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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 27 Abr 2021, 07:42

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)


    1.- Et in Arcadia ego

    En el viaje que Dante hace por el infierno encuentra las tumbas de Epicuro y de quienes, como él, piensan que "l'anima col corpo morta fanno", esto es, que el alma perece con el cuerpo. Nada se nos dice de cuántos hay allí, pero sin duda, de estar todos, serían muchísimos a tenor de la vigencia que este movimiento tuvo durante 700 años. Las comunidades epicúreas se multiplicaron por ciudades griegas y romanas, desde la primera fundada por Epicuro en el s. III a.C.; pero además su popularidad se extendió hasta alcanzar muchas casas particulares, en las que no faltaba un vaso o un anillo con la efigie de Epicuro.

    Se dice que, después de su muerte, sus seguidores se reunían para filosofar juntos el 20 de cada mes. No hace falta desarrollar mucho la imaginación para saber que ese rito se organizaba en torno a una comida, como a las que invitaba en su casa del Quirinale, en Roma, Tito Pomponio Ático, que vivió en el siglo I d.C., y del que se sabe que aprendió tan bien la doctrina de Epicuro que la utilizaba no como motivo para alardear de su saber sino como norma de vida. Al igual que este ilustre romano, todos aquellos que siguieron las enseñanzas de Epicuro quisieron distinguirse de sus conciudadanos por un modo de vida sin ostentación, generoso y afable. Es, sin duda, un gran objetivo querer superar la ambición, el miedo y la envidia presentes en las sociedades humanas, y muy difícil de alcanzar.

    Los ritos, las efigies, la memoria del fundador, sus enseñanzas reunidos en manuales de máximas, todo esto configura algo parecido a una religión. Cuando el cristianismo comenzó a dar sus primeros pasos se encontró con este movimiento humanista, viejo ya de 300 años. Aunque en muchos casos cristianos y epicúreos se identificaron, sabemos cuál es el final de esta historia: prevaleció la doctrina que tenía más posibilidades de fundar un culto basado en la obediencia, o lo que es lo mismo, que puede llegar a agrupar a sus fieles en una Iglesia, en torno a sus sacerdotes.

    Pero por esa misma razón, la dispersión de las comunidades epicúreas tras la victoria del cristianismo no ha supuesto la desaparición del epicureismo. Sin anillos y sin ritos, Epicuro ha seguido teniendo multitud de admiradores. Algunos grandes filósofos lo han hecho explícito: Montaigne, Bruno,Spinoza, Marx, Nietszche. A veces te sorprendes de que alguien como Thomas Jefferson, 3er. presidente de los Estados Unidos de América, que introdujo en la Constitución Americana la idea de que toda persona tiene derecho a la felicidad, afirmara: "también yo soy epicúreo".

    Peor ha sido la degeneración del significado de "epicúreo" tras la condena que el cristianismo hizo de esta doctrina. El epicúreo sería el que se da a la gula y a otros paceres corporales sin límite ni freno, el que no sabe vivir si no es multiplicando y diversificando los placeres. Aparte de la malevolencia de esta interpretación, lo que la hace posible es una idea que se encuentra en la raíz misma de lo que dejó escrito Epicuro, a saber, que a la felicidad se llega por la vía del placer corporal. Sin duda esta afirmación es materialista, pero también es una apuesta a favor de la simplicidad, en la medida en que Epicuro no está proponiendo que la vida esté ordenada a partir de los placeres, sino que el placer es la energía vital bien comprendida.

    Por eso, ser epicúreo y ser moderado no están reñidos. Sabemos de la frugalidad de Epicuro: siendo un enfermo de estómago, sus comidas nunca podían ser excesivas, tenía que beber con cuidado si no quería provocarse grandes dolores. Ahora bien, ¡qué festín se puede organizar alrededor de un poco de queso, unos cuantos higos y algunos amigos! Solo la vulgaridad puede concluir que una comida así no vale la pena.

    Y eso nos conduce a la polémica acerca de la buena vida, una discusión que ya está planteada en el famoso diálogo de Platón, La República. Allí Sócrates y Glaucón discuten acerca del mejor Estado. Sócrates le expone su idea a Glaucón: una vida simple, con casas y muebles naturales y utilitarios -camas hechas de hojas de mirto, panes servidos sobre juncos-, una comida a base de queso, olivas, higos y habas, regados moderadamente de vino. Con esta vida saludable, concluye Sócrates, desnudos en verano y abrigados en invierno, los humanos serán pacíficos y bondadosos. Glaucón no puede contenerse y le reprocha que esa vida es la más parecida a la vida que llevan los cerdos. El cree que la vida humana tiene que tener otras comodidades y otros lujos, que hay que tener muebles dentro de las casas y tapices y telas bordadas, y los humanos deben adornarse con joyas, perfumarse y disfrutar con dulces y golosinas. Sócrates acepta entonces el reto de imaginarse cómo habría que gobernar una sociedad de tales características e inventa el ordenamiento justo que puede velar por superar los defectos implícitos del Estado enfermo que le propone Glaucón: la conocidad propuesta de un Estado de castas, formado por trabajadores, guardianes y gobernantes, es una solución a los problemas de gobierno de un Estado enfermo, pero no perdamos de vista que previamente Sócrates y Glaucón ya habían optado por alejarse de la simplicidad del Estado sano. Horacio conocía sin duda este diálogo de Platón y por eso afirmó que él se consideraba un cerdo de la piara de Epicuro.

    Quienes ven la propuesta de vida sencilla como una vida de cerdos nunca entenderán la elegancia de quienes saben vivir. ¿Son bons vivants los epicúreos? Así se les podría llamar si no fuera porque hoy en día se piensa que un bon vivant es un gourmet y poco más. Epicuro renace en todos aquellos que piensan que el alma muere con el cuerpo, que la vida se mueve a lo largo del vector del placer, que la felicidad es de este mundo y que se consigue aprendiendo a saborear los placeres de una buena vida en compañía de los amigos.

    Lucrecio, el gran epicúreo latino del siglo I d.C., nos invita a que cambiemos nuestras mentes y nuestros modos de vida y nos presenta, para convencernos, un cuadro idílico, una especie de déjeuner sur l'herbe, comer con unos amigos sentados sobre la hierba, al lado de un arroyo, a la sombra de un árbol frondoso, un día floreciente de primavera. ¿No es este, acaso, un placer que no pueden superar los tapices de una casa, ni el artesonado dorado, ni los candelabros de plata? ¡Qué poco hace falta para alejar el dolor del cuerpo, qué poco pide la naturaleza para ser feliz! Pero ¡qué lejos estamos a veces de esa felicidad! Es paradójico, pero conseguir lo más simple requiere un gran esfuerzo.

    El que lo logra puede decir que él también está en la idílica Arcadia, un lugar feliz cantado por los poetas. Nietszche no interpretó de manera pesimista el cuadro de Poussin titulado Et in Arcadia ego. No le pareció que la tumba de ese cuadro fuese una indicación de la presencia de la muerte y el dolor en el paraíso, ni que fuera la muerte misma la que afirmara que ella también estaba en Arcadia. Al contrario, piensa que Poussin está haciendo un homenaje a quienes han sabido vivir en un mundo luminoso, a quienes han sabido sentir de esa manera el mundo, como algo hermoso y puro; la belleza se revela cuando aprendemos a disfrutar del presente sin la espera que introduce el pensamiento de un futuro en el que obtendríamos lo que anhelamos y sin recordar con nostalgia un pasado en el que poseíamos lo que ahora no tenemos. Vivir así es una conquista. Creo que por este motivo Nietzsche se refiere al modo de filosofar de Epicuro no solo como una propuesta idílica sino también heroica.

    "De todos los bienes que la sabiduría procura para que la vida sea por completo feliz, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad."



