92 LA AZUCENA SILVESTRE
PRIMERA PARTE
Capítulo III. CONT.
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Lluvia Abril, Pedro Casas Serra, Ramón Carballal
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A más de la mitad de su carrera | |||
ya en el cóncavo azul llegaba el sol, | |||
cuando a los pies del venerable anciano | |||
.prosternado con honda confusión, | |||
escuchaba Guarino, él conminándole | |||
de esta manera con airada voz: | |||
-¡Miserable de ti! Tu infando crimen, | |||
del mundo nos va a hacer la execración, | |||
siendo por ti el escándalo del mundo | |||
y objetos de la cólera de Dios. | |||
Esa mujer, al acusarte, entera | |||
traerá la raza humana en derredor | |||
a maldecir la hipócrita malicia | |||
que encerraba tu torpe corazón. | |||
El prodigio real que por tus manos | |||
piadoso Dios y omnipotente obró, | |||
a diabólica magia atribuido | |||
será sin duda, sí. Mira el baldón | |||
con que cubres ¡infame! estos desiertos, | |||
santuarios otro tiempo del Señor. | |||
-¡Ay, ay de mí! exclamaba Juan Guarino | |||
con eco del más íntimo dolor. | |||
Todo el infierno a castigarme es poco, | |||
a lavarme de crimen tan atroz. | |||
-Pues piensa, le decía el otro anciano, | |||
piensa en el modo que podrá mejor | |||
ocultar a los ojos de la tierra | |||
ejemplo de tan vil profanación; | |||
al menos porque en todos no recaiga | |||
la pena que uno solo mereció. | |||
-Y ¿eso me aconsejáis? Y ¿es este el modo | |||
de ayudarme a arrostrar la tentación? | |||
-Y ¿qué puede tenerte, miserable, | |||
en la senda del mal y del error? | |||
Cubre al menos tu crimen en la sombra | |||
del misterio, y al menos desde hoy | |||
evita de tu crimen el escándalo, | |||
pecado que maldice el Salvador. | |||
Tal vez el vulgo crédulo, engañado | |||
por tu virtud hipócrita anterior, | |||
en un milagro más creyendo estúpido, | |||
te tribute mayor veneración. | |||
Borra astuto su rastro de la tierra, | |||
engaña al universo por ta honor, | |||
y piensa bien que volverá su gente | |||
mañana, y urge que lo enmiendes hoy. | |||
Y así diciendo el eremita anciano, | |||
de hinojos en las peñas se postró, | |||
abismado dejando a Juan Guarino | |||
en horrenda y febril meditación. | |||
Veíase que dentro de su pecho | |||
empeñada traían con furor | |||
espantosa batalla sus pasiones, | |||
desgarrando su triste corazón. | |||
Y en el borde sentado del peñasco, | |||
fijo, inmoble, en silencio.... daba horror | |||
contemplar su semblante contraído, | |||
de sus hondos tormentos expresión. | |||
Así Guarino batallando a solas, | |||
dos largas horas de pesar pasó, | |||
y dos horas el monje venerable | |||
sin entibiar un punto su oración. | |||
Al fin Guarino, cual preñada nube | |||
que arrebata en sus alas el turbión, | |||
con raudo paso y con temblor convulso | |||
del anciano en silencio se apartó. | |||
Dejó aquél su postura penitente, | |||
sus miradas de Juan tendiendo en pos, | |||
vaga sonrisa contrayendo el labio, | |||
sus ojos infernal satisfacción. CONT. |
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I
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I. CONT.
