Hay preguntas sencillísimas que no encuentran respuesta, trastocando el simbolismo de los hechos fundamentales que cualquier religión asume como verdades ciertas.
Filósofos, teólogos y sabios han pretendido dar cima a pregunta tan somera, como: ¿Quién creó o hizo a Dios?
Pues si todo lo que existe nace de la previa existencia de otro ser, cosa o principio, resulta inconcuso el pensar: que ese Dios fue creado por algo o alguien antes existía y así, sucesivamente, hasta el infinito: del creador y lo creado. De lo que cabe colegir que ese Dios, cual cosa creada, tuvo previo un creador que también fue creado.
Los católicos, para hacer desechar ese deseo innato a cualquier inteligencia, de pensar, meditar, discurrir y analizar sobre todo lo existente, inventaron un sentimiento en que fundan su religión, que es la FE, principio básico para creer lo que no se ve, se demuestra o se asimila, cuya certeza no cabe discutir por ser una verdad rebelada y de la que es pecado el dudar.
Pero vino Juan XXIII a decir, que el ser humano tiene capacidad para saber pensar y discernir, creando gran desbarajuste en aquellos que se pusieron a meditar que la FE encubre cosas que no pueden ser verdad a la simple luz de la inteligencia.
Filósofos, teólogos y sabios han pretendido dar cima a pregunta tan somera, como: ¿Quién creó o hizo a Dios?
Pues si todo lo que existe nace de la previa existencia de otro ser, cosa o principio, resulta inconcuso el pensar: que ese Dios fue creado por algo o alguien antes existía y así, sucesivamente, hasta el infinito: del creador y lo creado. De lo que cabe colegir que ese Dios, cual cosa creada, tuvo previo un creador que también fue creado.
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