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José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 30 de junio de 1939- Ciudad de México, 26 de enero de 2014) fue un destacado escritor mexicano que publicó poesía, crónica, novela, cuento, ensayo, crítica literaria y traducción.
Se le considera integrante de la llamada generación de los cincuenta o de medio siglo, en la que también se incluye a Juan Vicente Melo, Inés Arredondo, Juan García Ponce, Huberto Batis, Sergio Pitol, José de la Colina, Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis, entre otros. Compartió la perspectiva cosmopolita que caracteriza a los literatos de esa generación, y los temas que abordó en sus textos van desde la historia y el tiempo cíclico, los universos de la infancia y de lo fantástico, hasta la ciudad y la muerte. La escritura de Pacheco se distingue por un constante cuestionamiento sobre la vida en el mundo moderno, sobre la literatura y su propia producción artística, así como por el uso de un lenguaje sin rebuscamientos, accesible.
Biografía
Desde edad temprana Pacheco comenzó su acercamiento a la literatura leyendo a autores como Julio Verne, Rubén Darío, Oscar Wilde, Manuel Payno, Amado Nervo, Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes y escuchando a los escritores que frecuentaban la casa:
Su verdadero aprendizaje empezó en la casa paterna, a la que solía llegar un grupo de escritores que el niño José Emilio escuchaba, y siguió escuchando. Los nombres de ese grupo son fácilmente reconocibles: Juan de la Cabada, Héctor Pérez Martínez, Juan José Arreola, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, algunas veces Julio Torri, al que escuchaban —él y su amigo Carlos Monsiváis— Edith Negrín y Álvaro Ruiz Abreu.
Comenzó a escribir en la adolescencia, época en la que publicaba en revistas estudiantiles y periódicos como Proa (de la Escuela Preparatoria, Centro Universitario, México, 1955), Diario de Yucatán, Diario del Sureste (ambos de Mérida, 1956-1958); las estudiantiles Índice (1957) y Letras Nuevas, la primera Facultad de Derecho y la segunda de la de Filosofía y Letras de la UNAM.
Pacheco ingresó a la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de México, pero la abandonó a los 19 años para dedicarse a la escritura. Participó en diversas revistas y suplementos culturales, como México en la Cultura, Siempre!, Diálogos, Revista Mexicana de Literatura, Diorama de la Cultura, Ramas Nuevas, suplemento de Estaciones, donde trabajó con Monsiváis. Su consolidación como escritor se plasmó en sus publicaciones en La Cultura en México, de Fernando Benítez, “su guía, amigo y maestro”. Fue profesor en la Universidad de Maryland, en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, investigador en el Departamento de Estudios Históricos del INAH, y miembro del Colegio Nacional desde el 10 de julio de 1986.
Obra
La obra de Pacheco abarca la narrativa, el cuento, la novela, la crónica, la poesía, la traducción y el ensayo. Existen características que unen sus textos, aunque cada uno de los géneros trabajados por el autor puede distinguirse de los otros por elementos particulares; una constante de su obra es la constante renovación o reescritura. Consideraba a la literatura como algo dinámico y cambiante, lo cual lo llevó a revisar y reescribir sus propias obras, en un afán de autocrítica. Su idea acerca de la reescritura incluye un diálogo con los textos anteriores (de autores modernos como Jorge Luis Borges, Ernesto Cardenal, y clásicos, como Catulo) y con sus propios lectores. Como ha explicado Oviedo, “su obra es, en cierta manera, una antología formada por la reescritura de sus lecturas –un nuevo texto que se sobreimprime en otros textos preexistentes.
Narrativa
La obra narrativa de José Emilio está representada por tres libros de cuentos —La sangre de Medusa (1958), El viento distante y otros relatos (1963) y El principio del placer (1972)—; dos novelas —Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981)— y por múltiples crónicas escritas en los suplementos y revistas en los que participó. Con respecto a sus cuentos, la autora Bárbara Bockus señala su carácter alusivo más que directo, su tendencia a la brevedad, y la escasez del detalle descriptivo o anecdótico. En ellos aparece de manera constante el tema del paso del tiempo y de la repetición de la historia; también son usuales los universos de la infancia y de lo fantástico.
Los textos fantásticos se distinguen “porque en un universo ficticio cognoscible y manipulable para los personajes” ocurre un hecho insólito que no es posible explicar; así, en «Tenga para que se entretenga» (del volumen El principio del placer) encontramos a una madre (Olga) y a su hijo (Rafael) en el Bosque de Chapultepec en 1943 y de pronto, sucede lo insólito: "Rafael se entretenía en obstaculizar con una ramita el paso de un caracol. En ese instante se abrió un rectángulo de madera oculto bajo la hierba rala del cerro y apareció un hombre […] salió del subterráneo, fue hacia Olga, le tendió un periódico doblado y una rosa con un alfiler: -Tenga para que se entretenga. Tenga para que se la prenda". El origen del personaje misterioso y sus razones para presentarse ante la mujer y el niño no son explicadas de manera definitiva por ninguna ley (ni la del mundo ficticio en que habitan los personajes, ni mediante las leyes de un universo maravilloso).
