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Jorge Gimeno (Madrid, 1964) es un poeta español en lengua castellana. Licenciado en Filología Románica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor en la Universidad de Bagdad (Irak) y en los Institutos Cervantes de Fez (Marruecos) y Lisboa (Portugal).
Poesía
Espíritu a saltos (Pre-Textos, 2003).
La tierra nos agobia (Pre-Textos, 2011).
Me despierto, me despierto, me despierto (Pre-Textos, 2018).
Barca llamada Every (Pre-Textos, 2021).
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_Gimeno )
*
Algunos poemas de Jorge Gimeno, de su obra Barca llamada Every, Pre-Textos, 1921:
LA CAMA DEL ADIÓS
La mayor parte del tiempo
yace en el garaje, de pie, tan insípida y aséptica
como la muerte, su señora.
Es una cama vulgar pero reclinable,
con parapeto, para que el moribundo no se escape
o se caiga entre estertores.
Hiberna todo el año en el garaje,
hasta que de repente alguien la pide
para aliviar el último suspiro.
Ha visitado cada barrio del pueblo.
Es fea, casi frágil, pero siempre ha cumpldo.
Ha sorbido a más hombres que mujeres (casual),
que mueren en sus casas, encima de los aperos,
en la planta de arriba, en el calor del verano.
Se acerca la cosecha y nos la piden.
La recogemos donde hizo su último servicio
y de noche la entregamos en la puerta señalada.
La hemos cedido a medio pueblo.
Le hemos evitado ser vendida de segunda mano.
O que alguien tenga que alquilar una.
Es híspida y triste,
tirando a incolora.
Aunque la administramos nosotros,
es el bien colectivo de este pueblo.
JUEZA DE PAZ
Cada mañana, cuando vas a empezar el desayuno
en el pueblo en que naciste,
la fruta, el pan con aceite, el yogur,
viene el hombre fornido de la funeraria a que firmes.
Sales y en el capó del coche
firmas con guante y mascarilla.
El hombre se gira y sube la cuesta
y desaparece,
y es capaz de conversación.
Cada noche en la residencia de ancianos,
después de la hora de la cena, ya casi tarde
o bien entrada la madrugada, alguien deja la garrota y muere,
en su habitación, aislado.
La garrota se cae y se oye
en los pasillos desinfectados,
cuando las chicas del turno de día,
que con una bolsa en la cabeza han lavado cabezas,
descansan en sus casas, a pocos metros,
en brazos del onagro.
Al amanecer suena el teléfono en la funeraria,
y el hombre, que tiene una hija con Down,
se dispone.
No blasfemas, no escupes la avena.
Desayunas y llamas al juez de Cantimpalos,
que lo computa.
LLUVIA HERVIDA
Tú eres algo porque yo abro
la puerta.
Yo te enseño el mundo desde abajo
y hacia adentro.
Estoy cansada
pero puedo hacerlo. Tú no eres nada y no
tienes a nadie
y lo necesitas.
Necesitas mis pies que pisan el sol
y siguen como un río.
Yo te llevo por donde la gente
borra a la gente.
Pasamos juntos.
Conozco la penumbra que llora.
Somos dos olivos abrazados
en una cama.
Somos el pan duro que se besa.
La penumbra que llora.
Podemos seguir
porque inventamos el camino.
CORDELIA Y JOHN
La mujer de encías notorias y los pómulos altos
yace entre las piernas del hombre estrecho.
Estrecho de caja. Él hunde la mandíbula picuda
en los pechos agrietados de la chica.
Sus ojos son de estanque.
Sus tendones son duros, cabrunos. No le cuenta libros.
Ella tiene un toque de rouge en los labios pequeños.
Una uña del pie sí la lleva lacada.
La tabla de la espalda es de lavar,
y los pechos sabrían a burdel.
Es pequeña, cabe en una promesa.
¡Dios, él no se merece ser mujer
y ella no se merece ser un hombre!
Hay milagros que ocurren porque la luna rasga el cielo,
se detiene y afirma:
"No me dan miedo las hojas militares del olivo".
Pero yo creo que ellos se quieren.
MATERIALISMO
Amamos,
pero aún no amamos.
Al esposo lo amamos
porque es el eLOS POsposo,
no por lo que no es.
Igual los niños, los animales.
Las riquezas, los dioses, el todo
los amamos
porque son las riquezas, los dioses, el todo,
no por lo que no son.
