Robert Walser fue un escritor suizo. Su hermano, Karl Walser, fue un conocido pintor. Fue autor de una no demasiado extensa obra con tintes autobiográficos y caracterizada por un estilo que le es propio e inconfundible.
Fecha de nacimiento: 15 de abril de 1878, Biel/Bienne
Fecha de la muerte: 25 de diciembre de 1956, Herisau
POEMAS:
(versiones de Juan de Solà Llovet)
POESÍA Y NOVIA
Un poeta le dijo a su novia:
"Ya sabes que soy un genio
y que por eso no puedo evitar
vivir al día cual inútil.
Es lo que hacían todos
quienes se sentían llamados a algo superior.
Los de mi linaje no nos resignamos a
ser aplicados y trabajadores,
es algo que dejamos para los burgueses".
Acto seguido, la muchacha respondió:
"¿Acaso te crees más que el resto?
Deberías avergonzarte de un orgullo tan descarado.
Si eres un verdadero poeta,
léeme lo que has escrito.
El cuento del Nonosresignamos
mejor se lo cuentas a otra.
¡La arrogancia y las osadas frases hechas
no bastan para hacer un poeta!".
El le mostró su último
poema y dijo: "He tardado cuatro semanas
en escribirlo". "¿Qué?", exclamó ella. "¿Cuatro semanas?"
Lo leyó, y cuando hubo terminado,
se rió en su cara y le tiró
el poema a los pies.
"Estos versos son horribles,
y el que los haya compuesto
que se quite ahora mismo de mi vista".
El poeta estaba derrotado,
se pasó la mano por el cabello
y dijo: "No te lo tomes así",
y le dio un beso y recogió
el poema, se buscó un buen
oficio y se convirtió en un hombre honrado,
y ambos fueron muy felices
y se amaron, tuvieron hijos
y no hicieron nada que no fuera sensato.
EL ESCRITOR
El escritor escribe sobre lo qye siente, oye y ve, o sobre lo que se le ocurre. Tiene por lo general muchas ideas nimias que no puede en absoluto utilizar, hecho que a menudo lo desespera. Por otra parte, a veces, tiene infinidad de ideas útiles en la cabeza, pero ocurre que deja su propio capital inactivo porque, o bien no lo encuentra, o bien no tiene cerca a nadie con buenas intenciones que le llame desinteresadamente la atención sobre las riquezas que aún no ha descubierto.
Un buen día, a los periodistas conspicuos se les puede ocurrir animar a uno de estos escritores a que les mande, cuando crea oportuno, una prueba de su arte. En este caso el escritor se sentirá feliz sobremanera, tendrá motivos suficientes para no caber en sí de la alegría, y enseguida se dispondrá a satisfacer con la mayor escrupulosidad posible los deseos que han llamado a su puerta. A tal efecto, se pone en primer lugar la mano en la frente, se coge de los pelos, que suele tener a manta, se pasa el dedo índice ligeramente por la nariz, se la agarra quizás un poquito, se muerde los labios, pone a la vez cara de determinación y de frialdad e indiferencia, limpia la pluma, se sienta en la silla como es debido, frente al antiguo escritorio, suspira y se pone a escribir.
La vida de un escritor como Dios manda tiene siempre sus dos caras: el lado oscuro o los aspectos negativos de la vida, y el lado visible o los aspectos favorables; dos escenarios: un lugar en el que sentarse y otro en el que estar de pie; dos clases: una de primera y otra insípida de cuarta. El supuestamente alegre oficio de escritor puede ser muy penoso, en ocasiones muy aburrido, muchas veces incluso peligroso. El hambre y el frío, la sed y la estrechez, las humedades y la sequía han sido siempre, en todas las épocas históricas y de la cultura, fenómenos conocidos en la variada vida de los "héroes de la pluma", y lo seguirán siendo también probablemente en el futuro. Pero no menos sabido es que hay escritores que han ganado fortunas, construido villas palaciegas en las inmediaciones de algún lago y vivido rebosando buen humor.
El escritor como Dios manda es alguien que está al acecho, un cazador, alguien armado con escopeta, que busca y encuentra, una especie, en definitiva, de Ojo de Halcón que vive permanentemente a la caza. Acecha los acontecimientos, persigue las rarezas del mundo, busca lo extraordinario y verdadero, y aguza los oídos cuando cree oír el ruido que anuncia la llegada no precisamente de caballos indios al galope, sino de nuevas sensaciones. Está siempre a punto, siempre dispuesto a atacar por sorpresa. Si llega paseando una belleza inocente y desprevenida, vestida a poder ser como una campesina, el escritor sale de su escondrijo y atraviesa el corazón de la dama, que había salido a pasear sola, con su afilada pluma, impregnada del terrible veneno que es el don de la observación.
