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“Se quema la tostada” por Jordi Llavina (La Vanguardia, 01-04-2020)
El tiempo raro que estamos viviendo me ha traído el recuerdo de algunos poetas que, de su encierro, sacaron un fruto exquisito en forma literaria. En junio de 1424, Jordi de Sant Jordi fue encarcelado por unos días, en Nápoles, por el condottiere Sforza. Entre rejas compuso el poema XIV (“Deserts d’amichs, de béns e de senyor” - Desierto (falto) de amigos, de bienes y de señor). Su confinamiento nada tiene que ver con el nuestro, por supuesto. Pero sus versos algo nos pueden ayudar en nuestra situación actual: “Hubo un tiempo en que nada me placía, / ahora me alegro de lo que me aflige”. Ojalá aprendamos más de esta crisis que de la del 2008.
François Villon, que amén de gran poeta fue un desalmado, conoció muy bien las cárceles de París. En cautiverio escribió su celebre Balada de los ahorcados -hombres cuyos cuerpos serán más picoteados por las aves que un dedal por una aguja-. No se sabe muy bien si, de su frecuente paso por la sombra carcelaria, llegó a aprender algo (a escarmentar, nada). Pero, por lo menos, esos días oscuros iluminaron una poesía a la vez jocosa y admirable: “y en el extremo de una soga, / sabrá mi cuello cuánto mi culo pesa”. ¿Igual en el futuro descubrimos alguna gran obra literaria concebida y redactada en los días de la Covid-19!
Otro que escribió un poema estremecedor sobre la privación de la libertad fue Oscar Wilde. Su Balada de la cárcel de Reading, firmada una vez liberado, es un portento de imágenes líricas. Refiriéndose a un preso al que van a ahorcar en breve, dice que “con la boca abierta bebía el sol / como si hubiera sido vino”. Y, en una de sus cartas desde la prisión, también escribió que “ la cárcel le hace ver a uno cómo son, en verdad, las cosas y la gente”. Yo me conformaría con que nuestra forzada reclusión nos descubriera algo más modesto, pero valioso, relacionado con nosotros mismos.
Andaba en todo esto una mañana, cuando puse un par de rebanadas en la tostadora para el desayuno. Sin previo aviso, esta pasó del tueste a la chamusquina, y la cocina se llenó de humo. Pero no hay mal que por bien no venga. Como nos advirtiera José Jiménez Lozano, recientemente fallecido: “Se quema la tostada / de pan; mas si no se quemase, / no habría tal olor a casa, / a consuelo, a paraíso”. Aun condicionados por la situación, disfrutemos de tal olor.
Jordi Llavina (La Vanguardia, 01-04-2020)
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“Se quema la tostada” por Jordi Llavina (La Vanguardia, 01-04-2020)
El tiempo raro que estamos viviendo me ha traído el recuerdo de algunos poetas que, de su encierro, sacaron un fruto exquisito en forma literaria. En junio de 1424, Jordi de Sant Jordi fue encarcelado por unos días, en Nápoles, por el condottiere Sforza. Entre rejas compuso el poema XIV (“Deserts d’amichs, de béns e de senyor” - Desierto (falto) de amigos, de bienes y de señor). Su confinamiento nada tiene que ver con el nuestro, por supuesto. Pero sus versos algo nos pueden ayudar en nuestra situación actual: “Hubo un tiempo en que nada me placía, / ahora me alegro de lo que me aflige”. Ojalá aprendamos más de esta crisis que de la del 2008.
François Villon, que amén de gran poeta fue un desalmado, conoció muy bien las cárceles de París. En cautiverio escribió su celebre Balada de los ahorcados -hombres cuyos cuerpos serán más picoteados por las aves que un dedal por una aguja-. No se sabe muy bien si, de su frecuente paso por la sombra carcelaria, llegó a aprender algo (a escarmentar, nada). Pero, por lo menos, esos días oscuros iluminaron una poesía a la vez jocosa y admirable: “y en el extremo de una soga, / sabrá mi cuello cuánto mi culo pesa”. ¿Igual en el futuro descubrimos alguna gran obra literaria concebida y redactada en los días de la Covid-19!
Otro que escribió un poema estremecedor sobre la privación de la libertad fue Oscar Wilde. Su Balada de la cárcel de Reading, firmada una vez liberado, es un portento de imágenes líricas. Refiriéndose a un preso al que van a ahorcar en breve, dice que “con la boca abierta bebía el sol / como si hubiera sido vino”. Y, en una de sus cartas desde la prisión, también escribió que “ la cárcel le hace ver a uno cómo son, en verdad, las cosas y la gente”. Yo me conformaría con que nuestra forzada reclusión nos descubriera algo más modesto, pero valioso, relacionado con nosotros mismos.
Andaba en todo esto una mañana, cuando puse un par de rebanadas en la tostadora para el desayuno. Sin previo aviso, esta pasó del tueste a la chamusquina, y la cocina se llenó de humo. Pero no hay mal que por bien no venga. Como nos advirtiera José Jiménez Lozano, recientemente fallecido: “Se quema la tostada / de pan; mas si no se quemase, / no habría tal olor a casa, / a consuelo, a paraíso”. Aun condicionados por la situación, disfrutemos de tal olor.
Jordi Llavina (La Vanguardia, 01-04-2020)
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