Lo mismo la hierba, los árboles.
El amor mismo.
Amamos,
pero aún no amamos.
LOS POBRES EN LA BIBLIOTECA
I
Si las pelusas fueran bichos,
me comerían. Con sus mil patas y sus dientes
romboidales. Por eso salgo y vengo
a la biblioteca. Porque ellas ya han leído Guerra y paz
y se aburren conmigo. Yo iba
a comprarlo, pero compré la casa
y la perdí. La biblioteca es blanca
y he leído Bajo el volcán.
El hormigueo lo siento igual todo el día.
Dejo la planta a mi vecina
cuando vengo. Tengo tiempo porque no voy a tener
trabajo. El diagnóstico me lo quitó.
los ricos pueden con el dinero y con los libros.
A mí me cuesta una hoja de Chéjov y una hoja de acelga.
Tengo el ojo demasiado amarillo y los huesos me pesan.
Me peino el humo y queda tieso.
Una mujer es pobre cuando le pasa esto.
Hemos trabajado para los intelectuales, para que ellos escriban.
Alguien paga el ocio de la escritura.
Alguien paga la lectura.
Leer cuesta dinero.
En la biblioteca el gran peligro también acecha:
trabajar para otro. Leer para otro.
Incluso escribir para otro.
No es mi sueño.
Para las flores o los perros. Para los enfermos.
No para el que pagó la biblioteca. El banquero filántropo.
Cuando no tuve el niño, todo estuvo hecho.
El estornudo es mi mecanismo de defensa.
Aquí también.
Con los cultos no hay manera.
Los ricos usan la cultura para clavarnos un tenedor
que no usan.
Los ricos, me gustaría amarlos.
II
¿Qué tipo de indio soy? ¿De la India? ¿De América? ¿Incluso un indio
de España? Los indios de España nos sentamos en la biblioteca
y leemos Jane Eyre, los Karamázov, a la dama Murásaki,
el Tao.
Quiero acostarme con Roberta Peña, pero ella lee a un gachupín descolorido.
Al otro lado de la sala.
Quiero, quiero, quiero beberme una vena de sus piernas.
Los indios no podemos leer en nuestra lengua.
A los indios nos han privado.
Los ricos están traumatizados por algo que no les ha ocurrido.
Los hombres estamos más solos.
Una mujer nunca es tan pobre.
Una mujer pierde menos la humanidad. Se la quitan menos.
Ha estado menos dispuesta.
Una mujer jamás deja de ser lo que fue un hombre.
Duermo en un banco de la calle.
Todas las noches las fauces del camión de la basura
se abren ante mí.
Su boca es negra, mi boca era roja.
Mis dientes también trituran basura.
Con cincuenta años ¿qué busco en la biblioteca?
El calor de los bultos que leen.
Una idea de humanidad caliente. De familia.
Si hay algún crío, mejor.
III
Soy el poeta pobre y me siento en la biblioteca.
La poesía no tiene valor de cambio.
La nación me ampara (no la canto).
Y no tengo pareja (la he perdido).
El poeta no reconoce a los poetas.
Esto tengo: una hermana que quiere ser mi hermana.
Vengo yo porque mi hija no puede.
Leo yo porque no puede leer ellla.
Segunda generación pobre lee menos
y vive a la puerta de un bar
y cuando pasa un hombre culto
extiende la mano.
Intento no manchar los libros
con la grasa de mi cara.
De noche duermo en un saco en un cajero.
De día mi saco es la biblioteca.
Una bolsa de basura industrial me sirve en primavera.
El saco lo vendo en mayo
y lo compro en octubre. Mal negocio, ¿eh?
No vengo a leer, vengo a lavarme.
Me lavo y me miro en el Shakespeare del espejo.
Y vengo a cagar a gusto. También es importante.
Poco y con sangre.
Luego me siento un rato en la sala.
No puedo con los libros y detesto la prensa.
Los libros me excluyen y la prensa me usa.
Veo libros de arte. Esta crucifixión del pintor Giotto.
Me gusta. Estos rojos. Las cruces y los cuerpos
alargados, parecen maderos también. Casi veo la carcoma.
Van Gogh me gusta. Su habitación amarilla. Oh.
La terraza del café con estrellas en el cielo
como puños. Disparos en un techo. Mira los oros.
Y los verdes.
