Sharon Olds (San Francisco, 19 de noviembre de 1942) es una escritora y poeta estadounidense en lengua inglesa, autora de ocho libros de poesía.
Vida
Sharon Olds nació en 1942 en San Francisco (California). Creció, según la propia autora, como una "calvinista maldita". Tras su graduación en la Universidad de Stanford hizo su doctorado en la Universidad de Columbia. Galardonada con premios como The San Francisco Poetry Center Award, el Lamont, el The National Books Critics Circle Award y el T. S. Eliot, imparte en la actualidad clases de creación literaria en la Universidad de Nueva York.
Poesía
Su libro, The Wellspring (1996), se detecta el uso de un lenguaje crudo y atrevido en imágenes en las que convive la violencia política y doméstica con la cruda sexualidad en las relaciones de pareja. Una reseña para The New York Times aclama la poesía de Olds desde esta perspectiva: "Like Whitman, Ms. Olds sings the body in celebration of a power stronger than political oppression."
Su primer volumen de poemas, Satán dice (1980), recibió el Galardón inaugural del Premio de Poesía de San Francisco. Los poemas analizan con gran intensidad temas personales con un tono inquebrantable representando lo que Alice Ostriker describe como una "erotics of family love and pain." El segundo volumen de Sharon Olds, Los muertos y los vivos, ganó el Lamont Poetry y el National Book Critics Circle Award. Con posterioridad a Los muertos y los vivos, Olds ha publicado The Gold Cell, (1987) The Father, (1992), The Wellspring, (1996), Blood, Tin, Straw, (1999),y The Unswept Room, (2002). El padre, una serie de poemas elegíacos a la muerte de su progenitor motivada por cáncer, fue propuesta para el T. S. Eliot Prize y finalista del The National Book Critics’ Circle Award. En palabras de Michael Ondaatje, sus poemas son "pure fire in the hands". La obra de Olds ha sido seleccionada en más de cien antologías de poesía e incluida en distintos manuales de literatura. Su poemas ha sido traducida a siete idiomas. Fue poeta laureada del Estado de Nueva York entre 1998-2000. Sharon Olds está considerada una de las mejores poetas vivas de nuestra época. "I Go Back to May 1937", fue recitado en la película Into the Wild para iluminar la disfunción familiar del personaje principal. Es también autora del poema Bread y ganadora del Pulitzer por el volumen de poemas "Stag´s Leap" (El salto del ciervo, Alfred A. Knopf, 2012.), una valiente auto-vivisección del divorcio de la poeta, que no elude la propia responsabilidad en su matrimonio. La versión española de este libro es del premio Cervantes 2019 Joan Margarit.
Carta a Laura Bush
En el año 2005, la primera dama Laura Bush invitó a Olds al Festival Nacional del Libro en Washington, D.C. Olds escribió a Laura Bush una carta abierta publicada el 10 de octubre de 2005, donde Olds le dice a Bush:
Muchísimos estadounidenses que sintieron orgullo por nuestro país, ahora sienten angustia y vergüenza, por este régimen vigente de sangre, heridas y fuego. Pienso en el lino limpio de tu mesa, los cuchillos brillantes y las llamas de las velas, y no podría digerirlo.
( Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Sharon_Olds )
*
Algunos poemas de Sharon Olds, de su obra La célula de oro, 1987, en edición de Bartleby (2017, y traducción de Óscar Curieses:
VUELVO A MAYO DE 1937
Los veo en pie, en la puerta principal de sus universidades.
veo a mi padre saliendo
bajo el arco de arenisca ocre, los
baldosines rojos brillando como
placas de sangre dobladas detras de su cabeza, veo
a mi madre con unos cuantos libros ligeros junto a la cadera
en pie ante una columna hecha de ladrillos diminutos,
la puerta de hierro forjado está todavía abierta detras de ella, las
puntas de flecha brillan en el aire de mayo,
están a punto de graduarse, están a punto de casarse,
son unos críos, son tontos, todo lo que saben es que son
inocentes, jamás harían daño a nadie.