    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)


    (Continuará)

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007) Empty Re: "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 30 Abr 2021, 07:58

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)



    2.- El placer del vientre

    Lucrecio, el más grande de los discípulos de Epicuro, comienza su poema De rerum natura con una invocación a Venus. Venus es la diosa naturaleza. Gracias a ella el mar y la tierra están llenos de seres vivos, y las estaciones se suceden. Es la Venus voluptas, es ella la que simboliza el placer de los humanos, placer corporal, placer en la creación, alegría divina.

    Pero, a los pocos versos, Lucrecio opone Marte a Venus, como se opone lo que es a lo que debería ser. Marte gobierna las crueles acciones de la guerra, su presencia en el mundo humano es aplastante. El placer, por tanto, pese a ser el principio de organización de la naturaleza, está separado del mundo humano, no es su ley actual. Opera, pues, más bien, como regla de vida: así es como debería ser nuestra vida, regida por Venus, si aprendiéramos a vivir en armonía con la naturaleza. Si lo hiciéramos, veríamos cómo Marte se transforma en un niño agazapado en el regazo de una maternal Venus, y cómo Venus lo calma derramando sobre él suaves palabras.

    De manera aún más directa, Epicuro ya había anunciado ese mismo principio del placer, ley de la naturaleza y regla de vida para los humanos. Pero su formulación resulta chocante y desafiante a la vez: "Principio y ráiz de todo bien es el placer del vientre. También a éste se refieren los actos más sabios y más importantes". Este fue sin duda el origen del escándalo de muchos cristianos, y quizá ese escándalo propició la desaparición de la casi totalidad de los escritos de Epicuro.

    Escandalizan el materialismo y el amoralismo de esa frase. Epicuro, en sus escritos, habla de cuerpo y de alma pero los reúne en una única cosa, por lo que no solo el alma muere con el cuerpo, sino que los cambios en el cuerpo son cambios en el alma y viceversa. Anula de esa manera la posibilidad de pensar, al modo platónico, que el alma es piloto o guía del cuerpo. Pero además, cuando se trata de establecer un modelo para entender dónde está el bien y cómo hay que comportarse, el paradigma es el placer del vientre.

    Epicuro se muestra contrario a considerar, como hacen algunos discursos morales, que existen acciones bellas y buenas que nada tienen que ver con el placer. La moral siempre se imagina una igualdad de los humanos, y como es una evidencia que cada individuo es corporalmente diferente, esa igualdad solo se puede mantener si se inventa un alma sin base material. La inmaterialidad del alma garantiza su posible universalidad, y por tanto la universalidad de ciertos principios morales. Pero del placer del vientre solo podemos hablar en términos individuales ya que la materia permite una infinita variedad de cuerpos, de estómagos y de bienestares. No todo es bueno, y lo que es bueno para un cuerpo puede no serlo para otro.

    El cuerpo humano es un ser vivo sensible, que se ve afectado por el contacto o la ausencia de contacto con los demás cuerpos materiales. Nuestras sensaciones nos informan mediante las afecciones de placer o de dolor. La sensación es evidente e irrefutable: si duele el estómago, de ello no hay duda y a no ser que estemos hechizados, nadie nos podrá convencer de lo contrario. La sensación es alogos: anterior a la palabra, probablemente con dificultades para ser traducida en palabras, es más bien como un grito inarticulado.

    Vista de esta manera, la sensación de placer señala un cierto equilibrio vital, según un modelo en el que el cuerpo tiende a encontrarse bien para afirmar su propia vitalidad. La oscilación que el vientre nos muestra entre el vacío (el dolor, el mal) y el lleno (el placer, el bien) sirve para entender procesos más complicados. También el alma necesita alimentarse, leer y escuchar, aprender de memoria sentencias sabias y verdaderas, asimilar contenidos que formen parte de sus procesos mentales. La mentira, las opiniones vulgares, la depresión o los deseos vanos son el vacío; mientras que las cosas reales, las verdaderas, la felicidad y los deseos naturales son el lleno.

    Al igual que la vida está hecha de reposo y movimiento, asimismo Epicuro clasifica los placeres en dos grandes bloques: los placeres catastemáticos y los placeres cinéticos. Los catastemáticos se definen por la ausencia de dolor, vienen a aliviarnos después de haber sufrido una carencia, sea ésta hambre, sed, desamparo, turbación o preocupación. Aponia es ausencia de dolor físico y ataraxia, ausencia de dolor espiritual. En cambio, los cinéticos son los placeres que se gozan no como resultado, en el momento en que hemos conseguido aquietar un dolor, sino en el mismo movimiento.

    La amistad o la filosofía pertenecen a esta última categoría. Así, dice Epicuro, en la filosofía "el placer coincide con el conocer. Pues no se goza después de haber aprendido, sino que gozar y aprender se dan conjuntamente". Sin duda, los placeres cinéticos son superiores en la medida en que permiten una vida superior. La risa tiene que acompañar a la práctica de la filosofía y es la base de la relación amistosa. Y más divino es reírse que mantener la calma catastemática.

    Tanto la ausencia de dolor como la alegría son una expresión de equilibrio y armonía. ¿Por qué entonces existen los que quieren aumentar constantemente sus placeres hasta el punto de llevar una vida disoluta? ¿No es acaso una consecuencia inevitable de la identificación del placer corporal con el bien?

    Aquí viene de nuevo en nuestra ayuda el paradigma del placer del vientre, porque no es cierto que este placer admita un más o un menos, sino que en sí mismo es ya un límite. "No es insaciable el vientre -nos dice Epicuro- sino la falsa opinión acerca de la ilimitada avidez del vientre". La mente puede llenarse de palabras vanas y convertir a un individuo en un glotón inmoderado. Es una enfermedad mental la de querer tener siempre más y más: la falta de moderación requiere una rectificación terapéutica que devuelva al individuo a los límites de la naturaleza.

    Pero esa rectificación, esa salvación en la que consiste la propuesta ética epicúrea, es coherente con la negación tanto de una diferencia sustancial entre alma y cuerpo, como de la superioridad del alma sobre el cuerpo. Aquí es el cuerpo el que es primero, de él nacen las sensaciones y las sensaciones son verdaderas. No es en la sensación alogos donde se encuentra el error, sino en el lenguaje que falsifica la veracidad de los sentidos. Si rechazáramos las sensaciones, perderíamos toda posibilidad de referencia para poder distinguir entre lo auténtico en las sensaciones y lo añadido por la imaginación. Hay que velar por confirmar que un placer sea verdadero y para ello hay que tener presente siempre el modelo del placer del vientre. Los desarreglos del vientre son producto de imágenes y opiniones sociales. Ningún ser humano acorde con la naturaleza resultaría obeso o anoréxico -también la frugalidad tiene su medida, dice Epicuro-, acaparador o inapetente.

    No hay que limitar los placeres porque los placeres ya son en sí mismos un límite. En cambio, sí que hay que limitar los deseos.


    "No necesitamos tanto de la ayuda de nuestros amigos cuanto de la confianza en esa ayuda."




    (Continuará)

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007) Empty Re: "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 02 Mayo 2021, 08:17

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    La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)




    3.- Naranjas en verano, melones en invierno

    Frente a Platón, y por tanto también frente a una de sus ideas que más ha dominado en nuestras sociedades de base cristiana,  Epicuro defiende que no es el cuerpo la fuente de nuestras miserias sino el impulso incontrolable de la mente. El descontrol mental produce deseos ilimitados que nos hacen infelices. Y ahí es donde debe intervenir la filosofía para ejercer una posible rectificación que nos procure la felicidad. No se trata de establecer un discurso moral que actúe como una policía de las costumbres frenando los apetitos supuestamente inmoderados del cuerpo, sino que la filosofía tiene que parecerse más a una higiene, una terapia mental.