Morirás lejos “recrea la persecución de siglos que han sufrido los judíos hasta el holocausto”, y en Las batallas en el desierto se encuentran los temas de la destrucción de la ciudad y la infancia como un pasado en que el personaje descubre tanto el amor como el desengaño.
La columna Inventario
En relación directa con el tema de la historia se halla la crónica, género híbrido, “a mitad de camino entre la ficción y los hechos” donde Pacheco “encontró la expresión ideal y propia para contar el vasto horizonte de una época y de una sociedad determinada”. La columna Inventario del suplemento Diorama de la Cultura del periódico Excélsior, dirigido por Julio Scherer, desempeñó un papel importante en la creación y difusión de las crónicas de Pacheco; una relevancia similar tuvo la revista Proceso, proyecto al cual fue invitado el mismo Scherer en 1976. Allí “Pacheco empezó una nueva etapa de su trabajo de periodismo cultural, publicando notas, traducciones, artículos y crónicas”. El escritor mantuvo dicha columna por varias décadas, en la cual hizo revisiones bibliográficas en su particular estilo. No se limitó a la revisión de autores mexicanos, aunque hizo revisiones temáticas temporales (por año, como 1914, 1938 y 1950, por periodos como la Revolución mexicana o autores que tradujo, como Eliot).
La primera aparición de Inventario fue el 5 de agosto de 1973 en la página 16 de la sección Diorama. En ese medio alternó su aparición con la de Baulmundo de Gustavo Sainz, del español José de la Colina y el uruguayo Danubio Torres Fierro. Tras ausentarse seis meses, Pacheco la reinicia 1 de junio de 1975 con un artículo sobre Oscar Wilde y Alfred Douglas. Después de la destitución de la mesa directiva de Excélsior ocurrida al año siguiente, apoyó a Scherer y llevó su columna a la revista Proceso, donde apareció desde el primer número en noviembre de 1976 (donde escribió sobre Saul Bellow) hasta su muerte en 2014 (la última fue sobre el entonces reciente fallecimiento de Juan Gelman).
El accidente que sufrió previo a su muerte ocurrió en su estudio la noche del viernes 24 de enero luego de terminar su columna. Quedó pendiente la publicación de volúmenes temáticos con las cerca de 7 000 columnas, por sugerencia de Vicente Leñero, dada la negativa de Pacheco de reunirlos en un solo volumen. Inventario recibió el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural de 1980, que el escritor evitó recoger por propia mano del entonces presidente José López Portillo: "José Emilio se escondió, hizo creer que estaba fuera de México y me pidió, ya que al galardón se agregaba un diploma para el medio que lo publicaba, si podía ir a recogerlo a la ceremonia de Los Pinos. Y sí fui".
Poesía
Los dos primeros libros de poesía escritos por José Emilio Pacheco, Los elementos de la noche (1963) y El reposo del fuego (1966), tienen en común algunos rasgos y temas, lo cual permite considerarlos como parte de un primer periodo lírico; según José Miguel Oviedo, ambos coinciden en el influjo “del sector más depurado de la poesía española de este siglo (Cernuda, Salinas, Jorge Guillén), de ciertos motivos y símbolos de Jorge Luis Borges, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz”.
El tema del paso del tiempo aparece de manera recurrente en la poesía de Pacheco: la conciencia de lo transitorio de la vida y de los procesos de destrucción son eje de numerosos poemas. A ellos se les suma el de la posibilidad de la resurrección, y de un tiempo cíclico: la renovación incluye también a la poesía, un acto que puede resurgir, transformarse, pues “la palabra es la imagen misma del cambio.” En amos poemarios se halla presente la influencia de Heráclito: “embarcado en el rumbo heracliteano, Pacheco va alternando su conflicto vida/muerte con la contradicción agua/fuego”.
Con No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) inicia un segundo periodo en su poesía: aunque conserva elementos hallados en los libros anteriores, el cambio ocurrido se debe a una perspectiva crítica muy marcada. En esta segunda fase Pacheco utiliza la ironía y la irreverencia crítica; las abstracciones disminuyen y el autor se centra en una preocupación ética y estética, ya que se formula la cuestión: ¿Qué sentido tiene y qué lugar ocupa la poesía en el mundo moderno? Se trata de una obra que reflexiona sobre la “propia materia de la poesía.” La perspectiva crítica de Pacheco continúa especialmente en Irás y no volverás (1973) y en Desde entonces (1980), obras en las cuales hay un interés especial en aspectos sociales, en la denuncia de las injusticias.
