George Orwell Eric Arthur Blair (Motihari, Raj Británico, 25 de junio de 1903-Londres, Reino Unido, 21 de enero de 1950), más conocido por su seudónimo de George Orwell, fue un novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India, conocido mundialmente por su novelas distópicas Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949).
Su obra lleva la marca de las experiencias autobiográficas vividas por el autor en tres etapas de su vida: su posición en contra del imperialismo británico que lo llevó al compromiso como representante de las fuerzas del orden colonial en Birmania durante su juventud; a favor del socialismo democrático, después de haber observado y sufrido las condiciones de vida de las clases sociales de los trabajadores de Londres y París; y en contra de los totalitarismos nazi y estalinista tras su participación en la guerra civil española.
Además de cronista, crítico de literatura y novelista, es uno de los ensayistas en lengua inglesa más destacados de las décadas de 1930 y de 1940. Sin embargo, es más conocido por sus críticas al totalitarismo en su novela corta alegórica Rebelión en la granja (1945) y su novela distópica 1984 (1949), escrita en sus últimos años de vida y publicada poco antes de su fallecimiento, y en la que crea el concepto de «Gran Hermano», que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia.
En 2008 figuraba en el puesto número dos del listado de los cincuenta escritores británicos de mayor relevancia desde 1945, elaborado por The Times.
El adjetivo «orwelliano» es frecuentemente utilizado en referencia al distópico universo totalitario imaginado por el escritor británico.
Biografía
Fue hijo de Richard Walmsley Blair, administrador del ministerio del opio del gobierno colonial de la India, y de Ida Mabel Limouzin, nacida en Birmania, de ascendencia francesa. Su antepasado Charles Blair fue un dueño de cientos de esclavos en Jamaica.
A los dos años se trasladó con su madre y con su hermana mayor Marjorie a Inglaterra y no volvió a ver a su padre hasta 1907, cuando este visitó Inglaterra durante tres meses, antes de partir de nuevo hacia la India. Además, Eric tenía una hermana menor llamada Avril.
Educación
En 1909 fue enviado a una pequeña escuela parroquial anglicana en Henley, a la cual había asistido su hermana mayor con anterioridad. Nunca escribió sobre sus recuerdos de aquella época, pero debió de impresionar a sus profesores muy favorablemente, pues dos años más tarde fue recomendado al director de una de las escuelas preparatorias de mayor renombre en Inglaterra por aquellos tiempos, St. Cyprian, en Eastbourne, Sussex. El joven Eric asistió a esta escuela gracias a una beca que permitía a sus padres pagar solamente la mitad de las tasas habituales. Sin embargo, Eric no se sentía a gusto en la escuela St. Cyprian, al menos en lo que se refiere a los métodos de enseñanza y a los profesores. Pese a ello, fue ahí donde consiguió sendas becas para la escuela de Wellington y posteriormente la de Eton, en la cual dice, años más tarde, haber sido relativamente feliz, pues se permitía a los estudiantes una considerable independencia. En este establecimiento hizo amistad con varios futuros intelectuales británicos, como Cyril Connolly, editor de la revista Horizon, en la cual se publicaron muchos de los ensayos de Orwell.
Experiencia en Birmania y primeras novelas
Tras culminar sus estudios en Eton, decidió unirse a la Policía Imperial India en Birmania, pues no tenía posibilidades de conseguir una beca universitaria y los medios de su familia no eran suficientes para costear su educación. Tras cinco años como oficial, abandonó el cuerpo de policía y volvió a Inglaterra en 1927 habiendo desarrollado un odio hacia el imperialismo que muestra en su primera novela, Los días de Birmania (Burmese Days), publicada en 1934, y en ensayos como «Un ahorcamiento» («A Hanging», 1931)6 o «Matar a un elefante» («Shooting an Elephant», 1936).
Posteriormente vivió un tiempo en la indigencia, haciendo trabajos de todas clases, tal y como recuerda en Sin blanca en París y Londres (Down and Out in Paris and London), su primera obra importante. Consiguió un trabajo como maestro de escuela pero pronto se vio forzado a abandonarlo por problemas de salud y comenzó a trabajar en una tienda de libros de segunda mano en Hampstead, una experiencia que rememora parcialmente en la novela corta Que no muera la aspidistra (Keep the Aspidistra Flying, 1936).
En 1928 se trasladó a París, donde vivía su tía Nellie, con la esperanza de forjar su carrera como hombre de letras. Tras algunos intentos fallidos, Eric se vio obligado a trabajar de lavaplatos en el lujoso Hotel X, tal como hace mención en su primer libro, Sin blanca en París y Londres (1933). A fines de 1929, regresó a la casa de sus padres en Southwold, Suffolk, enfermo y sin dinero, y escribió Los días de Birmania (1934).