    La filosofía tiene que ser un remedio, un pharmakon.  Estudiar, memorizar y meditar son actividades que tienen una finalidad: alcanzar la felicidad. Epicuro nos aconseja huir "a velas desplegadas" del saber por el saber o del saber para otra cosa cualquiera que no sea la felicidad. Es por ello que su propuesta no está reservada a aquellos varones que se dedican al estudio o a la vida pública, sino que está pensada con una vocación auténticamente universal. El comienzo de su famosa carta a meneceo dice así: "Nadie por ser joven dude en filosofar ni por ser viejo de filosofar se hastíe". Y no solo jóvenes y viejos están convocados a la filosofía, sino también las mujeres y los esclavos: en la casa con huerto a las afueras de Atenas que compró Epicuro para formar su primera comunidad, algunas mujeres fueron admitidas y los esclavos recibían igualmente las enseñanzas del maestro.

    Todos, pues, necesitamos la filosofía porque todos tenemos vanas opiniones que nos invaden la mente y nos alejan de la felicidad. ¿En qué consiste la terapia filosófica que hizo tan famoso a Epicuro y tan importante el número de sus seguidores? La respuesta resumida podría ser esta: la verdadera filosofía hace que se desvanezcan los deseos desordenados. Tendremos que investigar cómo se generan en nuestra mente los deseos desordenados y qué los distingue de los deseos ordenados, cómo combatir los primeros para que prevalezcanz los segundos. Se trata, en suma, de restablecer el orden de la naturaleza, el del cuerpo, devolver la salud a la mente para que el cuerpo con su sabiduría nos indique el camino de la buena vida.

    La sabiduría del cuerpo es simple. Un cuerpo vivo tiene necesidades que se traducen en sensaciones dolorosas. Como dice Epicuro: "la necesidad es un mal, pero no hay ninguna necesidad de vivir en la necesidad", por lo que el cuerpo tiende naturalmente a hacer desaparecer el dolor. Esto es un deseo natural y necesario, como el que un bebé tiene hacia la leche que le calmará el dolor de vientre y le proporcionará una sensación placentera de bienestar.

    Todos los deseos naturales y necesarios siguen ese mismo esquema: deseamos comer, beber, descansar, hablar y reír con un amigo, meditar algunas verdades. Se trata de buenos alimentos, de alimentos seleccionados, que nos calman y nos dan alegría.

    Ahora bien, el alma es ingrata con la naturaleza, del mismo modo que lo era Glaucón al tachar de "vida de cerdos" la propuesta inicial de Sócrates de un Estado sano. Y la ingratitud se traduce en avidez, en querer variar hasta el infinito los alimentos, en desear cosas innecesarias: naranjas en verano y melones en invierno. El cuerpo se acostumbra entonces en desear para su bienestar una sofisticación casi siempre difícil de conseguir. Estos deseos son naturales, porque nacen del cuerpo, pero innecesarios, porque si no se sacian no producen dolor.

    La crítica a este segundo tipo de deseos, naturales pero innecesarios, no es moral: si no llevarán aparejada la infelicidad, nada habría que objetar. Epicuro repite sin descanso que ningún placer es un mal, pero sabe que ciertos placeres, aquellos que nacen de querer realizar deseos innecesarios, generan más perturbaciones que satisfacciones. En el extremo, Epicuro llega a decir que si los placeres de los libertinos no fueran acompañados del temor a ser castigados y de la tendencia irreprimible a desear aún más, es decir, si todo lo que obtuvieran fuera placer y ningún dolor, no habría infelicidad en sus vidas y por tanto no habría mal en lo que hacen.

    Vale la pena que nos detengamos a analizar un ejemplo particular de deseo en el que se pueda entender la diferencia entre lo necesario y lo innecesario. Epicuro distingue entre el placer puro de los afrodisia y la pasión amorosa. Los afrodisia son placeres corporales como los que los sentidos reciben cuando degustan un buen sabor o perciben movimientos suaves u oyen sonidos armoniosos, Podría decirse que en este sentido hay una cierta necesidad sexual que el placer de los afrodisia satisface. Pero Epicuro y, más tarde, Lucrecio consideran que en "las cosas de Eros" nos encontramos con deseos innecesarios.Los versos de la cuarta parte del De rerum natura dedicados al amor constituyen una descripción del error mental que cometen los amantes.

    El deseo sexual tiende, por vía de las imágenes que nos presenta nuestra mente, a asociarse al cuerpo del ser amado como si él tuviera que saciar ese deseo. Cuando tenemos hambre, la comida se introduce en nuestro estómago, la absorbemos y nos sentimos satisfechos; en cambio, por más que los cuerpos de los amantes se estrechen, la fusión es imposible, un cuerpo no puede perderse totalmente en el otro. El resultado es que el deseo sexual, el furor, no se apacigua, o solo lo hace por un espacio breve de tiempo tras el cual "vuelve la misma locura y retorna aquel furor". Los amantes, entonces, se preguntan qué desean y no encuentran remedio que aplaque su mal; en profundo desconcierto -concluye Lucrecio- la herida secreta los consume.

    ¿Produce dolor la insaciabilidad del deseo sexual? ¿Hay una parte necesaria en el deseo sexual? ¿Las perturbaciones y la infelicidad que acarrea son inevitables?

    La respuesta se encuentra en el cálculo de los placeres que nos presenta Epicuro: hay que saber calcular cuánto
    placer y cuánto dolor lleva incorporada la realización de nuestros deseos, y en virtud de ese cálculo no elegir cualquier placer, ni rehusar cualquier dolor. Las comidas sencillas y sobrias nos proporcionan salud y bienestar. Los alimentos sofisticados tienen que ser evaluados a la luz del cálculo: un bocado exquisito puede desencadenar mal de estómago, el mal sabor de una medicina puede calmar un dolor.

    Y así, dice Lucrecio, se puede gozar sexualmente evitando sin embargo los errores del amor: se trata de elegir siempre aquello que, según el cálculo, menos dolor comporte. Puede, efectivamente, existir una necesidad, pero no es necesario que de ella se desprenda la vana esperanza de que es ése, y solo ése, el cuerpo que podrá satisfacerla. Llevando las cosas hasta el extremos, estaríamos muy cerca de Diógenes el cínico que, cuando se le reprochaba que se masturbara en público, respondía: "¡Ojalá que restregándome el vientre dejase de tener hambre!".

    Existe un tercer tipo de deseos que, según Epicuro, son innecesarios e innaturales al mismo tiempo. Se trata de deseos muy comunes: la fama, la riqueza, el poder. A Epicuro le parecen totalmente nocivos, pero siempre a partir del mismo criterio anteriormente expuesto: no permiten una vida feliz, son origen de perturbaciones y sufrimientos.

    Epicuro propone una inversión de valores respecto a lo que hay que entender por "rico" y "pobre": nadie que siga las opiniones sociales se considerará a sí mismo rico, por lo que siempre anhelará lo que no posee; y, al contrario, el que sigue a la naturaleza nunca es pobre. Si por casualidad una persona feliz consigue grandes fortunas, puesto que ya posee abundantemente todos los bienes por el hecho de ser feliz, añadirá más generosidad en su relación con los demás.

    Capítulo aparte merecen los deseos de reconocimiento y de poder. Estos están impulsados con vistas a obtener seguridad, y ese es un deseo natural. Pero la seguridad obtenida por medio de la fama y del poder no es un modelo de vida sosegada. La amistad, la vida retirada de los foros públicos -"¡vive oculto!" reza uno de los imperativos epicúreos- es una alternativa vital para satisfacer el deseo de seguridad, sin tener que llenar la mente de los deseos nocivos de ceñirse coronas de laurel u ocupar puestos públicos de relevancia.

    Y aún así, si un hombre público consiguiera ser feliz llevando a cabo su actividad, nada habría que reprocharle. Así es como lo entendió Thomas Jefferson. Cierto es que supo también cultivar la amistad.

    "La ingratitud del alma hace al ser viviente ávido de variar hasta el infinito los alimentos."


    (Continuará)

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007) Empty Re: "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 03 Mayo 2021, 06:32

    .