Quiero alcanzarlos y decirles Parad,
no lo hagáis; ella no es la mujer adecuada,
él no es el hombre adecuado, vais a hacer cosas
que no podéis imaginar que haríais,
vais a hacer cosas terribles a los niños,
vais a sufrir de maneras completamente desconocidas,
vais a querer morir. Quiero llegar
hasta allí con esta luz de finales de mayo y decírselo,
la cara bonita y hambrienta de mi madre volviéndose hacia mí,
su lastimoso cuerpo precioso y puro,
la cara arrogante y bella de mi padre volviéndose hacia mí,
su lastimoso cuerpo precioso y puro,
pero no lo hago. Quiero vivir. Los
alzo como muñecos de papel
macho y hembra y los junto
por las caderas, como pedacitos de sílex, como si
fueran a salir chispas de ellos, y digo
Adelante, hacedlo, que yo lo contaré.
ALCATRAZ
De niña supe que era un hombre
porque me podían mandar a Alcatraz
y solo los hombres iban a Alcatraz.
Cada vez que íbamos en coche a la ciudad la
veía allí, blanca como un tiburón
blanco en la bahía llena de tiburones, los barrotes
como costillas de leche blanca. Me di cuenta de que había puesto a mis
padres contra la cuerda, mi maldad interior se había
esparcido contra la tinta y se había apoderado de todo, incapaz
de controlar los pensamientos terribles,
las miradas terribles, y me habían dicho en más de una ocasión
que me mandarían allí, quizá la próxima vez
que derramase la leche. Ala
Cazam, las puertas de hierro se cerrarían de golpe, y me quedaría
donde pertenezco, un hombre con cara de niña en la
prisión de la que no puede escapar nadie. No
temía al resto de prisioneros,
sabía quiénes eran, hombres como yo, que habían
derramado la leche en demasiadas ocasiones,
incapaces de frenar sus pensamientos;
lo que a mí me asustaba era el horror de los círculos: círculos de
cielo alrededor de la tierra, círculo de
tierra alrededor de la Bahía, círculo de
agua alrededor de la isla, cículo de
tiburones alrededor de la orilla, círculo de
muros exteriores, de muros interiores,
vigas de hierro, barras de acero,
círculo de la celda a mi alrededor, y allí en el
centro, el vaso de leche y los ojos
del guardían en mí mientras lo alcanzaba.
POR QUÉ ME HIZO MI MADRE
Puede que sea lo que ella siempre quiso,
mi padre en mujer,
tal vez soy lo que ella deseaba
cuando lo vio por primera vez, alto e inteligente,
en pie, en el patio de la universidad con la
dura luz de macho de 1937
que refulge en el pelo negro. Ella quería ese
poder. Quería ese tamaño. Tiró y
tiró de él como si fuera un caramelo
blando y oscuro de bourbon, tiró y tiró, y
tiró de su cuerpo hasta que me sacó,
correosa y deslumbrante, su vida tras su vida.
Quizá soy como soy
porque ella deseaba exactamente eso,
deseaba que existiera una mujer
semejante a ella, pero que no se primiese, por eso
se apretaba con fuerza contra él,
se apretaba y apretaba la bolita limpia
y suave, de sí misma, como una barrita de mantequilla
ante el rallador de acero manchado y agrio de él
hasta que yo salí por el otro lado de su cuerpo,
una mujer alta, manchada, agria, aguda,
pero con esa leche en el centro de mi naturaleza.
Me acuesto aquí y ahora, como una vez me tendí
en el hueco de su brazo, su criatura,
y siento que me mira del mismo modo
en que el hacedor de espadas contempla su cara
en el acero de la hoja.