Lo entiendo todo. Entiendo todos
sus cuadros. He conocido a Rembrandt,
La lección de anatomía. Impresionante. No puedo decirte nada
de este cuadro. Me gusta. Me da miedo. He leído que compraban
cadáveres de pobres.
De gente sin nadie. Y los abrían.
Si a diario me miro en el espejo,
no envejezco.
El aceite de mi cara y mi pelo,
de mi mano pasa a los libros. Tengo miedo de que no me dejen venir.
Ya sé que huelo mal, acre.
Me meto en tu nariz y ahí pico.
Y no puedes leer poesía.
Yo poesía no leo sólo busco techado.
Antes buscaba trabajo.
Y antes gastaba lo que ganaba.
Pero nunca gané nada que pudiera gastar.
Soy andrajos y bolsas, mi mochila.
No me compensa, pero cuando me has olido
vivo en tu nariz, acurrucado tras el pelo
de tus fosas nasales.
Ahí pasa el viento de la poesía.
Ni amargo ni resentido, exacto.
Ayer, sentado aquí, mi mente dijo:
"La presunción fálica de que el cielo no existe".
Y al instante un ladrillo rompió el cristal
y entró el beso frío de la montaña.
No lo entiendo. Me gusta que mi mente diga algo
que no entiendo.
Y que ocurra lo que no espero.
LA POESÍA ES
La poesía es presente sin presencia.
Nada que ver con el name-dropping.
Un perro con la cola tiesa
cae en una verdad
y no se ahoga.
El tenedor cornea al tenedor.
La cuchara reposa en la cuchara.
El cuchillo se corta en el cuchillo.
¿Ontología de la palabra? Ni lo pienses.
La poesía es genial.
Te lo permite todo.
Perro blanco con dientes negros.
En un agujero blanco.
¡Y no entra la luz! Se oyen gritos antiguos:
¡Es el diablo! ¡Es el diablo!
Pero él solo quiere ser aire, no hacer daño.
Cuidar de la vasija. No gritarle
a la vasija.
-Me das más miedo que la luna
efervescente...
Nadie le busca techo a la ausencia de ideas.
Impera bajo un cielo amarillo,
repleta de su vibrato.
Ey, mira a los pies del que toca algo
en una plaza mecida por las olas,
y deja que la música suba y
se enrosque en las nubes.
Rueda una lágrima que suena a moneda...
No nos perdonan que seamos Safo.
LIMPIAR
¿Las pelusas hablan?
Después de limpiar,
la habitación está más silenciosa.
El silencio esconde trabajo.
No es gatuito. Hay un monje que se inclina
y barre
todas las mañanas.
Cuando se para la escoba, el monje lo oye:
el cesar de la fricción de la piedra
y las ramas.
Y vuelve a la mañana siguiente,
pero no lo llama "volver".
Ni aguarda ni huye.
El polvo le ayuda: se posa.
Cae desde Urano
para él.
Le hace útil.
Las rodillas marchitas se echan a fregar.
El balde de metal hace "clac" en el suelo.
Las manos que frotan abrazan el universo.
¿A cambio de?
De un beso que no se da.
Se mueve el cráneo sin flores.
Ombligo y ano se dilatan.
Los pies descalzos friegan mejor que calzados.
¡Qué fácil es que no sea difícil!
Zu-zu, zu-zu...
CUIDAR
La cuchara, tiene que durar toda la vida.
No la cambies. Cuanto más vieja
y desbrillada,
más cuchara y mejor boca.
El sayo ya está gastado,
raído en los hombros y descosido en la bocamanga.
Apenas cuelga de la percha,
a punto de caer hecho andrajos.
Asoma la clavícula gastada,
con un par de gotas de sangre de los labios más frescos,
los labios rubios que el viento besaba
bajo mi cama.
El jabón sería perfecto si durase toda la vida.
Pero es que dura toda la vida.
Se gasta lo justo su duro y su blando.
El libro yace descuadrado,
con las babas que asoman
por el lomo.
El libro chochea.
El vaso está gastado y rayado.
El vaso, dueño de los besos.
Las cosas carecen de la falsedad
de que alardean los seres.
Qué tierna está la mesa limpia y vieja.
con sus manchas de limón.
Hay que cuidar las cosas hasta el fin.
Elas saben dejar paso.
Lo tuyo es no ser el siguiente,
lo que sería ser eterno.
Hay que cuidar las cosas hasta el fin.
