Gabriel Ferrater: “Les dones i els dies” (“Mujeres y días”), 1968
(Gabriel Ferrater i Soler; Reus, 1922 - Sant Cugat del Vallès, 1972) Poeta español en lengua catalana. Especialista en matemáticas y en lingüística, crítico literario y artístico, es autor de una interesante obra poética, marcada por su oposición a la poesía romántica (Mujeres y días, 1968).
Hijo de una familia burguesa, no asistió al colegio hasta la edad de diez años, educándose particularmente y con el apoyo de una respetable biblioteca familiar. En el otoño de 1938 marchó a Burdeos (Francia), donde su padre había sido nombrado consejero del consulado de España. Si hasta este momento sus lecturas literarias importantes habían sido Charles Baudelaire y Paul Valéry, Jorge Guillén y Carles Riba, desde entonces sumaría el conocimiento de los clásicos franceses: Montaigne, Jean Racine, François de La Rochefoucauld, Pierre Choderclos de Laclos y el cardenal de Retz. Por otra parte, aquella situación escolar poco regular le permitiría aprender a leer en inglés y en alemán y descubrir a grandes autores contemporáneos como James Joyce, André Gide, Erns Jünger y Henry de Montherlant.
En 1941, tras su regreso a España, esta formación se iría ampliando con lecturas de filosofía (en particular, sobre la fenomenología alemana y la obra de José Ortega y Gasset. En el otoño de 1947 Gabriel Ferrater inició sus estudios de Ciencias Exactas en la Universidad de Barcelona, se introdujo en el pensamiento matemático y en la filosofía analítica y comenzó a relacionarse con un grupo de pintores barceloneses.
De esta relación y de una visita al Museo del Prado surgió su interés por la pintura, sobre la cual versarían sus primeros escritos, aparecidos en la revista Laye, de cuya sección de crítica de arte fue responsable entre 1951 y 1953. Por esos mismos años inició su relación con el poeta y helenista Carles Riba, quien, separado de la universidad tras la Guerra Civil, impartió su magisterio privadamente en tertulias formadas fundamentalmente por poetas e intelectuales. Al mismo tiempo entabló amistad con los poetas Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral.
Esta relación con los poetas y la lectura de los ingleses Shakespeare, John Donne, Thomas Hardy y W.H.Auden, del alemán Bertolt Brecht y de los clásicos medievales (principalmente Ausiàs March) reavivaron en él su antiguo interés por la literatura, de modo que, entre 1953 y 1964, la práctica de la poesía constituyó su dedicación principal, sólo compartida con los inevitables trabajos editoriales (informes de lectura) y traducciones (de Ernest Hemingway, Peter Weiss, Hjalmar Söderberg, Ernst Gombrich y Manfred Bierwich al castellano para la editorial Seix Barral) que le permitieron subsistir y que continuaría realizando durante toda su vida.
Su obra poética, escrita en catalán, es de aparición tardía y, aunque breve, manifiesta una plena madurez. La poesía de Gabriel Ferrater es de tesitura clásicamente didáctica y su aportación a la poética de su tiempo consiste en la formulación de una experiencia moral problemática, presentada a través de un correlato objetivo de figuración realista y tejida en una controlada estructura formal métricamente estricta, de léxico preciso y de sintaxis lógica. Los temas de la poesía ferrateriana provienen de la observación (y autoobservación) del efecto de las acciones y pasiones humanas, inscritas en el marco de una historia tanto individual como colectiva, lo cual da a su poesía un alto valor testimonial. Por otra parte, sus mejores poemas consiguen un intenso grado de patetismo debido a la sinceridad y a la lucidez con las que se expone o comunica una experiencia tan personal e íntima como irrefutable.
En 1960 publicó Da nuces pueris, su primer libro de poemas, que supuso una sorpresa en el ámbito literario catalán a causa de su originalidad. El escritor rompió con los esquemas tradicionales (de lenguaje y forma) de la poesía catalana de las últimas décadas, ya que trató en un tono muy poco convencional un conjunto de temas (como la guerra civil, el erotismo o una nueva moral) que, en buena parte, habían sido obviados por la poética de la posguerra. El poema In memoriam se cuenta entre los más significativos del libro.
Menja't una cama (Cómete una pierna), de 1962, siguió la misma línea, aunque incidiendo mayormente en el tema erótico. No obstante, hay que tener en cuenta que sus poemas hablan de un "erotismo moral" muy distinto del tradicional arrebato romántico. Teoria dels cossos (Teoría de los cuerpos), de 1966, fue su último libro; se trata de una obra compuesta por tres partes, una de las cuales es una larga composición titulada "Poema inacabat", donde se aprecia la influencia de autor medieval francés Chrétien de Troyes.