EL VESTIDO AZUL
El primer noviembre después del divorcio
recibí un paquete de mi padre por mi cumpleaños; ninguna tarjeta, solo
una caja grande de Hink´s, la oscura
tienda almacén con un balcón y
una barandilla de caoba alrededor del balcón, podías
permanecer en pie y apretarte la frente contra ella
hasta casi sentir la densa veta
de madera, y observar hacia abajo
las filas y filas de camisolas,
enaguas, sujetadores, como si mirases
la vida interior de las mujeres. El paquete
procedía de allí, él se había aventurado en aquel lugar por mí
al igual que había entrado una vez en mi madre
para extraerme. Abrí el paquete; nunca
me ragaló nada hasta ese día,
y allí me encontré un vestido azul con botones
azules como el pelaje de un pato azul pequeñito
disfrazado para adentrarse en el grisáceo azul del agua.
Me lo puse, un ajuste perfecto,
me gustó porque no resultaba provocativo, era solo un
vestido azul para una hija de 14 años, al igual
que el traje de Clark Kent era solo un sencillo traje de reportero,
sentí el tejido de algodón mercerizado Indian Head
contra la piel de la parte superior de mis brazos y en mi
espalda ancha y delgada, especialmente en la piel de mis
costillas bajo esos nuevos pechos que había
criado durante la noche como seísmos en conmemoración de su nombre.
Un año más tarde, durante una pelea sobre
lo horrible que había sido mi padre,
mi madre me dijo que él no había elegido el vestido,
que simplemente dijo que no comprase algo demasiado caro y luego
ni siquiera le envió el cheque para pagarlo,
esa clase de hombre era. Así que
nunca lo vestí delante de ella
pero cuando me marché al internado
allí lo vestí todo el tiempo,
gozaba de su tacto, solo
a veces dejaba caer que era un regalo de mi padre,
queriendo mostrar en aquellos días que tenía algo
fuera verdad o no, sin importarme demasiado, solo para
tener algo.
201 UPPER TERRACE,
SAN FRANCISCO
Recorrimos las colinas enfermizas de la ciudad de arriba abajo
y luego en la parte más alta, al final, vi
el letrero, la calle donde había vivido de niña. Condujimos
arriba y arriba hasta que se desprendieron
tres calles como si cayesen en picado y
lo reconocí, un edificio pequeño de
ventanales desnudos, la forma de esos
rectángulos quemados en mi cabeza de tres años, nos
detuvimos por un momento frente a la arcada del porche, un
agujero en el edificio como las puertas del parto,
alicatado y oscuro en su interior, plantas
espinosas y oscuras. Miré fijamente
como quien mira la celda en que ha sido encerrada,
con asombro y terror, me di cuenta
de que fui concebida aquí, en lo más alto de esta colina
blanca con tres calles que se deslizan hacia abajo,
tan recta como el agua, estos dos ojos ciegos
rectangulares que miran la bahía oeste del mismo modo en que
ella permaneció en la ventana después y yo
moví la cola y navegué hacia arriba y
vi el óvulo como una trampilla en la
pared de la cárcel y empujé hasta salir,
primero la cabeza, la cola se desprendió y em-
pecé a estallar extáticamente li-
berada, liberada, y a los nueve meses
me alzaron ante aquella vista y dijeron
Este es el mundo que te entregamos, y dijeron a
la vista, Te entregamos a esta niña.
PRIMER NOVIO
(para D. R.)
Aparcábamos en cualquier calle tranquila,
deslizándonos sobre el bordillo como por accidente,
las casas a oscuras, las familias estampadas en ellas,
aparcábamos lejos de la farola, solo las
ondas difusas de arenilla ámbar
llegaban al coche, tú apagabas el motor y
te girabas hacia mí y me alcanzabas, y yo me
deslizaba en tus brazos como si hubiera nacido para ello,
la pana color ocre de tu chaqueta deportiva
presionaba la parte interior de mi muñeca,
trazaba su patrón de riachuelos,
aguas que avanzaban hacia fuera como ondas de sonido desde su centro.
