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    Xavier Villaurrutia (1903-1950)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 09 Abr 2016, 14:57

    .


    Xavier Villaurrutia

    (Ciudad de México, 1903 - 1950) Escritor mexicano. Alumno del Colegio Francés y de la Escuela Nacional Preparatoria, abandonó muy pronto los estudios de jurisprudencia para consagrarse por entero a la literatura.

    Junto con otros intelectuales mexicanos, como el poeta y dramaturgo Salvador Novo, fundó las revistas Ulises (1927), cuyo nombre es un homenaje de admiración al escritor irlandés James Joyce, y Contemporáneos (1928), que marcó un hito fundamental en el panorama de la literatura mexicana al aglutinar a un grupo de magníficos poetas comprometidos en una tarea de depuración lingüística y de apertura y renovación del quehacer poético.

    En este marco se inscriben los versos de sus Nocturnos, publicados en 1933 en el poemario Nostalgia de la muerte, que recurren a la ensoñación, a un mundo onírico en el que el autor da libre curso a sus interrogaciones existenciales, un universo móvil y cambiante, cuya ambigüedad es puesta de relieve, y magníficamente, por un juego de palabras, caro al estilo del poeta cuando utiliza el doble valor del vocablo como sustantivo y como forma verbal.

    En su visión de la muerte se percibe el concepto calderoniano de "la vida es sueño", concibiendo el tránsito final como un despertar. El tema de la muerte, tan propio de toda la literatura castellana, cantado con severo ascetismo temeroso por Jorge Manrique, adquiere en Villaurrutia una expresión inusitada, con frecuentes imágenes de cuerpos vacíos y de sombras humanas, de genios que sueñan que son hombres.

    Su poesía otorga una indiscutible importancia, una sugerente función inspiradora, al principio del error freudiano y a la técnica, utilizada ya por los surrealistas, de la inconsciente asociación de ideas potenciada por un mismo fonema, que alude a planos muy distintos de la experiencia. La palabra adquiere así un carácter casi fantasmagórico, que actúa como un espejo donde el poeta se ve siempre devuelto a sí mismo en un insatisfactorio vaivén lleno de ansiedad, revelador de una carencia que es la propia esencia del vivir y que sólo puede concluir con la muerte.

    Su breve obra poética, que los estudiosos consideran la parte más perdurable de su labor, se completa con Décima muerte y otros poemas, donde Villaurrutia contempla desesperanzado la nada que le acecha, y Cantos a la primavera y otros poemas, publicados póstumamente, en los que parece brillar cierta esperanza de trascendencia, una salida humana a la soledad y la muerte.

    Pero no debe olvidarse el relevante papel desempeñado por el autor en la renovación de la escena mexicana. En 1935 y 1936, becado por la Fundación Rockefeller, estudió arte dramático en la Universidad de Yale y, ya en su madurez, el poeta se inclinó cada vez más por el teatro, aunque sus obras dramáticas son menos experimentales de lo que podría suponerse considerando su producción poética y el interés que Villaurrutia y sus compañeros de aventuras literarias sentían por las experiencias europeas contemporáneas.

    Algunos estudiosos han mencionado el parecido de sus obras dramáticas con las de Eugene O'Neill; se le ha reprochado que atiendan más a lo literario que a lo dramático, con muy pocos elementos coloquiales en el diálogo y unas líneas didascálicas muy próximas al terreno narrativo. Incidiendo en el drama psicológico, utilizando temas que giran en torno a las relaciones familiares, opta a menudo por situaciones extraídas de los mitos clásicos griegos, trasladándolos a ambientes contemporáneos. Así, en La hiedra hace una incursión en el tema de Fedra cuando Hipólito, que odia a su madrastra Teresa hasta el punto de verse obligado a alejarse de la familia, regresa convertido en un hombre y no la contempla ya como madrastra sino como una mujer deseable, a la que puede amar.

    Su producción dramática está siempre teñida por un lirismo que confirma sus inquietudes poéticas, dando a sus fábulas una particular carga psicológica que sobresale en su Yerro candente, de 1944, o en una Tragedia de las equivocaciones que Villaurrutia no pudo ver representada, pues se estrenó después de su muerte.

    Destacó también su actividad como fundador de empresas teatrales, como el Teatro de Ulises y Orientación que, por su caracter experimental, tuvieron una indiscutible importancia en el desarrollo del teatro vanguardista mexicano y lo llevaron, posteriormente, a dirigir la sección teatral del Departamento de Bellas Artes.

    Hombre de amplios intereses culturales, Xavier Villaurrutia cultivó también el ensayo (Textos y pre-textos, 1949), el guión cinematográfico (La mujer de todos, 1946), la novela (Dama de corazones, 1928) y tradujo a numerosos autores, como André Gide, William Blake o Anton P. Chéjov.
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    POEMAS:


    De Nostalgia de la muerte, 1933:

    NOCTURNO DE LA ESTATUA

    Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
    y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
    Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
    querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
    querer asir el eco y encontrar sólo el muro
    y correr hacia el muro y tocar un espejo.
    Hallar en el espejo la estatua asesinada,
    sacarla de la sangre de su sombra,
    vestirla en un cerrar de ojos,
    acariciarla como a una hermana imprevista
    y jugar con las flechas de sus dedos
    y contar a su oreja cien veces cien cien veces
    hasta oírla decir: «estoy muerta de miedo».


    NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE

    En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen
    sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
    en esta soledad sin paredes
    al tiempo que huyeron los ángulos
    en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
    para salir en un momento tan lento
    en un interminable descenso
    sin brazos que tender
    sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
    sin más que una mirada y una voz
    que no recuerdan haber salido de ojos y labios
    ¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
    Y mi voz ya no es mía
    dentro del agua que no moja
    dentro del aire de vidrio
    dentro del fuego lívido que corta como el grito
    Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
    cae mi voz
    y mi voz que madura
    y mi voz quemadura
    y mi bosque madura
    y mi voz quema dura
    como el hielo de vidrio
    como el grito de hielo
    aquí en el caracol de la oreja
    el latido de un mar en el que no sé nada
    en el que no se nada
    porque he dejado pies y brazos en la orilla
    siento caer fuera de mí la red de mis nervios
    mas huye todo como el pez que se da cuenta
    hasta ciento en el pulso de mis sienes
    muda telegrafía a la que nadie responde
    porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.


    (continuará)


    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Mar 31 Mayo 2022, 13:06, editado 1 vez


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    Xavier Villaurrutia (1903-1950) Empty Re: Xavier Villaurrutia (1903-1950)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 10 Abr 2016, 13:35

    .


    De Nostalgia de la muerte, 1933 (continuación):


    NOCTURNO AMOR

    a Manuel Rodríguez Lozano

    El que nada se oye en esta alberca de sombra
    no sé cómo mis brazos no se hieren
    en tu respiración sigo la angustia del crimen
    y caes en la red que tiende el sueño
    Guardas el nombre de tu cómplice en los ojos
    pero encuentro tus párpados más duros que el silencio
    y antes que compartirlo matarías el goce
    de entregarte en el sueño con los ojos cerrados
    sufro al sentir la dicha con que tu cuerpo busca
    el cuerpo que te vence más que el sueño
    y comparo la fiebre de tus manos
    con mis manos de hielo
    y el temblor de tus sienes con mi pulso perdido
    y el yeso de mis muslos con la piel de los tuyos
    que la sombra corroe con su lepra incurable
    Ya sé cuál es el sexo de tu boca
    y lo que guarda la avaricia de tu axila
    y maldigo el rumor que inunda el laberinto de tu oreja
    sobre la almohada de espuma
    sobre la dura página de nieve
    No la sangre que huyó de mí como del arco huye la flecha
    sino la cólera circula por mis arterias
    amarilla de incendio en mitad de la noche
    y todas las palabras en la prisión de la boca
    y una sed que en el agua del espejo
    sacia su sed con una sed idéntica
    De qué noche despierto a esta desnuda
    noche larga y cruel noche que ya no es noche
    junto a tu cuerpo más muerto que muerto
    que no es tu cuerpo ya sino su hueco
    porque la ausencia de tu sueño ha matado a la muerte
    y es tan grande mi frío que con un calor nuevo
    abre mis ojos donde la sombra es más dura
    y más clara y más luz que la luz misma
    y resucita en mí lo que no ha sido
    y es un dolor inesperado y aún más frío y más fuego
    no ser sino la estatua que despierta
    en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto.


    NOCTURNO MUERTO

    Primero un aire tibio y lento que me ciña
    como la venda al brazo enfermo de un enfermo
    y que me invada luego como el silencio frío
    al cuerpo desvalido y muerto de algún muerto.

    Después un ruido sordo, azul y numeroso,
    preso en el caracol de mi oreja dormida
    y mi voz que se ahogue en ese mar de miedo
    cada vez más delgada y más enardecida.

    ¿Quién medirá el espacio, quién me dirá el momento
    en que se funda el hielo de mi cuerpo y consuma
    el corazón inmóvil como la llama fría?

    La tierra hecha impalpable silencioso silencio,
    la soledad opaca y la sombra ceniza
    caerán sobre mis ojos y afrentarán mi frente.


    (continuará)


    .


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    Xavier Villaurrutia (1903-1950) Empty Re: Xavier Villaurrutia (1903-1950)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 11 Abr 2016, 13:35

    .


    De Nostalgia de la muerte, 1933 (continuación):


    NOCTURNO ROSA

    a José Gorostiza

    Yo también hablo de la rosa.
    Pero mi rosa no es la rosa fría
    ni la de piel de niño,
    ni la rosa que gira
    tan lentamente que su movimiento
    es una misteriosa forma de la quietud.

    No es la rosa sedienta,
    ni la sangrante llaga,
    ni la rosa coronada de espinas,
    ni la rosa de la resurrección.

    No es la rosa de pétalos desnudos,
    ni la rosa encerada,
    ni la llama de seda,
    ni tampoco la rosa llamarada.

    No es la rosa veleta,
    ni la úlcera secreta,
    ni la rosa puntual que da la hora,
    ni la brújula rosa marinera.

    No, no es la rosa rosa
    sino la rosa increada,
    la sumergida rosa,
    la nocturna,
    la rosa inmaterial,
    la rosa hueca.

    Es la rosa del tacto en las tinieblas,
    es la rosa que avanza enardecida,
    la rosa de rosadas uñas,
    la rosa yema de los dedos ávidos,
    la rosa digital,
    la rosa ciega.

