Hafiz, poeta del amor y de las rosas
Hyalmar Blixen
Quizá no pueda rememorarse la obra de Hafiz, flor de la poesía persa del siglo XIV, sin pensar en aquella ciudad fabulosa que fue Chiraz, a orillas de Roknabad y el tajo de las caravanas que a Abukir, Ispahan, Bagdad y en general el Teherán llevaban cargamentos de lana y algodón, costosos pefumes para aromar las hurís de carne y hueso de los harenes, el opio, que presta una segunda vida a los desesperados de ésta y la goma y las pieles y los costosos tapices que han dado fama a las industrias de Persia. Chiraz fue una encantada ciudad de jardines, donde las rosas ostentaron, con inconsistente ufanía, su principalía de unas horas; fue la ciudad de los vinos, cantados por los sufis en medio de sus mortificaciones ascéticas y por los poetas que querían evadirse -como Omar Al-Khayyam- de las torturas de un pensamiento que no lograba, sin embargo, hacer las cosas más comprensibles.
A poco de morir Saadi, el autor del "Bustán" y del "Gulistán", otra voz renovaba los tonos de la poesía persa, alegraba o entristecía los banquetes, e interpretaba la constelación de los sentimientos del alma, como un astrólogo el lenguaje de oro de las estrellas.
Hafiz nació, vivió y murió en Chiraz y nunca quiso abandonar esa ciudad donde el sol hacía bailar los colores y las blancas casas se tornaban de plata bajo la luna, que embrujaba las cúpulas de las mezquitas. ¡Ay! Día vendría luego en que sería saqueada y destruída por el más desvastador de los animales y día también en que un terremoto haría de aquel lugar opulento, una sombra proyectada en nuestra imaginación, como el perfume de un agradable sueño. ¿Cómo no recordar, entonces, aquellos versos en que Hafiz canta a su ciudad natal con la alegría y el orgullo de aspirar el latido de sus calles y llenar los ojos del color de sus cielos?
"¡Salud, Chiraz, ciudad incomparable! ¡Te ampare el cielo contra todo daño! Mil y mil alabanzas al país favorecido de la luz celeste con tantos esplendores".
La brisa que sopló entre Jaferabad y Mosella, luego de haberte rozado, ¡oh Chiraz! queda toda embalsamada de perfume del ámbar gris".
"¡Oh peregrinos del amor! Venid a Chiraz y el amor, si vuestro corazón lo implora, os colmará de todos sus dones"
Y en otro poema confiesa:
"La brisa de las tierras de Mosella y las aguas de Roknabad me han impedido siempre irme para hacer vida errante".
Estudioso de las leyes, docto en las tradiciones coránicas -se dice que sabía de memoria el libro de Mohamed- su obra es el punto de controversia de los exégetas; unos ven en sus loas al vino, una alusión a las embriagueses celestiales; otros piensan que la copa llena de licor dio fuerzas para vivir a aquel hombre, sensible a todas las manifestaciones de la existencia y por lo tanto, herido de contínuo por el roce de la vida. Aunque unido a la secta sufi, Hafiz cantó al amor en todas sus manifestaciones posibles; lo cantó en la gloria de unos ojos oscuros, lo cantó en las alas del ruego, lo cantó como un idioma de felicidad, lo cantó como un temblor de inquietudes, lo cantó como separación y como olvido, lo cantó como un extravío del yo, lo cantó como una semilla de su inspiración poética, lo cantó como un fatalismo oscuro y brutal, lo cantó como un dolor silencioso y secreto, lo cantó como otra forma de la ciencia, lo cantó como una ilusión que se disuelve, lo cantó como una manera de ver a Alá, lo cantó como un goce peligroso, lo cantó proyectado hacia la naturaleza... Y, exultando fraternidad, lanzó a los vientos su mensaje aconsejando a todos a ceder al amor, cuando en el alma se levanta como una aurora nueva.
"Que el corazón que te penare ignore paz y reposo" dice a su amada en uno de sus dísticos. En otro mide, en una balanza mística, la parte de fortuna que tal vez le haya deparado el Destino, ante esa belleza que siente tan lejos de su alcance:
"Puesto que los reyes son indignos de besar el polvo de tu puerta, ¿qué esperanza puedo yo tener de que contestes a mi saludo?"
"Sin embargo ¡oh Hafiz! no dejes esa puerta con despecho; prueba fortuna, acaso caiga el dado de la suerte en tu nombre".
Y en un arrebato de entusiasmo lanza al viento su cantar:
"Mis ojos no se han saciado de mirarte. Fuera de ti no conozco pena ni deseo".
"No juegues asi en sus trenzas, ¡oh, brisa vagabunda! Por uno de esos cabellos solamente, Hafiz daría mil veces la existencia"
Y más aún:
"Si ruidosos adoradores asaltan tu puerta, ¿quién puede asombrarse de ello? En torno de las flores, ¿no zumban a porfía las abejas?"
