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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 16 Ene 2016, 14:31

    .


    Romance burlesco de Quevedo:


    “Pariome adrede mi madre,
    ¡ojalá no me pariera!,
    aunque estaba cuando me hizo
    de gorja Naturaleza.
    Dos maravedís de luna
    alumbraban a la tierra,
    que por ser yo el que nacía
    no quiso que un cuarto fuera.
    Nací tarde, porque el sol
    tuvo de verme vergüenza,
    en una noche templada,
    entre clara y entre yema.
    Un miércoles con un martes
    tuvieron grande revuelta
    sobre que ninguno quiso
    que en sus términos naciera.
    Nací debajo de Libra,
    tan inclinado a las pesas,
    que todo mi amor le fundo
    en las madres vendederas.
    Diome el León su cuartana,
    diome el Escorpión su lengua,
    Virgo el deseo de hallarle,
    y el Carnero su paciencia.
    Murieron luego mis padres;
    Dios en el cielo los tenga,
    porque no vuelvan acá
    y a engendrar más hijos vuelvan.
    Tal ventura desde entonces
    me dejaron los planetas,
    que puede servir de tinta
    según ha sido de negra.
    Porque es tan feliz mi suerte,
    que no hay cosa mala o buena
    que aunque la piense de tajo
    al revés no me suceda.
    De estériles soy remedio,
    pues con mandarme su hacienda
    les dará el cielo mil hijos
    por quitarme las herencias.
    Y para que vean los ciegos,
    pónganme a mí a la vergüenza,
    y para que cieguen todos
    llévenme en coche o litera.
    Como a imagen de milagros
    me sacan por las aldeas:
    si quieren sol, abrigado,
    y desnudo porque llueva.
    Cuando alguno me convida
    no es a banquete ni a fiestas,
    sino a los misacantanos,
    para que yo les ofrezca.
    De noche soy parecido
    a todos cuantos esperan
    para molerlos a palos,
    y así, inocente, me pegan.
    Aguarda hasta que yo pase
    si ha de caerse, una teja;
    aciértanme las pedradas,
    las curas sólo me yerran.
    Si a alguno pido prestado,
    me responde tan a secas,
    que en vez de prestarme a mí
    me hace prestar paciencia.
    No hay necio que no me hable,
    ni vieja que no me quiera,
    ni pobre que no me pida,
    ni rico que no me ofenda.
    No hay camino que no yerre,
    ni juego donde no pierda,
    ni amigo que no me engañe,
    ni enemigo que no tenga.
    Agua me falta en el mar
    y la hallo en las tabernas,
    que mis contentos y el vino
    son aguados dondequiera.
    Dejo de tomar oficio
    porque sé por cosa cierta
    que en siendo yo calcetero
    andarán todos en piernas.
    Si estudiara medicina,
    aunque es socorrida ciencia,
    porque no curara yo
    no hubiera persona enferma.
    Quise casarme estotro año
    por sosegar mi conciencia,
    y dábanme un dote al diablo
    con una mujer muy fea.
    Si intentara ser cornudo
    por comer de mi cabeza,
    según soy de desgraciado
    diera mi mujer en buena.
    Siempre fue mi vecindad
    mal casados que vocean,
    herradores que madrugan,
    herreros que me desvelan.
    Si yo camino con fieltro
    se abrasa en fuego la tierra,
    y en llevando guardasol
    está ya de Dios que llueva.
    Si hablo a alguna mujer
    y la digo mil ternezas,
    o me pide o medespide,
    que en mí es una cosa mesma.
    En mí lo picado es roto,
    ahorro cualquier limpieza,
    cualquiera bostezo es hambre,
    cualquiera color vergüenza.
    Fuera un hábito en mi pecho
    remiendo sin resistencia,
    y peor que besamanos
    en mí cualquiera encomienda.
    Para que no estén en casa
    los que nunca salen de ella,
    buscarlos yo solo basta,
    pues con eso estarán fuera.
    Si alguno quiere morirse
    sin ponzoña o pestilencia,
    proponga hacerme algún bien
    y no vivirá hora y media.
    Y a tanto vino a llegar
    la adversidad de mi estrella,
    que me inclinó que adorase
    con mi humildad tu soberbia.
    Y viendo que mi desgracia
    no dio lugar a que fuera,
    como otros, tu pretendiente,
    vine a ser tu pretenmuela.
    Bien sé que apenas soy algo;
    mas tú, de puro discreta,
    viéndome con tantas faltas,
    que estoy preñado sospechas.”
    Aquesto Fabio cantaba
    a los balcones y rejas
    de Aminta, que aun de olvidarle
    le han dicho que no se acuerda.


