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Thomas Hood (23 de mayo, de 1799 - 3 de mayo, de 1845) fue un humorista y poeta inglés.
Vida
Hijo de Thomas Hood, un librero de origen escocés, nació en Londres. A la muerte de su esposo en 1811, su madre se trasladó a Islington. Obtuvo sus primeros ingresos literarios revisando para la prensa una nueva edición de Pablo y Virginia.
Fue admitido en una firma contable de un amigo de la familia, pero pronto su salud se resintió y lo enviaron a vivir con unos familiares en Dundee, Escocia. Allí llevó una vida saludable, y se hizo un lector incansable; pronto contribuyó a periódicos y revistas provincianos con artículos poéticos y humorísticos.
A su regreso a Londres, en 1818, se dedicó a los grabados, lo que le permitió ilustrar sus propias creaciones humorísticas.
En 1821, John Scott, editor de la London Magazine, murió en un duelo, y el periódico pasó a manos de unos amigos de Hood, que le propusieron ser subdirector. Este cargo le permitió conocer a los literatos de la época: Charles Lamb, Henry Cary, Thomas de Quincey, Allan Cunningham, Bryan Procter, Serjeant Talfourd, Hartley Coleridge, el poeta campesino John Clare y otros que publicaban en la revista. Este contacto le permitió ir desarrollando sus capacidades literarias. Se casó en 1825.
Escribió Odes and Addresses, su primera obra, con su cuñado J.H. Reynolds, amigo de John Keats. De esta misma época son The Plea of the Midsummer Fairies (1827) y el romance dramático, Lamia, aunque fueron publicados más tarde. The Plea of the Midsummer Fairies era un volumen de poesía seria.
En 1830 comenzó a publicar las series del Comic Annual. Se hicieron bastante populares. Trataban los asuntos del momento de una manera caricaturesca.
Conforme ganaba en experiencia, su dicción se hizo más simple. En un anuario llamado Gem apareció la historia de Eugene Aram. Comenzó una revista con su propio nombre, asegurándose las contribuciones de otros literatos, pero era su actividad la que principalmente la sostenía.
Fue apreciado, sobre todo, por sus versos cómicos y satíricos y juegos de palabras. Sin embargo, son los poemas serios que escribió antes de morir los que hoy en día se recuerdan como sus obras maestras: Song of the Shirt (1843) y The Bridge of Sighs (1844), sencillos poemas que narraban las condiciones de vida de la época.
Contribuyó a la revista Athenaeum, de James Silk Buckingham, durante el resto de su vida. Su prolongada enfermedad le causó problemas económicos, paliados al recibir una pensión.
Nueve años después de su muerte, Richard Monckton Milnes, primer barón de Houghton inauguró un monumento conmemorativo, alzado por suscripción pública, en el cementerio de Kensal Green.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Cinco poemas de Thomas Hood:
BELLA INÉS
¿No conocéis aún a la bella Inés?
Al Oeste ella se fue,
a brillar en los atardeceres,
y dejar al mundo sin descanso:
se llevó con ella la luz del día,
las sonrisas más queridas,
con rubor matinal en su mejilla
y perlas sobre el pecho.
Oh, vuelve, bella Inés,
antes de que caiga la noche,
porque la luna teme brillar sola
y las estrellas temen lucir sin rival,
bendito sea el enamorado
que camine bajo esas luces,
y aspire el amor en tus mejillas
tal que describirlo no me atrevo.
¡Yo hubiera querido ser, bella Inés,
ese valiente caballero,
que a tu lado cabalgaba
y te murmuraba al oído!
¿No había en tu país lindas doncellas,
no había aquí amantes fieles,
que tuvo que cruzar los mares
para ganarse el amor más deseado?
Te he visto, bella Inés,
en el paseo por la playa,
rodeada de nobles caballeros
portando sus banderas;
y gentiles jóvenes y alegres doncellas,
tocados de blancos penachos;
habría sido un sueño hermoso
¡si tan solo fuera sueño!