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Y feas, | |||
y varias, | |||
contrarias | |||
ideas | |||
están | |||
su mente | |||
quemando, | |||
doblando | |||
su afán. |
Y el cielo, | |||
y el suelo, | |||
velando | |||
se va; | |||
la noche | |||
se cierra; | |||
la tierra, | |||
pavura | |||
de obscura | |||
le da. |
Y en tanto | |||
que acude | |||
al llanto | |||
quizá, | |||
cuanto | |||
existe, | |||
niebla | |||
triste | |||
puebla | |||
ya. |
Las sombras | |||
más densas | |||
y extensas, | |||
doquier, | |||
sus velos | |||
despliegan, | |||
y ciegan | |||
el ver. |
Y la tierra | |||
toda inunda | |||
la profunda | |||
lobreguez, | |||
montes, valles | |||
y collados | |||
sepultados | |||
a su-vez. |
Espesas nubes | |||
que apiña el viento | |||
al firmamento | |||
robando van | |||
su luna pálida; | |||
las luces bellas | |||
de sus estrellas | |||
muertas están. |
Y en vez de los ojos | |||
sirviendo el oído | |||
ya sólo es el ruido | |||
quien guía los pies, | |||
al alma infundiendo | |||
sus vagos rumores | |||
extraños temores | |||
de mundo que no es. |
y se oye por las peñas | |||
sonar en las montañas | |||
de fieras y alimañas | |||
los pasos o la voz, | |||
mostrando en sus sonidos | |||
sus cóncavos gruñidos, | |||
sus ásperos graznidos, | |||
ya agudos y ya graves, | |||
las fieras y las aves | |||
su natural feroz. |
Y a cada tenue lamento, | |||
a cada salvaje son | |||
de ave o fiera, de agua o viento, | |||
se estremece el corazón. | |||
¿Y quién podrá en tal momento | |||
dar del desierto razón? | |||
¿Quién puede los pasos seguir de Guarino | |||
por medio tan denso nocturno vapor? | |||
¡Quizá entre las peñas perdido el camino | |||
sepulcro escondido le dió su fragor! | |||
Porque, ¿quién los senos abrir del destino | |||
podrá, ni del crimen medir el horror? |
¡Lenta, amarga, terrible es la agonía | |||
que su remordimiento al hombre da! | |||
Quizá a Guarino, al despuntar el día, | |||
sentado en el peñón le encontrará | |||
de sí mismo espantado todavía, | |||
muerto al impulso del dolor quizá. |
La noche entretanto se pasa. Sumido | |||
monte, llano, río, desierto y ciudad | |||
en lóbrega noche, doquiera dormido | |||
cobijan al mundo el silencio y la paz. |
Ni de hombre ni de fiera, gemido ni lamento | |||
resuena por los senos de las montañas ya. | |||
Y sólo tal vez se oye el susurrar del viento | |||
o el ruido del arroyo que murmurando va. |
Rayó el siguiente día, | |||
y la rosada lumbre de la aurora | |||
tornó a ahuyentar la umbría | |||
nocturna obscuridad; encantadora | |||
con nueva juventud, con nueva vida, | |||
tornó naturaleza | |||
a mostrarse de nuevo enriquecida | |||
con doblada belleza. | |||
Y el día entraba apenas, cuando a lento | |||
cansado caminar, por la aspereza | |||
subía la montaña | |||
Wifredo, y de María a la cabaña | |||
llamó, llegado con pausado acento. | |||
Mas nadie dentro respondió; María | |||
ausente estaba de ella. | |||
Llamó a la de Guarino, | |||
mas ¡ay! estaba sola como aquélla. | |||
Siguió el Conde a la altura | |||
subiendo. Desde allí se descubría | |||
gran trecho de montaña y de llanura, | |||
mas no alcanzó a Guarino ni a María. | |||
A voces los llamó, mas a sus voces | |||
respondieron no más ecos lejanos, | |||
cuyos sones livianos | |||
se llevaron las ráfagas veloces. | |||
A su gente llamó desesperado; | |||
corrió el pueblo exhalado; | |||
sus siervos, sus vasallos, sus amigos | |||
por doquiera los montes recorrieron; | |||
en lo espeso del monte se metieron, | |||
pero en vano en los montes se cansaron: | |||
¡ay! con el rastro de ninguno dieron. | |||
Presa el Conde de amargo sentimiento | |||
y de fiebre ardorosa, | |||
cercano de su muerte vio el momento, | |||
y a manos de su horrenda desventura | |||
lleváronle a su corte populosa | |||
su enfermedad rayando en la locura. | |||
Y el vulgo maldiciente | |||
se perdió de una en otra conjetura | |||
haciendo cada uno más obscura | |||
la historia y la razón de este accidente, | |||
y cada uno a su antojo | |||
a Dios o a Satanás atribuyendo | |||
la oculta causa del suceso horrendo. |
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