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      Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

      Pedro Casas Serra
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      Percy Bysshe Shelley (1792-1822) Empty Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

      Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 04 Sep 2022, 12:25

      .


      Percy Bysshe Shelley (Field Place, Horsham, Inglaterra, 4 de agosto de 1792-Viareggio, Gran Ducado de Toscana, 8 de julio de 1822) fue un escritor, ensayista y poeta romántico inglés. Entre sus obras más famosas se encuentran Ozymandias, Oda al viento del Oeste, A una alondra y La máscara de Anarquía.

      También es conocido por su asociación con otros escritores contemporáneos, como John Keats y lord Byron, sobre todo como miembro de la llamada escuela cockney, formada por la segunda generación de poetas románticos ingleses. Murió, como estos últimos, a una edad temprana. Estuvo casado con la escritora Mary Shelley.

      Biografía y obra

      Percival Bisshe Shelley nació en una familia muy acaudalada de la aristocracia de Sussex descendiente del Conde de Arundel. Hijo mayor de sir Timothy Shelley y Elizabeth Pilfold, se convirtió en heredero del segundo baronet del Castillo Goring en 1815. En 1802, ingresó en la Academia de la Casa de Sion en Brentford, y dos años después en el prestigioso Colegio Eton.

      Su primera publicación fue una novela gótica llamada Zastrozzi (1810), en la que ya empezaba a despuntar la cosmovisión atea que más tarde le traería problemas. Ese mismo año, junto con su hermana Elizabeth publicó una obra poética, Poemas originales de Victor y Cazire, y poco después de ingresar en Oxford, una colección de versos (ostensiblemente burlescos, aunque realmente subversivos), Fragmentos póstumos de Margaret Nicholson, en la que probablemente colaboró uno de sus amigos en la universidad, Thomas Jefferson Hogg.

      En 1810, entró a estudiar en el Colegio Universitario de Oxford, donde fue expulsado (1811) por la publicación del libelo La necesidad del ateísmo. Ese mismo año, en Londres, se enamoró de una joven de 16 años, Harriet Westbrook, con quien, tras huir y casarse, vivió en el distrito de los Lagos, en York, en Irlanda y en el País de Gales, donde escribió su primer poema importante, La reina Mab (1813).

      En 1811, publicó un panfleto llamado La necesidad del ateísmo, cuyo contenido le valió ser expulsado de Oxford junto a Hogg.1​ Le habrían readmitido, gracias a la intervención de su padre, de haber renegado de sus doctrinas, pero Shelley rehusó hacer tal cosa, lo que le enfrentó a Sir Timothy, con el que no volvió a tener trato hasta la muerte de aquel.

      Cuatro meses después de ser expulsado de Oxford, Shelley, de apenas 19 años, se fugó a Escocia con una joven de 16: Harriet Westbrook, hija de un posadero de Londres.

      Después de casarse con ella, el 28 de agosto de 1811, Percival invitó a su camarada Hogg a compartir su casa y su esposa, según los ideales que propugnaba sobre el amor libre. Ante la negativa de Harriet, Shelley abandonó sus pretensiones y volvió con Harriet a Inglaterra, donde pretendió dedicarse a escribir.

      Poco duraría; atraído por el clima político de la época, viajó a Irlanda para unirse al movimiento radical de escritores de panfletos. Estas actividades le granjearon una atención muy poco favorable de las autoridades gubernamentales, lo que le hizo volver a Londres. En los dos años siguientes, Shelley escribió La reina Mab: un poema filosófico; en él, se muestra la influencia que había empezado a tener en su pensamiento la filosofía radical de librepensamiento (anarquismo) que el filósofo inglés William Godwin propugnaba. Para entonces, Shelley, ya infeliz en su matrimonio, dejaba con frecuencia a su mujer y a sus dos hijos solos mientras visitaba la librería de Godwin en Londres. Fue allí donde conoció y se enamoró de Mary, la joven hija de 16 años de Godwin y de la filósofa y escritora Mary Wollstonecraft, pionera del pensamiento feminista, que había fallecido tras el parto de su hija. En julio de 1814, cuatro años después de su primera fuga, Percy Shelley repitió la jugada, esta vez con la joven Mary. En este caso, también les acompañó la hermanastra de Mary, Clare Marie Jane Clairmont (Claire); los tres embarcaron hacia el continente y cruzaron Francia, antes de establecerse en Suiza. Seis semanas después de la huida, quizás con nostalgia de Londres, o por la falta de dinero, los tres regresaron a Inglaterra para encontrarse con que Godwin, el otrora defensor a ultranza y practicante del amor libre, rehusaba volver a dirigirles la palabra.