Porque somos una cosa.
Somos la cadera y la planta del pie
del universo.
La cabeza y el pie que yo acaricio cada noche.
HABLA LA MUERTE
Lo que sabe bien, como arroz blando y blanco,
son los niños.
Da igual si de un año o de ochenta.
Los como con placer, saboreando.
Es un cuenco escaso que nunca acabo.
Lo demás es rutina.
Comer viejos de alma es como comer hierro.
Es limpiar el mundo, simplemente.
Comer niños de alma es la felicidad.
La mía y la del mundo.
Porque es comer lo bien llovido,
lo bien sembrado.
Del mundo se sale niño o no se sale,
no importa con qué edad.
En los niños de arroz se hincan mis dientes
con placer,
porque son los únicos vivos,
glutinosos.
Los vivos que alimentan el cosmos.
No me gustan los ancianos de alma.
Las arrugas no me importan.
Ni la flaccidez de los vientres.
Pero las almas solo pueden ser niñas.
El alma niña es de algodón.
(Ah, y yo no he matado nunca a nadie.
No soy una asesina.
Estoy harta de eso.)
LOS VERSOS MUERTOS
Todos los seres merecen compasión.
También los versos que el poeta desecha
por malos.
¿Dónde habrán ido? De algún modo merecían
vivir.
No en el verso mejor que sale de ellos,
sino en sí mismos, en el estado en que estaban.
Son como pájaros atolondrados que entran en la habitación
y no saben salir.
Se ponen nerviosos, saltan de la mesa a la silla,
y no se tranquilizan hasta que les hablas.
Les hablas de la ventana y encuentran
la salida.
¿Adónde van los versos que desechas
por malos?
Ellos también son algo,
seres o semiseres y merecen compasión.
¿Se pierden en el infinito
o aquí cerca?
Son como lichis barbudos, llamados "rambutanes".
Éstos existen,
temibles por fuera, menos transparentes por dentro.
Porque una mano los dejó existir.
Hay muchos semiseres:
el gallo gripado en su corral,
la palmera gallarda sin tsunami.
Y todos se merecen compasión.
JORGE GIMENO (De Barca llamada Every, Pre-Textos, 2021)
Jorge Gimeno (Madrid, 1964) es un poeta español en lengua castellana. Licenciado en Filología Románica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor en la Universidad de Bagdad (Irak) y en los Institutos Cervantes de Fez (Marruecos) y Lisboa (Portugal).
Poesía
Espíritu a saltos (Pre-Textos, 2003).
La tierra nos agobia (Pre-Textos, 2011).
Me despierto, me despierto, me despierto (Pre-Textos, 2018).
Barca llamada Every (Pre-Textos, 2021).
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_Gimeno )
*
Algunos poemas de Jorge Gimeno, de su obra Barca llamada Every, Pre-Textos, 1921:
LA CAMA DEL ADIÓS
La mayor parte del tiempo
yace en el garaje, de pie, tan insípida y aséptica
como la muerte, su señora.
Es una cama vulgar pero reclinable,
con parapeto, para que el moribundo no se escape
o se caiga entre estertores.
Hiberna todo el año en el garaje,
hasta que de repente alguien la pide
para aliviar el último suspiro.
Ha visitado cada barrio del pueblo.
Es fea, casi frágil, pero siempre ha cumpldo.
Ha sorbido a más hombres que mujeres (casual),
que mueren en sus casas, encima de los aperos,
en la planta de arriba, en el calor del verano.
Se acerca la cosecha y nos la piden.
La recogemos donde hizo su último servicio
y de noche la entregamos en la puerta señalada.
La hemos cedido a medio pueblo.
Le hemos evitado ser vendida de segunda mano.
O que alguien tenga que alquilar una.
Es híspida y triste,
tirando a incolora.
Aunque la administramos nosotros,
es el bien colectivo de este pueblo.
JUEZA DE PAZ
Cada mañana, cuando vas a empezar el desayuno
en el pueblo en que naciste,
la fruta, el pan con aceite, el yogur,
viene el hombre fornido de la funeraria a que firmes.
Sales y en el capó del coche
firmas con guante y mascarilla.
El hombre se gira y sube la cuesta
y desaparece,
y es capaz de conversación.
Cada noche en la residencia de ancianos,
después de la hora de la cena, ya casi tarde
o bien entrada la madrugada, alguien deja la garrota y muere,
en su habitación, aislado.
