y me duele alejarme
del hombre que te amaba con anhelo y candor
en la ruta y el monte que guardaban las vías,
sin cortinas la tierra nos dejaba su aroma
y el velo de su olvido para cruzar los puentes.
(En la encrucijada)
del hombre que te amaba con anhelo y candor
en la ruta y el monte que guardaban las vías,
sin cortinas la tierra nos dejaba su aroma
y el velo de su olvido para cruzar los puentes.
(En la encrucijada)
Vuelvo al tiempo de los besos robados,
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos;
no recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima,
vuelvo al patio romano
como si quisiera gritarle a la rosa de tu herida
que no será nunca más temprana ni abierta
cuánto te quería
en los recovecos de los jardines de las murallas,
en el párvulo foso del suicida
que aún guarda los calvarios negros de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba
la pulpa del naranjo que oscurece
el paseo crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si pudiera abrazarte de nuevo
en los surcos nostálgicos del agua
que se adentra en la noche de las incomprensiones,
de las barcas perseguidas
que gimen en el salón de tus arenas
como una sirena que abandona su canto
y horada con los ojos la amargura de sus piernas
entre los espigones derruidos por el salitre y el silencio
que escucha los requiebros del mar
donde la luna al mediodía araña
tu sombra sobre la tierra del olvido,
el corazón sediento que aún persigue la caricia
del clavel caprichoso que tuviste en la boca.
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos;
no recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima,
vuelvo al patio romano
como si quisiera gritarle a la rosa de tu herida
que no será nunca más temprana ni abierta
cuánto te quería
en los recovecos de los jardines de las murallas,
en el párvulo foso del suicida
que aún guarda los calvarios negros de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba
la pulpa del naranjo que oscurece
el paseo crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si pudiera abrazarte de nuevo
en los surcos nostálgicos del agua
que se adentra en la noche de las incomprensiones,
de las barcas perseguidas
que gimen en el salón de tus arenas
como una sirena que abandona su canto
y horada con los ojos la amargura de sus piernas
entre los espigones derruidos por el salitre y el silencio
que escucha los requiebros del mar
donde la luna al mediodía araña
tu sombra sobre la tierra del olvido,
el corazón sediento que aún persigue la caricia
del clavel caprichoso que tuviste en la boca.
(Memorias de Hydra)
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