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    Garcilaso de la Vega (c.1501-1536) Empty Garcilaso de la Vega (c.1501-1536)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 21 Feb 2015, 08:15

    .


    Garcilaso de la Vega (Nació en Toledo, España, en 1501 o 1503. Muere en Niza el 13 o 14 de octubre de 1536)

    Garcilaso de la Vega descendía, por parte de padre, de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. Nació en Toledo en 1501 o 1503. Quedó huérfano de padre y se educó esmeradamente en la Corte, donde conoció en 1519 a su gran amigo, el caballero catalán Juan Boscán. Seguramente a este debió el toledano su gran aprecio por la lírica del valenciano Ausiàs March, que dejó alguna huella en su obra.

    Garcilaso entró a servir en 1520 a Carlos I de España en calidad de miembro continuo de la guardia regia. Aprendió griego, latín, italiano, francés, música y esgrima. Tuvo unos amores con una dama comunera toledana, doña Guiomar Carrillo, de la cual tuvo un hijo que reconoció de forma póstuma, Lorenzo Suárez de Figueroa, nacido hacia 1521, según dice en su testamento: Don Lorenzo, mi hijo, sea sustentado en alguna buena universidad y aprenda ciencias de Humanidad hasta que sepa bien en esta facultad; y después, si tuviere inclinación a ser clérigo, estudie Cánones, a y si no, dése a las Leyes; y siempre sea sustentado hasta que tenga alguna cosa de suyo. En los años siguientes luchó en la guerra de las Comunidades y fue herido en la acción de Olías del Rey; también participó en el cerco a su ciudad natal (1522); a finales de ese mismo año se embarcó en compañía de Juan Boscán y Pedro Álvarez de Toledo y Zúñiga, futuro virrey de Nápoles, en una expedición de socorro que quiso (y no pudo) evitar la caída de Rodas en poder de los turcos; de nuevo resultó herido, esta vez de gravedad.

    De vuelta a España fue nombrado caballero de la Orden de Santiago y en 1524 se enfrentó a los franceses en el cerco de Fuenterrabía. A su retorno a Toledo, contrajo matrimonio en 1525 con Elena de Zúñiga, dama de doña Leonor, hermana de Carlos V; por ello Garcilaso entró a formar parte del séquito de ésta. Por entonces empezó a escribir sus primeros poemas según la estética de la lírica cancioneril, que pronto desechará; además ejerce un tiempo como regidor de su ciudad natal. El punto de inflexión en su lírica obedece a un día de 1526 en Granada, en los jardines del Generalife y cerca del palacio del emperador, como cuenta Juan Boscán: Estando un día en Granada con el Navagero, tratando con él en cosas de ingenio y de letras, me dijo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia: y no solamente me lo dijo así livianamente, mas aún me rogó que lo hiciere... Así comencé a tentar este género de verso, en el cual hallé alguna dificultad por ser muy artificioso y tener muchas paerticularidades diferentes del nuestro. Pero fui poco a poco metiéndome con calor en ello. Mas esto no bastara a hacerme pasar muy adelante, si Garcilaso, con su juicio -el cual, no solamente en mi opinión, mas en la de todo el mundo ha sido tenido por cosa cierta- no me confirmara en esta mi demanda. Y así, alabándome muchas veces este propósito y acabándome de aprobar con su ejmplo, porque quiso él también llevar este camino, al cabo me hizo ocupar mis ratos en esto más fundadamente.

    En ese mismo año de 1526, con motivo de las bodas de Carlos V con Isabel de Portugal, acompaña a la Corte en un viaje por varias ciudades españolas y se enamora platónicamente de una dama portuguesa de la reina, Isabel Freyre, que canta bajo el anagrama de Elisa en sus versos, que a ella son debidos. Dicha dama es también destinataria de los versos de su amigo, el poeta y diplomático portugués Francisco Sa de Miranda bajo el nombre de Celia. En 1528 dicta su testamento en Barcelona, donde reconoce la paternidad de su hijo ilegítimo y asigna una pequeña suma de dinero para su educación; poco después da una colección de sus obras a Boscán para que la revise, y acto seguido parte hacia Roma, en 1529. En Bolonia asiste a la investidura como emperador de Carlos I de España, 1530, batiéndose con valentía en la campaña y toma de Florencia contra los franceses (1530). Después se le encarga una breve embajada en Francia. Pero como hizo de testigo en la boda de un sobrino suyo (1531) que era hijo de su hermano el comunero Pedro Lasso, el emperador se disgustó por la participación de Garcilaso en la ceremonia y mandó detenerlo. Se le apresa en Tolosa y se acuerda confinarlo en una isla del Danubio cerca de Ratisbona, descrita por el poeta en su Canción III. La intervención de Pedro de Toledo, ya virrey de Nápoles, en favor de Garcilasso, resultó crucial: aprovechando que en ese año los turcos empezaban a amenazar Viena, hizo ver al Emperador que se necesitaba a Garcilaso, de forma que fue movilizado en ayuda del Duque de Alba. El poeta abandona pues en 1532 el Danubio, donde ya prácticamente era huésped del barón György Cseszneky, castellano de Győr, y se establece en Nápoles.

    Se integró muy pronto en la vida intelectual de la ciudad, que entonces giraba en torno a la Academia Pontaniana, y trabó amistad con poetas como Bernardo Tasso o Luigi Tansillo, así como con teóricos de la literatura como Antonio Sebastiani Minturno y, en especial, Mario Galeota, poeta enamorado de una hostil napolitana, Violante Sanseverino, "la flor de Gnido", para quien escribe las liras de su quinta canción; también encuentra allí al escritor erasmista Juan de Valdés, quien parece aludir a él junto a otros caballeros en un pasaje de los últimos de su Diálogo de la lengua. En 1533 visita Barcelona y entrega a Juan Boscán una carta "A la muy manífica señora doña Gerónima Palova de Almogávar" que aparecerá, en 1534 y en calidad de prólogo, en su traducción española de El Cortesano de Baldassare Castiglione. Garcilasso de la Vega participó, en 1535, en la campaña africana de Carlos V y, singularmente, en Túnez, en el asedio de La Goleta; de nuevo cae gravemente herido. Estalla la tercera guerra de Francisco I contra Carlos V y la expedición contra Francia de 1536 a través de Provenza fue, al fin, la última experiencia militar de Garcilaso. El poeta fue nombrado maestre de campo de un tercio de infantería y, en efecto, falleció en octubre de 1536 tras el temerario asalto a una fortaleza en Le Muy, cerca de Fréjus, en la que fue el primer hombre en subir la escala. Trasladado herido a Niza, murió en esta ciudad a los pocos días (13 ó 14 de octubre), asistido por su amigo Francisco de Borja, Duque de Gandía y futuro San Francisco de Borja. Al enterarse, el emperador mandó pasar a cuchillo a los franceses que resistieron en esa fortaleza.


    POEMAS:


    EGLOGA I

    El dulce lamentar de dos pastores,
    Salicio juntamente y Nemoroso,
    he de contar, sus quejas imitando;
    cuyas ovejas al cantar sabroso
    estaban muy atentas, los amores,                   5
    (de pacer olvidadas) escuchando.
    Tú, que ganaste obrando
    un nombre en todo el mundo
    y un grado sin segundo,
    agora estés atento sólo y dado                     10
    el ínclito gobierno del estado
    Albano; agora vuelto a la otra parte,
    resplandeciente, armado,
    representando en tierra el fiero Marte;
                                                   
     agora de cuidados enojosos                       15
    y de negocios libre, por ventura
    andes a caza, el monte fatigando
    en ardiente jinete, que apresura
    el curso tras los ciervos temerosos,
    que en vano su morir van dilatando;                20
    espera, que en tornando
    a ser restituido
    al ocio ya perdido,
    luego verás ejercitar mi pluma
    por la infinita innumerable suma                   25
    de tus virtudes y famosas obras,
    antes que me consuma,
    faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

     En tanto que este tiempo que adivino
    viene a sacarme de la deuda un día,                30
    que se debe a tu fama y a tu gloria
    (que es deuda general, no sólo mía,
    mas de cualquier ingenio peregrino
    que celebra lo digno de memoria),
    el árbol de victoria,                              35
    que ciñe estrechamente
    tu gloriosa frente,
    dé lugar a la hiedra que se planta
    debajo de tu sombra, y se levanta
    poco a poco, arrimada a tus loores;                40
    y en cuanto esto se canta,
    escucha tú el cantar de mis pastores.

     Saliendo de las ondas encendido,
    rayaba de los montes al altura
    el sol, cuando Salicio, recostado                  45
    al pie de un alta haya en la verdura,
    por donde un agua clara con sonido
    atravesaba el fresco y verde prado,
    él, con canto acordado
    al rumor que sonaba,                               50
    del agua que pasaba,
    se quejaba tan dulce y blandamente
    como si no estuviera de allí ausente
    la que de su dolor culpa tenía;
    y así, como presente,                              55
    razonando con ella, le decía:

    Salicio:

     ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
    y al encendido fuego en que me quemo
    más helada que nieve, Galatea!,
    estoy muriendo, y aún la vida temo;                60
    témola con razón, pues tú me dejas,
    que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
    Vergüenza he que me vea
    ninguno en tal estado,
    de ti desamparado,                                 65
    y de mí mismo yo me corro agora.
    ¿De un alma te desdeñas ser señora,
    donde siempre moraste, no pudiendo
    de ella salir un hora?
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              70

     El sol tiende los rayos de su lumbre
    por montes y por valles, despertando
    las aves y animales y la gente:
    cuál por el aire claro va volando,
    cuál por el verde valle o alta cumbre              75
    paciendo va segura y libremente,
    cuál con el sol presente
    va de nuevo al oficio,
    y al usado ejercicio
    do su natura o menester le inclina,                80
    siempre está en llanto esta ánima mezquina,
    cuando la sombra el mondo va cubriendo,
    o la luz se avecina.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada,              85
    sin mostrar un pequeño sentimiento
    de que por ti Salicio triste muera,
    dejas llevar (¡desconocida!) al viento
    el amor y la fe que ser guardada
    eternamente sólo a mí debiera?                     90
    ¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
    (pues ves desde tu altura
    esta falsa perjura
    causar la muerte de un estrecho amigo)
    no recibe del cielo algún castigo?                 95
    Si en pago del amor yo estoy muriendo,
    ¿qué hará el enemigo?
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     Por ti el silencio de la selva umbrosa,
    por ti la esquividad y apartamiento                100
    del solitario monte me agradaba;
    por ti la verde hierba, el fresco viento,
    el blanco lirio y colorada rosa
    y dulce primavera deseaba.
    ¡Ay, cuánto me engañaba!                           105
    ¡Ay, cuán diferente era
    y cuán de otra manera
    lo que en tu falso pecho se escondía!
    Bien claro con su voz me lo decía
    la siniestra corneja, repitiendo                   110
    la desventura mía.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
    (reputándolo yo por desvarío)
    vi mi mal entre sueños, desdichado!                115
    Soñaba que en el tiempo del estío
    llevaba, por pasar allí la sienta,
    a beber en el Tajo mi ganado;
    y después de llegado,
    sin saber de cuál arte,                            120
    por desusada parte
    y por nuevo camino el agua se iba;
    ardiendo yo con la calor estiva,
    el curso enajenado iba siguiendo
    del agua fugitiva.                                 125
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
    Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
    ¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
    Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                  130
    ¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
    de tus hermosos brazos anudaste?
    No hay corazón que baste,
    aunque fuese de piedra,
    viendo mi amada hiedra,                            135
    de mí arrancada, en otro muro asida,
    y mi parra en otro olmo entretejida,
    que no se esté con llanto deshaciendo
    hasta acabar la vida.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              140

     ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
    por difícil que sea y por incierto?
    O ¿qué discordia no será juntada?,
    y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
    o qué de hoy más no temerá el amante,              145
    siendo a todo materia por ti dada?
    Cuando tú enajenada
    de mi cuidado fuiste,
    notable causa diste,
    y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,          150
    que el más seguro tema con recelo
    perder lo que estuviere poseyendo.
    Salid fuera sin duelo,
    salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     Materia diste al mundo de esperanza              155
    de alcanzar lo imposible y no pensado,
    y de hacer juntar lo diferente,
    dando a quien diste el corazón malvado,
    quitándolo de mí con tal mudanza
    que siempre sonará de gente en gente.              160
    La cordera paciente
    con el lobo hambriento
    hará su ayuntamiento,
    y con las simples aves sin ruido
    harán las bravas sierpes ya su nido;               165
    que mayor diferencia comprendo
    de ti al que has escogido.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     Siempre de nueva leche en el verano
    y en el invierno abundo; en mi majada              170
    la manteca y el queso está sobrado;
    de mi cantar, pues, yo te vi agradada
    tanto que no pudiera el mantuano
    Títiro ser de ti más alabado.
    No soy, pues, bien mirado,                         175
    tan disforme ni feo;
    que aún agora me veo
    en esta agua que corre clara y pura,
    y cierto no trocara mi figura
    con ese que de mí se está riendo;                  180
    ¡trocara mi ventura!
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
    ¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
    ¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?              185
    Si no tuvieras condición terrible,
    siempre fuera tenido de ti en precio,
    y no viera de ti este apartamiento.
    ¿No sabes que sin cuento
    buscan en el estío                                 190
    mis ovejas el frío
    de la sierra de Cuenca, y el gobierno
    del abrigado Estremo en el invierno?
    Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
    me estoy en llanto eterno!                         195
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

     Con mi llorar las piedras enternecen
    su natural dureza y la quebrantan;
    los árboles parece que se inclinan:
    las aves que me escuchan, cuando cantan,           200
    con diferente voz se condolecen,
    y mi morir cantando me adivinan.
    Las fieras, que reclinan
    su cuerpo fatigado,
    dejan el sosegado                                  205
    sueño por escuchar mi llanto triste.
    Tú sola contra mí te endureciste,
    los ojos aún siquiera no volviendo
    a lo que tú hiciste.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              210
     
     Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
    no dejes el lugar que tanto amaste,
    que bien podrás venir de mí segura;
    yo dejaré el lugar do me dejaste;                
    ven, si por sólo esto te detienes;                 215
    ves aquí un prado lleno de verdura,
    ves aquí una espesura,
    ves aquí una agua clara,
    en otro tiempo cara,                            
    a quien de ti con lágrimas me quejo.               220
    Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)
    al que todo mi bien quitarme puede;
    que pues el bien le dejo,
    no es mucho que el lugar también le quede.      

     Aquí dio fin a su cantar Salicio,                225
    y suspirando en el postrero acento,
    soltó de llanto una profunda vena.
    Queriendo el monte al grave sentimiento
    de aquel dolor en algo ser propicio,            
    con la pesada voz retumba y suena.                 230
    La blanca Filomena,
    casi como dolida
    y a compasión movida,
    dulcemente responde al son lloroso.              
    Lo que cantó tras esto Nemoroso                    235
    decidlo vos Piérides, que tanto
    no puedo yo, ni oso,
    que siento enflaquecer mi débil canto.

    Nemoroso:

     Corrientes aguas, puras, cristalinas,
    árboles que os estáis mirando en ellas,            240
    verde prado, de fresca sombra lleno,
    aves que aquí sembráis vuestras querellas,
    hiedra que por los árboles caminas,
    torciendo el paso por su verde seno:
    yo me vi tan ajeno                                 245
    del grave mal que siento,
    que de puro contento
    con vuestra soledad me recreaba,
    donde con dulce sueño reposaba,
    o con el pensamiento discurría                     250
    por donde no hallaba
    sino memorias llenas de alegría.

     Y en este mismo valle, donde agora
    me entristezco y me canso, en el reposo
    estuve ya contento y descansado.                   255
    ¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
    Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
    que despertando, a Elisa vi a mi lado.
    ¡Oh miserable hado!
    ¡Oh tela delicada,                                 260
    antes de tiempo dada
    a los agudos filos de la muerte!
    Más convenible fuera aquesta suerte
    a los cansados años de mi vida,
    que es más que el hierro fuerte,                   265
    pues no la ha quebrantado tu partida.

     ¿Dó están agora aquellos claros ojos
    que llevaban tras sí, como colgada,
    mi ánima doquier que ellos se volvían?
    ¿Dó está la blanca mano delicada,                  270
    llena de vencimientos y despojos
    que de mí mis sentidos le ofrecían?
    Los cabellos que vían
    con gran desprecio al oro,
    como a menor tesoro,                               275
    ¿adónde están?  ¿Adónde el blando pecho?
    ¿Dó la columna que el dorado techo
    con presunción graciosa sostenía?
    Aquesto todo agora ya se encierra,
    por desventura mía,                                280
    en la fría, desierta y dura tierra.

     ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
    cuando en aqueste valle al fresco viento
    andábamos cogiendo tiernas flores,
    que había de ver con largo apartamiento            285
    venir el triste y solitario día
    que diese amargo fin a mis amores?
    El cielo en mis dolores
    cargó la mano tanto,
    que a sempiterno llanto                            290
    y a triste soledad me ha condenado;
    y lo que siento más es verme atado
    a la pesada vida y enojosa,
    solo, desamparado,
    ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.            295

     Después que nos dejaste, nunca pace
    en hartura el ganado ya, ni acude
    el campo al labrador con mano llena.
    No hay bien que en mal no se convierta y mude:
    la mala hierba al trigo ahoga, y nace              300
    en lugar suyo la infelice avena;
    la tierra, que de buena
    gana nos producía
    flores con que solía
    quitar en sólo vellas mil enojos,                  305
    produce agora en cambio estos abrojos,
    ya de rigor de espinas intratable;
    yo hago con mis ojos
    crecer, llorando, el fruto miserable.

     Como al partir del sol la sombra crece,          310
    y en cayendo su rayo se levanta
    la negra escuridad que el mundo cubre,
    de do viene el temor que nos espanta,
    y la medrosa forma en que se ofrece
    aquello que la noche nos encubre,                  315
    hasta que el sol descubre
    su luz pura y hermosa:
    tal es la tenebrosa
    noche de tu partir, en que he quedado
    de sombra y de temor atormentado,                  320
    hasta que muerte el tiempo determine
    que a ver el deseado
    sol de tu clara vista me encamine.

