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    “Los primeros autores catalanes en castellano”, por Sergio Vila-Sanjuán (La Vanguardia, 22-09-2018)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér Mar 13, 2019 11:02 pm

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    “Los primeros autores catalanes en castellano”, por Sergio Vila-Sanjuán (La Vanguardia, 22-09-2018)

    La tradición cultural catalana en lengua castellana ha sido objeto de muy pocos estudios de conjunto que la presenten en todo su recorrido histórico. El más conocido lo realizó Miquel dels Sants Oliver en quince artículos para “La Vanguardia” en 1909-1910. Casi ciento diez años más tarde, el tema constituye el sujeto del libro “Otra Cataluña. Seis siglos de cultura catalana en castellano” (Editorial Destino), que publica Sergio Vila-Sanjuán, coordinador de este suplemento literario de La Vanguardia, del que ofrecemos un extracto. Aunque suele citarse al poeta Juan Boscán, fallecido en 1542, como primera figura literaria importante en este terreno, tuvo precedentes significativos desde cien años antes. Siguiendo a investigadores como Jordi Rubió o Martí de Riquer, esta tradición arranca en el siglo XV, tras el Compromiso de Caspe y el cambio de dinastía en la Corona de Aragón, y la inauguran autores como Enrique de Villena, Torroella o Moner.

    *

    Enrique de Villena. Último descendiente de Wifredo el Velloso.

    Pequeño de estatura, dueño de una vasta cultura humanística, políglota, con fama de mago y nigromante, la primera aportación sustantiva de Cataluña a la literatura en lengua castellana dejó a su muerte un rosario de leyendas.

    La figura de Enrique de Villena (1384-1434) presenta un alto valor simbólico, ya que es el último superviviente masculino por línea directa y legítima de los primeros condes de Barcelona. Descendiente lejano pero rectilíneo, por tanto, de Wifredo el Velloso, el mítico fundador de la dinastía. Enrique era tataranieto por línea paterna de Jaime II de Aragón y nieto de Alfonso de Gandía y de Foix, primer marqués de Villena y primer duque de Gandía.

    No hay certeza sobre su lugar de nacimiento. El padre muere joven en una batalla, cuando él era un niño. Se educa con su abuelo, posiblemente primero en Gandía y después en la corte castellana; habla catalán desde pequeño. La relación con la madre es escasa y se pierde cuando ella contrae un segundo matrimonio en Portugal.

    Según apunta la estudiosa Elena Gascón Vera, de sus cincuenta años de vida, buena parte los pasó en tierras de habla catalana. Su libro Arte de Trovar acusa la familiaridad con la tradición trovadoresca y constituye hoy un documento indispensable para cualquier interesado en ella.

    Las fiestas de la Gaya Ciencia habían sido instituidas en Barcelons por el rey Juan I, que governó entre 1387 y 1396. Para ello siguió el modelo de la corte de Tolosa, que estimulaba la poesía en provenzal. Juan (“el Augusto de la civilización catalana”, según Rubió y Lluch) era incontestablemente un letraherido, tuvo como secretario a Bernat Metge y, con su esposa Violante de Bar, gustaba de agasajar a juglares y músicos.

    Este monarca pidió al rey de Francia que le enviara dos mantenedores, y así llegaron a la ciudad un maestro en teología y otro en leyes, que pusieron en marcha las primeras convocatorias. Con su hermano y sucesor, Martín el Humano (1396-1410), la tradición se mantuvo.

    A la muerte de Martín, tras el Compromiso de Caspe en 1412, asume la corona Fernando de Antequera, por un lado castellano de la dinastía Trastámara pero también, por el otro, sobrino de Martín el Humano y nieto de Pedro el Ceremonioso. Villena trabó una magnífica relación con este primo lejano suyo y lo acompañó a varios destinos. En Barcelona, el nuevo rey se dejó asesorar por Enrique en lo tocante a las fiestas de la Gaya Ciencia. Según este recogería años más tarde en Arte de trovar, las materias que los poetas debían abordar era “algunas veces loores de Santa María, otras de amores e de buenas costumbres”. El día señalado se reunían mantenedores y trovadores en palacio, en torno a un bastimento cuadrado, “tan alto como un altar” y cubierto de paños de oro, sobre el que se habían dispuesto libros y la joya con que se premiaba al ganador. A la derecha se sentaba el rey. Leían los trovadores sus trabajos y entregaban el texto al escribano. Deliberaban después los consistorios -uno secreto y otro público-y don Enrique entregaba la joya al ganador. Seguía después una fiesta con música de trompetas, confites y vino.