En Les dones i els dies (Mujeres y días, 1968) reunió los poemas de los tres libros anteriores, evidenciando en el título los temas principales de su poesía: las relaciones humanas, el amor y la amistad y el paso del tiempo, que constituye una verdadera obsesión en Ferrater. Todo ello conduce a una visión del mundo escéptica y racionalista, con cierta tendencia al pesimismo. La poética de Gabriel Ferrater se inscribe dentro de cierto tipo de realismo de carácter narrativo que busca la expresión de la experiencia moral. Se trata, en definitiva, de una poesía antirromántica, expresada en un lenguaje cercano al coloquial y centrada en los contenidos.
En 1964, después de haber vivido un año en Hamburgo (Alemania), donde trabajó en la editorial alemana Rowolth, Gabriel Ferrater volvió a Barcelona y ocupó el cargo de director literario de la editorial Seix Barral, cargo que abandonó pronto por los ya familiares trabajos eventuales que, aunque le proporcionaban escasa remuneración, le dejaban el margen de libertad necesario para la dedicación a la que sería su última actividad, la lingüística. En 1962 se había matriculado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona, e inició por entonces sistemáticas lecturas de gramática catalana, que afirmaron su interés por la filología y por la lingüística.
A su ya amplio conocimiento de lengua añadió el de los teóricos de la lingüística contemporánea: estudió el transformacionalismo generativista de Noam Chomsky (de quien tradujo al español Cartesian Linguistics), el estructuralismo de Émile Benveniste y de Leonard Bloomfield (de cuya obra Language tradujo los capítulos descriptivos) y a otros lingüistas, convirtiéndose en uno de los primeros especialistas introductores de esta disciplina en España; por ello, en 1968 fue contratado por la Universidad Autónoma de Barcelona como profesor de Lingüística y Crítica Literaria, lo cual institucionalizó una actividad docente que Ferrater ya había ejercido a partir de 1967, a través de cursos ocasionales y de una notable actividad de conferenciante y ensayista, tanto de temas de lingüística como literarios.
Al campo lingüístico pertenecen los artículos que, con el título genérico de De causis linguae, publicó entre 1969 y 1972 en la revista catalana Serra d'Or, así como las notas escritas para su curso de 1971-1972 sobre una gramática transformacional del catalán, cuya formulación definitiva hubiera sido su trabajo de mayor envergadura lingüística y que su suicidio interrumpió. Su obra ensayística fue publicada póstumamente, reunida por temas y en diferentes libros: Sobre literatura (1979), La poesía de Carles Riba (1979), Sobre pintura (1981) y Sobre el llenguatge (1981). También fueron editados diversos escritos ocasionales y documentos de carácter privado y periodístico en un libro titulado Papers. Cartes. Paraules (1986). El último título póstumo publicado fue J. V. Foix i el seu temps (1987).
(Sacado de: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
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Inicio la publicación de mi traducción de la obra de Gabriel Ferrater, Les dones i els dies (Mujeres y días), 1968.
Pedro Casas Serra
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GABRIEL FERRATER: Les dones i els dies (Mujeres y días), 1968
When more is said than must
Then better left unsaid and done.
Your artful songs of love,
The rigor of your spoken lust,
Have now become a cunning sort of
Overrated pun.
JIL JARRELL
Si se habla de más,
es mejor callar y ya está.
Tus ingeniosas canciones de amor,
el rigor de tu lascivia oral,
se han convertido hoy en una artera especie
de juego de palabras abusivo.
JILL JARRELL
I
IN MEMORIAM
Quan va esclatar la guerra, jo tenia
catorze anys i dos mesos. De moment
no em va fer gaire efecte. El cap m’anava
tot ple d'una altra cosa, que ara encara
jutjo més important. Vaig descobrir
Les Fleurs du Mal, i això volia dir
la poesia, certament, però
hi ha una altra cosa, que no sé com dir-ne
i és la que compta. La revolta? No.
Així en deia aleshores. Ajagut
dins d'un avellaner, al cor d'una rosa
de fulles moixes i molt verdes, com
pell d'eruga escorxada, allí, ajaçat
a l'entrecuix del món, m'espesseïa
de revolta feliç, mentre el país
espetegava de revolta i contra-
revolta, no sé si feliç, però
més revoltat que no pas jo. La vida
moral? S'hi acosta, però és massa ambigu.
Potser el terme millor és l'egoisme,
i és millor recordar que als catorze anys
hem de mudar de primera persona:
ja ens estreny el plural, i l'exercici
de l'estilita singular, la nàusea
de l'enfilat a dalt de si mateix,
ens sembla un bon programa pel futur.