      En el otoño de 1815, Percy y Mary todavía vivían cerca de Londres, intentando evitar a los acreedores. En aquella época, Shelley produjo la alegoría poética Alastor, o el espíritu de la soledad. A pesar del poco entusiasmo que despertó entonces, hoy día se considera una de sus principales obras poéticas mayores.

      En el verano de 1816, los Shelley hicieron un segundo viaje a Suiza, a petición de la hermanastra de Mary, Claire Clairmont, que habría tenido una relación amorosa con lord Byron la anterior primavera, poco antes de volverse a ir a Ginebra. Byron había perdido el interés por la relación, y utilizó la oportunidad de reunirse con los Shelley para atraer al poeta con ellos. Los Shelley y Byron alquilaron una casa, la Villa Diodati, en las orillas del lago Lemán, y pasaron allí el verano. La conversación habitual con Byron tuvo un efecto rejuvenecedor en la poesía de Shelley. El viaje que ambos hicieron en barca le inspiró para escribir el Himno a la belleza intelectual, su primera obra significativa desde la publicación del Alastor.

      Otro viaje, esta vez a Chamonix en los Alpes franceses, sirvió para inspirar el poema Mont Blanc, una difícil obra en la que Shelley trata con cuestiones como la inevitabilidad de la historia y la relación entre la mente humana y la naturaleza. La obra fue incluida en el libro que escribió junto con Mary, Historia de una excursión de seis semanas. Por su parte, también Shelley influyó en la obra de Byron, lo que se nota en la tercera parte de Las peregrinaciones de Childe Harold y en Manfredo.

      Por su parte, Mary también obtuvo una renta inspiradora de aquellos días, pues fue entonces cuando concibió la que sería su obra más conocida: Frankenstein. Al terminar aquel verano, los Shelley y Claire regresaron a Inglaterra; Claire había quedado embarazada de Byron, hecho que tendría un enorme impacto en el propio futuro de Shelley.

      El regreso a Inglaterra estuvo marcado por la tragedia. La media hermana de Mary, Fanny Imlay, se suicidó en otoño, y en diciembre del mismo año, Harriet, supuestamente embarazada, hizo lo propio, arrojándose al lago Serpentine, en el centro del parque Hyde londinense. Antes de finalizar ese mismo año, pocas semanas después de que el cuerpo de Harriet se extrajo del agua, Percy y Mary se casaron. Este matrimonio pretendía, fundamentalmente, conseguir que la custodia de los hijos de Percy se diera a la nueva familia Shelley, pero fue en vano: los tribunales decidieron que los niños se entregaran a padres adoptivos.

      Entonces, los Shelley se asentaron en Marlow, Buckinghamshire, donde vivía un amigo de Percy: Thomas Love Peacock. En los meses que siguieron, Shelley participó en el círculo literario que rodeaba al personaje de Leigh Hunt y, durante este período conoció a John Keats. La principal obra del poeta durante esta etapa fue Laon y Cythna, largo poema narrativo en el que se atacaba a la religión y que presentaba a una pareja de amantes incestuosos. Lo retiraron pronto de las librerías, y solo llegaron a venderse unos pocos ejemplares, aunque posteriormente se reditaría como La revuelta del islam, en 1818. También de esta época son los tratados políticos revolucionarios que publicó bajo el pseudónimo El ermitaño de Marlow.

      A principios de 1818, los Shelley y Claire volvieron a abandonar Inglaterra, con la intención esta vez de entregarle a Byron la hija que aquel y Claire habían concebido, Allegra. Esta vez fueron a Venecia, donde entonces residía el poeta. De nuevo, el contacto con Byron animó la producción literaria de Shelley. En la última parte de aquel año escribió Julian y Maddalo, una descripción ligeramente disfrazada de las conversaciones que Shelley y Byron mantuvieron en sus viajes en góndola por las calles de Venecia que terminaban en una visita a un manicomio.

