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José Barroeta (Pampanito, Trujillo, 1942-2006), conocido como Pepe Barroeta, fue un ensayista, abogado, profesor y poeta venezolano.
Biografía
Graduado como Abogado y Doctor en Literatura Iberoamericana, se desempeña como profesor del área de Literatura Hipanoamericana y Venezolana en la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes. Figura destacada en la creación literaria venezolana, participó como miembro de los grupos literarios "Tabla Redonda", "En Haa", "Trópico Uno", "La Pandilla Lautréamont", "Sol cuello cortado" entre otras. Lubio Cardozo en su "Estructura Lírica de José Barroeta", que sirve de prólogo a la antología "Obra poética 1971-1996", señala el carácter fáustico que acompaña su obra postrimera "Culpas de Juglar", y cómo el lenguaje ódico "se ha creado de una adusta melancolía" en la cual el poeta ya no celebra ser el "gran príncipe silvestre de los bosques y ríos de la adolescencia" sino un "rey que rememora". José Barroeta, poeta de entrañable riqueza lírica, supo representar como ningún otro al hombre mitad rural mitad urbano. La pérdida de la aldea originaria, la muerte que es subvertida por el sueño y la remembranza. El tiempo inmóvil en el que el poeta parece permanentemente encontrarse y la búsqueda de paraíso extinto a través del amor, la locura y el sueño. Su obra poética fue recopilada en "Obra Poética 1971-1996" por Ediciones "El otro, el mismo", Rectorado de la Universidad de los Andes en 2001.
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Algunos poemas de José Barroeta, de su obra Todos han muerto, 1971:
UNA RUSA
A Luis Camilo Guevara
y Víctor Valera Mora
Tania Voroshilov
es la rusa a quien hablo soñando.
El oso de sus pies me seduce y vuélvese nieve
todo el amor.
Todo ha sido soñar y recorrer con ella
la estepa,
todo ha sido echarme en las flautas
de su cabeza.
Todo el cuerpo de Tania Voroxhilov lo he conseguido
soñando.
Al apagar la luz de mi cuarto ya lo tengo,
cerca de mí, en Leningrado. Y en las aceras de la ciudad
que lleva el nombre del gran jefe,
Tania Voroshilov baila desnuda. Me entrega su iluminado sexo
en forma de alcohol.
Tania Voroshilov es como el nombre de mis lecturas
de los quince años. Allá en la mesa de aldea que humedece
la lluvia,
la foto del camarada Lenin se confundió entre libros
y yo esquié sobre su helada y calva cabeza, siempre tomado
de la mano de Tania Voroshilov.
SENOS
Tus senos locos
como el descubrimiento de América.
Bienaventurados como la Pinta, la Niña
y la Santa María.
Tus dos senos hechos de láminas de barcos
y de hélices en vibración.
Hermosos como la conquista del espacio.
AMAPOLA
Cuando me encuentre con el sucio otoño y el paño
primaveral.
Cuando estés tú desnuda sobre los cráneos que amaron
y los fervientes estemos muertos,
y las hojas sean mías sobre esa colina. Oh, amapola.
Cuando mi alma atraviese la Estigia y mi memoria teja ruidos
en el vacío.
Cuando tú y yo amapola
conozcamos a Vivaldi y a Enrique Ibsen. Y yo duerma sobre ti
y tú sobre mí. Oh, amapola,
Oh dulce y bella flor mía.
MERCADOS
En las mañanas cuando la niebla fue gris
tomábamos el taxi.
Cuando los otros amantes
tendían sus besos y no había comenzado el sol,
pasábamos la iglesia
y se abrían nuestros cestos a las frutas.
Cuando niño yo las recogía,
te daba las de tu preferencia
y en retribución me obsequiabas ciruelos.
Son hermosas en manos del viejo,
hermosas como tus dientes a esta hora de la mañana.
Te narraba la historia de cada fruta
y sentía junto a ti el olor de los campos
bajo planchones de zinc.
ALUCINACIÓN
Ni siquiera he pensado en derribar a Junio.
Hay una sonrisa
que trae de la noche una canción.
Todo tan triste
un viejo barco que se lanza al mar
un sable frío en la cabeza de la lluvia
una sola mancha en el paisaje de invierno.
Un desprendimiento,
yo y mi niña de cuatro noches
asombrados por el vaho de la sidra
asustaditos tras una vasija de vinagre.