    Es la rosa moldura del oído,
    la rosa oreja,
    la espiral del ruido,
    la rosa concha siempre abandonada
    en la más alta espuma de la almohada.

    Es la rosa encarnada de la boca,
    la rosa que habla despierta
    como si estuviera dormida.
    Es la rosa entreabierta
    de la que mana sombra,
    la rosa entraña
    que se pliega y expande
    evocada, invocada, abocada,
    es la rosa labial,
    la rosa herida.

    Es la rosa que abre los párpados,
    la rosa vigilante, desvelada,
    la rosa del insomnio desojada.

    Es la rosa del humo,
    la rosa de ceniza,
    la negra rosa de carbón diamante
    que silenciosa horada las tinieblas
    y no ocupa lugar en el espacio.


    (continuará)


    .


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 12 Abr 2016, 05:41

    .


    De Canto a la primavera y otros poemas, 1948:


    INVENTAR LA VERDAD

    Pongo el oído atento al pecho,
    como, en la orilla, el caracol al mar.
    Oigo mi corazón latir sangrando
    y siempre y nunca igual.
    Sé por qué late así, pero no puedo
    decir por qué será.

    Si empezara a decirlo con fantasmas
    de palabras y engaños al azar,
    llegaría, temblando de sorpresa,
    a inventar la verdad:
    ¡Cuando fingí quererte, no sabía
    que te quería ya!


    .


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 05 Dic 2022, 06:49

    .


    Xavier Villaurrutia (Ciudad de México, 27 de marzo de 1903-ibídem, 25 de diciembre de 1950)​ fue un escritor mexicano que cultivó los géneros de poesía, crítica literaria y dramaturgia. Ganó un premio poético histórico con Canto a la primavera y otros poemas. Fue miembro del grupo de los Contemporáneos junto con Salvador Novo, Jaime Torres Bodet, Gilberto Owen, Jorge Cuesta y otros.

    Biografía

    Inició sus estudios en el Colegio Francés de Ciudad de México, más tarde, en la Escuela Nacional Preparatoria, inició su amistad con Salvador Novo y Jaime Torres Bodet.

    Comenzó estudios superiores de derecho, que luego abandonó para dedicarse por completo a las letras. Hizo estudios de teatro en el Departamento de Bellas Artes. Becado en 1935 por la Fundación Rockefeller, estudió arte dramático durante un año en la Universidad de Yale de New Haven, Connecticut, Estados Unidos (en compañía de Rodolfo Usigli).

    Formó parte del grupo llamado Los contemporáneos, sus integrantes se autodefinían como “grupo de sociedades”, “grupo sin grupo”, “grupo de amigos”, “grupo de forajidos”.

    En unión con Salvador Novo dirigió la revista Ulises del año 1927 a 1928 publicando solo 6 números de la revista. Tiempo después, colaboró en el Teatro Ulises y en revistas como Contemporáneos, Ulises y Taller, Letras de México (1937-1977), El Hijo Pródigo (1943-1946), Nuestro México, Romance, La Falange, Antena, Revista de Revistas, El Universal Ilustrado, El Espectador, el seminario Hoy, el suplemento «México en la Cultura» del diario Novedades. Colaboró además en la revista Barandal, creada por Rafael López Malo, Arnulfo Martínez Lavalle, Salvador Toscano y Octavio Paz en 1931 cuando se encontraban en la Escuela Nacional Preparatoria en Ciudad de México.​

    Junto con Fernando de Fuentes, escribió el guion de la película Vámonos con Pancho Villa (1935). Asimismo coescribió los guiones de Cinco fueron escogidos, La mujer de todos. Es autor de los guiones El espectro de la novia, La mujer sin cabeza, Distinto amanecer (1943), La mujer legítima.

    Fue profesor de literatura en la Universidad Nacional de México y jefe de la sección teatral del Departamento de Bellas Artes.​

    Muere en Ciudad de México en 1950 sin poder ver representada su producción dramática Tragedia de las equivocaciones, la cual fue estrenada después de su muerte.

    Obra

    Nocturno en que nada se oye
    (fragmento)

    En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen
    sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte en esta soledad sin paredes al tiempo que huyeron los ángulos en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangres

    (...) Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro cae mi voz y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura y mi voz quema dura como el hielo de vidrio como el grito de hielo aquí en el caracol de la oreja el latido de un mar en el que no sé nada en el que no se nada porque he dejado pies y brazos en la orilla siento caer fuera de mí la red de mis nervios mas huye todo como el pez que se da cuenta hasta ciento en el pulso de mis sienes muda telegrafía a la que nadie responde porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.
    Poesía


    Inspirado en la obra de López Velarde, pero influido definitivamente por el surrealismo, su obra poética se distinguió por su oscuridad y sus referencias a imágenes de abandono, de desolación, y de una presencia y relación constante con la muerte. Sus primeros poemas se originan en 1919. Entre sus primeras publicaciones se encuentran Ocho poetas (1923), Reflejos (1926), Dos nocturnos (1931), Nocturnos (1931), Nocturno de los angeles (1936), Nocturno rosa (1937), Nocturno mar (1937), Nostalgia de la muerte (1938), Décima muerte y otros poemas no coleccionados (1941), Canto a la primavera y otros poemas (1948), Poesía y teatro completos (1953), siendo sus obras más destacadas:

       Primeros poemas
       Reflejos (1926)
       Nocturnos (1931)
       Nostalgia de la muerte (1938), considerado como el libro central de Villaurrutia por su calidad poética.
       Décima muerte (1941)
       Cantos a la primavera y otros poemas (1948).