      En 1820, Shelley escribió el extenso drama lírico Prometeo liberado, una suerte de continuación del Prometeo encadenado, de Esquilo, pero apartándose conscientemente de la figura de un Prometeo reconciliado con Júpiter, como intentaría representar el dramaturgo griego en la segunda y tercera parte de su trilogía prometeica, de la que solo sobreviven fragmentos. Sin duda una de sus obras más significativas, con una estilizada conjugación de mito e historia, refiere el fin del reinado de la tiranía, el Mal y el odio (representados por la figura de Júpiter) para dar paso a una era de primacía del Bien, el Amor y el florecimiento de las Artes. La liberación del titán Prometeo se equipara a la liberación de la humanidad de las cadenas del patriarcado, la violencia y el dominio del hombre por el hombre, y la posibilidad de una nueva unión con la Naturaleza.

      La tragedia había de volver en la forma de muerte. El hijo de Shelley, Will, murió en 1818 de unas fiebres en Roma, y su hija recién nacida murió en 1819, durante otra mudanza. Los Shelley se trasladaban de una ciudad italiana a otra. Shelley completó su Prometeo en Roma, a donde fueron después de dejar Venecia, y pasó el verano de 1819 en Livorno escribiendo una tragedia, Los Cenci. También durante este año, y quizás impulsado entre otras causas por la masacre de Peterloo, escribió sus poemas políticos más conocidos, La máscara de Anarquía, Hombres de Inglaterra y La bruja del Atlas, sus obras más conocidas durante el siglo XIX, así como el ensayo La perspectiva filosófica de la reforma, que resulta ser la exposición más completa de su ideario político. En 1821, inspirado por la muerte de John Keats, Shelley escribió la elegía Adonaïs.

      En 1822, convenció a James Henry Leigh Hunt, el poeta y editor británico que había sido uno de sus principales apoyos en Inglaterra, para que se trasladara a Italia con su familia. Su idea era crear, junto con Hunt y Byron, un periódico (The Liberal), en el que Hunt sería el editor, que diseminase los controvertidos escritos que salían de sus plumas y que sirvieran como contrapunto a publicaciones de corte conservador, como las revistas Blackwood's Magazine y Quarterly Review.

      El 8 de julio de 1822, poco antes de cumplir los 30 años, Shelley pereció ahogado en una repentina tormenta mientras navegaba en su velero, el Don Juan, de regreso a Lerici desde Pisa, con su amigo Edward Ellerker Williams. Volvía después de hacer los preparativos para el lanzamiento de El Liberal con el recién llegado Hunt. El nombre del velero pretendía homenajear a Byron y había sido elegido por Edward Trelawny, miembro del círculo Pisano de Shelley y Byron, pero, según Mary, Shelley lo había cambiado por el de Ariel. Por disposición de Byron, el cuerpo de Shelley se incineró en una playa cerca de Viareggio. Su corazón se extrajo durante la cremación, y Mary lo guardó, envuelto en seda, hasta su muerte, pero sus cenizas reposan en el cementerio protestante de Roma. Descubierto tras la muerte de su madre, el corazón fue guardado por su hijo y enterrado con él al fallecer.

      De sus ocho hijos biológicos, solo tres le sobrevivieron: Ianthe (1813-1876) y Charles (1814-1826), los que había tenido con Harriet y que se entregaron en adopción a la muerte de ésta, y Percy Florence (1819-1889), uno de los hijos que tuvo con Mary. Charles murió cuatro años después que su padre y Percy heredó el título de barón veintidós años después de morir su padre, al morir su abuelo.

      El Courier, un diario conservador londinense, publicó que «Shelley, the writer of some infidel poetry, has been drowned. Now, he knows wheter there is God or no.» («Shelley, el escritor de algunas poesías infieles, se ha ahogado: ahora sabe si hay Dios o no.»).​ La influencia de Shelley fue muy superior en los años posteriores a su muerte que en vida (a diferencia de Byron, que era popular entre la alta sociedad de su época, a pesar de sus ideas radicales). Después de su muerte, su memoria fue conservada y defendida pero edulcorada por su esposa y por su hijo, aunque a Shelley se le recordó sobre todo en los círculos de poetas victorianos como Alfred Tennyson y Robert Browning, así como por los prerrafaelitas y los socialistas y el movimiento obrero (Karl Marx fue uno de sus admiradores). Solo al final del siglo XIX, el trabajo de Shelley o, mejor dicho, su trabajo más inocuo, se hizo respetable entre la burguesía y la alta sociedad, popularizado quizás por biografías como la de Henry Stephens Salt, Percy Bisshe Shelley: Poet and Pioneer ("Percy Bisshe Shelley: poeta y pionero") (1896).

