POESÍA SOCIAL
PUERTO RICO
ANTONIO CABÁN VALE ( EL TOPO) (1944)
Luz verde a la esperanza: entrevista a Antonio Cabán Vale «El Topo (Fte.- 80 Grados, prensa sin prisa)
Bastó tan sólo que su compañera en ese momento le dijera que debían marchar a Nueva York porque acá no había trabajo y la cosa estaba mala, para que el cantautor Antonio Cabán Vale “El Topo” imaginara el dolor de partir hacia extraña nación, y en cuarenta minutos compusiera una de las canciones más emblemáticas del ser puertorriqueño, su clásico “Verde Luz”.
Al cabo de medio siglo, con cerca de cien grabaciones registradas alrededor del mundo, esta danza concebida en el Condominio Claribel de Santa Rita en Río Piedras se ha convertido en una especie de himno nacional por aclamación popular, sobre todo después de algunas copas, cuando florece el sentimiento patrio y se canta a todo pulmón “libre tu suelo, sola tu estrella”.
A propósito de la canción, poco después de grabarla, le llegó un mensaje de los ejecutivos de la línea aérea Trans Caribbean Airlines, solicitando autorización para incluirla en sus vuelos de ida y vuelta en la voz de un reconocido artista. La paga no estaba mal, $5 mil en aquel tiempo más la promoción, pero había una cláusula imposible de acatar para un ser de convicciones como “El Topo”: eliminar, precisamente, la frase que más apela a la libertad de su patria: “libre tu suelo, sola tu estrella”, a lo que se negó con suma dignidad.
“La vida tiene un elemento clave, me dije, que es decidir. Si yo le quito la frase me dan $5 mil, pero yo entendí la cebada porque era un entrampamiento y a mí no me interesa. ‘Déjala así como es’, le dije. Y le doy gracias a Dios por tal determinación, porque le di al pueblo y me di un arma de lucha por la libertad y eso para mí es muy importante”, confiesa “El Topo” justo en el edificio frente al Redondel de la Calle Humacao, donde escribió la canción hace cinco décadas.
El genio creativo de Antonio Cabán Vale proviene de dos fuentes principales en su formación musical: su crianza en un campo de Moca en contacto con la naturaleza, y la agitada vida universitaria en la urbe riopiedrense durante la turbulenta década de los años 60. Pasó una niñez muy difícil por la carencia material y los problemas que arrastraba ser pobre, al amparo de una familia que incluía a tres hermanos menores, su mamá y un padre militar que venía de pelear en el Norte de África, con sus consabidas perturbaciones.
Por fortuna, el niño buscaba refugio en las riquezas naturales y tan pronto salía de la escuela, se tomaba un chorro de café con galletas y arrancaba para el Barrio Caraima, cuya vida bucólica en armonía musical le llenaba las arcas del espíritu. Allí aprendió a cantar aguinaldos y a desviar sus penurias por el crisol del arte. “Cuando estaba triste, cantaba… eso me daba balance”, dice con un dejo de nostalgia reprimida. “Nací en tiempos de guerra y ahora estoy viviendo tiempos de guerra también”, añade para matizar su tristeza.
Como no tenía dinero para comprarse un instrumento que lo acompañara, aprendió a tocar en guitarra ajena, por imitación, pero como la guitarra era derecha, resultaba muy difícil tocarla un zurdo porque tenía que hacerlo al revés. “Los pobres aprenden en guitarra prestá y eso presenta unas dificultades para los izquierdos, porque hay unos acordes con unas posturas muy difíciles de hacer de manera invertida. Tienes que inventar un acorde equivalente, puede ser en otro tranque, pero hay que buscarle la vuelta”, advierte.
En 1961 ingresó a la Universidad de Puerto Rico, donde formó parte de la Estudiantina Universitaria. Allí se unió a un grupo de poetas, bohemios y rebeldes con muchas causas, que habrían de fundar un movimiento renovador en la poesía nacional, al amparo de la prestigiosa Revista Guajana, donde publicó sus primeros versos “El Topo”. Fue, precisamente, un integrante del Grupo Guajana, José Manuel Torres, quien le puso el mote con que se le conoce en el mundo entero. Era uno de esos viernes por la tardecita, cuando salían de clase y se reunían en el colmadito Barrio Chino frente a la Plaza de Recreo, a leer poesía y a beber vino “El Pavo”, que tomaban caliente porque salía más barato. Estaban debajo de un árbol cada cual con su botellita de vino para cocinar, y en medio de una nota suprema José Manuel se le quedó mirando fijo y luego exclamó: “¡Ay, mira un topo!”. En adelante todos le llamaban así, hasta llegar a sustituir su nombre de pila.