    Para Alí Chumacero, la poesía de Villaurrutia tuvo tres etapas importantes, en el primer periodo se hace patente su predilección por el engaño del juego que llega a confundirse con la inteligencia; el segundo periodo es considerado como su mejor época creadora donde la emoción se somete a la estricta vigilancia de las facultades intelectuales, en un justo equilibrio que lo hizo escribir sus más profundos poemas y en el tercer periodo la emoción sobrepone a la inteligencia con tal ímpetu que la obliga a restringir su ejercicio solo a la superficie de formas métricas.

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    Algunos poemas de Xavier Villaurrutia, de su obra Nostalgia de la muerte, 1938:


    NOCTURNO

    Todo lo que la noche
    dibuja con su mano
    de sombra:
    el placer que revela,
    el vicio que desnuda.

    Todo lo que la sombra
    hace oír con el duro
    golpe de su silencio:
    las voces imprevistas
    que a intervalos enciende,
    el grito de la sangre,
    el rumor de unos pasos
    perdidos.

    Todo lo que el silencio
    hace huir de las cosas:
    el vaho del deseo,
    el sudor de la tierra,
    la fragancia sin nombre
    de la piel.

    Todo lo que el deseo
    unta en mis labios:
    la dulzura soñada
    de un contacto,
    el sabido sabor
    de la saliva.

    Y todo lo que el sueño
    hace palpable:
    la boca de una herida,
    la forma de una entraña,
    la fiebre de una mano
    que se atreve.

    ¡Todo!
    circula en cada rama
    del árbol de mis venas,
    acaricia mis muslos,
    inunda mis oídos,
    vive en mis ojos muertos,
    muere en mis labios duros.



    NOCTURNO MIEDO

    Todo en la noche vive una duda secreta:
    el silencio y el ruido, el tiempo y el lugar.
    Inmóviles dormidos o despiertos sonámbulos
    nada podemos contra la secreta ansiedad.

    Y no basta cerrar los ojos en la sombra
    ni hundirlos en el sueño para ya no mirar,
    porque en la dura sombra y en la gruta del sueño
    la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar.

    Entonces, con el paso de un dormido despierto,
    sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.
    La noche vierte sobre nosotros su misterio,
    y algo nos dice que morir es despertar.

    ¿Y quien entre las sombras de una calle desierta,
    en el muro, lívido espejo de soledad,
    no se ha visto pasar o venir a su encuentro
    y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal?

    El miedo de no ser sino un cuerpo vacío
    que alguien, yo mismo o cualquier otro, puede ocupar
    y la angustia de verse fuera de si viviendo
    y la duda de ser o no ser realidad.



    NOCTURNO DE LA ESTATUA

    Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
    y el grito de la estatua desdoblando la esquina.

    Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
    querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
    querer asir el eco y encontrar sólo el muro
    y correr hacia el muro y tocar un espejo.
    Hallar en el espejo la estatua asesinada,
    sacarla de la sangre de su sombra,
    vestirla en un cerrar de ojos,
    acariciarla como a una hermana imprevista
    y jugar con las fichas de sus dedos
    y contar a su oreja cien veces cien cien veces
    hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».



    NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE

    En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen
    sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
    en esta soledad sin paredes
    al tiempo que huyeron los ángulos
    en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
    para salir en un momento tan lento
    en un interminable descenso
    sin brazos que tender
    sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
    sin más que una mirada y una voz
    que no recuerdan haber salido de ojos y labios
    ¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
    Y mi voz ya no es mía
    dentro del agua que no moja
    dentro del aire de vidrio
    dentro del fuego lívido que corta como el grito
    Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
    cae mi voz
    y mi voz que madura
    y mi voz quemadura
    y mi bosque madura
    y mi voz quema dura
    como el hielo de vidrio
    como el grito de hielo
    aquí en el caracol de la oreja
    el latido de un mar en el que no sé nada
    en el que no se nada
    porque he dejado pies y brazos en la orilla
    siento caer fuera de mí la red de mis nervios
    mas huye todo como el pez que se da cuenta
    hasta ciento en el pulso de mis sienes
    muda telegrafía a la que nadie responde
    porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.



    NOCTURNO SUEÑO

    Abría las salas
    profundas el sueño
    y voces delgadas
    corrientes de aire
    entraban

    Del barco del cielo
    del papel pautado
    caía la escala
    por donde mi cuerpo
    bajaba

    El cielo en el suelo
    como en un espejo
    la calle azogada
    dobló mis palabras

    Me robó mi sombra
    la sombra cerrada
    Quieto de silencio
    oí que mis pasos
    pasaban

    El frío de acero
    a mi mano ciega
    armó con su daga
    Para darme muerte
    la muerte esperaba

    Y al doblar la esquina
    un segundo largo
    mi mano acerada
    encontró mi espalda

    Sin gota de sangre
    sin ruido ni peso
    a mis pies clavados
    vino a dar mi cuerpo

    Lo tomé en los brazos
    lo llevé a mi lecho

    Cerraba las alas
    profundas el sueño  



    NOCTURNO PRESO

    Prisionero de mi frente
    el sueño quiere escapar
    y fuera de mí probar
    a todos que es inocente.
    Oigo su voz impaciente,
    miro su gesto y su estado
    amenazador y airado.
    No sabe que soy el sueño
    de otro: si fuera su dueño
    ya lo habría liberado



    NOCTURNO SOLO

    Soledad, aburrimiento,
    vano silencio profundo,
    líquida sombra en que me hundo,
    vacío del pensamiento.
    Y ni siquiera el acento
    de una voz indefinible
    que llegue hasta el imposible
    rincón de un mar infinito
    a iluminar con su grito
    este naufragio invisible.