     Cual suele el ruiseñor con triste canto
    quejarse, entre las hojas escondido,               325
    del duro labrador, que cautamente
    le despojó su caro y dulce nido
    de los tiernos hijuelos, entre tanto
    que del amado ramo estaba ausente,
    y aquel dolor que siente                           330
    con diferencia tanta
    por la dulce garganta
    despide, y a su canto el aire suena,
    y la callada noche no refrena
    su lamentable oficio y sus querellas,              335
    trayendo de su pena
    al cielo por testigo y las estrellas;

     desta manera suelto yo la rienda
    a mi dolor, y así me quejo en vano
    de la dureza de la muerte airada.                  340
    Ella en mi corazón metió la mano,
    y de allí me llevó mi dulce prenda,
    que aquél era su nido y su morada.
    ¡Ay muerte arrebatada!
    Por ti me estoy quejando                           345
    al cielo y enojando
    con importuno llanto al mundo todo:
    tan desigual dolor no sufre modo.
    No me podrán quitar el dolorido
    sentir, si ya del todo                             350
    primero no me quitan el sentido.

     Una parte guardé de tus cabellos,
    Elisa, envueltos en un blanco paño,
    que nunca de mi seno se me apartan;
    descójolos, y de un dolor tamaño                   355
    enternecerme siento, que sobre ellos
    nunca mis ojos de llorar se hartan.
    Sin que de allí se partan,
    con sospiros calientes,
    más que la llama ardientes,                        360
    los enjugo del llanto, y de consuno
    casi los paso y cuento uno a uno;
    juntándolos, con un cordón los ato.
    Tras esto el importuno
    dolor me deja descansar un rato.                   365

     Mas luego a la memoria se me ofrece
    aquella noche tenebrosa, escura,
    que siempre aflige esta ánima mezquina
    con la memoria de mi desventura
    Verte presente agora me parece                     370
    en aquel duro trance de Lucina,
    y aquella voz divina,
    con cuyo son y acentos
    a los airados vientos
    pudieras amansar, que agora es muda.               375
    Me parece que oigo que a la cruda,
    inexorable diosa demandabas
    en aquel paso ayuda;
    y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

     ¿Ibate tanto en perseguir las fieras?            380
    ¿Ibate tanto en un pastor dormido?
    ¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
    que, conmovida a compasión, oído
    a los votos y lágrimas no dieras,
    por no ver hecha tierra tal belleza,               385
    o no ver la tristeza
    en que tu Nemoroso
    queda, que su reposo
    era seguir tu oficio, persiguiendo
    las fieras por los monte, y ofreciendo             390
    a tus sagradas aras los despojos?
    ¿Y tú, ingrata, riendo
    dejas morir mi bien ante los ojos?

     Divina Elisa, pues agora el cielo
    con inmortales pies pisas y mides,                 395
    y su mudanza ves, estando queda,
    ¿por qué de mí te olvidas y no pides
    que se apresure el tiempo en que este velo
    rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
    y en la tercera rueda,                             400
    contigo mano a mano,
    busquemos otro llano,
    busquemos otros montes y otros ríos,
    otros valles floridos y sombríos,
    do descansar y siempre pueda verte                 405
    ante los ojos míos,
    sin miedo y sobresalto de perderte?

               ------

     Nunca pusieran fin al triste lloro
    los pastores, ni fueran acabadas
    las canciones que sólo el monte oía,               410
    si mirando las nubes coloradas,
    al tramontar del sol bordadas de oro,
    no vieran que era ya pasado el día,
    la sombra se veía
    venir corriendo apriesa                            415
    ya por la falda espesa
    del altísimo monte, y recordando
    ambos como de sueño, y acabando
    el fugitivo sol, de luz escaso,
    su ganado llevando,                                420
    se fueran recogiendo paso a paso.



    Estrofa: Aquí Garcilaso usa la estancia, que consta de versos de
    once sílabas (endecasílabos) y de siete (heptasílabos), con rima
    perfecta.  El número de versos puede variar.  Para este poema
    Garcilaso ha usado 14 versos en cada estrofa, según el modelo:
    ABCBACcddEEFeF.  (Nótese que las letras minúsculas representan
    los versos de siete sílabas.)

    El dulce lamentar de dos pastores,
    Salicio juntamente_y Nemoroso,
    he de contar, sus quejas imitando;
    cuyas ovejas al cantar sabroso
    estaban muy atentas, los amores,
    (de pacer olvidadas) escuchando.
    Tú, que ganaste_obrando
    un nombre_en todo_el mundo
    y_un grado sin segundo,
    agora_estés atento sólo_y dado
    el ínclito gobierno del estado
    Albano;_agora vuelto_a la_otra parte,
    resplandeciente,_armado,
    representando_en tierra_el fiero Marte;


    Rima:  Rima perfecta, en un esquema complicado: ABCBACcddEEFeF

     El dulce lamentar de dos pastores,      A
    Salicio juntamente y Nemoroso,            B
    he de contar, sus quejas imitando;        C
    cuyas ovejas al cantar sabroso            B
    estaban muy atentas, los amores,          A
    (de pacer olvidadas) escuchando.          C
    Tú, que ganaste obrando                   c
    un nombre en todo el mundo                d
    y un grado sin segundo,                   d
    agora estés atento sólo y dado            E
    el ínclito gobierno del Estado            E
    Albano; agora vuelto a la otra parte,     F
    resplandeciente, armado,                  e
    representando en tierra el fiero Marte;   F



    (continuará)


    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Mar 31 Mayo 2022, 13:27, editado 1 vez


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    Garcilaso de la Vega (c.1501-1536) Empty Re: Garcilaso de la Vega (c.1501-1536)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 21 Feb 2015, 13:30

    .


    EGLOGA II

    Albanio:

    En medio del invierno está templada
    el agua dulce desta clara fuente,
    y en el verano más que nieve helada.

    ¡Oh claras ondas, cómo veo presente,
    en viéndoos, la memoria d’aquel día
    de que el alma temblar y arder se siente!

    En vuestra claridad vi mi alegría
    escurecerse toda y enturbiarse;
    cuando os cobré, perdí mi compañía.

    ¿A quién pudiera igual tormento darse,
    que con lo que descansa otro afligido
    venga mi corazón a atormentarse?

    El dulce murmurar deste rüido,
    el mover de los árboles al viento,
    el suave olor del prado florecido

    podrian tornar d’enfermo y descontento
    cualquier pastor del mundo alegre y sano;
    yo solo en tanto bien morir me siento.

    ¡Oh hermosura sobre’l ser humano,
    oh claros ojos, oh cabellos d’oro,
    oh cuello de marfil, oh blanca mano!,

    ¿cómo puede ora ser qu’en triste lloro
    se convertiese tan alegre vida
    y en tal pobreza todo mi tesoro?

    Quiero mudar lugar y a la partida
    quizá me dejará parte del daño
    que tiene el alma casi consumida.

    ¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño
    es darme yo a entender que con partirme,
    de mí s’ha de partir un mal tamaño!

    ¡Ay miembros fatigados, y cuán firme
    es el dolor que os cansa y enflaquece!
    ¡Oh, si pudiese un rato aquí adormirme!

    Al que, velando, el bien nunca s’ofrece,
    quizá qu’el sueño le dará, dormiendo,
    algún placer que presto desparece;
    en tus manos ¡oh sueño! m’encomiendo.

    Salicio:

    ¡Cuán bienaventurado
    aquél puede llamarse
    que con la dulce soledad s’abraza,
    y vive descuidado
    y lejos d’empacharse
    en lo que al alma impide y embaraza!
    No ve la llena plaza
    ni la soberbia puerta
    de los grandes señores,
    ni los aduladores
    a quien la hambre del favor despierta;
    no le será forzoso
    rogar, fingir, temer y estar quejoso.

    A la sombra holgando
    d’un alto pino o robre
    o d’alguna robusta y verde encina,
    el ganado contando
    de su manada pobre
    que en la verde selva s’avecina,
    plata cendrada y fina
    y oro luciente y puro
    bajo y vil le parece,
    y tanto lo aborrece
    que aun no piensa que dello está seguro,
    y como está en su seso,
    rehuye la cerviz del grave peso.

    Convida a un dulce sueño
    aquel manso rüido
    del agua que la clara fuente envía,
    y las aves sin dueño,
    con canto no aprendido,
    hinchen el aire de dulce armonía.
    Háceles compañía,
    a la sombra volando
    y entre varios olores
    gustando tiernas flores,
    la solícita abeja susurrando;
    los árboles, el viento
    al sueño ayudan con su movimiento,

    ¿Quién duerme aquí? ¿Dó está que no le veo?
    ¡Oh, hele allí! ¡Dichoso tú, que aflojas
    la cuerda al pensamiento o al deseo!

    ¡Oh natura, cuán pocas obras cojas
    en el mundo son hechas por tu mano,
    creciendo el bien, menguando las congojas!

    El sueño diste al corazón humano
    para que, al despertar, más s’alegrase
    del estado gozoso, alegre o sano,

    que como si de nuevo le hallase,
    hace aquel intervalo que ha passado
    qu’el nuevo gusto nunca al fin se pase;

    y al que de pensamiento fatigado
    el sueño baña con licor piadoso,
    curando el corazón despedazado,

    aquel breve descanso, aquel reposo
    basta para cobrar de nuevo aliento
    con que se pase el curso trabajoso.

    Llegarme quiero cerca con buen tiento
    y ver, si de mí fuere conocido,
    si es del número triste o del contento.

    Albanio es este que’stá’quí dormido,
    o yo conosco mal; Albanio es, cierto.
    Duerme, garzón cansado y afligido.

    ¡Por cuán mejor librado tengo un muerto,
    que acaba’l curso de la vida humana
    y es conducido a más seguro puerto,

    qu’el que, viviendo acá, de vida ufana
    y d’estado gozoso, noble y alto
    es derrocado de fortuna insana!

    Dicen qu’este mancebo dio un gran salto,
    que d’amorosos bienes fue abundante,
    y agora es pobre, miserable y falto;

    no sé la historia bien, mas quien delante
    se halló al duelo me contó algún poco
    del grave caso deste pobre amante.

    Albanio:

    ¿Es esto sueño, o ciertamente toco
    la blanca mano? ¡Ah, sueño, estás burlando!
    Yo estábate creyendo como loco.

    ¡Oh cuitado de mi! Tú vas volando
    con prestas alas por la ebúrnea puerta;
    yo quédome tendido aquí llorando.

    ¿No basta el grave mal en que despierta
    el alma vive, o por mejor decillo,
    está muriendo d’una vida incierta?

    Salicio:

    Albanio, deja el llanto, qu’en oíllo
    me aflijo.

    Albanio:

    …..............¿Quién presente ’stá a mi duelo?

    Salicio:

    Aquí está quien t’ayudará a sentillo.

    Albanio:

    ¿Aquí estás tú, Salicio? Gran consuelo
    me fuera en cualquier mal tu compañía,
    mas tengo en esto por contrario el cielo.

    Salicio:

    Parte de tu trabajo ya m’había
    contado Galafrón, que fue presente
    en aqueste lugar el mismo día,

    mas no supo decir del acidente
    la causa principal, bien que pensaba
    que era mal que decir no se consiente;

    y a la sazón en la ciudad yo estaba,
    como tú sabes bien, aparejando
    aquel largo camino que’speraba,

    y esto que digo me contaron cuando
    torné a volver; mas yo te ruego ahora,
    si esto no es enojoso que demando,

    que particularmente el punto y hora,
    la causa, el daño cuentes y el proceso,
    que’l mal, comunicándose, mejora.

    Albanio:

    Con un amigo tal, verdad es eso
    cuando el mal sufre cura, mi Salicio,
    mas éste ha penetrado hasta el hueso.

    Verdad es que la vida y ejercicio
    común y el amistad que a ti me ayunta
    mandan que complacerte sea mi oficio;

    mas ¿qué haré?, qu’el alma ya barrunta
    que quiero renovar en la memoria
    la herida mortal d’aguda punta,

    y póneme delante aquella gloria
    pasada y la presente desventura
    para espantarme de la horrible historia.

    Por otra parte, pienso qu’es cordura
    renovar tanto el mal que m’atormenta
    que a morir venga de tristeza pura,

    y por esto, Salicio, entera cuenta
    te daré de mi mal como pudiere,
    aunque el alma rehuya y no consienta.

    Quise bien, y querré mientras rigere
    aquestos miembros el espirtu mío,
    aquélla por quien muero, si muriere.

    En este amor no entré por desvarío,
    ni lo traté, como otros, con engaños,
    ni fue por elección de mi albedrío:

    desde mis tiernos y primeros años
    a aquella parte m’enclinó mi estrella
    y aquel fiero destino de mis daños.

    Tú conociste bien una doncella
    de mi sangre y agüelos decendida,
    más que la misma hermosura bella;

    en su verde niñez siendo ofrecida
    por montes y por selvas a Diana,
    ejercitaba allí su edad florida.

    Yo, que desde la noche a la mañana
    y del un sol al otro sin cansarme
    seguía la caza con estudio y gana,

    por deudo y ejercicio a conformarme
    vine con ella en tal domestiqueza
    que della un punto no sabia apartarme;

    iba de un hora en otra la estrecheza
    haciéndose mayor, acompañada
    de un amor sano y lleno de pureza.

    ¿Qué montaña dejó de ser pisada
    de nuestros pies? ¿Qué bosque o selva umbrosa
    no fue de nuestra caza fatigada?

    Siempre con mano larga y abundosa,
    con parte de la caza visitando
    el sacro altar de nuestra santa diosa,

    la colmilluda testa ora llevando
    del puerco jabalí, cerdoso y fiero,
    del peligro pasado razonando,

    ora clavando del ciervo ligero
    en algún sacro pino los ganchosos
    cuernos, con puro corazón sincero,

    tornábamos contentos y gozosos,
    y al disponer de lo que nos quedaba,
    jamás me acuerdo de quedar quejosos.

    Cualquiera caza a entrambos agradaba,
    pero la de las simples avecillas
    menos trabajo y más placer nos daba.

    En mostrando el aurora sus mejillas
    de rosa y sus cabellos d’oro fino,
    humedeciendo ya las florecillas,

    nosotros, yendo fuera de camino,
    buscábamos un valle, el más secreto
    y de conversación menos vecino.

    Aquí, con una red de muy perfeto
    verde teñida, aquel valle atajábamos
    muy sin rumor, con paso muy quïeto;

    de dos árboles altos la colgábamos,
    y habiéndonos un poco lejos ido,
    hacia la red armada nos tornábamos,

    y por lo más espeso y escondido
    los árboles y matas sacudiendo,
    turbábamos el valle con rüido.

    Zorzales, tordos, mirlas, que temiendo,
    delante de nosotros espantados,
    del peligro menor iban huyendo,

    daban en el mayor, desatinados,
    quedando en la sotil red engañosa
    confusamente todos enredados.

    Y entonces era vellos una cosa
    estraña y agradable, dando gritos
    y con voz lamentándose quejosa;

    algunos dellos, que eran infinitos,
    su libertad buscaban revolando;
    otros estaban míseros y aflitos.

    Al fin, las cuerdas de la red tirando,
    llevábamosla juntos casi llena,
    la caza a cuestas y la red cargando.

    Cuando el húmido otoño ya refrena
    del seco estío el gran calor ardiente
    y va faltando sombra a Filomena,

    con otra caza, d’ésta diferente
    aunque también de vida ocioso y blanda,
    pasábamos el tiempo alegremente.

    Entonces siempre, como sabes, anda
    d’estorninos volando a cada parte,
    acá y allá, la espesa y negra banda;

    y cierto aquesto es cosa de contarte,
    cómo con los que andaban por el viento
    usábamos también astucia y arte.

    Uno vivo, primero, d’aquel cuento
    tomábamos, y en esto sin fatiga
    era cumplido luego nuestro intento;

    al pie del cual un hilo untado en liga
    atando, le soltábamos al punto
    que via volar aquella banda amiga;

    apenas era suelto cuando junto
    estaba con los otros y mesclado,
    secutando el efeto de su asunto:

    a cuantos era el hilo enmarañado
    por alas o por pies o por cabeza,
    todos venian al suelo mal su grado.

    Andaban forcejando una gran pieza,
    a su pesar y a mucho placer nuestro,
    que así d’un mal ajeno bien s’empieza.

    Acuérdaseme agora qu’el siniestro
    canto de la corneja y el agüero
    para escaparse no le fue maestro.

    Cuando una dellas, como es muy ligero,
    a nuestras manos viva nos venía,
    era prisión de más d’un prisionero;

    la cual a un llano grande yo traía
    adó muchas cornejas andar juntas,
    o por el suelo o por el aire, vía;

    clavándola en la tierra por las puntas
    estremas de las alas, sin rompellas,
    seguiase lo que apenas tú barruntas.

    Parecia que mirando las estrellas,
    clavada boca arriba en aquel suelo,
    estaba a contemplar el curso dellas;

    d’allí nos alejábamos, y el cielo
    rompia con gritos ella y convocaba
    de las cornejas el superno vuelo;

    en un solo momento s’ajuntaba
    una gran muchedumbre presurosa
    a socorrer la que en el suelo estaba.

    Cercábanla, y alguna, más piadosa
    del mal ajeno de la compañera
    que del suyo avisada o temerosa,

    llegábase muy cerca, y la primera
    qu’esto hacia pagaba su inocencia
    con prisión o con muerte lastimera:

    con tal fuerza la presa, y tal violencia,
    s’engarrafaba de la que venía
    que no se dispidiera sin licencia.

    Ya puedes ver cuán gran placer sería
    ver, d’una por soltarse y desasirse,
    d’otra por socorrerse, la porfía;

    al fin la fiera lucha a despartirse
    venia por nuestra mano, y la cuitada
    del bien hecho empezaba a arrepentirse.

    ¿Qué me dirás si con su mano alzada,
    haciendo la noturna centinela,
    la grulla de nosotros fue engañada?

    No aprovechaba al ánsar la cautela
    ni ser siempre sagaz discubridora
    de noturnos engaños con su vela,

    ni al blanco cisne qu’en las aguas mora
    por no morir como Faetón en fuego,
    del cual el triste caso canta y llora.

