FERNANDO DE HERRERA
MI BELLO SOL, SI VOY DE VOS AUSENTE
Mi bello sol, si voy de vos ausente
a parte extraña, do el dolor me ofende,
y el fuego, que mi alma presa enciende,
en dulce amor contino está presente;
aunque el color purpúreo de Oriente,
do el sol menor de vuestra luz desciende,
vea cerca, y do el manto oscuro tiende
el apartado extremo de Occidente;
conmigo irá el Amor en igual parte
con la mitad del alma, que me alienta;
que el resto vive en vuestra faz, que adora;
y dividido en una y otra parte,
presente con el bien que me sustenta,
siempre veré resplandecer mi AuroraFERNANDO DE HERRERA nació en Sevilla en 1534. Poeta y prosista español del Siglo de Oro conocido como “El Divino”.
La mayor parte de lo que se conoce sobre él proviene del “Libro de los verdaderos retratos” (Sevilla, 1599) del pintor y escritor Francisco Pacheco, por el cual se sabe que nació en el seno de una muy humilde familia, y se educó a las órdenes del maestro Pedro Fernández de Castilleja sin obtener, a lo que parece, título académico alguno.
En los últimos años de la década de 1550 trabó amistad con don Álvaro y doña Leonor de Milán, conde y condesa de Gelves, que, desde muy pronto, se convirtieron en sus protectores, y esta última en su Musa, la enamorada que aparece aludida en sus versos como Luz, Estrella, Eliodora etc.
En las tertulias llegó a conocer varios poetas famosos y a relacionarse con ellos, como Pacheco, Baltasar de Alcázar, Argote de Molina y otros. Fue amigo del humanista Juan de Mal Lara, con quien compartió la ambición de saber enciclopédico, característica del hombre del Renacimiento
Allá por los años 1565 ó 1566, tras haber recibido órdenes menores, se convierte en beneficiado de la iglesia de San Andrés, lo que le permitió gozar de algunos beneficios correspondientes a este estado, pero se negaba a recibir cualquier merced que pudiera encadenarle de cualquier modo. Fue severo en sus costumbres. Amaba la soledad y el silencio. Representa este hombre el arquetipo del poeta culto, entregado con celo casi religioso a su vocación intelectual, a sus creaciones poéticas y al acrecentimiento de su saber. Pulía y corregía sus trabajos escrupulosamente en busca de una perfección que nunca le parecía lograda; modificaba una y otra vez sus composiciones y llegaba hasta a rehacer por completo una obra entera si no le satisfacía.
Fernando de Herrera había sustituido casi en su totalidad la inspiración por una atormentada manipulación del lenguaje. Ingenió una ortografía más ajustada al sonido de las palabras y una puntuación especial para señalar las pausas de la elocución, los hiatos, las sinéresis y las dialefas. Mientras despreciaba la falta de vigor masculino de algunos líricos de la primera mitad del siglo XVI, él se convertía en un cancionero de estilo petrarquista que atraviesa por tres estados: una revelación amorosa que contiene el elogio cortesano y galante de la belleza de la amada; un estadio de fugaz relación humana y, por último, una vuelta de la amada a la inicial tibieza que tiñe el amor del poeta en los colores de la nostalgia: surge el canto a la noche y a la oscuridad. Considerándose así , en conjunto, su poesía atormentada y prebarroquista.
Murió en Sevilla en 1597
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