por Maria Lua Mar Ene 24, 2023 10:04 pm
EL ESCLAVO ENGAÑADO
Un hombre poseía un esclavo indio. Lo había educado con mucho cuidado y
había encendido en su corazón la luz del saber. Este hombre generoso había
educado a este esclavo desde su más tierna infancia en las maneras más
refinadas. Tenía también una hija, tan brillante en su belleza como una
estrella. Cuando esta última llegó a la edad de la madurez, muchos hombres
vinieron a pedir su mano a su padre, ofreciendo, en compensación, su peso
en oro. Pero el padre se decía:
"Todos los bienes que se me proponen son efímeros. Llegados hoy, pueden
desaparecer esta misma noche. La belleza de los rostros tampoco es algo a
tomar en consideración, pues el menor pinchazo de una espina la hará
palidecer. La nobleza no es tampoco un buen criterio, pues muchos nobles
son orgullosos y muchas veces su familia se avergüenza de ellos. En cuanto
a los sabios, están lejos de ser perfectos. Tienen el saber, pero no el
amor de la fe y sus ojos no ven más que la fama."
Así, tras mucha reflexión, confió a su hija a un hombre de fe amado del
pueblo. Dos mujeres le dijeron:
"Este hombre no es ni rico ni noble. ¡Y ni siquiera es hermoso!"
Pero él replicó:
"Es un hombre piadoso y, en este bajo mundo, ¡eso vale más que todos los
tesoros!"
La noticia de este matrimonio se extendió y ofrecieron regalos y tejidos
preciosos. Ahora bien, en esta misma época, el esclavo indio cayó enfermo.
Empezó a adelgazar y a perder sus fuerzas. Los médicos no conseguían
descubrir el secreto de su enfermedad y, sin embargo, la simple razón
decía:
"Es del corazón de lo que está enfermo y no se cura el corazón con las
pomadas del cuerpo."
El esclavo no podía, naturalmente, confesar la causa de su enfermedad.
Una noche, su amo dijo a su esposa:
"Pregúntale la razón de su estado. ¡Después de tantos años, eres como una
madre para él y no hay duda de que te desvelará su secreto!"
Al día siguiente, la mujer fue a la cabecera del esclavo y, con mucha
ternura, le acarició la cabeza como una madre afectuosa. Le hizo la
pregunta y el esclavo respondió:
"Nunca había pensado que confiaríais vuestra hija a un extraño. ¿No es
lamentable que la hija de mi amo sea confiada a otro, mientras que el fuego
consume mi pecho?"
A estas palabras, la mujer sintió una gran cólera, pero logró contenerse.
"¿Cómo es posible se decía, que un bastardo indio pueda aspirar a la hija
de su amo? ¡Y decir que confiábamos en él! No era muy digno de ello."
Cuando su esposa lo hubo informado de este estado de cosas, el amo de la
casa dijo:
"Dile que tenga paciencia. Dile que ese matrimonio será anulado y que
nosotros le confiaremos a nuestra hija. Yo me encargo de hacerle cambiar de
opinión. No dudes en disipar sus temores. Excúsate ante él diciéndole que
ignorábamos todo de su amor por nuestra hija y que, a buen seguro, la
merece. Así vivirá en un sueño agradable y los sueños agradables hacen
engordar a los hombres. ¡Los animales engordan con paja y los hombres con
honores!"
La mujer dijo:
"Será una gran vergüenza para mí decirle tal cosa, pues no sale mentira
de mi boca. ¿Por qué esto? ¡Deja perecer a ese maldito!
-¡No! ¡No! replicó el esposo. Procúrale ese placer para que se cure.
iDéjame el cuidado de sacar el amor de su corazón una vez que su cuerpo
esté curado!"
Cuando la mujer hubo transmitido esas promesas al esclavo, éste sintió
desbordarse su alegría y se puso a engordar de nuevo. Su cara recobró su
color y dio gracias a Dios. Sí que se preguntaba de vez en cuando si todo
aquello no ocultaba alguna trampa, pero su amo, para completar la
escenografía, invitó a unos amigos para que vinieran a felicitar al esclavo
y desearle buena suerte en su matrimonio. Fue suficiente para quitarle toda
duda y hacer desaparecer los últimos síntomas de su enfermedad.
Ahora bien, para su noche de bodas, le tendieron una celada. Vistieron a
un joven de mujer y lo adornaron con alheña. Este joven tenía apariencia de
pollo, pero era en realidad un impetuoso gallo.
En el momento de la unión, apagaron las velas y el joven indio se
encontró en el lecho con el joven, mientras que la multitud hacía redoblar
el tambor en el exterior. El indio lanzó gritos y pidió socorro, pero el
ruido de la fiesta ahogaba sus llamadas. Hasta el amanecer, el pobre
esclavo fue como un saco de harina lacerado por un perro. Después, lo
llevaron al baño, como se acostumbra con los recién casados. Se protegió
vivamente con sus dos manos y exclamó:
"¡Que Dios proteja al que quiera desposarte, pues, durante el día, eres
fresca como la más bella de las mujeres, pero, por la noche, tu miembro es
como el de un asno!"
Eso es! Sucede eso con los bienes de este mundo. Son agradables desde
lejos y siniestros de cerca. Como una recién casada, este mundo está lleno
de remilgos, pero, de cerca, no es más que una vieja consumida.
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