Després vénen els anys, i feliçment
també s'allunyen, i se'n va cansant
la mà que acaricia el front tossut
de l'anyell íntim, i ve que adoptem
aquest plural, no sé si de modèstia,
que renuncia al singular, se'n deixa,
però agraint-lo i premiant-lo. Prou.
….Acabades les vacances, sí,
vaig veure que al meu món algú li havia
fet una cara nova. Sang i foc.
No em semblaven horribles, però eren
la sang i el foc de sempre. El meu col·legi
de capellans el van cremar, i el Guiu,
que era el sergent que ens feia fer gimnàstica
pre-militar, i l'odiàvem tots
(torno al plural primer, perquè la vida
regredeix sempre), el Guiu havia estat
assassinat a trets, i ens van contar
que havia costat molt, perquè portava
cota de malla sota la disfressa
de velleta pagesa, i al cistell,
sota els ous, hi amagava tres granades.
El van matar al racó de la placeta
d'Hèrcules, al costat de l'Institut,
que és on sortíem entre dues classes,
i no recordo que el lloc ens semblés
marcat de cap manera, ni volguéssim
trobar en un tronc d'un plàtan una bala
ni cap altre senyal. Quant a la sang,
no cal dir que, potser el dia mateix,
el vent se la va endur. Va fer la pols
potser una mica més pesada, res.
Les parets socarrades del col·legi,
no sé si les recordo o si m'ho penso.
No hi vam entrar. Fèiem la muda, i no
trobàvem interès en els parracs
de vella pell. Oloràvem la por
que era l'aroma d'aquella tardor,
però ens semblava bona. Era una por
dels grans. Sortíem de la por infantil
i teníem la sort que el món se'ns feia
gairebé del tot fàcil. Com més por
tenien ells més lliures ens sentíem.
Era el procés de sempre, i compreníem
obscurament que amb nosaltres la roda
s'accelerava molt. Érem feliços.
….Ho érem tots junts i ho érem sempre i molt.
Ens van fer sindicar, i el sindicat
ens va donar plaers vius i diversos.
Dins un pis requisat, que per nosaltres
era un pis ocupat a l’enemic
(no l’enemic oficial, el nostre),
darrera fums de pòquer, ens endúiem
llibres i mobles, fèiem la barata
de pistoles i bales, saludàvem
a la romana (no per res, els nostres
ens eren més simpàtics, però els altres
tenien més prestigi de malvats),
volíem dur les noies als racons
i com que no en sortíem, neguitosos,
pujàvem i baixàvem pel balcó.
Vam descobrir les putes i el robar.
Robar, ho hauríem vist. Quant als prostíbuls,
se'ns haurien obert ben aviat
però vam guanyar uns mesos. El primer
bombardeig ens el vam passar al refugi
de ca la Sol, i tots teníem por
que ens hi pleguessin. Molt disminuïts,
els pares eren al poder, encara.
L'Isidre va agafar purgacions
el primer de nosaltres, i el seu pare
va triar bé el mal moment de comprar-li
la bicicleta que tant demanava.
Calia que un o altre, cada dia,
la hi manllevés, per donar-li una excusa
de no fer-la servir. Les bicicletes
omplen el meu record del temps aquell.
Era el que més robàvem. Ens havíem
muntat tot un taller per repintar-les
recomponent-les: quadre d'una amb rodes
d'una altra, i tubulars d'una altra encara.
….No sé com, una tarda que ens havíem
esmunyit tots de casa a mig dinar
per arribar al castell de Tamarit,
al moment de sortir, jo no tenia
cap bicicleta. Vaig voler llogar-la
i vaig trobar tancada la botiga
on era conegut. No ho veia justa
i no em vaig resignar. Trucava a cops
de punys i peus, i se’m va obrir la porta.
No hi havia ningú. Vaig agafar
la màquina, i els vaig deixar una nota.
L’excursió va ser angoixosa. Un vent
sense remissions ens ajupia.
I de tornada el vam tenir de cara.
Dret damunt dels pedals, com si pugés
per una costa dura, m’aguantava
clavat i tremolant, sense avançar.
I ens vam anar perdent els uns dels altres.
L’Agustí i jo vam reposar un temps llarg
ajaguts al recer de la cuneta
vora els camps que assolaven per tornar-los
un aeròdrom militar. De nit
i mig a peu, vam acabar el camí.
A les primeres cases, vam trobar
una pastisseria oberta. En hi
vam llançar, i érem nens, érem molt més
nens que no érem, i ens vam deixar caure
per terra, i ajaguts al mosaic fresc
vam menjar uns pans sortint del forn, ficant-hi
tota la cara dins, folls del plaer
d’ésser només fatiga i gana i pes.
