—Pues es raro, porque ¿quién no se cree hoy en Rusia un Mahoma o un
Napoleón? —exclamó Porfirio, empleando de súbito un tono exageradamente
familiar.
Incluso el acento que había empleado para pronunciar estas palabras era
singularmente explícito.
De súbito, Zamiotof preguntó desde su rincón:
—¿No sería un futuro Napoleón el que mató a hachazos la semana pasada
a Alena Ivanovna?
Raskolnikof seguía mirando a Porfirio Petrovitch con firme fijeza. No dijo
nada. Rasumikhine había fruncido las cejas. Desde hacía un momento
sospechaba algo que le hizo mirar furiosamente a un lado y a otro. Hubo un
minuto de penoso silencio. Raskolnikof se dispuso a marcharse.
—¿Ya se va usted? —exclamó Porfirio Petrovitch con extrema amabilidad
y tendiendo la mano al joven—. Estoy encantado de haberle conocido. En
cuanto a su petición, puede estar tranquilo. Haga usted el requerimiento por
escrito tal como le he indicado. Sin embargo, sería preferible que viniera a
verme a la comisaría un día de éstos…, mañana, por ejemplo. A las once
estaré allí. Lo arreglaremos todo y hablaremos. Como usted fue uno de los
últimos que visitó aquella casa —añadió en tono amistoso—, tal vez pueda
aclararnos algo.
—Lo que usted pretende es interrogarme en toda regla, ¿no es así? —
preguntó rudamente Raskolnikof.
—Nada de eso. ¿Por qué? Por el momento, no hace falta. No me ha
comprendido usted. Lo que ocurre es que yo aprovecho todas las ocasiones y
he hablado ya con todos los que tenían allí algún objeto empeñado. Me han
dado una serie de informes, y usted, siendo el último… ¡Ah! ¡Ahora que me
acuerdo! —exclamó alegremente, dirigiéndose a Rasumikhine—. He estado a
punto de olvidarme otra vez…El otro día no paraste de hablarme de
Nikolachka. Pues bien, estoy convencido, completamente convencido de que
ese joven es inocente —se dirigía de nuevo a Raskolnikof—. Pero ¿qué puedo
hacer yo? También he tenido que molestar a Mitri. En fin, he aquí lo que
quería preguntarle. Cuando usted subía la escalera…, por cierto que creo que
fue entre siete y ocho de la tarde, ¿no?
—Sí, entre siete y ocho —repuso Raskolnikof, que inmediatamente se
arrepintió de haber dado esta contestación innecesaria.
cont
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Hoy a las 08:09 por Pedro Casas Serra
» Poetas murcianos
Hoy a las 07:34 por Pedro Casas Serra
» 2014-09-26 a 2014-11-26 SONETOS GRIEGOS: LOS HIPERBÓREOS
Hoy a las 07:05 por Pedro Casas Serra
» POESÍA INUI (Esquimal) // OTROS PUEBLOAS NATIVOS
Hoy a las 07:04 por Pascual Lopez Sanchez
» NO A LA GUERRA 3
Hoy a las 06:41 por Pedro Casas Serra
» POESÍA SOCIAL XIX
Hoy a las 01:33 por Lluvia Abril
» ELVIO ROMERO (1926-2004)
Hoy a las 01:00 por Lluvia Abril
» ANTOLOGÍA DE GRANDES POETAS HISPANOAMÉRICANAS
Hoy a las 00:35 por Lluvia Abril
» CÉSAR VALLEJO (1892-1938)
Ayer a las 23:48 por Pascual Lopez Sanchez
» Farol de la esquina
Ayer a las 19:56 por Amalia Lateano