O todavía:
"No hiciste más que pasar y vacilé como un ebrio. Los ángeles descendieron para verte en muchedumbre"
Pocas cosas describe de su amada; sabemos de su mirada de ojos oscuros, de su porte esbelto y majestuoso y de sus cabellos negros; esta última particularidad la dice así:
"Mi corazón se extravió en la noche aromada de tu pelo".
El amor aparece en Hafiz asociado a la primavera y a la naturaleza; a causa de él ve la alegría de las cosas o la pena secreta que ellas encierran. Luminoso u oscuro, transparente u opaco, valioso o despreciable, el mundo está visto por Hafiz según las medidas de sus sentimientos. He aquí cómo interpreta la naturaleza durante una hora de amor feliz.
"Claro es el vino y ebrios de amor están los pájaros. Es el tiempo del amor y toda la vida es bella".
"La rosa ha desnudado su gracia, la brisa es una alegría con alma; de todas partes lléganme perfumes que me reaniman"
Pero cuando la tristeza , la inquietud, el abandono le hacen noche en el espíritu, su ser entiende el dolor de la naturaleza, se hermana con la piedra, con la hierba y escucha sus misteriosos latidos:
"¿Por qué el agua que emana de esta fuente gime como una tórtola? Acaso, como yo, tiene una pena que mora en ella noche y día"
Hafiz dio forma corpórea a su emoción en un tipo de poesía llamado "gazal", especie de oda breve, formada por dísticos o versos dobles los cuales entre sí no guardan sino una relación bastante vaga. De un dístico a otro cambia el sentimiento del poeta, caprichoso como el viento, rebelde a toda disciplina, como hijo de esa tierra donde el ensueño y la imaginación andan a sus anchas. No gustaba poner títulos a sus versos, pues limitan demasiado el sentimiento que ellos dejan en el alma, dirigiéndolo exageradamente en un sólo sentido; el verso crece así, libre y alado. Los traductores occidentales no han respetado esa modalidad del poeta y ponen títulos a sus gazales. Al final de cada una de sus canciones Hafiz incluía su nombre en algún estribillo, era como una manera de firmar sus versos, de darles autenticidad. En esos estribillos Hafiz recorre una variada gama de sentimientos. Así a veces expresa en ellos su agradable cautiverio emocional:
"A la hora en que Hafiz escribía estos confusos versos, el pájaro de su corazón caía en la trampa de su amor".
A veces concluye el estribillo con una manifestación de confianza en su inspiración poética:
"¡Oh Hafiz! Sé el adorno del banquete y sirve a tus invitados el vino puro de tus poemas"
A veces exterioriza allí su tremenda duda filosófica:
"La vida, Hafiz, es un enigma. Y el esfuerzo por resolverlo no es sino engaño y vanidad"
A ocasiones, en fin, hace burla de sí mismo y se ríe de su propia embriaguez:
"Quizá el copero haya servido a Hafiz más de lo debido porque está flojo su turbante"
El poeta amaba la música, la hermana misteriosa de la poesía, la amaba especialmente en los jardines o bien en las fiestas, donde se abría la flor de la fraternidad, y el copero escansiaba el vino, risa hecha fuego y sol. Así dice:
"Pon los cojines de seda sobre la hierba del jardín. Erguido como un esclavo, el ciprés ha extendido para ti la fresca alfombra de su sombra azul. El flautista espera..."
"¡Oye cómo los músicos adunan y cómo se funden las voces del arpa y del laúd, del caramillo y de la lira!"
La poesía de Hafiz, rica en los goces de los sentidos, sabía de la brevedad del placer, sabía de las alegrías quebradizas, sabía del inútil esfuerzo humano por incluir la eternidad en los instantes. Así, aconseja beber el agua bienhechora de la vida mientras esté a nuestro alcance y no morirse de sed junto a la fuente que fluye; invita a vivir la primavera y a recoger sus tesoros de color y aroma; no siempre el invierno estará lejos. Para quienes gustan la vida queriendo entender lo incomprensible, dice:
"Mira, en el cielo, cómo ciegamente giran las esferas y aprieta en tu mano la copa del placer"
O también:
"Vive la hora viviente que respiras. La fortuna es veleidosa. ¿Acaso Adán no fue expulsado del Paraíso?"
"En el festín de la vida bebe una copa o dos y lárgate. ¡Que locura soñar con un placer que sea duradero!"
O mismo todavía:
"No me critiques haber dejado la mezquita por la taberna; el sermón era largo; el tiempo se iba"
"¡Oh, corazón mío! Si dejas para mañana los placeres de hoy ¿quién te garantizará el tesoro de vida que aún tienes para gastar?"
