Eloy Sánchez Rosillo (n. Murcia, 24 de junio de 1948) es un poeta español.
Biografía
Eloy Sánchez Rosillo nació en Murcia, el 24 de junio de 1948. Fueron sus padres Isidoro Sánchez Roca, aparejador, natural de El Albujón (Cartagena) y Celia Rosillo Sandoval, nacida en Chinchilla (Albacete). Hermanos: María Dolores, dos años mayor que el poeta, e Isidoro, dos años menor.
Cuando Eloy tenía siete años (casi ocho), su padre murió de un infarto a los cuarenta y siete. Este hecho fulminante y terrible marcará su niñez con un profundo sentimiento de soledad, fugacidad y pérdida, y acaso tenga bastante que ver con el sostenido tono elegíaco que, muchos años más tarde, se advertirá en los cinco primeros libros del poeta.
Fue un lector muy precoz.
Lo mejor de las casi dos primeras décadas de su vida fueron los veranos en el campo. Transcurrían completos en una finca familiar —Casa del Teniente— perdida en las más apartadas latitudes de La Mancha. Aprendió allí con fascinación a conocer la naturaleza, que tanta relevancia habría de adquirir en su poesía.
Tuvo una adolescencia y un inicio de la juventud complicados. Sus estudios de bachillerato fueron desastrosos. Pasó por varios colegios religiosos: maristas de Murcia, escolapios de Albacete (en régimen de internado) y capuchinos de Murcia. No conserva buenos recuerdos de ninguno de estos centros, pero sobre todo se acuerda con espanto del de los escolapios de Albacete: el padre Evencio, el padre Ceferino, el padre Lozano y otros atroces personajes dickensianos campaban sin trabas y sin escrúpulos en aquel siniestro caserón de la gélida ciudad manchega. Eloy, a sus doce años, hubo de permanecer en ese encierro todo un curso.
Los suspensos en las distintas asignaturas (excepto en Lengua y Literatura) y las consiguientes repeticiones no cesaban. Fue alumno también del instituto Alfonso X el Sabio y de algún otro colegio de su ciudad natal.
Su afición a la lectura, no obstante, iba incrementándose. Leía a todas horas.
De los tiempos oscuros vino a redimirlo la poesía a los diecisiete años. El descubrimiento súbito de su vocación fue una luz poderosa que habría de acompañarlo ya, sin altibajos, a lo largo de su vida.
Por fin, con notable retraso, pudo ingresar a los veintiún años (1969) en la Facultad de Filosofía y Letras de la universidad de Murcia. Contra todo pronóstico, cursó en ella brillantemente la especialidad de Filología Románica, obteniendo la licenciatura en 1974 con Premio Extraordinario. Esto posibilitó en 1975 la obtención de una beca de investigación que lo vinculó al Departamento de Literatura Española de la mencionada Facultad, en el que habría de transcurrir ya toda su vida profesional (como profesor titular a partir de cierto momento).
En la universidad conoce a Emilia Bernal López, con la que se casa en 1979. En 1984 nace su hijo Eloy.
De entre las diversas personas que han sido importantes en la formación y el devenir del autor, sin duda habría que destacar, para no extenderse en esta sumaria nota, a Ramón Gaya (se da la circunstancia, además, de que éste ha sido también fundamental para diversas personas muy próximas al poeta). A principios de 1979 lo conoció en Murcia, y comenzó enseguida una fructífera y maravillosa amistad que se prolongaría hasta la muerte de Gaya en 2005. La obra pictórica y literaria del creador murciano le proporcionaron y le siguen aportando al poeta verdades muy profundas y luminosas, que tal vez hayan contribuido al desarrollo de su propia obra.
Ha publicado once libros de poesía. Los diez primeros están recogidos hoy, revisados, en Las cosas como fueron. Poesía completa, 1974-2017, Tusquets Editores, Barcelona (2018), y el último, La rama verde fue publicado por la misma editorial en 2020. Existen también varias antologías de su poesía.
Coordinó un Homenaje a Ramón Gaya, el primero que se le hizo en España al gran pintor y escritor, ha publicado un libro sobre Luis Cernuda y tradujo y editó una antología de Giacomo Leopardi. A él se debe asimismo la selección y el prólogo de una antología poética de Andrés Trapiello.
Ha colaborado en numerosos diarios y revistas y sus poemas figuran en las antologías más representativas de la poesía contemporánea. Alguno de sus libros y selecciones más o menos extensas de su poesía han sido traducidos.
Durante los años de su dilatada trayectoria de poeta ha realizado numerosas lecturas comentadas de su obra en España, Hispanoamérica y otros países.
