86. UNA AVENTURA DE 1360. CONT
Esto duró hasta que Andrés,
hombre a quien nada amedrenta,
hombre que usa de las armas
con asombrosa destreza,
con sus escrúpulos dando
de una sola vez en tierra,
asió su espada, saliendo
de los suyos en defensa.
Burlábansele al principio;
mas él se ha dado tal priesa
en asentar cintarazos
con tal fortuna y destreza,
que del manantial los monjes
son dueños a la hora de ésta.
-¿Tan bizarro es ese Andrés?
-Tan bizarro y tan a prueba,
que él solo guarda la plaza,
y ninguno se le acerca.
-El miedo de los villanos
es quien su valor pondera.
-De quien queráis informaos;
veréis que nadie lo niega.
Es hombre que si le dicen
que una calle por apuesta
guarde una noche, es seguro
que nadie pasa por ella.
-Y ¿no hay justicia en Sevilla,
un hombre que le contenga?
-Ya veis, se acoge a sagrado,
y los bravos le respetan.
Murmuró el que preguntaba
unas palabras inciertas
que expiraron en murmullo,
cual pronunciadas apenas,
y como a un postigo oculto
que da al alcázar se llegan,
callaron ambos a dos,
llamando a espacio a la puerta.
Abrióles un pajecillo,
y entrando los dos por ella,
quedó en silencio en el aire
y en soledad la plazuela.
Está la siguiente noche
tocando en la misma hora,
y desde el cenit vertiendo
la luna luz melancólica.
Ni una ráfaga de viento
la soledad silenciosa
interrumpe, ni una nube
del cielo el azul entolda.
Toda Sevilla es silencio,
reposo Sevilla toda,
que duerme al son que la arrullan
del Guadalquivir las ondas.
Apenas de tarde en tarde
atraviesa una persona
las calles a largos pasos,
o en una reja se aposta.
Y los grandes edificios
que la extensa plaza forman,
sobre el suelo do la plaza
tienden su gigante sombra.
En un pilar apoyado
de una callejuela angosta,
por do un largo pasadizo
en la plaza desemboca,
hay un hombre que está en vela,
y a quien la noche medrosa
vagos contornos lo presta
y faz amenazadora.
Inmoble en la obscuridad,
no parece que le importan
ni el relente de las noches
ni el ver que pasan las horas.
Si espera a alguien, nadie acude
a la cita misteriosa;
si aguarda algún hora fija,
su venida fue bien pronta.
Frente por frente al convento
de San Francisco se aposta,
cuya puerta se ve franca,
como abandonada y sola.
¿Es que aquel hombre la guarda,
o es que en acecho la ronda?
Porque él, la guarda o la acecha
con una intención incógnita.
En esto, la plaza adentro,
por la calle de la Sierpe
un hombre desembocando,
a largos pasos se mete.
Un solo punto los ojos
en su derredor revuelve,
y viendo al hombre que aguarda,
vase a él rápidamente,
el sombrero hasta las cejas
y el embozo hasta los dientes:
llegó al que esperaba, y plática
entablaron de esta suerte:
-¿Andrés?
-¿Quién me llama?
-Un hombre.
-¿Me conoce?
-Sí.
-¿Qué quiere?
-Que tenga para tu aljibe
un privilegio mi gente.
Me han dicho que tú tan solo
a tu convento defiendes,
y que cejan los villanos
y la canalla te teme.
-Y te han dicho la verdad.
-Por eso precisamente
he venido aquí esta noche,
por si al cabo empacho tienes
en dejarme hacer de día
lo que de noche no entiendo
ninguno en el barrio.
-Hidalgo,
si eso trae, errado viene;
todos han de tomar agua,
o nadie absolutamente.
-¿Conque contra el Rey te opones,
que lo contrario te advierte?
-Yo contra el Rey no me opongo,
mas cuido mis intereses;
y pues por ellos no cuidan
siendo inútiles, sus leyes,
hombre a hombre, y fuerza a fuerza,
aquí has de encontrarme siempre.
Será injusticia y escándalo,
será cuanto se quisiere,
mas a quien osados cargan,
necio es si no se defiende.
-Hazlo, pues.
-Enhorabuena,
hidalgo, y tened presente,
que habéis venido a buscarme.
-Menos hablar, y defiéndete.
Y esto diciendo, uno y otro
a cuchilladas se meten
con tanto brío, que chispas
de las espadas encienden.
El caballero le carga
tan fiera y bizarramente,
que el hacerle cara el otro
hasta milagro parece.
Dan, vuelven, paran, reciben;
ni uno ceja, ni otro cede:
Andrés con calma y acierto,
el otro como una sierpe.
Mas es inútil; el monje
es tan diestro y es tan fuerte,
que aunque es el hidalgo un hombre
que como un tigre revuelve,
y cuyo brazo muy pocos
a resistirle se atreven,
de poco o nada la sirven
lo que sabe y lo que puede.
Al fin, el monje, mirando
que el intento con que viene
es tal, que mucho peligra
si no se concluye en breve,
lanzóle tal multitud
de tajos y de reveses,
que el otro cejó seis pasos,
diciendo: «¡Demonio, tente!»
Túvose Andrés, y el incógnito,
la mano franca tendiéndole,
dijo: -Lo que quieras pídeme,
que todo te lo mereces.
-Yo nada de vos espero.
¿Qué podéis vos ofrecerme?
-A todo, por tu valor,
el rey don Pedro se ofrece.
-Señor, exclamó el buen monje,
ante sus plantas rindiéndose,
perdonad si anduve osado.....
-Andrés, obraste valiente;
concédote lo que quieras
para que de mí te acuerdes.
-Señor, de nuestra agua os pido
la propiedad solamente.
-Desde esta noche, a los monjes
anuncia que la poseen.-
Y tomando el rey don Pedro
por el callejón de enfrente,
volvióse al convento el fraile
agradecido y alegre.
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