Adoptó el seudónimo de George Orwell en 1933. Mientras el autor escribía para el New Adelphi, vivió en Hayes, Middlesex y trabajó como profesor de escuela, adoptó el pseudónimo para no incomodar a sus padres con Sin blanca en París y Londres. Llegó a considerar otros nombres literarios como «Kenneth Miles» o «H. Lewis Allways», antes de decidirse por un nombre que deja traslucir el afecto que siempre había sentido por la tradición y la campiña inglesa: Jorge es el santo patrón de Inglaterra (y Jorge V era el soberano en ese entonces), mientras que el río Orwell, en Suffolk, es uno de los lugares más emblemáticos para muchos ingleses. También pensó que un apellido que empezara con la letra O le daría una mejor posición a sus libros en los estantes de las librerías.
Como escritor, se sirvió de su experiencia como profesor y de la vida en Southwold para la novela La hija del clérigo (1935), escrita en 1934 en casa de sus padres tras la enfermedad que lo abatía y lo obligaba a ganarse la vida impartiendo clases. De 1934 a 1936 trabajó a media jornada en Booklover’s Corner, una librería de segunda mano en Hampstead. Tras llevar una vida solitaria, quiso rodearse de la compañía de jóvenes escritores. Hampstead era un pueblo intelectual que ofrecía establecimientos destinados al desarrollo de actividades culturales de diversa índole. Estas experiencias se trasladaron a la novela Que no muera la aspidistra (1936).
Contrajo matrimonio con Eileen O'Shaughnessy en 1936, y adoptaron un niño, Richard Horatio Blair. Eileen murió en 1945, durante una operación.
El camino a Wigan Pier
A comienzos de 1936, Victor Gollancz, fundador del Left Book Club, instó a Orwell a escribir sobre la pobreza de la clase obrera en el norte de Inglaterra. Su relato, El camino a Wigan Pier fue publicada en 1937. Orwell ejerció como reportero social, tuvo acceso a muchas viviendas modestas para experimentar en las condiciones ínfimas en las que vivía la gente, tomó nota de los ingresos salariales por hogar, y pasó días enteros consultando en la biblioteca por registros de salud pública e informes laborales en las minas. Sin embargo, el autor nunca formó parte activa de asociación o coalición partidista alguna, si bien en vida reconoció sentirse un hombre de izquierdas.
La primera mitad de El camino a Wigan Pier presenta un compendio de sus investigaciones sociológicas en Lancashire y Yorkshire. Comienza evocando el panorama de las minas de cobre. La segunda parte, en cambio, es un ensayo extenso de sus vivencias y del desarrollo de su conciencia política, incluyendo una denuncia a los elementos irresponsables de la izquierda. Como resultado, el editor Gollancz temió que la última parte pudiera resultar ofensiva para los lectores habituales del Left Book Club, por lo que, sin pedirle autorización, agregó un prefacio a la obra mientras Orwell se encontraba en España.
Guerra civil española
Orwell decidió combatir en España con la idea de «matar fascistas porque alguien debe hacerlo». Así se lo hizo saber a su amigo Henry Miller en París en las navidades de 1936, quien le intentó convencer de que era «una idiotez». Aun así, no consiguió hacerle cambiar de idea, ya que su decisión estaba basada en la lucha por unos ideales.
Llegó a Barcelona el 26 de diciembre de 1936 con una carta de presentación del Partido Laborista Independiente (no se afilió al partido hasta junio de 1938, tras volver a Inglaterra) y ese mismo día se alistó y fue asignado como miliciano al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), de orientación trotskista. Más tarde escribiría que de haber comprendido mejor la situación política en España, se habría unido como miliciano a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
En enero y febrero de 1937 combatió en el frente de la sierra de Alcubierre (Huesca). Más tarde, estando de permiso en Barcelona, participó en las Jornadas de mayo de 1937 y tras volver al frente, recibió un tiro en el cuello en las proximidades de Huesca, el 20 de mayo de 1937. Su experiencia le motivó para escribir Homenaje a Cataluña, donde describe su admiración por lo que es identificado como ausencia de estructuras de clase en algunas áreas dominadas por revolucionarios de orientación anarquista. Pero también critica, al igual que Franz Borkenau en su El reñidero español (1937), el control estalinista del Partido Comunista de España y las mentiras que se usaban como propaganda para la manipulación informativa. En 1937, durante la represión del gobierno de Negrín contra el POUM, Orwell relató que estuvo a punto de ser asesinado en Barcelona.
Su participación en la guerra civil española le marcó para siempre su visión del mundo. En 1946 escribió «La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo».
Al volver a Inglaterra estuvo ingresado con tuberculosis en un sanatorio, tras lo cual se fue a Marruecos para recuperarse.