    .


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 17 Ene 2016, 07:11

    .


    Un romance satírico de Quevedo:


    De un molimiento de huesos
    a puros palos y piedras,
    don Quijote de la Mancha
    yace doliente y sin fuerzas,
    tendido sobre un pavés,
    cubierto con su rodela,
    sacando como tortuga
    de entre conchas la cabeza.
    Con voz roída y chillando,
    viendo el escribano cerca,
    ansí, por falta de dientes,
    habló con él entre muelas.
    “Escribid, buen caballero,
    que Dios en quietud mantenga,
    el testamento que fago
    por voluntad postrimera.
    Y en lo de “su entero juicio”,
    que ponéis a usanza vuesa,
    basta poner “decentado”,
    cuando entero no le tenga.
    A la tierra mando el cuerpo,
    coma mi cuerpo la tierra,
    que según está de flaco
    hay para un bocado apenas.
    En la vaina de mi espada
    mando que llevado sea
    mi cuerpo, que es ataúd
    capaz para su flaqueza.
    Que embalsamado me lleven
    a reposar a la iglesia,
    y que sobre mi sepulcro
    escriban esto en la piedra:
    “Aquí yace don Quijote,
    el que en provincias diversas
    los tuertos vengó y los bizcos,
    a puro vivir a ciegas”.
    A Sancho mando las islas
    que gané con tanta guerra,
    con que si no queda rico
    aislado a lo menos queda.
    Item, al buen Rocinante
    dejo los prados y selvas
    que crió el Señor del cielo
    para alimentar las bestias;
    mándole mala ventura
    y mala vejez con ella,
    y duelos en que pensar
    en vez de piensos y yerba.
    Mando que al moro encantado
    que me maltrató en la venta,
    los puñetes que me dio
    al momento se le vuelvan.
    Mando a los mozos de mulas
    volver las coces soberbias
    que me dieron, por descargo
    de espaldas y de conciencias.
    De los palos que me han dado,
    a mi linda Dulcinea,
    para que gaste el invierno
    mando cien cargas de leña.
    Mi espada mando a una escarpia,
    pero desnuda la tenga,
    sin que a vestirla otro alguno
    si no es el orín, se atreva.
    Mi lanza mando a una escoba
    para que puedan con ella
    echar arañas del techo
    cual si de san Jorge fuera.
    Peto, gola y espaldar,
    manopla y media visera,
    lo vinculo en Quijotico,
    mayorazgo de mi hacienda.
    Y lo demás de los bienes
    que en este mundo se quedan,
    lo dejo para obras pías
    de rescate de princesas.
    Mando que en lugar de misas,
    justas, batallas y guerras
    me digan, pues saben todos
    que son mis misas aquestas.
    Dejo por testamentarios
    a don Belianís de Grecia,
    al Caballero del Febo,
    a Esplandián el de las Xergas”.
    Allí fabló Sancho Panza,
    bien oiréis lo que dijera,
    con tono duro y de espacio,
    y la voz de cuatro suelas:
    “No es razón, buen señor mío,
    que cuando vais a dar cuenta
    al Señor que vos crió
    digáis sandeces tan fieras.
    Sancho es, señor, quien vos fabla,
    que está a vuesa cabecera
    llorando a cántaros, triste,
    un turbión de lluvia y piedra.
    Dejad por testamentarios
    al cura que vos confiesa,
    al regidor Per Antón
    y al cabrero Gil Panzueca.
    Y dejaos de Esplandiones,
    pues tanta inquietud nos cuestan,
    y llamad a un religioso
    que os ayude en esta brega”.
    “Bien dices -le respondió
    don Quijote con voz tierna-,
    ve a la Peña Pobre y dile
    a Beltenebros que venga.”
    En esto la Extremaunción
    asomó ya por la puerta,
    pero él, que vio al sacerdote
    con sobrepelliz y vela,
    dijo que era el sabio proprio
    del encanto de Niquea,
    y levantó el buen hidalgo
    por hablarle la cabeza.
    Mas viendo que ya le faltan
    juicio, vida, vista y lengua,
    el escribano se fue
    y el cura se salió afuera.


    .


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 18 Ene 2016, 07:19

    .