Tot podia passar, i no em va sorprendre
ni l’estrèpit sobtat, els crits i els passos,
ni els canons de fusell que m’apuntaven
verticals cap a terra i oliosos,
ni que algú m’aixequés, i m’empenyessin
dins d’una furgoneta, ni que el meu pare
que m’esperava en un local estrany
i discutia amb molta gent, i els pares
dels meus companys hi eren també, i el meu
semblava poc a poc que s’imposava
i se m’enduia a casa. L’endemà
vaig acabar d’entendre que l’empresa
l’havien col.lectivitzat. Cremat,
el comitè ens havia perseguit
tota la tarda, per cobrar la màquina
que l’amo antic hauria vist potser
ben llogada, i ells no. Per alguns dies
els pares nostres se’ns van fer importants.
….Robàvem altres coses. Vam tenir
força temps la mania dels eslips.
Entràvem tots de colla a una botiga,
miràvem, regiràvem, no compràvem,
i ens farcíem camises i jerseis
d'eslips. No sé què en fèiem. No m'explico
tampoc com és que no ens van descobrir.
Més aviat suposo que aleshores
anaven sempre marejats, i tots
atònits, i potser també perversos,
i els reflexos de l’ordre se’ls havien
macat. Els era igual, o els excitava,
d’ésser robats. No sabíem sinó
que els botiguers se’ns ajeien amb ulls
tots aigualits, com de dona vençuda
pel seu violador. Recordo un dia
que vam tornar a triar can Subietes,
on entràvem sovint, i cap vegada
no en sortíem de buit. Ens va servir
l’amo mateix: ens va posar les capses
al taulell, les va obrir, i enretirant-les
lluny de les nostres mans, ens va comptar
les peces en veu alta. Vam deixar-les
sense insistir, i ell les va recomptar.
Quan érem fora, ple d’orgull, vaig treure
l’eslip que havia pres al primer instant,
abans del compte. I no res: l’Albert
n’havia pres un altre. Tots dormien
i tot els crepitava a les orelles.
….El senyor Subietes va morir
assassinat també. Si ara el recordo,
veig roba negra i blanca, i algú dins
que semblava ben vell. Potser no ho era.
Quant al negre, no crec que fos per dol:
era un misser, i aleshores anaven
negres la gent de missa, i també algun
vell elegant, i algun republicà
dels de tota la vida. És per catòlic
que va anar a la presó el vell Subietes.
Va tenir mala sort. Quan era pres,
un dia es va aixecar el gran pànic. Eren
a Salou. Els italians. Ja havien
desembarcat. El comitè de Reus
va requisar tres o quatre autocars,
hi van pujar amb els presos que tenien
i els van dur a la cuneta. Va ser ràpid:
no va durar pas més que aquell perill
imaginari. El Ton és un dels xòfers
que, requisats amb el seu autocar,
van haver d’assistir-hi. Trasbalsat,
mirava de reüll els passejats
com anaven baixant, i li passaven
a frec del seu seient. Els coneixia
gairebé tots. El senyor Subietes
va veure la revulsió del Ton
i se’n va compadir. Quan ja baixava,
deturant-se un moment, li va posar
la mà a l’espatlla, i li va dir: “Ja ho veus,
Tonet, com ens hem de veure”. Un adust
consol. El president del comité
que va manar la saca d’aquell dia,
també l’he conegut. Era l’Oliva.
….És de l'Oliva que ara vull parlar.
Feia, abans, de porter a la Sala Reus,
que és el cine on anàvem els diumenges
a embrutar-nos les mans d'amor.
No el veig d'aleshores. No em dóna cap imatge
sinó vestit de cuir, amb una Luger
que duia culatada amb fusta clara,
més llarga que la cuixa, fent-li més
d'insígnia que d'arma. L'esperit
de simbolisme és flor de temps de guerra.
Ritualistes ho eren, tant l'Oliva
com la seva muller. Van requisar,
per viure-hi ells, una casa de rics
on ella de seguida va trobar
que no feia per casa de senyors
que no hi haguessin cactus. En les plantes
grasses, havia après la dona a veure-hi
l’escreix del viure ric: una menuda
ombra d’ànima, sota el sol immens
del posseir. Aleshores posseïa,
i reia, i reien totes, i compraven
la vida feta coses, finalment
material, mocada d’esperances.
Va ser un moment només, dos o tres mesos.
Les popolane van anar rient,
però sense sorprendre-se’n, rient
com sempre. Els revenia l’esperança
i comprar es feia d’amagat, i ho feien
més aviat els rics. Vam tombar el tomb,
i el camí de tornada, a poc a poc
ens el tancaven marges coneguts.
L’Oliva i els del comitè, jo els veia
sovint que s’esperaven a una taula
d’algun cafè, o anaven pel carrer
de pressa, cap a seure i esperar.
….Una nit hi va haver un concert d'orquestra.
