Cada día es una hoja caída,
otra mirada perdida en el espejo
(buscándote),
el incansable fluir de los granos de arena
de mi reloj íntimo
que un viento eterno esparce sin sentido.
Sólo, desde este otero de arracimados años,
columbro las antiguas sendas,
también las más recientes trochas
que me trajeron hasta aquí y me dan significado.
Y me pregunto
¿qué fue de aquellos caminos
que no recorrí, los que quedaron a un lado,
por decisión o ceguera?
¿A qué mundo, a cuál ciudad, a qué cuerpo
me hubieran conducido?
¿Quién sería yo hoy, siete de febrero del año en curso?
¿Acaso poblaría la soledad como ahora hago,
te amaría igual,
mis soliloquios tendrían el mismo texto
-o al menos la misma inclinación-?
Porque cada noche es una muerte repetida
y el amanecer una página en blanco,
y cada billete es un viaje sin retorno
que lleva a una estación diferente
es por lo que escribo
estos inciertos versos a mi vida que se agota
y a las miles que no nacieron.
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