SONETOS SIGLO XX
FRANCISCO DÍAZ DE CASTRO
Reseñas:
- Editorial Renacimiento:
"Francisco Díaz de Castro (Valencia, 1947) crítico y ensayista de larga y fecunda trayectoria, ha trazado también un luminoso quehacer de poeta que cierra hasta el momento el libro La canción del presente. «Un poeta con el que hay que contar», en palabras de Luis Antonio de Villena, que añade: «Con una escritura depurada y buena y una poética que, en el mejor sentido, tendríamos que llamar generacional, Francisco Díaz de Castro es un buen poeta en un conjunto no pequeño de buenos poetas, cercanos a la reflexión sobre la vida»."
- Editorial Planeta:
Francisco Díaz de Castro
Valencia
1947
Francisco Díaz de Castro es poeta y catedrático emérito de Literatura Española de la Universidad de las Islas Baleares. Autor de numerosos estudios críticos, ha editado la poesía y la prosa completa de Jorge Guillén, y libros de autores como Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre o Miquel Ángel Riera. Su obra poética la componen Isla VI (1986), El retorno (1993), El mapa de los años (1995), Navegaciones (1997), La canción del presente (1999), Hasta mañana, mar (Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, 2005), Fotografías (2008) y Cuestión de tiempo (Poesía 1992- 2017), además de las antologías Utilidad del humo. Antología 1987- 1997 (1997), Sol de niebla (2003) y Material para nunca (2011).
- Poesco (POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA)
Francisco Díaz de Castro (Valencia, 1947-)
Francisco Díaz de Castro se dio a conocer como poeta en el año 1976, a través de tres poemas publicados en la revista Papeles de Son Armadans, vinculados a una línea neosurrealista que se definiría poco después como una de las líneas poéticas características en los años de la Transición política. Esta línea, no obstante, no tendría desarrollo en la obra posterior de Díaz, que tardaría, de todos modos, diez años más en publicar su primer libro de poemas. Otro poema suelto -“Aún” (Díaz, 1977: 65-66)- publicado en un volumen de homenaje a Rafael Alberti, abordaba una temática política planteando la imposible reparación de los daños morales infligidos a las víctimas de la guerra civil y de la dictadura.
De 1986 data su primer poemario, Isla VI, un breve recopilatorio que tiene la pasión amorosa como tema central, pero no sería hasta 1994, con su libro El retorno, cuando Francisco Díaz iniciaría una trayectoria regular como poeta, sucediéndose sus publicaciones con una cierta regularidad a lo largo de la última década del siglo XX y la primera del XXI. Durante el período que se abre en 1994 con El retorno y se cierra, por el momento, en 2008 con Fotografías, la obra de Díaz de Castro se afirma en torno a una serie de constantes que definen su personalidad poética. La primera de estas constantes es la que afirma su escritura en torno al tiempo como concepto esencial. Excepto el último de esos poemarios, mucho más afirmado en el tiempo histórico, los restantes libros se nutren de la experiencia vital del autor, creando la ilusión de cercanía biográfica, de verdad existencial, que es una de las mejores bazas de su obra. Desde ese apego a la propia experiencia se constituye una poesía de base coloquial, transparente en su dicción, que elabora un discurso de lo cotidiano en el que caben registros muy diferentes como el humor, la reflexión o la elegía, siendo esta última dominante en el tono melancólico del discurso. La poética de Díaz de Castro posee un innegable carácter dialógico, de conversación íntima consigo mismo y con el lector que apunta al magisterio de Gil de Biedma y otros poetas del medio siglo, en un conjunto que se aproxima a los modelos propios de la poesía de la experiencia. El poeta es también un paseante solitario, cuya itinerancia urbana desvela perfiles concretos, espacios permanentes o transitorios en el marco relativo de las vivencias personales, pero todos ellos lugares de paso en una obra que resalta la fugacidad del tiempo y la precariedad de la vida.