    Y tú, perdiz cuitada, ¿piensas luego
    que en huyendo del techo estás segura?
    En el campo turbamos tu sosiego.

    A ningún ave o animal natura
    dotó de tanta astucia que no fuese
    vencido al fin de nuestra astucia pura.

    Si por menudo de contar t’hobiese
    d’aquesta vida cada partecilla,
    temo que antes del fin anocheciese;

    basta saber que aquesta tan sencilla
    y tan pura amistad quiso mi hado
    en diferente especie convertilla,

    en un amor tan fuerte y tan sobrado
    y en un desasosiego no creíble
    tal que no me conosco de trocado.

    El placer de miralla con terrible
    y fiero desear sentí mesclarse,
    que siempre me llevaba a lo imposible;

    la pena de su ausencia vi mudarse,
    no en pena, no en congoja, en cruda muerte
    y en un infierno el alma atormentarse.

    A aqueste ’stado, en fin, mi dura suerte
    me trujo poco a poco, y no pensara
    que contra mí pudiera ser más fuerte

    si con mi grave daño no probara
    que en comparación d’ésta, aquella vida
    cualquiera por descanso la juzgara.

    Ser debe aquesta historia aborrecida
    de tus orejas, ya que así atormenta
    mi lengua y mi memoria entristecida;

    decir ya más no es bien que se consienta.
    Junto todo mi bien perdí en un hora,
    y ésta es la suma, en fin, d’aquesta cuenta.

    Salicio:

    Albanio, si tu mal comunicaras
    con otro que pensaras que tu pena
    juzgaba como ajena, o qu’este fuego
    nunca probó ni el juego peligroso
    de que tú estás quejoso, yo confieso
    que fuera bueno aqueso que ora haces;
    mas si tú me deshaces con tus quejas,
    ¿por qué agora me dejas como a estraño,
    sin dar daqueste daño fin al cuento?
    ¿Piensas que tu tormento como nuevo
    escucho, y que no pruebo por mi suerte
    aquesta viva muerte en las entrañas?

    Si ni con todas mañas o esperiencia
    esta grave dolencia se deshecha,
    al menos aprovecha, yo te digo,
    para que de un amigo que adolesca
    otro se condolesca, que ha llegado
    de bien acuchillado a ser maestro.

    Así que, pues te muestro abiertamente
    que no estoy inocente destos males,
    que aun traigo las señales de las llagas,
    no es bien que tú te hagas tan esquivo,
    que mientras estás vivo, ser podría
    que por alguna vía t’avisase,
    o contigo llorase, que no es malo
    tener al pie del palo quien se duela
    del mal, y sin cautela t’aconseje.

    Albanio:

    Tú quieres que forceje y que contraste
    con quien al fin no baste a derrocalle.
    Amor quiere que calle; yo no puedo
    mover el paso un dedo sin gran mengua;
    él tiene de mi lengua el movimiento,
    así que no me siento ser bastante.

    Salicio:

    ¿Qué te pone delante que t’empida
    el descubrir tu vida al que aliviarte
    del mal alguna parte cierto espera?

    Albanio:

    Amor quiere que muera sin reparo,
    y conociendo claro que bastaba
    lo que yo descansaba en este llanto
    contigo a que entretanto m’aliviase
    y aquel tiempo probase a sostenerme,
    por más presto perderme, como injusto,
    me ha ya quitado el gusto que tenía
    de echar la pena mía por la boca,
    así que ya no toca nada dello
    a ti querer sabello, ni contallo
    a quien solo pasallo le conviene,
    y muerte sola por alivio tiene.

    Salicio:

    ¿Quién es contra su ser tan inhumano
    que al enimigo entrega su despojo
    y pone su poder en otra mano?

    ¿Cómo, y no tienes algún hora enojo
    de ver que amor tu misma lengua ataje
    o la desate por su solo antojo?

    Albanio:

    Salicio amigo, cese este lenguaje;
    cierra tu boca y más aquí no la abras;
    yo siento mi dolor, y tú mi ultraje.

    ¿Para qué son maníficas palabras?
    ¿Quién te hizo filósofo elocuente,
    siendo pastor d’ovejas y de cabras?

    ¡Oh cuitado de mí, cuán fácilmente,
    con espedida lengua y rigurosa,
    el sano da consejos al doliente!

    Salicio:

    No te aconsejo yo ni digo cosa
    para que debas tú por ella darme
    respuesta tan aceda y tan odiosa;

    ruégote que tu mal quieras contarme
    porque d’él pueda tanto entristecerme
    cuanto suelo del bien tuyo alegrarme.

    Albanio:

    Pues ya de ti no puedo defenderme,
    yo tornaré a mi cuento cuando hayas
    prometido una gracia concederme,

    y es que en oyendo el fin, luego te vayas
    y me dejes llorar mi desventura
    entr’estos pinos solo y estas hayas.

    Salicio:

    Aunque pedir tú eso no es cordura,
    yo seré dulce más que sano amigo
    y daré buen lugar a tu tristura.

    Albanio:

    Ora, Salicio, escucha lo que digo,
    y vos, ¡oh ninfas deste bosque umbroso!,
    adoquiera que estáis, estad comigo.

    Ya te conté el estado tan dichoso
    adó me puso amor, si en él yo firme
    pudiera sostenerme con reposo;

    mas como de callar y d’encubrirme
    d’aquélla por quien vivo m’encendía
    llegué ya casi al punto de morirme,

    mil veces ella preguntó qué había
    y me rogó que el mal le descubriese
    que mi rostro y color le descubría;

    mas no acabó, con cuanto me dijiese,
    que de mí a su pregunta otra respuesta
    que un sospiro con lágrimas hubiese.

    Aconteció que en un’ ardiente siesta,
    viniendo de la caza fatigados
    en el mejor lugar desta floresta,

    qu’es éste donde ’stamos asentados,
    a la sombra d’un árbol aflojamos
    las cuerdas a los arcos trabajados;

    en aquel prado allí nos reclinamos,
    y del Céfiro fresco recogiendo
    el agradable espirtu, respiramos.

    Las flores, a los ojos ofreciendo
    diversidad estraña de pintura,
    diversamente así estaban oliendo;

    y en medio aquesta fuente clara y pura,
    que como de cristal resplandecía,
    mostrando abiertamente su hondura,

    el arena, que d’oro parecía,
    de blancas pedrezuelas varïada,
    por do manaba el agua, se bullía.

    En derredor, ni sola una pisada
    de fiera o de pastor o de ganado
    a la sazón estaba señalada.

    Después que con el agua resfrïado
    hubimos el calor y juntamente
    la sed de todo punto mitigado,

    ella, que con cuidado diligente
    a conocer mi mal tenia el intento
    y a escodriñar el ánimo doliente,

    con nuevo ruego y firme juramento
    me conjuró y rogó que le contase
    la causa de mi grave pensamiento,

    y si era amor, que no me recelase
    de hacelle mi caso manifesto
    y demostralle aquella que yo amase;

    que me juraba que también en esto
    el verdadero amor que me tenía
    con pura voluntad estaba presto.

    Yo, que tanto callar ya no podía
    y claro descubrir menos osara
    lo que en el alma triste se sentía,

    le dije que en aquella fuente clara
    veria d’aquella que yo tanto amaba
    abiertamente la hermosa cara;

    ella, que ver aquésta deseaba,
    con menos diligencia discurriendo
    d’aquélla con qu’el paso apresuraba,

    a la pura fontana fue corriendo,
    y en viendo el agua, toda fue alterada,
    en ella su figura sola viendo;

    y no de otra manera arrebatada
    del agua rehuyó que si estuviera
    de la rabiosa enfermedad tocada,

    y sin mirarme, desdeñosa y fiera,
    no sé qué allá entre dientes murmurando,
    me dejó aquí, y aquí quiere que muera.

    Quedé yo triste y solo allí, culpando
    mi temerario osar, mi desvarío,
    la pérdida del bien considerando;

    creció de tal manera el dolor mío
    y de mi loco error el desconsuelo
    que hice de mis lágrimas un río.

    Fijos los ojos en el alto cielo,
    estuve boca arriba una gran pieza
    tendido, sin mudarme en este suelo;

    y como d’un dolor otro s’empieza,
    el largo llanto, el desvanecimiento,
    el vano imaginar de la cabeza,

    de mi gran culpa aquel remordimiento,
    verme del todo, al fin, sin esperanza
    me trastornaron casi el sentimiento.

    .Cómo deste lugar hice mudanza
    no sé, ni quién d’aquí me condujiese
    al triste albergue y a mi pobre estanza;

    sé que tornando en mí, como estuviese
    sin comer y dormir bien cuatro días
    y sin que el cuerpo de un lugar moviese,

    las ya desmamparadas vacas mías
    por otro tanto tiempo no gustaron
    las verdes hierbas ni las aguas frías;

    los pequeños hijuelos, que hallaron
    las tetas secas ya de las hambrientas
    madres, bramando al cielo se quejaron;

    las selvas, a su voz también atentas,
    bramando pareció que respondían,
    condolidas del daño y descontentas.

    Aquestas cosas nada me movían;
    antes, con mi llorar, hacia espantados
    todos cuantos a verme allí venían.

    Vinieron los pastores de ganados,
    vinieron de los sotos los vaqueros
    para ser de mi mal de mí informados;

    y todos con los gestos lastimeros
    me preguntaban cuáles habian sido
    los acidentes de mi mal primeros;

    a los cuales, en tierra yo tendido,
    ninguna otra respuesta dar sabía,
    rompiendo con sollozos mi gemido,

    sino de rato en rato les decía:
    "Vosotros, los de Tajo, en su ribera
    cantaréis la mi muerte cada día;

    este descanso llevaré, aunque muera,
    que cada día cantaréis mi muerte,
    vosotros, los de Tajo, en su ribera".

    La quinta noche, en fin, mi cruda suerte,
    queriéndome llevar do se rompiese
    aquesta tela de la vida fuerte,

    hizo que de mi choza me saliese
    por el silencio de la noche ’scura
    a buscar un lugar donde muriese,

    y caminando por do mi ventura
    y mis enfermos pies me condujeron,
    llegué a un barranco de muy gran altura;

    luego mis ojos le reconocieron,
    que pende sobre’l agua, y su cimiento
    las ondas poco a poco le comieron.

    Al pie d’un olmo hice allí mi asiento,
    y acuérdome que ya con ella estuve
    pasando allí la siesta al fresco viento;

    en aquesta memoria me detuve
    como si aquésta fuera medicina
    de mi furor y cuanto mal sostuve.

    Denunciaba el aurora ya vecina
    la venida del sol resplandeciente,
    a quien la tierra, a quien la mar s’enclina;

    entonces, como cuando el cisne siente
    el ansia postrimera que l’aqueja
    y tienta el cuerpo mísero y doliente,

    con triste y lamentable son se queja
    y se despide con funesto canto
    del espirtu vital que d’él s’aleja:

    así aquejado yo de dolor tanto
    que el alma abandonaba ya la humana
    carne, solté la rienda al triste llanto:

    "¡Oh fiera", dije, "más que tigre hircana
    y más sorda a mis quejas qu’el rüido
    embravecido de la mar insana,

    heme entregado, heme aquí rendido,
    he aquí que vences; toma los despojos
    de un cuerpo miserable y afligido!

    Yo porné fin del todo a mis enojos;
    ya no te ofenderá mi rostro triste,
    mi temerosa voz y húmidos ojos;

    quizá tú, qu’en mi vida no moviste
    el paso a consolarme en tal estado
    ni tu dureza cruda enterneciste,

    viendo mi cuerpo aquí desamparado,
    vernás a arrepentirte y lastimarte,
    mas tu socorro tarde habrá llegado.

    ¿Cómo pudiste tan presto olvidarte
    d’aquel tan luengo amor, y de sus ciegos
    ñudos en sola un hora desligarte?

    ¿No se te acuerda de los dulces juegos
    ya de nuestra niñez, que fueron leña
    destos dañosos y encendidos fuegos,

    cuando la encina desta espesa breña
    de sus bellotas dulces despojaba,
    que íbamos a comer sobr’esta peña?

    ¿Quién las castañas tiernas derrocaba
    del árbol, al subir dificultoso?
    ¿Quién en su limpia falda las llevaba?

    ¿Cuándo en valle florido, espeso, umbroso
    metí jamás el pie que d’él no fuese
    cargado a ti de flores y oloroso?

    Jurábasme, si ausente yo estuviese,
    que ni el agua sabor ni olor la rosa
    ni el prado hierba para ti tuviese.

    ¿A quién me quejo?, que no escucha cosa
    de cuantas digo quien debria escucharme.
    Eco sola me muestra ser piadosa;

    respondiéndome, prueba conhortarme
    como quien probó mal tan importuno,
    mas no quiere mostrarse y consolarme.

    ¡Oh dioses, si allá juntos de consuno,
    de los amantes el cuidado os toca;
    o tú solo, si toca a solo uno!,

    recebid las palabras que la boca
    echa con la doliente ánima fuera,
    antes qu’el cuerpo torne en tierra poca.

    ¡Oh náyades, d’aquesta mi ribera
    corriente moradoras; oh napeas,
    guarda del verde bosque verdadera!,

    alce una de vosotras, blancas deas,
    del agua su cabeza rubia un poco,
    así, ninfa, jamás en tal te veas;

    podré decir que con mis quejas toco
    las divinas orejas, no pudiendo
    las humanas tocar, cuerdo ni loco.

    ¡Oh hermosas oreadas que, teniendo
    el gobierno de selvas y montañas,
    a caza andáis, por ellas discurriendo!,

    dejad de perseguir las alimañas,
    venid a ver un hombre perseguido,
    a quien no valen fuerzas ya ni mañas.

    ¡Oh dríadas, d’amor hermoso nido,
    dulces y graciosísimas doncellas
    que a la tarde salís de lo ascondido,

    con los cabellos rubios que las bellas
    espaldas dejan d’oro cubijadas!,
    parad mientes un rato a mis querellas,

    y si con mi ventura conjuradas
    no estáis, haced que sean las ocasiones
    de mi muerte aquí siempre celebradas.

    ¡Oh lobos, oh osos, que por los rincones
    destas fieras cavernas ascondidos
    estáis oyendo agora mis razones!,

    quedaos a Dios, que ya vuestros oídos
    de mi zampoña fueron halagados
    y alguna vez d’amor enternecidos.

    Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
    adiós, corrientes ríos espumosos:
    vivid sin mí con siglos prolongados,

    y mientras en el curso presurosos
    iréis al mar a dalle su tributo,
    corriendo por los valles pedregosos,

    haced que aquí se muestre triste luto
    por quien, viviendo alegre, os alegraba
    con agradable son y viso enjuto,

    por quien aquí sus vacas abrevaba,
    por quien, ramos de lauro entretejendo,
    aquí sus fuertes toros coronaba".

    Estas palabras tales en diciendo,
    en pie m’alcé por dar ya fin al duro
    dolor que en vida estaba padeciendo,

    y por el paso en que me ves te juro
    que ya me iba a arrojar de do te cuento,
    con paso largo y corazón seguro,

    cuando una fuerza súbita de viento
    vino con tal furor que d’una sierra
    pudiera remover el firme asiento.

    De espaldas, como atónito, en la tierra
    desde ha gran rato me hallé tendido,
    que así se halla siempre aquel que yerra.

    Con más sano discurso en mi sentido
    comencé de culpar el presupuesto
    y temerario error que había seguido

    en querer dar, con triste muerte, al resto
    d’aquesta breve vida fin amargo,
    no siendo por los hados aun dispuesto.

    D’allí me fui con corazón más largo
    para esperar la muerte cuando venga
    a relevarme deste grave cargo.

    Bien has ya visto cuánto me convenga,
    que pues buscalla a mí no se consiente,
    ella en buscarme a mí no se detenga.

    Contado t’he la causa, el acidente,
    el daño y el proceso todo entero;
    cúmpleme tu promesa prestamente,

    y si mi amigo cierto y verdadero
    eres, como yo pienso, vete agora;
    no estorbes con dolor acerbo y fiero
    al afligido y triste cuando llora.

    Salicio:

    Tratara de una parte
    que agora sólo siento,
    si no pensaras que era dar consuelo:
    quisiera preguntarte
    cómo tu pensamiento
    se derribó tan presto en ese suelo,
    o se cobrió de un velo,
    para que no mirase
    que quien tan luengamente
    amó, no se consiente
    que tan presto del todo t’olvidase.
    Qué sabes si ella agora
    juntamente su mal y el tuyo llora?

    Albanio:

    Cese ya el artificio
    de la maestra mano;
    no me hagas pasar tan grave pena.
    Harásme tú, Salicio,
    ir do nunca pie humano
    estampó su pisada en el arena.
    Ella está tan ajena
    d’estar desa manera
    como tú de pensallo,
    aunque quieres mostrallo
    con razón aparente a verdadera;
    ejercita aquí el arte
    a solas, que yo voyme en otra parte.

    Salicio:

    No es tiempo de curalle
    hasta que menos tema
    la cura del maestro y su crüeza;
    solo quiero dejalle,
    que aun está la postema
    intratable, a mi ver, por su dureza;
    quebrante la braveza
    del pecho empedernido
    con largo y tierno llanto.
    Iréme yo entretanto
    a requirir d’un ruiseñor el nido,
    que está en un alta encina
    y estará presto en manos de Gravina.