Tu asiento delantero tenía un abrumador
olor a macho, como si el cromado hubiera sido
restregado con lefa, un corrante y delirante olor
a rancio como el sabor niquelado y agrio
de la patina de un viejo reloj, la
fragancia de tu sexo pulido hasta resplandecer en la noche, la
joya de la calle Channing, de la Avenida Benvenue, de
Panoramic, de Dwight Way, volvía
a ti como si regresase al pecho de mi padre
en dirección a la barba de tus mejillas ocres,
línea delicada de tártaro en el borde de los dientes,
el olor del uso, el aire manchado
de latón del coche como si yo hubiera
vuelto de nuevo a una casa de empeños para reclamar lo mío,
y mientras lu lengua descendía por mi garganta,
en dirección al nervio central de mi cuerpo, las
cúpulas de las farolas brillaban como una
casa de empeños sobre tu Chevy de segunda mano y
todas las tostadoras saltaron y
todos los saxofones comenzaron a tocar
riffs calientes de jazz para que sus dueños legítimos regresasen.
PRIMERA RELACIÓN SEXUAL
(para J.)
Sabía poco y lo que sabía
no lo creía, me habían mentido
tantas veces, así que lo tomé tal como
vino, su cuerpo desnudo sobre la sábana,
los pelos pequeñitos y rizados de sus piernas como
carcasas doradas y finas, su sexo
cada vez más duro bajo mi palma
y sin embargo, no tan duro como una roca, el rostro empinado
hacia atrás, como aterrorizado, el sudor
que salía de los poros como senderos
rápidos de caracoles diminutos cuando las rodillas
se cerraban con pequeños golpecitos y bajo mi
mano él reunía y sacudía una verdadera
riada como leche de su cuerpo, lo
veo brillar en su tripa, todo lo
que me habían dicho y más, y me lo froté
en las manos como loción corporal, y firme para siempre.
PRIMER AMOR
(para Averell)
Era domingo por la mañana, tenía el New York
Times desplegado en el suelo del dormitorio, la
tinta negra permanecía como plata oscura en el
reverso de mis manos, era primavera y tenía
el tragaluz de la ventana del cuarto abierto para
que entrase, incluso tenía la radio
encendida, estaba dejando que entrase del todo, las
vocecillas plateadas de la radio; incluso
me permití sentir que era Pascua, la
flor oscura de la vida abriéndose
de nuevo, su vida le había sido
devuelta otra vez, estaba enamorada y podía soportarlo, con las manos
manchadas de tinta, las noticias de la radio
llegaban a mis oídos, se había producido un accidente
y dijeron su nombre, eras hijo del famoso y
dijeron tu nombre. Luego dijeron donde habían
llevado a los heridos y a los muertos, y llamé al
hospital, recuerdo que me arrodillé junto
al teléfono de la entrada de la tercera planta de la residencia, las
escaleras escarpadas en desenso
junto a mí, hablé con un hombre
joven, un joven médico en la
sala de urgencias, mi oído abierto
presionaba el oscuro auricular, mi vida abierta
presionaba el universo, dije
¿Cuál de ellos ha muerto? Y dijo tu nombre,
él estaba allí en pie en la habitación contigo
y decía tu nombre. Recuerdo que apoyé
la frente contra los barrotes barnizados
del carril de la balaustrada y me sujeté
apretándolos como si quisiera
arrancarlos todos a la vez, cerrarlos como una puerta
oscura, cerrarme yo misma como una puerta
igual que habías sido tú encerrado, cerrado del todo, pero no pude
hacerlo, el dolor seguía avanzando a través de mí como
la vida, como el regalo de la vida.
BODEGÓN
Estoy tumbada boca arriba después de hacer el amor,
pechos blancos con curvas llanas como tapaderas de platos de sopa,
pezones brillantes como bayas, moteadas e inmutables.
Con la piernas en algún lugar de la cama como esos
peces grandes de plata que desfallecen sobre el borde de la mesa.