Dos corazones que caen bajo el granizo de la noche
y nada más.
Cuatro pies marchando en las boca-calles.
COMPLICIDAD
Es mejor destruir el pasado
que no quede imagen
que no haya siluetas
y seamos tú y yo fuera de todo círculo.
Que exista solo una maniobra
una razón que nos parta
una multitud que nos reproche
sin sabernos los escogidos.
Que la pasión se borre girando
y no sepa de su derrota.
Que no exista una queja
o una bóveda acallando tu cuerpo.
HOY QUE COMIENZO A VIVIR
Algo marchará mal
para que sea así la vida. Algo que no es el resplandor
ni el Cristo.
Un brebaje,
ansioso como el rocío en vuestros campos de sangre,
lleva lo que no siendo música del espíritu, arrástrame
piadoso a la muerte.
Qué bello es el mal de hoy. Cuando la caída de sus pestañas
no regocija.
El viento adulto me festeja entre árboles grandes.
Precisamente hoy que comienzo a vivir
otro fracaso me aguarda.
TESTIMONIO IV
De nada vale iniciarse.
Sobre los árboles golpea el viento. Recuerdo:
siendo aún muy niño, me llevaban a los campos a recolectar
flores, flores blancas abiertas en la colina.
Mi aldea era pobre. Sus viejas casas y un molino donde jugaba vibran.
Lejano
soy el dueño de la hierba donde me escondía.
FUEGOS
La casa quedó junto al río hecha trizas. El sueño de mi padre
se convirtió en polvo. Los árboles caían como espejos y los hombres
corrían con cubos grandes. Las mujeres lloraban rodeando a mi
madre. Eglé y yo contemplábamos los fuegos y sus ojos, más reverentes
que los míos, advertían la tragedia.
Aquella noche fui a la ciudad, me emborraché con Marcelo.
Los campos se miraban rojos y como arrasados por la muerte.
TESTIMONIO V
La maestra era vieja y gorda.
La veíamos bañarse en el arroyo. Desnuda, con sus senos grandes
y feos.
No recuerdo si hubo ternura en aquellos labios. En aquel corazón
que yo imaginé oxidado.
Su voz acuosa, casi silente, denota que en ella nunca existió
el furor. La comprendía como a una ausencia.
Me hubiese gustado golpearla.
EN EL INVIERNO
Marcelo murió en el invierno.
Un mes irascible nos desentendió de su ternura.
El compañero músico se fue callado en el ataúd. Aquel muchacho
iba vacío, profundamente vacío.
Hacia el camposanto la lluvia creció fuerte, y él, horizontal,
ascendía en nuestros hombros,
Allá le dejamos. Fui yo quien colocó la cruz.
Ahora pasaba yo solo las noches. Caminaba entre los amigos
sin hablar.
Lo había conocido de niño.
Después íbamos juntos a la ciudad, Nos embriagábamos. En los regresos,
tocaba el violín y cantaba con voz ronca pero agradable.
Murió, sin querer, en el invierno.
BOSQUES DE DIOS
Cubierta de panes y miel,
como una mesa de pastores, mi alma no tiene
testigos.
Han pasado cálidas ramas
y el dueño del paisaje no ha hecho sino
mentir.
Antes también yo escondía mi muerte. Como hoy,
el fuego quemaba la verdad,
palidecían mis rasgos, había fe.
Despojados viven quienes premeditando mi dolor,
me apartaron de un Dios que amaba con entusiasmo en la aldea.
¡Señor!
Cuánto recogimiento hubo en el templo. Y hoy,
quién roba mi corazón vacío.
Vuelva a mí la luz
y caiga el peso del ángel en los bosques.
TODOS HAN MUERTO
Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.
Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.
En el invierno
me tocaba visitar con los demás muchachos
el bosque ruinoso,
sacar pequeños peces del río
y tomar, escuchando, un buen trago.
No recuerdo con exactitud
cuándo mpezaron a morir.
Asistía a las ceremonias y me gustaba
colocar flores en la tierra recién removida.
Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.
Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera.
TESTIMONIO IX
No tengo gesto que no me lleve a contemplar el pájaro
que seduce o a ocultarme calladito en la colina.
¿Cómo soportaré la vida sin mi amada que corta la primera
flor, ausente de los cielos que herían mis ojos? Si en los campos
quedaron las lluvias y el caballo de mi madre flotando en los
tallos de abril.
TESTIMONIO X
Una mujer que olvida su amor de adolescencia,
debe ser muerta.