Traducciones
La traducción, para José Emilio Pacheco, se vincula estrechamente con su perspectiva acerca de la literatura, de la poesía en especial: la palabra se renueva, es posible y válido reescribir un texto de tiempos pasados o contemporáneos, de una lengua a otra. Un poema “puede ser escrito varias veces, lo que hace posible ‘traducir’[…] el traductor no es un traidor: es un creador”. Entre los escritores traducidos se puede citar a Samuel Beckett (Cómo es), Walter Benjamin (París, capital del siglo XIX), Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo), Harold Pinter, Oscar Wilde, Edgar Lee Masters, T.S. Elliot, Víctor Hugo, Walt Whitman, Truman Capote, Ernest Hemingway, William Faulkner y muchos otros.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
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Tres poemas de José Emilio Pacheco, de su obra Los elementos de la noche, 1963:
LOS ELEMENTOS DE LA NOCHE
Bajo el mínimo imperio que el verno ha roído
se deshacen los días.
En el último valle
la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.
La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye ni devuelve
el verdor a la tierra calcinada.
Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente
ni los huesos del águila volverán por las alas.
PRESENCIA
¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día
regó ceniza entre la sombra fiera?
¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía.
No volverá a su luz la primavera.
No quedará el trabajo ni la pena
de creer ni de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo cuanto me salva o encadena.
Y si alguien vive yo estaré despierto.
ÉXODO
En lo alto del día eres el que regresa
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el héroe imperdonable que escapó del combate
y apoyado en su escudo mira arder la derrota;
el náufrago sin nombre que se aferra a otro cuerpo
para que el mar no arroje su cadáver a solas;
el perpetuo exiliado que en el desierto mira
arder hondas ciudades cuando el sol retrocede;
el que clavó sus armas en la piel de un dios muerto
y ahora escucha en el alba cantar un gallo y otro,
porque las profecías van a cumplirse, atónito
y sin embargo cierto de haber negado todo;
el que abre la mano
y recibe la noche.
Nueve poemas de José Francisco Pacheco, de su obra No me preguntes cómo paso el tiempo, 1969:
UN MARINE
Quiso apagar incendios con el fuego.
Murió en la selva de Vietnam
y en vano.
ÚLTIMA FASE
Ningún imperio puede
durar mil años.
LAS VOCES DE TLATELOLCO
(2 DE OCTUBRE DE 1978: DIEZ AÑOS DESPUÉS)
Eran las seis y diez. Un helicóptero
sobrevoló la plaza.
Sentí miedo.
Cuatro bengalas verdes.
Los soldados
cerraron las salidas.
Vestidos de civil, los integrantes
del Batallón Olimpia
-mano cubierta por un guante blanco-
iniciaron el fuego.
En todas direcciones
se abrió fuego a mansalva.
Desde las azoteas
dispararon los hombres de guante blanco.
Disparó también el helicóptero.
Se veían las rayas grises.
Como pinzas
se desplegaron los soldados.
Se inició el pánico.
La multitud corrió hacia las salidas
y encontró bayonetas.
En realidad no había salidas:
la plaza entera se volvió una trampa.
- Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Las descargas se hicieron aún más intensas.
Sesenta y dos minutos duró el fuego.
- ¿Quién, quién ordenó todo esto?
Los tanques arrojaron sus proyectiles.
Comenzó a arder el edificio Chihuahua.
Los cristales volaron hechos añicos.
De las ruinas saltaban piedras.
Los gritos, los aullidos, las plegarias
bajo el continuo estruendo de las armas.
Con los dedos pegados a los gatillos
le disparan a todo lo que se mueva.
Y muchas balas dan en el blanco.
- Quédate quieto, quédate quieto:
si nos movemos nos disparan.
- ¿Por qué no me contestas?
¿Estás muerto?
- Voy a morir, voy a morir.
Me duele.
Me está saliendo mucha sangre.
Aquel también se está desangrando.
- ¿Quén, quién ordenó todo esto?
- Aquí, aquí Batallón Olimpia.
- Hay muchos muertos.
Hay muchos muertos.
- Asesinos, cobardes, asesinos.
- Son cuerpos, señor, son cuerpos.
Los iban amontonando bajo la lluvia.
Los muertos bocarriba junto a la iglesia.
Les dispararon por la espalda.
Las mujeres cosidas por las balas,
niños con la cabeza destrozada,
transeúntes acribillados.
Muchachas y muchachos por todas partes.
Los zapatos llenos de sangre.
Los zapatos sin nadie llenos de sangre.
Y todo Tlatelolco respira sangre.
- Vi en la pared la sangre.
- Aquí, aquí Batallón Olimpia.
- ¿Quién, quién ordeno todos esto?
- Nuestros hijos están arriba.
Nuestros hijos, queremos verlos.
- Hemos visto cómo asesinan.
Miren la sangre.
Vean nuestra sangre.
En la escalera del edificio Chihuahua
sollozaban dos niños
junto al cadáver de su madre.
