SIN NOMBRE (Vuelapluma: medio poesía, medio prosa, medio nada...)

**  

Un autobús suburbano,
como una luciérnaga
cansada, serpentea
por la carretera que conduce
al polígono industrial
en las afueras
de una ciudad sin señas,
ni grande ni pequeña,
fea, sucia, sin aliento.
Es de madrugada
y la anaranjada luz
de las farolas da un aspecto
de fantasmas epilépticos
a las sombras de los árboles,
que un molesto viento
de Levante agita. El helor
de la huerta moribunda,
envoltorio de un verde desteñido de la urbe,
tinta el parabrisas con el desabrido
frío de la escarcha gris
de la polución. Un hombre solo,
casi el único viajero
de esta derrota cotidiana,
sentado mira por la ventanilla
con la frente apoyada en el cristal.
Sumiso, inmóvil, mal afeitado,
descubre el paisaje
apenas insinuado de descampados
convertidos en vertederos
( si uno se fijara bien,
podría intuirse
los cadáveres varias lavadoras,
un somier desvencijado, algunos sofás
sajados como si le hubieran practicado la autopsia,
ladrillos, hierros oxidados, muebles sin patas,...
escombros que la marea de la ciudad
ha depositado
en  las orillas de este mar seco),
algunas casas bajas, terrosas,
olvidadas, con el rostro agrietado
y alguna luz prendida que ve todos los días
como quien asume el vacío cotidiano.
No hay luz, sin embargo, en sus ojos.
Un perro ladra asustado,
le responde otro y uno más
se une al coro,
pero rápidamente se agota
como si supieran
de la inutilidad del esfuerzo.
Un inesperado y violento golpe de tos
deja su rostro céreo
y los labios del color
de las violetas marchitas.
Con un pañuelo sucio y arrugado
recoge de su boca un esputo.
Lo observa: hoy al menos
no está teñido de sangre.
Se acerca la parada próxima
al taller de chapa donde trabaja.
Incorporado del asiento,
toca el timbre de aviso,
se sube el cuello de la chaqueta,
hace un gesto al espejo retrovisor
del conductor, que responde en silencio
con apenas un gesto.Detenido
el vehículo bufa este al abrirse las puertas,
mientras su motor ronronea
cansado de tedio. Nadie habla,
nadie dice nada. Nada parece suceder.
Suenan sus pisadas en la gravilla.
Ahora  el hombre, mirando el suelo, se dirige a la puerta
de acceso de los trabajadores.
En nada piensa,apenas sobrevive,
otro día se dice, qué mas da.
Ruge sordamente la garganta
y un inmenso salivazo
cae con fuerza en la acera.




**

Tal vez poesía épica, prosa poética...qué más da. Es una pintura excepcional de tantos hombres y mujeres que viajan en trenes y autobús a sus tareas...un día más, la misma rutina y el salivazo que golpea con fuerza.
Me gustó mucho, amigo!!!!!!!!!!!!!!!
Cariñossssssssssssss desde Buenos Aires

Rafael


Un narración poética
que se lanza y toca al lector- cuando menos a mí-
Me atrapa en la historia....


Te felicito

Me encantó


Un abrazo fuerte, amigo

La encantó la forma de describir esa secuencia...... Es verdad que te mete en la historia
Gracias
Un abrazo
Maria