Sus ojos, ahogados en las fuentes de todas las ciudades,
no sirven ya para la ternura,
y la furia crea soles en las manos de un pastor que solloza.
Ella ha debido ir a los parajes donde los besos saben a pasto,
donde los muchachos van a los ríos y suben como incipientes
cazadores a las montañas.
Hundida la tierra,
quien la añora pertenece a la fugacidad.
TESTIMONIO XI
El cielo es de mi amor.
Tibios son sus labios y sus latidos.
Cuentan que hace lumbre en las mañanas de niebla y otros hablan
de su apostura. Yo la he disfrutado y después la miro partir lívida,
abiertos sus cabellos.
LA SOÑADA
A Rosa Hercilia Celis
La que he de amar debe ser triste,
casta y sencilla.
Debe poseerme a mí y no al otro, al que ha sido
desolado.
Ella poblará mi evidencia,
fecundará ¡oh Dios! el boscaje que me ha hecho
tan ausente.
Solo yo miraré ese fuego,
esa plenitud de monte y soles fuertes que airados
hacen mi enfermedad.
Ella no ha de escapar,
vendrá como el alba a matarme.
RETORNO
A Caupolicán Ovalles
Cuando regrese no tendrá padre ni madre. No iré más al bosque
ruinoso y mi amada ha de esperar vestida de luto. Sus ojos
no tendrán el brillo de siempre y recostada de mis hombros
contará la historia de cada muerte. Habré perdido mi majestuosidad
y lloraré debajo de los robles que cortó mi padre.
Entonces no existirá la verdad, el fuego que hizo mi amor dejará
de complacer mis delirios.
Eglé acabará sus días en el bosque. La roca pálida sabrá un poco
a muerte y será inhóspita con mis secretos.
Si el verano llega, comienzo. Vuelvo al sitio que sueño
y no es vanidad.
Las mujeres arrancarán árboles de mi boca y el cielo
que me acostumbró al amanecer hará también la noche.
Aquí he vivido desplicente. Llevo el luto y las manos de mi abuela
muerta. No estoy seguro.
..................................Adiós.
Caracas, 1962
José Barroeta, Todos han muerto, Candaya 2006.
José Barroeta (Pampanito, Trujillo, 1942-2006), conocido como Pepe Barroeta, fue un ensayista, abogado, profesor y poeta venezolano.
Biografía
Graduado como Abogado y Doctor en Literatura Iberoamericana, se desempeña como profesor del área de Literatura Hipanoamericana y Venezolana en la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes. Figura destacada en la creación literaria venezolana, participó como miembro de los grupos literarios "Tabla Redonda", "En Haa", "Trópico Uno", "La Pandilla Lautréamont", "Sol cuello cortado" entre otras. Lubio Cardozo en su "Estructura Lírica de José Barroeta", que sirve de prólogo a la antología "Obra poética 1971-1996", señala el carácter fáustico que acompaña su obra postrimera "Culpas de Juglar", y cómo el lenguaje ódico "se ha creado de una adusta melancolía" en la cual el poeta ya no celebra ser el "gran príncipe silvestre de los bosques y ríos de la adolescencia" sino un "rey que rememora". José Barroeta, poeta de entrañable riqueza lírica, supo representar como ningún otro al hombre mitad rural mitad urbano. La pérdida de la aldea originaria, la muerte que es subvertida por el sueño y la remembranza. El tiempo inmóvil en el que el poeta parece permanentemente encontrarse y la búsqueda de paraíso extinto a través del amor, la locura y el sueño. Su obra poética fue recopilada en "Obra Poética 1971-1996" por Ediciones "El otro, el mismo", Rectorado de la Universidad de los Andes en 2001.
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Algunos poemas de José Barroeta, de su obra Todos han muerto, 1971:
UNA RUSA
A Luis Camilo Guevara
y Víctor Valera Mora
Tania Voroshilov
es la rusa a quien hablo soñando.
El oso de sus pies me seduce y vuélvese nieve
todo el amor.
Todo ha sido soñar y recorrer con ella
la estepa,
todo ha sido echarme en las flautas
de su cabeza.
Todo el cuerpo de Tania Voroxhilov lo he conseguido
soñando.
Al apagar la luz de mi cuarto ya lo tengo,
cerca de mí, en Leningrado. Y en las aceras de la ciudad
que lleva el nombre del gran jefe,
Tania Voroshilov baila desnuda. Me entrega su iluminado sexo
en forma de alcohol.