- Un daño irreparable e incalculable.
Una mancha de sangre en la pared,
una mancha de sangre escurría sangre.
Lejos de Tlatelolco todo era
de una tranquilidad horrible, insultante.
- ¿Qué va a pasar ahora,
qué va a pasar?
ALTA TRAICIÓN
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
CRÓNICA DE INDIAS
... porque como los hombres no
somos todos muy buenos...
BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
Después de mucho navegar
por el oscuro océano amenazante
encontramos
tierras bullentes en metales, ciudades
que la imaginación nunca ha descrito,
riquezas,
hombres sin arcabuces ni caballos.
Con objeto de propagar la fe
y arrancarlos de su inhumana vida salvaje,
arrasamos los templos, dimos muerte
a cuanto natural se nos opuso.
Para evitarles tentaciones
confiscamos su oro.
Para hacerlos humildes
los marcamos a fuego y aherrojamos.
Dios bendiga esta empresa
hecha en Su Nombre.
DISERTACIÓN SOBRE LA CONSONANCIA
Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano
que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;
aunque parta de ella y la atesore y la saquee,
lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último
poco tiene en común con La Poesía, llamada así
por académicos y preceptistas de otro tiempo.
Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición
que amplíe los límites (si aún existen límites),
algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío de los clásicos.
Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)
que evite las sorpresas y cóleras de quienes
-tan razonablemente- leen un poema y dicen:
"Esto ya no es poesía".
MEJOR QUE EL VINO
Porque mejor que el vino son tus amores
SALOMÓN
Quinto y Vatinio dicen que mis versos son fríos.
Quinto divulga en estrofas yámbicas
los encantos de Flavia.
Vatinio canta
conyugales y grises placeres.
Pero, yo Claudia,
no he arrastrado tu nombre por las calles y plazas de Roma.
Y reservo mis ansias
a las horas que paso contigo.
MOSQUITOS
Nacen en las pantanos del insomnio.
Son negrura afilada que aletea.
Diminutos vampiros, sublibélulas,
pegasitos de pica del demonio.
(SABOR DE ÉPOCA)
Todo poema es un ser vivo:
envejece.
Nueve poemas de José Emilio Pacheco, de su obra Irás y no volverás, 1973:
CONTRAELEGÍA
Mi único tema es lo que ya no está.
Sólo parezco hablar de lo perdido.
Mi punzante estribillo es nunca más.
Y sin embargo amo este cambio perpetuo,
este variar segundo tras segundo,
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.
MAR ETERNO
Digamos que no tiene comienzo el mar:
empieza en donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
VIDAS DE LOS POETAS
En la poesía no hay final feliz.
Los poetas acaban
viviendo su locura.
Y son descuartizados como reses
(sucedió con Darío).
O bien los apedrean y terminan
arrojándose al mar o con cristales
de cianuro en la boca.
O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
O lo que es peor: poetas oficiales,
amargos pobladores de un sarcófago
llamado Obras completas.
A QUIEN PUEDA INTERESAR
Que otros hagan aún el gran poema,
los libros unitarios, las rotundas
obras que sean espejo de armonía.
A mí sólo me importa el testimonio
del momento inasible, las palabras
que dicta en su fluir el tiempo en vuelo
La poesía anelada es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida.
OFICIO DE POETA
Ara en el mar.
Escribe sobre el agua.
CAVERNA
Es verdad que los muertos tampoco duran.
Ni siquiera la muerte permanece.
Todo vuelve a ser polvo.
Pero la cueva preservó su entierro.
Aquí están alineados,
cada uno con su ofrenda,
los huesos dueños de una historia secreta.
Aquí sabemos a qué sabe la muerte.
Aquí sabemos lo que sabe la muerte.
La piedra le dio vida a esta muerte.
La piedra se hizo lava de muerte.
Todo está muerto.
En esta cueva ni siquiera vive la muerte.
EL PADRE LAS CASAS LEE A ISAÍAS, XIII
Estruendo de multitud en los montes,
como de mucho pueblo.
Y traen los instrumentos de su furor
para borrar del suelo a los opresores.
Y los castigarán por su iniquidad
y harán que cese la arrogancia de los soberbios.
Y ya nadie se ocupará de la plata
ni seguirá codiciando el oro.
LA FLECHA
No importa que la flecha no alcance el blanco.
Mejor así.
No capturar ninguna presa,
no hacerle daño a nadie,
pues lo importante
es el vuelo, la trayectoria, el impulso,
el tramo de aire recorrido en su ascenso,
la oscuridad que desaloja al clavarse,
vibrante,
en la extensión de la nada.
PIEDRA
Lo que dice la piedra
la noche a veces logra descifrarlo.
Nos mira con su cuerpo todo de ojos
Con su inmovilidad nos desafía.
Sabe mejor que nadie ser permanencia
Ella es el mundo que otros desgarraron.