    NOCTURNO ETERNO

    Cuando los hombres alzan los hombros y pasan
    o cuando dejan caer sus nombres
    hasta que la sombra se asombra

    cuando un polvo más fino aún que el humo
    se adhiere a los cristales de la voz
    y a la piel de los rostros y las cosas

    cuando los ojos cierran sus ventanas
    al rayo del sol pródigo y prefieren
    la ceguera al perdón y el silencio al sollozo

    cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente
    y que no llega sino con un nombre innombrable
    se desnuda para saltar al lecho
    y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve

    cuando la vi cuando la vid cuando la vida
    quiere entregarse cobardemente y a oscuras
    sin decirnos siquiera el precio de su nombre

    cuando en la soledad de un cielo muerto
    brillan unas estrellas olvidadas
    y es tan grande el silencio del silencio
    que de pronto quisiéramos que hablara

    o cuando de una boca que no existe
    sale un grito inaudito
    que nos echa a la cara su luz viva
    y se apaga y nos deja una ciega sordera

    o cuando todo ha muerto
    tan dura y lentamente que da miedo
    alzar la voz y preguntar "quién vive"

    dudo si responder
    a la muda pregunta con un grito
    por temor de saber que ya no existo

    porque acaso la voz tampoco vive
    sino como un recuerdo en la garganta
    y no es la noche sino la ceguera
    lo que llena de sombra nuestros ojos

    y porque acaso el grito es la presencia
    de una palabra antigua
    opaca y muda que de pronto grita

    porque vida silencio piel y boca
    y soledad recuerdo cielo y humo
    nada son sino sombras de palabras
    que nos salen al paso de la noche



    NOCTURNO MUERTO

    Primero un aire tibio y lento que me ciña
    como la venda al brazo enfermo de un enfermo
    y que me invada luego como el silencio frío
    al cuerpo desvalido y muerto de algún muerto.

    Después un ruido sordo, azul y numeroso,
    preso en el caracol de mi oreja dormida
    y mi voz que se ahogue en ese mar de miedo
    cada vez más delgada y más enardecida.

    ¿Quién medirá el espacio, quién me dirá el momento
    en que se funda el hielo de mi cuerpo y consuma
    el corazón inmóvil como la llama fría?

    La tierra hecha impalpable silencioso silencio,
    la soledad opaca y la sombra ceniza
    caerán sobre mis ojos y afrentarán mi frente.



    NOCTURNO

    Al fin llegó la noche con sus largos silencios,
    con las húmedas sombras que todo lo amortiguan.
    El más ligero ruido crece de pronto y, luego,
    muere sin agonía.

    El oído se aguza para ensartar un eco
    lejano, o el rumor de unas voces que dejan,
    al pasar, una huella de vocales perdidas.

    ¡Al fin llegó la noche tendiendo cenicientas
    alfombras, apagando luces, ventanas últimas!

    Porque el silencio alarga lentas manos de sombra.
    La sombra es silenciosa, tanto que no sabemos
    dónde empieza o acaba, ni si empieza o acaba.

    Y es inútil que encienda a mi lado una lámpara:
    la luz hace más honda la mina del silencio
    y por ella desciendo, inmóvil, de mí mismo.

    Al fin llegó la noche a despertar palabras
    ajenas, desusadas, propias, desvanecidas:
    tinieblas, corazón, misterio, plenilunio...

    ¿Al fin llegó la noche, la soledad, la espera!

    Porque la noche es siempre el mar de un sueño antiguo,
    de un sueño hueco y frío en el que ya no queda
    del mar sino los restos de un naufragio del olvidos.

    Porque la noche arrastra en su baja marea
    memorias angustiosas, temores congelados,
    la sed de algo que, trémulos, apuramos un día,
    y la amargura de lo que ya no recordamos.

    ¡Al fin llegó la noche a inundar mis oídos
    con una silenciosa marea inesperada,
    a poner en mis ojos unos párpados muertos,
    a dejar en mis manos un mensaje vacío.