Rafael Salcedo escribió:**  

Un autobús suburbano,
como una luciérnaga
cansada, serpentea
por la carretera que conduce
al polígono industrial
en las afueras
de una ciudad sin señas,
ni grande ni pequeña,
fea, sucia, sin aliento.
Es de madrugada
y la anaranjada luz
de las farolas da un aspecto
de fantasmas epilépticos
a las sombras de los árboles,
que un molesto viento
de Levante agita. El helor
de la huerta moribunda,
envoltorio de un verde desteñido de la urbe,
tinta el parabrisas con el desabrido
frío de la escarcha gris
de la polución. Un hombre solo,
casi el único viajero
de esta derrota cotidiana,
sentado mira por la ventanilla
con la frente apoyada en el cristal.
Sumiso, inmóvil, mal afeitado,
descubre el paisaje
apenas insinuado de descampados
convertidos en vertederos
( si uno se fijara bien,
podría intuirse
los cadáveres varias lavadoras,
un somier desvencijado, algunos sofás
sajados como si le hubieran practicado la autopsia,
ladrillos, hierros oxidados, muebles sin patas,...
escombros que la marea de la ciudad
ha depositado
en  las orillas de este mar seco),
algunas casas bajas, terrosas,
olvidadas, con el rostro agrietado
y alguna luz prendida que ve todos los días
como quien asume el vacío cotidiano.
No hay luz, sin embargo, en sus ojos.
Un perro ladra asustado,
le responde otro y uno más
se une al coro,
pero rápidamente se agota
como si supieran
de la inutilidad del esfuerzo.
Un inesperado y violento golpe de tos
deja su rostro céreo
y los labios del color
de las violetas marchitas.
Con un pañuelo sucio y arrugado
recoge de su boca un esputo.
Lo observa: hoy al menos
no está teñido de sangre.
Se acerca la parada próxima
al taller de chapa donde trabaja.
Incorporado del asiento,
toca el timbre de aviso,
se sube el cuello de la chaqueta,
hace un gesto al espejo retrovisor
del conductor, que responde en silencio
con apenas un gesto.Detenido
el vehículo bufa este al abrirse las puertas,
mientras su motor ronronea
cansado de tedio. Nadie habla,
nadie dice nada. Nada parece suceder.
Suenan sus pisadas en la gravilla.
Ahora  el hombre, mirando el suelo, se dirige a la puerta
de acceso de los trabajadores.
En nada piensa,apenas sobrevive,
otro día se dice, qué mas da.
Ruge sordamente la garganta
y un inmenso salivazo
cae con fuerza en la acera.




**

Una pintura universal de hechos cotidianos narrados con maestría! Un placer leerte poeta! Abrazo fuerte

En nada piensa,apenas sobrevive,
otro día se dice, qué mas da.
Ruge sordamente la garganta
y un inmenso salivazo
cae con fuerza en la acera.



Si pudiésemos entrar en las mentes de cada cual, seguro que encontraríamos muchos hombres y mujeres, viajando en la rutina, en la inercia de los días y muchas veces preguntándose para qué.
Observando desde muy cerca.
Muchos nombres caben en este poema, diría yo.
Enhorabuena y gracias, Rafael.
Un fuerte abrazo, poeta.

Muy buen texto Rafael me hizo pensar en Rulfo, tienes el don para ambientar los paisajes del alma. Un abrazo

Me ha impresionado de principio a fin... Sobrevivir en medio de la derrota general del ser humano... ¡y sobrevivir a su propia derrota!.

Volveré. Creo que merece la pena adentrarse en el alma del poema.

Un abrazo

Siempre me alegra verte en mis textos, Cecilia.

Gracias.

Saludos,

Un autobús suburbano,
como una luciérnaga
cansada, serpentea
por la carretera que conduce
al polígono industrial
en las afueras
de una ciudad sin señas,
ni grande ni pequeña,
fea, sucia, sin aliento.
Es de madrugada
y la anaranjada luz
de las farolas da un aspecto
de fantasmas epilépticos
a las sombras de los árboles,
que un molesto viento
de Levante agita. El helor
de la huerta moribunda,
envoltorio de un verde desteñido de la urbe,
tinta el parabrisas con el desabrido
frío de la escarcha gris
de la polución. Un hombre solo,
casi el único viajero
de esta derrota cotidiana,
sentado mira por la ventanilla
con la frente apoyada en el cristal.
Sumiso, inmóvil, mal afeitado,
descubre el paisaje
apenas insinuado de descampados
convertidos en vertederos
( si uno se fijara bien,
podría intuirse
los cadáveres varias lavadoras,
un somier desvencijado, algunos sofás
sajados como si le hubieran practicado la autopsia,
ladrillos, hierros oxidados, muebles sin patas,...
escombros que la marea de la ciudad
ha depositado
en  las orillas de este mar seco),
algunas casas bajas, terrosas,
olvidadas, con el rostro agrietado
y alguna luz prendida que ve todos los días
como quien asume el vacío cotidiano.
No hay luz, sin embargo, en sus ojos.
Un perro ladra asustado,
le responde otro y uno más
se une al coro,
pero rápidamente se agota
como si supieran
de la inutilidad del esfuerzo.
Un inesperado y violento golpe de tos
deja su rostro céreo
y los labios del color
de las violetas marchitas.
Con un pañuelo sucio y arrugado
recoge de su boca un esputo.
Lo observa: hoy al menos
no está teñido de sangre.
Se acerca la parada próxima
al taller de chapa donde trabaja.
Incorporado del asiento,
toca el timbre de aviso,
se sube el cuello de la chaqueta,
hace un gesto al espejo retrovisor
del conductor, que responde en silencio
con apenas un gesto.Detenido
el vehículo bufa este al abrirse las puertas,
mientras su motor ronronea
cansado de tedio. Nadie habla,
nadie dice nada. Nada parece suceder.
Suenan sus pisadas en la gravilla.
Ahora  el hombre, mirando el suelo, se dirige a la puerta
de acceso de los trabajadores.
En nada piensa,apenas sobrevive,
otro día se dice, qué mas da.
Ruge sordamente la garganta
y un inmenso salivazo
cae con fuerza en la acera.