José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 30 de junio de 1939- Ciudad de México, 26 de enero de 2014) fue un destacado escritor mexicano que publicó poesía, crónica, novela, cuento, ensayo, crítica literaria y traducción.
Se le considera integrante de la llamada generación de los cincuenta o de medio siglo, en la que también se incluye a Juan Vicente Melo, Inés Arredondo, Juan García Ponce, Huberto Batis, Sergio Pitol, José de la Colina, Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis, entre otros. Compartió la perspectiva cosmopolita que caracteriza a los literatos de esa generación, y los temas que abordó en sus textos van desde la historia y el tiempo cíclico, los universos de la infancia y de lo fantástico, hasta la ciudad y la muerte. La escritura de Pacheco se distingue por un constante cuestionamiento sobre la vida en el mundo moderno, sobre la literatura y su propia producción artística, así como por el uso de un lenguaje sin rebuscamientos, accesible.
Biografía
Desde edad temprana Pacheco comenzó su acercamiento a la literatura leyendo a autores como Julio Verne, Rubén Darío, Oscar Wilde, Manuel Payno, Amado Nervo, Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes y escuchando a los escritores que frecuentaban la casa:
Su verdadero aprendizaje empezó en la casa paterna, a la que solía llegar un grupo de escritores que el niño José Emilio escuchaba, y siguió escuchando. Los nombres de ese grupo son fácilmente reconocibles: Juan de la Cabada, Héctor Pérez Martínez, Juan José Arreola, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, algunas veces Julio Torri, al que escuchaban —él y su amigo Carlos Monsiváis— Edith Negrín y Álvaro Ruiz Abreu.
Comenzó a escribir en la adolescencia, época en la que publicaba en revistas estudiantiles y periódicos como Proa (de la Escuela Preparatoria, Centro Universitario, México, 1955), Diario de Yucatán, Diario del Sureste (ambos de Mérida, 1956-1958); las estudiantiles Índice (1957) y Letras Nuevas, la primera Facultad de Derecho y la segunda de la de Filosofía y Letras de la UNAM.
Pacheco ingresó a la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de México, pero la abandonó a los 19 años para dedicarse a la escritura. Participó en diversas revistas y suplementos culturales, como México en la Cultura, Siempre!, Diálogos, Revista Mexicana de Literatura, Diorama de la Cultura, Ramas Nuevas, suplemento de Estaciones, donde trabajó con Monsiváis. Su consolidación como escritor se plasmó en sus publicaciones en La Cultura en México, de Fernando Benítez, “su guía, amigo y maestro”. Fue profesor en la Universidad de Maryland, en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, investigador en el Departamento de Estudios Históricos del INAH, y miembro del Colegio Nacional desde el 10 de julio de 1986.
Obra
La obra de Pacheco abarca la narrativa, el cuento, la novela, la crónica, la poesía, la traducción y el ensayo. Existen características que unen sus textos, aunque cada uno de los géneros trabajados por el autor puede distinguirse de los otros por elementos particulares; una constante de su obra es la constante renovación o reescritura. Consideraba a la literatura como algo dinámico y cambiante, lo cual lo llevó a revisar y reescribir sus propias obras, en un afán de autocrítica. Su idea acerca de la reescritura incluye un diálogo con los textos anteriores (de autores modernos como Jorge Luis Borges, Ernesto Cardenal, y clásicos, como Catulo) y con sus propios lectores. Como ha explicado Oviedo, “su obra es, en cierta manera, una antología formada por la reescritura de sus lecturas –un nuevo texto que se sobreimprime en otros textos preexistentes.
Narrativa
La obra narrativa de José Emilio está representada por tres libros de cuentos —La sangre de Medusa (1958), El viento distante y otros relatos (1963) y El principio del placer (1972)—; dos novelas —Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981)— y por múltiples crónicas escritas en los suplementos y revistas en los que participó. Con respecto a sus cuentos, la autora Bárbara Bockus señala su carácter alusivo más que directo, su tendencia a la brevedad, y la escasez del detalle descriptivo o anecdótico. En ellos aparece de manera constante el tema del paso del tiempo y de la repetición de la historia; también son usuales los universos de la infancia y de lo fantástico.
Los textos fantásticos se distinguen “porque en un universo ficticio cognoscible y manipulable para los personajes” ocurre un hecho insólito que no es posible explicar; así, en «Tenga para que se entretenga» (del volumen El principio del placer) encontramos a una madre (Olga) y a su hijo (Rafael) en el Bosque de Chapultepec en 1943 y de pronto, sucede lo insólito: "Rafael se entretenía en obstaculizar con una ramita el paso de un caracol. En ese instante se abrió un rectángulo de madera oculto bajo la hierba rala del cerro y apareció un hombre […] salió del subterráneo, fue hacia Olga, le tendió un periódico doblado y una rosa con un alfiler: -Tenga para que se entretenga. Tenga para que se la prenda". El origen del personaje misterioso y sus razones para presentarse ante la mujer y el niño no son explicadas de manera definitiva por ninguna ley (ni la del mundo ficticio en que habitan los personajes, ni mediante las leyes de un universo maravilloso).
