Antonio Moreno nació en Alicante en 1964. Ha publicado varios libros de poemas: Libro del yermo (1993 y 1996), Solar antiguo (1996), Visión del humo (1998), Metafísicas (2001), Polvareda (2003), La tierra alta (2006), Tabla rasa (2007), Nombre del árbol (2007) y El caudal (2009). El viaje de la luz (Renacimiento, 2014) es una antología del conjunto de su obra poética. Cuaderno de Kurtná Hora (2015) es su libro más reciente. Todos ellos fueron recopilados en Intervalo (La Veleta, Comares, 2007). Ha escrito un cuaderno en forma de diario, Mundo menor (Denes, 2004), y los libros de prosas Alrededores (Pre-Textos, 1995) y Partes de un todo (Huerga y Fierro, 1999). Asimismo, ha reunido algunos escritos de crítica literaria en Los espejos del domingo (Renacimiento, 2004).
(Sacado de https://www.editorialrenacimiento.com/autores/578__moreno-antonio )
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Algunos poemas de Antonio Moreno:
De Visión del humo, Pre-Textos, 1998:
EN PROPIA CASA I
Cómo vibra la música en la casa
vacía. Toca libros, las alfombras,
la luz de afuera junto a las macetas.
No hay nadie, salvo ese que la escucha
como si él fuese parte de los muros,
alguien perdido en sus habitaciones.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces,
cuando las notas eran el sonido
aéreo del mundo que volvía?
Oídla. Suena limpia en las paredes.
Mientras que quien la escucha sólo mira
caer la tarde sobre los tejados,
absurdo, solitario, ya perdido
en medio de su estancia, en propia casa.
VISIÓN DEL HUMO
Veo subir el humo del cigarro
suspendido en el borde del cristal.
Traza volutas de ondas azuladas
que se dispersan en vaivenes rápidos.
Sutiles espirales, columnillas
y rizos tenues que sin más se pierden.
Como un humo despide nuestra vida,
volutas de palabras y de tardes
de las que se olvidó toda su forma.
Sin pausa me consume el calendario,
suspendido en algún lugar del mundo,
y asciende la humareda de no sé
qué tiempo o qué recuerdo que he perdido.
Hasta que en un instante, sin más, todo
cae porque pesa poco la ceniza.
LA SEQUÍA
Se ríe el turbio cielo de nosotros.
Trae un aire plomizo, prometiendo
durante todo el día alguna lluvia,
mientras las nubes vienen y se marchan
barridas por el viento a otra tierra.
Como el que tiempo atrás maldijo a alguien,
pasan en lo alto sobre campos muertos,
los ignoran, los dejan con su engaño.
Después un día calca el otro día,
cada tarde repite la anterior,
y el tiempo permanece detenido.
Han dejado las casas. De la tierra,
endurecida como adobe, arrancan
los cultivos inertes. Todo queda
allanado en monótona planicie,
en una paramera donde veo
al fondo levantarse el polvo, troncos
pelados convertidos en muñones.
Pero a veces sucede que al final
de la tarde, acabado septiembre.
aún sin lluvia salgo por los campos.
Baja entonces la noche hasta la tierra
quemada, y escondido, leve, débil,
de los matojos todavía llega
el ondulante canto del algún grillo.
NOCHE DE LLUVIA
Llegó por fin la lluvia con noviembre.
Toda la noche oímos cómo el agua
caía a chorros desde los tejado0s,
mientras las ráfagas de viento frío
movían las persianas y los árboles.
Iba el mundo a volarse, a deshacerse
perdido en la ventisca de la noche.
He dicho "oímos", pero tú dormías,
la cabeza apoyada sobre mi hombro,
respirando tan lenta como el sueño,
dándome este paréntesis de dicha
que nunca, por pudor, llegué a decir.
El calor de la cama bajo el frío,
el leve respirar de la inconsciencia,
todo eso me hacía ver las cosas
como llegué a creerlas hace tiempo,
cuando pude sentirlas no aisladas,
no sueltas, sucediéndose a oscuras,
sino unidas las unas con las otras.
La nube procuraba su agua al árbol,
para el que estaba escrito dar un fruto,
porque todo tenía su sentido.
Pronto, muy pronto, habrá que levantarse.
El aire corta de tan frío que es,
y la pereza de dejar el lecho
no es ya sólo indolencia: más bien daño,
porque todo termina en aquel aire.
UN VIAJE
Recuerdo la mañana en que llegué a Verona.
Era temprano. El sol brillaba en las fachadas
de las calles dormidas con una luz bermeja.
Qué paz había en todo, distinta y familiar,
en la acera mojada, en los anchos portones.
La paz de esos lugares donde vamos de paso
sintiendo aún el sueño. Anduve. Había torres,
murallas, una plaza con arcos, y otra plaza
tutelada por piedra hecha imagen de Dante.
Un hombre recio, en pie, callado y pensativo,
con la cabeza erguida mirando a otra parte,
bajo el vuelo y los gritos agrios de los vencejos.
Así queda la vida de quien vivió errabundo
con la ropa manchada por el polvo de Italia.
No somos nuestras obras, por más que nos revelen.
Detrás de ellas hay sólo un hombre entre los hombres,
quien busca en otra parte cuando escape a la muerte.
NIÑO DORMIDO
Duerme tranquilo, mi pequeño bardo.
Hace poco mirábamos la noche,
la constelada bóveda,
la oscuridad lechosa de los cielos.
A veces qué sencillas son las cosas.
Parece que la vida acerque su horizonte
como en los días de aire claro,
que sea suficiente respirar,
entregarse gustoso a la fatiga,
interrogar sin esperar respuestas.
Me cuesta persuadirme de que yo también tuve
el milagro espontáneo de tus años,
de que yo mismo sea quizá ahora,
tan vulnerables como somos.
Pero a ti un ángel te custodia.
Duerme tranquilo mi pequeño guía,
mientras te miro y doy con todo el tiempo
pasado, desde que otro niño andaba
lejos de aquí en la noche, en otra noche,
con otro hombre que miraba el cielo,
las luces de los barcos y la costa.
No somos más que la resurrección
de alguien que un día nos tendió su mano
en medio de la noche,
esa repetición de un viejo tópico,
polvo que arrastra el viento.
Mi pequeño crisol, para ti guardo
unido con palabras, otro sueño,
la bóveda nocturna,
tus dos manos dormidas,
nuestra ignorancia al pie de las estrellas.
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