    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)


    4.- Al dios no hay que temer

    La farmacia de Epicuro contiene cuatro grandes remedios: "al dios no hay que temer, la muerte es insensible, el bien es fácil de procurar, el mal fácil de soportar".

    Epicuro piensa que es indispensable para una vida feliz alejarse de las creencias populares en materia de religión. No cree que con ello se esté mostrando sacrilegio, ya que si algo le parece verdaderamente impío es el conjunto de opiniones que posee la mayoría sobre lo que sonn los dioses y su relación con ellos.

    Por supuesto que la religión popular que criticaron Epicuro y más tarde Lucrecio era pagana, y por supuesto que las creencias populares de aquella época nos parecen meras supersticiones, pero hay que estar muy interesado en salvar a las religiones de la crítica epicúrea cuando se propone, coo hacen algunos, traducir el término lucreciano de religio por "superstición" y no por "religión".

    En el primer capítulo del De rerum natura, Lucrecio narra el sacrificiode Ifigenia como un hecho criminal y como una muestra de ausencia de piedad. A Ifigenia se la lleva ante el altar con engaños, haciéndole creer que participa de un rito nupcial y, a pesar de sus gritos y lamentos, a pesar de que implora por su vida de la manera más conmovedora que pueda existir, es degollada a fin de que la armada griega pueda partir hacia Troya, acompañada de buenos augurios y vientos favorables. Allí estaban presentes los sacerdotes, los intérpretes de la relación de los humanos con la divinidad. Ellos son los que fomentan el miedo del pueblo por lo que no conoce y por lo que pueda suceder. Y ese miedlo es la antesala de la obediencia, necesaria para que la autoridad de los sacerdotes prevalezca.

    Sin duda nos encontramos ante cultos religiosos que manifiestan la debilidad y la impotencia de los humanos frente a las fuerzas de la naturaleza, fuerzas consideradas incontrolables y arbitrarias. ¿Cómo saber cuándo es el mejor momento para zarpar si se desconoce cualquier posible previsión metereológica y si se piensa que, en materia de vientos y de estados de la mar, cualquier cosa es posible? A los dioses, entonces, hay que ganárselos con regalos, porque esa es la actitud correcta del siervo: adular, suplicar y someterse para conseguir sus favores.

    Esa interpretación de la naturaleza como algo misterioso e incognoscible genera la actitud de quienes se aprovechan del temor y de la debilidad, como hacen los sacerdotes y los políticos o, peor aún, los sacerdotes-políticos. Por eso la curación del mal de la religión que quieren llevar a cabo los epicúreos es una propuesta ilustrada: desarrollar las explicaciones racionales, el conocimiento científico, para ahuyentar al miedo.

    La concepción atomista de la materia, que adoptaron y desarrollaron los epicúreos, tiene que conducir hacia ese objetivo: no dejarse arrastrar por la religión. Y eso explica la multiplicacón de las teorías científicas que a nosotros puede parecernos contradictoria, puesto que los escritos epicúreos aceptan en ocasiones razonamientos diferentes que no concuerdan entre sí. El principio con arreglo al cual lo hacen está claro: que la razón humana pueda encontrar muchas explicaciones para los fenómenos de la naturaleza demuestra, por un lado, que no es necesario apelar a la arbitrariedad divina para encontrar un sentido a lo que sucede; y, por otra parte, de entre todas esas explicaciones racionales, alguna puede ser la verdadera. En cualquier caso, la consigna epicúrea es no dejarse abatir por los sucesos porque todos tienen siempre una explicación racional.

    El atomismo no concibe que exista dios alguno en el origen o en la evolución de la materia. Los asuntos humanos, en tanto que asuntos pertenecientes al mismo tiempo a la naturaleza, siguen sus propias reglas. No variarán, en cuanto a sus resultados, por intermediación divina. Es absurdo pedir a los dioses que nos concedan nuestros deseos. Y Epicuro, buen psicólogo, con ganas de burlarse tanto de la credulidad como de la malevolencia que presiden las relaciones humanas, nos propone esta reflexión: "si dios prestara oído a las súplicas de los hombres, pronto todos los hombres perecerían porque de continuo piden muchos males los unos contra los otros".

    Así pues, los dioses no intervienen en el orden natural, y por lo tanto tampoco en las relaciones humanas. Si se puede seguir hablando de dioses es para colocarlos en una esfera ajena al mundo.

    Efectivamente, cuando hablamos de las aspiraciones elevadas, de las expectativas superiores o de los ideales que mueven algunas de las acciones hyumanas, estamos apuntando a algo que podemos designar con la palabra dios. Son los humanos los que construyen un espejo en el que reflejarse, haciendo a los dioses a imagen y semejanza de lo más elevado que hay en ellos. Por eso, si la ciencia recorta las distancias entre lo divino y lo humano, si las fuerzas naturales son previsibles, los humanos no tienen por qué temer, ni por qué sentirse pobres o desvalidos ante los acontecimientos. Se inaugura así la posibilidad de otra concepción de la divinidad. Los dioses pueden aparecer como emparentados con los humanos, como si fueran de una estirpe muy semejante. Entonces el espejo es un dios humanizado, concebido a partir de lo que hay de mejor en los humanos, de lo más noble, de lo más sabio, de lo más feliz.

    Así son los dioses de Epicuro: autárquicos y felices, conviviendo en una sociedad de amigos. Son expresión de un humanismo elevado. Epicuro nos está proponiendo otra posibilidad de vínculo, otro modo de concebir que los humanos pueden estar "religados": no obedeciendo a una iglesia, a unos sacerdotes, a una sociedad particular, sino sintiéndose unidos a la humanidad en su conjunto, en lo que la humanidad tiene de superior sobre el resto de los seres vivos.

    "La amistad baila alrededor de la tierra habitada" -dice Epicuro, y nos anuncia a todos que podemos, gracias a ella, ser felices, como los dioses. La sociedad de los dioses es un modelo para la vida feliz: los dioses carecen de las preocupaciones de los débiles, no sufren por lo que indigna a la multitud, saben procurarse lo que les da placer, son sabios y cultivan una relación de amistad entre ellos que les permite ser felices. El individuo feliz vive "como un dios entre los hombres".

    Así concebidos, los dioses son un motor de elevación, una imagen digna de ser celebrada. Quizá esto explica que Epicuro no se opusiera a las celebraciones religiosas, a la fiesta: celebrar la vida en lo que tiene de más alto sirve como ocasión para hacer que el corazón humano se eleve también a lo más alto.


    "La amistad baila alrededor de la tierra habitada y, como un heraldo, nos anuncia a todos nosotros que despertaremos para la felicidad".




    (Continuará)

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007) Empty Re: "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 05 Mayo 2021, 13:42

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)



    5.- Plantando coles

    Mienten los humanos cuando dicen que no temen a la muerte sino a las enfermedades y a la pobreza. Fanfarronean mientras les acompaña la suerte, pero cuando la desgracia se les acerca, entonces manifiestan su miedo de mil maneras. Tengamos presente al menos esto: la inmensa mayoría intenta alargar su vida de cualquier forma, e independientemente de lo que ya haya vivido, le piden a la vida aún más.

    Y ese miedo puede verse explícitamente en dos de los grandes sufrimientos que los humanos padecen: la avaricia y la envidia. Según Lucrecio, ambos tienen su origen justamente en el deseo de rehuir a toda costa la muerte. Los humanos acumulan bienes y ambicionan lo que no poseen como un modo de procurarse seguridad ante lo que consideran la antesala de la muerte, a saber, el desprecio, el abandono, la soledad, la pobreza. Se comportan durante toda su vida como un saco roto o una vasija sin fondo, imposibles de llenar. Nunca se sacian, pues, de los frutos de la vida. Esa imposibilidad de retener los bienes, acompañada de una demanda insaciable y del miedo inconfesado a la muerte, establecen los principios sobre los que se asienta la infelicidad de los humanos: no saben vivir, y tampoco saben morir.