    NOCTURNO
    EN QUE HABLA LA MUERTE

    Si la muerte hubiera venido aquí, a New Haven,
    escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,
    en el bolsillo de uno de mis trajes,
    entre las páginas de un libro
    como la señal que ya no me recuerda nada;
    si mi muerte particular estuviera esperando
    una fecha, un instante que sólo ella conoce
    para decirme: “Aquí estoy.
    Te he seguido como la sombra
    que no es posible dejar así nomás en casa;
    como un poco de aire cálido e invisible
    mezclado al aire duro y frío que respiras;
    como el recuerdo de lo que más quieres;
    como el olvido, sí, como el olvido
    que has dejado caer sobre las cosas
    que no quisieras recordar ahora.
    Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:
    estoy tan cerca que no puedes verme,
    estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.
    Nada es el mar que como un dios quisiste
    poner entre los dos;
    nada es la tierra que los hombre miden
    y por la que matan y mueren;
    ni el sueño en que quisieras creer que vives
    sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;
    ni los días que cuentas
    una vez y otra vez a todas horas,
    ni las horas que matas con orgullo
    sin pensar que renacen fuera de ti.
    Nada son estas cosas ni los innumerables
    lazos que me tendiste,
    ni las infantiles argucias con que has querido dejarme
    engañada, olvidada.
    Aquí estoy, ¿no me sientes?
    Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”
     
    Y me pregunto ahora,
    si nadie entró en la pieza contigua,
    ¿quién cerró cautelosamente la puerta?
    ¡Qué misteriosa fuerza de gravedad
    hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?
    ¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,
    la voz de una mujer que habla en la calle?
     
    Y al oprimir la pluma,
    algo como la sangre late y circula en ella,
    y siento que las letras desiguales
    que escribo ahora,
    más pequeñas, más trémulas, más débiles,
    ya no son de mi mano solamente.



    NOCTURNO DE LOS ÁNGELES

    Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.
    Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
    el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
    porque todos están en el secreto
    y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
    si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
    y compartirlo sólo con la persona elegida.

    Si cada uno dijera en un momento dado,
    en sólo una palabra, lo que piensa,
    las cinco letras del «DESEO» formarían una enorme cicatriz luminosa,
    una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
    Y esa constelación sería como un ardiente sexo
    en el profundo cuerpo de la noche,
    o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
    se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.

    De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
    caminan, se detienen, prosiguen.
    Cambian miradas, atreven sonrisas,
    forman imprevistas parejas…

    Hay recodos y bancos de sombra,
    orillas de indefinibles formas profundas
    y súbitos huecos de luz que ciega
    y puertas que ceden a la presión más leve.

    El río de la calle queda desierto un instante.
    Luego parece remontar de sí mismo
    deseoso de volver a empezar.
    Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
    como el corazón entre dos espasmos.

    Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
    arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
    Se cruzan, se entrecruzan y suben.
    Vuelan a ras de tierra.
    Nadan de pie, tan milagrosamente
    que nadie se atrevería a decir que no caminan.

    ¡Son los ángeles!
    Han bajado a la tierra
    por invisibles escalas.
    Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
    en barcos de humo y sombra,
    a fundirse y confundirse con los mortales,
    a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
    a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
    y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
    como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
    a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
    a poner en libertad sus lenguas de fuego,
    a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
    en que los hombres concentran el antiguo misterio
    de la carne, la sangre y el deseo.

    Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
    Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
    En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.

    Caminan, se detienen, prosiguen.
    Cambian miradas, atreven sonrisas.
    Forman imprevistas parejas.

    Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
    donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
    En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
    signos, estrellas y letras azules.
    Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
    que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
    Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
    y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.



    NOCTURNA ROSA

    Yo también hablo de la rosa.
    Pero mi rosa no es la rosa fría
    ni la de piel de niño,
    ni la rosa que gira
    tan lentamente que su movimiento
    es una misteriosa forma de la quietud.

    No es la rosa sedienta,
    ni la sangrante llaga,
    ni la rosa coronada de espinas,
    ni la rosa de la resurrección.

    No es la rosa de pétalos desnudos,
    ni la rosa encerada,
    ni la llama de seda,
    ni tampoco la rosa llamarada.

    No es la rosa veleta,
    ni la ulcera secreta,
    ni la rosa puntual que da la hora,
    ni la brújula rosa marinera.

    No, no es la rosa rosa
    sino la rosa increada,
    la sumergida rosa,
    la nocturna,
    la rosa inmaterial,
    la rosa hueca.

    Es la rosa del tacto en las tinieblas,
    es la rosa que avanza enardecida,
    la rosa de rosadas uñas,
    la rosa yema de los dedos ávidos,
    la rosa digital
    la rosa ciega.

    Es la rosa moldura del oído,
    la rosa oreja,
    la espiral del ruido,
    la rosa concha siempre abandonada
    en la más alta espuma de la almohada.

    Es la rosa encarnada de la boca,
    la rosa que habla despierta
    como si estuviera dormida.
    Es la rosa entreabierta
    de la que mana sombra,
    la rosa entraña
    que se pliega y expande
    evocada, invocada, abocada,
    es la rosa labial,
    la rosa herida.

    Es la rosa que abre los parpados,
    la rosa vigilante, desvelada,
    la rosa del insomnio desojada.

    Es la rosa del humo,
    la rosa de ceniza,
    la negra rosa de carbón diamante
    que silenciosa horada las tinieblas
    y no ocupa lugar en el espacio.



    NOCTURNO MAR

    Ni tu silencio duro cristal de dura roca,
    ni el frío de la mano que me tiendes,
    ni tus palabras secas, sin tiempo ni color,
    ni mi nombre, ni siquiera mi nombre
    que dictas como cifra desnuda de sentido;

    ni la herida profunda, ni la sangre
    que mana de sus labios, palpitante,
    ni la distancia cada vez más fría
    sábana nieve de hospital invierno
    tendida entre los dos como la duda;

    nada, nada podrá ser más amargo
    que el mar que llevo dentro, solo y ciego,
    el mar, antiguo Edipo que me recorre a tientas
    desde todos los siglos,
    cuando mi sangre aún no era mi sangre,
    cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo,
    cuando alguien respiraba por mí que aún no nacía.