Pero Hafiz, poeta del amor, de las rosas, del vino, de la alegría breve, de la belleza, aún en sus manifestaciones dolorosas, de la primavera, de la naturaleza, tenía un fondo de ideas morales que surgen de pronto entre los dísticos de sus gazales, en medio de su brillo deslumbrante, como una arruga que la meditación hace en el rostro del ungido en el banquete. A veces piensa en la riqueza insultante del magnate y en la injusticia que se comete contra el que lleno de sed, contempla sombríamente el festín bullicioso y ajeno. Y dice:
"¡Oh, tú, rico! Date prisa en socorrer al pobre, porque tu oro y tu plata no serán tuyos para siempre"
"En la bóveda celeste, con letras de fuego escriben las estrellas:
"Como no sea el acto del Justo, nada durará siempre"
O también aconseja la limosna:
"No dejes que el monje mendigo se vaya con las manos vacías. Mira: sus lágrimas son puras como la plata; dorado está su rostro por el amor".
Para Hafiz más gloria hay en ser querido por los pobres y que por los ricos; en vano los Ikhánidas de Bagdad y el príncipe indio Mahmud Chah Bachmani le invitaron a sus respectivas cortes. Hafiz, aunque colmado de gloria permaneció pobre, desdeñando las invitaciones que le hicieron los "sha" de omnipotencia efímera; así confiesa:
"Si te coronan sultán en el Reino de los Pobres tu dominio se extenderá por lo menos desde la luna hasta los Peces"
Como vemos, esa gloria no es de la tierra, sino que pertenece al reino de las estrellas.
Caminemos por la vida, piensa Hafiz, pero llevemos buenos amigos. La locura no es buena compañera, ni lo es la necia vanidad; amemos la sabiduría, madre de todas las virtudes y llevémosla con nosotros cuando viajemos, para que en modo alguno podamos extraviarnos. La vida entera es una enseñanza y la naturaleza toda grita al oído sus verdades, pero ¡cuán difíciles son de descifrar! Así, exclama:
"Detrás del velo está llorando un arpa. Sus cantos pueden instruirte, mas sepas tú escucharlos".
"Cada brizna de hierba es un libro; mas es preciso aprender a descifrar su sentido".
En fin, como buen musulmán, el Destino pesa con su carga de fatalidad en los gazales de Hafiz y forma ese claroscuro que los hace tan apreciables: de un lado, la vida, que se apura como una copa; del otro, la conciencia, llena de sombras misteriosas. Atado a cuerdas que no pueden ser rotas, el ser humano vive según el esquema conque fue creado, según el arquetipo inventado por una ley inaccesible a nuestra inteligencia, que le determinó ser una cosa u otra; ese fatalismo lleva a Hafiz a no luchar contra lo que siente dentro de sí y que sube desde el fondo de su ser como el mosto que se fermenta y desborda. Por lo tanto ¿a qué acusarme de mis pecados? -piensa- . Soy como el Destino quiso que fuera:
"No escribáis mi nombre seguido de un insulto; no me llameis borracho. ¿Quién sabe lo que en mi frente ha escrito el Destino?"
Y también:
"No te inquietes por el tiempo que huye.Y sin quejarte, deja girar la rueda del Destino. Toca en paz el laúd para ti solo".
Un viento torvo, ennegrecido por las nubes del Ecclesiastés oscurece, a veces, la luz de sus gazales; entonces se le hace patente lo insulso de las cosas, en que no pueden saciarse las ansias humanas. La vanidad de todo lo que es, hace sombra en algunos de los gazales de su "Diván".
¿Salvará el trabajo al hombre? No; "la consecuencia de toda nuestra labor -dice- no es sino vanidad".
¿Salvarán al hombre sus sentimientos? No; "el corazón y acaso el alma -canta- no son sino vanidad".
¿Salvaránlo, entonces, las glorias del otro mundo? Quizás no; "acaso los jardines del paraíso -exclama- no sean sino vanidad"
¿Gozará de paz durante su tiempo de vida? No, pues "el tiempo mismo -llora- no es sino vanidad ".
Tal era Hafiz en sus momentos de pesimismo pero, afortunadamente, otros de sus gazales se levantan hermosos como la luna y nos llenan de serenidad; Así él mismo disuelve sus propias nieblas y dísticos alados salen de su ser a saludar la armonía de los dos mundos, como éstos:
"No te aflijas si, por algunos instantes, las esferas estrelladas no giran según tus deseos, pues la rueda del tiempo no siempre da vueltas en el mismo sentido"
"No te aflijas si el viaje es amargo y la meta invisible. No hay camino que no conduzca a una meta".
"No te aflijas, Hafiz en el rincón humilde en el que te crees pobre y en el abandono de las noches oscuras, pues te quedan aún tu canción y tu amor"
Un día se extinguió la vida del que llamaron "Ruiseñor de Chiraz" poeta admirado por hombres tan distintos como el temible asolador de pueblos, Tamerlán, su contemporáneo, o Goethe, el ser que mejor representó la inteligencia humana durante su época. Una tumba, que aún se conserva junto a un ciprés milenario, como aquel de azulada sombra... Un poco de risa alrededor y cantos de niños; un lugar obligado de los peregrinos, guarda a aquel que vivió lleno de música tras disolverse en el polvo originario y eterno.
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