      (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


      *


      Algunos poemas de Shelley:


      A UNA ALONDRA

      ¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu!
      No fuiste nunca un pájaro,
      tú, que desde los cielos o cerca de sus lindes,
      el corazón derramas
      en profusos acentos, con arte no pensado.

      Alta, siempre más alta,
      de la tierra te lanzas
      como nube de fuego;
      por el azul revuelas
      y cantando, te ciernes y, cerniéndote, cantas.

      En dorados relámpagos
      del sol, ya trasmontado,
      donde se encienden nubes,
      flotas tú y te deslizas
      como gozo sin cuerpo que empieza su carrera.

      La tardecita pálida y purpúrea, en torno
      de tu vuelo se funde:
      como estrella del cielo,
      al ser día, invisible
      eres tú, pero escucho tu voz dulce y aguda,

      fina como las flechas
      de la esfera de plata,
      cuya viva luz mengua
      en la blanca alborada,
      y ya, sin verla apenas, lejana la sentimos.

      Todo el aire y la tierra
      de tus trinos se colman:
      así, en la noche pura,
      desde una nube sola,
      derrama luz la luna y se inundan los cielos.

      No sabemos quién eres.
      Ya ti más parecido
      ¿qué habrá? De la irisada nube no fluyen nunca
      gotas tan radiantes,
      como de tu presencia nos llueven melodías.

      Así un poeta oculto
      en luz de pensamientos,
      que entona sus canciones,
      hasta sentir el mundo
      temores y esperanzas que no advirtiera nunca.

      Así un alta doncella
      en torre de un palacio,
      que alivia pesadumbres
      de amor secretamente, con música tan dulce
      como el amor, fluyendo de su estancia.

      Tal dorada luciérnaga
      en valle de rocío,
      que esparce, sin ser vista,
      aéreos, sus fulgores,
      entre flores y hierba que a los ojos la ocultan.

      Cual rosa retirada
      entre sus hojas verdes,
      deshojada por brisas
      tibias, hasta que sienten desmayo, por exceso
      de aroma, sus ladrones de vuelo fatigado.

      Al son de los chubascos
      de primavera, en hierbas relucientes,
      a flores despertadas por la lluvia,
      a todo lo que hubiere
      de alegre, claro y fresco, tu música aventaja.

      Dinos, ave o espíritu,
      tus dulces pensamientos:
      nunca oí una alabanza
      del amor o del vino,
      que tan divino arrobo, ardiente, derramara.

      Los coros de Himeneo,
      los cantos de victoria,
      junto a los tuyos fueran
      ostentación vacía,
      aquello en que se siente alguna falla oculta.

      ¿Qué objetos son la fuente
      de tu feliz gorjeo?
      ¿Qué campos, ondas, montes?
      ¿Qué cielos o llanuras?
      ¿Qué amor de semejantes y qué ignorar de penas?

      En tu alegría clara
      no caben languideces;
      la sombra de la angustia
      nunca a ti se ha acercado;
      amas y el triste hastío de amor nunca supiste.

      En vigilia o dormida,
      pensarás de la muerte
      cosas más ciertas y hondas
      que nosotros, mortales:
      si no, ¿cómo brotara tu arroyo cristalino?

      Miramos antes, luego;
      lo que no es lloramos:
      nuestra risa más clara
      se mezcla con suspiros;
      da los más dulces cantos nuestro pesar más triste.

      Mas si hiciéramos burla
      de orgullo y odio y miedo;
      si hubiésemos nacido
      para no llorar nunca,
      no sé si llegaríamos tan cerca de tu gozo.

      Mejor que todo verso
      de sones deliciosos,
      mejor que las preseas
      de los libros, tu arte
      será para el poeta, ¡tú, que al suelo escarneces!

      Si un poco me dijeras
      del gozo que tú sabes,
      tal locura armoniosa
      brotara de mis labios,
      que, como yo te escucho, el mundo escucharía.

      Versión de Màrie Montand



      ADONAIS (fragmento)

      I

      Murió Adonais y por su muerte lloro.
      Llorad por Adonais, aunque las lágrimas
      no deshagan la escarcha que les cubre.
      Y tú, su hora fatal, la que, entre todas,
      fuiste elegida para nuestro daño,
      despierta a tus oscuras compañeras,
      muéstrales tu tristeza y di: conmigo
      murió Adonais, y en tanto que el futuro
      a olvidar al pasado no se atreva,
      perdurarán su fama y su destino
      como una luz y un eco eternamente.