    Entre 1416 y 1417, instalado en Valencia, Villena redactó en catalán, y tradujo inmediatamente al castellano, su libro Els dotze treballs d’Hèrcules, que enlaza con las preocupaciones del humanismo europeo al abordar temasde la mitología clásica recurriendo a fuentes como Ovidio o Virgilio. A partir de ese momento el resto de su obra la produce en esta segunda lengua.

    ¿Por qué cambió de idioma literario? Según la estudiosa Elena Gascón Vera, por conveniencia política: “Después de la muerte de su primo el rey Fernando, percibiendo con claridad que el momento histórico de la península estaba dominado por la dinastía castellana y calibrando que sus posibilidades económicas solo podían venirle seguras de Castilla, se decide a fijar definitivamente su residencia en este reino”. Pero el humanismo barcelonés, su clima cultural y científico, habían impreso, de acuerdo con Gascón Vera, un toque diferencial en la obra de Villena respecto al cristianismo de tono muy medievalizante de la nueva corte en la que se integró.

    Don Enrique tradujo al castellano, al menos parcialmente la Eneida, así como la Divina Comedia. Redactó, también, un Arte cisorio (sobre las distintas formas de cortar con el cuchillo) que le dió pie a tratar extensamente de gastronomía, además de un Tratado de la lepra y un Tratado de la consolación.

    La astronomía y la medicina figuraron entre sus grandes intereses. Hasta un límite que inquietó a sus contemporáneos, ya que el amor de las escrituras “non se deteniendo en las ciencias nobles e catolicas, dexose correr a algunas viles e raheces artes de adeuinar e interpretar sueños e estornudos e señales e otras cosas tales que nin a principe real e menos catholico christiano convenían”, según el historiador, contemporáneo de Villena, Fernando Pérez de Guzmán.

    Tras la muerte del noble escritor en un monasterio madrileño, el monarca castellano Juan II encargó al obispo y cronista Lope de Barrientos que hiciera quemar su biblioteca, sospechosa desde el punto de vista del dogma. En la hoguera desaparecieron, al parecer, textos consagrados al mal de ojo y la alquimia.

    A esa aura sulfurosa se deben no pocas leyendas que a lo largo de los siglos circularon sobre el personaje. Como la de la Cueva de Salamanca, donde entraban siete estudiantes a estudiar por siete años y aprendían artes mágicas vedadas de una cabeza parlante hecha de alambre. Uno de ellos habría sido Villena. Esta leyenda, con distintas variantes, dio pie en los siglos siguientes a obras teatrales de Juan Ruiz de Alarcón y de Rojas Zorrilla, y a algunos poemas y narraciones.

    Según su amigo y discípulo el Marqués de Santillana, con Enrique de Villena se fue el “mayor de los sabios del tiempo presente”. Su hija ilegítima Isabel de Villena, (1420-1490), educada en la corte de Alfonso el Magnánimo, religiosa clarisa, desarrolló una carrera literaria propia en Valencia, y en lengua catalana. A su Vita Christi, escrita para las monjas de su convento, se le atribuye hoy una voluntad de reafirmación femenina que respondería a la misoginia entonces imperante en obras de la época como L’espill de Jaume Roig.


    Triste deleytación. Dobles parejas del siglo XV.

    Una novela atribuida a un monje sobre un lio amoroso entre dos parejas vinculadas por lazos familiares configura la segunda aportación relevante del siglo XV en el terreno que nos ocupa.

    El sabio Martín de Riquer alertaba en un artículo de 1956 de la existencia, en la Biblioteca de Catalunya, del manuscrito de Triste deleytación. Aunque algún erudito anterior ya lo había citado, Riquer lo estudia a fondo, da como probables fechas de redacción las que transcurren entre 1458 y 1467 y adelanta el nombre del autor. El libro, señala, “presenta un real interés literario y es, sin duda alguna, una de las primeras manifestaciones de la prosa en castellano por parte de autores catalanes”.