Orwell opinaba que si bien se necesitaba un cambio radical en las sociedades occidentales, y por tanto en los países capitalistas, el estalinismo representaba una amenaza a los principios que lo sustentaban.
Segunda Guerra Mundial
Orwell se sustentó escribiendo reseñas de libros para el New English Weekly hasta 1940. Durante la Segunda Guerra Mundial fue miembro de la Home Guard, en donde recibió la Medalla de la Defensa. Sus pensamientos de aquellos años han quedado grabados en su libro Diario de guerra 1940-1942.
En 1941 comenzó a trabajar para el Servicio Oriental de la BBC, principalmente en programas para ganar el apoyo de la India y el este de Asia a los ejércitos aliados. Era consciente de que su trabajo en esta época era simple y propagandístico, por lo que describe sentirse como «una naranja que ha sido pisoteada por una bota muy sucia». A pesar de los buenos ingresos, renunció en 1943 para convertirse en columnista y editor literario del Tribune, la revista semanal de tendencia izquierdista que entonces dirigían Aneurin Bevan y Jon Kimche.
En 2015 se reveló, mediante un informe de la inteligencia británica, que Orwell fue vigilado durante alrededor de doce años por la policía de aquel país en vista de su aparente vinculación con movimientos de izquierdas.
Últimos años
En 1949 Orwell entregó una carta a una amiga, Celia Kirwan, que trabajaba para una sección del Foreign Office (el ministerio de asuntos exteriores británico), dedicada en esos días a organizar unas conferencias sobre el estalinismo. Kirwan se dirigió a Orwell solicitándole nombres susceptibles de aceptar. Orwell también incluyó una lista de treinta y ocho escritores y artistas que consideró en su momento con inclinaciones procomunistas y que no tendrían intención en participar en dichas conferencias. En la lista, que no fue publicada hasta el 2003, se incluyeron numerosos periodistas —entre ellos el editor del New Statesman, Kingsley Martin— y también a los actores Michael Redgrave, Paul Robeson y Charlie Chaplin.
En octubre de 1949, poco antes de su muerte, se casó en segundas nupcias con Sonia Brownell. Orwell murió en Londres a la edad de cuarenta y seis años, de tuberculosis, enfermedad que había contraído durante el periodo que describe en Sin blanca en París y Londres. Pasó los últimos tres años de su vida entre hospitales. Poco antes de morir, pide ser enterrado de acuerdo al uso anglicano. Falleció el 21 de enero de 1950. Sus restos reposan en Sutton Courtenay, Oxfordshire.
Influencias literarias
Orwell decía que su estilo literario se aproximaba bastante al de Somerset Maugham. En sus ensayos literarios también alaba encarecidamente los trabajos de Jack London, especialmente su libro La carretera (The Road). El descenso de Orwell a la vida de los más desfavorecidos en El camino a Wigan Pier tiene un parecido razonable con La gente del abismo (The People of the Abyss) de London. En otros ensayos Orwell manifiesta su admiración por Charles Dickens, Herman Melville o Jonathan Swift.
Sexo y homofobia
La política sexual juega un papel importante en 1984. En la novela, las relaciones íntimas de las personas se rigen estrictamente por la Liga Juvenil Anti-Sexual del partido, al oponerse a las relaciones sexuales, y en cambio, fomentar la inseminación artificial. En lo personal, a Orwell le disgustaba lo que él consideraba como puntos de vista emancipadores revolucionarios equivocados de la clase media, expresando desdén por «todo bebedor de jugos de fruta, nudista, persona que usa sandalias, hipersexuales».
El escritor también estaba abiertamente en contra de la homosexualidad, en un momento en que tal prejuicio era común. Hablando en la Conferencia del Centenario de George Orwell de 2003, Daphne Patai dijo: «Por supuesto que era homofóbico. Eso no tiene nada que ver con sus relaciones con sus amigos homosexuales. Ciertamente, tenía una actitud negativa y cierto tipo de ansiedad, una actitud denigrante hacia la homosexualidad. Ese es definitivamente el caso. Creo que su escritura lo refleja completamente».
Orwell usó epítetos homofóbicos tales como nancy y pansy, así como expresiones de desprecio, por lo que llamó el «pensamiento de izquierda» y los «poetas nancy», es decir, escritores e intelectuales homosexuales o bisexuales de izquierda como Stephen Spender y W. H. Auden. El protagonista de Keep the Aspidistra Flying, Gordon Comstock, realiza una crítica interna de sus clientes cuando trabaja en una librería, y hay un pasaje extenso de varias páginas en las que se concentra en un cliente masculino homosexual y se burla de él, por sus características de nancy, incluyendo un ceceo, que describe detalladamente y con cierto disgusto. Stephen Spender «pensó que las explosiones homofóbicas ocasionales de Orwell eran parte de su rebelión contra la educación pública».