    Sea cuando sea el momento de su muerte, la mayoría querría vivir algo más, como dicen casi todos, para poder hacer o culminar lo que todavía no han realizado. La filosofía, en cambio, nos enseña que las vidas, como los jardines, nunca pueden darse por acabadas y perfectas. Eso es lo que querían expresar las sabias palabras de un epicúreo como Montaigne: "que la muerte me encuentre plantando coles, pero no preocupándome de ella y aún menos de la imperfección de mi jardín". El tiempo se terminará para todos nosotros, habremos quitado hierbas y habremos podado y plantado hasta donde hayan llegado nuestras fuerzas, la belleza de lo que habremos hecho se encontrará ya realizada y, aunque imperfecta, no aumentaría con otra primavera.

    Si la naturaleza pudiera tomar la palabra -dice Lucrecio- nos diría que aún cuando viviéramos miles de años ella no podría añadir ningún nuevo placer a los que ya conocemos, y por lo tanto lo único que podríamos obtener es una repetición de lo mismo. Por eso es importante no comportarnos como una vasija agujereada. Así siempre podremos sacar de dentro los bienes que no hemos dejado escapar, como hace Epicuro el día de su muerte. En la carta que le dirige a Idomeneo, Epicuro le dice  que en ese día en el que está agonizando puede echar mano del goce que le procura el recuerdo de las conversaciones filosóficas que mantuvieron ellos dos.

    Epicuro quiere enseñarnos a deshacernos del miedo a la muerte, en su farmacia quiere encontrar un remedio. Como sabe cuán enraizado está el miedo, incluso inconscientemente, nos propone una argumentación sencilla para que no solo podamos convencernos sino que también podamos repetírnosla, aprenderla de memora, como se hace con un rezo, con una letanía. De ese modo podemos exorcizar, cada vez que se presente ante nosotros, el negro fantasma del temor a la muerte.

    La primera premisa de esta argumentación es la siguiente: el bien y el mal es algo que reconocemos mediante la sensación. La autenticidad de las sensaciones es lo que puede preservarnos de los errores de la mente. Estoy segura de este dolor, lo siento y sé perfectamente cuando cede, cuando me encuentro con la placidez que proviene de su desaparición. La sensación es un indicador que no engaña. Podemos confiar en la naturaleza y que ella sea nuestro guía para entender qué es un bien o un mal para nosotros: el bien y el mal, el placer y el dolor, tienen su raíz en el vientre, en las sensaciones corporales.

    Consecuencia de lo anterior es que si no hay sensaciones, tampoco puede haber ni bien ni mal, ni placer ni dolor. Para los materialistas, como son los epicúreos, cuando el cuerpo se muere y sus átomos se disgregan, ha dejado de existir como un compuesto dotado de sensaciones. Así pues, la muerte no es un mal porque no la sentimos, en realidad no es nada porque "lo que se ha disuelto es insensible y lo insensible no es nada para nosotros".

    La conclusión de este razonamiento es la siguiente: por un lado, cuando vivimos y sentimos, no estamos muertos; por otro, cuando estamos muertos, no sentimos. Por lo tanto, la muerte no afecta ni a los vivos ni a los muertos, "para aquellos no está y estos ya no son".

    Esta es la sentencia que tenemos que memoriazar: cuando soy, la muerte no está, y cuando la muerte está, entonces ya no soy. Y la tenemos que memorizar, para que se incorpore a la mente, forme parte de ella y así poder combatir la tendencia de la mayoría de nosotros a crearnos sufrimientos innecesarios en la vida, por tenerle miedo a la muerte.

    En efecto, el miedo es un sufrimiento. La perspectiva de nuestra muerte nos hace temblar porque valoramos como escaso lo que hemos hecho o lo que las circunstancias nos han permitido vivir. La vida nos parece demasiado corta o demasiado injusta, y sufrimos por todo lo que supuestamente la muerte nos robaría. Es ese sufrimiento el que nos hace pobres y menesterosos, no parece que poseamos bienes ya que siempre deseamos más y más.

    Por el contrario, la vida -si seguimos a Epicuro- es agradable, y lo puede ser hasta el último día de nuestra existencia. No debería ser un sufrimiento por no durar ilimitadamente. Epicuro nos presenta el ejemplo de la comida para hacernos notar que no elegimos siempre el alimento más abundante sino el más agradable. Lo mismo deberíamos pensar en cuanto al tiempo, y no desear alargar el nuestro sino disfrutar de lo más agradable que nuestras vidas nos deparan. Eso es saber vivir. Pero también es saber morir.

    Pomponio Ático, ese epicúreo que sin duda conoció y frecuentó a Lucrecio, ese romano que tan felizmente vivió entre los atenienses cuando era joven y más tarde entre los suyos, cuando enfermó gravemente pidió a sus amigos que respetaran su decisión de no seguir alimentándose ya que, habiendo intentado defender su salud mediante todos los remedios posibles, ya no tenía esperanza alguna de curación, y no quería prolongar más su vida.

    Por supuesto, ¿por qué habría de prolongarla? ¿Acaso él era algo más que poetas como Homero, filósofos como Demócrito o sabios como el mismo Epicuro? Lucrecio nos recuerda que si todos ellos "se sumergieron en el sopor de la muerte", ¿quiénes somos nosotros para vacilar e indignarnos porque hemos de morir? ¿Por qué no nos retiramos ahítos? Mejor que suspirar por lo que no tenemos, mejor que llevar una existencia poblada de sueños, miedos y fantasías, sería que aprendiéramos a gozar los bienes que poseemos, entre los cuales el máximo es la amistad.


    "Un tiempo ilimitado y un tiempo limitado contienen igual placer, si uno mide los límites de éste mediante la reflexión."


    (Continuará)

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007) Empty Re: "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 06 Mayo 2021, 12:02

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)


    6.- Carpe diem

    Es conocida la opinión de Aristóteles a propósito de la felicidad: "una golondrina no hace verano", la felicidad no es obra de un día, ni de un breve espacio de tiempo.

    Esta opinión contiene algo verdadero, aunque propone una única consecuencia, y eso no deja de ser discutible. Apunta sin duda a una manera común de sentir por parte de los humanos. Somos animales sometidos a la conciencia del tiempo, conjugamos el pasado, el presente y el futuro, recordamos y proyectamos. Y por ese motivo, es para nosotros una condición del goce saber que este no se esfumara en el instante siguiente. Nos resulta imposible pensar que se pueda disfrutar de una buena comida si sabemos que unas horas después vamos a morir, o siquiera si sabemos que mañana no tendremos nada que comer.

    Pero las consecuencias de esta constatación no tendrían por qué ser únicamente que los goces que debemos perseguir son aquellos que no dependen de nada material o destinado a desaparecer. Antes de concluir abatidos y algo tristes que solo la práctica de ciertas virtudes intelectuales que dependen exclusivamente de uno mismo puede reconfortarnos, valdría la pena examinar si no habría otro modo de gozar de lo que está limitado en el tiempo, sin la angustia que el propio tiempo nos genera.

    Que la nostalgia y la esperanza son tristes es indudable. Hay quien pone en duda el caso de la esperanza. Los griegos lo tuvieron, sin embargo, clarísimo y este sentimiento es uno de los males contenido en la caja de Pandora, aunque quizá por ser el único que permaneció sin salir de allí dentro es por lo que conserva un carácter ambigüo: mantener la esperanza es en ocasiones la única posibilidad de tener energías para seguir viviendo. La esperanza es lo único positivo para quien no tiene nada más, es lo último que se pierde -decimos-, pero, en definitiva, es triste que solo nos quede la esperanza.

    En cuanto a la nostalgia, si algo revela es la insatisfacción con el presente. Cuando vivimos en una situación que nos hace mirar continuamente hacia atrás, constatamos que no somos felices.