¡Ay, ay, bella Inés,
ella se fue entre canciones,
con música guiando sus pasos,
y gritos de la multitud;
pero algunos estaban muy tristes
y la música los ofendía,
los sonidos que decían adiós, adiós,
a aquella que tanto tiempo amasteis.
Adiós, adiós, bella Inés,
ese barco nunca llevó
en su cubierta a mujer más bella
ni con un paso más sutil,-
¡Ay, qué placer en el mar,
y cuánta pena en la costa!
La sonrisa bendijo el corazón de un amante
¡pero cuántos corazones rompió antes!
Versión de Edgardo Dobry y Andrés Ehrenhaus
LA CANCIÓN DE LA CAMISA
Los dedos destrozados, los ojos enrojecidos, una mujer que ni una mujer parece en su aspecto, cose sentada, y al compás de la aguja y del hilo, desfallecida de hambre, en su miserable pobreza, canta con doloroso acento «La canción de la camisa».
¡Coser, coser, coser! Hasta que canta el gallo y las estrellas brillan entre las rendijas del techo. Dura faena para una esclava de bárbaros africanos, en países donde los hombres creen que la mujer no tiene un alma que salvar… ¿Qué será para una cristiana este trabajo?
¡Coser, coser, coser! Hasta que se pierde el sentido y los ojos se cierran solos y en pesadilla fatigosa se sueña todavía con los ojales y los botones que faltó coser… y los cose dormida.
¡Hombres que tenéis hermanas queridas, hombres que tenéis madre y esposa… no es vuestra ropa la que destrozáis, es la vida de las pobres mujeres!
¡Coser, coser, coser! Con dobles puntadas, la camisa para vosotros, para nosotros… el sudario!
¿Y por qué temer a la muerte? Su aspecto pavoroso de huesos descarnados, tan parecido es a mí, que no me asusta. ¡Un esqueleto soy como la muerte! ¡Tales son mis festines! ¡Ah, Dios mío, que sea el pan tan caro y tan baratas la carne y la sangre humanas!
¡Trabajar, trabajar sin descanso nunca! Y por salario de mi trabajo, un montón de paja por cama, un mendrugo de pan, unos andrajos, un techo agrietado, un suelo desnudo, una mesa y una silla desvencijadas… y cuatro paredes blancas, tan blancas, que agradezco al reflejo de mi sombra el no verlas tan blancas y desnudas.
¡Coser, coser… trabajar, trabajar como los criminales condenados a trabajos forzados… hasta que el corazón enferma y el cerebro desfallece, rendidos como la mano!
¡Trabajar a la fría luz del invierno y trabajar, trabajar cuando el sol acaricia con viva luz en primavera, cuando canta la golondrina y revolotea delante de mi ventana, cual si quisiera mostrarme los reflejos del sol en las alas y decirme en sus trino que ha llegado la primavera!
¡Ay, respirar la fragancia de flores y campiñas! ¡Sobre la frente el cielo y bajo los pies la hierba fresca! ¡Una hora siquiera, una hora como en los tiempos en que yo no sabía cuánto costaba un pedazo de pan!
¡Una hora de respiro! ¡No para el amor y la esperanza… sino para llorar con desahogo! El llanto aliviaría mi corazón… pero si lloro… se nubla la vista y se entorpecen la aguja y el dedal.
Los dedos destrozados, los ojos enrojecidos, una mujer que ni una mujer parece en su aspecto, cose sentada, y al compás de la aguja y del hilo, desfallecida de hambre, en su miserable pobreza, canta con doloroso acento «La canción de la camisa»… ¿Llegará su canción a los ricos y poderosos?
Versión de Jacinto Benavente
MEDIANOCHE
Noche insondable! ¿Cómo has barrido
sobre la tierra inundada y ocultas oscuramente
la poderosa ciudad bajo tu marea completa?