      II

      Oh poderosa madre, ¿dónde estabas
      cuando él murió, cuando cayó tu hijo
      bajo las flechas que lo oscuro cruzan?
      ¿En dónde estaba la perdida Urania,
      cuando él murió?... Con sus velados ojos
      permanecía atenta entre los Ecos,
      allá en su Edén… De nuevo vida daba
      alguien, con suave y amoroso aliento,
      a todas las marchitas melodías,
      con las que, como flores que se mofan
      del sepulto cadáver, adornaba
      el futuro volumen de la muerte.

      III

      Llora por Adonais puesto que ha muerto.
      Oh madre melancólica, despierta,
      despierta y vela y llora todavía.
      Apaga cerca de su ardiente lecho
      tus encendidas lágrimas y deja
      que tu clamante corazón, lo mismo
      que el suyo, guarde un impasible sueño.
      El cayó ya en el hueco a donde todo
      cuanto hermoso y noble descendiera.
      No sueñes, ay, que el amoroso abismo
      te lo devuelva al aire de la vida.
      Su muda voz la devoró la muerte,
      que ahora se ríe al vernos sin consuelo.



      ALASTOR O EL ESPÍRITU DE LA SOLEDAD (fragmento)

      ¡Tierra, Océano, Aire, amada hermandad!
      Si nuestra gran Madre ha impregnado mi voluntad
      Con algo de piedad para sentir su amor,
      Y recompensa con el mío su favor,
      Si la mañana rociada, y el mediodía fragante, y más aún,
      El crepúsculo y sus magníficos ministros,
      Y el cosquilleo de la medianoche solemne y silenciosa;
      Si el aullido del Otoño que suspira en la madera,
      Y el traje del invierno se corona con la pureza
      Del hielo estrellado sobre la hierba cana y las ramas desnudas;
      Si el jadeo voluptuoso de la Primavera cuando respira
      Sus primeros besos dulces, -tan caros para a mí-;
      Si ningún pájaro brillante, insecto, o bestia apacible
      Deliberadamente he perjudicado, y, en cambio, he visto
      En ellos a mi propia raza; entonces, perdonad
      Esta jactancia, queridos hermanos,
      y conservad para mí una porción de vuestros favores.



      AMOR, HONOR, CONFIANZA

      Amor, Honor, Confianza, como nubes
      parten y vuelven, préstamo de un día.
      Si el hombre inmortal fuese, omnipotente,
      Tú -ignoto y sublime como eres-
      dejarías tu séquito en su alma.
      Tú, emisario de los afectos,
      que creces en los ojos del amante;
      ¡Tú que nutres al puro pensamiento
      cual penumbra a una llama que agoniza!
      No partas cuando al fin llega tu sombra:
      sin Ti, como la vida y el temor,
      la tumba es una oscura realidad.



      CUANDO LAS SUAVES VOCES MUEREN

      Cuando las suaves voces mueren,
      su música aún vibra en la memoria;
      cuando las dulces violetas enferman,
      su fragancia se prolonga en los sentidos.

      Las hojas del rosal, cuando la rosa muere,
      se apilan para el lecho del amante;
      y así en tus pensamientos, cuando te hayas ido,
      el amor mismo dormirá.



      CUANDO NIÑO, BUSCABA YO FANTASMAS

      Cuando niño, buscaba yo fantasmas
      en calladas estancias, cuevas, ruinas
      y bosques estrellados; mis temerosos pasos
      ansiaban conversar con los difuntos.
      Invocaba esos nombres que la superstición
      inculca. En vano fue esa búsqueda.
      Mientras meditaba el sentido
      de la vida, a la hora en que el viento corteja
      cuanto vive y fecunda
      nuevas aves y plantas,
      de pronto sobre mí cayó tu sombra.
      Mi garganta exhaló un grito de éxtasis.



      EL ESPÍRITU DEL MUNDO

      En lo hondo, muy lejos del borrascoso camino
      que la carroza seguía, tranquilo como un infante en el sueño,
      yacía majestuoso, el océano.
      Su vasto espejo silente ofrecía a los ojos
      luceros al declinar, ya muy pálidos,
      la estela ardiente del carro
      y la luz gris de cuando el día amanece,
      tiñendo las nubes, a modo de leves vellones,
      que entre sus pliegues al alba niña acunaban.
      Parecía volar la carroza
      a través de un abismo, de un cóncavo inmenso,
      con un millón de constelaciones radiante, teñido
      de colores sin fin
      y ceñido de un semicírculo
      que llameaba incesantes meteoros.

