Y quién puede saber lo que será mañana.
A lo mejor mañana decide un pobre hombre
detenerse a mirar los cielos asesinos
de una noche,
mientras se le achicharra la vida que metió en el microondas,
o a lo mejor mañana tu y yo nos encontramos en la misma parada del 40
y nos montamos juntos
y ya no nos bajamos
hasta sentir que el clamor de lo humano nos invita a la muerte,
a la música entera que se incendia
con promesas apócrifas, al banquete de fin de temporada
propuesto por el gremio de escapistas
que quieren ser princesas.
Y por qué no, a lo mejor Adán
prefiere no comerse la manzana
y leer una carta escrita en el principio de los tiempos,
y descubre que la inmortalidad
es cosa únicamente
de ciertos mecanismos que no tienen tristeza,
ni conmiseración con los siete pecados capitales
que llevan las serpientes en la boca.
O a lo mejor, quien sabe, un domingo a las ocho
decides encontrarte con lo que siempre has sido
y terminas tomando chocolate con churros
entre el vértigo opaco que ofrece San Ginés.
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