Liberado ya de su actividad académica, Eloy Sánchez Rosillo reparte cada vez más su tiempo entre Murcia y la localidad costera de Puerto de Mazarrón, donde a lo largo de los años ha encontrado en prolongadas estancias de retiro la soledad y el sosiego necesarios para el cumplimiento de su poesía.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Eloy_S%C3%A1nchez_Rosillo )
*
Algunos poemas de Eloy Sánchez Rosillo:
De Maneras de estar solo (1974-1977):
EL POEMA
A veces me tropiezo con tu sonido. Escucho
un eco que golpea las paredes del sueño
y oigo en mi pulso un ritmo de aventura y de búsqueda.
La noche se hace entonces laberinto. Mis pasos
penetran en el bosque, presienten el encuentro.
Me acerco a los lugares donde la muerte esconde
el vértigo y la luz de su relámpago.
Para todo soy ciego si este dolor me acecha:
la destrucción buscada es la vida más honda.
Y no puedo escapar. tu voz es cárcel;
la noche es ya fulgor, llanto,semilla,
lucidez y delirio, tiempo entero.
Me rodean las cosas; en la penumbra laten
y esperan que las nombre, que mis manos
impriman un color a su destino,
esculpan una forma en su carne reciente.
Acaba aquí el silencio, poco a poco,
la soledad se puebla de música y palabras;
giran los signos y la sombra acoge
mi fiebre sacudida, mi pasión, mi inocencia.
Me pierdo en el camino. Pero de nuevo vuelvo
al lugar del milagro. Al fin descifro
la oscuridad que oculta la secreta escritura.
Todo termina, y callo. Tiembla la noche. Cae
una gota de lumbre sobre el papel en blanco.
EL MAR ESTABA LEJOS
El mar estaba lejos.
Pero en el aire húmedo de la mañana
se percibía un vago olor salado y rumoroso.
Fue entonces cuando el hombre despertó.
Guardó en su pecho las hermosas imágenes del sueño
y emprendió su camino.
Atrás fueron quedando
las ciudades, los pueblos, las aldeas
que el afán de los hombres levantara.
Atravesó también bosques umbrosos,
tierras resecas, valles pensativos.
Pasaron muchas horas. Y ya el sol último
arrojaba los restos de su incendio
a las cimas de los montes más altos.
Y el caminante se adentró en la noche
como un dios en su soledad.
Ahora la luna brilla en el centro del cielo
y su plena mirada contempla con amor
la juventud del hombre y su quimera.
El mar estaba aún lejos. Pero ya podía oírse
su canción misteriosa.
......................................La madrugada
refrescaba las sienes fatigadas del hombre,
que siguió caminando y advirtió
una presencia humana en la lejana orilla.
Una hermosa muchacha lo veía acercarse:
eran grandes sus ojos;
su cabello, oscuro como el viento nocturno:
su cuerpo, silvestre y frágil.
Intensamente se miraron,
y el silencio les hizo comprenderse.
Abandonaron sus ropas en la arena
y juntos penetraron en las oscuras aguas.
LA MUERTE DEL SILENCIO
Como alguien que después de un largo tiempo de oscuridad
descubre tras el rostro de la noche
la inesperada presencia del amanecer,
halló el adolescente en un repliegue de su vida
un tesoro nimbado de misteriosos brillos:
era la muerte del silencio. Y el muchacho
penetró en el umbral de la poesía
con paso decidido y fervor en su pecho:
allí estaba la luz de la palabra,
el extraño fulgor de cada hora,
la ignorada expresión de la belleza
en el regazo de lo conocido.
Un día, con un libro bajo el brazo,
anduvo por las calles soñolientas y tibias
de una ciudad del sur, de su ciudad.
Se sentó al fin en una plaza silenciosa
y vio cómo las manos del sol acariciaban
el oscuro verdor de los magnolios
con más amor que en otras primaveras.
Abrió entonces el libro. Y sólo dos palabras
en su portada halló: Teócrito: Idilios.
Y el pastor siciliano se aproximó al muchacho
y le contó muchas historias, tan hermosas
como frutas silvestres o el canto de un jilguero.
Con voz muy dulce le hablaba largamente
de los amores mitológicos, insondables y simples.
Y cuando sus palabras se apagaron
una flauta afligida se despertó a lo lejos.
La luz mediterránea descansaba
en la plata apacible del olivo,
las cigarras cantaban en la sombra;
cerca del mar crecían las adelfas.
CAVIDAD PERMANENTE
Eran tan sólo cuerpos asustados,
carne del grito, fiebre insomne, alerta
en la savia lunar de los rumores.