    El mar que sube mudo hasta mis labios,
    el mar que me satura
    con el mortal veneno que no mata
    pues prolonga la vida y duele más que el dolor.
    El mar que hace un trabajo lento y lento
    forjando en la caverna de mi pecho
    el puño airado de mi corazón.

    Mar sin viento ni cielo,
    sin olas, desolado,
    nocturno mar sin espuma en los labios,
    nocturno mar sin cólera, conforme
    con lamer las paredes que lo mantienen preso
    y esclavo que no rompe sus riberas
    y ciego que no busca la luz que le robaron
    y amante que no quiere sino su desamor.

    Mar que arrastra despojos silenciosos,
    olvidos olvidados y deseos,
    sílabas de recuerdos y rencores,
    ahogados sueños de recién nacidos,
    perfiles y perfumes mutilados,
    fibras de luz y náufragos cabellos.

    Nocturno mar amargo
    que circula en estrechos corredores
    de corales arterias y raíces
    y venas y medusas capilares.

    Mar que teje en la sombra su tejido flotante,
    con azules agujas ensartadas
    con hilos nervios y tensos cordones.

    Nocturno mar amargo
    que humedece mi lengua con su lenta saliva,
    que hace crecer mis uñas con la fuerza
    de su marca oscura.

    Mi oreja sigue su rumor secreto,
    oigo crecer sus rocas y sus plantas
    que alargan más y más sus labios dedos.

    Lo llevo en mí como un remordimiento,
    pecado ajeno y sueño misterioso
    y lo arrullo y lo duermo
    y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto.



    NOCTURNO DE LA ALCOBA

    La muerte toma siempre la forma de la alcoba
    que nos contiene.

    Es cóncava y oscura y tibia y silenciosa,
    se pliega en las cortinas en que anida la sombra,
    es dura en el espejo y tensa y congelada,
    profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca.

    Los dos sabemos que la muerte toma
    la forma de la alcoba, y que en la alcoba
    es el espacio frío que levanta
    entre los dos un muro, un cristal, un silencio.

    Entonces sólo yo sé que la muerte
    es el hueco que dejas en el lecho
    cuando de pronto y sin razón alguna
    te incorporas o te pones de pie.

    Y es el ruido de hojas calcinadas
    que hacen tus pies desnudos al hundirse en la alfombra.

    Y es el sudor que moja nuestros muslos
    que se abrazan y luchan y que, luego, se rinden.

    Y es la frase que dejas caer, interrumpida.
    Y la pregunta mía que no oyes,
    que no comprendes o que no respondes.

    Y el silencio que cae y te sepulta
    cuando velo tu sueño y lo interrogo.

    Y solo, sólo yo sé que la muerte
    es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
    y tus involuntarios movimientos oscuros
    cuando en el sueño luchas con el ángel del sueño.

    La muerte es todo esto y más que nos circunda,
    y nos une y separa alternativamente,
    que nos deja confusos, atónitos, suspensos,
    con una herida que no mana sangre.

    Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos
    que no el amor sino la oscura muerte
    nos precipita a vernos cara a los ojos,
    y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos,
    todavía más, y cada vez más, todavía.



    ESTANCIAS NOCTURNAS

    Sonámbulo, dormido y despierto a la vez,
    en silencio recorro la ciudad sumergida.
    ¡Y dudo! Y no me atrevo a preguntarme si es
    el despertar de un sueño o es un sueño mi vida.

    En la noche resuena, como en un mundo hueco,
    el ruido de mis pasos prolongados, distantes.
    Siento miedo de que no sea sino el eco
    de otros pasos ajenos, que pasaron mucho antes.

    Miedo de no ser nada más que un jirón de sueño
    de alguien —¿de Dios?— que sueña en este mundo amargo.
    Miedo de que despierte ese alguien —¿Dios?—, el dueño
    de un sueño cada vez más profundo y más largo.

    Estrella que te asomas, temblorosa y despierta,
    tímida aparición en el cielo impasible,
    tú, como yo —hace siglos—, estás helada y muerta,
    mas por tu propia luz sigues siendo visible.

    ¡Seré polvo en polvo y olvido en olvido!
    Pero alguien, en la angustia de una noche vacía,
    sin saberlo él, ni yo, alguien que no ha nacido
    dirá con mis palabras su nocturna agonía.



    NOSTALGIA DE LA NIEVE

    ¡Cae la nieve sobre la noche!
    Todos hemos pensado alguna vez
    o alguien -yo mismo- lo piensa ahora
    por quienes no saben que un día lo pensaron ya,
    que las sombras que forman la noche de todos los días
    caen silenciosas, furtivas, escondiéndose
    detrás de sí mismas, del cielo;
    copos de sombra.
    Porque la sombra es la nieve oscura,
    la impensable callada nieve negra.

    ¡Cae la nieve sobre la noche!

    ¡Qué luz de atardecer increíble,
    hecha del polvo más fino,
    llena de misteriosa tibieza,
    anuncia la aparición de la nieve!
    Luego, por hilos invisibles
    descienden
    y sueltos en el aire como una cabellera,
    copos de pluma, copos de espuma.