La suya es una poética que contrapesa la transparencia de la palabra y de las imágenes con filtros distanciadores como la ironía, el correlato objetivo, el diálogo interartístico e intertextual, la creación de máscaras, etc., sin perder su aura de autenticidad vivencial
De todos los empeños de la poesía de este autor, el de apresar el instante con plena conciencia de su fugacidad es uno de los más tenaces. La aguda percepción elegíaca se manifiesta obstinadamente en todos los rincones de su escritura, registrando a cada paso la imparable acción erosiva del tiempo. No solo en la evidencia de los enunciados, sino bajo la superficie de cada poema laten el tiempo y su labor de zapa, la belleza del instante y su fugacidad, la fuerza de la vida y su fragilidad.
Hondamente existencial, uno de los rasgos distintivos más acusados de la obra de Díaz de Castro es su carácter meditativo. El tono de cercanía que tiene -su carácter confesional, incluso-, deriva en gran medida de la capacidad de comunicar al lector la apariencia de un pensamiento in fieri. El apego a la anécdota, que es otra de sus marcas definitorias, supera las posibles limitaciones de esta práctica precisamente por el cauce reflexivo que adquieren los poemas.
El retorno (1994), libro que da inicio a la parte más cohesionada de su obra, aquella que, para el autor, ha resistido mejor el juicio crítico del tiempo y el suyo propio, tiene un origen traumático, relacionado con la muerte de su joven compañera de vida. De forma consecuente, el sujeto poético se construye como reflejo de la inestabilidad psicológica del autor. La constante inquietud, las señales de alarma, el sentimiento de culpa, la soledad, el duelo, etc., dominan un pensamiento negativo que, no obstante, urde estrategias para reconducirse hacia territorios menos hostiles. La escritura y su poder catártico aparece en este contexto como aliada en un proceso donde el sujeto poético, en diálogo consigo mismo y con la ausente, trata de afrontar la pérdida y reconstruirse.
El mapa de los años (1955) supone el hallazgo del tono y la voz más personal de Díaz. Contorneando el pasado, el sujeto poético afronta un autoexamen crítico que es otra constante de su poética y se mantiene un pulso con el dolor de la pérdida que se sustenta en la prolongación de la elegía, aunque reposada por el paso del tiempo y anclada en el discurso poético mediante estrategias distanciadoras. Un naciente vitalismo quiere abrirse paso entre un temor arraigado a la pérdida, y, en este espacio, se afianza la palabra poética como espacio de la reflexión moral, de la reflexión lúcida y de la observación del entorno.
En 1997, Navegaciones viene a proponer una nueva cartografía del presente, simbolizando en la travesía náutica el viaje –o la deriva– existencial, que acaba cristalizando en La canción del presente (1999) como un proceso de renegociación identitaria en la que compiten la autoimagen como héroe oscuro, en los límites de lo socialmente admisible, en lucha abierta con los inconvenientes de la vida diaria y con la propia existencia en su dimensión más trágica y la del hombre maduro, en la crisis propia de la edad, que busca el equilibrio y elabora un su personal ars vivendi.
La conciencia de interinidad se aguza a partir de Hasta mañana, mar (2005), y lo hace mediante el inventario verbal de instantes y paisajes, capturados por un sujeto itinerante consciente de formar parte de una realidad inapresable en su misma fluencia. El personaje se aferra a su presente como único patrimonio verificable entre una memoria atormentada, un futuro que se vislumbra a merced de las leyes naturales. En la hora presente, el bálsamo viene de la belleza de los objetos y de las experiencias, aunque haya que apresarlas selectivamente y desbrozarlas para que sirvan
Finalmente, Fotografías (2008), su último poemario publicado como tal, consiste en un conjunto de doce prosas poéticas en diálogo con los maestros y teóricos de la fotografía, que tiende una mirada sobre la actualidad histórica. La fotografía de reportaje adquiere en este tramo de su obra un protagonismo total como objeto de análisis y reflexión, en la que parece la más objetiva de las obras de Díaz, pero no deja de ser, con todo, el reflejo de su conciencia atormentada ante los horrores que el presente deja en nuestro inconsciente óptico, por utilizar el conocido término de Walter Benjamin, uno de los teóricos con los que este libro dialoga.