La garrota se cae y se oye
en los pasillos desinfectados,
cuando las chicas del turno de día,
que con una bolsa en la cabeza han lavado cabezas,
descansan en sus casas, a pocos metros,
en brazos del onagro.
Al amanecer suena el teléfono en la funeraria,
y el hombre, que tiene una hija con Down,
se dispone.
No blasfemas, no escupes la avena.
Desayunas y llamas al juez de Cantimpalos,
que lo computa.
LLUVIA HERVIDA
Tú eres algo porque yo abro
la puerta.
Yo te enseño el mundo desde abajo
y hacia adentro.
Estoy cansada
pero puedo hacerlo. Tú no eres nada y no
tienes a nadie
y lo necesitas.
Necesitas mis pies que pisan el sol
y siguen como un río.
Yo te llevo por donde la gente
borra a la gente.
Pasamos juntos.
Conozco la penumbra que llora.
Somos dos olivos abrazados
en una cama.
Somos el pan duro que se besa.
La penumbra que llora.
Podemos seguir
porque inventamos el camino.
CORDELIA Y JOHN
La mujer de encías notorias y los pómulos altos
yace entre las piernas del hombre estrecho.
Estrecho de caja. Él hunde la mandíbula picuda
en los pechos agrietados de la chica.
Sus ojos son de estanque.
Sus tendones son duros, cabrunos. No le cuenta libros.
Ella tiene un toque de rouge en los labios pequeños.
Una uña del pie sí la lleva lacada.
La tabla de la espalda es de lavar,
y los pechos sabrían a burdel.
Es pequeña, cabe en una promesa.
¡Dios, él no se merece ser mujer
y ella no se merece ser un hombre!
Hay milagros que ocurren porque la luna rasga el cielo,
se detiene y afirma:
"No me dan miedo las hojas militares del olivo".
Pero yo creo que ellos se quieren.
MATERIALISMO
Amamos,
pero aún no amamos.
Al esposo lo amamos
porque es el eLOS POsposo,
no por lo que no es.
Igual los niños, los animales.
Las riquezas, los dioses, el todo
los amamos
porque son las riquezas, los dioses, el todo,
no por lo que no son.
Lo mismo la hierba, los árboles.
El amor mismo.
Amamos,
pero aún no amamos.
LOS POBRES EN LA BIBLIOTECA
I
Si las pelusas fueran bichos,
me comerían. Con sus mil patas y sus dientes
romboidales. Por eso salgo y vengo
a la biblioteca. Porque ellas ya han leído Guerra y paz
y se aburren conmigo. Yo iba
a comprarlo, pero compré la casa
y la perdí. La biblioteca es blanca
y he leído Bajo el volcán.
El hormigueo lo siento igual todo el día.
Dejo la planta a mi vecina
cuando vengo. Tengo tiempo porque no voy a tener
trabajo. El diagnóstico me lo quitó.
los ricos pueden con el dinero y con los libros.
A mí me cuesta una hoja de Chéjov y una hoja de acelga.
Tengo el ojo demasiado amarillo y los huesos me pesan.
Me peino el humo y queda tieso.
Una mujer es pobre cuando le pasa esto.
Hemos trabajado para los intelectuales, para que ellos escriban.
Alguien paga el ocio de la escritura.
Alguien paga la lectura.
Leer cuesta dinero.
En la biblioteca el gran peligro también acecha:
trabajar para otro. Leer para otro.
Incluso escribir para otro.
No es mi sueño.
Para las flores o los perros. Para los enfermos.
No para el que pagó la biblioteca. El banquero filántropo.
Cuando no tuve el niño, todo estuvo hecho.
El estornudo es mi mecanismo de defensa.
Aquí también.
Con los cultos no hay manera.
Los ricos usan la cultura para clavarnos un tenedor
que no usan.
Los ricos, me gustaría amarlos.
II
¿Qué tipo de indio soy? ¿De la India? ¿De América? ¿Incluso un indio
de España? Los indios de España nos sentamos en la biblioteca
y leemos Jane Eyre, los Karamázov, a la dama Murásaki,
el Tao.
Quiero acostarme con Roberta Peña, pero ella lee a un gachupín descolorido.
Al otro lado de la sala.
Quiero, quiero, quiero beberme una vena de sus piernas.
Los indios no podemos leer en nuestra lengua.