Escena de destrucción, escena de paz perfecta,
sexo radiante y tranquilo y luminoso como el
faisán muerto escarlata y azul todo
bermellón pluma en el cuello y herida profunda en el cuerpo,
y en el centro de mi frente una gota de agua
redonda y opalescente, y en ella
el autorretrato del artista, al revés,
desnudo, abrazando tus pinceles que gotean como antorchas de luz.
AMOR EN TIEMPO DE SANGRE
Cuando vi mi sangre en tu pierna, las gotas tan
oscuras y limpias, ese rojo arterial verdadero,
ni siquiera podía pensar en la muerte, te
quedaste allí sonriéndome,
en cuclillas en la bañera sobre tus patas
largas y te limpiaste.
El enorme y duro capullo de tu glande en mi boca,
los pétalos oscuros de mi sexo en tu boca.
Podía sentir que la muerte se alejaba, se alejaba cada vez más,
y me olvidaba, perdiendo su dirección, su
palma olvidaba la curva de mi mejilla en la mano.
Luego cuando nos tumbamos bajo el resplandor pequeño de la
lámpara y vi tu labio inferior
glaseado con una luz como fuego líquido
te miré y te dije que sabía que eras Dios
y que yo era Dios y nos tumbamos en la cama
sobre una nube oscura, y en algún lugar bajo nosotros
estaba la tierra, y de algún modo todo lo que hicimos, la
sangre, el punteado rosa de la cabeza,
el nácar líquido que sale de la hendidura, la
bondad de todo lo que hicimos llegaría
hasta aquí mismo, encontraría su floración en el mundo.
EL MOMENTO EN QUE
DOS MUNDOS SE ENCUENTRAN
Ese es el momento en el que siempre pienso, cuando el
cuerpo resbaladizo al completo sale de mí,
cuando lo sacan hacia fuera, no lo sacan sino que lo sujetan
mientras empuja hacia delante, no lo cojen sino que lo esperan
en las manos mientras palpita hacia fuera,
son los primeros en tocarlo,
y brilla, resplandece envuelto en líquido espeso.
Ese es el momento, al deslizarse, las extremidades
comprimidas junto al cuerpo, los brazos
encogidos como las patas rosadas de un cangrejo, los
muslos como ciruelas enlatadas en almíbar espeso, las
piernas dobladas como las alas blancas de un pollo;
ese es el centro de la vida, el momento en que la
jugosa esfera azulada del bebé se
desliza entre los dos mundos,
húmedo, como el sexo, es sexo,
es mi vida que se abre hacia atrás y hacia atrás
igual que la separación del tallo y el capullo, no se separa sino
que observa el empuje hasta él mismo se pela y
la flor se encuentra allí, plegada con dureza, y
entonces comienza a abrirse y a secarse
y para entonces el momento ya ha pasado,
limpian la grasa y envuelven al niño en una manta y
te lo entregan del todo en este mundo.
LA ÚLTIMA HERIDA
Cuando mi hijo llega a casa del viaje de fin ded semana en el
que se clavó un trozo de acero del
techo de un coche y se abrió la cabeza
y le afeitaron la herida y la desinfectaron
y le dieron puntos, se acerca a mí
sonriendo con orgullo y miedo, y poco a poco
inclina la cabeza, como para el dios del trauma,
y ahí está, el cuero cabelludo azul grisáceo como la
piel de un cadáver, la suferficie fría y
gelatinosa, el corte largo y rectilíneo
como si fuera deliberado, las
suturas a ambos lados como terribles
marcas de la voluntad humana. Le digo
Increíble, arrimo su cabeza en dirección a mi estómago
con suavidad, la piel desnuda de la parte superior
que tiembla como piel de leche hervida
y azulada como la epidermis de un mono
extraído muerto de su madre, el
crecimiento leve del cabello fino como una
promesa. Acuno su cerebro en mis brazos como
una vez mecí todo su cuerpo,
entregado, y el área de la herida resplandece
gris y traslucido como la cabeza de un pardillo cuando se
tambalea al borde del nido, el corte una
línea media en descenso por el cráneo, la carne
gelatinosa, los puntos negros, la hendidura que dice
me lo llevo, el hilo que dice lo devuelvo.