    Como si de una novela de Joseph Conrad se tratara, Triste deleytación arranca con el testimonio de un testigo que sitúa la doble historia amorosa que va a arrancar, ocurrida en 1448 entre una dama joven virtuosa y un amigo galante, por una parte, y entre la madrastra de la dama y otro caballero -confidente del galán-, por otra.

    Las relaciones entre estas dos parejas van viento en popa, con los altibajos de rigoren el género de novela sentimental de la época, todo ello adornado con diálogos sentenciosos entre la Razón y la Voluntad. Hasta que, a raíz de una estancia de los protagonistas en el campo, el padre de la joven -y marido de la dama- se entera del asunto, mata a su mujer, lo intenta con el amante de ella y encierra a su hija en un convento.

    El galán, atormentado por el peso del destino,sufre lo indecible y emprende un viaje onírico al Más Allá, donde se encuentra con personajes bíblicos y mitológicos como Sansón, Hércules y Jasón. En esta segunda parte, a lo largo de una historia secundaria intercalada, aparecen a Mallorca y Barcelona. Se habla de un famoso amante catalán llamado Oliver, y de un perseguidor llamado mosén Castell. También incluye un poema -un lai- en lengua catalana.

    El manuscrito no fue publicado hasta los años ochenta del siglo XX, en que gozó de dos ediciones sucesivas, una en la editorial de la Universidad de Georgetowwn (EE.UU.), otra en la Universidad de Morón (Argentina). E. Michael Gerli, responsable de la primera, señala que, aunque escrito en castellano, el libro es fiel a las raíces catalanas por su recuperación del papel de la Fortuna en los asuntos del amor y las vidas humanas, que remiten a Bernat Metge. Destaca también su originalidad dentro del género entonces en auge de la novela sentimental, al aportar elementos irónicos y humorísticos que dinamitan sus convicciones.

    Regula Roblan de Langbehn, editora de la segunda, señala posibles influencias del Llibre de les dones, de Francesc Eiximenis, por lo que respecta a la libertad de movimientos de las protagonistas, más propia de las señoras de la alta burguesía catalana que de la aristocracia castellana. Para ella no hay duda de que sea obra de un catalán, “por el castellano torpe del texto, y el hecho de que algunas de sus anomalías sean catalanismos”.

    ¿Y el autor? Estos dos editores no discuten la atribución de Riquer, quien señala al poco conocido eclesiástico Fra Artal de Claramunt, comendador de La Guardia, por dos razones: sus iniciales concuerdan con las que figuran en el sobrescrito del texto. Y el blasón del personaje central de la novela coincide con el de los Claramunt. Pero no se conservan textos del fraile con los que comparar la novela para acabar de certificarlo.



    Pere Torroella. El misógino.

    Pere Torroella, o Pedro Torrelas, nacido en el Empordà hacia 1420 -tal vez en La Bisbal o en Torroella de Montgrí-, de origen noble, fue un poeta militar y cortesano.

    Se formó en la corte de Navarra, donde estuvo al servicio del rey Juan, hermano de Alfonso el Magnánimo (a quien acabaría sucediendo en la Corona aragonesa), y trabó una buena relación con su hijo Carlos, príncipe de Viana. Torroella le acompañó como mayordomo incluso cuando Carlos decidió rebelarse contra su padre, ya rey de Aragón, encabezando las reivindicaciones institucionales catalanas. Tras el fracaso del príncipe -que acabó encarcelado y tuvo una muerte misteriosa-, Torroella volvió, al parecer sin problemas, al servicio del progenitor.

    Admirador de Ausiàs March, nuestro autor, poeta en catalán y castellano, se verá finalmente fascinado por la visión panhispánica que estaba dibujando Juan II. Un proyecto de unificación que acabó llevando a cabo, descartado el príncipe de Viana, su otro hijo, Fernando el Católico. El futuro lema “tanto monta...”, Torroella “lo podría haber utilizado como lema de su propia producción, que en principio debía exhibir un equilibrio entre las dos lenguas, sin que ninguna prevaleciera sobre la otra”. O eso al menos es lo que piensa el profesor estadounidense Peter Cocozzella, quien ha estudiado el bilingüismo literario en la corona de Aragón en la segunda mitad del siglo XV.