El pare m'hi va prendre, i tremolava
tot jo d'impaciència. La música
parfois nous prend comme une mer, i a mi
que em prenia aleshores una mar
d'un temps que anava a ser perdut, i es veia
perdent-se i desdient-se, m'excitava
la idea de donar-me a un altre flux
més personal, o almenys sense companys,
ni que fos amb el pare. Vaig sentir
Beethoven i Ravel, i ja no sé
on em van derivar, si és que em van prendre.
Acabat el concert, van tocar els himnes:
himne de Riego, Internacional,
els Segadors i la Warszawianka
que feia d'himne de la Fai. La gent
va aplaudir més els Segadors. L'oliva
no hi estava d'acord, i es va abocar
d'un prosceni, cridant. Per fer-nos sords
vam picar encara més de mans. Mirava
les cares que se'n reien, i cridava
mut, com la flama, i rèiem i aplaudíem,
vessant-nos en una aigua. De companys,
com que després n’érem molt amb el pare,
no volíem encara tornar a casa
i ens vam asseure a prendre cafè junts.
Parlàvem de política, i em sembla
que em semblava que no calia cap
revolta (no vull dir en l’ordre polític)
i que amb els grans s’hi pot anar de colla.
De nit, en un cafè, es pot tenir pare.
Va entrar l’Oliva, i ara sé reconèixer
que li sobraven tres o quatre copes.
Sèiem vora la porta, i ens va veure
de seguida. Aferrant la gran culata
que el devia ajudar a aguantar-se dret,
va dir, mirant el pare: “Heu estat vós
el responsable”. (Tot n’anava ple
de responsables, aleshores. Tots
n’eren d’alguna cosa, i no sabien
ben bé de què, i davant de tota cosa
miraven si no es veia algú que en fos
més responsable.) El pare el va saber
distreure amb quatre frases, i l’Oliva
va deixar anar la fusta. Quan, després,
el pare l’explicava, aquell diàleg
es feia molt més llarg. Jo no entenia
que volgués dispersar-ne la concisa
virtut. Ara veig clar de què es tractava:
de dispersar una boira que la veu
no havia traït gens, però en els ulls
havia traspuntat. Em fascinava,
i no li vaig donar el nom que era seu
sempre que travessava pels meus ulls.
M’hi vaig lliscar, passats tres dies, quan
em vaig trobar cara a cara amb l’Oliva
pel corredor de ca la Sol. Els nois
que anàvem pels prostíbuls, no capíem
ben bé com ens trobàvem al reialme
nostre de dret, i que els hostes furtius
eren ells, ni que fossin pistolers.
….Va venir un temps de molts camins, i algú
anava escartejant un joc de cartes
que érem indrets i persones. L’Oliva,
sis o set anys més tard, quan se’ns havia
tornat inesperat, el va conèixer
la meva mare. Un vespre de Bordeus,
quan era sola a casa, li va obrir.
Ell havia pujat la nostra escala
perquè sabia que hi vivien gent
del seu poble. Volia algun auxili.
Va dir que treballava en una usina
dels alemanys, em sembla que a Royan.
Un bombardeig havia destruÏt
la fàbrica i el campament anex.
L’Oliva, per atzar, es trobava fora,
però ho havia perdut tot, la roba
i els diners, tot el seu, sinó la vida
que se li havia fet estranya, i no
n’era ja responsable: els alemanys
s’encarregaven del seu nou destí.
Potser la meva mare va ser l’última
dona que va parlar mai amb l’Oliva
que sabia res d’ell. Li va donar
unes peces de roba, que ell potser
no va arribar a portar. Dos dies
després, un altre bombardeig anglès
el va enxampar.
………………..Com que no sóc
un oranès de Saint Germain, la por
no em sembla pas que sigui cap gran tema
per literar o filosofar. Això sí,
de por molts homes n’han tingut, i d’ells
cal que també se’n parli. Convé dir
que l’Oliva va tenir por, i va fer
por a molta gent, al meu pare i a mi
no gaire forta, al Ton ja més, i a d’altres
tan forta com la seva, o més encara.
IN MEMORIAM
Cuando estalló la guerra, yo tenía
catorce años y dos meses. De momento
no me hizo mucho efecto. Tenía la cabeza
en otras cosas, que todavía ahora
juzgo más importantes. Descubrí
Les Fleurs du Mal, y eso quería decir
la poesía, ciertamente, pero
hay otra cosa, que no sé como explicarla
y es lo que cuenta. ¿La revolución? No.
Así la llamaba entonces. Recostado
en un avellano, en el corazón de una rosa
de hojas mustias y muy verdes, como
piel de oruga desollada, allí, echado
en la entrepierna del mundo, me espesaba
de feliz revolución, mientras el país
estallaba de revolución y contra-
revolución, no sé si feliz, pero
más revolucionado que yo. ¿La vida
moral? Se aproxima, pero me parece ambiguo.
