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Rafael Santos Torroella (Portbou, Gerona, 21 de enero de 1914-Barcelona, 29 de septiembre de 2002) fue un crítico y profesor de arte, traductor, poeta y dibujante español.
Biografía
Rafael Santos nació en la localidad gerundense de Portbou, el 21 de enero de 1914. Era el segundo hijo del matrimonio formado por Julián Santos Estévez, un inspector de Aduanas procedente de Salamanca y de Aurelia Torroella. Su hermana mayor Ángeles Santos sería una destacada y precoz pintora. En Portbou, a donde llegó destinado su padre, vivía su familia materna, ya que su abuelo, Rafael Torrella i Cardoner, era propietario de una agencia de Aduanas en este municipio fronterizo catalán.
Los sucesivos destinos de su padre le hicieron recorrer gran parte de la geografía española. Durante sus primero años vivió Ripoll, La Junquera, Le Perthus y Portbou. Pasó posteriormente por Salamanca y Valladolid y San Sebastián.
En 1924, su padre fue nombrado administrador de la Aduana de Ayamonte, en la provincia de Huelva y su hermana Ángeles ingresó interna en el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón de Sevilla, donde se inició en el dibujo y la pintura. Allí recomendaron a sus padres que Ángeles se dedicara a la pintura, para la que había nacido. Dos años más tarde, cuando la familia se trasladó a Valladolid, Ángeles empezó a recibir clases de pintura de un veterano profesor italiano, Cellino Perotti, a las que también asistía Rafael. El impacto temprano de la pintura de su hermana le permitió mantener contacto desde muy joven con muchos de los intelectuales más destacados de esa época como Ramón Gómez de la Serna, Ernesto Giménez Caballero, Federico García Lorca, Jorge Guillén o Emilio Gómez Orbaneja.
Por presión de su padre estudió Derecho en las universidades de Valladolid y Salamanca y simultáneamente se matriculó como alumno libre en el Seminario de Arte y Arqueología de la Facultad de Historia de la Universidad de Valladolid. Durante la guerra civil colaboró en la revista Juliol (Barcelona, 1936), y en 1938 ganó el premio de poesía Combatiente del Este (Valencia, 1938). Al terminar la guerra fue encarcelado y condenado por auxilio a la rebelión.
Fue profesor de la Facultad de Bellas Artes de San Jorge y autor de diversos libros sobre Joan Miró, Pablo Picasso y Salvador Dalí, entre otros, y contribuyó a renovar el panorama artístico catalán después de la guerra, lo que le hizo ser considerado una autoridad en el universo artístico. Sus estudios, especialmente los dedicados a Miró y Dalí, se pueden consultar en las bibliotecas de todo el mundo.
En el campo literario, Santos publicó diversos volúmenes de poesía en español. Efectuó también muchas traducciones del inglés y el francés, especialmente de libros infantiles y estudios de arte; en ocasiones, firmaba como R.S.Torroella. Tradujo poesías de Fernando Pessoa y Carles Riba. Fue una de los descubridores del talento de Joan Brossa, del que realizó la primera traducción al español en 1951, y fue secretario de tres Congresos de Poesía celebrados en Segovia, Salamanca y Santiago de Compostela (1952, 1953 y 1954).
Fue distinguido con el premio Boscán en 1959, y con la Medalla de Oro de las Bellas Artes. También fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge.
En el año 2014, el Ayuntamiento de Gerona adquirió la colección de arte «Rafael y María Teresa Santos Torroella» e ingresó en donación el Archivo y la Biblioteca «Rafael y María Teresa Santos Torroella».
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*
Algunos poemas de Rafael Santos Torroella:
¡QUÉ HABRÁ QUE NO CONSIGAN LAS PALABRAS?
¿Qué habrá que no consigan las palabras?
Llamaron al amor, y el amor vino.
Si dijeron ¡levántate!, una sombra
-entre las sombras ya- saltó al camino.
¿Quién no ha visto tan sólo una palabra,
y menos todavía, un solo grito,
una sílaba apenas, dispararse,
y caer un hombre por la muerte herido?