    De sus obras en castellano suele citarse Maldezir de mujeres, conjunto de coplas que tuvieron el triste honor de introducir la misoginia como tema literario en la poesía en esta lengua. Así lo afirma otro estudioso, Robert Archer, quien lo considera “uno de los poemas de más éxito del siglo XV, que aparece copiado en diecisiete manuscritos posteriores”. Para Archer, Torroella “da el paso que otros no habían querido dar: había escrito contra las mujeres (…) (llevando) a la poesía en castellano una práctica que hasta entonces solo tenía tradición en catalán”.

    En su Maldezir, el cortesano escritor se despacha con consideraciones como la siguiente: “Son todas naturalmente / malignas e sospechosas / non secretas e mintrosas / e movibles ciertamente / vuelven como foja al viento / ponen’l absente en olvido / quieren comportar a ciento / así que el más contento / es cerca de aborrecido”.

    Otros escritores contemporáneos como Antón de Montoro o Gómez Enrique polemizaron en verso con este tan discutible panorama del género femenino, y el propio Torroella se retractaría, o al menos matizaría en algún texto posterior sus posturas.

    Jordi Rubió destaca de su prosa la Complanta por la muerte de Inés de Clèves (1448), oración fúnebre por la esposa del príncipe de Viana, “un texto de elocuencia que demuestra la faclidad con que se movía al emplear el castellano”.


    Francisco de Moner. El atormentado.

    De Francisco de Moner y de Baturell, nacido en Perpiñán en 1463, se sabe que fue paje de Juan II, en cuya corte probablemente coincidió con Torroella, y que sirvió luego en Barcelona al duque de Cardona. En esta época “amó a una señora de su tierra, con tanta verdad, que basta para descargo de las liviandades que suelen traer los amores”, según el testimonio de su primo Miguel Berenguer de Barutell, quien se ocupó de editar póstumamente su obra. No debieron de ser amores afortunados, ya que tras propinar una bofetada a un rival en sus amores, acabó en la cárcel. A los veintiocho años Moner se ordenó franciscano, ingresando en un convento de Lleida, y murió de forma poco explicada en el año clave de 1492 -Cristobal Colón debía de estar llegando a América-, antes de cumplir los treinta.

    Autor bilingüe, como Torroella, en su producción en castellano destaca la alegoría, en prosa y verso, La noche. El escritor está solo en el palacio de los condes de Cardona y por su alma circulan “los pensamientos más tristes”. Sale al campo, cae por un barranco; extraviado, va a parar “delante una maraviloza fortaleza en una montaya muy alta”. Allí encontrará a la dama Costumbre y reflexionará sobre la Discordia, la Amistad, la Fortuna y la Fama; también sobre las pasiones que mueven al ser humano, las del bien convenible (amor, deseo, deleite) y las del mal esquivable (odio, aburrimiento, tristeza).

    Todo ello “en una trayectoria ambigua de ascenso y descenso, de encumbramiento y caída”, en palabras del profesor Cocozzella, para quien el texto resulta fuertemente revelador de una crisis de conciencia, y está marcado por la psicología de la angustia. La obra, enfatiza Cocozzella, “de un autor genial”.

    En la edición llevada acabo en el siglo XIX por otro pariente (o mejor dicho descendiente, suponemos que colateral), Joaquín Manuel de Moner, las composiciones en castellano ocupan 230 páginas, y las catalanas 70, constituyendo, según el recopilador, “un documento justificativo de la historia de las dos literaturas”. El joven poeta intimista y delicado nos lega composiciones como “Y dame la mayor tristeza”:

    Mi suerte siempre siniestra
    Dio lugar a mi simpleza
    Mas por ser la causa vuestra
    No me pesa,
    Y dame mayor tristeza.
    Home pasa por tal bien
    pasar mal
    Mas he dolor que soys quien
    Se vurla de verme tal;
    En que muy claro se muestra,
    Quan sobrada es la crueza
    Mas por ser voluntad vuestra
    No me pesa,
    Y dame mayor tristeza.



    Sergio Vila-Sanjuán (La Vanguardia, 22-09-2018)


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