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    Mensaje por Affelix Lun 01 Ago 2011, 17:58

    - & -

    Al llegar a Barcelona, precisamente en ese mismo año de 1929, pasamos a vivir en el entresuelo, puerta primera, de la calle de Trafalgar núm. 60. Debajo mismo había una fábrica de gaseosas, con su cuadra correspondiente para el carro y caballo que destinaban al servicio de reparto, que constituía el criadero de moscas más impresionante que uno pueda concebir..
    Hasta entonces mi trato con las moscas había sido circunstancial y hasta cierto punto respetuoso. Bastaba un elegante y distendido gesto de mi mano para que ellas obedientes y sin dilación se apartaran. Pero, ¡cuan distintas de las que sin invitación y subrepticiamente, menospreciando el rechazo manifiesto que les demostrábamos, se colaban de rondón en casa por cualquier hueco o abertura! De forma que nos obligaban, hasta en verano con un calor asfixiante, a tener las ventanas cerradas. Y no entraban unas pocas, con las que tal vez hubiéramos podido condescender y transigir, sino que llegaban a bandadas, invadiéndolo todo, y mostrándose con nuestras carnes tan sumamente pegajosas y molestas con sus impertinentes zalemas, que acababan por crispar y desatar nuestros nervios.
    Estando en la calle de Trafalgar empezamos a trabar contacto con la Parroquia de San Pedro de las Puellas a la que antes me he referido, pues además de acudir cada domingo a una de las misas que se celebraba en su milenaria iglesia, fue en ese templo en el que a poco de llegar a Barcelona se le rindieron exequias fúnebres a la abuela materna, Joaquina Fumás Casas, que falleció el 25 de marzo de 1931, después de catorce años de vivir en casa aquejada de parálisis que le impedía cualquier movimiento, de forma que había que ayudarla a todos sus menesteres.
    La estancia de la abuela en casa constituyó para nosotros una fuente de enseñanza imborrable: Aprendimos que a los padres desvalidos hay que acogerlos, respetarlos y cuidarlos en el seno de la familia, aunque este cuidado represente, como en el caso de mi abuela Joaquina, un cúmulo de sacrificios sin cuento, ya que su parálisis exigía una atención constante, lo que entrañaba la pérdida absoluta de libertad para asumir cualquier otra decisión en la que ella no estuviera implícitamente presente.
    La abuela Joaquina con su santa paciencia nos mostró el camino de la tolerancia con la enfermedad, que soportó con talante resignado y semblante alegre, mostrándose siempre grata y agradecida a nuestro cariño y dedicación.
    Si por nuestro ímpetu juvenil en alguna escasa ocasión nos mostramos un tanto remisos a cumplir con las obligaciones que el estado de salud de la abuela requería, bien por que queríamos salir a distraernos o porque pretendiéramos hacer algo más en consonancia con el egoísmo peculiar de la infancia, era nuestro padre principalmente, no mamá, quién nos soltaba una filípica, tan contundente que nos hacía sentir realmente avergonzados.
    En la torre de las Vinajas (Albelda), todavía conservo como una reliquia el sillón especial que papá le hizo construir a la abuela Joaquina, en el que bastaba auparla y levantar la tapa que constituía el asiento, para que sin mayores molestias pudiera evacuar sus necesidades en el recipiente que se escondía debajo, dentro de una caja con portilla que forma parte del sillón. También hay, presidiendo una sala en el primer piso, su fotografía ampliada y enmarcada, que fue tomada en la terraza de la casa que ocupábamos en Seira. Del mismo tamaño y enmarcadas también, honran esa sala las fotografías de papá y de su madre, la abuela María. Es lástima que entre todas las reliquias familiares no se conserve en casa ninguna fotografía de los abuelos Ramón y José, padres, respectivamente, de papá y de mamá, de los cuales no guardo ni el más remoto recuerdo; tal vez sí de mi abuelo José, que entre la bruma del pasado creo adivinar a un señor ciego sentado en la puerta de su casa, en la Plaza Mayor, de Albelda, que en una mano tiene un bastón y con la otra mano me sostiene acogido en su regazo. Pero me entra la duda por si esa remembranza obedece a una percepción real o al hecho de que lo hubiera oído contar en casa, o al caso más peregrino de haberlo soñado alguna vez, que es la verdad que yo creo.
    .

    - & -

    Coincidió nuestro arribo a Barcelona, con la celebración de la Exposición Universal del año 1929. La ciudad brillaba con luminarias cuyos rayos se elevaban hasta el cielo. El agua y la luz se compaginaban en un todo armonioso y sugestivo, creando formas y colores diversos que mutaban a cada instante. Era entrar en un dechado de fantasía e ilusión gracias a la inventiva del Ingeniero Carles Buigas. Toda la ciudad estaba engalanada para recibir a los innumerables forasteros que la visitaban, y éstos le prestaban el exotismo de ser de razas y de países distintos, que incidía con la circunstancia de darnos a los moradores una amplia visión calidoscópica de las especies humanas que pueblan nuestro planeta terráqueo.
    Fue una entrada imborrable la nuestra en un mundo para mí quimérico.
    No cabe olvidar que nací y me crié en un pueblo, Seira, de donde no me moví hasta los diez años. Luego, hasta los trece años, estuve interno en los Escolapios de Barbastro, cursando el Bachillerato Elemental. Un periodo no muy largo de tiempo en el taller mecánico de las obras de Seira, por culpa de disensión entre los deseos de papá y los que yo me forjaba, que al fin se resolvió en transacción amigable. Otro año, durante el curso de 1928 a 1929, también interno, en el Colegio del Salvador, de los Jesuitas de Zaragoza en que aprobé el Cuarto Curso de Bachillerato, denominado ‘Año Común’ Y después de atender en turno de noche al cuidado de la fábrica de aceites que papá instaló en Albelda, vuelta a reanudar los estudios de Bachillerato en el Colegio Verdaguer, de Lléida, con asistencia a las clases del Instituto de Segunda Enseñanza. Ya en Barcelona me preparé en la Academia de Estudiantes Católicos, situada en la calle de Rivadeneyra, recibiendo las clases del señor Ubach ( ?) (cuya hermana formó parte del Colegio Re Vir Cien, creo cuidaba de la parte administrativa), y en 18 de junio de 1931, me examiné del Universitario (Sección de Letras). En septiembre de ese mismo año aprobé en la Facultad de Derecho las asignaturas de Elementos de Derecho Natural e Historia General del Derecho, acabando la carrera de abogado el día 4 de octubre de 1934, a altas horas de la noche en que me examiné de Derecho Internacional Privado con el Dr. José Mª Trías de Bes.
    Es, por tanto, comprensible que el conocimiento tan pedestre que yo tenía en el año 1929 del mundo en general, se viera al llegar a Barcelona sorprendido y subyugado con la magnificencia de una ciudad que en aquellos momentos representaba el ombligo del universo, exhibiendo las mejores producciones e inventos que cada país podía aportar.
    María Ofelia Reimundo
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    Mensaje por María Ofelia Reimundo Mar 02 Ago 2011, 18:15

    QUE HERMOSA HISTORIA Y QUE BIEN ESCRITA, UN BESOTE.
    MOR*
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    Mensaje por Affelix Jue 04 Ago 2011, 17:17

    QUE HERMOSA HISTORIA Y QUE BIEN ESCRITA, UN BESOTE.
    MOR*


    Tus ánimos, querida MOR, me estimulan a seguir publicando estas Memorias. La verdad es que no sé como agradecértelo. Sirva al menos este abrazo como muestra de mi cariño.

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