De Ciudad perdida (1949):
FUERTE COSA ES VIVIR
Fuerte cosa es vivir y estar contando
las horas, esas nubes, los latidos,
vagar despiertos cuanto más dormidos,
estar en vela y continuar soñando.
Sumamos días, que nos van restando
los plazos por el tiempo concedidos.
Nos deja la alegría malheridos
y a veces el pesar nos va curando.
En este breve sueño, paradoja
de tanta libertad nunca aprendida,
la sonrisa es un ceño que se enoja,
el amor como un llanto que se olvida,
el vivir un otoño hoja tras hoja,
la muerte un suma y sigue de la vida.
A VECES COMO EL AIRE
A veces se adelgaza como el aire,
como frágil cristal, el corazón.
Una tenue vasija,
un coral quebradizo nos parece
en medio de la noche cautivado.
¿Cómo saber, entonces, quién le aprieta
quién quiere liberarle,
con rabia o con amor, de su recinto?
Tanto pueden quebrar sus breves muros
la soledad en lágrimas acerbas,
la congoja del niño que nos llama
o una breve caricia apresurada.
De Sombra infiel (1952):
SOMBRA INFIEL
¿Quién camina en la sombra con nosotros?
¿Quién empuja esta sed hasta los labios?
¿Quién por la oscura noche y su latido
nos obliga a buscar, tras de las cuerdas
sonoras del silencio, las palabras?
¿Por qué ordenar la voz
en las aspas de fuego del poema?
¿De quién es ese cuerpo que no olvida
sus rastros en el polvo,
sus cabellos al viento,
unas hebras tan sólo que pudieran
dejarnos un indicio, unas señales
de que estuvo un momento en nuestro abrazo?
¡Nocturna sombra infiel y necesaria!
De ti nunca sabremos más que sabe
de su listada majestad el tigre,
ni más que sabe el prado
de la estación que crece por sus venas,
o que la alondra sabe de su vuelo
cuando en los juncos se desnuda el alba.
Mas volveremos siempre
al incierto camino entre la niebla.
Nombraremos las cosas, como el aire
que su secreto ignora aunque las cerque.
Y preguntando sin hallar respuest.
siempre tarde será cuando lleguemos
a la casa entrevista, que encontramos
sin luces y desierta.
NO TEMÁIS
A Antonio Tovar
No temáis, todavía
cabe mucho dolor en cualquier hombre.
No se enloquece así,
tan fácilmente. No se rompe
como vaso de vidrio el corazón,
al primer golpe. Estamos sabiamente
hechos para sufrir,
con materiales duros, por la fuerte
mano artesana que hizo cada cosa.
Está tenso el cristal: por eso salta
tras su límite exacto. Mas al hombre
le quedarán sus gritos y sus lágrimas.
Le quedarán los ojos incansables,
las palabras, esa última tierra
de su sangre y sus huesos,
que tanto se resisten. Siempre queda
más allá del dolor, la muerte misma
prometiendo esperanzas,
ejecutando a solas su tarea,
enemiga de ayudas y llamadas.
No temáis. Nuestra vida no es el vaso
de vidrio que se rompe.
Cabe mucho dolor –o mucho amor–
en cualquier hombre.
LOS RECUERDOS
A R.S. de T.
Fuimos creciendo así,
como el arroyo que se vuelve río
y que presiente el mar mientras empuja
las hojas muertas, el oscuro limo,
las lluvias y las nubes que en sus aguas
como tristes memorias se han dormido.
Pero tú no recuerdes, no me hables
del tiempo desvalido,
de la niñez lejana y compartida
que hoy nos parece un dulce paraíso
y era un soñar difícil, caminando
por tu secreto tú, yo por el mío.
Y era mayor el mundo. Nuestros padres,
a su medida, altísimos.
El mar, frente a la casa,
como otro mundo él solo, muy distinto
de este mar de los mapas que, más tarde,
entre una guerra y otra conocimos.
¿Para qué recordar? Deja estas cosas
en el rincón de todo lo perdido,
de aquello que en la vida
-casi sin advertirlo-
se nos cayó en la calle o en el tiempo
y está lleno de polvo y amarillo.