    Así pues, la conciencia del tiempo, del límite de las cosas materiales, nos produce turbación, incapacidad de gozar el presente, y negamos entonces la posibilidad de construir una vida dichosa en torno a las cosas que pueden cambiar, dejar de ser lo que son, morir.

    Epicuro intenta poner remedio, nos quiere enseñar a aprovechar nuestra conciencia de la temporalidad para que sirva a nuestra felicidad y no para que la arruine. Hay que aprender a evitar el mal asociado a la duración, ya sea esta la duración de un placer o de un dolor.

    Ya sabemos que el mal auténtico es el mal con una base sensible: el dolor, el sufrimiento que podría apaciguarse con algo material, alimento o bálsamo. Pero ese dolor viene reduplicado cuando está acompañado de la idea de que durará, de que no remitirá. Epicuro nos tranquiliza a este respecto: no hay que preocuparse, el dolor "que entraña intenso sufrimiento tiene corta duració, y el que en el cuerpo perdura produce ligero pesar". Esto es, nuestro cuerpo es también un límite para el dolor, y si es insufrible, el cuerpo no lo podrá sufrir y duraremos poco.

    Por otra parte el dolor aumenta si utilizamos el recuerdo para lamentarnos de lo que ya no tenemos. Eso es, sin duda, lo que les sucede a todos aquellos que no supieron almacenar los bienes de los que disfrutaron en algún momento, es decir, no supieron apreciarlos porque siempre demandaban más y más. "Debemos curar -nos dice Epicuro- las desgracias presentes con el grato recuerdo de los bienes perdidos y con el reconocimiento de que no es posible hacer que no sea lo acontecido". En efecto, puedo decirme a mí misma que esas cosas realmente me han sucedido, que yo he vivido esos momentos felices y nadie me los puede quitar. Son esos recuerdos los que pueden convertirse en un instrumento de curación, si no soy tan insaciable como para lamentarme de no poseer ya lo que tan poco supe disfrutar plenamente en su momento.

    Como quiera que sea, hay que evitar al máximo el dolor, hay que pensar que no durará siempre y hay que contrarrestarlo con el recuerdo de los buenos momentos.

    Otra cosa es combatir el mal que pesa sobre un placer cuando lo estamos gozando, debido a la conciencia de su temporalidad. Es esa amenaza la que hace que los humanos busquen la seguridad que les ponga al reparo de las pérdidas, y es esa misma amenaza la que hace que muchos filósofos nos aconsejen no cifrar la felicidad en algo temporal y, por tanto, material.

    Es tanto el deseo de felicidad en un futuro que incluso podemos ahorrarnos el juicio moral a la hora de valorar la vida de los que cometen injusticias, de los malhechores: nunca serán felices porque, aunque los delitos que han cometido pasen inadvertidos, arruinarán cada minuto de su existencia con la desconfianza en lo que pueda sucederles. Esa pérdida de tranquilidad ya es su propio castigo, ya que no gozarán de lo que tienen.

    Así pues, hay que tener una cierta seguridad en el futuro para poder gozar del presente. Y la amistad me la proporciona. La amistad es un bien que combate el mal de la temporalidad. Me permite estar contenta en la seguridad de que siempre tendré a mis amigos.

    Esa reflexión acerca de la amistad no significa que la busquemos como un apoyo para casos de necesidad. No se trata de una propuesta utilitarista o egoista de la amistad, no tenemos que mercadear con los favores. Pero, sin duda, Epicuro considera que la amistad desvinculada absolutamente de la utilidad carece de sentido, no aporta los beneficios que de ella se esperan. Pues incluso siendo muy autárquicos, no necesitando ayuda de nadie, seguimos necesitando la confianza en que esa ayuda, de pedirla, la obtendríamos. Como seres limitados que somos, dice Epicuro, "no necesitamos tanto de la ayuda de nuestros amigos cuanto de la confianza en esa ayuda". Así, ya sabemos que no existe ningún sufrimiento que sea eterno o muy duradero, ya sabemos que la vida tiene un límite, necesitamos, pues, la amistad como un modo de dar perfección a nuestras existencias.

    Los amigos me permiten gozar plenamente del presente. Cuando mi capacidad de sentir placer en un momento determinado se ve totalmente colmada -y no nos olvidemos de que tiene un límite corporal-, el goce que obtengo no admite nada más. Podría morir en el instante siguiente y no por ello tendría sentido decir que me perdería algo, a no ser que se entienda que me perdería la posibilidad de la repetición. Pero la repetición no añadirá nada, la perfección de la felicidad, ese instante de equilibrio y armonía, está toda ella allí, en ese día, en esas horas, siempre y cuando las viva con la confianza que la existencia de mis amigos me aporta.

    Instálate en el presente, no lo dejes escapar: carpe diem, en la expresión de Horacio, o sea, goza de este día. Y así el instante puede colmarse y el tiempo no añade infelicidad. La amistad posibilita gozar del placer más puro, la instantaneidad del placer, en la medida en que extiende esa instantaneidad a la totalidad de la vida, gracias a la memoria y a la anticipación. A la perfección del momento, la amistad añade la extensión del momento.

    Vivir así es vivir en un mundo luminoso y sereno. Nietzsche no se cansa nunca de declarar su admiración hacia este modo de vida. Inventa una expresión para describirlo -"compostura en la voluptuosidad"-, la sensibilidad y el gozo en la calma, es decir, toda la felicidad del presente, con la visión plácida del pasado y la firme confianza en el futuro.



    "Nacemos una sola vez, pues dos veces no es posible, y no podemos vivir eternamente. Tú, sin embargo, aunque no eres dueño de tu mañana, sometes la dicha a dilación. Pero la vida se consume inútilmente en una espera y cada uno de nosotros muere sin haber gozado de la quietud."


    (Continuará)

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007) Empty Re: "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 09 Mayo 2021, 08:04

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)


    7.- Como dioses

    Dios es siempre algo superior e inmortal. En primer lugar, es el espejo en el que nos miramos cuando aspiramos a algo mejor. Y para Epicuro, al igual que para otros fundadores de escuelas filosóficas en la Antigüedad, una vida superior tiene que evitar los males de la existencia que afectan a la mayoría de los humanos.

    Esas alternativas filosóficas pueden resumirse en tres modos de vida: o endurecerse para que los males, cuando nos alcancen, no nos destruyan; o renunciar, a la sociedad y a la cultura y regresar a la naturaleza; o independizarse de las ataduras de esta sociedad, constituyendo otra libremente elegida. Estoicismo, cinismo y epicureismo: tres opciones de vida que casi podríamos decir que responden a sensibilidades diferentes. El estoico se reviste de una coraza, no huye de la sociedad, pero dentro de ella se insensibiliza para no sucumbir como el resto de los humanos ante el sufrimiento. El cínico se desprende de todo lo que la sociedad le ofrece para, de este modo, lograr ser indiferente y no tener que sufrir por lo que todo el mundo sufre. El epicúreo se cura de los males sociales buscando crear otra sociedad en la que el dolor apenas exista.

    Dejando de lado a los estoicos, cuyas vidas se desenvuelven en el interior de una sociedad y una cultura, los cínicos y los pecúreos parecen tener en común una opción vital que les separa de sus conciudadanos, acercándolos de nuevo a la naturaleza. Pero sus alternativas van en sentidos opuestos: mientras los cínicos se quedan más acá de la sociedad, eligiendo una vida natural próxima a la de los animales, los epicúreos van más allá, construyen un jardín, que no es sino naturaleza refinada, y en él aspiran a vivir como dioses.

    Epicuro fue considerado como un dios por sus seguidores porque había sido el creador de un nuevo modo de vida. Lucrecio afirma que los humanos han sido obsequiados por Deméter con el pan, por Dioniso con el vino y por Epicuro con la vida feliz. Las comunidades que fundó no tenían objetivos políticos, no se preocupaban por los asuntos humanos. En eso, todos sus integrantes también se parecían a los dioses, que viven sin ocuparse de los humanos, solo disfrutando de los placeres de la vida: la sabiduría y la amistad.

