Adam Zagajewski (Lvov, actualmente Ucrania, 1945) es una de las voces contemporáneas más relevantes. En 1982 se exilió a París y después a Estados Unidos, donde fue profesor de la Universidad de Chicago. Desde 2002 vivió en Cracovia. Ha sido galardonado con el Premio Neustadt de Poesía 2004, con el Premio Europeo de Poesía 2010 y con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017. Acantilado ha publicado sus libros de poesía Tierra del fuego[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2004), Deseo[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2005), Antenas[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2007), Mano invisible[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2012) y Asimetría[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2017); los ensayos Dos ciudades[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2006), En defensa del fervor[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2005), Solidaridad y soledad[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2010) y Releer a Rilke[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (2017); así como su peculiar autobiografía Una leve exageración (2019). Falleció el 21 de marzo de 2021, en Cracovia, Polonia.
Algunos poemas de Adam Zagajewski (de su obra Antenas, Acantilado, traducción de Xavier Farré:
LA PROFESORA DE DICCIÓN DEL
INSTITUTO DE TEATRO SE JUBILA
Es alta, tímida y elegante
con una elegancia un tato anticuada.
Se despide de estudiantes y profesores,
y mira alrededor con desconfianza.
Está segura que maltratarán la lengua,
sin piedad, impunemente.
Recibe el diploma (después escrutará
la expresión). Desaparece entre bastidores,
en a sombra aterciopelada de los focos,
en el silencio.
Ahora nos quedaremos solos.
Maltrataremos la lengua y los labios.
EN UN PISO PEQUEÑO
.............................Le pregunto a mi padre:
.................¿qué haces todo el día? Recordar.
Así pues, en este pequeño piso polvoriento en
...Gliwice,
en un bloque bajo, construido según el modelo
...soviético,
conforme a la norma de que la ciudad debe evocar
...un cuartel,
y las habitaciones, ser estrechas, para frustrar
...reuniones clandestinas,
allí, donde marcha sin descanso un antiguo reloj de
...pared,
revive casi a diario el claro septiembre del 39, el
...silbido de las bombas,
y también el Jardín de los Jesuitas en Lvov, brillado
...como antes
con la luz verde de los arces, de los fresnos y los
...pajarillos,
las canoas en el Dniéster, el olor de la mimbrera y de la
...arena húmeda,
un día caluroso, cuando encontraste a una joven,
...estudiante de derecho,
y el viaje en un vagón de mercancías, al oeste, hasta la
...última frontera,
y un ramo de doscientas rosas que los estudiantes te
...ofrecieron
en agradecimiento por haberlos defendido en la
...primavera del 68,
y acaso también episodios de los que nunca sabré
...nada,
el beso de una mujer que no llegó a ser mi madre,
el temor y la dulce grosella de tu infancia, imágenes
...sacadas
de este abismo acogedor, cuando yo aún no estaba.
Tu memoria trabaja en este piso callado: trabajas,
metódico, en silencio, para resucitar por un instante
el doloroso siglo veinte.
UNA VIDA NORMAL
Nuestra vida es normal,
leí en un periódico arrugado
que alguien dejó en un parque.
Nuestra vida es corriente,
leí en los filósofos.
Una vida normal, días, preocupaciones,
alguna vez un concierto, una charla,
un paseo por las afueras de la ciudad,
una buena noticia, una mala noticia;
pero las cosas y los pensamientos
estaban como inacabados,
sólo esbozados.
Las casas y los árboles
ansiaban otra cosa
y en verano los verdes prados
yacían en un planeta volcánico
como un manto en el océano.
Los cines negros ansían luz.
Febriles respiran los bosques,
las nubes cantan en voz baja,
suolica lluvia una oropéndola.
La vida normal ansía.
A LOS PIES DE LA CATEDRAL
Una vez en junio, al atardecer,
volviendo de una larga expedición
y teniendo aún fresco en la memoria
el olor de los árboles en flor de Francia,
los campos amarillos y los verdes plátanos
que corrían rápidos delante del coche,
estábamos sentados a los pies de la catedral
hablando en voz baja de la catástrofe,
de lo que vendría, de terror inevitable,
y alguien dijo: esto es lo mejor
que podemos hacer ahora,
hablar de la oscuridad en esta sombra tan clara.
AMISTADES IMPOSIBLES
Por ejemplo, con alguien que ya no está
y que tan sólo dejó cartas amarillentas.
