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    “Byron sin marca” por Carles Barba (La Vanguardia, 20-10-2018)

    Pedro Casas Serra
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    “Byron sin marca” por Carles Barba (La Vanguardia, 20-10-2018) Empty “Byron sin marca” por Carles Barba (La Vanguardia, 20-10-2018)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 24 Oct 2018, 05:17

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    “Byron sin marca” por Carles Barba (La Vanguardia, 20-10-2018)

    De los cinco grandes poetas del romanticismo inglés, el más carnal y el más irónico es George Gordon Byron (Londres, 1788 – Mesolongi, 1824). Siempre se tomó un poco a chunga la figura del bardo que imposta una voz metafísica o vidente, y si se dio tanta maña para manejarse en verso – al punto de componer poemas narrativos de tanto aliento como Childe Harold o Don Juan – fue en parte para estar a la moda y en parte para mejor granjearse un público que pedía estas métricas. En él en cualquier caso había también un prosista de gran fuste, y un autobiógrafo tan pronto desinhibido como acometido por apremios de pudibundez , y es esa veta la que derramó en innumerables cartas y en los diarios. De sus cartas pudimos hacer una cata en 1999 en el volumen Débil es la carne traducido inmejorablemente por Eduardo Mendoza, que recogió una idea de Jaime Gil de Biedma que la muerte le impidió culminar.

    Ahora, gracias al escritor Lorenzo Luengo podemos degustar los Journals, que byron emprendió a los 25 años, cuando todavía vivía en Londres, era muy solicitado en los salones y alternaba con la grey de las letras, desde Sheridan a Madame de Stael, A una primera entrega londinense le siguen en la presente edición tres bloques más, el Diario alpino (sobre su errancia por Suiza y su estancia con los Shelley); el Diario de Rávena (donde consolidó un amor con la condesa Guiccioli y ayudó a los carbonarios en su lucha por una nueva Italia); y el Diario de Cefalonia, que refleja el salto a Grecia, su implicación en la guerra contra los turcos y la legendaria muerte por fiebres en Mesolongi. El volumen se completa con unos Pensamientos aislados, cuadernos de bitácora donde el poeta anotó recuerdos, cotilleos y digresiones, más o menos filosóficas.

    ¿Qué aporta sustancialmente este manojo de textos escritos entre 1813 y 1824 en un estilo vivaz y rápido, casi siempre a vuelapluma? Nos dibujan otro Byron, lejos del cliché del poeta disfrazado de corsario. Emerge aquí un autoanalista que apartándose momentáneamente de la vida licenciosa, mundana y conspirativa que lleva, se estudia a sí mismo y se afana por conocerse, más allá de la pose y del mito que es muy consciente de encarnar.

    Claro está que le halaga la fama, y que le lea Goethe en Weimar, y que hasta en Java sepan de sus versos. Pero en los diarios fundamentalmente ensaya una introspección de sus contradicciones y se encara con sus propias fisuras. Sesenta años antes de que Rimbaud declarase “je est un autre”, Byron deja dicho: “Separar mi yo de mí ha sido siempre mi único, mi absoluto, mi más sincero motivo para dedicarme a la escritura”. Y diríase que si acude a fiestas, frecuenta clubs, se mata a cabalgar o se lanza a incontables aventuras con condesas y mujeres de zapateros es para volver más fresco a su tarea de reinterpretarse y descifrarse sin cesar, Desde luego se le puede emparentar con otros diaristas ingleses que le antecedieron (Samuel Pepys, James Boswell…), pero por la libertad de sus juicios, lo intempestivo de sus estallidos y la asistemacidad de sus opiniones (“mi mente es un fragmento”) le sentimos cercano a un Stendhal y hasta a un Nietzsche. “¡Menuda colección!”, exclama describiendo a los aristócratas congregados en los palcos del Covent Garden , para inmediatamente añadir: “y yo mismo al cabo soy el peor de todos”. Esta ausencia de toda complacencia en la valoración de los caracteres (Napoleón para él es un claudicador, y Petrarca, un llorón) y, por otro lado, el candor con que se suma a las causas revolucionarias, arriesgando su dinero y su pellejo, nos redefinen su figura con acentos humkanísimos y su mente como un campo de pulsiones en liza continua.

    “¿Quién escribiría si tuviera algo mejor que hacer?” se pregunta en giro paradójico contra sí mismo. Él se sentía hombre de acción, viajero incansable, amador insaciable y nadador portentoso (cruzó una vez el Helesponto), pero nunca pudo ni supo ni quiso deshacerse de la servidumbre de la pluma. Incluso en sus años más golfos, constataba: “nunca paso mucho tiempo sin ansiar la cercanía de mi lámpara y mi baqueteada biblioteca”.

    Los Diarios traslucen en definitiva al hombre en su desnudez, con sus miedos, fobias y melancolías, y que si no hubiera podido aliviarse sobre el papel – lo dice varias veces – se habría vuelto loco o se habría suicidado.

    Carles Barba

    (A propósito de la publicación de Diarios, Galaxia Gutemberg, traducción, edición y notas de Lorenzo Luengo, 384 páginas, 22,50 euros)

    ***

    “El exiliado contra el laureado”, por Carles Barba (La Vanguardia, 20-10-2018)

    Coincidiendo con los Diarios, la colección Alba Poesía publica este otoño un tomo de versos de Lord Byron, en edición bilingüe y traducción y notas de José C. Vales. La obra incluye por un lado un poema largo, La visión del juicio (1821), considerado por Harold Bloom (y por José María Valverde) de lo mejor de la producción del vate inglés; y por otra parte se reúnen algunos de sus más logrados Poemas de amor, entre ellos el conocidísimo La tumba de Churchill.