    Un romance satírico de Quevedo:

    Medio día era por filo,
    que rapar podía la barba,
    cuando después de mascar
    el Cid sosiega la panza;
    la gorra sobre los ojos
    y floja la martingala,
    boquiabierto y cabizbajo,
    roncando como una vaca.
    Guárdale el sueño Bermudo,
    y sus dos yernos le guardan,
    apartándole las moscas
    del pescuezo y de la cara,
    cuando unas voces, salidas
    por fuerza de la garganta,
    no dichas de voluntad
    sino de miedo pujadas,
    se oyeron en el palacio,
    se escucharon en la cuadra
    diciendo: “¡Guarda el león!”,
    y en esto entró por la sala.
    Apenas Diego y Fernando
    le vieron tender la zarpa
    cuando hicieron sabidoras
    de su temor a sus bragas.
    El mal olor de los dos
    al pobre león engaña
    y por cuerpos muertos deja
    los que tal perfume lanzan.
    A venir acatarrado
    el león, a los dos mata,
    pues de miedo del perfume
    no les siguió las espaldas.
    El menor, Fernán González,
    detrás de un escaño a gatas,
    por esconderse abrumó
    sus costillas con las tablas.
    Diego, más determinado,
    por un boquerón se ensarta
    a esconderse donde van
    de retorno las viandas.
    Bermudo, que vio el león,
    revuelta al brazo la capa
    y sacando un asador
    que tiene humos de espada,
    en la defensa se puso.
    Despertó al Cid la borrasca,
    y abriendo entrambos los ojos
    empedrados de legañas,
    tal grito le dio al león
    que le aturde y le acobarda,
    que hay leones enemigos
    de voces y de palabras.
    Envióle a su leonera
    sin que le diese fianzas,
    por sus yernos preguntó
    receloso de desgracia.
    Allí respondió Bermudo:
    “Señor, no receléis nada,
    pues se guardan vuesos yernos
    en Castilla como Pascua”.
    Y remeciendo el escaño,
    a Fernán González hallan
    devanado en su bohemio,
    hecho ovillo en la botarga.
    Las narices del buen Cid
    a saberlo se adelantan,
    que le trujeron las nuevas
    los vapores de sus calzas.
    Salió cubierto de tierra
    y lleno de telarañas;
    corriose el Cid de mirarlo,
    y en esta guisa le fabla:
    “Agachado estabais, conde,
    y tenéis mucha más traza
    de home que aguardó jeringa,
    que del que espera batalla.
    Connusco habedes yantado;
    ¡oh, que mala pro vos faga,
    pues tan presto bajó el miedo
    los yantares a las ancas!
    Sacárades a Tizona,
    que ella vos asegurara,
    pues en vos no es rabiseca,
    según la humedad que anda”.
    Gil Díaz, el escudero
    que al Cid contino acompaña,
    con la mano en las narices
    todo sepultado en bascas,
    trayendo detrás de sí
    a Diego, el yerno que falta,
    con una mano le enseña
    mientras con otra se tapa.
    “Vedes aquí, señor mío,
    un fijo de vuesa casa,
    el conde de Carrión,
    que esconde mal su crianza.
    De dónde yo le he sacado,
    sus vestidos vos lo parlan,
    y a voces sus palominos
    chillan, señor, lo que pasa.
    Más cedo podréis tomar
    a Valencia y sus murallas
    que de ningún cabo al conde
    por no haber de do le asgan.
    Si no merece de yerno
    el nombre por esta causa,
    tenga el de servidor vueso,
    pues tanta parte le alcanza.”
    Sañudo le mira el Cid;
    con mal talante le encara:
    “De esta vez, amigos condes,
    descubierto habéis la caca.
    ¿Pavor de un león hobistes
    estando con vuesas armas,
    fincando en compaña mía,
    que para seguro basta?
    Por san Millán, que me corro,
    mirándovos de esa traza,
    y que de lástima y asco
    me revolvéis las entrañas.
    El que de infanzón se precia
    face en el pavor y el ansia
    de las tripas corazón:
    así el refrán vos lo canta,
    mas, vos, en esta presura,
    sin acatar vuesa casta,
    facéis del corazón tripas,
    que el puro temor vos vacia.
    Ya que Colada no os fizo
    valiente aquesta vegada,
    fágavos colada limpio:
    echaos, buen conde, en colada”.
    “Calledes, el Cid, calledes,
    -dijo, con la voz muy baja-,
    y la cosa que es secreta
    tan pública no se faga.
    Si non fice valentía
    fice cosa necesaria
    y si probáis lo que fice,
    lo tendredes por fazaña.
    Mas ánimo es menester
    para echarse en la privada,
    que para vencer a Búcar
    ni a mil leones que salgan.
    Ánimo sobrado tuve...”
    Mas en esto el Cid le ataja,
    porque, sin un incensario,
    ninguno a escuchar le aguarda.
    “Id, infante, a dona Sol,
    vuesa esposa desdichada,
    y decidla que vos limpie
    mientras yo vos busco un ama.
    Y no fabéis ende más
    y obedeced, si os agrada,
    aquel refrán que aconseja:
    la caca, conde callarla.”


