He encontrado este libro que explica lo que yo creo que muchos poetas habíamos siempre intuido: que las plantan tienen sentimientos e inteligencia, por eso tantas veces en nuestros poemas las personalizamos. Os copio sus Conclusiones.
Un abrazo.
Pedro
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"Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal" por Stefano Mancuso y Alessandra Viola (Galaxia Gutemberg, 2015)
Conclusiones
Cuando pensamos en las plantas, nos sentimos tentados por instinto a atribuirles dos características: inmovilidad e insensibilidad. No son características cualesquiera, sino cualidades muy especiales y de las que en buena medida depende la consideración del ser humano hacia el mundo vegetal. Sin embargo, al contrario de lo que hemos creído durante siglos, no se trata de propiedades connaturales a las plantas, sino del persistente poso de una construcción cultural que se remonta hasta Aristóteles. Para el antiguo filósofo y científico griego, el mundo vegetal se encuentra "un escalón por debajo" del animal, dado que carece de "alma", un concepto al que él da el significado de "principio motor", directamente vinculado con el principio de movimiento. De ello se desprende que los seres vivos se distinguen de los no vivos por su capacidad para moverse: las plantas, cuyo movimiento es escaso o nulo, se encuentran por ello en el límite entre la vida y la no vida.
La idea de que las plantas no tenían nada en común con los animales no empezó a tambalearse hasta finales del siglo XIX, y todavía está muy difundida. Si embargo, hoy, al menos entre la comunidad científica, resulta evidente que las diferencias entre plantas y animales no son cualitativas, sino cuantitativas. Los animales se sirven de la materia y la energía que producen las plantas; las plantas, por su parte, utilizan la energía solar para satisfacer sus necesidades. Los animales, pues, dependen de las plantas, y las plantas, del sol.
Obtenemos así una imagen más general de la vida vegetal y una mayor comprensión de su papel en la biosfera; las plantas son las mediadoras entre el sol y el mundo animal. Ellas -o más bien sus orgánulos celulares más característicos: los cloroplastos- encarnan el nexo que une las actividades de todo el mundo orgánico (es decir, de todo aquello a lo que llamamos "vida") con el centro energético de nuestro sistema. Las plantas, por lo tanto, ejercen una función universal para la vida del planeta. Los animales, no.
Los estudios más recientes sobre el mundo vegetal han demostrado que las plantas son sensibles (es decir, que están dotadas de sentidos), se comunican (entre ellas y con los animales), duermen, memorizan e incluso son capaces de manipular a otras especies. Además, pueden describirse como organismos inteligentes a todos los efectos. Las raíces conforman un frente en continuo avance, con innumerables centros de mando, de suerte que el aparato radical se erige en guía de la planta como si fuera un cerebro colectivo, o mejor, una inteligencia distribuida que, a medida que crece y se desarrolla, va recabando información importante para su nutrición y su supervivencia.
Los recientes avances en biología vegetal nos permiten estudiar las plantas como organismos con una capacidad demostrada para adquirir, almacenar, compartir, elaborar y utilizar la información que obtienen del entorno que las rodea. De qué manera estas brillantes criaturas se procuran la información y elaboran los datos obtenidos para desarrollar un comportamiento coherente constituye el interés principal de la neurobiología vegetal.
En los últimos años, el estudio de sus sistemas de comunicación y socialización augura la posibilidad de desarrollar nuevas y, hasta el momento, impensables aplicaciones tecnológicas. Se habla ya de cierto tipo de robots de inspiración vegetal, una auténtica generación de plantoides destinada en breve a suceder, en la cadena evolutiva de la robótica, a los robots de inspiración humana (los llamados "androides") y animal. Hay en marcha, además, numerosos proyectos destinados a construir redes de tipo vegetal que puedan usar las plantas como centralitas ecológicas y plasmar en internet, en tiempo real, los parámetros sometidos al continuo análisis de las raíces y las hojas: son lo que llamamos redes greenternet. Muy pronto, este internet de las plantas podría pasar a formar parte de nuestra vida cotidiana: nos avisaría de la llegada de una nube tóxica, nos informaría sobre la calidad del aire y el suelo, y nos advertiría de aludes o terremotos. Poco a poco, también va cobrando forma la idea de las fitocomputadoras, ordenadores que utilizan nuevos algoritmos basados en las capacidades y los sistemas de cálculo de las plantas (computación no convencional).