    Vale decir que La visión del juicio es una colección de 106 estrofas en octava rima en las que nuestro autor escarnece a Robert Southey, coetáneo suyo y poeta laureado que cometió la temeridad de atacarle en su vida privada (acusándole de formar parte junto con los Shelley de una "Liga del incesto”). Byron se revolvió como un tigre y zahirió a Suthey con tal brío que sobrepasó la mera sátira y alcanzó cotas poéticas excepcionales. Firmó por cierto su parodia Quevedo Redivivus, en claro guiño a nuestro clásico castellano, cuyos Sueños escenifican en algunos casos visiones celestiales. En el caso de Byron la acción se desarrolla enteramente en el cielo, y se centra en San Pedro, San Miguel, Satanás y una amplia cohorte de ángeles y demonios, quienes en un momento dado reciben el alma del rey Jorge III y dirimen sobre a dónde le corresponde ir. Southey asoma por allí al final, y las cohortes salen huyendo, incapaces de soportar su verbosidad. Nótese que la obra está firmada en Rávena, donde murió el poeta exiliado por antonomasia, Dante. La visión del juicio podría leerse así como la acometida de un poeta desterrado contra otro instalado.

    El volumen de Alba se completa con diecinueve Poemas de amor. En su lírica breve Byron dio algunos de sus mejores frutos, y aquí podemos espigar composiciones que están infaltablemente en las antologías de poesía romántica. José C. Vales ha seleccionado piezas de todas las épocas (incluida la última, Hoy cumplo treinta y seis años) y hay que subrayar que en las más conmovedoras el sentimiento de pérdida funde la pasión más exaltada con el olvido y la muerte. En No quiero recordar, no quiero recordar, por ejemplo, la evocación de un amor desvanecido resulta tan intolerable que el poeta implora “...no me hables, no me recuerdes / aquellos momentos...” A la vista está que Byron supo cristalizar en exaltadas composiciones sus experiencias amatorias, y aquí podemos leer las que le despertó una prima política (“viene tan bella”), una misteriosa Theresa (“oh, arrebatada en la flor de la belleza”) o su propia esposa Annabella Milbank, de la que se separó al cabo de un año (“que te vaya bien”). No se pierdan los Versos escritos en el camino entre Florencia y Pisa, Byron declara ahí que cambia todos los laureles por los días de juventud idos, y que la gloria en todo caso solo le halaga si la ve reflejada indirectamente en los ojos de la dama amada.

    Carles Barba

    (A propósito de la publicación de La visión del juicio. Poemas de amor, Alba, 240 páginas, 18’50 euros)

    ***

    “Viví, amé, bebí sin medida”

    (Extractos de los diarios y poemas de Lord Byron publicados por Galaxia Gutenberg y Alba respectivamente.)

    “A los veinticinco, cuando lo mejor de la vida ha quedado atrás, uno debiera ser algo. Y ¿qué soy yo? Nada sino estos veinticinco… y unos cuantos meses. ¿Qué he visto? Al mismo hombre por todo el mundo, ¡ay. Y a la misma mujer!” DIARIOS, P. 91

    “La preferencia que se tiene hacia los escritores por encima de los individuos activos, el formidable revuelo, propio y ajeno, que se monta alrededor de los escribas y su garabateo, es un signo de afeminamiento, degeneración y debilidad (…) Acción, acción, acción dijo Demóstenes: “Acciones, acciones”, digo yo, y no escribir… y menos aún rimar”
    DIARIOS, P 109-110

    “El círculo social de la casa Holland es muy interesante: siempre hay alguien que merece la pena conocer. Me atiborré de esturión y me excedí con el champán y con el vino en general, pero no se me subió a la cabeza. Cuando como en serio, trago como un árabe o una boa, ya sea pescado o verdura, pero nunca carne”
    DIARIOS, P. 117

    “Hay algo que me resulta muy tranquilizador en la presencia de una mujer, alguna extraña influencia, incluso sin estar enamorado, que no consigo explicar del todo, pues no tengo una opinión muy elevada de su sexo. Y aún así me siento siempre de mejor humor conmigo mismo y con todo lo demás si tengo una mujer a mano” DIARIOS P. 141

    “Si lamentas la juventud, por qué vives? / La patria de las muertes honrosas / está aquí: ¡Ve al campo de batalla y entrega / tu último aliento!” “Hoy cumplo treinta y seis años”

    “Viví, amé, bebí sin medida, como tú, / y morí: que la tierra no pudra mis huesos. / Lléname tú: tú no puedes hacerme daño, / los gusanos tienen bocas más asquerosas que la tuya”
    VERSOS GRAVADOS EN UNA COPA HECHA CON UNA CALAVERA

    “Los mejores días de la vida fueron nuestros, / los peores no pueden sino ser solo míos: / el sol que nos alegra, la tormenta que nos entristece, / ya nunca serán tuyos” (“Ya has muerto, tan joven y bella”)

    “Podré olvidar… podrás olvidar tú, / cuando jugaba con tu pelo dorado, / lo deprisa que latía tu vibrante corazón? ¡Oh!, lo juro por mi alma, aun te veo, / con tu lánguida mirada, con tu pecho hermoso, / y los labios, aunque callados, respirando amor” “No quiero recordar, no quiero recordar”


    .


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