Obra
A lo largo de su carrera fue principalmente conocido por su trabajo como periodista, en especial en sus escritos como reportero; a esta faceta se pueden adscribir obras como Homenaje a Cataluña (Homage to Catalonia), sobre la guerra civil española, o El camino a Wigan Pier (The Road to Wigan Pier), que describe las pobres condiciones de vida de los mineros en el norte de Inglaterra. Sin embargo los lectores contemporáneos llegan principalmente a este autor a través de sus novelas, particularmente a través de títulos enormemente exitosos como Rebelión en la granja (Animal Farm) o 1984. La primera es una alegoría de la corrupción de los ideales socialistas de la Revolución rusa por Stalin. 1984 es la visión profética de Orwell sobre una sociedad totalitaria situada supuestamente en un futuro cercano. Orwell había vuelto de Cataluña convertido en un antiestalinista con simpatía por los trotskistas, definiéndose como un socialista demócrata.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de George Orwell, Poesía completa, Visor, 2017, en traducción de Jesús Isaías Gómez López:
ROMANCE
Cuando era joven e insensato,
....en la lejana Mandalay
perdí mi corazón por una chica birmana
....más hermosa que un sol.
De piel dorada y cabellos azabache,
....con dientes de marfil;
le dije: "Doncella, por veinte monedas de plata,
....acuéstate conmigo".
Me miró, tan pura, tan triste,
....la criatura más preciosa,
y con su voz virgen, ceceando,
....aceptópor veinticinco.
CUANDO LOS FRANCOS HAYAN PERDIDO
SU PODER
Cuando los francos hayan perdido su poder
con sus soldados masacrados o en desbandada,
cuando el violador se salga con la suya
y roja esté la espalda del asesino;
cuando el último solitario inglés muera
en las pintadas torres hindúes,
bajo diez mil ojos ardientes
en una lluvia de flores sangrientas, o de nuevo
yéndose más al oeste a la tierra que conocemos,
cuando la gente haya conquistado sus sueños,
y bajado la bandera del tirano,
cuando corra la sangre por los arroyos
cruzando los desagües de la ciudad de Londres;
cuando el aire retumbe con el trueno
y el impacto del trono caído,
y el chasquido del imperio devastado
y el gemido del moribundo tirano, cuando, como dije,
todo esto pase, que tememos así sea.
O avanzando por la noche de los tiempos
para contemplar el último final feroz del mundo,
cuando los pájaros caigan de los cielos,
y la hoja del árbol esté negra,
cuando todas las criaturas de la tierra mueran,
y se cubran los mares de hielo;
cuando los soles y las lunas en su trayectoria
se detengan en un frío aliento,
y la rueda del día y la noche
se atasquen en la libertad de la muerte;
cuando el esfuerzo de mil años
se pierda en un segundo de tiempo;
cuando las esperanzas se hayan ido con los miedos
y la plegaria presumida sea como la rima;
cuando los dioses hayan pasado a la historia
y la Muerte muera con los otros,
cuando las estrellas desoladas queden para siempre y ¡sí!
colgadas de los cielos de negro azabache, - oh, queridos hermanos
¿acaso no es horrible contemplar
estos grandes males que asolarán el mundo
cuando hayamos muerto y ya no nos incordien?
¿No serán peores estas desgracias futuras que las nuestras?
MI AMOR Y YO PASEÁBAMOS POR LA OSCURIDAD
Mi amor y yo paseábamos por la oscuridad
de muchas fragantes noches de junio;
mi amor y yo comentábamos
lo amarilla que era la luna menguante,
lo amarilla que era la luna.
Mi amor y yo paseábamos bajo el sol
de muchos dorados días estivales;
mi amor y yo anunciábamos
el dulce olor del heno,
el dulce olor del heno.
Y todo a través de aquel agradable instante,
cuando la vida y la tierra parecían tan bellas,
mi amor y yo a menudo sonreíamos
al pensar cuán felices éramos,
cuán felices éramos.
Pero ahora, entre una y otra cosa,
ya somos sabios y viejos, parece
que mi amor y yo nunca nos molestamos
en hablar de aquellos temas de antaño.
Aquellos vagos temas de antaño.
Los soles y las lunas son casi iguales,
pero todos sus dorados encantos han pasado,
y ella y yo miramos atrás avergonzados
al pensar en todas las cosas que dijimos,
las tonterías que dijimos.
JOHN FLORY
Nacido en 1890
Muerto por la bebida en 1927
Aquí yacen los huesos del pobre John Flory;
su historia era una historia muy antigua.
Dinero, mujeres, cartas y ginebra
fueron las cuatro cosas que se lo cargaron.
Sudó tanto como para nadar
haciéndoles el amor a estúpidas mujeres;
conoció el paso de la miseria al pensar
en el sombrío arte de la bebida.