Porque si tú me cuentas,
no sé,,, de un torpe niño
que el pájaro y la nube equivocaba,
que creía de azúcar el rocío
y de algodón la nieve ¿cómo puedo
imaginar que me hablas de mí mismo?
Deja este grave asunto
de recorrer los rostros sucesivos,
las sucesivas manos, las edades,
los otros corazones que tuvimos.
Te verías sin verte,
más lejano de ti y más distinto.
Estamos bien ahora, por estar
como en otra posada del camino.
Aquí, conoceremos caras nuevas,
tal vez, nuevos amigos.
Háblame de otras cosas... Los recuerdos
duelen más que el olvido.
De Nadie: poemas del avión (1954):
NADIE
A Joâo Cabral de Melo
¿Quién levantó ese muro?,
¿quién ha talado el árbol?,
¿quién horada la noche, o quién -decidme-
ríe el llanto del niño o nuestro llanto ríe?
¿Quién hace de las madres,
de las madres inermes de rescoldo en las sombras,
tanta fría ceniza acumulando estratos
en los grandes braseros de yerta pena oscura?
¿Quién nos quiebra la voz?
¿quién nos punza los ojos
-estos ojos tan puros con la risa y el agua-
con negros alfileres tan lentos y obstinados?,
¿quién enloda los besos
nacidos para el fuego y en la llama?
¿quién -decidme-, quién escucha y olvida
la palabra de Dios, su inédito lenguaje?
¿Visteis cómo en la casa,
la de muchos hermanos y padres que no pueden
ir atando la sangre por ellos desatada,
cualquier objeto humilde que se quebró en silencio
alza una espuma verde de insidiosas preguntas
que ya no inquieren nada, que afirman solamente
esa culpa de nadie por todos compartida
en rencores ocultos airados de sí mismos?
¿No visteis los amantes furtivos o enconados
odiarse en su lujuria quemándose por nadie,
consumirse,
tal hojas secas, troncos y ramas secos,
que en lo hondo del bosque el leñador apila
y enciende distraído, sacerdote en la niebla?
¿Quién luchará la bíblica pelea contra nadie?
¿quién podrá desangrar su ira contra nadie?
¿quién ahogará su sed en las manos de nadie?
¿quién logrará de nadie una sola respuesta,
un sí que sólo afirme, un no que niegue sólo?
Ha de ser ese alguien como el humo,
como el agua más lenta del otoño y las hojas
que desnudan el árbol y cubren a la tierra
de voces quebradizas, crujientes, olvidadas,
de voces para el sueño de nadie y sólo nadie.
POÉTICA PARA CIERTOS DÍAS
A Carlos Drummond de Andrade
No cogeré el poema que se cayó en la calle
ni adularé su forma o su intención propicias.
Pero sí
quiero olvidarme a veces de sus venas sutiles,
inadvertir su dulces arroyos interiores,
la savia musical que asciende hasta sus labios.
Quiero olvidar que en su ordenado fuste
hay una voz oculta que inventa las palabras,
que las renace, tal vez, como en el pecho
de su tristeza se descubre el hombre.
Quiero olvidar que hay algo en el poema que se aparta,
de pronto y con sorpresa,
del río de la vida entre las sombras.
Ciertos días
quiero caer de bruces en el poema,
verme de pronto en él
como en el vaso de la sed imprevisora,
como en cualquier rasguño los golpes de la calle,
como cualquier suceso en las esquinas...
Quiero decirme:
hoy es un día más, como los otros,
a pesar del poema.
Quiero decirle al amigo
que no nos entendemos, a pesar del poema.
Decirle que ciertos días
el poema ha de ser la piedra que rompa los cristales,
ha de ser la palabra de no quedarse solo,
la súbita alegría de perder la memoria,
de morir más de prisa y colmado entre las cosas.
Ciertos días,
inciertos como todos,
quisiera olvidarme en el poema,
quedarme como el niño que se perdió en la calle
entre voces confusas y pisadas
de extrañísimos hombres.