    "El hombre bien nacido se dedica principalmente a la sabiduría y la amistad. De éstas, una es un bien mortal; la otra, inmortal." Parecerse a los dioses no quiere decir que seamos inmortales como ellos, pero Epicuro añade que podemos crear algo inmortal. ¿Qué quiere decir exactamente que la amistad es un bien inmortal? ¿Por qué la relación de amistad entre los miembros de la comunidad tiene en sí misma esa cualidad divina?

    Es como si el jardín fuera lo eterno de estas comunidades, una especie de desafío ante la muerte, un espacio que vive más allá de quienes han plantado y han cultivado esa tierra. Puesto que los seres vivos, ya sean plantas o humanos, son mortales, lo que persiste y prolonga su vida más allá de la desaparición de los individuos es el movimiento mismo, el jardín que sigue eternamente vivo. A la vida, se le ha sabido dar la plenitud de la eternidad en el jardín.

    Epicuro, el epicureísmo, la amistad como un vínculo diferente a la polis son eternos. Marx se quedó fascinado por Epicuro. Entendió que la cualidad de vida que significa el epicureísmo está basada en el descubrimiento de la subjetividad y que la subjetividad es la divinidad suprema, porque es lo que permite tener una existencia más reflexiva y más libre. Gracias a Epicuro, Marx soñó con la liberación del género humano, imaginó otra alianza entre los humanos por fuera de la religión y del nacionalismo, pensó un humanismo que atravesara las fronteras. Pero fue un iluso al creer que la humanidad en su conjunto podía izarse por encima de sí misma y que el movimiento del jardín podía alcanzar al mundo entero transformándolo en un paraíso terrenal. Y quizá se equivocó al proponer una política basada en la idea de un vínculo por definición no político.

    Cada vez que alguien se piensa a sí mismo como sujeto de transformación y se junta con algunos de sus semejantes para perseguir conjuntamente otro tipo de vida, una vida placentera basada en principios humanistas y materialistas, renueva el jardín, contribuye a la eternidad de la amistad entre los humanos.

    Cualquiera puede tener esa opción vital, cualquiera puede acercarse a la filosofía. Basta con no ser un impostor. No se trata de fingir que filosofamos -dice Epicuro- sino de filosofar realmente, porque sucede aquí como en el caso de la salud: no se trata de aparentar que estamos sanos, sino de estarlo realmente. No es sabio el que puede mantener discursos filosóficos sino el que sabe vivir.

    De ahí nace la enorme importancia de la presencia del maestro. Porque para contagiar a quienes quieren cambiar de vida, para provocar que ellos mismos sean los sujetos de su propia conversión, los libros no son lo más esencial. Se enseña con el ejemplo, la doctrina tiene que estar encarnada, tiene que existir alguien que resulte atractivo porque reúna en una misma persona su ser humano y su ser más que humano.

    También Séneca, pese a inclinarse más por la doctrina estoica, fue un gran admirador de Epicuro. Le recuerda en una carta a su amigo Lucilio que hay que elegir a un hombre virtuoso, incorporarlo a nuestra mente y vivir como si él nos observara. Entonces la memorización y la meditación de ciertos preceptos adquieren la configuración física de aquel al que se venera, y solo si somos capaces de venerar a alquien es posible que también lleguemos a ser dignos de veneración. Actúa como si Epicuro te viera, medita sobre sus palabras día y noche y acabarás tú mismo siendo como un dios.


    "El hombre bien nacido se dedica principalmente a la sabiduría y a la amistad. De éstas, una es un bien mortal; la otra, inmortal."


    (Continuará)

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007) Empty Re: "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri-Max (Tàndem edicions, 2007)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 10 Mayo 2021, 06:02

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)


    8.- La distancia justa

    La amistad es un deseo natural porque expresa la aspiración humana de crear una relación por medio de la cual se puede alcanzar la felicidad. Este deseo está inscrito en la naturaleza de los humanos, es su parte divina e inmortal. Su conquista, su realización es lo único que permite decir que la vida vale la pena ser vivida. No son los lazos de sangre, familiares o nacionales, ni las coincidencias ideológicas con lo que se construye el jardín, esa comunidad superior en la que la felicidad florece.

    La amistad no es un medio para alcanzar algunos beneficios, "es deseable por símisma" -dice Epicuro-, aunque, añade inmediatamente, "tiene su origen en los beneficios". En efecto, no entenderíamos nada de lo que es la amistad, si no tuviéramos presente que el ideal de autarquía que el epicureísmo propone tiene como modelo una comunidad de dioses, y no la existencia solitaria de un dios único. Dicho de otra manera, lo que hace deseable la comunidad de dioses es que son una comunidad, y que por ello sus vidas se despliegan en la confianza de la presencia de los demás. Aplicado a los humanos, no es amigo, desde luego, el que es un aprovechado, el que comercia con los beneficios y con la gratitud, pero tampoco el que para nada necesita de nadie.

    Tampoco la amistad es un deber, una relación de la que se derivan obligaciones. Es la libertad la que fundamenta la relación amistosa. Tanto es así que Epicuro critica decididamente a las comunidades pitagóricas por practicar la comunidad de bienes. Dice que hacer comunes las cosas de los amigos es propio de personas que no se fían, y entre ese tipo de personas no puede haber amistad.

    Por tanto, ni medio para alcanzar beneficios, ni deber para con los demás. La amistad es una finalidad en sí misma y una relación libre, "una comunidad de almas en el placer", en expresión de Epicuro.

    La construcción de esa comunidad se realiza a partir del contacto. Es como si cada individuo fuera una combinación de átomos y a través de los contactos repetidos llevaramos a cabo una especie de transferencia de átomos, de intercambio de sustancias. Los epicúreos cuidaban los detalles de los encuentros. En sus relatos, o en los que otros han hecho sobre ellos, siempre se repite el rito de las comidas y de la organización de las discusiones filosóficas, incluso existían días señalados al respecto. Estos ritos tienen que prepararse con gran atención ya que es fundamental experimentar que los placeres se aquilatan en compañía de los amigos. Comer, beber y discurrir son así alegrías compartidas.

    Por eso todos los que se han sentido epicúreos han afirmado que compartir las alegrías y la risa es muy superior a compartir las tristezas. Esto último puede no ser sino efecto de malos sentimientos : querer que nos compadezcan para producir dolor en el otro, compadecer para sentirse reconfortado. En cualquier caso, no deja de ser cierto que existe un verbo -"compadecer"- para señalar la situación por la que se comparten las tristezas, pero habría que inventar uno para designar el hecho de compartir las alegrías, lo que demuestra claramente que son muchos los dispuestos a compadecer y pocos los verdaderos amigos.

    La amiga no soy yo, pero tampoco es otra, radicalmente otra: es como un órgano vital de mi propia alegría. Reconocemos en la amiga una parte de nuestra sustancia. La prueba de que la amistad lleva a cabo una transferencia de átomos es de que se mantiene a pesar de la distancia, lo que no sucede en absoluto en el caso del amor. En el amor, no hay equilibrio ni libertad: la unión sexual quiere satisfacer el deseo de llegar a formar un solo ser; en cambio, en la amistad se da la distancia justa entre las personas, la que permite seguir siendo dos.

    La distancia equilibrada entre los amigos posibilita la práctica de un tipo de intercambio que en la antigüedad se conoció como la parresia (significa "el decirlo todo"). No se puede traducir sin más por "franqueza" porque constituyó entre los filósofos una relación con la verdad muy particular. El parresiastés, el que dice la verdad, es un sujeto de la verdad, lejos de toda impostura, porque en él se da una coincidencia entre lo que dice y lo que hace: su autoridade se basa en su credibilidad. Los parresiastas pueden ejercer de tales como consejeros políticos, o como personas sabias a las que se les pide ayuda, o como amigos ante los que uno aprende a conocerse a sí mismo. En cualquier caso, una de las cualidades que tiene que poseer el parresiasta es la valentía ya que, al decir todo lo que piensa, siempre corre un riesgo.

