Nacido en Sevilla en 1902.
Perteneció a una familia acomodada donde respiró una atmósfera de estricta disciplina y desafecto reflejada en su carácter tímido, introvertido y amante de la soledad.
Estudió Derecho y Literatura Española. Su poesía es la sensibilidad extrema, y se le consideró uno de los principales representantes de la «Poesía pura» Junto con Juan Ramóm Jimenez,etc. En 1925 comenzó a frecuentar el ambiente literario, haciendo amistad con los más destacados poetas de su generación: Alberti, Aleixandre, y García Lorca,.
Exiliado por posición democratica, fue profesor de Literatura en Glasgow, Londres, Estados Unidos y México, donde falleció en 1963.
Hoy es considerado una de las voces más relevantes de la poesia española de siglo XX.
Adolescente fui en días idénticos a nubes...
Amando en el tiempo
Cómo llenarte, soledad...
Contigo
Dans ma péniche
Deseo
Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos...
El viento y el alma
Eras, instante, tan claro...
La sombra
Las islas
Los espinos
Los fantasmas del deseo
Los marineros son las alas del amor...
No decía palabras...
No es el amor quien muere...
No intentemos el amor nunca
No quiero, triste espíritu, volver...
Orillas del amor
Oscuridad completa
País
Peregrino
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman...
Quiero, con afán soñoliento...
Quisiera estar solo en el sur
Quisiera saber por qué esta muerte...
Razón de lágrimas
Remordimiento en traje de noche
Si el hombre pudiera decir lo que ama...
Sombras blancas
Te quiero...
Todo esto por amor
Tres misterios gozosos
Tristeza del recuerdo
Un muchacho andaluz
Unos cuerpos son como flores...
Ventana huérfana con cabellos habituales...
Yo fui...
Adolescente fui en días idénticos a nubes...
Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquel fui, aquel fui, aquel he sido...
era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia,
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.
Amando en el tiempo
El tiempo, insinuándose en tu cuerpo,
tal la nube de polvo en fuente pura,
aquella gracia antigua desordena
y clava en mí una pena silenciosa.
Otros antes que yo vieron un' día,
y otros luego verán, cómo decir
la amada forma esbelta, recordando
de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.
Pero la vida sólo la aprendemos,
y placer y dolor se ofrecen siempre
tal mundo virgen para cada hombre.
Así mi pena inculta es nueva ahora.
Nueva como lo fuese al primer hombre,
que cayó con su amor del paraíso
cuando viera, tal cielo ya vencido
por sombra, envejecer el cuerpo amado.
Cómo llenarte, soledad...
Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.
Contigo
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
Dans ma péniche
Quiero vivir cuando el amor muere;
muere, muere pronto, amor mío.
Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo,
aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño,
aunque grite:
Vivir así es cosa de muerte.
Pobres amantes,
clamáis a fuerza de ser jóvenes;
sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida,
caiga su frente cansadamente entre las manos
junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro
pero en vosotros aún va fresco y fragante
el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente.
Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria.
Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.
Ante vuestros ojos, amantes,
cuando el amor muere,
vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente;
el amor, cuna adorable para los deseos exaltados,
los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo
el rasguear de una guitarra en el ocio marino
y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera;
vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares
todo queda afanoso y callado.
Así suele quedar el pecho de los hombres
cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada,
y tras su delicia interrumpida
un afán insistente puebla el nuevo silencio.
Pobres amantes,
¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis,
cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala?
Los atardeceres de manos furtivas,
el trémulo palpitar, los labios que suspiran,
la adoración rendida a un leve sexo vanidoso,
los ay mi vida y los ay muerte mía,
todo, todo,
amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.
Oh, amantes,
encadenados entre los manzanos del edén,
cuando el amor muere,
vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa,
y vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
vuestro pecho queda como roca sin ave,
y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,
fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,
dejando allí caer, ignorantes como niños,
la libertad, la perla de los días.
Pero tú y yo sabemos,
río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,
que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros
por las encantadoras mallas del amor,
cuando el deseo es como una cálida azucena
que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado,
cuánto vale una noche como ésta, indecisa
entre la primavera última y el estío primero,
este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque
nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia
de los otros,
solo yo con mi vida,
con mi parte en el mundo.
Jóvenes sátiros
que vivís en la selva, labios risueños
ante el exangüe Dios cristiano,
a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía
pies de jóvenes sátiros,
danzad más presto cuando el amante llora,
mientras lanza su tierna endecha
de: Ah, cuando el amor muere.
Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido;
vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla,
y el deseo girará locamente en pos de los hermosos
cuerpos que vivifican el mundo un solo instante.
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