El reino vegetal no solo es una mina de inspiración para la robótica y la informática, sino que también puede ofrecer numerosas e innovadoras soluciones a muchos de los problemas tecnológicos más comunes. Por lo demás, la bioinspiración, es decir, la capacidad para inspirarse en el mundo viviente para idear nuevas aplicaciones tecnológicas, hizo su aparición hace ya siglos (pensemos, por ejemplo, en los estudios de máquinas voladoras de Leonardo, inspirados en el vuelo de los pájaros). La mirada del hombre siempre ha estado puesta en el reino animal (el más cercano a él) y solo en fecha reciente ha empezado a desvelar el tesoro escondido en el reino vegetal, en el que quizá algún día podamos encontrar -entre otras cosas- la cura a muchas de las enfermedades más graves que sufrimos los humanos, nuevas formas de energía limpia, la oportunidad de desarrollar materiales innovadores y un número incalculable de posibilidades inexploradas en el terreno de la química y la biología.
Queda claro, pues, que el reino vegetal no es tan solo un ingrediente fundamental para la vida en el planeta, sino también un gran obsequio para el ser humano y su inteligencia, un regalo que a menudo tiramos a la basura sin dignarnos a echarle un vistazo. Se estima que el ser humano conoce apenas el 5 o el 10 por ciento de las especies vegetales del planeta y que de éstas extrae el 95 por ciento de todos los principios medicinales.
Todos los años miles de especies de las que no sabemos nada se extinguen, y con ellas se pierden definitivamente quién sabe cuántos regalos para la humanidad. A lo mejor cobrar conciencia de que las plantas sienten, se comunican, recuerdan, aprenden y resuelven problemas nos ayudará algún día a considerar las plantas como seres más cercanos a nosotros y nos dará la oportunidad de estudiarlas y protegerlas con mayor eficacia.
No es casual, a la vista de las pruebas científicas reunidas a lo largo de las últimas décadas, que a finales de 2008 la Comisión Ética Federal para las Biotecnologías No Humanas (ENCH), constituida en 1998 por el Consejo Federal de Suiza, publicara un documento titulado La dignidad de los seres vivientes, con especial atención a las plantas. Consideración moral de las plantas para nuestro propio bien.
Por difícil que parezca aplicar a los vegetales un concepto que ha marcado la historia de la humanidad, la referencia a su dignidad puede entenderse como un primer paso hacia la legitimación de los derechos de las plantas, con independencia de los intereses humanos. Esto significa que deben ser respetadas y que los humanos tenemos obligaciones para con ellas. Mientras veamos a estas criaturas meramente como cosas, máquinas pasivas que obedecen servilmente a un programa siempre idéntico, mientras las consideremos organismos cuyo único fin se cifra en satisfacer nuestros intereses y necesidades, aplicarles un atributo como el de la dignidad nos parecerá absurdo e insensato. Pero si las plantas son activas, adaptables, verosímilmente capaces de sentir percepciones subjetivas y, sobre todo, poseedoras de un modo de vida del todo independiente de nosotros, entonces existen buenas razones para aceptar que el concepto de dignidad puede ser aplicable también a ellas.
A principios del siglo XX, Jagadis Chandra Bose (1858-1937), uno de los primeros científicos indios modernos y figura legendaria en la historia contemporánea de la India, defensor de la identidad fundamental entre plantas y animales, escribió: "Estos árboles tienen una vida similar a la nuestra, comen y crecen, luchan contra la pobreza, sienten dolor y sufren. Pueden robar, pero también ayudarse los unos a los otros, trabar amistades y sacrificar su vida por sus pequeños".
Todavía hay muchas cuestiones controvertidas y queda mucho por descubrir. Pero la comisión bioética suiza, compuesta por filósofos especializados en ética, biólogos moleculares, naturalistas y ecólogos, se mostró unánime en una cosa: las plantas no pueden ser tratadas de modo arbitrario. Su destrucción indiscriminada es moralmente injustificable.
Hay que precisar que el hecho de reconocerles derechos a las plantas no reduce ni limita su uso, del mismo modo que el reconocimiento de la dignidad de los animales no ha significado su eliminación de la cadena alimentaria ni ha prohibido su uso en experimentos.
Durante siglos, también los animales han sido vistos como máquinas sin razón. Solo de unas décadas a esta parte hemos empezado a conferirles derechos, dignidad y respeto: los animales ya no son cosas. De resultas de este cambio de perspectiva, casi todos los países desarrollados han aprobado leyes destinadas a proteger y tutelar su dignidad. Para las plantas no existe nada parecido, al contrario: la discusión sobre sus derechos apenas acaba de comenzar, pero no puede seguir postergándose.
Stefano Mancuso y Alessandra Viola ("Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal", Galaxia Gutemberg, 2015)
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