    En las comunidades epicúreas, se practicó la parresia. Así nos lo demuestran algunos escritos, como el de Filomeno de Gadar, epicuro del siglo I a. C. Allí se habla de la búsqueda común de la salvación entre los amigos de la comunidad: ayudarse unos a otros para procurarse el acceso a una vida buena, bella y feliz. Para ello, es preciso que cada cual pueda acercarse a un conocimiento mayor de sí mismo, porque solo la verdad sobre lo que somos puede ayudarnos a conquistar la felicidad.

    Estamos lejos de conocernos porque practicamos un excesivo amor hacia nuestras personas, un amor que nace expontáneo y que se convierte en casi todos en una pasión. El amigo parresiasta puede practicar un tipo de sinceridad que nos apoxime al conocimiento de nuestros errores y que nos sitúe en una posición más moderada en cuanto al amor hacia nosotros mismos. Su imparcialidad nos puede salvaguardar de la pasión narcisista. Pero no es fácil decirle la verdad a alguien. El amigo tiene que ser capaz de encontrar el momento apropiado, o sea ese instante en el que la verdad puede revelarse.

    La sabiduría del kairós, del momento decisivo, solo puede obtenerse mediante atención y benevolencia. Lo que todo el mundo piensa y dice no sorprende, se acepta escuchar aunque con escasa atención. Pero lo nuevo, lo inesperado, tiene que abrirse camino para poder alcanzar los oídos del interlocutor. Tiene que existir una simpatía recíproca, hecha de átomos compartidos, para descubrir ese instante de la verdad. El parresista arriesga en este caso la amistad ya que puede llegar a provocar una gran irritación en el otro. Pero la valentía del amigo parresiasta puede contagiar al que escucha, que en ese momento reconoce y distingue al verdadero amigo de los falsos, que no son sino aduladores que refuerzan su popio narcisismo.

    Si aceptamos la verdad sobre nosotros cuando la oímos de boca de un amigo, entonces podemos juntos salvarnos de la ignorancia y de la infelicidad.


    "Compadezcámonos de los amigos, no con lamentaciones sino prestándoles ayuda."


    (Continuará)

    Pedro Casas Serra
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 12 Mayo 2021, 13:10

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    "La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)






    9.- El paraíso es un huerto



    En la memoria histórica ha permanecido la imagen del jardín (paradeisos, en griego) de Epicuro. Se trataba en realidad de un huerto (kepós, en griego) alrededor de una casa, allí donde la ciudad de Atenas limitaba con el campo.



    La primera comunidad de amigos epicúreos plantó y cultivó verduras y frutas. Hay quien se ha atrevido a hacer la lista de lo que se podía encontrar en ese huerto: berzas, rábanos, habas, remolachas, lechugas, hinojos, berros, puerros, apios, cebollas, pepinos, albahaca, perejil. Además, tratándose de un huerto mediterráneo, se parecería a los que conocemos en nuestras tierras. Si bien hoy en los huertos hay naranjos bordeados de rosas y de caléndulas, en el huerto de los epicúreos los árboles debían de ser sin duda olivos e higueras, quizá alguna palmera, y bajo ellos debían crecer también los lirios y las adelfas. Todo un lujo para la vista. Lo que sí que parece cierto es que gracias a la autonomía que les proporcionaba ese huerto, pudieron sobrevivir a alguna que otra hambruna que asoló Atenas en tiempos de peste.



    El huerto suburbano, en el que conviven flores ornamentales, árboles frutasles y plantas comestibles, es una expresión material y sensible de lo que la comunidad epicúrea quería crear gracias a esa elección de vida: en efecto, la amistad, al igual que el huerto, es también un placer como las flores, y algo útil como la producción de alimentos cultivados.

    Fue una novedad, una elección de modo de vida que introducía el campo en la ciudad.

    Pero la novedad no se limitó solo al espacio en el que eligieron habitar. En el grupo de personas que rodearon a Epicuro, se encontraban también algunas mujeres, y solo se sabe de una de ellas que estuviera casada con otro miembro de la comunidad, una mujer llamada Temista. Las demás -a saber, Leontion, Memmarion, Hedeia, Erotion, Nikidion, Demelata- eran hetairas, esto es, mujeres instruidas acostumbradas a estar con varones y a compartir con ellos la mesa, las conversaciones y quizá la cama. El hecho de que fueran hetairas -lo que por otro lado es desde cualquier punto de vista normal, ya que se trataba de las únicas mujeres que podían gozar de una cierta libertad de movimiento que a las mujeres casadas les estaba negada- fue suficiente para que la imaginación de la época se inventara supuestas orgías en aquel huerto.

    Más importante que dilucidar la vida sexual en la comunidad es que señalemos que la presencia de mujeres es una consecuencia de la doctrina epicúrea. Desterradas las creencias religiosas de la mente, caen igualmente los tabúes. Todas las religiones prescriben claramente el destino sexual de las mujeres; de esa manera los pueblos se han asegurado su propia reproducción. Es lógico que la irreligiosidad de los epicúreos, su ideal de la comunidad de dioses y diosas, propiciara una participación de las mujeres en pie de igualdad con los varones. Epicuro no reconocía más que el mérito como base para ejercer una cierta autoridad. Y así fue posible que Leontion, que fue amante de Epicuro, se pensara a sí misma como sujeto, escribiendo contra Teofrasto, uno de los filósofos más famosos de su época.

    En realidad, la doctrina epicúrea acerca de la amistad no tendría la importancia que tiene, su influencia no habría alcanzado a tantos, si hubiera sido solo una doctrina. Más bien fue un estilo de vida, un modo de vivir que contagió a muchos contemporáneos, viajó a través de muchos países y, pese a su persecución y silenciamiento, siguió viviendo hasta nuestros días. Ese fue el secreto de su prestigio, el estilo amable, placentero, sabio, equilibrado y feliz de construir una convivencia amistosa.

    Es cierto que nos han llegado pocos escritos de Epicuro, pero incluso así se puede apreciar algo de ese estilo en una de las cartas de su correspondencia que ha llegado hasta nosotros. Se trata de la carta que Epicuro le dirige a Colotes.

    Epicuro tenía una amistad muy íntima con Colotes. Solo él se permitía usar diminutivos al nombrarlo. Por lo visto, un día en el que Epicuro estaba dando una clase acerca de la naturaleza, quizá sobre su estructura atómica o sobre la materialidad de las estrellas, Colotes se entusismó por las palabras que oía y se arrojó a los pies de Epicuro. En la carta, Epicuro le comenta a Colotes este suceso:

    "En tu veneración por todo aquello que yo estaba diciendo te asaltó el deseo, poco conforme con nuestra filosofía de la naturaleza, de ponerte de rodillas y abrazarme con frenesí, como hacen algunos en sus devociones y rezos. Así que ahora estoy obligado a devolverte los mismos honores sacros y las mismas reverencias. Ve como un dios inmortal y considérame también a mí como inmortal".

    Una carta llena de ironía y de bromas. Epicuro se refiere al arrebato de Colotes, una reacción impropia de un sabio o de un aspirante a sabio. Pero no lo censura, tampoco lo riñe. Más bien se ríe de su amigo y de sí mismo, anunciándole que él hará otro tanto, como si de una parodia se tratara.

    Ambos, Colotes y Epicuro, debieron de relatar esta anécdota de sus vidas como algo cómico, al atardecer, en su huerto, ante unos higos, aceitunas, queso y un vaso de vino, en compañía de dos o tres amigos.

    Reírse a costa de las cosas serias, de lo más sagrado, es reírse como lo hacen los dioses, de manera sobrehumana, como si la gracia de la vida bendijera este momento, como si la vida toda riera a través de ellos.



    "Toda amistad es deseable por sí misma; pero tiene su origen en los beneficios."


    (Fin)


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