Tania Voroshilov es como el nombre de mis lecturas
de los quince años. Allá en la mesa de aldea que humedece
la lluvia,
la foto del camarada Lenin se confundió entre libros
y yo esquié sobre su helada y calva cabeza, siempre tomado
de la mano de Tania Voroshilov.
SENOS
Tus senos locos
como el descubrimiento de América.
Bienaventurados como la Pinta, la Niña
y la Santa María.
Tus dos senos hechos de láminas de barcos
y de hélices en vibración.
Hermosos como la conquista del espacio.
AMAPOLA
Cuando me encuentre con el sucio otoño y el paño
primaveral.
Cuando estés tú desnuda sobre los cráneos que amaron
y los fervientes estemos muertos,
y las hojas sean mías sobre esa colina. Oh, amapola.
Cuando mi alma atraviese la Estigia y mi memoria teja ruidos
en el vacío.
Cuando tú y yo amapola
conozcamos a Vivaldi y a Enrique Ibsen. Y yo duerma sobre ti
y tú sobre mí. Oh, amapola,
Oh dulce y bella flor mía.
MERCADOS
En las mañanas cuando la niebla fue gris
tomábamos el taxi.
Cuando los otros amantes
tendían sus besos y no había comenzado el sol,
pasábamos la iglesia
y se abrían nuestros cestos a las frutas.
Cuando niño yo las recogía,
te daba las de tu preferencia
y en retribución me obsequiabas ciruelos.
Son hermosas en manos del viejo,
hermosas como tus dientes a esta hora de la mañana.
Te narraba la historia de cada fruta
y sentía junto a ti el olor de los campos
bajo planchones de zinc.
ALUCINACIÓN
Ni siquiera he pensado en derribar a Junio.
Hay una sonrisa
que trae de la noche una canción.
Todo tan triste
un viejo barco que se lanza al mar
un sable frío en la cabeza de la lluvia
una sola mancha en el paisaje de invierno.
Un desprendimiento,
yo y mi niña de cuatro noches
asombrados por el vaho de la sidra
asustaditos tras una vasija de vinagre.
Dos corazones que caen bajo el granizo de la noche
y nada más.
Cuatro pies marchando en las boca-calles.
COMPLICIDAD
Es mejor destruir el pasado
que no quede imagen
que no haya siluetas
y seamos tú y yo fuera de todo círculo.
Que exista solo una maniobra
una razón que nos parta
una multitud que nos reproche
sin sabernos los escogidos.
Que la pasión se borre girando
y no sepa de su derrota.
Que no exista una queja
o una bóveda acallando tu cuerpo.
HOY QUE COMIENZO A VIVIR
Algo marchará mal
para que sea así la vida. Algo que no es el resplandor
ni el Cristo.
Un brebaje,
ansioso como el rocío en vuestros campos de sangre,
lleva lo que no siendo música del espíritu, arrástrame
piadoso a la muerte.
Qué bello es el mal de hoy. Cuando la caída de sus pestañas
no regocija.
El viento adulto me festeja entre árboles grandes.
Precisamente hoy que comienzo a vivir
otro fracaso me aguarda.
TESTIMONIO IV
De nada vale iniciarse.
Sobre los árboles golpea el viento. Recuerdo:
siendo aún muy niño, me llevaban a los campos a recolectar
flores, flores blancas abiertas en la colina.
Mi aldea era pobre. Sus viejas casas y un molino donde jugaba vibran.
Lejano
soy el dueño de la hierba donde me escondía.
FUEGOS
La casa quedó junto al río hecha trizas. El sueño de mi padre
se convirtió en polvo. Los árboles caían como espejos y los hombres
corrían con cubos grandes. Las mujeres lloraban rodeando a mi
madre. Eglé y yo contemplábamos los fuegos y sus ojos, más reverentes
que los míos, advertían la tragedia.
Aquella noche fui a la ciudad, me emborraché con Marcelo.
Los campos se miraban rojos y como arrasados por la muerte.
TESTIMONIO V
La maestra era vieja y gorda.
La veíamos bañarse en el arroyo. Desnuda, con sus senos grandes
y feos.
No recuerdo si hubo ternura en aquellos labios. En aquel corazón
que yo imaginé oxidado.
Su voz acuosa, casi silente, denota que en ella nunca existió
el furor. La comprendía como a una ausencia.