Al llegar pronunciaron su oleaje,
su ocupación cansada de la noche.
Hincaron su raíz en la penumbra
y en los atrios brillaron las señales
de una claudicación predestinada.
Nada dijeron de la luz herida,
de las gargantas que se despertaron
sobre la oscuridad de ciertas horas,
ni del murmullo lento, arrodillado,
al que se aproximaban sus edades.
En el lugar de una sonrisa antigua
creció la profecía de los nombres.
Las calles se olvidaron de los ecos
que en las horas oscuras se propagan,
y la humedad trepó por la osamenta
de una ciudad hundida en el verano.
Nadie pudo advertir con su ternura
la palabra que el tiempo edificaba
sobre un reloj partido: la memoria.
El Sur se levantó sobre la sangre
y la sangre gimió en sus acueductos.
Después volvió el dolor a los caminos
y abrió sus espirales la costumbre.
TIERRA DE SOLEDAD
Con el tiempo los cuerpos se acostumbran
a caminar completamente solos
sobre la tierra de la soledad.
Las vagas sensaciones, los recuerdos
de los lugares en los que encontramos
a alguien con quien hablar, a alguien que escuche
nuestras palabras mientras cae la tarde,
se van borrando lentamente, como
huellas que el viento apaga y desordena.
Y el eco tibio del antiguo encuentro
no persiste en la voz, en el lenguaje
con que aprendimos a nombrar las cosas.
Sólo queda la noche. Y nos perdemos
en el largo silencio de las calles
vacías. Y al llegar la madrugada
sentimos frío y respiramos muerte.
DEJADME AQUÍ
Dejadme aquí, sumido en la penumbra
de esta habitación en la que tantas horas de mi vida transcurrieron.
Es tarde ya. La noche se aproxima
y hoy -no sé por qué- más que otras veces necesito
quedarme solo y recordar muy lentamente
algunas cosas del pasado,
ciertas historias ya casi perdidas,
mientras el sol se aleja y la ciudad va hundiéndose en la sombra.
EL VIAJERO
A veces me pregunto qué habría sido de mí
sin los recuerdos que tan celosamente guardo:
aquella callejuela que olía a madera y a fruta
en un húmedo barrio de París,
los árboles dormidos bajo el sol
en una plaza antigua de Florencia,
el órgano que hacía vibrar la catedral de Orvieto
en un amanecer lejano,
la lluvia golpeando en la ventana
de una habitación en la que yo sufrí,
unos ojos oscuros que me miran rendidos
en un sitio olvidado o que soñé.
Cuando la inmediatez de los oficios cotidianos
se filtra hasta mis huesos y me impide
respirar con amor los olores espesos,
fríos, sin luz, de la costumbre,
cierro los ojos, regreso lentamente
a las tierras que en otro tiempo recorrí
y en las que el olvido no impuso su silencio.
Acaricio los días que pasaron,
las horas que brillan en la distancia
como ciudades recostadas en el centro de la noche.
Y pienso con tristeza que fue hermoso andar tantos caminos,
aunque sepa que ya sólo podré pisarlos
-tal como yo era entonces-
con una pobre ayuda: la memoria.
TARDE DE JUNIO
Ahora, juntos, vivimos la hermosura
de esta tarde de junio,
el fulgor de las horas en que nos entregamos
al conocimiento de la verdad del amor,
a la gran llamarada del encuentro.
Ahora sabemos que toda la alegría
cabe en el mundo breve de esta habitación,
en el espacio ardiente y misterioso
de la cama deshecha.
de este lecho.
La luz cansada del atardecer
dibuja sobre el tiempo islas doradas.
En un rincón del cuarto
brilla la enredadera de la música.
Un viento súbito sacude nuestros cuerpos,
y lo olvidamos todo.
Después regresan las miradas lentas,
los gestos satisfechos, las sonrisas.
Y luego contemplamos en silencio
con qué dulzura va cayendo la noche
sobre la indiferente ciudad que nos rodea.
SENTIDO DEL CUERPO
Dejadme a solas una noche entera
con esta voz que tiembla decidida y mojada,
con este cuerpo frágil que origina un incendio instantáneo,
un fulgor que derriba las paredes del miedo.
En la profundidad de esos ojos es posible encontrar la huella de un astro salvaje,
de un vegetal orgulloso y persuasivo.
Este presente es llave, libertad, cárcel, mundo que yo conozco:
la arena misteriosa de una piel reencontrada,
la posesión de un agua secreta.
Calles con sed, desiertos de mi mano,
oscuridad que palpa la suavidad del trigo.