      Al acercarse a su meta,
      más veloces aún parecían las sombras aladas.
      No se columbraba ya el mar; y la tierra
      parecía una vasta esfera de sombra, flotando
      en la negra sima del cielo,
      con el orbe sin nubes del sol,
      cuyos rayos de rápida luz
      dividíanse, al paso, más veloz todavía, de aquella carroza
      y caían, como en el mar los penachos de espuma
      que lanzan las ondas hirvientes
      ante la proa que avanza.

      Y la encantada carroza su ruta seguía.
      Orbe distante, la tierra era ya
      el luminar más menudo que titila en los cielos,
      y en tanto, en la senda del carro,
      vastamente rodaban sistemas innúmeros
      y orbes sin cuento esparcían,
      siempre cambiante, su gloria.
      ¡Maravillosa visión! Eran curvos algunos, al modo de cuernos,
      y como la luna en creciente de plata, pendían
      en la bóveda oscura del cielo; esparcían
      otros un rayo tenue y claro, así Héspero cuando en el mar
      brilla aún el Poniente, apagándose; más allá se arrojaban
      otros contra la noche, con colas de trémulo fuego,
      como esferas que a la ruina, a la muerte caminan;
      como luceros brillaban algunos, pero, al pasar la carroza,
      palidecía toda otra luz...

      Versión de Màrie Montand



      EL PASADO

      ¿Olvidarás las horas felices que enterramos
      En las dulces alcobas del amor,
      Hacinando sobre sus fríos cadáveres
      Los ecos efímeros de una hoja y una flor?
      Flores dónde la alegría cayó,
      Y hojas dónde aún habita la esperanza.

      ¿Olvidarás a los muertos, al pasado?
      Todavía no son fantasmas que puedan vengarse;
      Recuerdos que hacen del corazón su tumba,
      Lamentos que se deslizan sobre la penumbra,
      Susurrando con horribles voces
      Que la felicidad sentida se convierte en dolor.



      FILOSOFÍA DEL AMOR

      Las fuentes se unen con el río
      y los ríos con el Océano.
      Los vientos celestes se mezclan
      por siempre con calma emoción.
      Nada es singular en el mundo:
      todo por una ley divina
      se encuentra y funde en un espíritu.
      ¿Por qué no el mío con el tuyo?

      Las montañas besan el Cielo,
      las olas se engarzan una a otra.
      ¿Qué flor sería perdonada
      si menospreciase a su hermano?
      La luz del sol ciñe a la tierra
      y la luna besa a los mares:
      ¿para qué esta dulce tarea
      si luego tú ya no me besas?

      Versión de Juan Abeleira



      HIMNO A LA BELLEZA INTELECTUAL

      1. La sombra de una Fuerza incognoscible...

      La sombra de una Fuerza incognoscible
      flota, aunque incognoscible, entre nosotros;
      visita este amplio mundo con la misma
      inconstancia que el viento entre las flores;
      como un rayo de luna tras un pico
      turba secreto, imprevisible,
      el corazón y rostro humanos;
      como el rumor pausado de la tarde,
      como una nube en noche clara,
      como el recuerdo de una música,
      como aquello que se ama por hermoso
      pero más todavía por ignoto.

      2. Espíritu, Belleza que consagras...

      Espíritu, Belleza que consagras
      con tu lumbre el humano pensamiento
      sobre el que resplandeces, ¿dónde has ido?
      ¿Por qué cesa tu brillo y abandonas
      este valle de lágrimas desierto?
      ¿Por qué el sol no teje por siempre
      un arco iris en tu arroyo?
      ¿Por qué cuanto ha nacido languidece?
      ¿Por qué temor y sueño, vida y muerte
      ensombrecen el mundo de este modo?
      ¿Por qué el hombre ambiciona tanto
      odio y amor, desánimo, esperanza?

      3. Ninguna voz de un ámbito sublime...

      Ninguna voz de un ámbito sublime
      ha respondido nunca a estas preguntas.
      Los nombres de Demonio, Espectro y Cielo
      testimonian este inútil empeño:
      débiles palabras cuyo encanto no suprime
      de cuanto aquí vemos y oímos
      el azar, la duda, lo mudable.
      Sólo tu luz, cual niebla entre montañas
      o música que el viento vespertino
      arranca de algún tácito instrumento
      o cual claro de luna a medianoche,
      sosiega el sueño inquieto de esta vida.