Haciendo un silencioso palacio para el viejo Sueño,
Como su propio templo bajo el profundo silencio,
Donde todo el día atareado él permanece,
Y adelante en la oscuridad, ensancha
sus alas oscuras, de donde las aguas frías barren!
¡Cuán pacíficamente mienten los millones de seres vivientes!
Adormecido hasta la muerte bajo sus hechizos de amapola;
No hay aliento, ni agitación viviente, ni llanto,
ni pisada, ni canción, ni música, ni llanto,
solo el sonido de las campanas melancólicas,
la voz del tiempo, superviviente de todos.
PUENTE DE LOS SUSPIROS
Otra desgraciada
cansada de respirar
con importuna urgencia
corrió hacia la muerte.
Levantadla suavemente,
alzadla con cuidado,-
era tan delicado su talle,
tan joven y tan bella!
Mirad su vestido
ceñido como sudario;
aunque el río todavía
gotea de la tela;
Levantadla de inmediato,
con cariño, sin rencor.
No la toquéis con desdén
y pensad en ella con pesar,
con amable humanidad;
ya no son las manchas
lo que de ella queda,
ahora es solo una mujer.
No intentéis averiguar
acerca de cuál fue su impulsivo
e irresponsable error;
todo deshonor es pasado,
la muerte ha dejado en ella
solamente la hermosura.
Por grave que fuera su error
era de la familia de Eva-
enjugad sus pobres labios,
todavía húmedos y ya fríos.
Recoged los bucles
que escapan a la diadema,
sus bellos bucles castaños;
y preguntaros con asombro,
¿cuál fue su hogar?
¿Quién era su padre?
¿quién era su madre?
¿Tenía acaso una hermana?
¿O quizá un hermano?
¿O tenía a alguien más querido,
alguien más cercano,
más amado que nadie?
¡Ay! Qué poco frecuente es
la cristiana caridad
bajo el sol.
¡Oh! ¡Qué lamentable!
En la ciudad populosa
ella no tenía hogar alguno.
Los sentimientos de hermanos,
hermanas y padres
han cambiado para siempre:
el amor, ante esa dura prueba,
fue depuesto de su eminencia;
hasta la Divina providencia
parece ahora alejarse.
Donde las farolas se estremecen
justo al lado del río,
frente a las luces numerosas
de ventanas y ventanucos,
desde el ático hasta el sótano,
ella atónita pasaba
la noche sin hogar propio.
El lúgubre viento de mayo
la hacía estremecerse y temblar;
pero no el puente oscuro
ni el negro fluir del río:
enloquecida por la vida,
alegre en el misterio de la muerte,
rápidamente se arrojó-
¡a cualquier lugar, con tal
de estar fuera de este mundo!
Allí se arrojó sin dudarlo
a pesar del agua fría
que el brusco río arrastra,
al borde de la ribera.
¡Imaginadlo, pensad en ello,
hombres perversos!
Luego lavaros en el río
o bebed de él, si podéis.
Levantadla suavemente,
alzadla con cuidado,-
¡era tan delicado su talle,
tan joven y tan bella!
Antes de que sus miembros
se enfríen y endurezcan,
con decoro y dulzura,
extendedlos y arregladlos;
¡y cerradle los ojos,
fijos en su ceguera!
Terriblemente fijos a través
de su cenagosa impureza,
como en el momento de su osada
última mirada al desaliento
fija en el futuro.
Muriendo tristemente,
empujada por el desprecio,
la gélida indiferencia
y la ardiente locura
a buscar al fin reposo,-
¡cruzadle las manos con humildad
como en silente oración,
sobre el pecho!
¡Confesando su debilidad,
su conducta inadecuada,
y dejando, dócilmente,
sus pecados al Salvador!
Versión de Edgardo Dobry y Andrés Ehrenhaus
RECUERDO, RECUERDO
Recuerdo, recuerdo
la casa donde nací,
la pequeña ventana donde el sol
aparece asomándose en la mañana;
Él nunca hizo un guiño demasiado pronto
ni tardó mucho en hacerlo;
Pero ahora, a menudo deseo que la noche me
hubiera dejado sin aliento.