La primera canción que compuso “El Topo” fue “Sol”, dedicada a una compañera de la Estudiantina que murió de repente, y para quitarse de encima tanto dolor le escribió y musicalizó sus versos: “Sol eres tú en mi sueño, tu recuerdo es aliento en mi existir, qué importa si la luna no aparece, si la luz eres tú”. Ya en verano de 1966 escribió su segunda canción, que lo daría a conocer en el mundo entero, la clásica danza “Verde Luz”, que grabó su nombre en el pentagrama universal.
Estaba cantando, precisamente, “Verde Luz” en el Club Managua dos años más tarde, cuando su estatura lo salvó de un tiro en la cabeza tras un levantamiento popular de los nicas en los duros tiempos de la tiranía somocista. Era el año 1968, lleno de convulsiones políticas y levantamientos estudiantiles, y se conmemoraba en Nicaragua el centenario del poeta nacional Rubén Darío, en medio de enfrentamientos armados, toque de queda y ley marcial. “El Topo” cantaba en el local de la oposición política, cuando de repente irrumpió la Guardia Nacional y empezó a disparar a todo lo que se movía. “Me salvó la estatura porque una bala me raspó la cabeza, me hizo la partidura”, recuerda consciente de que “no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir”. Pudo llegar gateando a la cocina y allí se escondió entre sacos de papas y cebollas, hasta que cesó el tiroteo y pudo salir de allí y del país.
Al siguiente año, tras la muerte de la estudiante Antonia Martínez por un policía, “El Topo” escribió su clásico himno “Antonia”, un tema indispensable en cualquier manifestación de lucha estudiantil. Al momento de la tragedia en el casco de Río Piedras, “El Topo” venía transitando por Hato Rey en su Rambler azul, cuando de repente escuchó la noticia y se dirigió hacia Río Piedras. De camino, buscó lápiz y papel y mientras conducía iba escribiendo los primeros versos de lo que sería la canción emblemática del movimiento estudiantil revolucionario.
“El verdadero cantor o trovador de oficio, de corazón, tiene que cantar las tristezas y las alegrías del pueblo; a veces hay que llorar, pero lo importante es sentir la vida y llevarla con el corazón, con el entendimiento. A mí me dolió mucho la muerte de Antonia y la canción me salió natural. Viví la tragedia y al otro día tenía escrita ‘Antonia’. La canción es la esperanza, la razón histórica, o si no, ¿para qué sirve?”, dice convencido.
Después de “Antonia” vinieron muchas otras composiciones que han llegado a formar parte del repertorio nacional, algunas utilizadas en campañas de enseñanza pública, como el conocido número “Expresa lo que siente”. A principios de los años 70, con el auge de la llamada Nueva Canción Latinoamericana, “El Topo” se dio a ponerle música a sus versos y aportó varios temas a ese movimiento musical, así como a la canción de protesta, sobre todo con el grupo precursor de la Nueva Canción Puertorriqueña, Taoné, que fundó junto a Roy Brown, Noel Hernández, Pepe y Flora. Entre tantas otras composiciones suyas, calaron hondo en el sentir popular “Flor de amapola”, “Solina, Solina”, “Los lirios del campo”, “Dónde vas, María”, “Qué bonita luna” y la romántica “Canción de los amantes”.
Estas y otras canciones entre su amplio repertorio de sobre 250 inspiraciones, hoy las canta el pueblo por gusto y tradición, sin saber siquiera quién las escribió; lo que en su caso constituye una virtud porque el pueblo las hizo suyas y se olvidó del autor, para validar lo que un día dijo el poeta Manuel Machado: “Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor. Procura tú que tus coplas vayan al pueblo a parar, que al volcar el corazón en el alma popular, lo que se pierde de nombre se gana de eternidad”.
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