      4. Amor, Honor, Confianza, como nubes...

      Amor, Honor, Confianza, como nubes
      parten y vuelven, préstamo de un día.
      Si el hombre inmortal fuese, omnipotente,
      Tú -ignoto y sublime como eres-
      dejarías tu séquito en su alma.
      Tú, emisario de los afectos,
      que creces en los ojos del amante;
      ¡Tú que nutres al puro pensamiento
      cual penumbra a una llama que agoniza!
      No partas cuando al fin llega tu sombra:
      sin Ti, como la vida y el temor,
      la tumba es una oscura realidad.

      5. Cuando niño, buscaba yo fantasmas...

      Cuando niño, buscaba yo fantasmas
      en calladas estancias, cuevas, ruinas
      y bosques estrellados; mis temerosos pasos
      ansiaban conversar con los difuntos.
      Invocaba esos nombres que la superstición
      inculca. En vano fue esa búsqueda.
      Mientras meditaba el sentido
      de la vida, a la hora en que el viento corteja
      cuanto vive y fecunda
      nuevas aves y plantas,
      de pronto sobre mí cayó tu sombra.
      Mi garganta exhaló un grito de éxtasis.

      6. Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo...

      Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo
      dedicaría el ser. ¿No ha sido así?
      Aún hoy, con inquieto pulso, llamo
      a los turbios espectros que en sus tumbas
      acompañan mis horas. En fingidos lugares
      donde aplico mi espíritu al amor o al estudio,
      han contemplado conmigo la noche.
      Saben que la alegría no ilumina mi rostro
      si no es con la esperanza de que absuelvas
      al mundo de su oscura esclavitud;
      de que tú, Terrible Hermosura,
      concedas cuanto el verso no logra proclamar.


      7. El día es más sereno y más solemne...

      El día es más sereno y más solemne
      cuando llega la tarde. Y hay un orden
      en Otoño y un lustre en su horizonte
      que el estío prohíbe alojo humano
      hasta hacernos creer que es imposible.
      Así pues, deja que tu fuerza
      -talla naturaleza, cuando joven-
      provea a mi existencia venidera
      de sosiego, a mí que te venero
      con cuantas formas te contienen,
      a mí, hermoso Espíritu, a quien diste
      el temor de sí mismo y amor al ser humano.

      Versión de Gabriel Insuasti




      LA SERENATA INDIA

      I
      Me levanto desde sueños de ti
      En el primer dulce dormir de la noche
      Cuando los vientos respiran suave
      Y las estrellas relumbran brillantes:
      Me levanto desde sueños de ti,
      Y un espíritu en mis pies
      Me ha llevado  -¿quién sabe cómo?-
      A la ventana de tu cuarto, ¡Dulce!

      II
      Los aires vagabundos desmayan
      Sobre lo oscuro, la corriente silenciosa-
      Los aromas de Champak caen
      Como dulces pensares en un sueño
      La queja del ruiseñor
      Muere sobre su corazón
      Como yo sobre el tuyo
      ¡Oh, amado como tú lo eres!

      III
      ¡Oh elévame de la hierba!
      ¡Muero!, ¡Desmayo! ¡Caigo!
      Deja que tu amor en besos llueva
      Sobre mis párpados y labios pálidos.
      Mi mejilla es fría y blanca, ay!
      Mi corazón late alto y rápido;
      ¡Oh! Apriétalo contra el tuyo de nuevo
      donde al final se romperá.

      Versión de Romina Freschi



      ME LEVANTO TRAS SOÑAR CONTIGO...

      Me levanto tras soñar contigo
      en el primer descanso suave de la noche,
      cuando tenues los vientos alientan
      y brillan las estrellas luminosas.
      Me levanto tras soñar contigo
      y un espíritu impulsa mis pies
      y me lleva -¿quién sabe cómo?-
      hasta la ventana dee tu habitación.

      El aire errante se desmaya
      en la oscuridad, el arroyo calla-
      el olor a nagnolia se desvanece
      como dulces pensamientos del sueño;
      El lamento del ruiseñor
      va a morir sobre un corazón
      como yo debo morir en el tuyo,
      ¡oh, mi bienamada!