Morirás lejos “recrea la persecución de siglos que han sufrido los judíos hasta el holocausto”, y en Las batallas en el desierto se encuentran los temas de la destrucción de la ciudad y la infancia como un pasado en que el personaje descubre tanto el amor como el desengaño.
La columna Inventario
En relación directa con el tema de la historia se halla la crónica, género híbrido, “a mitad de camino entre la ficción y los hechos” donde Pacheco “encontró la expresión ideal y propia para contar el vasto horizonte de una época y de una sociedad determinada”. La columna Inventario del suplemento Diorama de la Cultura del periódico Excélsior, dirigido por Julio Scherer, desempeñó un papel importante en la creación y difusión de las crónicas de Pacheco; una relevancia similar tuvo la revista Proceso, proyecto al cual fue invitado el mismo Scherer en 1976. Allí “Pacheco empezó una nueva etapa de su trabajo de periodismo cultural, publicando notas, traducciones, artículos y crónicas”. El escritor mantuvo dicha columna por varias décadas, en la cual hizo revisiones bibliográficas en su particular estilo. No se limitó a la revisión de autores mexicanos, aunque hizo revisiones temáticas temporales (por año, como 1914, 1938 y 1950, por periodos como la Revolución mexicana o autores que tradujo, como Eliot).
La primera aparición de Inventario fue el 5 de agosto de 1973 en la página 16 de la sección Diorama. En ese medio alternó su aparición con la de Baulmundo de Gustavo Sainz, del español José de la Colina y el uruguayo Danubio Torres Fierro. Tras ausentarse seis meses, Pacheco la reinicia 1 de junio de 1975 con un artículo sobre Oscar Wilde y Alfred Douglas. Después de la destitución de la mesa directiva de Excélsior ocurrida al año siguiente, apoyó a Scherer y llevó su columna a la revista Proceso, donde apareció desde el primer número en noviembre de 1976 (donde escribió sobre Saul Bellow) hasta su muerte en 2014 (la última fue sobre el entonces reciente fallecimiento de Juan Gelman).
El accidente que sufrió previo a su muerte ocurrió en su estudio la noche del viernes 24 de enero luego de terminar su columna. Quedó pendiente la publicación de volúmenes temáticos con las cerca de 7 000 columnas, por sugerencia de Vicente Leñero, dada la negativa de Pacheco de reunirlos en un solo volumen. Inventario recibió el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural de 1980, que el escritor evitó recoger por propia mano del entonces presidente José López Portillo: "José Emilio se escondió, hizo creer que estaba fuera de México y me pidió, ya que al galardón se agregaba un diploma para el medio que lo publicaba, si podía ir a recogerlo a la ceremonia de Los Pinos. Y sí fui".
Poesía
Los dos primeros libros de poesía escritos por José Emilio Pacheco, Los elementos de la noche (1963) y El reposo del fuego (1966), tienen en común algunos rasgos y temas, lo cual permite considerarlos como parte de un primer periodo lírico; según José Miguel Oviedo, ambos coinciden en el influjo “del sector más depurado de la poesía española de este siglo (Cernuda, Salinas, Jorge Guillén), de ciertos motivos y símbolos de Jorge Luis Borges, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz”.
El tema del paso del tiempo aparece de manera recurrente en la poesía de Pacheco: la conciencia de lo transitorio de la vida y de los procesos de destrucción son eje de numerosos poemas. A ellos se les suma el de la posibilidad de la resurrección, y de un tiempo cíclico: la renovación incluye también a la poesía, un acto que puede resurgir, transformarse, pues “la palabra es la imagen misma del cambio.” En amos poemarios se halla presente la influencia de Heráclito: “embarcado en el rumbo heracliteano, Pacheco va alternando su conflicto vida/muerte con la contradicción agua/fuego”.
Con No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) inicia un segundo periodo en su poesía: aunque conserva elementos hallados en los libros anteriores, el cambio ocurrido se debe a una perspectiva crítica muy marcada. En esta segunda fase Pacheco utiliza la ironía y la irreverencia crítica; las abstracciones disminuyen y el autor se centra en una preocupación ética y estética, ya que se formula la cuestión: ¿Qué sentido tiene y qué lugar ocupa la poesía en el mundo moderno? Se trata de una obra que reflexiona sobre la “propia materia de la poesía.” La perspectiva crítica de Pacheco continúa especialmente en Irás y no volverás (1973) y en Desde entonces (1980), obras en las cuales hay un interés especial en aspectos sociales, en la denuncia de las injusticias.