    Camila:

    Si desta tierra no he perdido el tino,
    por aquí el corzo vino que ha traído,
    después que fue herido, atrás el viento.
    ¡Qué recio movimiento en la corrida
    lleva, de tal herida lastimado!
    En el siniestro lado soterrada,
    la flecha enherbolada iba mostrando,
    las plumas blanqueando solas fuera,
    y háceme que muera con buscalle.
    No paso deste valle; aquí está cierto,
    y por ventura muerto. ¡Quién me diese
    alguno que siguiese el rastro agora,
    mientras la herviente hora de la siesta
    en aquesta floresta yo descanso!
    ¡ Ay, viento fresco y manso y amoroso,
    almo, dulce, sabroso!, esfuerza, esfuerza
    tu soplo, y esta fuerza tan caliente
    del alto sol ardiente ora quebranta,
    que ya la tierna planta del pie mío
    anda a buscar el frío desta hierba.
    A los hombres reserva tú, Dïana,
    en esta siesta insana, tu ejercicio;
    por agora tu oficio desamparo,
    que me ha costado caro en este día.
    ¡Ay dulce fuente mía, y de cuán alto
    con solo un sobresalto m’arrojaste!
    ¿Sabes que me quitaste, fuente clara,
    los ojos de la cara?, que no quiero
    menos un compañero que yo amaba,
    mas no como él pensaba. ¡Dios ya quiera
    que antes Camila muera que padezca
    culpa por do merezca ser echada
    de la selva sagrada de Dïana!
    ¡Oh cuán de mala gana mi memoria
    renueva aquesta historia! Mas la culpa
    ajena me desculpa, que si fuera
    yo la causa primera desta ausencia,
    yo diera la sentencia en mi contrario;
    él fue muy voluntario y sin respeto.
    Mas ¿para qué me meto en esta cuenta?
    Quiero vivir contenta y olvidallo
    y aquí donde me hallo recrearme;
    aquí quiero acostarme, y en cayendo
    la siesta, iré siguiendo mi corcillo,
    que yo me maravillo ya y m’espanto
    cómo con tal herida huyó tanto.

    Albanio:

    Si mi turbada vista no me miente,
    paréceme que vi entre rama y rama
    una ninfa llegar a aquella fuente.

    Quiero llegar allá: quizá si ella ama,
    me dirá alguna cosa con que engañe,
    con algún falso alivio, aquesta llama.

    Y no se me da nada que desbañe
    mi alma si es contrario a lo que creo,
    que a quien no espera bien, no hay mal que dañe.

    ¡Oh santos dioses!, ¿qué’s esto que veo?
    ¿Es error dc fantasma convertida
    en forma de mi amor y mi deseo?

    Camila es ésta que está aquí dormida;
    no puede d’otra ser su hermosura.
    La razón está clara y conocida:

    una obra sola quiso la natura
    hacer como ésta, y rompió luego apriesa
    la estampa do fue hecha tal figura;

    ¿quién podrá luego de su forma espresa
    el traslado sacar, si la maestra
    misma no basta, y ella lo confiesa?

    Mas ya qu’es cierto el bien que a mí se muestra,
    ¿cómo podré llegar a despertalla,
    temiendo yo la luz que a ella me adiestra?

    Si solamente de poder tocalla
    perdiese el miedo yo... Mas ¿si despierta?
    Si despierta, tenella y no soltalla.

    Esta osadía temo que no es cierta.
    ¿Qué me puede hacer? Quiero llegarme;
    en fin, ella está agora como muerta.

    Cabe ella por lo menos asentarme
    bien puedo, mas no ya como solía...
    ¡Oh mano poderosa de matarme!,

    ¿viste cuánto tu fuerza en mí podía?
    ¿Por qué para sanarme no la pruebas?,
    que su poder a todo bastaría.

    Camila:

    ¡Socórreme, Dïana!

    Albanio:

    .................................¡No te muevas,
    que no t’he de soltar; escucha un poco!

    Camila:

    ¿Quién me dijera, Albanio, tales nuevas?

    ¡Ninfas del verde bosque, a vos invoco;
    a vos pido socorro desta fuerza!
    ¿Qué es esto, Albanio? Dime si estás loco.

    Albanio:

    Locura debe ser la que me fuerza
    a querer más qu’el alma y que la vida
    a la que a aborrecerme a mí se ’sfuerza.

    Camila:

    Yo debo ser de ti l’aborrecida,
    pues me quieres tratar de tal manera,
    siendo tuya la culpa conocida.

    Albanio:

    ¿Yo culpa contra ti? ¡ Si la primera
    no está por cometer, Camila mía,
    en tu desgracia y disfavor yo muera!

    Camila:

    ¿Tú no violaste nuestra compañía,
    quiriéndola torcer por el camino
    que de la vida honesta se desvía?

    Albanio:

    ¿Cómo, de sola una hora el desatino
    ha de perder mil años de servicio,
    si el arrepentimiento tras él vino?

    Camila:

    Aquéste es de los hombres el oficio:
    tentar el mal, y si es malo el suceso,
    pedir con humildad perdón del vicio.

    Albanio:

    ¿Qué tenté yo, Camila?

    Camila:

    ........................................¡Bueno es eso!
    Esta fuente lo diga, que ha quedado
    por un testigo de tu mal proceso.

    Albanio:

    Si puede ser mi yerro castigado
    con muerte, con deshonra o con tormento,
    vesme aquí; estoy a todo aparejado.

    Camila:

    Suéltame ya la mano, que el aliento
    me falta de congoja.

    Albanio:

    ..................................He muy gran miedo
    que te me irás, que corres más qu’el viento.

    Camila:

    No estoy como solía, que no puedo
    moverme ya, de mal ejercitada;
    suelta, que casi m’has quebrado un dedo.

    Albanio:

    ¿Estarás, si te suelto, sosegada,
    mientras con razón clara te demuestro
    que fuiste sin razón de mí enojada?

    Camila:

    ¡Eres tú de razones gran maestro!
    Suelta, que sí estaré.

    Albanio:

    ....................................Primero jura
    por la primera fe del amor nuestro.

    Camila:

    Yo juro por la ley sincera y pura
    del amistad pasada de sentarme
    y de ‘scuchar tus quejas muy segura.

    ¡Cuál me tienes la mano d’apretarme
    con esa dura mano, descreído!

    Albanio:

    ¡Cuál me tienes el alma de dejarme!

    Camila:

    ¡Mi prendedero d’oro, si es perdido!
    ¡Oh cuitada de mí, mi prendedero
    desde aquel valle aquí se m’ha caído!

    Albanio:

    Mira no se cayese allá primero,
    antes d’aquéste, al val de la Hortiga.

    Camila:

    Doquier que se perdió, buscalle quiero.

    Albanio:

    Yo iré a buscalle; escusa esta fatiga,
    que no puedo sufrir que aquesta arena
    abrase el blanco pie de mi enemiga.

    Camila:

    Pues ya quieres tomar por mí esta pena,
    derecho ve primero a aquellas hayas,
    que allí estuve yo echada un’ hora buena.

    Albanio:

    Yo voy, mas entretanto no te vayas.

    Camila:

    Seguro ve, ¡que antes verás mi muerte
    que tú me cobres ni a tus manos hayas!

    Albanio:

    ¡Ah, ninfa desleal!, ¿y desa suerte
    se guarda el juramento que me diste?
    ¡Ah, condición de vida dura y fuerte!

    ¡Oh falso amor, de nuevo me hiciste
    revivir con un poco d’csperanza!
    ¡Oh modo de matar nojoso y triste!

    ¡Oh muerte llena de mortal tardanza,
    podré por ti llamar injusto el cielo,
    injusta su medida y su balanza!

    Recibe tú, terreno y duro suelo,
    este rebelde cuerpo que detiene
    del alma el espedido y presto vuelo;

    yo me daré la muerte, y aun si viene
    alguno a resistirme... ¿a resistirme?:
    ¡él verá que a su vida no conviene!

    ¿No puedo yo morir, no puedo irme
    por aquí, por allí, por do quisiere,
    desnudo espirtu o carne y hueso firme?


    (continuará)


    .


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 21 Feb 2015, 13:43

    .


    (continuación de la Égloga II)


    Salicio:

    Escucha, que algún mal hacerse quiere.
    ¡Oh, cierto tiene trastornado el seso!

    Albanio:

    ¡Aquí tuviese yo quien mal me quiere!

    Descargado me siento d’un gran peso;
    paréceme que vuelo, despreciando
    monte, choza, ganado, leche y queso.

    ¿No son aquéstos pies? Con ellos ando.
    Ya caigo en ello: el cuerpo se m’ha ido;
    sólo el espirtu es este que ora mando.

    ¿Hale hurtado alguno o escondido
    mientras mirando estaba yo otra cosa?
    ¿O si quedó por caso allí dormido?

    Una figura de color de rosa
    estaba allí dormiendo: ¿si es aquélla
    mi cuerpo? No, que aquélla es muy hermosa.

    Nemoroso:

    ¡Gentil cabeza! No daria por ella
    yo para mi traer solo un cornado.

    Albanio:

    ¿A quién iré del hurto a dar querella?

    Salicio:

    Estraño enjemplo es ver en qué ha parado
    este gentil mancebo, Nemoroso,
    ya a nosotros, que l’hemos más tratado,

    manso, cuerdo, agradable, virtüoso,
    sufrido, conversable, buen amigo,
    y con un alto ingenio, gran reposo.

    Albanio:

    ¡Yo podré poco o hallaré testigo
    de quién hurtó mi cuerpo! Aunque esté ausente,
    yo le perseguiré como a enemigo.

    ¿Sabrásme decir d’él, mi clara fuente?
    Dímelo, si lo sabes: así Febo
    nunca tus frescas ondas escaliente.

    Allá dentro en el fondo está un mancebo,
    de laurel coronado y en la mano
    un palo, propio como yo, d’acebo.

    ¡Hola! ¿quién está ’llá? Responde, hermano.
    ¡Válasme, Dios!, o tú eres sordo o mudo,
    o enemigo mortal del trato humano.

    Espirtu soy, de carne ya desnudo,
    que busco el cuerpo mío, que m’ha hurtado
    algún ladrón malvado, injusto y crudo.

    Callar que callarás. ¿Hasme ’scuchado?
    ¡Oh santo Dios!, mi cuerpo mismo veo,
    o yo tengo el sentido trastornado.

    ¡Oh cuerpo, hete hallado y no lo creo!
    ¡Tanto sin ti me hallo descontento,
    pon fin ya a tu destierro y mi deseo!

    Nemoroso:

    Sospecho qu’el contino pensamiento
    que tuvo de morir antes d’agora
    le representa aqueste apartamiento.

    Salicio:

    Como del que velando siempre llora,
    quedan, durmiendo, las especies llenas
    del dolor que en el alma triste mora.

    Albanio:

    Si no estás en cadenas, sal ya fuera
    a darme verdadera forma d’hombre,
    que agora solo el nombre m’ha quedado;
    y si allá estás forzado en ese suelo,
    dímelo, que si al cielo que me oyere
    con quejas no moviere y llanto tierno,
    convocaré el infierno y reino escuro
    y rompiré su muro de diamante,
    como hizo el amante blandamente
    por la consorte ausente que cantando
    estuvo halagando las culebras
    de las hermanas negras, mal peinadas.

    Nemoroso:

    ¡De cuán desvarïadas opiniones
    saca buenas razones el cuitado!

    Salicio:

    El curso acostumbrado del ingenio,
    aunque le falte el genio que lo mueva,
    con la fuga que lleva corre un poco,
    y aunque éste está ora loco, no por eso
    ha de dar al travieso su sentido,
    en todo habiendo sido cual tú sabes.

    Nemoroso:

    No más, no me le alabes, que por cierto
    como de velle muerto estoy llorando.

    Albanio:

    Estaba contemplando qué tormento
    es deste apartamiento lo que pienso.
    No nos aparta imenso mar airado,
    no torres de fosado rodeadas,
    no montañas cerradas y sin vía,
    no ajena compañía dulce y cara:
    un poco d’agua clara nos detiene.
    Por ella no conviene lo que entramos
    con ansia deseamos, porque al punto
    que a ti me acerco y junto, no te apartas;
    antes nunca te hartas de mirarme
    y de sinificarme en tu meneo
    que tienes gran deseo de juntarte
    con esta media parte. Daca, hermano,
    écham’ acá esa mano, y como buenos
    amigos a lo menos nos juntemos
    y aquí nos abracemos ¡Ah, burlaste!
    ¿Así te me ’scapaste? Yo te digo
    que no es obra d’amigo hacer eso;
    quedo yo, don travieso, remojado,
    ¿y tú estás enojado? ¡Cuán apriesa
    mueves –¿qué cosa es esa?– tu figura!
    ¿Aun esa desventura me quedaba?
    Ya yo me consolaba en ver serena
    tu imagen, y tan buena y amorosa;
    no hay bien ni alegre cosa ya que dure.

    Nemoroso:

    A lo menos, que cure tu cabeza.

    Salicio:

    Salgamos, que ya empieza un furor nuevo,

    Albanio:

    ¡Oh Dios! ¿por qué no pruebo a echarme dentro
    hasta llegar al centro de la fuente?

    Salicio:

    ¿Qué’s esto, Albanio? ¡Tente!

    Albanio:

    .................................................¡Oh manifesto
    ladrón!, mas ¿qué’s aquesto? ¡Es muy bueno
    vestiros de lo ajeno y ante’l dueño,
    como si fuese un leño sin sentido,
    venir muy revestido de mi carne!
    ¡Yo haré que descarne esa alma osada
    aquesta mano airada!

    Salicio:

    …...............................¡Está quedo!
    ¡Llega tú, que no puedo detenelle!

    Nemoroso:

    Pues ¿qué quieres hacelle?

    Salicio:

    ............................................¿Yo? Dejalle,
    si desenclavijalle yo acabase
    la mano, a que escapase mi garganta.

    Nemoroso:

    No tiene fuerza tanta; solo puedes
    hacer tú lo que debes a quien eres.

    Salicio:

    ¡Qué tiempo de placeres y de burlas!
    ¿Con la vida te burlas, Nemoroso?
    ¡Ven, ya no ’stés donoso!

    Nemoroso:

    ..........................................Luego vengo;
    en cuanto me detengo aquí un poco,
    veré cómo de un loco te desatas.

    Salicio:

    ¡Ay, paso, que me matas!

    Albanio:

    .........................................¡Aunque mueras!

    Nemoroso:

    ¡Ya aquello va de veras! ¡Suelta, loco!

    Albanio:

    Déjame ’star un poco, que ya acabo.

    Nemoroso:

    ¡Suelta ya!

    Albanio:

    ...................¿Qué te hago?

    Nemoroso:

    ...........................................¡A mí, no nada!

    Albanio:

    Pues vete tu jornada, y no entiendas
    en aquestas contiendas.

    Salicio:

    .......................................¡Ah, furioso!
    Afierra, Nemoroso, y tenle fuerte.
    ¡Yo te daré la muerte, don perdido!
    Ténmele tú tendido mientras l’ato.
    Probemos así un rato a castigalle;
    quizá con espantalle habrá algún miedo.

    Albanio:

    Señores, si ’stoy quedo, ¿dejarésme?

    Salicio:

    ¡No!

    Albanio:

    ...........Pues ¿qué, matarésme?

    Salicio:

    ...................................................¡Sí!

    Albanio:

    ..........................................................¿Sin falta?
    Mira cuánto más alta aquella sierra
    está que la otra tierra.

    Nemoroso:

    .....................................Bueno es esto;
    él olvidará presto la braveza.

    Salicio:

    ¡Calla, que así s’aveza a tener seso!

    Albanio:

    ¿Cómo, azotado y preso?

    Salicio:

    .........................................¡Calla, escucha!

    Albanio:

    Negra fue aquella lucha que contigo
    hice, que tal castigo dan tus manos.
    ¿No éramos como hermanos de primero?

    Nemoroso:

    Albanio, compañero, calla agora
    y duerme aquí algún hora, y no te muevas.

    Albanio:

    ¿Sabes algunas nuevas de mí?

    Salicio:

    ..................................................¡Loco!

    Albanio:

    Paso, que duermo un poco.

    Salicio:

    ..............................................¿Duermes cierto?

    Albanio:

    ¿No me ves como un muerto? Pues ¿qué hago?

    Salicio:

    Éste te dará el pago, si despiertas,
    en esas carnes muertas, te prometo.

    Nemoroso:

    Algo ’stá más quieto y reposado
    que hasta ’quí. ¿Qué dices tú, Salicio?
    ¿Parécete que puede ser curado?

    Salicio:

    En procurar cualquiera beneficio
    a la vida y salud d’un tal amigo,
    haremos el debido y justo oficio.

    Nemoroso:

    Escucha, pues, un poco lo que digo;
    contaréte una ’straña y nueva cosa
    de que yo fui la parte y el testigo.

    En la ribera verde y deleitosa
    del sacro Tormes, dulce y claro río,
    hay una vega grande y espaciosa,

    verde en el medio del invierno frío,
    en el otoño verde y primavera,
    verde en la fuerza del ardiente estío.

    Levántase al fin della una ladera,
    con proporción graciosa en el altura,
    que sojuzga la vega y la ribera;

    allí está sobrepuesta la espesura
    de las hermosas torres, levantadas
    al cielo con estraña hermosura,

    no tanto por la fábrica estimadas,
    aunque ’straña labor allí se vea,
    cuanto por sus señores ensalzadas.

    Allí se halla lo que se desea:
    virtud, linaje, haber y todo cuanto
    bien de natura o de fortuna sea.

    Un hombre mora allí de ingenio tanto
    que toda la ribera adonde él vino
    nunca se harta d’escuchar su canto.

    Nacido fue en el campo placentino,
    que con estrago y destrución romana
    en el antiguo tiempo fue sanguino,

    y en éste con la propia la inhumana
    furia infernal, por otro nombre guerra,
    le tiñe, le rüina y le profana;

    él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
    por ser más del reposo compañero
    que de la patria, que el furor atierra.

    Llevóle a aquella parte el buen agüero
    d’aquella tierra d’Alba tan nombrada,
    que éste’s el nombre della, y d’él Severo.

    A aquéste Febo no le´scondió nada,
    antes de piedras, hierbas y animales
    diz que le fue noticia entera dada.

    Éste, cuando le place, a los caudales
    ríos el curso presuroso enfrena
    con fuerza de palabras y señales;

    la negra tempestad en muy serena
    y clara luz convierte, y aquel día,
    si quiere revolvelle, el mundo atruena;

    la luna d’allá arriba bajaría
    si al son de las palabras no impidiese
    el son del carro que la mueve y guía.

    Temo que si decirte presumiese
    de su saber la fuerza con loores,
    que en lugar d’alaballe l’ofendiese.

    Mas no te callaré que los amores
    con un tan eficaz remedio cura
    cual se conviene a tristes amadores;

    en un punto remueve la tristura,
    convierte’n odio aquel amor insano,
    y restituye’l alma a su natura.

    No te sabré dicir, Salicio hermano,
    la orden de mi cura y la manera,
    mas sé que me partí d’él libre y sano.