Quizás el mejor término sea el egoísmo,
y es mejor recordar que a los catorce años
tenemos que cambiar de primera persona:
ya nos estrecha el plural, y el ejercicio
del estilita singular, la náusea
del subido sobre de sí mismo,
nos parece un buen programa para el futuro.
Después vienen los años, y felizmente
también se alejan, y se nos va cansando
la mano que acaricia la tozuda frente
del cordero íntimo, y pasa que adoptamos
ese plural, no sé si de modestia,
que renuncia al singular, se deja,
pero agradeciéndolo y premiándolo. Basta.
….Acabadas las vacaciones, sí,
vi que a mi mundo alguien le había
puesto una cara nueva. Sangre y fuego.
No me parecían horribles, pero eran
la sangre y el fuego de siempre. Mi colegio
de curas lo quemaron, y Guiu,
el sargento que nos hacía hacer gimnasia
premilitar, y al que todos odiábamos
(vuelvo al primero del plural, porque la vida
retrocede siempre), Guiu había sido
asesinado a tiros, y nos contaron
que les había costado mucho, porque llevaba
una cota de malla bajo el disfraz
de campesina viejecita, y en el cesto,
bajo los huevos, escondía tres granadas.
Le mataron en el rincón de la plazoleta
de Hércules, junto al Instituto,
que es adonde salíamos entre clases,
y no recuerdo que el lugar nos pareciera
señalado de ninguna manera, ni que quisiéramos
encontrar en el tronco de un plátano una bala
ni cualquier otra marca. En cuanto a la sangre,
no hay que decir que, quizás el mismo día,
se la llevó el viento. Quizás hizo al polvo
algo más pesado, apenas nada.
Las paredes achicharradas del colegio,
no sé si las recuerdo o si lo creo.
No entramos. Estábamos haciendo la muda, y no
encontrábamos interés en los harapos
de la vieja piel. Olíamos el miedo
que era el aroma de aquel otoño,
pero nos gustaba. Era un miedo
de los mayores. Salíamos del miedo infantil
y teníamos la suerte de que el mundo se nos hacía
casi fácil del todo. Cuanto más miedo
tenían ellos más libres nos sentíamos.
Era el proceso de siempre, y comprendíamos
oscuramente que con nosotros la rueda
se aceleraba mucho. Éramos felices.
….Lo éramos juntos y lo éramos siempre y mucho.
Nos hicieron sindicar, y el sindicato
nos proporcionó placeres vivos y diversos.
Dentro de un piso requisado, que para nosotros
era un piso ocupado al enemigo
(no el enemigo oficial, el nuestro),
tras humos de póquer, llevábamos
libros y muebles, intercambiábamos
pistolas y balas, saludábamos
a la romana (no por nada, los nuestros
nos eran más simpáticos, pero los otros
tenían más prestigio de malvados),
queríamos llevar a las muchachas a los rincones
y como no lo lográbamos, inquietos,
subíamos y bajábamos por el balcón.
Descubrimos a las putas y robar.
Robar, lo habríamos visto. En cuanto a los prostíbulos,
se nos habrían abierto muy pronto
pero ganamos unos meses. El primer
bombardeo nos lo pasamos en el refugio
de casa la Sol, y todos teníamos miedo
de que nos pillaran. Aunque muy disminuidos,
los padres estaban todavía en el poder.
Isidro cogió purgaciones
el primero, y su padre
eligió bien el momento de comprarle
la bicicleta que tanto pedía.
Hacía falta que uno u otro, cada día,
se la pidiese, a fin de darle una excusa
para no usarla. Las bicicletas
llenan mi recuerdo del aquel tiempo.
Era lo que más robábamos. Nos habíamos
montado un taller completo para repintarlas
recomponiéndolas: el cuadro de una con las ruedas
de otra, y todavía los tubos de otra.
….No sé como, una tarde en que nos habíamos
escabullido todos de casa a media comida
para ir al castillo de Tamarit,
en el momento de salir, yo no tenía
ninguna bicicleta. Quise alquilarla
y encontré cerrada la tienda
donde me conocían. No me parecía justo
y no me resigné. Golpeaba
con los puños y con los pies, y se me abrió la puerta.
No había nadie. Cogí
la máquina, y dejé una nota.
La excursión fue angustiosa. Nos doblaba
sin parar el viento.
Y de vuelta lo tuvimos de cara.
De pie sobre los pedales, como si subiera
una dura pendiente, me aguantaba
fijo y temblando, sin avanzar.
Y nos fuimos distanciando unos de otros.