Recuerdo, recuerdo
Las rosas rojas y blancas,
Las violetas y las tazas de lirio. ¡
Esas flores hechas de luz!
Las lilas donde el petirrojo construyó,
Y donde mi hermano estableció
El laburnum en su cumpleaños, - ¡
El árbol aún está vivo!
Recuerdo, recuerdo
dónde estaba acostumbrado a balancearme,
y pensé que el aire debía apresurarse como fresco
Para tragar en el ala;
Mi espíritu voló en plumas entonces
eso es tan pesado ahora,
las piscinas de verano apenas podían enfriar
la fiebre en mi frente.
Recuerdo, recuerdo
Los abetos oscuros y altos;
Solía pensar que sus esbeltas cimas
estaban cerca del cielo:
era una ignorancia infantil,
pero ahora es un poco de alegría
saber que estoy más lejos del cielo
que cuando era un niño.
Te amo a ti
Te amo, ¡te amo!
Es todo lo que puedo decir;
es mi visión en la noche,
mi sueño en el día;
El mismo eco de mi corazón,
la bendición cuando oro:
te amo, ¡te amo!
Es todo lo que puedo decir.
Te amo, ¡te amo!
Está siempre en mi lengua;
En toda mi poesía más orgullosa
Ese coro todavía está cantado;
Es el veredicto de mis ojos, entre
los homosexuales y los jóvenes:
te amo, ¡te amo!
Un millar de doncellas entre.
Te amo, ¡te amo!
Tu brillante mirada color avellana,
El suave laúd sobre esos labios,
Cuyos tonos tiernos entran;
Pero la mayoría, querido corazón de corazones, tus pruebas de
que aún estas palabras mejoran,
te amo , ¡te amo!
Cualquiera sea tu oportunidad.
THOMAS HOOD
Thomas Hood (23 de mayo, de 1799 - 3 de mayo, de 1845) fue un humorista y poeta inglés.
Vida
Hijo de Thomas Hood, un librero de origen escocés, nació en Londres. A la muerte de su esposo en 1811, su madre se trasladó a Islington. Obtuvo sus primeros ingresos literarios revisando para la prensa una nueva edición de Pablo y Virginia.
Fue admitido en una firma contable de un amigo de la familia, pero pronto su salud se resintió y lo enviaron a vivir con unos familiares en Dundee, Escocia. Allí llevó una vida saludable, y se hizo un lector incansable; pronto contribuyó a periódicos y revistas provincianos con artículos poéticos y humorísticos.
A su regreso a Londres, en 1818, se dedicó a los grabados, lo que le permitió ilustrar sus propias creaciones humorísticas.
En 1821, John Scott, editor de la London Magazine, murió en un duelo, y el periódico pasó a manos de unos amigos de Hood, que le propusieron ser subdirector. Este cargo le permitió conocer a los literatos de la época: Charles Lamb, Henry Cary, Thomas de Quincey, Allan Cunningham, Bryan Procter, Serjeant Talfourd, Hartley Coleridge, el poeta campesino John Clare y otros que publicaban en la revista. Este contacto le permitió ir desarrollando sus capacidades literarias. Se casó en 1825.
Escribió Odes and Addresses, su primera obra, con su cuñado J.H. Reynolds, amigo de John Keats. De esta misma época son The Plea of the Midsummer Fairies (1827) y el romance dramático, Lamia, aunque fueron publicados más tarde. The Plea of the Midsummer Fairies era un volumen de poesía seria.
En 1830 comenzó a publicar las series del Comic Annual. Se hicieron bastante populares. Trataban los asuntos del momento de una manera caricaturesca.
Conforme ganaba en experiencia, su dicción se hizo más simple. En un anuario llamado Gem apareció la historia de Eugene Aram. Comenzó una revista con su propio nombre, asegurándose las contribuciones de otros literatos, pero era su actividad la que principalmente la sostenía.