    Acuérdaseme bien que en la ribera
    de Tormes le hallé solo, cantando
    tan dulce que una piedra enterneciera.

    Como cerca me vido, adevinando
    la causa y la razón de mi venida,
    suspenso un rato ’stuvo así callando,

    y luego con voz clara y espedida
    soltó la rienda al verso numeroso
    en alabanzas de la libre vida.

    Yo estaba embebecido y vergonzoso,
    atento al son y viéndome del todo
    fuera de libertad y de reposo.

    No sé decir sino que’n fin de modo
    aplicó a mi dolor la medicina
    qu’el mal desarraigó de todo en todo.

    Quedé yo entonces como quien camina
    de noche por caminos enriscados,
    sin ver dónde la senda o paso inclina;

    mas, venida la luz y contemplados,
    del peligro pasado nace un miedo
    que deja los cabellos erizados:

    así estaba mirando, atento y quedo,
    aquel peligro yo que atrás dejaba,
    que nunca sin temor pensallo puedo.

    Tras esto luego se me presentaba,
    sin antojos delante, la vileza
    de lo que antes ardiendo deseaba.

    Así curó mi mal, con tal destreza,
    el sabio viejo, como t’he contado,
    que volvió el alma a su naturaleza
    y soltó el corazón aherrojado.

    Salicio:

    ¡Oh gran saber, oh viejo frutüoso,
    qu’el perdido reposo al alma vuelve,
    y lo que la revuelve y lleva a tierra
    del corazón destierra encontinente!
    Con esto solamente que contaste,
    así le reputaste acá comigo
    que sin otro testigo a desealle
    ver presente y hablalle me levantas.

    Nemoroso:

    ¿Desto poco te ’spantas tú, Salicio?
    De más te daré indicio manifesto,
    si no te soy molesto y enojoso.

    Salicio:

    ¿Qué’s esto, Nemoroso, y qué cosa
    puede ser tan sabrosa en otra parte
    a mi como escucharte? No la siento,
    cuanto más este cuento de Severo;
    dímelo por entero, por tu vida,
    pues no hay quien nos impida ni embarace.
    Nuestro ganado pace, el viento espira,
    Filomena sospira en dulce canto
    y en amoroso llanto s’amancilla;
    gime la tortolilla sobre’l olmo,
    preséntanos a colmo el prado flores
    y esmalta en mil colores su verdura;
    la fuente clara y pura, murmurando,
    nos está convidando a dulce trato.

    Nemoroso:

    ¿Escucha, pues, un rato, y diré cosas
    estrañas y espantosas poco a poco.

    Ninfas, a vos invoco; verdes faunos,
    sátiros y silvanos, soltá todos
    mi lengua en dulces modos y sotiles,
    que ni los pastoriles ni el avena
    ni la zampoña suena como quiero.

    Este nuestro Severo pudo tanto
    con el süave canto y dulce lira
    que, revueltos en ira y torbellino,
    en medio del camino se pararon
    los vientos y escucharon muy atentos
    la voz y los acentos, muy bastantes
    a que los repugnantes y contrarios
    hiciesen voluntarios y conformes.

    A aquéste el viejo Tormes, como a hijo,
    le metió al escondrijo de su fuente,
    de do va su corriente comenzada;
    mostróle una labrada y cristalina
    urna donde él reclina el diestro lado,
    y en ella vio entallado y esculpido
    lo que, antes d’haber sido, el sacro viejo
    por devino consejo puso en arte,
    labrando a cada parte las estrañas
    virtudes y hazañas de los hombres
    que con sus claros nombres ilustraron
    cuanto señorearon de aquel río.

    Estaba con un brío desdeñoso,
    con pecho corajoso, aquel valiente
    que contra un rey potente y de gran seso,
    qu’el viejo padre preso le tenía,
    cruda guerra movía despertando
    su ilustre y claro bando al ejercicio
    d’aquel piadoso oficio. A aquéste junto
    la gran labor al punto señalaba
    al hijo que mostraba acá en la tierra
    ser otro Marte en guerra, en corte Febo;
    mostrábase mancebo en las señales
    del rostro, qu’eran tales que ’speranza
    y cierta confianza claro daban,
    a cuantos le miraban, qu’él sería
    en quien se informaría un ser divino.
    Al campo sarracino en tiernos años
    daba con graves daños a sentillo,
    que como fue caudillo del cristiano,
    ejercitó la mano y el maduro
    seso y aquel seguro y firme pecho.
    En otra parte, hecho ya más hombre,
    con más ilustre nombre, los arneses
    de los fieros franceses abollaba.
    Junto, tras esto, estaba figurado
    con el arnés manchado de otra sangre,
    sosteniendo el hambre en el asedio,
    siendo él solo el remedio del combate,
    que con fiero rebate y con rüido
    por el muro batido l’ofrecían;
    tantos al fin morían por su espada,
    a tantos la jornada puso espanto,
    que no hay labor que tanto notifique
    cuanto el fiero Fadrique de Toledo
    puso terror y miedo al enemigo.
    Tras aqueste que digo se veía
    el hijo don García, qu’en el mundo
    sin par y sin segundo solo fuera
    si hijo no tuviera. ¿Quién mirara
    de su hermosa cara el rayo ardiente,
    quién su replandeciente y clara vista,
    que no diera por lista su grandeza?
    Estaban de crüeza fiera armadas
    las tres inicuas hadas cruda guerra
    haciendo allí a la tierra con quitalle
    éste, qu’en alcanzalle fue dichosa.
    ¡Oh patria lagrimosa, y cómo vuelves
    los ojos a los Gelves, sospirando!
    Él está ejercitando el duro oficio,
    y con tal arteficio la pintura
    mostraba su figura que dijeras,
    si pintado lo vieras, que hablaba.
    El arena quemaba, el sol ardía,
    la gente se caía medio muerta;
    él solo con despierta vigilancia
    dañaba la tardanza floja, inerte,
    y alababa la muerte glorïosa.
    Luego la polvorosa muchedumbre,
    gritando a su costumbre, le cercaba;
    mas el que se llegaba al fiero mozo
    llevaba, con destrozo y con tormento,
    del loco atrevimiento el justo pago.
    Unos en bruto lago de su sangre,
    cortado ya el estambre de la vida,
    la cabeza partida revolcaban;
    otros claro mostraban, espirando,
    de fuera palpitando las entrañas,
    por las fieras y estrañas cuchilladas
    d’aquella mano dadas. Mas el hado
    acerbo, triste, airado fue venido,
    y al fin él, confundido d’alboroto,
    atravesado y roto de mil hierros,
    pidiendo de sus yerros venia al cielo,
    puso en el duro suelo la hermosa
    cara, como la rosa matutina,
    cuando ya el sol declina al mediodía,
    que pierde su alegría y marchitando
    va la color mudando; o en el campo
    cual queda el lirio blanco qu’el arado
    crudamente cortado al pasar deja,
    del cual aun no s’aleja presuroso
    aquel color hermoso o se destierra,
    mas ya la madre tierra descuidada
    no le administra nada de su aliento,
    que era el sustentamiento y vigor suyo:
    tal está el rostro tuyo en el arena,
    fresca rosa, azucena blanca y pura.

    Tras ésta una pintura estraña tira
    los ojos de quien mira y los detiene
    tanto que no conviene mirar cosa
    estraña ni hermosa sino aquélla.
    De vestidura bella allí vestidas
    las gracias esculpidas se veían;
    solamente traían un delgado
    velo qu’el delicado cuerpo viste,
    mas tal que no resiste a nuestra vista.
    Su diligencia en vista demostraban;
    todas tres ayudaban en una hora
    una muy gran señora que paría.
    Un infante se vía ya nacido
    tal cual jamás salido d’otro parto
    del primer siglo al cuarto vio la luna;
    en la pequeña cuna se leía
    un nombre que decía "don Fernando".

    Bajaban, d’él hablando, de dos cumbres
    aquellas nueve lumbres de la vida
    con ligera corrida, y con ellas,
    cual luna con estrellas, el mancebo
    intonso y rubio, Febo; y en llegando,
    por orden abrazando todas fueron
    al niño, que tuvieron luengamente.
    Visto como presente, d’otra parte
    Mercurio estaba y Marte, cauto y fiero,
    viendo el gran caballero que encogido
    en el recién nacido cuerpo estaba.
    Entonces lugar daba mesurado
    a Venus, que a su lado estaba puesta;
    ella con mano presta y abundante
    néctar sobre’l infante desparcía,
    mas Febo la desvía d’aquel tierno
    niño y daba el gobierno a sus hermanas;
    del cargo están ufanas todas nueve.
    El tiempo el paso mueve; el niño crece
    y en tierna edad florece y se levanta
    como felice planta en buen terreno.
    Ya sin precepto ajeno él daba tales
    de su ingenio señales que ’spantaban
    a los que le crïaban; luego estaba
    cómo una l’entregaba a un gran maestro
    que con ingenio diestro y vida honesta
    hiciese manifiesta al mundo y clara
    aquel ánima rara que allí vía.
    Al niño recebía con respeto
    un viejo en cuyo aspeto se via junto
    severidad a un punto con dulzura.
    Quedó desta figura como helado
    Severo y espantado, viendo el viejo
    que, como si en espejo se mirara,
    en cuerpo, edad y cara eran conformes.
    En esto, el rostro a Tormes revolviendo,
    vio que ’staba rïendo de su ’spanto.
    "¿De qué t’espantas tanto?", dijo el río.
    "¿No basta el saber mío a que primero
    que naciese Severo, yo supiese
    que habia de ser quien diese la doctrina
    al ánima divina deste mozo?"
    Él, lleno d’alborozo y d’alegría,
    sus ojos mantenía de pintura.

    Miraba otra figura d’un mancebo,
    el cual venia con Febo mano a mano,
    al modo cortesano; en su manera
    juzgáralo cualquiera, viendo el gesto
    lleno d’un sabio, honesto y dulce afeto,
    por un hombre perfeto en l’alta parte
    de la difícil arte cortesana,
    maestra de la humana y dulce vida.
    Luego fue conocida de Severo
    la imagen por entero fácilmente
    deste que allí presente era pintado:
    vio qu’era el que habia dado a don Fernando
    su ánimo formando en luenga usanza,
    el trato, la crïanza y gentileza,
    la dulzura y llaneza acomodada,
    la virtud apartada y generosa,
    y en fin cualquiera cosa que se vía
    en la cortesanía de que lleno
    Fernando tuvo el seno y bastecido.
    Después de conocido, leyó el nombre
    Severo de aqueste hombre, que se llama
    Boscán, de cuya llama clara y pura
    sale’l fuego que apura sus escritos,
    que en siglos infinitos ternán vida.

    De algo más crecida edad miraba
    al niño, que ’scuchaba sus consejos.
    Luego los aparejos ya de Marte,
    estotro puesto aparte, le traía;
    así les convenía a todos ellos
    que no pudiera dellos dar noticia
    a otro la milicia en muchos años.
    Obraba los engaños de la lucha;
    la maña y fuerza mucha y ejercicio
    con el robusto oficio está mezclando.

    Allí con rostro blando y amoroso
    Venus aquel hermoso mozo mira,
    y luego le retira por un rato
    d’aquel áspero trato y son de hierro;
    mostrábale ser yerro y ser mal hecho
    armar contino el pecho de dureza,
    no dando a la terneza alguna puerta.
    Con él en una huerta entrada siendo,
    una ninfa dormiendo le mostraba;
    el mozo la miraba y juntamente,
    de súpito acidente acometido,
    estaba embebecido, y a la diosa
    que a la ninfa hermosa s’allegase
    mostraba que rogase, y parecía
    que la diosa temía de llegarse.
    Él no podía hartarse de miralla,
    de eternamente amalla proponiendo.

    Luego venia corriendo Marte airado,
    mostrándose alterado en la persona,
    y daba una corona a don Fernando.
    Y estábale mostrando un caballero
    que con semblante fiero amenazaba
    al mozo que quitaba el nombre a todos.
    Con atentados modos se movía
    contra el que l’atendía en una puente;
    mostraba claramente la pintura
    que acaso noche ’scura entonces era.
    De la batalla fiera era testigo
    Marte, que al enemigo condenaba
    y al mozo coronaba en el fin d’ella;
    el cual, como la estrella relumbrante
    que’l sol envia delante, resplandece.
    D’allí su nombre crece, y se derrama
    su valerosa fama a todas partes.
    Luego con nuevas artes se convierte
    a hurtar a la muerte y a su abismo
    gran parte de sí mismo y quedar vivo
    cuando el vulgo cativo le llorare
    y, muerto, le llamare con deseo.
    Estaba el Himeneo allí pintado,
    el diestro pie calzado en lazos d’oro;
    de vírgines un coro está cantando,
    partidas altercando y respondiendo,
    y en un lecho poniendo una doncella
    que, quien atento aquélla bien mirase
    y bien la cotejase en su sentido
    con la qu’el mozo vido allá en la huerta,
    verá que la despierta y la dormida
    por una es conocida de presente.
    Mostraba juntamente ser señora
    digna y merecedora de tal hombre;
    el almohada el nombe contenía,
    el cual doña María Enríquez era.
    Apenas tienen fuera a don Fernando,
    ardiendo y deseando estar ya echado;
    al fin era dejado con su esposa
    dulce, pura, hermosa, sabia, honesta.

    En un pie estaba puesta la fortuna,
    nunca estable ni una, que llamaba
    a Fernando, que ’staba en vida ociosa,
    porque en dificultosa y ardua vía
    quisiera ser su guía y ser primera;
    mas él por compañera tomó aquella,
    siguiendo a la qu’es bella descubierta
    y juzgada, cubierta, por disforme.
    El nombre era conforme a aquesta fama:
    virtud ésta se llama, al mundo rara.

    ¿Quién tras ella guïara igual en curso
    sino éste, qu’el discurso de su lumbre
    forzaba la costumbre de sus años,
    no recibiendo engaños sus deseos?
    Los montes Pireneos, que se ’stima
    de abajo que la cima está en el cielo
    y desde arriba el suelo en el infierno,
    en medio del invierno atravesaba.
    La nieve blanqueaba, y las corrientes
    por debajo de puentes cristalinas
    y por heladas minas van calladas;
    el aire las cargadas ramas mueve,
    qu’el peso de la nieve las desgaja.
    Por aquí se trabaja el duque osado,
    del tiempo contrastado y de la vía,
    con clara compañía de ir delante;
    el trabajo constante y tan loable
    por la Francia mudable en fin le lleva.
    La fama en él renueva la presteza,
    la cual con ligereza iba volando
    y con el gran Fernando se paraba
    y le sinificaba en modo y gesto
    qu’el caminar muy presto convenía.

    De todos escogía el duque uno,
    y entramos de consuno cabalgaban;
    los caballos mudaban fatigados,
    mas a la fin llegados a los muros
    del gran París seguros, la dolencia
    con su débil presencia y amarilla
    bajaba de la silla al duque sano
    y con pesada mano le tocaba.
    Él luego comenzaba a demudarse
    y amarillo pararse y a dolerse.

    Luego pudiera verse de travieso
    venir por un espeso bosque ameno,
    de buenas hierbas lleno y medicina,
    Esculapio, y camina no parando
    hasta donde Fernando estaba en lecho;
    entró con pie derecho, y parecía
    que le restituía en tanta fuerza
    que a proseguir se ’sfuerza su vïaje,
    que le llevó al pasaje del gran Reno.

    Tomábale en su seno el caudaloso
    y claro rio, gozoso de tal gloria,
    trayendo a la memoria cuando vino
    el vencedor latino al mismo paso.
    No se mostraba escaso de sus ondas;
    antes, con aguas hondas que engendraba,
    los bajos igualaba, y al liviano
    barco daba de mano, el cual, volando,
    atrás iba dejando muros, torres.
    Con tanta priesa corres, navecilla,
    que llegas do amancilla una doncella,
    y once mil más con ella, y mancha el suelo
    de sangre que en el cielo está esmaltada.
    Úrsula, desposada y virgen pura,
    mostraba su figura en una pieza
    pintada; su cabeza allí se vía
    que los ojos volvía ya espirando.
    Y estábate mirando aquel tirano
    que con acerba mano llevó a hecho,
    de tierno en tierno pecho, tu compaña.

    Por la fiera Alemaña d’aquí parte
    el duque, a aquella parte enderezado
    donde el cristiano estado estaba en dubio.
    En fin al gran Danubio s’encomienda;
    por él suelta la rienda a su navío,
    que con poco desvío de la tierra
    entre una y otra sierra el agua hiende.
    El remo que deciende en fuerza suma
    mueve la blanca espuma como argento;
    el veloz movimiento parecía
    que pintado se vía ante los ojos.

    Con amorosos ojos, adelante,
    Carlos, César triunfante, le abrazaba
    cuando desembarcaba en Ratisbona.
    Allí por la corona del imperio
    estaba el magisterio de la tierra
    convocado a la guerra que ’speraban;
    todos ellos estaban enclavando
    los ojos en Fernando, y en el punto
    que a sí le vieron junto, se prometen
    de cuanto allí acometen la vitoria.

    Con falsa y vana gloria y arrogancia,
    con bárbara jactancia allí se vía
    a los fines de Hungría el campo puesto
    de aquel que fue molesto en tanto grado
    al húngaro cuitado y afligido;
    las armas y el vestido a su costumbre,
    era la muchidumbre tan estraña
    que apenas la campaña la abarcaba
    ni a dar pasto bastaba, ni agua el río.