      ¡Oh, levántame de la hierba!
      ¡Muero, me desmayo, me desvanezco!
      Sea tu amor una lluvia de besos
      sobre mis lábios y párpados pálidos.
      Mi mejilla está fría y blanca, ay,
      late mi corazón fuerte y rápido:
      ¡oh! apriétalo contra el tuyo otra vez,
      ¡donde, al fin, habrá de romperse!

      Versión de Eduardo Dobry y Andrés Ehrenhaus




      OZYMANDIAS

      A un viajero vi, de tierras remotas.
      Me dijo: hay dos piernas en el desierto,
      De piedra y sin tronco. A su lado cierto
      Rostro en la arena yace: la faz rota,

      Sus labios, su frío gesto tirano,
      Nos dicen que el escultor ha podido
      Salvar la pasión, que ha sobrevivido
      Al que pudo tallarlo con su mano.

      Algo ha sido escrito en el pedestal:
      «Soy Ozymandias, el gran rey. ¡Mirad
      Mi obra, poderosos! ¡Desesperad!:

      La ruina es de un naufragio colosal.
      A su lado, infinita y legendaria
      Sólo queda la arena solitaria».



      PROMETEO LIBERADO

      Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo:
      al modo de un espíritu o de un pensar, que agolpa
      inesperadas lágrimas en ojos insensibles,
      o como los latidos de un corazón amargo
      que debiera tener ya la paz, descendiste
      en cuna de borrascas; así tú despertabas,
      Primavera, ¡oh, nacida de mil vientos! Tan súbita
      te llegas, como alguna memoria de un ensueño
      que se ha tornado triste, pues fue dulce algún día,
      y como el genio o como el júbilo que eleva
      de la tierra, vistiendo con las doradas nubes
      el yermo de la vida.
      La estación llegó ya, y el día: esta es la hora;
      has de venirte cuando sale el sol, dulce hermana:
      ¡llega, al fin, deseada tanto tiempo, y remisa!
      ¡Qué lentos, cual gusanos de muerte los instantes!
      El punto e una estrella blanca aun tiembla, en lo hondo
      de esa luz amarilla del día que se agranda
      tras montañas de púrpura: a través de una sima
      de la niebla que el viento divide, el lago oscuro
      la refleja; se apaga; ya vuelve a rutilar
      al desvaírse el agua, mientras hebras ardientes
      de las tejidas nubes arranca el aire pálido:
      ¡se pierde! Y en los picos de nieve, como nubes,
      la luz del sol, rosada, ya tiembla. ¿No se oye
      la eólica música de sus plumas, de un verde
      marino, abanicando al alba carmesí?...

      Versión de Màrie Montand




      SOY COMO UN ESPÍRITU QUE MORA...

      Soy como un espíritu que mora
      en lo más hondo del corazón.
      Siento sus sentimientos,
      pienso sus pensamientos
      y escucho las conversaciones más íntimas del alma,
      la voz que sólo se oye en el rumor de la sangre,
      cuando el vaivén de los latidos
      se asemeja al sosegado oleaje del océano estival.

      He desatado la melodía dorada
      de su alma profunda y me he zambullido en ella
      y, como el águila en medio de la bruma y la tormenta,
      he dejado que mis alas se adornasen
      con el fulgor de los rayos.



      SU VOZ TEMBLÓ CUANDO NOS SEPARAMOS...

      Su voz tembló cuando nos separamos,
      y aunque no supe que su corazón estaba roto
      hasta mucho después, me fui sin atender
      las palabras que entonces nos dijimos.

      ¡Sufrimiento, oh sufrimiento
      este mundo es demasiado ancho para tí! "

      Versión de Gabriel Insuasti



      TEMO TUS BESOS

      Temo tus besos, dulce dama.
      Tú no necesitas temer los míos;
      Mi espíritu va tan hondamente abrumado,
      Que no puede agobiar el tuyo.

      Temo tu porte, tus modos, tu movimiento.
      Tú no necesitas temer los míos;
      Es inocente la devoción del corazón
      con la que yo te adoro.



      VINO DE HADAS

      Me embriagué de aquel vino de miel
      del capullo lunar de zarzarrosa,
      que recogen las hadas en copas de jacinto:
      los lirones, murciélagos y topos
      duermen entre los muros o en la hierba,
      en el patio desierto y triste del castillo;
      cuando el vino derraman en la tierra de estío
      o en medio del rocío se elevan sus vapores,
      de alegría se colman sus venturosos sueños
      y, dormidos, murmuran su alborozo; pues pocas
      son las hadas que llevan tan nuevos esos cálices.

      Versión de Màrie Montand


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