A los indios nos han privado.
Los ricos están traumatizados por algo que no les ha ocurrido.
Los hombres estamos más solos.
Una mujer nunca es tan pobre.
Una mujer pierde menos la humanidad. Se la quitan menos.
Ha estado menos dispuesta.
Una mujer jamás deja de ser lo que fue un hombre.
Duermo en un banco de la calle.
Todas las noches las fauces del camión de la basura
se abren ante mí.
Su boca es negra, mi boca era roja.
Mis dientes también trituran basura.
Con cincuenta años ¿qué busco en la biblioteca?
El calor de los bultos que leen.
Una idea de humanidad caliente. De familia.
Si hay algún crío, mejor.
III
Soy el poeta pobre y me siento en la biblioteca.
La poesía no tiene valor de cambio.
La nación me ampara (no la canto).
Y no tengo pareja (la he perdido).
El poeta no reconoce a los poetas.
Esto tengo: una hermana que quiere ser mi hermana.
Vengo yo porque mi hija no puede.
Leo yo porque no puede leer ellla.
Segunda generación pobre lee menos
y vive a la puerta de un bar
y cuando pasa un hombre culto
extiende la mano.
Intento no manchar los libros
con la grasa de mi cara.
De noche duermo en un saco en un cajero.
De día mi saco es la biblioteca.
Una bolsa de basura industrial me sirve en primavera.
El saco lo vendo en mayo
y lo compro en octubre. Mal negocio, ¿eh?
No vengo a leer, vengo a lavarme.
Me lavo y me miro en el Shakespeare del espejo.
Y vengo a cagar a gusto. También es importante.
Poco y con sangre.
Luego me siento un rato en la sala.
No puedo con los libros y detesto la prensa.
Los libros me excluyen y la prensa me usa.
Veo libros de arte. Esta crucifixión del pintor Giotto.
Me gusta. Estos rojos. Las cruces y los cuerpos
alargados, parecen maderos también. Casi veo la carcoma.
Van Gogh me gusta. Su habitación amarilla. Oh.
La terraza del café con estrellas en el cielo
como puños. Disparos en un techo. Mira los oros.
Y los verdes.
Lo entiendo todo. Entiendo todos
sus cuadros. He conocido a Rembrandt,
La lección de anatomía. Impresionante. No puedo decirte nada
de este cuadro. Me gusta. Me da miedo. He leído que compraban
cadáveres de pobres.
De gente sin nadie. Y los abrían.
Si a diario me miro en el espejo,
no envejezco.
El aceite de mi cara y mi pelo,
de mi mano pasa a los libros. Tengo miedo de que no me dejen venir.
Ya sé que huelo mal, acre.
Me meto en tu nariz y ahí pico.
Y no puedes leer poesía.
Yo poesía no leo sólo busco techado.
Antes buscaba trabajo.
Y antes gastaba lo que ganaba.
Pero nunca gané nada que pudiera gastar.
Soy andrajos y bolsas, mi mochila.
No me compensa, pero cuando me has olido
vivo en tu nariz, acurrucado tras el pelo
de tus fosas nasales.
Ahí pasa el viento de la poesía.
Ni amargo ni resentido, exacto.
Ayer, sentado aquí, mi mente dijo:
"La presunción fálica de que el cielo no existe".
Y al instante un ladrillo rompió el cristal
y entró el beso frío de la montaña.
No lo entiendo. Me gusta que mi mente diga algo
que no entiendo.
Y que ocurra lo que no espero.
LA POESÍA ES
La poesía es presente sin presencia.
Nada que ver con el name-dropping.
Un perro con la cola tiesa
cae en una verdad
y no se ahoga.
El tenedor cornea al tenedor.
La cuchara reposa en la cuchara.
El cuchillo se corta en el cuchillo.
¿Ontología de la palabra? Ni lo pienses.
La poesía es genial.
Te lo permite todo.
Perro blanco con dientes negros.
En un agujero blanco.
¡Y no entra la luz! Se oyen gritos antiguos:
¡Es el diablo! ¡Es el diablo!
Pero él solo quiere ser aire, no hacer daño.
Cuidar de la vasija. No gritarle
a la vasija.
-Me das más miedo que la luna
efervescente...
Nadie le busca techo a la ausencia de ideas.
Impera bajo un cielo amarillo,
repleta de su vibrato.