    César con celo pío y con valiente
    ánimo aquella gente despreciaba;
    la suya convocaba, y en un punto
    vieras un campo junto de naciones
    diversas y razones, mas d’un celo.
    No ocupaban el suelo en tanto grado,
    con número sobrado y infinito,
    como el campo maldito, mas mostraban
    virtud con que sobraban su contrario,
    ánimo voluntario, industria y maña.
    Con generosa saña y viva fuerza
    Fernando los esfuerza y los recoge
    y a sueldo suyo coge muchos dellos.
    D’un arte usaba entr’ellos admirable:
    con el diciplinable alemán fiero
    a su manera y fuero conversaba;
    a todos s’aplicaba de manera
    qu’el flamenco dijera que nacido
    en Flandes habia sido, y el osado
    español y sobrado, imaginando
    ser suyo don Fernando y de su suelo,
    demanda sin recelo la batalla.
    Quien más cerca se halla del gran hombre
    piensa que crece el nombre por su mano.
    El cauto italiano nota y mira,
    los ojos nunca tira del guerrero,
    y aquel valor primero de su gente
    junto en éste y presente considera;
    en él ve la manera misma y maña
    del que pasó en España sin tardanza,
    siendo solo esperanza de su tierra,
    y acabó aquella guerra peligrosa
    con mano poderosa y con estrago
    de la fiera Cartago y de su muro,
    y del terrible y duro su caudillo,
    cuyo agudo cuchillo a las gargantas
    Italia tuvo tantas veces puesto.

    Mostrábase tras esto allí esculpida
    la envidia carcomida, a sí molesta,
    contra Fernando puesta frente a frente;
    la desvalida gente convocaba
    y contra aquél la armaba y con sus artes
    busca por todas partes daño y mengua.
    Él, con su mansa lengua y largas manos
    los tumultos livianos asentando,
    poco a poco iba alzando tanto el vuelo
    que la envidia en el cielo le miraba,
    y como no bastaba a la conquista,
    vencida ya su vista de tal lumbre,
    forzaba su costumbre y parecía
    que perdón le pedía, en tierra echada;
    él, después de pisada, descansado
    quedaba y aliviado deste enojo
    y lleno del despojo desta fiera.
    Hallaba en la ribera del gran río,
    de noche al puro frío del sereno,
    a César, qu’en su seno está pensoso
    del suceso dudoso desta guerra;
    que aunque de sí destierra la tristeza
    del caso, la grandeza trae consigo
    el pensamiento amigo del remedio.
    Entramos buscan medio convenible
    para que aquel terrible furor loco
    les empeciese poco y recibiese
    tal estrago que fuese destrozado.

    Después de haber hablado, ya cansados,
    en la hierba acostados se dormían;
    el gran Danubio oían ir sonando,
    casi como aprobando aquel consejo.
    En esto el claro viejo rio se vía
    que del agua salía muy callado,
    de sauces coronado y d’un vestido,
    de las ovas tejido, mal cubierto;
    y en aquel sueño incierto les mostraba
    todo cuanto tocaba al gran negocio,
    y parecia qu’el ocio sin provecho
    les sacaba del pecho, porque luego,
    como si en vivo fuego se quemara
    alguna cosa cara, se levantan
    del gran sueño y s’espantan, alegrando
    el ánimo y alzando la esperanza.

    El río sin tardanza parecía
    qu’el agua disponía al gran viaje;
    allanaba el pasaje y la corriente
    para que fácilmente aquella armada,
    que habia de ser guïada por su mano,
    en el remar liviano y dulce viese
    cuánto el Danubio fuese favorable.

    Con presteza admirable vieras junto
    un ejército a punto denodado;
    y después d’embarcado, el remo lento,
    el duro movimiento de los brazos,
    los pocos embarazos de las ondas
    llevaban por las hondas aguas presta
    el armada molesta al gran tirano.

    El arteficio humano no hiciera
    pintura que esprimiera vivamente
    el armada, la gente, el curso, el agua;
    y apenas en la fragua donde sudan
    los cíclopes y mudan fatigados
    los brazos, ya cansados del martillo,
    pudiera así exprimillo el gran maestro.

    Quien viera el curso diestro por la clara
    corriente bien jurara a aquellas horas
    que las agudas proras dividían
    el agua y la hendían con sonido,
    y el rastro iba seguido; luego vieras
    al viento las banderas tremolando,
    las ondas imitando en el moverse.
    Pudiera también verse casi viva
    la otra gente esquiva y descreída,
    que d’ensoberbecida y arrogante
    pensaban que delante no hallaran
    hombres que se pararan a su furia.
    Los nuestros, tal injuria no sufriendo,
    remos iban metiendo con tal gana
    que iba d’espuma cana el agua llena.

    El temor enajena al otro bando
    el sentido, volando de uno en uno;
    entrábase importuno por la puerta
    de la opinión incierta, y siendo dentro
    en el íntimo centro allá del pecho,
    les dejaba deshecho un hielo frío,
    el cual como un gran río en flujos gruesos
    por medulas y huesos discurría.
    Todo el campo se vía conturbado,
    y con arrebatado movimiento
    sólo del salvamiento platicaban.

    Luego se levantaban con desorden;
    confusos y sin orden caminando,
    atrás iban dejando, con recelo,
    tendida por el suelo, su riqueza.
    Las tiendas do pereza y do fornicio
    con todo bruto vicio obrar solían,
    sin ellas se partían; así armadas,
    eran desamparadas de sus dueños.
    A grandes y pequeños juntamente
    era el temor presente por testigo,
    y el áspero enemigo a las espaldas,
    que les iba las faldas ya mordiendo.

    César estar teniendo allí se vía
    a Fernando, que ardía sin tardanza
    por colorar su lanza en turca sangre.
    Con animosa hambre y con denuedo
    forceja con quien quedo estar le manda,
    como lebrel de Irlanda generoso
    qu’el jabalí cerdoso y fiero mira;
    rebátese, sospira, fuerza y riñe,
    y apenas le costriñe el atadura
    qu’el dueño con cordura más aprieta:
    así estaba perfeta y bien labrada
    la imagen figurada de Fernando
    que quien allí mirando lo estuviera,
    que era desta manera lo juzgara.

    Resplandeciente y clara, de su gloria
    pintada, la Vitoria se mostraba;
    a César abrazaba, y no parando,
    los brazos a Fernando echaba al cuello.
    Él mostraba d’aquello sentimiento,
    por ser el vencimiento tan holgado.
    Estaba figurado un carro estraño
    con el despojo y daño de la gente
    bárbara, y juntamente allí pintados
    cativos amarrados a las ruedas,
    con hábitos y sedas varïadas;
    lanzas rotas, celadas y banderas,
    armaduras ligeras de los brazos,
    escudos en pedazos divididos
    vieras allí cogidos en trofeo,
    con qu’el común deseo y voluntades
    de tierras y ciudades se alegraba.

    Tras esto blanqueaba falda y seno
    con velas, al Tirreno, del armada
    sublime y ensalzada y glorïosa.
    Con la prora espumosa las galeras,
    como nadantes fieras, el mar cortan
    hasta que en fin aportan con corona
    de lauro a Barcelona; do cumplidos
    los votos ofrecidos y deseos,
    y los grandes trofeos ya repuestos,
    con movimientos prestos d’allí luego,
    en amoroso fuego todo ardiendo,
    el duque iba corriendo y no paraba.
    Cataluña pasaba, atrás la deja;
    ya d’Aragón s’aleja, y en Castilla
    sin bajar de la silla los pies pone.
    El corazón dispone al alegría
    que vecina tenía, y reserena
    su rostro y enajenade sus ojos
    muerte, daños, enojos, sangre y guerra;
    con solo amor s’encierra sin respeto,
    y el amoroso afeto y celo ardiente
    figurado y presente está en la cara.
    Y la consorte cara, presurosa,
    de un tal placer dudosa, aunque lo vía,
    el cuello le ceñía en nudo estrecho
    de aquellos brazos hecho delicados;
    de lágrimas preñados, relumbraban
    los ojos que sobraban al sol claro.

    Con su Fernando caro y señor pío
    la tierra, el campo, el río, el monte, el llano
    alegres a una mano estaban todos,
    mas con diversos modos lo decían:
    los muros parecían d’otra altura,
    el campo en hermosura d’otras flores
    pintaba mil colores desconformes;
    estaba el mismo Tormes figurado,
    en torno rodeado de sus ninfas,
    vertiendo claras linfas con instancia,
    en mayor abundancia que solía;
    del monte se veía el verde seno
    de ciervos todo lleno, corzos, gamos,
    que de los tiernos ramos van rumiando;
    el llano está mostrando su verdura,
    tendiendo su llanura así espaciosa
    que a la vista curiosa nada empece
    ni deja en qué tropiece el ojo vago.
    Bañados en un lago, no d’olvido,
    mas de un embebecido gozo, estaban
    cuantos consideraban la presencia
    d’éste cuya ecelencia el mundo canta,
    cuyo valor quebranta al turco fiero.

    Aquesto vio Severo por sus ojos,
    y no fueron antojos ni ficiones;
    si oyeras sus razones, yo te digo
    que como a buen testigo le creyeras.
    Contaba muy de veras que mirando
    atento y contemplando las pinturas,
    hallaba en las figuras tal destreza
    que con mayor viveza no pudieran
    estar si ser les dieran vivo y puro.
    Lo que dellas escuro allí hallaba
    y el ojo no bastaba a recogello,
    el río le daba dello gran noticia.

    "Éste de la milicia", dijo el río,
    la cumbre y señorío terná solo
    del uno al otro polo; y porque espantes
    a todos cuando cantes los famosos
    hechos tan glorïosos, tan ilustres,
    sabe qu’en cinco lustres de sus años
    hará tantos engaños a la muerte
    que con ánimo fuerte habrá pasado
    por cuanto aquí pintado dél has visto.
    Ya todo lo has previsto; vamos fuera;
    dejarte he en la ribera do ’star sueles".
    "Quiero que me reveles tú primero",
    le replicó Severo, "qué’s aquello
    que de mirar en ello se me ofusca
    la vista, así corrusca y resplandece,
    y tan claro parece allí en la urna
    como en hora noturna la cometa".
    "Amigo, no se meta", dijo el viejo,
    "ninguno, le aconsejo, en este suelo
    en saber más qu’el cielo le otorgare;
    y si no te mostrare lo que pides,
    tú mismo me lo impides, porque en tanto
    qu’el mortal velo y manto el alma cubren,
    mil cosas se t’encubren, que no bastan
    tus ojos que contrastan a mirallas.
    No pude yo pintallas con menores
    luces y resplandores, porque sabe,
    y aquesto en ti bien cabe, que esto todo
    qu’en ecesivo modo resplandece,
    tanto que no parece ni se muestra,
    es lo que aquella diestra mano osada
    y virtud sublimada de Fernando
    acabarán entrando más los días,
    lo cual con lo que vías comparado
    es como con nublado muy escuro
    el sol ardiente, puro y relumbrante.
    Tu vista no es bastante a tanta lumbre
    hasta que la costumbre de miralla
    tu ver al contemplalla no confunda;
    como en cárcel profunda el encerrado
    que súpito sacado le atormenta
    el sol que se presenta a sus tinieblas,
    así tú, que las nieblas y hondura
    metido en estrechura contemplabas,
    que era cuando mirabas otra gente,
    viendo tan diferente suerte d’hombre,
    no es mucho que t’asombre luz tamaña.
    Pero vete, que baña el sol hermoso
    su carro presuroso ya en las ondas,
    y antes que me respondas, será puesto".

    Diciendo así, con gesto muy humano
    tomóle por la mano. ¡Oh admirable
    caso y cierto espantable!, qu’en saliendo
    se fueron estriñendo d’una parte
    y d’otra de tal arte aquellas ondas
    que las aguas, que hondas ser solían,
    el suelo descubrían y dejaban
    seca por do pasaban la carrera
    hasta qu’en la ribera se hallaron;
    y como se pararon en un alto,
    el viejo d’allí un salto dio con brío
    y levantó del río espuma’l cielo
    y comovió del suelo negra arena.

    Severo, ya de ajena ciencia instruto,
    fuese a coger el fruto sin tardanza
    de futura ’speranza, y escribiendo,
    las cosas fue exprimiendo muy conformes
    a las que había de Tormes aprendido;
    y aunque de mi sentido él bien juzgase
    que no las alcanzase, no por eso
    este largo proceso, sin pereza,
    dejó por su nobleza de mostrarme.
    Yo no podia hartarme allí leyendo,
    y tú d’estarme oyendo estás cansado.

    Salicio:

    Espantado me tienes
    con tan estraño cuento,
    y al son de tu hablar embebecido.
    Acá dentro me siento,
    oyendo tantos bienes
    y el valor deste príncipe escogido,
    bullir con el sentido
    y arder con el deseo
    por contemplar presente
    aquel que, ’stando ausente,
    por tu divina relación ya veo.
    ¡Quién viese la escritura,
    ya que no puede verse la pintura!

    Por firme y verdadero,
    después que t’he escuchado,
    tengo que ha de sanar Albanio cierto,
    que según me has contado,
    bastara tu Severo
    a dar salud a un vivo y vida a un muerto;
    que a quien fue descubierto
    un tamaño secreto,
    razón es que se crea
    que cualquiera que sea
    alcanzará con su saber perfeto,
    y a las enfermedades
    aplicará contrarias calidades.

    Nemoroso:

    Pues ¿en qué te resumes, di, Salicio,
    acerca deste enfermo compañero?

    Salicio:

    En que hagamos el debido oficio:

    luego de aquí partamos, y primero
    que haga curso el mal y s’envejezca,
    así le presentemos a Severo.

    Nemoroso:

    Yo soy contento, y antes que amanezca
    y que del sol el claro rayo ardiente
    sobre las altas cumbres se parezca,

    el compañero mísero y doliente
    llevemos luego donde cierto entiendo
    que será guarecido fácilmente.

    Salicio:

    Recoge tu ganado, que cayendo
    ya de los altos montes las mayores
    sombras con ligereza van corriendo;

    mira en torno, y verás por los alcores
    salir el humo de las caserías
    de aquestos comarcanos labradores.

    Recoge tus ovejas y las mías,
    y vete tú con ellas poco a poco
    por aquel mismo valle que solías;

    yo solo me averné con nuestro loco,
    que pues él hasta aquí no se ha movido,
    la braveza y furor debe ser poco.

    Nemoroso:

    Si llegas antes, no te’stés dormido;
    apareja la cena, que sospecho
    que aun fuego Galafrón no habrá encendido.

    Salicio:

    Yo lo haré, que al hato iré derecho,
    si no me lleva a despeñar consigo
    d’algún barranco Albanio, a mi despecho.
    Adiós, hermano.

    Nemoroso:

    ….......................Adiós, Salicio amigo.


    (continuará)


    .


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    Garcilaso de la Vega (c.1501-1536) Empty Re: Garcilaso de la Vega (c.1501-1536)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 21 Feb 2015, 14:16

    .


    ÉGLOGA III

    Aquella voluntad honesta y pura,
    ilustre y hermosísima María,
    que en mí de celebrar tu hermosura,
    tu ingenio y tu valor estar solía,
    a despecho y pesar de la ventura
    que por otro camino me desvía,
    está y estará en mí tanto clavada,
    cuanto del cuerpo el alma acompañada.

    Y aún no se me figura que me toca
    aqueste oficio solamente en vida;
    mas con la lengua muerta y fría en la boca
    pienso mover la voz a ti debida.
    Libre mi alma de su estrecha roca
    por el Estigio lago conducida,
    celebrándose irá, y aquel sonido
    hará parar las aguas del olvido.

    Mas la fortuna, de mi mal no harta,
    me aflige, y de un trabajo en otro lleva;
    ya de la patria, ya del bien me aparta;
    ya mi paciencia en mil maneras prueba;
    y lo que siento más es que la carta
    donde mi pluma en tu alabanza mueva,
    poniendo en su lugar cuidados vanos,
    me quita y me arrebata de las manos.

    Pero por más que en mí su fuerza pruebe
    no tomará mi corazón mudable;
    nunca dirán jamás que me remueve
    fortuna de un estudio tan loable.
    Apolo y las hermanas todas nueve,
    me darán ocio y lengua con que hable
    lo menos de lo que en tu ser cupiere;
    que esto será lo más que yo pudiere.

    En tanto no te ofenda ni te harte
    tratar del campo y soledad que amaste,
    ni desdeñes aquesta inculta parte
    de mi estilo, que en algo ya estimaste.
    Entre las armas del sangriento Marte,
    do apenas hay quien su furor contraste,
    hurté de tiempo aquesta breve suma,
    tomando, ora la espada, ora la pluma.

    Aplica, pues, un rato los sentidos
    al bajo son de mi zampoña ruda,
    indigna de llegar a tus oídos,
    pues de ornamento y gracia va desnuda;
    mas a las veces son mejor oídos
    el puro ingenio y lengua casi muda,
    testigos limpios de ánimo inocente,
    que la curiosidad del elocuente.

    Por aquesta razón de ti escuchado,
    aunque me falten otras, ser merezco.
    Lo que puedo te doy, y lo que he dado,
    con recibillo tú yo me enriquezco.
    De cuatro ninfas que del Tajo amado
    salieron juntas a cantar me ofrezco:
    Filódoce, Dinámene y Climene,
    Nise, que en hermosura par no tiene.

    Cerca del Tajo en soledad amena
    de verdes sauces hay una espesura,
    toda de yedra revestida y llena,
    que por el tronco va hasta la altura,
    y así la teje arriba y encadena,
    que el sol no halla paso a la verdura;
    el agua baña el prado con sonido
    alegrando la vista y el oído.

    Con tanta mansedumbre el cristalino
    Tajo en aquella parte caminaba,
    que pudieran los ojos el camino
    determinar apenas que llevaba.
    Peinando sus cabellos de oro fino,
    una ninfa del agua do moraba
    la cabeza sacó, y el prado ameno
    vido de flores y de sombra lleno.

    Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
    el suave olor de aquel florido suelo.
    Las aves en el fresco apartamiento
    vio descansar del trabajoso vuelo.
    Secaba entonces el terreno aliento
    el sol subido en la mitad del cielo.
    En el silencio sólo se escuchaba
    un susurro de abejas que sonaba.

    Habiendo contemplado una gran pieza
    atentamente aquel lugar sombrío,
    somorgujó de nuevo su cabeza,
    y al fondo se dejó calar del río.
    A sus hermanas a contar empieza
    del verde sitio el agradable frío,
    y que vayan las ruega y amonesta
    allí con su labor a estar la siesta.

    No perdió en esto mucho tiempo el ruego,
    que las tres de ellas su labor tomaron
    y en mirando de fuera, vieron luego
    el prado, hacia el cual enderezaron.
    El agua clara con lascivo juego
    nadando dividieron y cortaron,
    hasta que el blanco pie tocó mojado,
    saliendo de la arena el verde prado.

    Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,
    escurrieron del agua sus cabellos,
    los cuales esparciendo, cobijadas
    las hermosas espaldas fueron de ellos.
    Luego sacando telas delicadas,
    que en delgadeza competían con ellos,
    en lo más escondido se metieron,
    y a su labor atentas se pusieron.

    Las telas eran hechas y tejidas
    del oro que el felice Tajo envía,
    apurado después de bien cernidas
    las menudas arenas do se cría:
    y de las verdes hojas reducidas
    en estambre sutil, cual convenía
    para seguir el delicado estilo
    del oro ya tirado en rico hilo.

    La delicada estambre era distinta
    de los colores que antes le habían dado
    con la fineza de la varia tinta
    que se halla en las conchas del pescado.
    Tanto artificio muestra en lo que pinta
    y teje cada Ninfa en su labrado,
    cuanto mostraron en sus tablas antes
    el celebrado Apeles y Timantes.

    Filódoce, que así de aquellas era
    llamada la mayor, con diestra mano
    tenía figurada la ribera
    de Estrimón, de una parte el verde llano.
    y de otra el monte de aspereza fiera,
    pisado tarde o nunca de pie humano,
    donde el amor movió con tanta gracia
    la dolorosa lengua del de Tracia.

    Estaba figurada la hermosa
    Eurídice, en el blanco pie mordida
    en la pequeña sierpe ponzoñosa
    entre la hierba y flores escondida;
    descolorida estaba como rosa
    que ha sido fuera de sazón cogida,
    y el ánima los ojos ya volviendo,
    de su hermosa carne despidiendo.

    Figurado se vía extensamente
    el osado marido que bajaba
    al triste reino de la oscura gente,
    y la mujer perdida recobraba;
    y cómo después de esto él, impaciente
    por miralla de nuevo, la tornaba
    a perder otra vez, y del tirano
    se queja al monte solitario en vano.

    Dinámene no menos artificio
    mostraba en la labor que había tejido,
    pintando a Apolo en el robusto oficio
    de la silvestre caza embebecido.
    Mudar luego le hace el ejercicio
    la vengativa mano de Cupido.
    que hizo a Apolo consumirse en lloro
    después que le enclavó con punta de oro.

    Dafne con el cabello suelto al viento,
    sin perdonar al blanco pie corria
    por áspero camino, tan sin tiento
    que Apolo en la pintura parecía que,
    porque ella templase el movimiento,
    con menos ligereza la segura.
    El va siguiendo, y ella huye
    como quien siente al pecho el odioso plomo.

    Mas a la fin los brazos le crecían,
    y en sendos ramos vueltos se mostraban.
    Y los cabellos. que vencer solían
    al oro fino, en hojas se tornaban;
    en torcidas raíces se extendían
    los blancos pies, y en tierra se hincaban;
    llora el amante, y busca el ser primero,
    besando y abrazando aquel madero.

    Climene, llena de destreza y maña,
    el oro y las colores matizando
    iba, de hayas una gran montaña,
    de robles y de peñas variando;
    un puerco entre ellas de braveza extraña,
    estaba los colmillos aguzando
    contra un mozo; no menos animoso,
    con su venablo en mano, que hermoso.

    Tras esto el puerco allí se vía herido
    de aquel mancebo por su mal valiente,
    y el mozo en tierra estaba ya tendido,
    abierto el pecho del rabioso diente;
    con el cabello de oro desparcido
    barriendo el suelo miserablemente,
    las rosas blancas por alí sembradas
    tornaba con su sangre coloradas.

    Adonis este se mostraba que era,
    según se muestra Venus dolorida,
    que viendo la herida abierta y fiera,
    estaba sobre él casi amortecida.
    Boca con boca coge la postrera
    parte del aire que solía dar vida
    al cuerpo, por quien ella en este suelo
    aborrecido tuvo al alto cielo.

    La blanca Nise no tomó a destajo
    de los pasados casos la memoria
    y en la labor de su sutil trabajo
    no quiso entretejer antigua historia;
    antes mostrando de su claro Tajo
    en su labor la celebrada gloria,
    lo figuró en la parte donde él baña
    la más felice tierra de la España.

    Pintado el caudaloso río se vía,
    que en áspera estrecheza reducido,
    un monte casi alrededor ceñía
    con ímpetu corriendo y con ruido;
    querer cercallo todo parecía
    en su volver, mas era afán perdido;
    dejábase correr en fin derecho,
    contento de lo mucho que había hecho.

    Estaba puesta en la sublime cumbre
    del monte, y desde allí por él sembrada
    aquella ilustre y clara pesadumbre
    de antiguos edificios adornada.
    De allí con agradable mansedumbre
    el Tajo va siguiendo su jornada,
    y regando los campos y arboledas
    con artificio de las altas ruedas.

    En la hermosa tela se veían
    entretejidas las silvestres diosas
    salir de la espesura, y que venían
    todas a la ribera presurosas,
    en el semblante tristes, y traían
    cestillos blancos de purpúreas rosas,
    las cuales esparciendo derramaban
    sobre una ninfa muerta, que lloraban,

    Todas con el cabello desparcido
    lloraban una ninfa delicada,
    cuya vida mostraba que había sido
    antes de tiempo y casi en flor cortada.
    Cerca del agua en el lugar florido,
    estaba entre las hierbas degollada,
    cual queda el blanco cisne cuando pierde
    la dulce vida entre la hierba verde.

    Una de aquellas diosas, que en belleza,
    al parecer, a todas excedía,
    mostrando en el semblante la tristeza
    que del funesto y triste caso había
    apartado algún tanto, en la corteza
    de un álamo estas letras escribía
    como epitafio de la ninfa bella,
    que hablaban así por parte de ella.

    "Elisa soy, en cuyo nombre suena
    y se lamenta el monte cavernoso,
    testigo del dolor y grave pena
    en que por mí se aflige Nemoroso,
    y llama ¡Elisa!... ¡Elisa! a boca llena
    responde el Tajo, y lleva presuroso
    al mar de Lusitania el nombre mío,
    donde será escuchado, yo lo fío."

    En fin en esta tela artificiosa
    toda la historia estaba figurada,
    que en aquella ribera deleitosa
    de Nemoroso fue tan celebrada;
    porque de todo aquesto y cada cosa
    estaba Nise ya tan lnformada,
    que llorando el pastor, mil veces ella
    se enterneció escuchando su querella.

    Y porque aqueste lamentable cuento
    no sólo entre las selvas se contase,
    mas dentro de las ondas sentimiento
    con la noticia desto se mostrase,
    quiso que de su tela el argumento
    la bella ninfa muerta señalase
    y así se publicase de uno en uno
    por el húmedo reino de Neptuno.

    Destas historias tales variadas
    eran las telas de las cuatro hermanas,
    las cuales con colores matizadas
    claras y luces de las sombras vanas,
    mostraban a los ojos relevadas
    las cosas y figuras que eran llanas,
    tanto, que al parecer el cuerpo vano
    pudiera ser tomado con la mano.

    Los rayos ya del sol se trastornaban,
    escondiendo su luz al mundo cara
    tras altos montes, y a la luna daban
    lugar para mostrar su blanca cara;
    los peces a menudo ya saltaban,
    con la cola azotando el agua clara,
    cuando las Ninfas, la labor dejando,
    hacia el agua se fueron paseando.

    En las templadas ondas ya metidos
    tenían los pies, y reclinar querían
    los blancos cuerpos, cuando sus oídos
    fueron de dos zampoñas que tañían
    suave y dulcemente, detenidos;
    tanto, que sin mudarse las oían,
    y al son de las zampoñas escuchaban
    dos pastores a veces que cantaban.

    Más claro cada vez el son se oía,
    de los pastores, que venían cantando
    tras el ganado, que también venía
    por aquel verde soto caminando;
    y a la majada, ya pasado el día,
    recogido le llevan, alegrando
    las verdes selvas con el son suave
    haciendo su trabajo menos grave.

    Tirreno de estos dos el uno era,
    Alcino el otro, entrambos estimados,
    y sobre cuantos pacen la ribera
    del Tajo con sus vacas enseñados;
    mancebos de una edad, de una manera
    a cantar juntamente aparejados
    y a responder, aquesto van diciendo,
    cantando el uno, el otro respondiendo.

    Tirreno:

    Flérida, para mi dulce y sabrosa
    más que la fruta del cercado ajeno,
    más blanca que la leche, y más hermosa
    que el prado por abril de flores lleno:
    si tú respondes pura y amorosa
    al verdadero amor de tu Tirreno,
    a mi majada arribarás primero
    que el cielo nos muestre su lucero.

    Alcino:

    Hermosa Filis, siempre yo te sea
    amargo al gusto más que la retama,
    y de ti despojado yo me vea,
    cual queda el tronco de su verde rama,
    si más que yo el murciélago desea
    la oscuridad, ni más la luz desama,
    por ver ya el fin de un término tamaño
    de este día; para mí mayor que un año.

    Tirreno:

    Cual suele acompañada de su bando
    aparecer la dulce primavera,
    cuando Favonio y Céfiro soplando
    al campo toman su beldad primera,
    y van artificiosos esmaltando
    de rojo, azul y blanco la ribera,
    en tal manera a mi Flérida mía
    viniendo, reverdece mi alegría.

    Alcino:

    ¿Ves el furor del animoso viento
    embravecido en la fragosa sierra
    que los antiguos robles ciento a ciento,
    y los pinos altísimos atierra,
    y de tanto destrozo aún no contento,
    al espantoso mar mueve la guerra?
    Pequeña es esta furia, comparada
    a la de Filis, con Alcino airada.

    Tirreno:

    El blanco trigo multiplica y crece
    produce el campo en abundancia y tierno
    pasto al ganado; el verde monte ofrece
    a las fieras salvajes su gobierno-,
    a do quiera me miro, me parece
    que derrama la copia todo el cuerno;
    mas todo se convertirá en abrojos,
    si de ello aparta Flérida sus ojos.

    Alcino:

    De la esterilidad es oprimido
    el monte, el campo, el soto y el ganado;
    la malicia del aire corrompido
    hace morir la yerba mal su grado;
    las aves ven su descubierto nido,
    que ya de verdes hojas fue cercado;
    pero si Fllis por aqui tornare,
    hará reverdecer cuanto mirare.

    Tirreno:

    El álamo de Alcides escogido
    fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;
    de la hermosa Venus fue tenido
    en precio y en estima el mirto solo;
    el verde sauce de Flérida es querido,
    y por suyo entre todos escogiólo:
    doquiera que de hoy más sauces se hallen,
    el álamo, el laurel y el mirto callen.

    Alcino:

    El fresno por la selva en hermosura
    sabemos ya que sobre todos vaya,
    y en aspereza y monte de espesura
    se aventaja la verde y alta haya;
    mas el que la beldad de tu figura,
    donde quiera mirando, Filis, haya,
    al fresno y a la haya en su aspereza
    confesará que vence tu belleza.

    Esto cantó Tirreno, y esto Alcino
    le respondió; y habiendo ya acabado
    el dulce son, siguieron su camino
    con paso un poco más apresurado.
    Siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
    juntas se arrojan por el agua a nado;
    y de la blanca espuma que movieron,
    las cristalinas ondas se cubrieron.

    GARCILASO DE LA VEGA


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 22 Feb 2015, 14:00

    .


    CANCIONES:

    V. A LA FLOR DE GNIDO

    Si de mi baja lira
    Tanto pudiese el son, que en un momento
    Aplacase la ira
    Del animoso viento,
    Y la furia del mar y el movimiento;

    Y en ásperas montañas
    Con el süave canto enterneciese
    Las fieras alimañas,
    Los árboles moviese,
    Y al son confusamente los trajese;

    No pienses que cantado
    Sería de mí, hermosa flor de Gnido,
    El fiero Marte airado,
    A muerte convertido,
    De polvo y sangre y de sudor teñido;

    Ni aquellos capitanes
    En las sublimes ruedas colocados,
    Por quien los alemanes
    El fiero cuello atados,
    Y los franceses van domesticados.

    Mas solamente aquella
    Fuerza de tu beldad sería cantada,
    Y alguna vez con ella
    También sería notada
    El aspereza de que estás armada;

    Y cómo por ti sola,
    Y por tu gran valor y hermosura,
    Convertida en viola,
    Llora su desventura
    El miserable amante en su figura.

    Hablo de aquel cautivo,
    De quien tener se debe más cuidado,
    Que está muriendo vivo,
    Al remo condenado,
    En la concha de Venus amarrado.

    Por ti, como solía,
    Del áspero caballo no corrige
    La furia y gallardía,
    Ni con freno le rige,
    Ni con vivas espuelas ya le aflige.

    Por ti, con diestra mano
    No revuelve la espada presurosa,
    Y en el dudoso llano
    Huye la polvorosa
    Palestra como sierpe ponzoñosa.

    Por ti, su blanda musa,
    En lugar de la cítara sonante,
    Tristes querellas usa,
    Que con llanto abundante
    Hacen bañar el rostro del amante.

    Por ti, el mayor amigo
    Le es importuno, grave y enojoso;
    Yo puedo ser testigo
    Que ya del peligroso
    Naufragio fui su puerto y su reposo.

    Y ahora en tal manera
    Vence el dolor a la razón perdida,
    Que ponzoñosa fiera
    Nunca fue aborrecida
    Tanto como yo dél, ni tan temida.

    No fuiste tú engendrada
    Ni producida de la dura tierra;
    No debe ser notada
    Que ingratamente yerra
    Quien todo el otro de sí destierra.

    Hágate temerosa
    El caso de Anaxárate, y cobarde,
    Que de ser desdeñosa
    Se arrepintió muy tarde;
    Y así, su alma con su mármol arde.

    Estábase alegrando
    Del mal ajeno el pecho empedernido,
    Cuando abajo mirando
    El cuerpo muerto vide
    Del miserable amante, allí tendido.

    Y al cuello el lazo atado,
    Con que desenlazó de la cadena
    El corazón cuitado,
    Que con su breve pena
    Compró la eterna punición ajena.

    Sintió allí convertirse
    En piedad amorosa el aspereza.
    ¡Oh tarde arrepentirse!
    ¡Oh última terneza!
    ¿Cómo te sucedió mayor dureza?

    Los ojos se enclavaron
    En el tendido cuerpo que allí vieron,
    Los huesos se tornaron
    Más duros y crecieron,
    Y en sí toda la carne convirtieron;

    Las entrañas heladas
    Tornaron poco a poco en piedra dura;
    Por las venas cuitadas
    La sangre su figura
    Iba desconociendo y su natura;

    Hasta que finalmente
    En duro mármol vuelta y trasformada,
    Hizo de sí la gente
    No tan maravillada
    Cuanto de aquella ingratitud vengada.

    No quieras tú, señora,
    De Némesis airada las saetas
    Probar, por Dios, ahora;
    Baste que tus perfetas
    Obras y hermosura a los poetas

    Den inmortal materia,
    Sin que también en verso lamentable
    Celebren la miseria
    De algún caso notable
    Que por ti pase triste v miserable.

    GARCILASO DE LA VEGA


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 22 Feb 2015, 14:28

    .


    SONETOS:


    I. Cuando me paro a contemplar mi estado...

    Cuando me paro a contemplar mi estado
    y a ver los pasos por do me ha traído,
    hallo, según por do anduve perdido,
    que a mayor mal pudiera haber llegado;

    mas cuando del camino estoy olvidado,
    a tanto mal no sé por do he venido:
    sé que me acabo, y mas he yo sentido
    ver acabar conmigo mi cuidado.

    Yo acabaré, que me entregué sin arte
    a quien sabrá perderme y acabarme,
    si quisiere, y aun sabrá querello:

    que pues mi voluntad puede matarme,
    la suya, que no es tanto de mi parte,
    pudiendo, ¿qué hará sino hacello?


    IV. Un rato se levanta mi esperanza...

    Un rato se levanta mi esperanza:
    mas, cansada de haberse levantado,
    torna a caer, que deja, mal mi grado,
    libre el lugar a la desconfianza.

    ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
    del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!
    Esfuerza en la miseria de tu estado;
    que tras fortuna suele haber bonanza.

    Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos
    romper un monte, que otro no rompiera,
    de mil inconvenientes muy espeso.

    Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
    quitarme de ir a veros, como quiera,
    desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.


    V. Escrito está en mi alma vuestro gesto...

    Escrito está en mi alma vuestro gesto,
    y cuanto yo escribir de vos deseo;
    vos sola lo escribisteis, yo lo leo
    tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

    En esto estoy y estaré siempre puesto;
    que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
    de tanto bien lo que no entiendo creo,
    tomando ya la fe por presupuesto.

    Yo no nací sino para quereros;
    mi alma os ha cortado a su medida;
    por hábito del alma mismo os quiero.

    Cuando tengo confieso yo deberos;
    por vos nací, por vos tengo la vida,
    por vos he de morir, y por vos muero.


    X. ¡Oh dulces prendas, por mí  mal halladas...

    ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
    dulces y alegres cuando Dios quería!
    Juntas estáis en la memoria mía,
    y con ella en mi muerte conjuradas.

    ¿Quién me dijera, cuando las pasadas
    horas que en tanto bien por vos me vía,
    que me habiáis de ser en algún día
    con tan grave dolor representadas?

    Pues en una hora junto me llevastes
    todo el bien que por términos me distes,
    llevadme junto el mal que me dejastes.

    Si no, sospecharé que me pusistes
    en tantos bienes, porque deseastes
    verme morir entre memorias tristes.


    XI. Hermosas ninfas, que, en el río metidas...

    Hermosas ninfas, que, en el río metidas,
    contentas habitáis en las moradas
    de relucientes piedras fabricadas
    y en columnas de vidrio sostenidas;

    agora estéis labrando embebecidas
    o tejiendo las telas delicadas;
    agora, unas con otras apartadas
    contándoos los amores y las vidas,

    dejad un rato la labor, alzando
    vuestras rubias cabezas a mirarme,
    y no os detendréis mucho según ando;

    que o no podréis de lástima escucharme,
    o convertido en agua aquí llorando,
    podréis allá despacio consolarme.