Oh forastero por aquí de travesía
que lees esta bienvenida, no derrames ni una lágrima
pues toma el único regalo que te doy
y aprende de mí cómo no hay que vivir.
UN HOMBRE VESTIDO Y UN HOMBRE DESNUDO
Un hombre vestido y un hombre desnudo
estaban en la chimenea de la posada,
mirando las tiznadas cazuelas
borboteando en el metal;
y subiendo y bajando la puja,
regateando en el trato,
piel desnuda por piel vacante,
ropas por comida.
"Son diez chelines", dijo el hombre vestido,
"estas botas cuestan casi una libra,
este abrigo es también una manta
cuando te echas a dormir en el suelo helado".
"Un dolar", dijo el hombre desnudo,
"y eso es un cerdo muy caro;
he visto a un hombre quitarse la camisa
por un pitillo y una jarra de cerveza".
"Ocho chelines y medio", dijo el hombre vestido,
"y el trabajo de toda mi vida es tuyo,
todo lo que haya ganado al final de mis días
como temporero de granja en granja;
nabos, manzanas, lúpulos y guisantes,
y el albergue en tiempos difíciles,
cincuenta años de temporero de granja en granja
por estas ropas que llevo a mis espaldas".
"Toma siete", dijo el hombre desnudo,
"hace frío y los albergues están cerrados;
mejor quedarse aquí desnudo en la posada
que vestido en Lambeth Cut".
"Una moneda más", dijo el hombre vestido,
"una moneda y ni media palabra,
me desprendo de mi abrigo de cazador de ratas
y de mis pantalones de aterciopelada pana;
Ahora sácame la camisa por la cabeza,
desnudo estoy de los pies a la coronilla,
pues este es el remate de cincuenta años
de temporero de granja en granja".
En un minuto ya habían hecho el trato,
y los dos cumplido su voluntad;
un hombre vestido y otro desnudo
junto a la chimenea de la posada.
EN UNA GRANJA EN RUINAS JUNTO A LA FÁBRICA
DE GRAMÓFONOS DE LA VOZ DE SU AMO
Aquí ante la puerta musgosa
entre dos mundos opuestos,
a la izquierda los negros y yermos árboles,
las pocilgas vacías, los establos son
armazones derrumbados, y a la derecha
las torres de las fábricas, blancas y claras
como lejanas ciudades rutilantes vistas
desde la borda de un buque, mientras yo aquí estoy,
siento una aguda punzada,
mi enfermedad mortal; que doy
mi corazón a los débiles y hueros fantasmas,
pues con los vivos vivir no puedo.
El ácido humo ha arruinado los campos,
y tostado las pocas flores vencidas por el viento;
mas allí, donde el acero y el cemento se elevan
como vertiginosas torres geométricas,
allí, donde las picudas gruas van arrasando,
giran las grandes ruedas, y los trenes rugen
como fuertes, cabezudas bestias de acero,
allí está mi mundo, mi hogar; ¿pero por qué
me resulta tan ajeno? Pues ni puedo
habitar este mundo ni volver de nuevo
a la espada y la guadaña, sino solo merodear
entre los árboles por el humo asesinados.
Pues cuando los árboles jóvenes eran, los hombres aún
elegir su camino podían, el alma alada,
no maldita por dobles dudas, volar podía,
como flecha al blanco previsto;
y quienes planearon esas altísimas torres,
ellos también han liberado su espíritu;
a ellos tu rutilante mundo traerles puede
la fe, y el establecido destino;
Pero a mí no me vale mientras estoy aquí
entre dos mundos, en ambos sentidos rotos,
que siguen inmóviles, como el asno de Buridán
entre la avena y el agua.
¡QUÉ FELIZ PÁRROCO PODRÍA HABER SIDO1
¡Qué feliz párroco podría haber sido
hace doscientos años!,
para predicar sobre la perdición eterna
y ganarme las habichuelas;
pero ¡ay!, en malos tiempos nacido,
perdí ese dulce refugio,
pues ya tengo pelo por encima del labio
y todo el clero va bien afeitado.
Y hasta después eran los tiempos buenos,
éramos tan fáciles de complacer,
que mecíamos nuestras tribulaciones para dormir
en el regazo de los árboles.
Tan ignorantes osábamos admitir
las alegrías que hoy ocultamos;
el verderón en la rama del manzano
a mis enemigos hacer temblar podría.
Pero las barrigas y albaricoques de las muchachas,
la bermejuela en el sombreado arroyo,
los caballos, y los patos volando al amanecer,
todos ellos un sueño.
Está prohibido soñar de nuevo;
mutilamos nuestros gozos o los escondemos;
los caballos están hechos de acero cromado
que montados serán por hombrecillos gordos.
