“En legítima defensa. Poetas en tiempos de crísis” (Bartleby Editores, Madrid 2014)
Prólogo
Que un grupo de poetas se concierte para hacer un libro motivado por una causa concreta y grave hace necesario, y este es nuestro caso, señalar la causa y declarar el carácter de la voluntad reunida.
España está dolorosamente sumergida en una que dicen “crisis económica”. ¿Crisis económica? La verdad es otra: potencialmente, existen los mismos bienes y recursos, la misma fuerza del trabajo; en resumen, la misma economía real que en tiempos que no se consideraron “críticos”. Pero la economía real ha sido falsificada, convertida a la dinámica especulativa. La falsificación es antigua y sucesiva en etapas orientadas a instaurar el capitalismo, alternativamente asistido por dictaduras y democracias (la democracia es su “máscara sonriente”), por absolutismos y liberalismos, como único poder mayor. Así ha sido y es en España. No solo en España, pero España nos concierne en cercanía, y este libro ha sido pensado en ella y para ella.
El capitalismo se ha movido con torpeza; advierte sus desequilibrios internos y teme que estos sean indicios de una quiebra histórica y global del sistema. Desde este temor, trata de fortalecerse despojando aún más a los de siempre, a los pobres y sometidos. En su cruel economicismo financiero, el capital opina que las actuales plusvalías creadas por el trabajo no bastan y que las que llaman carga sociales no son sostenibles. Y vuelve a decidir: la solución consiste en paro y desamparo; en desahucios, enfermedad, hambre, incultura… En sufrimiento, en muerte, incluso. La “solución”, está claro, comporta “crímenes sociales”.
Los poetas reunidos quieren que su libro sea entendido como un acto de acusación y de protesta ante la creación de este sufrimiento, ante la “administración” de una vida más privada que nunca de bienes subsistenciales. Pero ¿puede, ciertamente, hacer algo la poesía en este trance? Algo puede hacer, sí. Los poetas pueden dar señal de unas convicciones que descalifican moral y socialmente al capitalismo con solo reunirse precisamente para significar su acusación, su protesta y su identificación con los despojados. No es poco, pero aún cabe añadir otras formas de acción, derivadas, precisamente, de la naturaleza de la poesía.
Dice Sartre que la poesía, al ser radicalmente subjetiva, no puede modificar circunstancias objetivas. Cierto e incierto. La poesía no puede modificar directamente la praxis financiera, pero su fuerza emocional y sensible sí puede intensificar las conciencias, propiciar la adopción de un pensamiento operativo. No se trata de denotaciones ideológicas o políticas; se trata de escribir desde el sufrimiento o ser solidarios con el sufrimiento.
Más aún en una convergencia deducida también de su naturaleza, la palabra poética es palabra insurgente; se oppone a la palbra establecida, evidentemente semantizada por la dialéctica del poder.
Las páginas que siguen son la antología que con nulo afecto dedicamos a los gestores de la “crisis”.
Antonio Gamoneda
***
Algunos poemas del libro:
LA SORPRENDENTE VIDA
Hay días en los que tengo la sensación,
la extraña sensación, de vivir en un tiempo fuera del tiempo.
Es decir: todo lo que me rodea, por un lado,
me resulta asombrosamente conocido,
pero, al mismo tiempo, sé de manera terca,
que este miserable presente, esta penosa realidad,
es copia de un tiempo ya vivido.
Un tiempo que la buena gente,
eso que conocemos con el nombre de “personas decentes2,
creíamos haber erradicado. Es decir:
abandonado, superado.
Porque hubo un tiempo como este,
un tiempo miserable, pernicioso, pútrido,
en que la vida era un espanto, una impotencia repetida.
Hubo un tiempo de esclavitud, asco, desprecio:
la vida era un terreno inmenso,
pero tenía dueños, gentes que todos conocían.
Un huerto con amos. Con miserables amos.
Un espacio por el que circulaba el miedo,
la impotencia, la inútil sabiduría de unos pocos;
el mísero conocimiento del hacha del Poder.
Fue un tiempo casi eterno, casi interminable.
Un tiempo que estuvo a punto de aniquilar a la especie.
Pero la vida es mucho más misteriosa que la desdicha,
la vida es capaz no solo de contradecir a la vida,
sino de aniquilar a la desdicha, enseñarle las garras a la muerte,
defenderse de la ignominia expulsando a los verdugos de la luz,
luchando desde la desazón de las cadenas, la ira de los hijos muertos.
La sorprendente vida tan a menudo esclavizada
suele ocultar entre su semen una extraña guadaña caminante.
Y creedme, os lo ruego, esa guadaña tiene ojos,
esa guadaña oye, escucha el grito de los muertos.
Sabe que las raíces no perdonan, no quieren perdonar,
porque en algún rincón de la inocente sangre
vive la desazón del porvenir, su clamor y su lucha.
La cultivada vida tiene un código, un implacable código,
en el que no se acepta la injusticia, no se admite el olvido.
La vida y su trabajo machacón,
la defensa tenaz y misteriosa de su eterna labor,
su constancia en la lucha, su risa frente al daño,
su unidad implacable ante los destructores.
No creáis que la vida no se entera.
La extraordinaria vida nada ignora, huele
como huelen sus hijos, los hurones,
el tráfico de sangre de unos cuantos.
El tesoro podrido de algunos miserables,
su ambición desmedida frente a tanta desdicha.
Creedme, os lo aseguro, sé muy bien lo que digo:
hay datos desde mucho antes de Cristo,
hay libros escondidos donde se cuenta
la venganza terrible de la vida ante sus destructores.
Todo es cierto: el imperio de siempre de unos pocos
frente a la rebelión de los esclavos, los millones de esclavos.
Creedme: esto siempre termina mal.
Suele acabar en sangre, en mucha sangre.
Hacedme caso: explicadle a los amos de la vida,
a los que creen ser los amos de la vida,
que esa señora es una enemiga muy mala.
Yo máa bien les explicaría que a la vida, esa vida que tanto desprecian,
no les conviene en absoluto tenerla de enemiga.
Francisca Aguirre
(continuará)
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