    XIII. A Dafne ya los brazos le crecían...

    A Dafne ya los brazos le crecían,
    y en luengos ramos vueltos se mostraban;
    en verdes hojas vi que se tornaban
    los cabellos que el oro escurecían.

    De áspera corteza se cubrían
    los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
    los blancos pies en tierra se hincaban,
    y en torcidas raíces se volvían.

    Aquel que fue la causa de tal daño,
    a fuerza de llorar, crecer hacía
    este árbol que con lágrimas regaba.

    ¡Oh miserable estado! ¡Oh mal tamaño!
    ¡Que con llorarla crezca cada día
    la causa y la razón porque lloraba!


    XIV. Como la tierra madre, que el doliente...

    Como la tierna madre, que el doliente
    hijo le está con lágrimas pidiendo
    alguna cosa, de la cual comiendo,
    sabe que ha de doblarse el mal que siente.

    Y aquel piadoso amor no le consiente
    que considere el daño que hacïendo
    lo que le pide hace, va corriendo
    y dobla el mal, y aplaca el accidente,

    así a mi enfermo y loco pensamiento,
    que en su daño os me pide, yo querría
    quitarle este mortal mantenimiento.

    Mas pídemelo, y llora cada día
    tanto que, cuanto quiere le consiento,
    olvidando su muerte, y aun la mía.


    XVII. Pensando que el camino iba derecho...

    Pensando que el camino iba derecho,
    vine a parar en tanta desventura,
    que imaginar no puedo, aun con locura,
    algo de que esté un rato satisfecho.

    El ancho campo me parece estrecho;
    la noche clara para mí es escura;
    la dulce compañía, amarga y dura,
    y duro campo de batalla el lecho.

    Del sueño, si hay alguno, aquella parte
    sola que es imagen de la muerte
    se aviene con el alma fatigada.

    En fin, que comoquiera estoy de arte
    que juzgo ya por hora menos fuerte,
    aunque en ella me vi, la que es pasada.


    XIX. Julio, después que me partí llorando...

    Julio, después que me partí llorando
    de quien jamás mi pensamiento parte,
    y dejé de mi alma aquella parte
    que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,

    de mi bien a mí mismo voy tomando
    estrecha cuenta, y siento de tal arte
    faltarme todo el bien, que temo en parte
    que ha de faltarme el aire sospirando;

    y con este temor mi lengua prueba
    a razonar con vos, oh dulce amigo,
    del amarga memoria de aquel día

    en que yo comencé como testigo
    a poder dar del alma vuestra nueva,
    y a saberla de vos del alma mía.


    XXIII. En tanto que de rosa y azucena...

    En tanto que de rosa y de azucena
    se muestra la color en vuestro gesto,
    y que vuestro mirar ardiente, honesto,
    enciende el corazón y lo refrena;

    y en tanto que el cabello, que en la vena
    del oro se escogió, con vuelo presto,
    por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
    el viento mueve, esparce y desordena;

    coged de vuestra alegre primavera
    el dulce fruto, antes que el tiempo airado
    cubra de nieve la hermosa cumbre.

    Marchitará la rosa el viento helado,
    todo lo mudará la edad ligera,
    por no hacer mudanza en su costumbre.


    XXVI. Echado está por tierra el fundamento...

    Echado está por tierra el fundamento
    que mi vivir cansado sostenía.
    ¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!
    ¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!

    ¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento
    cuando se ocupa en bien de cosa mía!
    A mi esperanza, así como a baldía,
    mil veces la castiga mi tormento.

    Las más veces me entrego, otras resisto
    con tal furor, con una fuerza nueva,
    que un monte puesto encima rompería.

    Aquéste es el deseo que me lleva,
    a que desee tornar a ver un día
    a quien fuera mejor nunca haber visto.


    XXIX. Pasando el mar Leandro el animoso...

    Pasando el mar Leandro el animoso,
    en amoroso fuego todo ardiendo,
    esforzó el viento, y fuese embraveciendo
    el agua con un ímpetu furioso.

    Vencido del trabajo presuroso,
    contrastar a los ondas no pudiendo,
    y más del bien que allí perdía muriendo,
    que de su propia vida congojoso,

    como pudo esforzó su voz cansada,
    y a las ondas habló de esta manera,
    (mas nunca fue la voz de ellas oída):

    “Ondas, pues no os excusa que yo muera,
    dejadme allá llegar, y a la tornada
    vuestro furor ejecutá en mi vida.”


    XXX. Sospechas que, en mi triste fantasía...

    Sospechas que, en mi triste fantasía
    puestas, hacéis la guerra a mi sentido,
    volviendo y revolviendo el afligido
    pecho, con dura mano noche y día;

    ya se acabó la resistencia mía
    y la fuerza del alma; ya rendido
    vencer de vos me dejo, arrepentido
    de haberos contrastado en tal porfía.

    Llevadme a aquel lugar tan espantable,
    do por no ver mi muerte allí esculpida,
    cerrados hasta aquí tuve los ojos.

    Las armas pongo ya, que concedida
    no es tan larga defensa al miserable;
    colgad en vuestro carro mis despojos.


    XXXIV. Gracias al Cielo doy que ya del cuello...

    Gracias al Cielo doy que ya del cuello
    del todo el grave yugo ha sacudido,
    y que del viento el mar embravecido
    veré desde lo alto sin temello.

    Veré colgada de un sutil cabello
    la vida del amante embebecido
    en su error, y en engaño adormecido,
    sordo a las voces que le avisan dello.

    Alegrárame el mal de los mortales;
    mas no es mi corazón tan inhumano
    en aqueste mi eror, como parece,

    porque yo huelgo como huelga el sano,
    no de ver a los otros en los males,
    sino de ver que dellos él carece.


    XXXVI. A la entrada de un valle, en un desierto...

    A la entrada de un valle, en un desierto,
    do nadie atravesaba, ni se vía,
    vi que con extrañeza un can hacía
    extremos de dolor con desconcierto;

    ahora suelta el llanto al cielo abierto,
    ora va rastreando por la vía;
    camina, vuelve, para, y todavía
    quedaba desmayado como muerto.

    Y fue que se apartó de su presencia
    su amo, y no le hallaba, y esto siente,
    ¡mirad hasta dó llega el mal de ausencia!

    Movióme a compasión ver su accidente;
    díjele, lastimado: «Ten paciencia,
    que yo alcanzo razón y estoy ausente».


    XXXVIII. Siento el dolor menguarme poco a poco...

    Siento el dolor menguarme poco a poco,
    no porque ser le sienta más sencillo,
    mas fallece el sentir para sentillo,
    después que de sentillo estoy tan loco.

    Ni en sello pienso que en locura toco,
    antes voy tan ufano con oíllo,
    que no dejaré el serlo y el sufrillo,
    que si dejo de serlo, el seso apoco.

    Todo me empece, el seso y la locura;
    prívame éste de sí por ser tan mío;
    mátame estotra por ser yo tan suyo.

    Parecerá a la gente desvarío
    preciarme deste mal, no me destruyo;
    yo lo tengo por única ventura.

    GARCILASO DE LA VEGA


    .


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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Mar 2015, 13:04

    Gracias, amigo Pedro, por este post,
    ya comenzé a leerlo y lo envio a Poesía
    Libre... ( Poeta de la Semana)


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 09 Mar 2015, 13:58

    Gracias, Maria. Garcilaso nació en Toledo donde tiene un monumento, una estatua suya de cuerpo entero. Frente a él recitamos algunos de sus versos en un acto entrañable del pasado Encuentro Madrid 2015.

    El caso de Garcilaso es el de un poeta que nos ha llegado gracias a sus amigos, que publicaron su obra después de muerto (como Bécquer). La viuda de Juan Boscán, poeta y amigo de Garcilaso, publicó en un solo libro los versos de Garcilaso y de Boscán, fallecidos ambos.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 11 Mar 2015, 07:36

    .


    Garcilaso de la Vega, junto con Juan Boscán, introducen en España el endecasílabo italiano, que se convierte en el verso más utilizado a partir de entonces -antes había sido el octosílabo.

    Sorprende como en esa época se dan los personajes que son a la vez guerreros y poetas. Garcilaso era militar y poeta, Juan Boscán, funcionario y poeta. Ambos al servicio del emperador Carlos V, hombres los dos del Renacimiento. La explicación supongo es que eran pocas las personas instruidas y casi todas estaban al servicio de la Corona.

    La composición que traigo aquí, A la flor de Gnido, dió origen a una nueva forma estrófica, la lira, empleada a partir de entonces para poesía amorosa, y cuyo nombre se origina en su primer verso: "Si de mi baja lira..."

    En la excursión a Toledo del Encuentro Internacional Madrid 2015, leímos ésta composición frente a la estatua de Garcilaso de la Vega. Fue muy emotivo.

    En esta composición aparece relatada la leyenda griega de Anaxárete, que se usa como advertencia a la amada desdeñosa.

    Un abrazo.
    Pedro


    A LA FLOR DE GNIDO

    Si de mi baja lira
    Tanto pudiese el son, que en un momento
    Aplacase la ira
    Del animoso viento,
    Y la furia del mar y el movimiento;

    Y en ásperas montañas
    Con el süave canto enterneciese
    Las fieras alimañas,
    Los árboles moviese,
    Y al son confusamente los trajese;

    No pienses que cantado
    Sería de mí, hermosa flor de Gnido,
    El fiero Marte airado,
    A muerte convertido,
    De polvo y sangre y de sudor teñido;

    Ni aquellos capitanes
    En las sublimes ruedas colocados,
    Por quien los alemanes
    El fiero cuello atados,
    Y los franceses van domesticados.

    Mas solamente aquella
    Fuerza de tu beldad sería cantada,
    Y alguna vez con ella
    También sería notada
    El aspereza de que estás armada;

    Y cómo por ti sola,
    Y por tu gran valor y hermosura,
    Convertida en viola,
    Llora su desventura
    El miserable amante en su figura.

    Hablo de aquel cautivo,
    De quien tener se debe más cuidado,
    Que está muriendo vivo,
    Al remo condenado,
    En la concha de Venus amarrado.

    Por ti, como solía,
    Del áspero caballo no corrige
    La furia y gallardía,
    Ni con freno le rige,
    Ni con vivas espuelas ya le aflige.

    Por ti, con diestra mano
    No revuelve la espada presurosa,
    Y en el dudoso llano
    Huye la polvorosa
    Palestra como sierpe ponzoñosa.

    Por ti, su blanda musa,
    En lugar de la cítara sonante,
    Tristes querellas usa,
    Que con llanto abundante
    Hacen bañar el rostro del amante.

    Por ti, el mayor amigo
    Le es importuno, grave y enojoso;
    Yo puedo ser testigo
    Que ya del peligroso
    Naufragio fui su puerto y su reposo.

    Y ahora en tal manera
    Vence el dolor a la razón perdida,
    Que ponzoñosa fiera
    Nunca fue aborrecida
    Tanto como yo dél, ni tan temida.

    No fuiste tú engendrada
    Ni producida de la dura tierra;
    No debe ser notada
    Que ingratamente yerra
    Quien todo el otro de sí destierra.

    Hágate temerosa
    El caso de Anaxárate, y cobarde,
    Que de ser desdeñosa
    Se arrepintió muy tarde;
    Y así, su alma con su mármol arde.


    Estábase alegrando
    Del mal ajeno el pecho empedernido,
    Cuando abajo mirando
    El cuerpo muerto vide
    Del miserable amante, allí tendido.

    Y al cuello el lazo atado,
    Con que desenlazó de la cadena
    El corazón cuitado,
    Que con su breve pena
    Compró la eterna punición ajena.

    Sintió allí convertirse
    En piedad amorosa el aspereza.
    ¡Oh tarde arrepentirse!
    ¡Oh última terneza!
    ¿Cómo te sucedió mayor dureza?

    Los ojos se enclavaron
    En el tendido cuerpo que allí vieron,
    Los huesos se tornaron
    Más duros y crecieron,
    Y en sí toda la carne convirtieron;

    Las entrañas heladas
    Tornaron poco a poco en piedra dura;
    Por las venas cuitadas
    La sangre su figura
    Iba desconociendo y su natura;

    Hasta que finalmente
    En duro mármol vuelta y trasformada,
    Hizo de sí la gente
    No tan maravillada
    Cuanto de aquella ingratitud vengada.

    No quieras tú, señora,
    De Némesis airada las saetas
    Probar, por Dios, ahora;
    Baste que tus perfetas
    Obras y hermosura a los poetas

    Den inmortal materia,
    Sin que también en verso lamentable
    Celebren la miseria
    De algún caso notable
    Que por ti pase triste v miserable.

    Garcilaso de la Vega


    .


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    Mensaje por Catalina de Alvarado Miér 11 Mar 2015, 09:54

    Querido poeta Pedro

    Que trabajo hermoso que ha realizado con un poeta de esa época, que no eran bien mirados los poetas,pero es el día de hoy que sus letras están dándonos una luz a nuestros ojos, lo felicito por su trabajo amigo poeta y le envío mis cariñosos saludos.
    Caty
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    Mensaje por enrique garcia Jue 12 Mar 2015, 04:06

    TODO UN LUJO TENERTE EN ESTE FORO
    QUERIDO PEDRO
    GRACIAS
    UN ABRAZO
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 12 Mar 2015, 12:16

    No creas, Caty, entonces -como ahora-, había gente que apreciaba la poesía, lo que no había tantos medios de difusión como ahora, por eso su difusión era más lenta, pero los buenos alcanzaban la fama y la inmortalidad. Gracias por tus palabras.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 12 Mar 2015, 12:17

    El lujo más bien es disfrutar de los versos de Garcilaso y ese se lo debemos a la viuda de Boscán que publicó sus versos. Gracias por tus palabras, Enrique.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 12 Mar 2015, 13:21

    .


    CANCIONES BREVES:


    I. HABIÉNDOSE CASADO SU DAMA

    Culpa debe ser querernos,
    según lo que en mí hacéis;
    ,ás llá lo pagaréis,
    do no sobran conoceros,
    por mal que me conocéis.

    Por quereros, ser perdido
    pensaba, que no culpado;
    mas que todo lo haya sido,
    así me lo habéis mostrado,
    que lo tengo bien sabido.

    ¡Quién pudi9ese no quereros
    tanto, como vos sabéis,
    por holgarme que paguéis
    lo que no han de conoceros
    con lo que no conocéis!


    II. OTRA

    Yo dejaré desde aquí
    de ofernderos más hablando;
    porque mi morir callando
    os ha de hablar por mí.

    Gran ofensa os tengo hecha
    hasta aquí en haber hablado,
    pues en cosa os he enojado
    que tan poco me aprovecha.

    Derramaré desde aquí
    mis lágrimas no hablando;
    porque quien muere callando
    tiene quién hable por sí.


    V. A UNA SEÑORA
    QUE, ANDANDO ÉL Y OTRO PASANDO, LES ECHÓ UNA
    RED EMPEZADA Y UN HUSO COMENZANDO A HILAR EN
    ÉL, Y DIJO QUE AQUELLO HABÍA TRABAJADO TODO EL DÍA.


    De la red y del hilado
    hemos de tomar, señora,
    que echáis de vos en un hora
    todo el trabajo pasado.

    Y si el vuestro se ha de dar
    a los que se pasearen,
    lo que por vos trabajaren,
    ¿dónde lo pensáis echar?


    VI. GLOSA SOBRE ESTE VILLANCICO

    “¿Qué testimonios son estos
    que le queréis levantar?
    Que no fué sino bailar.”

    ¿Esta tienen por gran culpa?
    No lo fue a mi parecer,
    porque tiene por disculpa
    que lo hizo la mujer.

    Esta le hizo caer,
    mucho más que no el saltar
    que hizo con el bailar.


    VII. A BOSCÁN
    PORQUE ESTANDO EN ALEMANIA
    DANZÓ EN UNAS BODAS.


    La gente se espanta toda
    que hablar a todos distes,
    que un milagro que hicistes,
    hubo de ser en la boda.

    Pienso que habéis de venir,
    si vais por este camino,
    a tornar el agua en vino,
    como el danzar en reír.


    VIII. VILLANCICO

    Nadie puede ser dichoso,
    señora, ni desdichado,
    sino que os haya mirado.

    Porque la gloria de veros
    en ese punto se quita
    que se piensa mereceros.

    Así que, sin conoceros,
    nadie puede ser dichoso,
    señora, ni desdichado,
    sino que os haya mirado.

    Garcilaso de la Vega


    .


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    Mensaje por cecilia gargantini Vie 13 Mar 2015, 06:58

    Gracias, querido Pedro, por este post, que se hacía necesario después de la sublime experiencia en Toledo...su estatua, su casa, nosotros recitando...
    Besitosssssssssssss, amigo, y gracias otra vez
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    Garcilaso de la Vega (c.1501-1536) Empty Re: Garcilaso de la Vega (c.1501-1536)

    Mensaje por Liliana Aiello Vie 13 Mar 2015, 07:35

    gracias Pedro, trae recuerdos recientes de haber podido estar en su lugar, voy leyendo de a poco, besosssssssssssss

    LILI


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 13 Mar 2015, 08:26

    Los recuerdos son tan bellos como los hechos que los originan y más duraderos. Quedarán para siempre en nuestra memoria, Cecilia, Lili.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 15 Mar 2015, 02:22

    Pido perdón, me estaba perdiendo tu magnífico trabajo, querido Pedro, del que siempre se aprende, y yo, personalmente lo intento cada vez que asomo.
    Comencé y seguiré leyendo, y dándote las gracias te dejo besos.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 15 Mar 2015, 06:43

    Gracias a ti por tu interés, Lluvia.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Pilar Molina Jue 19 Mar 2015, 16:20

    Pedro, como siempre interesante todo lo que nos muestras. Una vida, un poeta, una esencia.
    Gracias por compartir, leer tus cosas es un aprendizaje continuo.
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 20 Mar 2015, 05:44

    Tenemos en el foro un tesoro poético inmenso, más de ochocientos grandes poetas con sus vidas, sus poemas, artículos y comentarios que les hacen referencia. Constituye una biblioteca virtual impresionante, de la que solo tenemos que echar mano. Gracias por tu interés, Pilar, yo también recuerdo con emoción recitar a Garcilaso en Toledo.

    Un abrazo.
    Pedro


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