Agustín y yo descansamos un buen rato
echados al cobijo de la cuneta
junto a los campos que arrasaban para convertirlos
en un aeródromo militar. Por la noche
y medio a pie, terminamos el camino.
En las primeras casas, encontramos
abierta una pastelería. Nos
lanzamos a ella, y éramos niños, mucho más
niños de lo que éramos, y nos tiramos
al suelo, y echados sobre el mosaico fresco
comimos unos panes recién salidos del horno, metiendo
toda la cara dentro, locos por el placer
de ser solo fatiga y hambre y peso.
Todo podía ocurrir, y no me sorprendió
ni el estrépito repentino, los gritos y los pasos,
ni los cañones de fusil que me apuntaban
verticales hacia tierra y aceitosos,
ni que alguien me levantara, y me empujaran
dentro de una furgoneta, ni mi padre
que me esperaba en un local extraño
y discutía con mucha gente, y los padres
de mis compañeros también estaban, y el mío
parecía que poco a poco se imponía
y se me llevaba a casa. Al día siguiente
supe que habían colectivizado
la empresa. Quemado,
el comité nos había perseguido
toda la tarde, para cobrar la máquina
que el antiguo amo quizás habría visto
bien alquilada, y ellos no. Durante unos días
nuestros padres nos parecieron importantes.
….Robábamos otras cosas. Tuvimos
bastante tiempo la manía de los slips.
Entrábamos juntos a una tienda,
mirábamos, revolvíamos, no comprábamos,
y nos llenábamos camisas y jerseys
de slips. No sé qué hacíamos con ellos. Tampoco
me explico cómo no nos descubrieron.
Pero supongo que por entonces
iban siempre mareados, y totalmente
atónitos, y quizás también turbados,
y los reflejos del orden se les habían
estropeado. Ser robados les daba igual,
o les excitaba. No sabíamos sino
que los tenderos se nos sentaban con ojos
llorosos, como de mujer vencida
por su violador. Recuerdo un día
que volvimos a elegir casa Subietes,
donde entrábamos a menudo, y nunca
salíamos de vacío. Nos atendió
el propio amo: nos puso las cajas
sobre el mostrador, las abrió, y alejándolas
de nuestras manos, contó
las piezas en voz alta. Las dejamos
sin insistir, y él las recontó.
Cuando estábamos fuera, lleno de orgullo, saqué
el slip que había cogido al principio,
antes de que los contara. Y eso no es todo: Alberto
había cogido otro. Todos dormían
y les crepitaba todo en los oídos.
….El señor Subietes también
murió asesinado. Si lo recuerdo,
veo ropa negra y blanca, y dentro alguien
que parecía muy viejo. Quizás no lo era.
En cuanto al negro, no creo que fuera por luto:
era un misero, y entonces la gente de misa
iban de negro, y también algún
viejo elegante, y algún republicano
de los de toda la vida. El viejo Subietes
fue a la cárcel por católico.
Tuvo mala suerte. Estando preso,
un día se levantó un gran pánico. Estaban
en Salou. Los italianos. Ya habían
desembarcado. El comité de Reus
requisó tres o cuatro autocares,
subieron con los presos que tenían
y los llevaron a la cuneta. Fue rápido:
no duró más de lo que aquel peligro
imaginario. Ton fue uno de los chóferes
que, requisados con su autocar,
tuvieron que asistir. Asustado,
miraba de reojo como los paseados
iban bajando, y le pasaban
muy cerca de su asiento. Los conocía
casi a todos. El señor Subietes
notó el nerviosismo de Ton
y se compadeció. Cuando bajaba,
deteniéndose un momento, le puso
la mano en el hombro, y le dijo: “Ya ves,
Tonet, como nos tenemos que ver”. Un adusto
consuelo. El presidente del comité
que mandó la saca de aquel día,
también lo he conocido. Era Oliva.
….Es de Oliva de quien os quiero hablar.
Antes, hacia de portero en la Sala Reus,
que es el cine donde íbamos los domingos
a ensuciarnos las manos de amor. No lo veo
desde entonces. No me viene otra imagen
sino vestido de cuero, con una Luger
que llevaba culatada con madera clara,
más larga que el muslo, sirviéndole más
de distintivo que de arma. El espíritu
de simbolismo es flor de tiempos de guerra.
Ritualistas lo eran, tanto Oliva
como su mujer. Requisaron,
para vivir ellos, una casa de ricos
donde ella enseguida encontró
que no era apropiado en una casa de señores
que no hubieran cactus. En las plantas
crasas, había aprendido la mujer a ver
el summum de la vida de ricos: una pequeña
sombra de alma, bajo el sol inmenso
del poseer. Entonces poseía,
y reía, y reían todas, y compraban
la vida hecha cosas, finalmente
material, limpia de esperanzas.
Fue por poco tiempo, dos o tres meses.