Yo soy el gusano que nunca se defendió,
el eunuco sin harén;
entre el cura y el comisario
voy caminando como Eugene Aram,
y el comisario va leyendo mi suerte
mientras se oye la radio,
pero el cura ha prometido un Austin Siete,
pues Duggie siempre paga.
Soñaba que moraba en salones de mármol,
y me desperté para ver que era verdad;
yo no nací para esta época;
¿nació Smith? ¿Nació Jones? ¿Naciste tú?
EL SOLDADO ITALIANO ME ESTRECHÓ LA MANO
(Otoño de 1942)
El soldado italiano me estrechó la mano
en la mesa del cuartel;
una mano fuerte y la otra delicada
nuestras palmas solo aptas
para encontrarse con la artillería,
pero ¡ay!, qué paz sentí
al fijarme en su magullado rostro,
¡más puro que el de una mujer!
Pues las palabrotas que a mí me hacen vomitar
veneradas eran en sus oídos,
y él nació sabiendo lo que yo aprendí
en los libros y lentamente.
Los cañones traicioneros contaron sus historias
que los dos aceptamos,
pero mi lingote de oro era de oro,
¡oh!, ¿quién se lo hubiera imaginado?
¡Que la suerte te acompañe, soldado italiano!,
aunque el valiente no la precise.
¿Qué te devolvería a ti el mundo a cambio?
Siempre menos de lo que tú le diste.
Entre la sombra y el fantasma,
entre el rojo y el blanco,
entre la bala y la mentira,
¿dónde te meterías?
Porque, ¿dónde está Manuel González
y dónde Pedro Aguilar?
¿Y dónde Ramón Fenellosa?
Los gusanos saben donde están.
Tu nombre y tus gestas se olvidaron
antes que tus restos mortales,
y la mentira que te mató yace
bajo otra mucho más grande.
Pero lo que yo vi en tu rostro
no hay poder que te lo pueda confiscar:
jamás habrá bomba en el mundo que romper pueda
el espíritu del cristal.
DE UN NO COMBATIENTE A OTRO
(Carta a Obadiah Hornbrooke)
OH poeta que te pavoneas tras los sacos de arena del portal
de ese mundillo donde los charlatanes ejercen su profesión,
y las nuevas "escuelas" se creen inmortales,
como el caballo que tira del carro de su matarife.
Oh, capitán de una camarilla de trepas,
entrenados en las prácticas del panfletista,
donde los eslóganes sirven para pensar y la burla para contestar.
Has elegido bien el momento de tu aparición
y te tapas la nariz en un mundo horroroso
como el Doctor Bowdler al pasear por Gomorra.
En los días del Left Book Club cuán astutamente te colabas,
pero cuando "Paremos a Hitler" perdió su viejo encanto
saliste a la palestra con un halo de Woolworth
a sacar partido de la respuesta antibelicista;
esperaste hasta que los Nazis dejaran de asustar,
y entonces, escogiendo un público amistoso gritaste: "¡Qué vergüenza!"
como un Prometeo desafiaste el rayo,
pero sin agallas para firmarlo.
Eres todo un poeta, pero como santo y mártir
todo un fraude, como el Pacto Atlántico.
Tienes las manos tan limpias como las de Poncio Pilatos,
pero lo mismo que las "sangrientas cabezas", solo una metáfora.
Las sangrientas cabezas están en islotes del Pacífico,
en las estepas rusas o en las playas libias, mejor será
para la salud ser un objetor de conciencia que combatiente,
para marcar la acera no hacen falta agallas,
vale con ser escritor y quedarse en casa
mientras otros talentos se marchitan en los barracones Nissen.
"Vivimos como leones", sí, como un león
mantenido con sobras en una sólida jaula de hierro.
Pues mientras tú escribes los buques de guerra te van cercando
y escuadrillas de bombarderos espantan a los ruiseñores,
y cada bomba caída es una libra para ti
y los que como tú engordáis vuestras ventas con los rivales
mudos o muertos,
ya sea en Túnez o en la BBC,
y en la apacible libertad de esta isla
puedes gritar que Inglaterra no es libre.
Hasta te echan monedas, como las bananas a los monos,
por gritar "¡Paz!" protegido de las armas.
En el diecisiete para rechazar a la puta fisgona
que te dio el título de cobarde hacía falta tener morro,
pero ahora que todo escritor se hace con su huequito
dentro de su camarilla de mutuos admiradores,
¿a quién le importan los epítetos lanzados en los zepelines?
¿a quién le importa que lo declaren cobarde?
Las pandillas de maricas son un mundo,
cómodas y calentitas en todos los ambientes.
En un mundo así es fácil "objetar",
pues eso es lo que tus amigos y enemigos de ti esperan.
A veces es hasta un paso arriesgado
no objetar: lo sé, he salido escaldado.