Traducciones
La traducción, para José Emilio Pacheco, se vincula estrechamente con su perspectiva acerca de la literatura, de la poesía en especial: la palabra se renueva, es posible y válido reescribir un texto de tiempos pasados o contemporáneos, de una lengua a otra. Un poema “puede ser escrito varias veces, lo que hace posible ‘traducir’[…] el traductor no es un traidor: es un creador”. Entre los escritores traducidos se puede citar a Samuel Beckett (Cómo es), Walter Benjamin (París, capital del siglo XIX), Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo), Harold Pinter, Oscar Wilde, Edgar Lee Masters, T.S. Elliot, Víctor Hugo, Walt Whitman, Truman Capote, Ernest Hemingway, William Faulkner y muchos otros.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Tres poemas de José Emilio Pacheco, de su obra Los elementos de la noche, 1963:
LOS ELEMENTOS DE LA NOCHE
Bajo el mínimo imperio que el verno ha roído
se deshacen los días.
En el último valle
la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.
La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye ni devuelve
el verdor a la tierra calcinada.
Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente
ni los huesos del águila volverán por las alas.
PRESENCIA
¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día
regó ceniza entre la sombra fiera?
¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía.
No volverá a su luz la primavera.
No quedará el trabajo ni la pena
de creer ni de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo cuanto me salva o encadena.
Y si alguien vive yo estaré despierto.
ÉXODO
En lo alto del día eres el que regresa
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el héroe imperdonable que escapó del combate
y apoyado en su escudo mira arder la derrota;
el náufrago sin nombre que se aferra a otro cuerpo
para que el mar no arroje su cadáver a solas;
el perpetuo exiliado que en el desierto mira
arder hondas ciudades cuando el sol retrocede;
el que clavó sus armas en la piel de un dios muerto
y ahora escucha en el alba cantar un gallo y otro,
porque las profecías van a cumplirse, atónito
y sin embargo cierto de haber negado todo;
el que abre la mano
y recibe la noche.
Nueve poemas de José Francisco Pacheco, de su obra No me preguntes cómo paso el tiempo, 1969:
UN MARINE
Quiso apagar incendios con el fuego.
Murió en la selva de Vietnam
y en vano.
ÚLTIMA FASE
Ningún imperio puede
durar mil años.
LAS VOCES DE TLATELOLCO
(2 DE OCTUBRE DE 1978: DIEZ AÑOS DESPUÉS)
Eran las seis y diez. Un helicóptero
sobrevoló la plaza.
Sentí miedo.
Cuatro bengalas verdes.
Los soldados
cerraron las salidas.
Vestidos de civil, los integrantes
del Batallón Olimpia
-mano cubierta por un guante blanco-
iniciaron el fuego.
En todas direcciones
se abrió fuego a mansalva.
Desde las azoteas
dispararon los hombres de guante blanco.
Disparó también el helicóptero.
Se veían las rayas grises.
Como pinzas
se desplegaron los soldados.
Se inició el pánico.
La multitud corrió hacia las salidas
y encontró bayonetas.
En realidad no había salidas:
la plaza entera se volvió una trampa.
- Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Las descargas se hicieron aún más intensas.
Sesenta y dos minutos duró el fuego.
- ¿Quién, quién ordenó todo esto?
Los tanques arrojaron sus proyectiles.
Comenzó a arder el edificio Chihuahua.
Los cristales volaron hechos añicos.
De las ruinas saltaban piedras.
Los gritos, los aullidos, las plegarias
bajo el continuo estruendo de las armas.
Con los dedos pegados a los gatillos
le disparan a todo lo que se mueva.
Y muchas balas dan en el blanco.
- Quédate quieto, quédate quieto:
si nos movemos nos disparan.
- ¿Por qué no me contestas?
¿Estás muerto?
- Voy a morir, voy a morir.
Me duele.
Me está saliendo mucha sangre.
Aquel también se está desangrando.
- ¿Quén, quién ordenó todo esto?
- Aquí, aquí Batallón Olimpia.
- Hay muchos muertos.
Hay muchos muertos.
- Asesinos, cobardes, asesinos.
- Son cuerpos, señor, son cuerpos.
Los iban amontonando bajo la lluvia.
Los muertos bocarriba junto a la iglesia.
Les dispararon por la espalda.
Las mujeres cosidas por las balas,
niños con la cabeza destrozada,
transeúntes acribillados.
Muchachas y muchachos por todas partes.
Los zapatos llenos de sangre.
Los zapatos sin nadie llenos de sangre.
Y todo Tlatelolco respira sangre.
- Vi en la pared la sangre.
- Aquí, aquí Batallón Olimpia.
- ¿Quién, quién ordeno todos esto?
- Nuestros hijos están arriba.
Nuestros hijos, queremos verlos.
- Hemos visto cómo asesinan.
Miren la sangre.
Vean nuestra sangre.
En la escalera del edificio Chihuahua
sollozaban dos niños
junto al cadáver de su madre.
