prestan nido a las pobres golondrinas!
Soberbio es el balcón, donde grabados
Brillan los timbres de pasada gloria;
¡Ay, ya no guardan de ella ni memoria
Los hijos de los nobles degradados!
Soberbio es el balcón, regio en nobleza;
Pero su mármol frió
Se mega a dar albergue a la pobreza,
Y rotos sus cristales,
La lluvia, el sol, el viento y el rocío
Penetran a raudales
En su viejo salón mudo y sombrío.
Allí del crudo Enero una mañana,
En que el rocío se convierte en hielo,
Muriendo está una anciana,
Sobre unas pajas en el duro suelo.
Muriendo está de hambre,—¡qué agonías!
Bajo aquel techo de marfil y oro
Bebe el suelo las gotas de su lloro,
Como bebió el licor de las orgías.
Allí una pobre niña, una paloma,
Que va a dejar la muerte abandonada,
Llora junto a su madre arrodillada
Y a sus ojos temblando el alma asoma.
¡Ella quisiera darle, en su demencia,
El soplo de su virgen existencia
En la divina luz de su mirada!
Y al ver que se moría
Y la olvidaba el mundo, en su egoísmo,
Pobre azucena al borde del abismo,
La cabeza inclinó... ¿qué pensaría?...
Cual torrente de oro desprendido
Rodaron por su frente los cabellos,
Y el sol, compadecido,
Rompió las nubes por mirarse en ellos.

(cont.)

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS


(cont.)
LA ÚLTIMA JOYA



En el roto dintel de su ventana,
El tiempo compasivo, para espejo,
Un cristal le dejó, que, tinto en grana,
Con el beso de luz de la mañana
Hirió su sien con tímido reflejo.
Y al levantar la niña la cabeza,
Por tan santo dolor embellecida,
Vió en él su cabellera desparcida,
Y asombróle a ella misma su belleza,
Loca, transfigurada,
Cual contempla el avaro su tesoro,
Miró el torrente de sus rizos de oro
Y...—¡Madre.'—prorrumpió—¡ya estás salvada!
Levantóse... y al par se levantaron
En su mente fantasmas tentadores,
Mil recuerdos de dichas y de amores
Que sus ojos de niña deslumbraron.
De un mancebo, que ausente idolatraba,
Eran todo el encanto aquellos rizos.
¡Cuán bellos el cristal los retrataba!
¿Cómo perder, por siempre, sus hechizos?
Pero se oyó un gemido de agonía,
Y moribunda se agitó la anciana;
Y dejando la niña la ventana,
¡Perdón!—dijo llorando.—¡Madre mía!
Y junto al pobre lecho de rodillas
Desgajaba el raudal de sus cabellos,
Que besaban llorando sus mejilla
Al caer cual las hojas amarillas.
Y, ¡Un pedazo de pan, bien valen ellos!
— Exclamaba con triste desconsuelo. —
¡Ten, madre, para ti, la última alhaja!—
Mas de sus bucles al caer el velo,
Cual rama que del tronco se desgaja,
Vió un cadáver... y dijo:—¡Está en el cielo!
¡Le han servido mis rizos de mortaja!

Sevilla, Enero del 79

Aun recuerdo las horas de la infancia,
Más dulces porque nunca tornarán.
Ya se apagó el hogar, y las veladas
Que huyeron a su luz no vuelven más.
Náufragos restos del bajel perdido
Que a la playa arrojó la tempestad,
Somos dos aves que el sagrado techo
De la vejez cobija en su orfandad;
Planta sin flor junto al' marchito sauce,
Mi pobre juventud pasando va;
Vivo de la esperanza y los recuerdos,
Y más bien que vivir esto es soñar.


UNA INMENSA Y BELLA NOSTALGIA EN EL ALMA DE LA POETA Y DE LOS VERSOS.

La verdad, amigo mío, te confieso que ya estoy concluyendo y no quisiera, jeje. Me parece una poeta de gran altura.
Gracias y vamos a seguir.

BLANCA DE LOS RÍOS

DE: ESPERANZAS Y RECUERDOS



iSU ÚLTIMO DÍA!...

Pasó la Tempestad con que los cielos
Contemplaron gimiendo tu agonía;
De sus más puros transparentes velos
Vistióse el cielo azul de Andalucía:
Sus rayos derramaban los consuelos
Que insensata apuraba el alma mía,
¡Y tú también de la risueña aurora
Sentiste la impresión consoladora!
Juzgué reposo tu mortal desmayo,
Te vi impasible, y te creí tranquila,
Y envuelto entre la luz del sol de Mayo,
Que inundaba radiante mi pupila,
Bajó a mi alma de esperanza un rayo.
¡Esperanza fatal! ¡lumbre que oscila,
Como el rayo que alumbra la caverna,
Al borde mismo de la sombra eterna!

Bañaba el sol con resplandores rojos
La imagen de una santa Magdalena
Que trazó tu pincel, y yo de hinojos
Ante el lienzo caí, de ilusión llena.
Soñé ver de tus ojos en sus ojos
La clara luz y la sublime pena;
Velado entre las ondas del cabello
Soñé en su rostro tu semblante bello.

Mintiendo vida el sol cruzó su frente;
Pensaba que eras tú que embellecida
Por la aureola de la luz naciente,
Llena otra vez de sentimiento y vida
Alzábaste de amor resplandeciente;
Y al ver su cabellera desparcida
Me pareciste tú, cuando llorabas,
Que del lecho a rezar te levantabas.

