Nacieron arrebolados amores una noche en Bosquemar, adentro de una bella cabaña de madera, en una ladera a orillas del mar, rodeados de jardines fragantes, con hermosas plantas de Aralias Gigantes y grandes árboles.
Era Febrero.
En el día, los colibríes pasaban zumbando en busca de flores de eucaliptus. Las noches transcurrían sumidas en amor y el ruído de la olas. Conversaban día y noche, sólo DOS, en voz baja, con tibias preguntas de amores existentes en sus vidas pasadas, los amores-antes, envasados en hojalatas y adornados con gardenias; y como loca geografía, recorrían sus vidas de Norte a Sur. Preparaban su futuro y mirábanse de frente, dos ojos azules, los de ella, eran almendras.
Un día el verbo se hizo presente y, desde la blanca neblina, surgió de la nada un silencio, convirtiéndose en beso la alborada. Así nacen los amores inesperados, sin aviso, de sorpresa, sin fanfarrias, con sólo requiebros pero profundas percepciones.
Y desde éstos prefacios, iniciaron el vuelo; eran dos avecillas que encontraron algo tarde esa ambrosía tan ansiada.
Comparan su vida anterior con la felicidad presente. Nunca es tarde, decían, porque la felicidad es como una esfera de cristal etérea, se mide con afectos, modos, abrazos, miradas, sonrisas; es el brebaje para partir en loca carrera en busca de lo cierto.
Esa felicidad está tan cerca, dando vueltas esa esquina invisible.
Fué encontrada, gozada, reciclada en clones y con la multiplicidad del encanto de mil orgasmos, cerraron mil noches y madrugadas. Pareciera al cuento de la Cenicienta. Sin duda ella era bella y no se le cayó el zapato; tenía ojos de almendra y, como imán atrayente, emitían rayos y luces potentes, que caían al fondo de los ojos del enamorado. El amor los cubrió como espesura de bosques y las olas del mar, se apagaban en cada beso entregado.
Así transcurrió la vida corriendo sobre rieles de tranvía, con ruedas de goma sin ocasionar ruídos. Se traspasaban silencios, con voces tranquilas, porque el buen amor no se grita ni se avisa con Neones.
Lo llamaron amor oceánico, allí en Bosquemar.
Fué tan hermoso ese amor, escrito en poemas, decían: se goza, se mira, no se toca.
Más un día, relámpagos y rayos se aprietan en grito sordo.
Transcurridos once años, sin darse cuenta, tantas millas navegadas, porque la felicidad no les deja segundos para reflexiones, y ellos DOS, los mismos de esta historia, deben despedirse, decirse adiós para siempre porque ojos de almendra debe partir a ver al Padre.
Y así también tal cual llegó, se fué en Febrero.
Fué lindo, ése amor en Bosquemar.
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