Fue apreciado, sobre todo, por sus versos cómicos y satíricos y juegos de palabras. Sin embargo, son los poemas serios que escribió antes de morir los que hoy en día se recuerdan como sus obras maestras: Song of the Shirt (1843) y The Bridge of Sighs (1844), sencillos poemas que narraban las condiciones de vida de la época.
Contribuyó a la revista Athenaeum, de James Silk Buckingham, durante el resto de su vida. Su prolongada enfermedad le causó problemas económicos, paliados al recibir una pensión.
Nueve años después de su muerte, Richard Monckton Milnes, primer barón de Houghton inauguró un monumento conmemorativo, alzado por suscripción pública, en el cementerio de Kensal Green.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
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Cinco poemas de Thomas Hood:
BELLA INÉS
¿No conocéis aún a la bella Inés?
Al Oeste ella se fue,
a brillar en los atardeceres,
y dejar al mundo sin descanso:
se llevó con ella la luz del día,
las sonrisas más queridas,
con rubor matinal en su mejilla
y perlas sobre el pecho.
Oh, vuelve, bella Inés,
antes de que caiga la noche,
porque la luna teme brillar sola
y las estrellas temen lucir sin rival,
bendito sea el enamorado
que camine bajo esas luces,
y aspire el amor en tus mejillas
tal que describirlo no me atrevo.
¡Yo hubiera querido ser, bella Inés,
ese valiente caballero,
que a tu lado cabalgaba
y te murmuraba al oído!
¿No había en tu país lindas doncellas,
no había aquí amantes fieles,
que tuvo que cruzar los mares
para ganarse el amor más deseado?
Te he visto, bella Inés,
en el paseo por la playa,
rodeada de nobles caballeros
portando sus banderas;
y gentiles jóvenes y alegres doncellas,
tocados de blancos penachos;
habría sido un sueño hermoso
¡si tan solo fuera sueño!
¡Ay, ay, bella Inés,
ella se fue entre canciones,
con música guiando sus pasos,
y gritos de la multitud;
pero algunos estaban muy tristes
y la música los ofendía,
los sonidos que decían adiós, adiós,
a aquella que tanto tiempo amasteis.
Adiós, adiós, bella Inés,
ese barco nunca llevó
en su cubierta a mujer más bella
ni con un paso más sutil,-
¡Ay, qué placer en el mar,
y cuánta pena en la costa!
La sonrisa bendijo el corazón de un amante
¡pero cuántos corazones rompió antes!
Versión de Edgardo Dobry y Andrés Ehrenhaus
LA CANCIÓN DE LA CAMISA
Los dedos destrozados, los ojos enrojecidos, una mujer que ni una mujer parece en su aspecto, cose sentada, y al compás de la aguja y del hilo, desfallecida de hambre, en su miserable pobreza, canta con doloroso acento «La canción de la camisa».
¡Coser, coser, coser! Hasta que canta el gallo y las estrellas brillan entre las rendijas del techo. Dura faena para una esclava de bárbaros africanos, en países donde los hombres creen que la mujer no tiene un alma que salvar… ¿Qué será para una cristiana este trabajo?
¡Coser, coser, coser! Hasta que se pierde el sentido y los ojos se cierran solos y en pesadilla fatigosa se sueña todavía con los ojales y los botones que faltó coser… y los cose dormida.
¡Hombres que tenéis hermanas queridas, hombres que tenéis madre y esposa… no es vuestra ropa la que destrozáis, es la vida de las pobres mujeres!
¡Coser, coser, coser! Con dobles puntadas, la camisa para vosotros, para nosotros… el sudario!
¿Y por qué temer a la muerte? Su aspecto pavoroso de huesos descarnados, tan parecido es a mí, que no me asusta. ¡Un esqueleto soy como la muerte! ¡Tales son mis festines! ¡Ah, Dios mío, que sea el pan tan caro y tan baratas la carne y la sangre humanas!