Me hubiese gustado golpearla.
EN EL INVIERNO
Marcelo murió en el invierno.
Un mes irascible nos desentendió de su ternura.
El compañero músico se fue callado en el ataúd. Aquel muchacho
iba vacío, profundamente vacío.
Hacia el camposanto la lluvia creció fuerte, y él, horizontal,
ascendía en nuestros hombros,
Allá le dejamos. Fui yo quien colocó la cruz.
Ahora pasaba yo solo las noches. Caminaba entre los amigos
sin hablar.
Lo había conocido de niño.
Después íbamos juntos a la ciudad, Nos embriagábamos. En los regresos,
tocaba el violín y cantaba con voz ronca pero agradable.
Murió, sin querer, en el invierno.
BOSQUES DE DIOS
Cubierta de panes y miel,
como una mesa de pastores, mi alma no tiene
testigos.
Han pasado cálidas ramas
y el dueño del paisaje no ha hecho sino
mentir.
Antes también yo escondía mi muerte. Como hoy,
el fuego quemaba la verdad,
palidecían mis rasgos, había fe.
Despojados viven quienes premeditando mi dolor,
me apartaron de un Dios que amaba con entusiasmo en la aldea.
¡Señor!
Cuánto recogimiento hubo en el templo. Y hoy,
quién roba mi corazón vacío.
Vuelva a mí la luz
y caiga el peso del ángel en los bosques.
TODOS HAN MUERTO
Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.
Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.
En el invierno
me tocaba visitar con los demás muchachos
el bosque ruinoso,
sacar pequeños peces del río
y tomar, escuchando, un buen trago.
No recuerdo con exactitud
cuándo mpezaron a morir.
Asistía a las ceremonias y me gustaba
colocar flores en la tierra recién removida.
Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.
Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera.
TESTIMONIO IX
No tengo gesto que no me lleve a contemplar el pájaro
que seduce o a ocultarme calladito en la colina.
¿Cómo soportaré la vida sin mi amada que corta la primera
flor, ausente de los cielos que herían mis ojos? Si en los campos
quedaron las lluvias y el caballo de mi madre flotando en los
tallos de abril.
TESTIMONIO X
Una mujer que olvida su amor de adolescencia,
debe ser muerta.
Sus ojos, ahogados en las fuentes de todas las ciudades,
no sirven ya para la ternura,
y la furia crea soles en las manos de un pastor que solloza.
Ella ha debido ir a los parajes donde los besos saben a pasto,
donde los muchachos van a los ríos y suben como incipientes
cazadores a las montañas.
Hundida la tierra,
quien la añora pertenece a la fugacidad.
TESTIMONIO XI
El cielo es de mi amor.
Tibios son sus labios y sus latidos.
Cuentan que hace lumbre en las mañanas de niebla y otros hablan
de su apostura. Yo la he disfrutado y después la miro partir lívida,
abiertos sus cabellos.
LA SOÑADA
A Rosa Hercilia Celis
La que he de amar debe ser triste,
casta y sencilla.
Debe poseerme a mí y no al otro, al que ha sido
desolado.
Ella poblará mi evidencia,
fecundará ¡oh Dios! el boscaje que me ha hecho
tan ausente.
Solo yo miraré ese fuego,
esa plenitud de monte y soles fuertes que airados
hacen mi enfermedad.
Ella no ha de escapar,
vendrá como el alba a matarme.
RETORNO
A Caupolicán Ovalles
Cuando regrese no tendrá padre ni madre. No iré más al bosque
ruinoso y mi amada ha de esperar vestida de luto. Sus ojos
no tendrán el brillo de siempre y recostada de mis hombros
contará la historia de cada muerte. Habré perdido mi majestuosidad
y lloraré debajo de los robles que cortó mi padre.
Entonces no existirá la verdad, el fuego que hizo mi amor dejará
de complacer mis delirios.
Eglé acabará sus días en el bosque. La roca pálida sabrá un poco
a muerte y será inhóspita con mis secretos.
Si el verano llega, comienzo. Vuelvo al sitio que sueño
y no es vanidad.
Las mujeres arrancarán árboles de mi boca y el cielo
que me acostumbró al amanecer hará también la noche.
Aquí he vivido desplicente. Llevo el luto y las manos de mi abuela
muerta. No estoy seguro.
..................................Adiós.
Caracas, 1962
José Barroeta, Todos han muerto, Candaya 2006.
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