La obra poética de Díaz de Castro ha sido reunida en el volumen Cuestión de tiempo (2017), un recopilatorio que reúne los poemarios publicados desde 1992 hasta hoy. El título enfatiza la importancia de la representación del tiempo en su obra poética, un aspecto que no solo recorre la temática de todos sus poemarios, sino que es consustancial a la propia estructura de la obra. El volumen supone, no obstante, una considerable depuración que relega parte de su obra publicada a una zona de sombra y reorganiza un conjunto coherente en el que, desde su posición actual, el escritor se reconoce. Al margen quedan su primer libro (Isla VI, 1986) y también una parte considerable de El retorno (1994), su segundo poemario. La ablación quirúrgica afecta también de forma sustancial a Navegaciones (1997), del que sólo sobreviven un total de nueve poemas, reubicados ahora en libros posteriores. En el proceso de relectura, selección y reorganización, el autor desvela claves propias de su proceso creador, como la necesidad de organizar los poemarios de acuerdo con el mapa conceptual y emocional de cada momento, arraigada en la convicción de que la poesía, como una manifestación más de la realidad humana, está sometida a las leyes del tiempo.
El resultado final del expurgo favorece una imagen coherente de una obra poética desarrollada a lo largo de un cuarto de siglo ofreciendo un conjunto compacto, denso, riguroso en sus elecciones. Cuestión de tiempo refleja el ejercicio de su autor por resaltar la unidad esencial de su obra, el largo y lento viaje hacia el centro de sí mismo a través de la poesía.
Aunque no todo son supresiones: al final del volumen se incorporan once poemas inéditos bajo el título “Verano con Duke y otros poemas”. Esta serie de poemas comparte una atmósfera sombría y nocturna en la que el sujeto poético se muestra atormentado por la memoria de sucesivos traumas y por la progresiva cercanía del fin, que la edad anuncia. El diálogo interartístico se afirma y se continúa en estos poemas, especialmente en lo relativo a la música que, siempre muy presente en el conjunto de esta poética. No son pocos los poemas construidos sobre un modelo musical –como el vals o el bolero– o que adoptan la forma tradicional de la canción. Pero son especialmente los que dialogan con conocidas obras de jazz los que han ido cobrando fuerza y sentido crecientes en su obra. El sujeto poético establece asociaciones libres partiendo de estímulos musicales.
Con la temporalidad como elemento cohesivo, el conjunto de esta obra se construye en paralelo a un personaje que muestra sin pudor la edad, que madura y envejece al paso de los años. Teniendo, por un lado, su carácter esencialmente reflexivo y el apego a la verdad experiencial del autor como elementos estáticos, el personaje poético se muestra, por otra parte, dinámico en su propio desarrollo cronológico así como en la creación de un conjunto de máscaras, más o menos histriónicas, que van sucediéndose y velando –sólo parcialmente– el rostro del poeta que escribe. Porque, en verdad, las máscaras del personaje no se alejan mucho de la experiencia cotidiana del poeta: muestran a un personaje urbano, en tensión con su entorno geográfico y social, paseante de una ciudad ocasionalmente reconocible en sus espacios, que alterna el entorno doméstico habitual con espacios interinos, que hablan de viajes y de una vida en permanente tránsito. Hablan también de un personaje reflexivo, observador, casi siempre solitario. Pese a los filtros que maneja, hay un ser humano reconocible al trasluz de sus versos, que ha aprendido a fingir muy convincentemente el dolor verdadero y a proyectar la luz de cada instante con la precisión de un ojo bien entrenado.
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