O largos paseos al lado de un arroyo
donde en el fondo yacen enterradas
tazas de porcelana; y charlas sobre filosofía
con un estudiante tímido o con el cartero.
Un desconocido de mirada noble,
alguien que nunca encontrarás.
Una amistad con este mundo, cada vez más perfecto
(si no fuera por el olor salado de la sangre).
Este anciano que bebe café
en St. Lazare, y te recuerda a alguien.
Caras que titilaron por un segundo
en un tren suburbano, por la ventana:
alegres caras de viajeros que van tal vez
a un espléndido baile, o a la ejecución.
Y la amistad consigo mismo
(al fin y al cabo no sabes quién eres).
UN CHICO DE DOS CABEZAS
Un chico de quince años tenía un gato
en la abertura de la cazadora azul.
El gato giraba su cabecita
y sus grandes ojos lo observaban
todo, con mucha más atención
que los ojos humanos.
Comparo la mirada perezosa de este chico
en este tren cálido y seguro
con las estrechas y atentas pupilas del gato.
Ante mí tenía un chico de dos cabezas,
la inquiuetud del animal lo hacía más rico.
EN DEFENSA DE LA POESÍA, ETC.
Sí, en defensa de la poesía y del estilo elevado, etc.,
pero también una tarde estival en un pueblo,
cuando huelen los jardines y los gatos están quietos
delante de las casas, como filósofos chinos.
AUTORRETRATO,
NO EXENTO DE DUDAS
A mediodía te colma el entusiasmo,
por la tarde te falta valor
para mirar la hoja escrita.
Siempre demasiado o demasiado poco,
como en esos escritores
que más de una vez te irritan:
unos tan modestos, minimalistas
y poco instruidos
que dan ganas de gritar:
¡eh!, ¡amigo!, coraje,
la vida es bella,
el mundo, rico e histórico.
Otros, vanidosos, dándose importancia
con una increíble erudición:
señores míos, también vais a morir,
les dices (en pensamientos).
El territorio de la verdad
es claramente pequeño, estrecho
como una senda en un precipicio.
¿Puedes sostenerte
en ella?
Tal vez ya la has abandonado.
¿Oyes la risa
o la trompeta del Apocalipsis?
Tal vez una y otra,
la disonancia, un extraño chirrido:
el cuchillo que se desliza
por el vidrio y silba con alegría.
TORMENTA
La tormenta tenía dorados cabellos manchados
de negrura y gemía monótona como una mujer vulgar
que da a luz a un futuro soldado, quizás a un tirano.
Las inmensas nubes, buques de varios pisos,
nos rodeaban, y los hilos escarlata de los relámpagos
se movían rápidos y nerviosos.
La autopista se transformó en el Mar Rojo.
Íbamos por la tormenta como por un abrupto valle.
Tú conducías; te miraba con amor.
GRIEGOS
Quisiera haber sido contemporáneo de los griegos,
hablar con los discípulos de Sófocles,
sentir la gravedad de los misterios secretos,
pero cuando nací vivía y gobernaba
aún el georgiano picado de viruelas
y sus lúgubres policías y teorías.
Fueron años de luto y de memoria,
años de charlas sobrias y de silencio,
había muy poca alegría,
tan sólo algunos pájaros lo ignoraban,
y algunos niños, los árboles.
Por ejemplo, el manzano de nuestra calle
alegremente brotaba en abril
con blancas flores y estallaba
en una risa extática.
ERINA DE TELOS
Murió con diecinueve años.
No sabemos si fue bella y coqueta,
o si recordaba aquellas muchachas
con gafas, secas, inteligentes,
ante las que se esconden los espejos.
Sólo dejó unos cuantos hexámetros.
Presumimos que tuvo la ambición
secreta y vacilante de los introvertidos.
Sus padres la amaron con locura.
Suponemos que quiso expresar
la inmensa verdad de la vida (despiadada
en los bordes y dulce en el centro),
de las noches de agosto, cuando respira
y brilla el mar, cantando como un estornino,
y del amor (inefable, cercano). No
sabemos si lloró al topar con la oscuridad.
Dejó apenas unos cuantos hexámetros
y un epigrama sobre un saltamontes.
Adam Zagajewski, Antenas, Acantilado, 2007
Traducción de Xavier Farré
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