Educado en una escuela porteña, en la que llegó a ser preceptor, sintió despertar su vocación por la enseñanza y, aunque no tenía título oficial, comenzó a ejercer el magisterio en las escuelas de la Piedad y Balvanera. Poco después se trasladó a la campaña y fue maestro en Mercedes, Chacabuco, Salto y Trenque Lauquen. En estos pueblos también alcanzó notoriedad como periodista polémico y apasionado, poco complaciente con los caudillos locales.
Vehemente y entregado por entero a su labor pedagógica, tuvo la satisfacción de que la escuela de campaña que dirigía recibiera un día la visita de Sarmiento. No obstante, pronto debió dejar su puesto por carecer de título habililitante.
Posteriormente, ayudado por la reputación que le habían alcanzo algunos artículos periodísticos, logró un empleo en la Cámara de Diputados de Buenos Aires. Luego fue bibliotecario y traductor de la Dirección General de Estadística de la misma provincia. Hacia 1887 se estableció en La Plata, por esos días ya era un escritor de cierto nombre, puesto que desde 1877 aparecían versos suyos en diarios porteños. Después de ejercer el periodismo en el diario "Buenos Aires", en 1890 se trasladó a la Capital Federal. No permaneció mucho tiempo en la ciudad, ya que regresó a La Plata para ocupar la dirección del diario "El Pueblo". Desde ese momento su actividad periodística no declinó y sus artículos y poemas, firmados con el seudónimo de Almafuerte, sacudieron con su combatividad la tranquila sociedad bonaerense, suscitando apasionadas adhesiones tanto como enconados ataques.
Nuevamente en su escuela de Trenque Lauquen, no pudo satisfacer su ambición de enseñar a los niños, porque fue dejado cesante por "cuestiones políticas", en 1896. En rigor, la razón no parece atendible, ya que Almafuerte jamás se había alineado en las agrupaciones políticas de su tiempo, aun cuando nunca había retaceado su virulenta crítica a los hombres públicos, sin importarle a que partido pertenecían. Establecido en La Plata, vivió retirado prácticamente de la vida pública, sufriendo innumerables privaciones. Con algo de predicador, prefirió las sombras de la pobreza a aceptar algún empleo público que se le ofreciera, pues siempre había criticado a aquellos que vivían a expensas de los presupuestos oficiales.
Bohemio incorregible, de carácter explosivo, casi intolerante, nunca se esforzó por disimular los arranques de su mal genio. Gálvez lo recuerda, a poco de cruzar el siglo XX, en la plenitud de sus arrebatos: "Odiaba a los "literatos". Almafuerte, era de una ignorancia asombrosa . . . No podía ser considerado de ninguna manera como un hombre de letras. Esto no quiere decir que no trabajase sus versos. Al contrario, vivía dedicado a ellos, corrigiéndolos, perfeccionándolos. No escribía con claridad ni sencillez. Pero el retorcimiento de sus frases no era resultado de su cultura literaria sino de su singular conceptismo . . . Recuerdo sus violentas expresiones para juzgar a Max Nordau, a D'Annunzio, a José Ingenieros, a Leopoldo Lugones y a algunos otros. Una vez se despachó contra Tolstoi, lo cual nos asombró. Odiaba los socialistas . . . En sus invectivas tremendas, dichas a gritos, en tono un tanto oratorio, barajaba sin pestañar los epítetos "estúpido", "cretino", "miserable", "vil" y otros análogos. A veces calificaba a algún colega como un hijo de tal. Era apocalíptico y mal hablado . . . He conocido pocos ególatras como él . . . No sólo hablaba sin cesar de sí mismo, sino que no admitía que se le discutiese y menos que se juzgara sus versos desfavorablemente . . . El magisterio que ejercía ante nosotros era moral, no literario . . . Más de una vez lo oí decir que él no era un literato sino un hombre, un hombre que gritaba la verdad a sus compatriotas".
Día de la proclamación de la fórmula De la Torre-Repetto, Agosto 1931.
En 1904, Almafuerte se contó entre los que apoyaron la candidatura presidencial de Marcos Avellaneda, aunque sin mucho entusiasmo. Hacia 1906 su situación económica empeoró y se convirtió en su principal preocupación. En su desesperación recurrió con frecuencia a la bebida, aun cuando jamás fue un alcohólico. Pese a las estrecheces que pasaba adoptó cinco hermanos y les brindó lo poco que tenía. En los años próximos al Centenario habitaba un rancho en los arrabales de Tolosa. Sin embargo, seguía siendo el genio tutelar de los jóvenes rebeldes, que lo veían como un auténtico profeta. En 1913, a instancias de algunos amigos, accedió a leer y comentar sus poemas en el teatro Odeón de Buenos Aires, la sala preferida de la élite porteña. El éxito estimuló al poeta y a sus empresarios a continuar con sus exhibiciones. Pero esta actividad no conformó del todo al escritor, que, no sin amargura, comentó: "Me han domesticado".
La iniciación de la Primera Guerra Mundial lo encontró en una ferviente militancia por la causa aliada. Por esos años, la lectura pública de sus obras, sus conferencias y la colaboración de algunos hombres del gobierno aliviaron su precaria situación y le permitieron adquirir, mediante un préstamo hipotecario, una modesta casa en La Plata.
Por entonces, su obra ya había concluido. Ni "extensa ni variada", según Rojas, refleja con exactitud las terminantes, contradicciones de su personalidad. Concebida en un tono profético, casi bíblico, presenta imperdonables descuidos formales y aun errores gramaticales. En compensación, muestra espontaneidad, apasionamiento y un permanente afecto por lo popular y los humildes. Rojas afirma que su producción puede agruparse en tres volúmenes: poesías, Evangélicas y Discursos. Algunas de sus poesías alcanzaron inusitada popularidad como El Misionero, Vencidos, Jesús, Confiteor Deo, Piú Avanti, La Inmortal, Milongas Clásicas -que Rojas estima como un fracasado intento de poesía popular- y su célebre Apóstrofe contra el Kaiser Guillermo.
Las pasiones que suscitó su desbordante temperamento, que no conoció treguas ni alianzas permanentes, se prolongaron en el encontrado juicio de la crítica. Venerado por la juventud, Almafuerte recibió del Congreso Nacional una pensión vitalicia, que importaba un reconocimiento a su áspera existencia y también un alivio a su siempre apretado bolsillo. Pero no llegó a cobrarla porque murió pocos meses después, el 28 de febrero de 1917, en su humilde casa platense.
Fuente: Nueva Enciclopedia del Conocimiento
La yapa
Como una sola estrella no es el cielo,
ni una gota que salta, el Ocëano,
ni una falange rígida, la mano,
ni una brizna de paja, el santo suelo:
tu gimnasia de jaula no es el vuelo,
el sublime tramonto soberano,
ni nunca podrá ser anhelo humano
tu miserable personal anhelo.
¿Qué saben de lo eterno las esferas?
¿de las borrascas de la mar, las gotas?
¿de puñetazos, las falanges rotas?
¿de harina y pan, las pajas de las eras?...
¡Detén tus pasos Lógica, no quieras
que se hagan pesimistas los idiostas!
Última edición por Samara Acosta el Jue 05 Ene 2012, 13:28, editado 1 vez
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