No obstante, por lo general entiende también de cosas feas y espantosas y no se arredra ante el delito típicamente infantil de escribir y componer versos, motivo por el que en rigor se ganó, como es sabido hoy mejor que nunca, unos años de reclusión en un correccional. En todo momento y a la mínima ocasión ha metido su ávida nariz en todo cuanto ha podido, y lo cierto es que no deja de husmear. En eso, precisamente en eso, suele decirse, consiste la noble tarea del escritor aplicado y concienzudo. Siempre tiene abiertas las hojas de la ventana de su nariz, él husmea, olisquea y olfatea y se cree con el deber de desarrollar la sensibilidad de su buen olfato hasta la más aguda perfección.
Un escritor no lo sabe todo -sólo los dioses, como se sabe, lo saben todo-, pero de todo sabe algo, e intuye cosas que ni su majestad el káiser, desde sus alturas, es capaz de vislumbrar. Llegó al mundo con una guía que le indica en todo momento la dirección que debe seguir en sus pensamientos para advertir lo sospechoso y lo casi inconcebible. Se ocupa de todo cuanto hay de interesante y digno de ser aprendido en el mundo, y alberga el firme convencimiento de que es provechoso para él y los demás. Si experimenta, por pequeño que sea, un enriquecimiento interior, se siente obligado a verter al papel este incremenmto, este plus, sin la menor dilación: no espera ni tres horas. Me gusta su manera de proceder. Indica que es un hombre que busca el bien a toda costa, un hombre al que le parece inicuo ir acumulando experiencias sin compartir algunas con el resto de los mortales. Es, por consiguiente, lo contrario de un avaro que lo guarda todo para sí.
¿Qué hombre, en este siglo de hedonismo y arribismo, se siente servidor de la humanidad, solícito amigo de los pobres, si no el escritor? Tiene motivos, pues siente que, desde el momento en que sólo pensara en su propio y único provecho, se acabaría su vena creadora. Hay un no sé qué misterioso que lo envuelve siempre y lo obliga a ser altruista. Se sacrifica, pues ¿para qué vivir si no? Cuando los otros se ríen porque a él se le llenan los ojos de unas lágrimas claras y hermosas, permanece, humilde, en la penumbra, preocupado con la tarea que le susurra al oído: estudia esta alegría, retén en la memoria el sonido de este contento, para que luego, al llegar a casa, puedas describirla y retratarla con palabras.
Al escritor se lo suele tildar en vida de personaje ridículo; sea como fuere, es siempre una sombra, está siempre aparte, ajeno al inefable placer de estar en el meollo, placer del cual disfruta el resto de la gente; sólo es importante cuando escribe sin descanso, es decir, a escondidas. Así era, poco más o menos, la escuela en que, entre humillaciones y privaciones de toda clase, aprendió el ejercicio de la modestia. En las relaciones con las mujeres, por ejemplo: hay que ver cómo el escritor, aunque ambiciona mucho y se conmueve por la causa a cuyo servicio está, se ve obligado a recatarse hasta el punto de, a menudo, resultar vergonzoso para su reputación como hombre y ser humano.
Ahora empiezo a comprender por qué la gente no vacila en llamar al escritor un "héroe de la pluma". Es un apelativo trivial, pero verdadero. Todo lo vive para sus adentros, es carretillero, restaurador y camorrista, cantante, zapatero y dama de salón, mendigo, general, aprendiz de banca y bailarina, madre, hijo, padre, estafador, amante y creador. Él es el claro de luna y el murmullo de la fuente, la lluvia y el calor de las calles, la playa y el barco de vela. Es quien pasa hambre y quien se empacha, el fanfarrón y el predicador, el viento y el dinero. Es la moneda de oro sobre el contador cuando escribe: "y ella (una condesa polaca) cuenta el dinero". Es el rubor en las mejillas de la mujer a la que siente que ama, el odio del mezquino rencoroso; en suma, él es y debe serlo todo. Para él existe una sola religión, un solo sentimiento, una sola manera de concebir el mundo: refugiarse cual amante, con cuidado, en la forma de pensar, en los sentimientos y en la religión de otras personas, si no de todas. Se olvida a sí mismo cada vez que escribe la primera palabra, y cuando ha dado forma a la primera frase no quiere saber nada de sí. Supongo que todo eso habla a su favor...
Última edición por Pedro Casas Serra el Jue 02 Jun 2022, 13:35, editado 1 vez
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