El vértigo que habita este minuto
taladra el vidrio opaco de las soledades que dejamos atrás:
oficios que mancharon con su cera abatida la frente de los metales más sonoros,
ocupaciones que nos persiguieron,
poderes que sembraron tristes banderas en mi carne.
Ahora siento tu olor, ahora te escucho. Y sólo existe
la voluntad madura de unos labios que cantan.
Afuera quedó todo. No hay ventanas
en esta habitación que nos acoge.
DESPUÉS DE LA LLUVIA
En el atardecer, después de la lluvia,
el sol acariciaba las piedras de la antigua ciudad
de una especial manera,
con un profundo y triste y natural amor.
Y al mirarnos supimos que éramos conscientes
de aquel minuto prodigioso,
de aquella intensa belleza inestable.
ALABANZA DE LA NOCHE
La luz los separaba. No podían
acomodar sus ojos al dolor que la mañana
derramaba en su mundo,
en el tierno desorden de sus cosas.
El día le dictaba a la indolencia normas de claridad,
difíciles caminos bajo el sol.
Malgastaban su tiempo en trabajos extraños,
en tareas que las horas
dejaban en sus manos de repente.
Y transcurrían siglos de silencio, inacabables
épocas de sed, grandes espacios de flores muertas.
Pero al fin la triste respiración de la ciudad cansada
les decía que comenzaba a regresar el atardecer.
Posaban la mirada en las lejanas cumbres. Presentían
que en el rumor oscuro de sus árboles
ya estarían las aves buscando su cobijo,
su humilde refugio de verdor apagado.
Entonces olvidaban la larga separación,
rompían las ataduras de la luz
y se encontraban de nuevo en el límite exacto de la sombra.
Porque la noche los unía, los empujaba suavemente
al lecho de la alegría y de la inmediatez,
al reino de la inocencia y de lo verdadero.
LA CIUDAD PRESENTIDA
La ciudad los acogió con las luces del alba
y extendió ante su asombro el viejo laberinto de sus calles.
Traspasaron el umbral de la mañana. Los ojos
se habituaron pronto a la belleza de este día.
Porque en otro lugar y en horas menos plenas
supieron intuir lo que ven hoy:
ese reloj que hace vibrar la plaza
cuando deja caer trozos de tiempo sobre el mundo,
el rincón soleado donde un hombre muy viejo
vende objetos inútiles y hermosos...
Ellos saben muy bien que las cosas que crecen
bajo este cielo ajeno no son suyas. Y querrían
tenderse para siempre sobre la hierba del verano
y engañarse olvidando lo que fueron
antes de estar aquí, antes de haber vivido
de acuerdo con la vida, con arreglo a la luz.
Piensan que pronto, en otra tierra, lejos,
cuando de nuevo vuelvan a sus viejas costumbres
y otra vez el invierno los habite y los venza,
recordarán, oscuros, este sol, este sueño
de libertad que quiso regalarles la vida.
Pero deciden aplazar las sombras.
........................................................Ahora
no dicen nada. Están aquí. Se miran.
La mañana transcurre. Y son dichosos.
PRELUDIO
Ya no sé cuándo, pero una vez dijiste
algo sobre la noche, algo acerca
de los poderes de la oscuridad.
y tus palabras, tan extrañas a ti, tan diferentes
de tu esencial y conocida luz,
me hicieron recordar los largos años
que tardó este presente en madurar.
Hubo un tiempo anterior. Hubo una ausencia
de sol acariciando los lugares
que después me ofrecieron su verdad más profunda.
y fue lento el azar. Y fueron lentos
los toscos argumentos del dolor,
las oblicuas miradas de la sombra.
Ahora escucho el sonido claro que en la mañana
se alza sobre los cuerpos, los paisajes
que antes fueron oscuros. Frente a mis ojos brillan
realidades distintas, que hoy comprendo.
Pero cuando la tarde se acerque a los confusos
y trágicos colores de su fin,
tal vez oiga de nuevo la voz que había olvidado
y tenga que encontrar otras razones
para pensar que esto tampoco es cierto.
LAS SOMBRAS ANTERIORES
Aquel brillo asustado de tus ojos, cuando la tarde
derramaba su cansancio sobre la ciudad.
Aquella impotencia del deseo, del amor amenazado,
oprimido por un peso ajeno
a nuestra capacidad para arrodillarnos ante el dolor.
La luz cayó sobre tu piel, dejando
en ella un sabor dorado, un halo de dulzura sin historia.
Pero luego el recuerdo aproximó sus redes
y el pasado alzó sus voces enterradas.
No había nadie. Sin embargo,
una impensada presencia, un implacable
mandato de regreso a los orígenes
se impuso de repente.