Rafael Santos Torroella (Portbou, Gerona, 21 de enero de 1914-Barcelona, 29 de septiembre de 2002) fue un crítico y profesor de arte, traductor, poeta y dibujante español.
Biografía
Rafael Santos nació en la localidad gerundense de Portbou, el 21 de enero de 1914. Era el segundo hijo del matrimonio formado por Julián Santos Estévez, un inspector de Aduanas procedente de Salamanca y de Aurelia Torroella. Su hermana mayor Ángeles Santos sería una destacada y precoz pintora. En Portbou, a donde llegó destinado su padre, vivía su familia materna, ya que su abuelo, Rafael Torrella i Cardoner, era propietario de una agencia de Aduanas en este municipio fronterizo catalán.
Los sucesivos destinos de su padre le hicieron recorrer gran parte de la geografía española. Durante sus primero años vivió Ripoll, La Junquera, Le Perthus y Portbou. Pasó posteriormente por Salamanca y Valladolid y San Sebastián.
En 1924, su padre fue nombrado administrador de la Aduana de Ayamonte, en la provincia de Huelva y su hermana Ángeles ingresó interna en el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón de Sevilla, donde se inició en el dibujo y la pintura. Allí recomendaron a sus padres que Ángeles se dedicara a la pintura, para la que había nacido. Dos años más tarde, cuando la familia se trasladó a Valladolid, Ángeles empezó a recibir clases de pintura de un veterano profesor italiano, Cellino Perotti, a las que también asistía Rafael. El impacto temprano de la pintura de su hermana le permitió mantener contacto desde muy joven con muchos de los intelectuales más destacados de esa época como Ramón Gómez de la Serna, Ernesto Giménez Caballero, Federico García Lorca, Jorge Guillén o Emilio Gómez Orbaneja.
Por presión de su padre estudió Derecho en las universidades de Valladolid y Salamanca y simultáneamente se matriculó como alumno libre en el Seminario de Arte y Arqueología de la Facultad de Historia de la Universidad de Valladolid. Durante la guerra civil colaboró en la revista Juliol (Barcelona, 1936), y en 1938 ganó el premio de poesía Combatiente del Este (Valencia, 1938). Al terminar la guerra fue encarcelado y condenado por auxilio a la rebelión.
Fue profesor de la Facultad de Bellas Artes de San Jorge y autor de diversos libros sobre Joan Miró, Pablo Picasso y Salvador Dalí, entre otros, y contribuyó a renovar el panorama artístico catalán después de la guerra, lo que le hizo ser considerado una autoridad en el universo artístico. Sus estudios, especialmente los dedicados a Miró y Dalí, se pueden consultar en las bibliotecas de todo el mundo.
En el campo literario, Santos publicó diversos volúmenes de poesía en español. Efectuó también muchas traducciones del inglés y el francés, especialmente de libros infantiles y estudios de arte; en ocasiones, firmaba como R.S.Torroella. Tradujo poesías de Fernando Pessoa y Carles Riba. Fue una de los descubridores del talento de Joan Brossa, del que realizó la primera traducción al español en 1951, y fue secretario de tres Congresos de Poesía celebrados en Segovia, Salamanca y Santiago de Compostela (1952, 1953 y 1954).
Fue distinguido con el premio Boscán en 1959, y con la Medalla de Oro de las Bellas Artes. También fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge.
En el año 2014, el Ayuntamiento de Gerona adquirió la colección de arte «Rafael y María Teresa Santos Torroella» e ingresó en donación el Archivo y la Biblioteca «Rafael y María Teresa Santos Torroella».
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*
Algunos poemas de Rafael Santos Torroella:
¡QUÉ HABRÁ QUE NO CONSIGAN LAS PALABRAS?
¿Qué habrá que no consigan las palabras?
Llamaron al amor, y el amor vino.
Si dijeron ¡levántate!, una sombra
-entre las sombras ya- saltó al camino.
¿Quién no ha visto tan sólo una palabra,
y menos todavía, un solo grito,
una sílaba apenas, dispararse,
y caer un hombre por la muerte herido?
