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    COVID-19: “Convivir con la muerte” por John Carlin (La Vanguardia, 19-04-2020)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 19 Abr - 16:35

    .


    “Convivir con la muerte” por John Carlin
    (La Vanguardia, 19-04-2020)


    Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos, dice Jesucristo, quizá anticipándose a una de las creaciones más curiosas de su Padre, el coronavirus. Hoy todos nos esforzamos en esquivar el contagio de la peste. El día de mañana los que se han contagiado, la enorme mayoría de los cuales estarán vivos y sanos, provocarán envidia.

    Los primeros serán los inmunes, los últimos serán los no inmunes. Los primeros serán los que no son contagiosos, los últimos serán los que aún puedan contagiar.

    Siempre suponiendo, claro, que haber superado el virus signifique no volver a enfermarse, ni poder transmitirlo al prójimo.

    Supongámoslo.

    En tal caso no es del todo disparatado imaginar que de aquí a unos meses se darán carnets a aquellos que hayan tenido el virus, permisos para poder salir de casa, ir a los bares, a los restaurantes, a los cines y a los partidos de fútbol. Los que no tengan el carnet tendrán que identificarse con, por ejemplo, un brazalete amarillo. Solo podrán acudir a los lugares de trabajo los que tengan el carnet. Habrá fiestas en las que se invitará solo a los que lo tengan. Se creará una nueva versión del apartheid, palabra en afrikaans que significa separación. Habrá gente de primera y de segunda clase.

    Con lo cual llegaremos a una situación polarmente opuesta a la actual. Los que no se han contagiado se querrán contagiar. Organizarán fiestas los que no tienen carnet e invitarán a gente que está manifestando los síntomas del virus. ¿Tienes fiebre? ¿Tienes tos? ¡Bienvenido! Todos te abrazaremos y te pediremos un beso. Serás la persona más querida de la fiesta.

    Haber escrito esto hace un par de meses hubiera sido ciencia ficción. Ahora les podrá parecer a algunos un delirio, pero no es inconsecuente con los tiempos locos en los que vivimos, tan locos que todos cargamos con dos ideas absolutamente contradictorias a la vez. Por un lado, nos esforzamos en no contagiarnos; por otro, deseamos fervorosamente que ya nos hayamos contagiado.

    Esta mañana (viernes) me di el lujo de salir de casa e ir al mercado. Me encontré ahí con una amiga que no había visto en varios meses. En condiciones normales la hubiera dado un beso. Esta ve nos saludamos sin tocarnos, manteniendo siempre la distancia reglamentaria. En condiciones normales hubiéramos ido a tomar un café. Esta vez nos despedimos después de menos de un minuto. Quizá ella sea una de las leprosas, pensé yo. Quizá él es uno de los leprosos, habrá pensado ella.

    Vuelvo a casa, hablo por Skype con un amigo en Londres, y los dos expresamos el deseo que todos compartimos. Ojalá nos haya tocado la lepra. O sin habernos enterado, ya que parece que el coronavirus puede no producir síntomas; o tras haber sufrido en los últimos dos meses lo que creíamos que había sido una gripe normal, o un resfriado, o simples dolores de cabeza.

    ¡No, no quiero contagiarme!, decimos. Y a la vez, ¡sí, por favor, quiero haberme contagiado!

    Los que critican a los gobernantes, pónganse en su lugar. Los pobres se pasaron años haciendo todos los numeritos que las viejas convenciones electorales exigen para llegar al poder. Y ahora que han llegado resulta que el tema no es subir o bajar los impuestos, o resolver el problema catalán, o consumar el Brexit antes de fin de año. El tema es evitar el coronaviruscidio y a la vez evitar la destrucción de la economía. No existen mapas para ninguno de estos dos destinos. Volamos a ciegas.

    Hay gente que dice que es inmoral pensar  en la economía cuando lo único que importa es salvar vidas. Pero la economía no es una abstracción. La economía son los 22 millones de personas que han perdido sus trabajos en Estados Unidos, el país con el sistema capitalista más despiadado del mundo occidental. La economía es un vídeo que me acaba de mandar una amiga desde el centro de la otrora ciudad próspera de Barcelona. Era de una cola de 200 metros de gente esperando que les regalasen un café y algo sólido de comer. Hoy salvar vidas significa no una sino dos cosas: que la gente no se muera del virus y que los que no se mueran tengan motivos para querer seguir viviendo.

    Todos los gobernantes de los 50 o más países en cuarentena se tienen que estar preguntando primero, ¿cómo demonios se me ocurrió meterme en la política? Y, segundo y bastante más urgente, ¿cuándo y cómo vamos a acabar con el confinamiento? Seguro que a algunos se les habrá ocurrido alguna variante sobre la idea del carnet -licencia para vivir- y la opción marca de Caín, los brazaletes.

    La cuestión ahora, y hasta el feliz y aún lejano día en el que llegue la vacuna y esté disponible para todos, es ¿cómo convivir con el coronavirus?

    Una opción sería fijarse en el modelo sueco. En Suecia los bares y los restaurantes siguen abiertos, las tiendas también. Se recomienda que los ancianos y los que padecen enfermedades previas se aíslen, y a los demás se les permite salir de casa pero pidiéndoles que observen las distancias con sensatez y que no se reúnan en grupos de más de cincuenta. El precio de mantener lo más parecido que hay en Europa a la antigua normalidad ha sido, hoy en día, que el número de muertes per cápita es apreciablemente más bajo que en Italia o España pero más alto que en Alemania o Dinamarca. Las consignas del Gobierno sueco son “que no cunda el pánico” y “compórtense como adultos”.

    Ante la creciente impaciencia de mucha gente y el creciente temor a las consecuencias para el día a día de la vida, ante la creciente duda de si el confinamiento total sigue teniendo sentido (o, como algunos se preguntan, “¿estamos haciendo el gilipollas?”), quizá haya llegado la hora en la que todos los gobiernos tengan el coraje de tratar a sus ciudadanos más como adultos y menos como carne electoral. Por ejemplo, cambiando la pregunta de “¿cómo convivir con el coronavirus?”, a “¿cómo convivir con la muerte?”. La terrible noticia de la que algunos parecen no haberse percatado es que todos nos morimos, y cuanto más mayores seamos más pronto perderemos la vida. Como dijo hace unos días el premio Nobel de Literatura sudafricano J.M. Coetzee, “la plaga nos ofrece simplemente una percepción más aguda de nuestra mortalidad”.

    Luchar contra la muerte está biológicamente programado en los humanos, como en todos los demás animales. En eso estamos ahora. Bien. Pero quizá la pregunta más importante, la que todos nos deberíamos hacer para determinar qué pasos dar ahora en adelante, es, ¿a qué le debemos tener más miedo, a morir o a vivir mal? Ayudará en la respuesta reconocer que lo primero no lo podemos controlar, lo segundo, hasta cierto punto, sí.

    John Carlin (La Vanguardia, 19-04-2020)


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