Un relato realista que enseña la cruda realidad de mucha gente: una vida triste en un mundo triste. (En mi opinión es prosa poética. Si estuviera escrito en versos eneasílabos sin rima me recordaría a Requiem, el poema de José Hierro.)

Un abrazo, Rafael.
Pedro

Rafael Salcedo escribió:**  

Un autobús suburbano,
como una luciérnaga
cansada, serpentea
por la carretera que conduce
al polígono industrial
en las afueras
de una ciudad sin señas,
ni grande ni pequeña,
fea, sucia, sin aliento.
Es de madrugada
y la anaranjada luz
de las farolas da un aspecto
de fantasmas epilépticos
a las sombras de los árboles,
que un molesto viento
de Levante agita. El helor
de la huerta moribunda,
envoltorio de un verde desteñido de la urbe,
tinta el parabrisas con el desabrido
frío de la escarcha gris
de la polución. Un hombre solo,
casi el único viajero
de esta derrota cotidiana,
sentado mira por la ventanilla
con la frente apoyada en el cristal.
Sumiso, inmóvil, mal afeitado,
descubre el paisaje
apenas insinuado de descampados
convertidos en vertederos
( si uno se fijara bien,
podría intuirse
los cadáveres varias lavadoras,
un somier desvencijado, algunos sofás
sajados como si le hubieran practicado la autopsia,
ladrillos, hierros oxidados, muebles sin patas,...
escombros que la marea de la ciudad
ha depositado
en  las orillas de este mar seco),
algunas casas bajas, terrosas,
olvidadas, con el rostro agrietado
y alguna luz prendida que ve todos los días
como quien asume el vacío cotidiano.
No hay luz, sin embargo, en sus ojos.
Un perro ladra asustado,
le responde otro y uno más
se une al coro,
pero rápidamente se agota
como si supieran
de la inutilidad del esfuerzo.
Un inesperado y violento golpe de tos
deja su rostro céreo
y los labios del color
de las violetas marchitas.
Con un pañuelo sucio y arrugado
recoge de su boca un esputo.
Lo observa: hoy al menos
no está teñido de sangre.
Se acerca la parada próxima
al taller de chapa donde trabaja.
Incorporado del asiento,
toca el timbre de aviso,
se sube el cuello de la chaqueta,
hace un gesto al espejo retrovisor
del conductor, que responde en silencio
con apenas un gesto.Detenido
el vehículo bufa este al abrirse las puertas,
mientras su motor ronronea
cansado de tedio. Nadie habla,
nadie dice nada. Nada parece suceder.
Suenan sus pisadas en la gravilla.
Ahora  el hombre, mirando el suelo, se dirige a la puerta
de acceso de los trabajadores.
En nada piensa,apenas sobrevive,
otro día se dice, qué mas da.
Ruge sordamente la garganta
y un inmenso salivazo
cae con fuerza en la acera.




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buena crónica suburbanícola autobusera... -para abrir boca- desde la madrugada de un pobre currante desgraciao que tiene que ir a ganarse el sustento en un día más, y cualquiera
los tres últimos versos definen su sentir' (asco, rabia de pura pena, y desidia)
me gusto -tu vuela pluma-
un fuerte abrazo Poeta
salud!
suerte
y se feliz
cuidate

Una realidad contada de manera genial, un placer de lectura Rafael, abrazos

Rafael, un panorama real en versos maravillosos, felicitaciones por el trabajo,
mis cariñossssssss

LILI

Ye agradezco, Ricardo, tu comentario.

Saludos,