De Ciudad perdida (1949):
FUERTE COSA ES VIVIR
Fuerte cosa es vivir y estar contando
las horas, esas nubes, los latidos,
vagar despiertos cuanto más dormidos,
estar en vela y continuar soñando.
Sumamos días, que nos van restando
los plazos por el tiempo concedidos.
Nos deja la alegría malheridos
y a veces el pesar nos va curando.
En este breve sueño, paradoja
de tanta libertad nunca aprendida,
la sonrisa es un ceño que se enoja,
el amor como un llanto que se olvida,
el vivir un otoño hoja tras hoja,
la muerte un suma y sigue de la vida.
A VECES COMO EL AIRE
A veces se adelgaza como el aire,
como frágil cristal, el corazón.
Una tenue vasija,
un coral quebradizo nos parece
en medio de la noche cautivado.
¿Cómo saber, entonces, quién le aprieta
quién quiere liberarle,
con rabia o con amor, de su recinto?
Tanto pueden quebrar sus breves muros
la soledad en lágrimas acerbas,
la congoja del niño que nos llama
o una breve caricia apresurada.
De Sombra infiel (1952):
SOMBRA INFIEL
¿Quién camina en la sombra con nosotros?
¿Quién empuja esta sed hasta los labios?
¿Quién por la oscura noche y su latido
nos obliga a buscar, tras de las cuerdas
sonoras del silencio, las palabras?
¿Por qué ordenar la voz
en las aspas de fuego del poema?
¿De quién es ese cuerpo que no olvida
sus rastros en el polvo,
sus cabellos al viento,
unas hebras tan sólo que pudieran
dejarnos un indicio, unas señales
de que estuvo un momento en nuestro abrazo?
¡Nocturna sombra infiel y necesaria!
De ti nunca sabremos más que sabe
de su listada majestad el tigre,
ni más que sabe el prado
de la estación que crece por sus venas,
o que la alondra sabe de su vuelo
cuando en los juncos se desnuda el alba.
Mas volveremos siempre
al incierto camino entre la niebla.
Nombraremos las cosas, como el aire
que su secreto ignora aunque las cerque.
Y preguntando sin hallar respuest.
siempre tarde será cuando lleguemos
a la casa entrevista, que encontramos
sin luces y desierta.
NO TEMÁIS
A Antonio Tovar
No temáis, todavía
cabe mucho dolor en cualquier hombre.
No se enloquece así,
tan fácilmente. No se rompe
como vaso de vidrio el corazón,
al primer golpe. Estamos sabiamente
hechos para sufrir,
con materiales duros, por la fuerte
mano artesana que hizo cada cosa.
Está tenso el cristal: por eso salta
tras su límite exacto. Mas al hombre
le quedarán sus gritos y sus lágrimas.
Le quedarán los ojos incansables,
las palabras, esa última tierra
de su sangre y sus huesos,
que tanto se resisten. Siempre queda
más allá del dolor, la muerte misma
prometiendo esperanzas,
ejecutando a solas su tarea,
enemiga de ayudas y llamadas.
No temáis. Nuestra vida no es el vaso
de vidrio que se rompe.
Cabe mucho dolor –o mucho amor–
en cualquier hombre.
LOS RECUERDOS
A R.S. de T.
Fuimos creciendo así,
como el arroyo que se vuelve río
y que presiente el mar mientras empuja
las hojas muertas, el oscuro limo,
las lluvias y las nubes que en sus aguas
como tristes memorias se han dormido.
Pero tú no recuerdes, no me hables
del tiempo desvalido,
de la niñez lejana y compartida
que hoy nos parece un dulce paraíso
y era un soñar difícil, caminando
por tu secreto tú, yo por el mío.
Y era mayor el mundo. Nuestros padres,
a su medida, altísimos.
El mar, frente a la casa,
como otro mundo él solo, muy distinto
de este mar de los mapas que, más tarde,
entre una guerra y otra conocimos.
¿Para qué recordar? Deja estas cosas
en el rincón de todo lo perdido,
de aquello que en la vida
-casi sin advertirlo-
se nos cayó en la calle o en el tiempo
y está lleno de polvo y amarillo.