Ey, mira a los pies del que toca algo
en una plaza mecida por las olas,
y deja que la música suba y
se enrosque en las nubes.
Rueda una lágrima que suena a moneda...
No nos perdonan que seamos Safo.
LIMPIAR
¿Las pelusas hablan?
Después de limpiar,
la habitación está más silenciosa.
El silencio esconde trabajo.
No es gatuito. Hay un monje que se inclina
y barre
todas las mañanas.
Cuando se para la escoba, el monje lo oye:
el cesar de la fricción de la piedra
y las ramas.
Y vuelve a la mañana siguiente,
pero no lo llama "volver".
Ni aguarda ni huye.
El polvo le ayuda: se posa.
Cae desde Urano
para él.
Le hace útil.
Las rodillas marchitas se echan a fregar.
El balde de metal hace "clac" en el suelo.
Las manos que frotan abrazan el universo.
¿A cambio de?
De un beso que no se da.
Se mueve el cráneo sin flores.
Ombligo y ano se dilatan.
Los pies descalzos friegan mejor que calzados.
¡Qué fácil es que no sea difícil!
Zu-zu, zu-zu...
CUIDAR
La cuchara, tiene que durar toda la vida.
No la cambies. Cuanto más vieja
y desbrillada,
más cuchara y mejor boca.
El sayo ya está gastado,
raído en los hombros y descosido en la bocamanga.
Apenas cuelga de la percha,
a punto de caer hecho andrajos.
Asoma la clavícula gastada,
con un par de gotas de sangre de los labios más frescos,
los labios rubios que el viento besaba
bajo mi cama.
El jabón sería perfecto si durase toda la vida.
Pero es que dura toda la vida.
Se gasta lo justo su duro y su blando.
El libro yace descuadrado,
con las babas que asoman
por el lomo.
El libro chochea.
El vaso está gastado y rayado.
El vaso, dueño de los besos.
Las cosas carecen de la falsedad
de que alardean los seres.
Qué tierna está la mesa limpia y vieja.
con sus manchas de limón.
Hay que cuidar las cosas hasta el fin.
Elas saben dejar paso.
Lo tuyo es no ser el siguiente,
lo que sería ser eterno.
Hay que cuidar las cosas hasta el fin.
Porque somos una cosa.
Somos la cadera y la planta del pie
del universo.
La cabeza y el pie que yo acaricio cada noche.
HABLA LA MUERTE
Lo que sabe bien, como arroz blando y blanco,
son los niños.
Da igual si de un año o de ochenta.
Los como con placer, saboreando.
Es un cuenco escaso que nunca acabo.
Lo demás es rutina.
Comer viejos de alma es como comer hierro.
Es limpiar el mundo, simplemente.
Comer niños de alma es la felicidad.
La mía y la del mundo.
Porque es comer lo bien llovido,
lo bien sembrado.
Del mundo se sale niño o no se sale,
no importa con qué edad.
En los niños de arroz se hincan mis dientes
con placer,
porque son los únicos vivos,
glutinosos.
Los vivos que alimentan el cosmos.
No me gustan los ancianos de alma.
Las arrugas no me importan.
Ni la flaccidez de los vientres.
Pero las almas solo pueden ser niñas.
El alma niña es de algodón.
(Ah, y yo no he matado nunca a nadie.
No soy una asesina.
Estoy harta de eso.)
LOS VERSOS MUERTOS
Todos los seres merecen compasión.
También los versos que el poeta desecha
por malos.
¿Dónde habrán ido? De algún modo merecían
vivir.
No en el verso mejor que sale de ellos,
sino en sí mismos, en el estado en que estaban.
Son como pájaros atolondrados que entran en la habitación
y no saben salir.
Se ponen nerviosos, saltan de la mesa a la silla,
y no se tranquilizan hasta que les hablas.
Les hablas de la ventana y encuentran
la salida.
¿Adónde van los versos que desechas
por malos?
Ellos también son algo,
seres o semiseres y merecen compasión.
¿Se pierden en el infinito
o aquí cerca?
Son como lichis barbudos, llamados "rambutanes".
Éstos existen,
temibles por fuera, menos transparentes por dentro.
Porque una mano los dejó existir.
Hay muchos semiseres:
el gallo gripado en su corral,
la palmera gallarda sin tsunami.
Y todos se merecen compasión.
JORGE GIMENO (De Barca llamada Every, Pre-Textos, 2021)
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