POESÍAS SUELTAS DE 1911 A 1924(DEL ROSARIO DE SONETOS LÍRICOS A TERESA)CVIIOVIEDO DE ASTURIAS¡Qué casonas reumáticascon casacas de piedratrencilladas de hierro,en orvallo embozadas,y un cielo de platadonde expira, ahusándose,la torre de la catedral!Marca el paso del Tiempo,de guadaña tendida,el choc-choc aldeanode la almadreña,
almadreña para monte de tierra,
que en aceras, espejo lavado
de las graves casonas,
croa plañidera
sobre la lisa losa ciudadana
el yugo de la civilización,
almadreña que fue leña
de abedul
bajo el celeste intermitente azul.
Pasa un cura, una gitana,
un enano con bastón.
Y Cronicón jesuita-sociológico
¡«El Carbayón»!
A lo lejos —de marco—
verdura del monte frisando en las nubes,
¡nubes de carbón!
¡Arrinconada, perlática y muda,
bajo el amparo gótico,
la torre románica
de la madre de la catedral!
¡Qué recuerdos de días iguales,
de lloviznas de siglos,
de nieblas del alma,
de un ensueño silente
de verde de tierra,
que desgarra de pronto
—volador de la historia—
de la reconquista el clarín leonés!
¡La chata vieja torre arrinconada,
chamuscada,
con sus cejas en arco,-
con sus ojos de buho de siglos,
al que pasa avizora enigmática
y se aduerme al choc-choc aldeano
de las almadreñas
y al arrimo de la catedral!
Se derrite mansamente en lluvia el cielo,
«aquí cuando no llueve no está a gusto»
dice el chico del Hotel.
Es un cielo humorístico;
¡el orvallo su humor!
¡Un humor que cala y tiene
verde el monte y fresca la ciudad!
Allí, en Cimadevilla,
tírales a los rancios ovetenses
el arco, de entrada y salida símbolo,
—que a la puerta común se congregan
los vecinos domésticos—
y discurren —con los pies— al pie de puerta
siempre abierta
¡y al amor de la ciudad í
Un mercado en que los hombres
se reguardan de la lluvia
con monteras chinescas montadas al aire
de abrir y cerrar;
soportales familiares,
la ciudad con paraguas de fábrica,
¡y el corral conventual del Fontan!
Beben sidra y la desbeben,
y la feria de la vida
zumboneando humorísticamente
no en un periquete,
en un pericote pásanla.
Y a dormir para siempre al arrullo
del cielo de plata que llora,
del mar que a lo lejos les mece,
en la falda del monte que espera,
y al choc-choc aldeano
de las almadreñas
que un día en el monte
criaron follaje,
¡verde teclado en que tañó la lluvia
este divino humor!
Oviedo, marzo, 1923.
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