Porque si tú me cuentas,
no sé,,, de un torpe niño
que el pájaro y la nube equivocaba,
que creía de azúcar el rocío
y de algodón la nieve ¿cómo puedo
imaginar que me hablas de mí mismo?
Deja este grave asunto
de recorrer los rostros sucesivos,
las sucesivas manos, las edades,
los otros corazones que tuvimos.
Te verías sin verte,
más lejano de ti y más distinto.
Estamos bien ahora, por estar
como en otra posada del camino.
Aquí, conoceremos caras nuevas,
tal vez, nuevos amigos.
Háblame de otras cosas... Los recuerdos
duelen más que el olvido.
De Nadie: poemas del avión (1954):
NADIE
A Joâo Cabral de Melo
¿Quién levantó ese muro?,
¿quién ha talado el árbol?,
¿quién horada la noche, o quién -decidme-
ríe el llanto del niño o nuestro llanto ríe?
¿Quién hace de las madres,
de las madres inermes de rescoldo en las sombras,
tanta fría ceniza acumulando estratos
en los grandes braseros de yerta pena oscura?
¿Quién nos quiebra la voz?
¿quién nos punza los ojos
-estos ojos tan puros con la risa y el agua-
con negros alfileres tan lentos y obstinados?,
¿quién enloda los besos
nacidos para el fuego y en la llama?
¿quién -decidme-, quién escucha y olvida
la palabra de Dios, su inédito lenguaje?
¿Visteis cómo en la casa,
la de muchos hermanos y padres que no pueden
ir atando la sangre por ellos desatada,
cualquier objeto humilde que se quebró en silencio
alza una espuma verde de insidiosas preguntas
que ya no inquieren nada, que afirman solamente
esa culpa de nadie por todos compartida
en rencores ocultos airados de sí mismos?
¿No visteis los amantes furtivos o enconados
odiarse en su lujuria quemándose por nadie,
consumirse,
tal hojas secas, troncos y ramas secos,
que en lo hondo del bosque el leñador apila
y enciende distraído, sacerdote en la niebla?
¿Quién luchará la bíblica pelea contra nadie?
¿quién podrá desangrar su ira contra nadie?
¿quién ahogará su sed en las manos de nadie?
¿quién logrará de nadie una sola respuesta,
un sí que sólo afirme, un no que niegue sólo?
Ha de ser ese alguien como el humo,
como el agua más lenta del otoño y las hojas
que desnudan el árbol y cubren a la tierra
de voces quebradizas, crujientes, olvidadas,
de voces para el sueño de nadie y sólo nadie.
POÉTICA PARA CIERTOS DÍAS
A Carlos Drummond de Andrade
No cogeré el poema que se cayó en la calle
ni adularé su forma o su intención propicias.
Pero sí
quiero olvidarme a veces de sus venas sutiles,
inadvertir su dulces arroyos interiores,
la savia musical que asciende hasta sus labios.
Quiero olvidar que en su ordenado fuste
hay una voz oculta que inventa las palabras,
que las renace, tal vez, como en el pecho
de su tristeza se descubre el hombre.
Quiero olvidar que hay algo en el poema que se aparta,
de pronto y con sorpresa,
del río de la vida entre las sombras.
Ciertos días
quiero caer de bruces en el poema,
verme de pronto en él
como en el vaso de la sed imprevisora,
como en cualquier rasguño los golpes de la calle,
como cualquier suceso en las esquinas...
Quiero decirme:
hoy es un día más, como los otros,
a pesar del poema.
Quiero decirle al amigo
que no nos entendemos, a pesar del poema.
Decirle que ciertos días
el poema ha de ser la piedra que rompa los cristales,
ha de ser la palabra de no quedarse solo,
la súbita alegría de perder la memoria,
de morir más de prisa y colmado entre las cosas.
Ciertos días,
inciertos como todos,
quisiera olvidarme en el poema,
quedarme como el niño que se perdió en la calle
entre voces confusas y pisadas
de extrañísimos hombres.
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