    Y algo de dulce sueño,
    delsueño sin angustia,
    infantil, tierno, leve
    goce no recordado,
    tiene la milagrosa
    forma en que por la noche
    caen las silenciosas
    sombras blancas de la nieve.



    CEMENTERIO EN LA NIEVE

    A nada puede compararse un cementerio en la nieve.
    ¿Qué nombre dar a la blancura sobre lo blanco?
    El cielo ha dejado caer insensibles piedras de nieve
    sobre las tumbas,
    y ya no queda sino la nieve sobre la nieve
    como la mano sobre sí misma eternamente posada.

    Los pájaros prefieren atravesar el cielo,
    herir los invisibles corredores del aire
    para dejar sola la nieve,
    que es como dejarla intacta,
    que es como dejarla nieve.

    Porque no basta decir que un cementerio en la nieve
    es como un sueño sin sueños
    ni como unos ojos en blanco.

    Si algo tiene de un cuerpo insensible y dormido,
    de la caída de un silencio sobre otro
    y de la blanca persistencia del olvido,
    ¡a nada puede compararse un cementerio en la nieve!

    Porque la nieve es sobre todo silenciosa,
    más silenciosa aún sobre las losas exangües:
    labios que ya no pueden decir una palabra.



    DÉCIMA MUERTE

    I

    ¡Qué prueba de la existencia
    habrá mayor que la suerte
    de estar viviendo sin verte
    y muriendo en tu presencia!
    Esta lúcida conciencia
    de amar a lo nunca visto
    y de esperar lo imprevisto;
    este caer sin llegar
    es la angustia de pensar
    que puesto que muero existo.

    II

    Si en todas partes estás,
    en el agua y en la tierra,
    en el aire que me encierra
    y en el incendio voraz;
    y si a todas partes vas
    conmigo en el pensamiento,
    en el soplo de mi aliento
    y en mi sangre confundida,
    ¿no serás, Muerte, en mi vida,
    agua, fuego, polvo y viento?

    III

    Si tienes manos, que sean
    de un tacto sutil y blando,
    apenas sensible cuando
    anestesiado me crean;
    y que tus ojos me vean
    sin mirarme, de tal suerte
    que nada me desconcierte
    ni tu vista ni tu roce,
    para no sentir un goce
    ni un dolor contigo, Muerte.

    IV

    Por caminos ignorados,
    por hendiduras secretas,
    por las misteriosas vetas
    de troncos recién cortados,
    te ven mis ojos cerrados
    entrar en mi alcoba oscura
    a convertir mi envoltura
    opaca, febril, cambiante,
    en materia de diamante,
    luminosa, eterna y pura.

    V

    No duermo para que al verte
    llegar lenta y apagada,
    para que al oír pausada
    tu voz que silencios vierte,
    para que al tocar la nada
    que envuelve tu cuerpo yerto,
    para que a tu olor desierto
    pueda, sin sombra de sueño,
    saber quede ti me adueño,
    sentir que muero despierto.

    VI

    La aguja del instantero
    recorrerá su cuadrante,
    todo cabrá en un instante
    del espacio verdadero
    que, ancho, profundo y señero,
    será clásico a tu paso
    de modo que el tiempo cierto
    prolongará nuestro abrazo
    y será posible, acaso,
    vivir después de haber muerto.

    VII

    En el roce, en el contacto,
    en la inefable delicia
    de la suprema caricia
    que desemboca en el acto,
    hay el misterioso pacto
    del espasmo delirante
    en que un cielo alucinante
    y un infierno de agonía
    se funden cuando eres mía
    y soy tuyo en un instante.

    VIII

    ¡Hasta en la ausencia estás viva!
    Porque te encuentro en el hueco
    de una forma y en el eco
    de una nota fugitiva;
    porque en mi propia saliva
    fundes tu sabor sombrío,
    y a cambio de lo que es mío
    me dejas sólo el temor
    de hallar hasta en el sabor
    la presencia del vacío.

    IX

    Si te llevo en mí prendida
    y te acaricio y escondo;
    si te alimento en el fondo
    de mi más secreta herida;
    si mi muerte te da vida
    y goce mi frenesí;
    ¡qué será, Muerte, de ti
    cuando al salir yo del mundo,
    deshecho el nudo profundo,
    tengas que salir de mí?

    X

    En vano amenazas, Muerte,
    cerrar la boca a mi herida
    y poner fin a mi vida
    con una palabra inerte.
    ¡Qué puedo pensar al verte,
    si en mi angustia verdadera
    tuve que violar la espera;
    si en la vista de tu tardanza
    para llenar mi esperanza
    no hay hora en que yo no muera!


    XAVIER VILLAURRUTIA, Nostalgia de la muerte, Signos, 1999.


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    Xavier Villaurrutia (1903-1950) Empty Re: Xavier Villaurrutia (1903-1950)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 06 Dic 2022, 02:02

    El miedo de no ser sino un cuerpo vacío
    que alguien, yo mismo o cualquier otro, puede ocupar
    y la angustia de verse fuera de si viviendo
    y la duda de ser o no ser realidad.


    Temor... y trascendencia.

    Gracias, Pedro.


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    Xavier Villaurrutia (1903-1950) Empty Re: Xavier Villaurrutia (1903-1950)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 06 Dic 2022, 06:40

    Gracias a ti, Pascual, por tus palabras.

    Un abrazo.
    Pedro


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