En el cuarenta escribí que de hacer falta
lucharía para evitar la entrada de los nazis en Gran Bretaña.
¡Hostias!, ¡cómo se escandalizaron los maricas! Dos años después
seguía yo con el sambenito. Uno tuvo el descaro
de escribir tres páginas llamándome "traidor",
qué crimen tan sucio es amar al país de uno.
¿Y dónde está el marica que me consideró tan peregrino
para escribir estantes de libros en honor a la sodomía?
Tu juego es fácil y tus reglas claras:
Fingir que la guerra empezó en el treinta y nueve,
no hablar de China, Etiopía o España,
no hablar de los polacos salvo para llamarlos cerdos;
llorar desoladamente cuando bombardeamos una ciudad germana,
no preocuparse en absoluto cuando machacan a los checos,
derramar por la India unas lagrimitas por cumplir
mas sin preguntar qué está pasando en Oriente;
no hablar de los judíos, en fin, fingir que la guerra es
simplemente un chanchullo "bien urdido" por los tories.
De cuando en cuando escupes una palabra
del rollo "antifascista", para quedar de maravilla,
y entonces sigues para demostrar que da igual
si los zepelines o los nazis mantienen el mundo en cautiverio,
y que quienes "apoyamos" la guerra
somos sádicos o bandidos o patriotas
amantes de tambores y cornetas, pero
más interesados en los favores de Brendan Bracken,
o tontos que creen que las bombas traen de vuelta a los muertos,
algo que ni Harris jamás dijera.
Si por ti fuero se lo dejaríaamos a los rusos
y seguiríamos vendiendo nuestro acero a Hiter.
Y mientras, salvas tu alma, y entretanto,
obtienes un crédito a largo plazo con la guerra,
pues tras la guerra mengua la pasión,
se ríen de los muertos, y ahí brillas tú,
tú en el ojo del huracán,
tú casi volverías al treinta y nueve,
allí al entrañable y viejo juego de seguirle el rollo al amiguete
con dulces reseñas financiadas por la mano de obra indígena.
Pero tú no le gritas a Stalin, eso "no se hace",
solo a Churchill. No deseo alabarlo,
con gusto le dispararía tras ganar la guerra,
o ahora, si hubiera alguien para reemplazarlo.
Pero a diferencia de otros, le pagaré mi deuda.
Hubo un tiempo en que los imperios se derrumbaban como casas
y algunos maricas a los que tu poema hacía tanta gracia
contentos besaban los pies de Churchill
¡Hostias! ¡Como polluelos de un día
se acurrucaban a su mamá polla!
No me va "el combate en la playa",
y mucho menos el rollo de la "meseta ventosa"
casi nunca escucho los discursos de Churchill,
pero antes oiría todas sus chorradas
que tus comentarios, hace como un año,
de que si los nazis llegaban te someterías
y pacíficamente "aceptarías el statu quo",
¡Tal vez tú! Pero yo tengo el derecho de preguntarme
qué sería mejor en el futuro:
¡"Sangre, sudor y lágrimas" o "besarles el culo a los nazis"?
Pero tu objetivo central es el locutor de poca monta,
el parlanchín motivador comprado, él es un objetivo seguro,
porque está mal visto y no puede contraatacar.
No hace falta el ojo de un detective
y echar un vistazo por Porland Place para pillar a las putas,
pero hay hombres (admito que no los más escuchados)
con el doble de tu talento y el triple de tu valor,
que hacen el trabajo sucio porque hace falta,
no a ciegas sino por razones que pueden justificar,
y sentados se quedan esperando y dando al traste con su talento.
Toda propaganda es mentira, la tuya o la mía,
es mentira mientras los hechos no sean veraces.
Eso va por Goebbels o la "línea oficial del partido",
o por la Liga del Camino de Rosas o el PPU.
Pero hay mentirijillas que pueden ser buenas para la verdad,
y sucias mentiras que los escrúpulos pueden maquillar,
debanarte los sesos con la guerra puede requerir más valor
que eludir la realidad y vivir a cuerpo de rey en las nubes,
qué mezquino es cuando otros hombres mueren,
pero cuando tú mientes, mientes de verdad.
Hay van trece estrofas, y tal vez estés perplejo
de saber porqué te he atacado, pues he aquí la razon:
porque todos tus enemigos están muertos o amordazados,
tú ni siquiera te metiste con uno que pudiera replicar.
Tú has acaparado toda la atención y aireado tus virtudes,
mientras lanzabas cuscurros a las facciones peligrosas,
la Izquierda te aclamará y la Derecha no te tocará,
¿qué arriesgaste? Ni un pleito por difamación.
Si hubieras de mostrar el santo material del que estás hecho,
¿por qué no atacas a esas camarillas que realmente temes?
