Ese humilde cactus tan lleno de espinas
tan pobre a la vista que nadie se arrima,
casi no precisa que le viertan agua
porque se refresca con su propia savia.
Está en un rincón muy junto a la verja
casi no se nota su triste existencia,
todos entran salen y no lo registran
no es nardo, ni rosa, ni clavel, ni hortensia.
Un día me asomo desde mi ventana
y obsevo el jardín con todas mis ganas,
cual es mi asombro una hermosa flor
hay en mi cantero, un bello color.
El cactus humilde cubierto de espinas
puede dar su flor, tan suave tan fina,
me froto los ojos, no puedo creerlo,
mas cuando amanece como con rubor
se cierran los pétalos de su hermosa flor.
Catalina de Alvarado
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