LA BÚSQUEDA
El día que mi hija se pierde durante una hora,
el día en que pienso que ha desaparecido para siempre y luego la encuentro,
me siento con ella un rato y después me
marcho a la tienda a por zumo de naranja para sus
labios, lengua, paladar, garganta,
estómago, sangre, cada célula de oro de su cuerpo.
Bromeo un poco con el hombre del mostrador,
salgo al fresco del invierno y
lloro. Sé que él nunca le haría daño,
nunca apresaría su cuerpo con las manos para
romperlo o aplastarlo, la mantendría a salvo y
me la traería a casa. Sin embargo, hay
otros que sí lo harían. Paso los enormes
edificios ridículos, llenos como prisiones,
cargados, repletos, tiesos de gente
a algunos les encantaría llevarse a mi hija, para
deshacerla, una hebra fina
tras otra. Son edificios llenos de cuerdas,
tablas de planchar, marcos de ventanas, alambres,
cordeles de hierro tejidos en espirales azules y negras como
ombligos, apartamentos con suministro
de hojas de afeitar y lejía. Esta es mi
búsqueda, saber dónde está la maldad en el
corazón humano. Mientras camino de vuelta a casa
miro una cara tras otra buscándola, veo
la belleza oscura, la rabia, los
niños criados en la ciudad, por donde ella camina como
cualquier otro, una diana en carne viva. No puedo
encontrar a nadie que quisiera hacerlo, agarro la
jarra de zumo como un corazón frío,
y recuerdo los tiempos en que mis padres me ataban a una silla
sin darme de comer y miraba
sus caras preciosas, mi estómago una
maza brillante, mis muñecas como las aves
que el verdugo hubiera colgado del cuello de un alambre de espino.
miraba tan profundo como podía en sus ojos
y todo lo que encontraba era bondad, no pude superarlo.
Me apresuro a casa con la sangre de las naranjas
contra el pecho, me falta tiempo para llegar a su lado.
MIRÁNDOLOS MIENTAS DUERMEN
Cuando llego a casa tarde y es de noche y entro a besar a los niños
veo a mi hija con el brazo doblado alrededor de la cabeza,
su cara sumergida en lo inconsciente;
tan centrada por completo en su yo oscuro,
la boca que resopla con ligereza como alguien saciado
pero con una mueca leve de no haber tenido suficiente,
los ojos tan cerrados que uno pensaría que han girado sobre
el iris para mirar la parte posterior de la cabeza,
el globo ocular desnudo y marmóreo bajo el
párpado anhelante grueso y satisfecho,
descansa sobre la espalda en posición cerrada y de abandono
y el hijo en su habitación, oh, el hijo, está de lado en la cama,
una rodilla arriba como si estuviera escalando
peldaños escarpados en la noche,
y bajo el temblor fino de los párpados
sabes que sus ojos están abiertos de par en par,
mirando y vidriosos, con su azul
codicioso y cristalino en toda esta oscuridad, y
la boca está abierta, respira con dificultad por la subida
y jadea. la frente está arrugada
y pálida, los dedos largos encogidos,
la mano abierta, y en el centro de cada mano
la palma seca y sucia del niño
en calma, como si fuera una galleta. Lo miro en su
búsqueda, los músculos finos de su brazos
apasionados y tensos, la miro a ella
con su rostro como el rostro de una serpiente que se hubiera tragado un ciervo,
contenta, contenta, y sé que si la despierto
sonreirá y volverá el rostro hacia mí
medio dormida y abrirá los ojos y
sé que si lo despierto a él
se sacudirá rápidamente y dirá No y se incorporará
y mirará a su alrededor en una inconsciencia
azulada, oh Señor, cómo
conozco a estos dos. Cuando el amor viene a mí y me pregunta
¿Qué sabes? Respondo Esta niña, este niño.
SHARON OLDS, La cédula de oro, Bartleby, 2017, en traducción de Óscar Curieses.
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