Y entonces, con creciente desvarío,.
Trocóse en esperanza mi amargura;
Loca extendí los brazos al vacío,
Y un torrente de amor y de ternura
Suspirante brotó del labio mió:
No sé si fué oración ó fué locura;
Sólo sé que mezclados, repetía
Dios, esperanza, amor y ¡madre mía!...

¡Ay! que fué aquella mi oración postrera;
- Fué de mi alma el último gemido!
Tú me enseñaste la oración primera:
¡Te perdí para siempre!... y ya ¿qué pido?
Tu alma... ya goza en la celeste esfera,
Y yo, demente, al ver que te he perdido...
¡Hasta pienso en mi loco desconsuelo
Que con tu vida se rompió mi cielo!...

La postrera oración... el postrer llanto
De un alma aún en su inocencia pura.
Después de aquel dolor sublime y santo,
En que vertí a torrentes mi ternura,
Quedó sólo la hiel del desencanto,
Las heces de mi cáliz de amargura,
¡Cáliz de la orfandad, de muerte lleno,
-- Donde la sed se apaga con veneno!

Después... después... los cielos sonrientes
No velaron su faz, ni la mañana
Oscureció sus luces esplendentes.
¿Se goza Dios en la amargura humana?
¿O los cielos de luz resplandecientes,
Vestidos de amaranto, azul y grana,
Aguardaban, brillando de alegría,
El alma pura de la madre mía?...

Conteniendo en los párpados el llanto,
Que en onda amarga el corazón volvía,
Penetré en tu aposento y... ¡con que espanto!
Te vi en los brazos ya de la agonía!...
De un crucifijo en el semblante santo
Clavada estaba tu mirada fría...
Mas mi sollozo de dolor profundo
Te hizo de nuevo despertar al mundo.

¿Cómo pude apurar tanta amargura?
Tendido en negras ondas el cabello,
Envuelta en tu nevada vestidura,
De genio y santidad vivo destello,
La santa imagen de la Virgen pura
Con roja cinta suspendida al cuello,
¡Sobre tu frente, de tronchado lirio,
La aureola suprema del martirio!...

Temblando lo recuerda el labio mió
¡Si la muerte en los labios se bebiera
Como bebí aquel beso, intenso y frió,
En que envuelta me diste el alma entera!...
¡Con cuánto afán, mi amante desvarío
Ansiaba al confundir, por vez postrera,
Mi labio palpitante al tuyo inerte,
Darte mi vida y aspirar tu muerte!...

¡Fui cruel, muy cruel!... ¡Con cuánto anhelo,
Fija la vista en Dios, transfigurada,
Gozabas de los justos el consuelo,
Al mirar entreabriese tu morada!...
¡Y mi sollozo te arrancó del cielo!...
Y al mirarme a tus pies arrodillada,
Mi acerbo llanto renovó tu herida,
¡Y no quisiste ya dejar la vida!...

Y... ya no te vi más... después... ¡Dios santo!
Después ¡la muerte y su terror profundo!..
Después... las olas de mi acerbo llanto
Desvanecieron a mi vista el mundo!...
Después... la soledad, llena de espanto...
Y eternamente un duelo sin segundo!...
¿Por qué no estallas, corazón cobarde?
¿Cómo, si ha muerto el sol, vive la tarde?

BLANCA DE LOS RÍOS



TODO RESPIRA AMOR

Todo respira amor: la mariposa
se sacia de perfumes y de luz;
ebrios de aromas los insectos vuelan
vacilantes, temblando en el azul.
Las ramas de los árboles se besan…
¡Qué más himno, Señor, que el mes de abril!
¡Hasta en la charca resplandece el cielo
y hasta en el fango inmundo ama el reptil!
Cuando los cielos y la tierra brillan
rebosando de músicas y amor,
siento un dolor tan grande como el mundo:
¡Tengo celos de toda la creación!

BLANCA DE LOS RÍOS


LA HOJA BLANCA

¡Cuántas veces, la frente en la mano
y en el blanco papel la mirada,
entre el blanco papel y la mente
sorda lucha en secreto se entabla!
Como el mar solicita las velas,
como el aire estimula las alas,
el papel, con su casta blancura,
solicita a la idea y la llama.
Ven -le dice-; sumido en la mente,
pobre germen, te anulas, te matas;
tenue ser de la nada engendrado,
¿no te asusta el volver a la nada?
Ven, amiga; yo soy tu destino,
soy el aire que al águila aguarda,
soy silencio que aguarda armonías,
soy el mármol que quiere ser estatua.
Soy espera y misterio de cita;
tú la ignota belleza esperada;
soy lo incierto, lo vago, lo amorfo;
tú la línea, el color, la palabra.
Yo, mezquino papel, soy el lienzo
donde el Verbo su imagen estampa…
¡Cuántas veces impresa con sangre
en mi nieve su faz deja el alma!

iSU ÚLTIMO DÍA!...

Pasó la Tempestad con que los cielos
Contemplaron gimiendo tu agonía;
De sus más puros transparentes velos
Vistióse el cielo azul de Andalucía:
Sus rayos derramaban los consuelos
Que insensata apuraba el alma mía,
¡Y tú también de la risueña aurora
Sentiste la impresión consoladora!
Juzgué reposo tu mortal desmayo,
Te vi impasible, y te creí tranquila,
Y envuelto entre la luz del sol de Mayo,
Que inundaba radiante mi pupila,
Bajó a mi alma de esperanza un rayo.
¡Esperanza fatal! ¡lumbre que oscila,
Como el rayo que alumbra la caverna,
Al borde mismo de la sombra eterna!...


Se me ha abierto una herida - no te preocupes: nunca cerró del todo -. La muerte de Conchita, la madre de Josefina.

Una muy bella elegía