¡Trabajar, trabajar sin descanso nunca! Y por salario de mi trabajo, un montón de paja por cama, un mendrugo de pan, unos andrajos, un techo agrietado, un suelo desnudo, una mesa y una silla desvencijadas… y cuatro paredes blancas, tan blancas, que agradezco al reflejo de mi sombra el no verlas tan blancas y desnudas.
¡Coser, coser… trabajar, trabajar como los criminales condenados a trabajos forzados… hasta que el corazón enferma y el cerebro desfallece, rendidos como la mano!
¡Trabajar a la fría luz del invierno y trabajar, trabajar cuando el sol acaricia con viva luz en primavera, cuando canta la golondrina y revolotea delante de mi ventana, cual si quisiera mostrarme los reflejos del sol en las alas y decirme en sus trino que ha llegado la primavera!
¡Ay, respirar la fragancia de flores y campiñas! ¡Sobre la frente el cielo y bajo los pies la hierba fresca! ¡Una hora siquiera, una hora como en los tiempos en que yo no sabía cuánto costaba un pedazo de pan!
¡Una hora de respiro! ¡No para el amor y la esperanza… sino para llorar con desahogo! El llanto aliviaría mi corazón… pero si lloro… se nubla la vista y se entorpecen la aguja y el dedal.
Los dedos destrozados, los ojos enrojecidos, una mujer que ni una mujer parece en su aspecto, cose sentada, y al compás de la aguja y del hilo, desfallecida de hambre, en su miserable pobreza, canta con doloroso acento «La canción de la camisa»… ¿Llegará su canción a los ricos y poderosos?
Versión de Jacinto Benavente
MEDIANOCHE
Noche insondable! ¿Cómo has barrido
sobre la tierra inundada y ocultas oscuramente
la poderosa ciudad bajo tu marea completa?
Haciendo un silencioso palacio para el viejo Sueño,
Como su propio templo bajo el profundo silencio,
Donde todo el día atareado él permanece,
Y adelante en la oscuridad, ensancha
sus alas oscuras, de donde las aguas frías barren!
¡Cuán pacíficamente mienten los millones de seres vivientes!
Adormecido hasta la muerte bajo sus hechizos de amapola;
No hay aliento, ni agitación viviente, ni llanto,
ni pisada, ni canción, ni música, ni llanto,
solo el sonido de las campanas melancólicas,
la voz del tiempo, superviviente de todos.
PUENTE DE LOS SUSPIROS
Otra desgraciada
cansada de respirar
con importuna urgencia
corrió hacia la muerte.
Levantadla suavemente,
alzadla con cuidado,-
era tan delicado su talle,
tan joven y tan bella!
Mirad su vestido
ceñido como sudario;
aunque el río todavía
gotea de la tela;
Levantadla de inmediato,
con cariño, sin rencor.
No la toquéis con desdén
y pensad en ella con pesar,
con amable humanidad;
ya no son las manchas
lo que de ella queda,
ahora es solo una mujer.
No intentéis averiguar
acerca de cuál fue su impulsivo
e irresponsable error;
todo deshonor es pasado,
la muerte ha dejado en ella
solamente la hermosura.
Por grave que fuera su error
era de la familia de Eva-
enjugad sus pobres labios,
todavía húmedos y ya fríos.
Recoged los bucles
que escapan a la diadema,
sus bellos bucles castaños;
y preguntaros con asombro,
¿cuál fue su hogar?
¿Quién era su padre?
¿quién era su madre?
¿Tenía acaso una hermana?
¿O quizá un hermano?
¿O tenía a alguien más querido,
alguien más cercano,
más amado que nadie?
¡Ay! Qué poco frecuente es
la cristiana caridad
bajo el sol.
¡Oh! ¡Qué lamentable!
En la ciudad populosa
ella no tenía hogar alguno.