Las popolane fueron riendo,
pero sin sorprenderse, riendo
como siempre. Les volvía la esperanza
y se compraba a escondidas, y lo hacían
más bien los ricos. Doblamos la esquina,
y el camino de vuelta, despacio
nos lo cerraban márgenes conocidos.
A Oliva y los del comité, los veía
a menudo que esperaban en la mesa
de algún café, o iban por la calle
deprisa, a sentarse y esperar.
….Una noche hubo un concierto.
Mi padre me invitó, y yo temblaba
de impaciencia. La música
parfois nous prend comme une mer, y a mí
que entonces me prendía un mar
de un tiempo que iba a ser perdido, y se veía
perdiéndose y desdiciéndose, me excitaba
la idea de darme a otro flujo
más personal, o al menos sin compañeros,
aunque fuera con mi padre. Escuché
Beethoven y Ravel, y no sé
donde me llevaron, si es que me atraparon.
Acabado el concierto, tocaron los himnos:
el himno de Riego, la Internacional,
los Segadores y la Warszawianka
que hacía de himno de la Fai. La gente
aplaudió más los Segadores. Oliva
no estaba de acuerdo, y salió
al proscenio, gritando. Para hacernos los sordos
aplaudimos todavía más. Miraba
las caras que reían, y gritaba
mudo, como una llama, y reíamos y aplaudíamos,
derramando lágrimas. Compañeros,
como éramos después con mi padre,
no queríamos volver aún a casa
y nos sentamos juntos a tomar café.
Hablábamos de política, y me parece
que me parecía que no hacía falta ninguna
revolución (no quiero decir en el orden político)
y que con los mayores se puede ir de pandilla.
Por la noche, en un café, se puede tener padre.
Entró Oliva, y ahora sé reconocer
que le sobraban tres o cuatro copas.
Estábamos sentados junto a la puerta, y nos vio
enseguida. Agarrando la gran culata
que le debía ayudar a tenerse en pie,
dijo, mirando a mi padre: “Usted ha sido
el responsable”. (Entonces todo estaba
lleno de responsables. Todos
lo eran de algo, y no sabían
muy bien de qué, y ante cualquier cosa
miraban si encontraban a alguien que fuera
más responsable.) Mi padre lo supo
distraer con cuatro frases, y Oliva
soltó la madera. Después, cuando
mi padre lo explicaba, aquel diálogo
se hacía mucho más largo. Yo no entendía
que quisiera dispersar la concisa
virtud. Ahora veo con claridad de que se trataba:
de dispersar una niebla que la voz
no había traicionado, pero que había
asomado en los ojos. Me fascinaba,
y no le di el nombre que le correspondía
siempre que atravesaba por mis ojos.
Me asomó, pasados tres días, cuando
me encontré frente a frente con Oliva
en el corredor de casa de la Sol. Los chicos
que íbamos por los prostíbulos, no acabábamos
de comprender que nos encontrábamos en nuestro reino
por derecho propio, y que los huéspedes furtivos
eran ellos, ni que fueran pistoleros.
….Llegó un tiempo de muchos caminos, y alguien
iba barajando un juego de cartas
que formábamos lugares y personas. A Oliva,
seis o siete años más tarde, cuando
no lo esperábamos, lo conoció
mi madre. Una tarde de Burdeos,
cuando estaba sola en casa, le abrió.
Él había subido nuestra escalera
porque sabía que allí vivía gente
de su pueblo. Quería un poco de ayuda.
Dijo que trabajaba en una fábrica
de los alemanes, me parece que en Royan.
Un bombardeo había destruido
la fábrica y el campamento anexo.
Oliva, por azar, se encontraba fuera,
pero lo había perdido todo, la ropa
y el dinero, todo cuanto tenía, menos la vida
que se le había vuelto extraña, y de la que no
era ya responsable: los alemanes
se encargaban de su nuevo destino.
Quizás mi madre fue la última
mujer que habló con Oliva,
que supo algo de él. Le dio
unas prendas de vestir, que probablemente él
no llegó a llevar. Dos días
después, otro bombardeo inglés
lo pilló.
………Como no soy
un oranés de Saint Germain, el miedo
no me parece que sea ningún gran tema
para escribir o filosofar. Eso sí,
miedo han tenido muchos hombres, y de ellos
hace falta que también se hable. Conviene decir
que Oliva tuvo miedo, y dio miedo
a mucha gente, a mi padre y a mí
no muy fuerte, a Ton más, y a otros
tan fuerte como el suyo, o aún más.
Gabriel Ferrater, Les dones i els dies, 1968
(Versión de Pedro Casas Serra)
(continuará)
Última edición por Pedro Casas Serra el Sáb 28 Mayo 2022, 12:40, editado 1 vez
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