- Un daño irreparable e incalculable.
Una mancha de sangre en la pared,
una mancha de sangre escurría sangre.
Lejos de Tlatelolco todo era
de una tranquilidad horrible, insultante.
- ¿Qué va a pasar ahora,
qué va a pasar?
ALTA TRAICIÓN
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
CRÓNICA DE INDIAS
... porque como los hombres no
somos todos muy buenos...
BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
Después de mucho navegar
por el oscuro océano amenazante
encontramos
tierras bullentes en metales, ciudades
que la imaginación nunca ha descrito,
riquezas,
hombres sin arcabuces ni caballos.
Con objeto de propagar la fe
y arrancarlos de su inhumana vida salvaje,
arrasamos los templos, dimos muerte
a cuanto natural se nos opuso.
Para evitarles tentaciones
confiscamos su oro.
Para hacerlos humildes
los marcamos a fuego y aherrojamos.
Dios bendiga esta empresa
hecha en Su Nombre.
DISERTACIÓN SOBRE LA CONSONANCIA
Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano
que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;
aunque parta de ella y la atesore y la saquee,
lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último
poco tiene en común con La Poesía, llamada así
por académicos y preceptistas de otro tiempo.
Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición
que amplíe los límites (si aún existen límites),
algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío de los clásicos.
Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)
que evite las sorpresas y cóleras de quienes
-tan razonablemente- leen un poema y dicen:
"Esto ya no es poesía".
MEJOR QUE EL VINO
Porque mejor que el vino son tus amores
SALOMÓN
Quinto y Vatinio dicen que mis versos son fríos.
Quinto divulga en estrofas yámbicas
los encantos de Flavia.
Vatinio canta
conyugales y grises placeres.
Pero, yo Claudia,
no he arrastrado tu nombre por las calles y plazas de Roma.
Y reservo mis ansias
a las horas que paso contigo.
MOSQUITOS
Nacen en las pantanos del insomnio.
Son negrura afilada que aletea.
Diminutos vampiros, sublibélulas,
pegasitos de pica del demonio.
(SABOR DE ÉPOCA)
Todo poema es un ser vivo:
envejece.
Nueve poemas de José Emilio Pacheco, de su obra Irás y no volverás, 1973:
CONTRAELEGÍA
Mi único tema es lo que ya no está.
Sólo parezco hablar de lo perdido.
Mi punzante estribillo es nunca más.
Y sin embargo amo este cambio perpetuo,
este variar segundo tras segundo,
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.
MAR ETERNO
Digamos que no tiene comienzo el mar:
empieza en donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
VIDAS DE LOS POETAS
En la poesía no hay final feliz.
Los poetas acaban
viviendo su locura.
Y son descuartizados como reses
(sucedió con Darío).
O bien los apedrean y terminan
arrojándose al mar o con cristales
de cianuro en la boca.
O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
O lo que es peor: poetas oficiales,
amargos pobladores de un sarcófago
llamado Obras completas.
A QUIEN PUEDA INTERESAR
Que otros hagan aún el gran poema,
los libros unitarios, las rotundas
obras que sean espejo de armonía.
A mí sólo me importa el testimonio
del momento inasible, las palabras
que dicta en su fluir el tiempo en vuelo
La poesía anelada es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida.
OFICIO DE POETA
Ara en el mar.
Escribe sobre el agua.
CAVERNA
Es verdad que los muertos tampoco duran.
Ni siquiera la muerte permanece.
Todo vuelve a ser polvo.
Pero la cueva preservó su entierro.
Aquí están alineados,
cada uno con su ofrenda,
los huesos dueños de una historia secreta.
Aquí sabemos a qué sabe la muerte.
Aquí sabemos lo que sabe la muerte.
La piedra le dio vida a esta muerte.
La piedra se hizo lava de muerte.
Todo está muerto.
En esta cueva ni siquiera vive la muerte.
EL PADRE LAS CASAS LEE A ISAÍAS, XIII
Estruendo de multitud en los montes,
como de mucho pueblo.
Y traen los instrumentos de su furor
para borrar del suelo a los opresores.
Y los castigarán por su iniquidad
y harán que cese la arrogancia de los soberbios.
Y ya nadie se ocupará de la plata
ni seguirá codiciando el oro.
LA FLECHA
No importa que la flecha no alcance el blanco.
Mejor así.
No capturar ninguna presa,
no hacerle daño a nadie,
pues lo importante
es el vuelo, la trayectoria, el impulso,
el tramo de aire recorrido en su ascenso,
la oscuridad que desaloja al clavarse,
vibrante,
en la extensión de la nada.
PIEDRA
Lo que dice la piedra
la noche a veces logra descifrarlo.
Nos mira con su cuerpo todo de ojos
Con su inmovilidad nos desafía.
Sabe mejor que nadie ser permanencia
Ella es el mundo que otros desgarraron.
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