    .


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    FRANCISCO DE QUEVEDO (1580-1645) - Página 3 Empty Re: FRANCISCO DE QUEVEDO (1580-1645)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 19 Ene 2016, 06:07

    .


    Un romance satírico de Quevedo:

    Ya está guardado en la trena
    tu querido Escarramán,
    que unos alfileres vivos
    me prendieron sin pensar.
    Andaba a caza de gangas
    y grillos vine a cazar,
    que en mí cantan como en haza
    las noches de por San Juan.
    Entrándome en la bayuca,
    llegándome a remojar
    cierta pendencia mosquito
    que se ahogó en vino y pan,
    al trago sesenta y nueve,
    que apenas dije “Allá va”,
    me trujeron en volandas
    por medio de la ciudad.
    Como al ánimo del sastre
    suelen los diablos llevar,
    iba en poder de corchetes
    tu desdichado jayán.
    Al momento me embolsaron
    para más seguridad
    en el calabozo fuerte
    donde los godos están.
    Hallé dentro a Cardeñoso,
    hombre de buena verdad,
    manco de tocar las cuerdas
    donde no quiso cantar.
    Remolón fue hecho cuenta
    de la sarta de la mar
    porque desabrigó a cuatro
    de noche en el Arenal.
    Su amiga la Coscolina
    se acogió con Cañamar.
    Aquel que sin ser san Pedro
    tiene llave universal.
    Lobrezno está en la capilla;
    dicen que le colgarán
    sin ser día de su santo,
    que es muy bellaca señal.
    Sobre el pagar la patente
    nos venimos a encontrar
    yo y Perotudo el de Burgos:
    acabóse la amistad.
    Hizo en mi cabeza tantos
    un jarro que fue orinal,
    y yo con medio cuchillo
    le trinché medio quijar.
    Supiéronlo los señores,
    que selo dijo el guardián,
    gran saludador de culpas,
    un fuelle de Satanás,
    y otra mañana a las once,
    víspera de San Millán,
    con chilladores delante
    y envaramiento detrás,
    a espaldas vueltas me dieron
    el usado centenar,
    que sobre los recibidos
    son ochocientos y más.
    Fui de buen aire a caballo,
    la espalda de par en par,
    cara como del que prueba
    cosa que le sabe mal;
    inclinada la cabeza
    a monseñor cardenal,
    que el rebenque sin ser papa
    cría por su potestad.
    A puras pencas se ha vuelto
    cardo mis espaldas ya,
    por eso me hago de pencas
    en el decir y el obrar.
    Agridulce fue la mano;
    hubo azote garrafal,
    el asno era una tortuga,
    no se podía menear.
    Sólo lo que tenía bueno
    ser mayor que un dromedal,
    pues me vieron en Sevilla
    los moros de Mostagán.
    No hubo en todos los ciento
    azote que echar a mal,
    pero a traición me los dieron:
    no me pueden agraviar.
    Porque el pregón se entendiera
    con voz de más claridad
    trujeron por pregonero
    las sirenas de la mar.
    Invíanme por diez años,
    ¡sabe Dios quién los verá!,
    a que dándole de palos
    agravie toda la mar.
    Para batidor del agua
    dicen que me llevarán,
    y a ser de tanta sardina
    sacudidor y batán.
    Si tienes honra, la Méndez,
    si me tienes voluntad,
    forzosa ocasión es esta
    en que lo puedes mostrar.
    Contribúyeme con algo,
    pues es mi necesidad
    tal, que tomo del verdugo
    los jubones que me da,
    que tiempo vendrá, la Méndez,
    que alegre te alabarás
    que a Escarramán por tu causa
    le añudaron el tragar.
    A la Pava del cercado,
    a la Chirinos, Guzmán,
    a la Zolla y a la Rocha,
    a la Luisa y la Cerdán,
    a mama y a taita el viejo,
    que en la guarda vuestra están,
    y a toda la gurullada,
    mis encomiendas darás.
    Fecha en Sevilla, a los ciento
    de este mes que corre ya,
    el menor de tus rufianes
    y el mayor de los de acá.


    .


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