Denuncia a José Stalin, abuchea al Ejército Rojo,
insulta al Papa, de allí alguna réplica recibirás,
qué honorable es, aun siendo de chiflados,
pisotear a la gente por todas partes sin importarte.
Pero para el santurrón y héroe cauto,
con la cabeza a salvo, nunca "agachada",
mi admiración está por debajo del cero.
Así, mis últimas palabras serían: cae de esa nube,
desmonta esas alas que ni se atrevieron a revolotear,
y cambia esa halo de santidad por una jarra de cerveza.
MEMORIAS DEL BLITZ
No fue el afán de conocimiento
solo la casualidad de la guerra,
lo que me guió en el estudio musical
del ronquido masculino y femenino.
Aquella noche en el refugio público
con bancos duros como piedras,
adonde hui sacado de la cama
por fulminantes bombas.
¡Ay! El zumbido del avión
y la estruendosa réplica del cañón,
y las tazas de té al alba
¡cuando las llamas superaban al sol!
De eso hace ya mucho,
unos tres años,
y ya han desaparecido hasta las máscaras antigás,
no te podría decir con claridad
lo que puede quedar por lamentar
en una época de matanza aleatoria,
cuando las ventanas no tenían cristal
y por las aceras corría el agua.
Pero las armas ahora tocan otra melodía,
y los sacos de arena son tres años más viejos.
La nieve ha besado la carne
de los huesos del soldado alemán.
El zedpelín lleva un parche en el morro,
las verjas están en la fundición.
Solo el fantasma y el gato
duermen en el refugio antiaéreo.
Pues la canción que cantan las sirenas
se ha perdido en una historia muy manida,
y la casa donde el contable colegiado
muriera, con gloriosos titulares,
es solo un manojo de adelfas
donde comparto mis penas
con la abandonada bañera
y el bígamo gorrión.
EL DÍA DE SAN ANDRÉS
Cortante y amenazante el viento barre
los ya desnudos chopos arqueados,
y las negras trenzas de las chimeneas
caen en picado; azotadas por el aire.
Rasgados los carteles aletean; ruido frío
de estrépito de trenes y cascos de caballos,
y de oficinistas que apresurados a la estación
otean, tiritando, el cielo sobre los tejados de levante.
Todos piensan: "¡Ya está aquí el invierno!
¡Dios mío, que no pierda mi empleo este año!".
Y, pesarosos, mientras el frío, cual lanza helada,
les atraviesa las entrañas,
piensan en el alquiler, los impuestos, los abonos de temporada,
en los seguros, la calefacción, el sueldo de la criada,
en los zapatos, los colegios y en la siguiente letra
de las dos camas de los almacenes Drage.
Pues si en los ociosos días estivales
putañeamos en la alameda de Astarot,
hoy, arrepentidos bajo el frío viento,
nos arrodillamos ante el verdadero señor.
El señor de todo, el dios-dinero,
señor de nuestra sangre, mano y cerebro,
que nos da un techo contra el viento
y nos da lo que después se lleva.
Con celoso y atento afán vigila
nuestros pensamientos, sueños y secretos,
elige nuestras palabras, nos corta las ropas,
y traza el mapa de nuestros días;
Hiela nuestra cólera, frena nuestras esperanzas,
compra nuestras vidas con simple calderilla,
y nos reclama, como tributo por infieles,
ahogar el gozo y acatar el insulto.
Él encadena la chispa del poeta,
la fuerza del peón, el honor del guerrero,
y nete el bruñido y hostil escudo
entre el novio y la novia.
BESTIAS DE INGLATERRA
¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!
¡Bestias de todas las tierras y climas!
¡Oíd mis buenas nuevas
de un próspero futuro!
Tarde o temprano llegará el día
en que el Hombre Tirano sea derrocado,
y los fértiles prados de Inglaterra
solo por las bestias sean hollados.
De nuestros hocicos se esfumarán las argollas,
de nuestros lomos caerán los arreos,
el bocado y la espuela oxidados quedarán
y el cruel látigo nunca más chasqueará.
Más ricos que la mente imaginar pudiera,
el trigo y la cebada; la avena y la paja,
el trébol, la haba y el forraje
serán solo nuestros el día señalado.
Radiantes lucirán los prados de Inglaterra
y más puras sus aguas manarán,
más suave su brisa soplará
el día de nuestra libertad.
Por ese día todos hemos de bregar,
aunque la muerte nos impida verlo.
Caballos y vacas, gansos y pavos,
¡todos a bregar por la libertad!
¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!
¡Bestias de todas las tierras y climas!
¡Oíd y difundid mis buenas nuevas
de un próspero futuro!
GEORGE ORWELL, Poesía completa, Visor, 2017, en traducción de Jesús Isaías Gómez López.
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