.....................................Cuando calló la noche
se nos hizo difícil avanzar por las calles,
llegar hasta la cama en la que habrían
de disputar sin tregua sus querellas
el fuego más hermoso y el inclemente olvido.
No era posible decir las palabras de siempre,
porque tu país nos llegaba a través del olor de la lluvia,
y el tiempo se negaba a ser piedra sin fecha,
camino detenido, huella leve.
Las tierras lejanas que yo había vivido
se agolparon de pronto delante de cualquier sonrisa,
y comenzaron a despertarse en mi memoria
las temidas imágenes, los avisos
de una costumbre que defendía su antigua conquista.
Tuvimos que olvidar los hallazgos recientes,
los rumores de la oscuridad deseada,
de las cálidas luchas.
Y vimos cómo iba creciendo la sombra junto a nuestro abrazo.
Y cerramos los ojos porque teníamos miedo.
VOLVER A AQUELLA PLAZA
Ahora quiero volver a aquella plaza silenciosa y vacía
y escuchar otra vez las palabras que entonces
solías decir, mientras las luces de cada atardecer
dejaban en tus manos una rosa encendida y efímera.
Una pequeña fuente decía su canción en homenaje
al dios de mármol blanco que se alzaba en su centro.
Y tu voz se acercaba a mi callada forma de mirarte
enredada en la música del agua.
Yo me olvidaba allí de los tristes quehaceres
que el mundo que circunda a aquella plaza
dicta a los que recorren sus caminos.
Las horas se dormían a tus pies. Y la noche
se acercaba lentamente, envuelta en un perfume de sosiego.
Hoy miro y nada queda. Ya pasaron los días
que la vida nos dio para estar juntos.
Pero es posible regresar, volver mil veces
a los lugares del deseo, a los sitios que la pasión eligiera.
Basta con que miremos hacia atrás, con que aprendamos
que el tiempo pasa, pero permanece.
ALREDEDORES DE LA LUZ
Casi sin ver la realidad del día
ni la certeza de su claridad,
ando en busca de ti, de los vestigios
de unos años, de un mar, de unos lugares.
Porque la sombra avanza y los astros escriben
sus órdenes fatales en mi frente,
y es triste a solas proseguir la angustia
de los caminos que iniciamos juntos.
Pensar un cuerpo es inventar la noche
de las islas perdidas.
Qué difícil ahondar en el silencio,
llenar de amor el hueco que el instante
abre en el grito con que te pronuncio.
No escucho la presencia de tus pasos
vigilando la herida de los versos escritos,
y el temblor desolado de la tarde
deja en mi voz el poso ensimismado
de lo que ardió y se fue y es ya elegía.
Seguir es regresar, volver al borde
del lecho aquel, de la blancura en llamas.
La soledad me dicta letras anochecidas
y las horas se duermen en el pulso del tiempo.
Vuelve a llamarme. Esparce tus designios
en las proximidades de otra hoguera.
Se acabará el sonido del invierno, la sed de las palabras
El deseo que recuerda el color de unos ojos
descansará en la tierra que conoce.
Las calles arderán a mediodía
y cantará la luz entre mis manos.
EL VERANO
Mejor tal vez sería no recordar de nuevo
los días que pasaron como caricias crueles
por tu piel y mis manos.
En la luz del deseo brillaron nuestros cuerpos
y juntos escuchamos la voz ancha del mar.
Las heridas fragantes de aquel tiempo persisten
como antiguos dolores recientes en mi carne.
Yo no quiero escuchar el lenguaje marchito
de las cosas que ardieron.
Pero sé que es inútil negarse. No es posible
recurrir a un presente hecho de soledad
para olvidar el canto de un verano, unos brazos,
para dejar temblando en el camino
el fuego que aún enciende sin querer mis palabras.
CUERPO DORMIDO
A veces recuerdo la tibieza de aquellos días,
la gracia de aquel cuerpo dormido,
la blancura del lecho en un rincón del cuarto,
el libro abandonado, entreabierto,
la lámpara sumisa, la ventana,
el sonido lejano de la lluvia,
los lentos rumores de la noche.
Y pienso entonces que fue hermosa la vida,
y acaricio en mi pecho las heridas del tiempo.
CAMINO DEL SILENCIO
Detente aquí. No agregues más palabras
a las que ya has escrito. Que el silencio
venga al papel y que tu voz se apague
en la nocturna soledad. Tu libro
está al fin terminado. En él, a salvo,
ha de seguir latiendo la memoria
de tu vivir, de lo que el tiempo quiso
darte y quitarte, aquella intensidad,
y el fulgor delos días que se fueron.
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