Los sentimientos de hermanos,
hermanas y padres
han cambiado para siempre:
el amor, ante esa dura prueba,
fue depuesto de su eminencia;
hasta la Divina providencia
parece ahora alejarse.
Donde las farolas se estremecen
justo al lado del río,
frente a las luces numerosas
de ventanas y ventanucos,
desde el ático hasta el sótano,
ella atónita pasaba
la noche sin hogar propio.
El lúgubre viento de mayo
la hacía estremecerse y temblar;
pero no el puente oscuro
ni el negro fluir del río:
enloquecida por la vida,
alegre en el misterio de la muerte,
rápidamente se arrojó-
¡a cualquier lugar, con tal
de estar fuera de este mundo!
Allí se arrojó sin dudarlo
a pesar del agua fría
que el brusco río arrastra,
al borde de la ribera.
¡Imaginadlo, pensad en ello,
hombres perversos!
Luego lavaros en el río
o bebed de él, si podéis.
Levantadla suavemente,
alzadla con cuidado,-
¡era tan delicado su talle,
tan joven y tan bella!
Antes de que sus miembros
se enfríen y endurezcan,
con decoro y dulzura,
extendedlos y arregladlos;
¡y cerradle los ojos,
fijos en su ceguera!
Terriblemente fijos a través
de su cenagosa impureza,
como en el momento de su osada
última mirada al desaliento
fija en el futuro.
Muriendo tristemente,
empujada por el desprecio,
la gélida indiferencia
y la ardiente locura
a buscar al fin reposo,-
¡cruzadle las manos con humildad
como en silente oración,
sobre el pecho!
¡Confesando su debilidad,
su conducta inadecuada,
y dejando, dócilmente,
sus pecados al Salvador!
Versión de Edgardo Dobry y Andrés Ehrenhaus
RECUERDO, RECUERDO
Recuerdo, recuerdo
la casa donde nací,
la pequeña ventana donde el sol
aparece asomándose en la mañana;
Él nunca hizo un guiño demasiado pronto
ni tardó mucho en hacerlo;
Pero ahora, a menudo deseo que la noche me
hubiera dejado sin aliento.
Recuerdo, recuerdo
Las rosas rojas y blancas,
Las violetas y las tazas de lirio. ¡
Esas flores hechas de luz!
Las lilas donde el petirrojo construyó,
Y donde mi hermano estableció
El laburnum en su cumpleaños, - ¡
El árbol aún está vivo!
Recuerdo, recuerdo
dónde estaba acostumbrado a balancearme,
y pensé que el aire debía apresurarse como fresco
Para tragar en el ala;
Mi espíritu voló en plumas entonces
eso es tan pesado ahora,
las piscinas de verano apenas podían enfriar
la fiebre en mi frente.
Recuerdo, recuerdo
Los abetos oscuros y altos;
Solía pensar que sus esbeltas cimas
estaban cerca del cielo:
era una ignorancia infantil,
pero ahora es un poco de alegría
saber que estoy más lejos del cielo
que cuando era un niño.
Te amo a ti
Te amo, ¡te amo!
Es todo lo que puedo decir;
es mi visión en la noche,
mi sueño en el día;
El mismo eco de mi corazón,
la bendición cuando oro:
te amo, ¡te amo!
Es todo lo que puedo decir.
Te amo, ¡te amo!
Está siempre en mi lengua;
En toda mi poesía más orgullosa
Ese coro todavía está cantado;
Es el veredicto de mis ojos, entre
los homosexuales y los jóvenes:
te amo, ¡te amo!
Un millar de doncellas entre.
Te amo, ¡te amo!
Tu brillante mirada color avellana,
El suave laúd sobre esos labios,
Cuyos tonos tiernos entran;
Pero la mayoría, querido corazón de corazones, tus pruebas de
que aún estas palabras mejoran,
te amo , ¡te amo!
Cualquiera sea tu oportunidad.
THOMAS HOOD
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